¿Por qué la religión Católica es la verdadera religión?
La religión Católica es la verdadera religión porque es la única religión fundada por Dios mismo. Todas las demás religiones, monoteístas y politeístas, cristianas y no-cristianas, anteriores y posteriores a Cristo, han sido fundadas por hombres, no por Dios.
Hay personas buenas y sinceras en todas las religiones, pero la buena intención no puede cambiar la Verdad. En realidad, en cada religión hay verdades parciales ... además de muchos errores, sobre todo en algunas ... pero la plenitud de la Verdad, la Verdad completa, está en la religión Católica. Además, la Verdad es una sola y lo que es contrario a la Verdad no es Verdad.
No quiere decir esto que sólo los Católicos y todos los Católicos se salvarán. Dios premiará o castigará a todos, Católicos y no-Católicos, según su Misericordia y su Justicia, que son infinitas.
Fuera de la Católica, todas las religiones y/o sectas han sido inventadas por hombres. Se escapa a este criterio el Judaísmo, que es una religión revelada por Dios, pero que aún está esperando el Mesías prometido, pues no cree que Jesucristo es Dios, y aunque creen en el Antiguo Testamento de la Biblia como Palabra inspirada por Dios, pasan por alto las profecías que sobre Jesús están allí y que se cumplieron ya: su nacimiento en Belén (Miq. 5, 1-2), su nacimiento de una Virgen (Is. 7, 14), los grandes milagros que realizaría (Is. 35, 5-6), el rechazo de su propia gente (Is. 53, 3), la traición de uno de sus amigos y el precio pagado (Sal 41, 9; Zac. 11, 12-13), los eventos de su pasión y muerte (Is. 53, Is. 50, 6; Sal. 22, 17).
Entre las religiones cristianas, originadas en la Reforma Protestante están: la Luterana (fundada por Lutero), la Reformada (por Calvino), la Presbiteriana (por John Knox). Luego fueron fundadas la Anglicana (por Enrique VIII), la Bautista (por John Smith), de donde se derivan las Evangélicas. Cabe destacar que todas las religiones protestantes no aceptan el liderazgo del Papa.
La religión Ortodoxa se creó con el Cisma de Oriente (1054) causado por viejas diferencias entre la Iglesia Griega y la Santa Sede. Los ortodoxos están más cerca de la Verdad que los Protestantes, ya que además de creer que Jesucristo es Dios, creen en su presencia real en la Eucaristía, además de otras verdades que también están en el Catolicismo, aunque mantienen independencia del Papa.
De allí que sea la Iglesia Católica la única que puede trazar su historia, sin interrupción, desde el primer Papa, San Pedro, designado por Jesucristo, su Fundador, hasta el Papa actual Francisco.
Así fue como Jesucristo fundó su única Iglesia:
San Pedro fue el primero en confesar la fe en Jesucristo Dios: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y en ese mismo momento Jesús le anunció que ya no se llamaría Simón, sino “Pedro” (roca-piedra) y que sobre él edificaría su Iglesia (Mt. 16, 13-19).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice al respecto: La Iglesia fue fundada por las palabras y las obras de Jesucristo (ver punto nº 778 del Catecismo). El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, con el anuncio de la llegada del Reino de Dios, el cual había sido prometido desde hacía siglos en la Sagrada Escritura (ver punto nº 763 del Catecismo). El germen y el comienzo de la Iglesia fue “el pequeño rebaño” que Jesucristo reunió en torno suyo y del cual Él mismo es su Pastor (ver punto nº 764 del Catecismo).
Sin embargo el Señor Jesús también dotó a su Rebaño de una estructura, que permanecerá hasta el Fin de los Tiempos. Esa estructura consiste en la elección de los Apóstoles, con Pedro a la cabeza. Así, con sus actuaciones en la tierra, Cristo fue preparando y edificando su Iglesia. (ver punto nº 765 del Catecismo)
Y prometió a sus Sucesores, los Apóstoles, y a los sucesores de éstos, los Obispos y los Sacerdotes, que lo que decidieran aquí Él lo aprobaría en el Cielo (Mt. 16, 19), y que para esto la Iglesia por Él fundada tendría la asistencia del Espíritu Santo hasta el Fin de los Tiempos (Mt. 28, 20).
La Iglesia Católica enseña que, aunque otras religiones contienen verdades, la plenitud de lo que Dios ha revelado a la humanidad se encuentra en la religión Católica y la plenitud de los medios de salvación están también en la Iglesia Católica.
La Iglesia fundada por Dios es Santa, Católica, Apostólica y Romana.
La Iglesia Católica es SANTA en su doctrina, en su moral, en sus medios de santificación -los sacramentos- y en sus frutos.
No quiere esto decir que todos los católicos sean santos. Esto es imposible, dada la libertad humana.
La Iglesia condena la mala conducta de toda persona. Precisamente los malos, lo son por no cumplir lo que manda la Santa Iglesia Católica.
No se puede atribuir a la Iglesia los pecados de los malos católicos.
No es la fruta podrida caída de un árbol sino la madura que cuelga de sus ramas lo que manifiesta la bondad de ese árbol.
«Cristo no fundó su Iglesia para reunir santos, sino para formarlos».
«Es incomprensible, en los que acusan a la Iglesia, que habiendo en ella tanta grandeza, sólo se fijen en lo malo. Esto es tan ridículo como si a un árbol lleno de frutos se le condenara por alguna fruta que yace podrida en el suelo.
De los Papas que ha tenido la Iglesia, solamente tres no han cumplido con las obligaciones de su cargo. Pero los enemigos de la Iglesia continuamente están haciendo alusión a ellos, pero nada dicen de treinta y un Papas que murieron mártires, y de los ochenta que llegaron a santos».
Cuando se le acercaban acusadores al Padre Jorge Loring, él les solía responder de la siguiente manera: “Enséñame otra Iglesia que tenga más mártires que hayan dado su sangre por Cristo, más misioneros que hayan proclamado el Evangelio, más mujeres que se hayan consagrado al servicio de los pobres y enfermos”, y se quedaban callados.
Si para entrar en la Iglesia Católica hubiera que ser santo, pocos podrían entrar.
Dice San Cipriano: «Aunque la cizaña aparece en la Iglesia (...) nosotros debemos procurar ser grano bueno, a fin de que cuando llegue el momento de recoger el grano bueno en los graneros del Señor, recibamos una recompensa apropiada».
«En la historia de la Iglesia se entrecruzan luces y sombras. La Iglesia ha reconocido siempre que ella, a pesar de ser una comunidad santa, acoge en su seno a hombres pecadores.
Todos los miembros de la Iglesia están sometidos a la tentación, a la infidelidad y al pecado».
Los malos católicos no son malos por ser católicos, pues la Iglesia quiere que sean buenos.
«La finalidad de la Iglesia es hacer santos», por eso los que han vivido la plenitud del catolicismo han sido unos santos, unos héroes, unos bienhechores de la humanidad. Basta citar nombres como San Vicente de Paúl, San Raimundo de Peñafort, San Pedro Nolasco, San Pedro Claver, San Juan de Dios, San Juan Bosco..., y tantos otros miles de santos que la Iglesia venera en los altares.
La Iglesia Católica es admirable por la grandeza de sus santos, el celo de sus misioneros, y el heroísmo de sus mártires.
La Iglesia Católica es la institución del mundo que, a lo largo de la historia, ha hecho más obras de caridad (asilos de ancianos y huérfanos, atención a enfermos y leprosos, etc.), y ha tenido más personas que han consagrado su vida totalmente a Dios (sacerdotes y religiosas), y ha ofrecido más sangre por amor a Cristo (centenares de miles de mártires).
No negamos que pueda haber protestantes virtuosos de buena fe, porque los hay; pero el principio protestante de que las buenas obras no son necesarias para salvarse, lleva, naturalmente, al indiferentismo y frialdad religiosa.
Los protestantes dicen que la Iglesia Católica se corrompió a partir de Constantino hasta que llegó Lutero con su reforma.
A parte de que esto no es cierto, aun admitiendo defectos en elementos de la Iglesia, si fuera verdad que la Iglesia Católica dejó de ser la verdadera Iglesia de Cristo, entonces Él hubiera faltado a su promesa: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos, y las puertas del infierno no prevalecerán» Mt. 16:18; 28:20.
La promesa de Cristo garantiza que la Iglesia no puede fallar cuando señala el camino de la salvación.
Cristo no dijo que en su Iglesia no habría defectos, sino que vencería al MAL. El MAL no podría contra ella.
Católica significa universal. La Iglesia Católica es UNIVERSAL, no tiene fronteras, está abierta a todos los hombres. Su mensaje de salvación se dirige a todas las gentes.
«El primero en aplicar el adjetivo de “católica” a la Iglesia fundada por Cristo, fue San Ignacio de Antioquía», al principio del siglo II.
La Iglesia Católica se ha extendido por todas las regiones de la Tierra. El catolicismo es practicado por gente de todas las razas y de todas las nacionalidades.
Para pertenecer a la Iglesia Católica no es necesario ser de un determinado pueblo, civilización, raza o clase social. En la Iglesia Católica no hay razas, ni «color», ni naciones, ni partidos, ni clases sociales.
La Religión Católica es la más universal.
«La Iglesia Católica no está todavía suficientemente implantada en todos los pueblos de la Tierra.
La voluntad de Cristo es, sin embargo, que se establezca en ellos para que todos los hombres y mujeres de todos los pueblos tengan acceso a la salvación.
Por eso la Iglesia tendrá que ser siempre misionera, y todos los cristianos están obligados a colaborar en esta acción misionera evangelizadora de la Iglesia».
Las Iglesias evangelistas o protestantes son de escasas proporciones comparadas con la Iglesia Católica. Una Iglesia pequeña no puede ser la verdadera Iglesia de Cristo.
Esta universalidad de la Iglesia Católica, se extiende a todos los hombres de todos los tiempos, de todas las razas y de todas las clases sociales. También se manifiesta en su amplitud: abarca la Biblia y la Tradición, a Jesús y a María, la fe y las obras, la razón y la revelación, los dogmas y los misterios, la justicia de Dios y su misericordia, etc. En cambio, las herejías protestantes son excluyentes: sólo la Biblia, no la Tradición; sólo Cristo, no María; sólo la fe, las obras no valen, etc.
La Iglesia Católica es APOSTÓLICA, tiene sus raíces en los Apóstoles. El Papa -nuestro Jefe- entronca en perfecta y jamás interrumpida concatenación con San Pedro -Jefe de los Apóstoles- Los Papas han sido legítimamente elegidos por la Iglesia con la garantía de su fidelidad a la fe recibida de los Apóstoles. El Papa es el legítimo sucesor de San Pedro.
Si la Iglesia Católico-Romana es la única que tiene estas señales distintivas de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad, ella será la única realmente fundada por Cristo.
Ahora bien, Cristo fundó su Iglesia sobre Pedro, como piedra fundamental.
Si Pedro es el fundamento, él debe vivir en sus sucesores.
Se llama ROMANA porque el Papa está en Roma.
Pero además del rito romano hay otros ritos católicos como el bizantino, el copto, el armenio, el caldeo, etc.
El fundamento no puede desaparecer sin que se derrumbe el edificio que soportaba.
El tiempo que dure la Iglesia será igual al tiempo que ella permanezca sobre su fundamento.
Por eso dijo San Ambrosio: «Donde esté Pedro, ahí está la Iglesia de Cristo».
«Lo que Cristo instituyó en el Apóstol Pedro, es menester que dure perpetuamente en la Iglesia».
Ese fundamento es la autoridad.
Una sociedad sin autoridad se desintegra.
«Sin autoridad se frustra la sociedad».
«La autoridad es un elemento esencial en toda sociedad; la cual, sin ella, se desmorona y acaba por desaparecer en la anarquía». Todo grupo, para subsistir, necesita organizarse.
Y toda organización necesita una autoridad al servicio del bien común. La autoridad da unidad, cohesión y eficacia a todo grupo humano.
Dice Ortega y Gasset: «sin alguien que mande, y en la medida que ello falte, reina en la humanidad el caos». (...) «Obedecer no es envilecerse, sino, al contrario, estimar al que manda y seguirlo solidarizándose con él».
«Toda sociedad se compone de un conjunto de seres racionales y libres que de una manera estable, y bajo la dirección de una autoridad, se propone la realización de un fin. En toda sociedad es necesaria la autoridad que la dirija para poder conseguir el fin para el cual fue constituida.
Puesto que Dios ha creado a los hombres sociables por naturaleza, y como ninguna sociedad puede subsistir sin autoridad que la dirija al bien común, esta autoridad emana de la naturaleza, y por lo tanto viene de Dios».
A Pedro, Jesús le hace fundamento dándole una autoridad suprema, universal y plena: «Lo que ates en la Tierra quedará atado en el cielo» Mt. 18:18.
«El poder de atar y desatar es una metáfora que significa poder de mandar, permitir o prohibir.
Es el poder de legislar».
«”Atar y desatar” es una fórmula rabínica que denota poderes autoritarios de dar leyes o dispensar de ellas, y manifiesta poderes autoritativos de gobierno y organización».
Dijo también Jesucristo: *«Yo te daré las llaves del Reino de los cielos» Mt. 16:19. La entrega de llaves es signo de transmisión de poder y autoridad.
Los sucesores de San Pedro, los Papas de Roma, siempre han sido considerados como los Jefes de la Iglesia Católica.
Es curioso que el año 96, cuando todavía vivía en Éfeso el Apóstol San Juan, los cristianos de Corinto no acuden a él para solucionar un grave problema, sino al Papa de Roma San Clemente, sucesor de San Pedro.
Cristo ha hecho a la Iglesia jerárquica, no democrática.
La Iglesia es una sociedad organizada jerárquicamente, por el mismo Cristo.
El poder de los jerarcas no proviene de la comunidad de los fieles.
Afirmar lo contrario es herético.
«Mientras en la sociedad civil todo es opinable y discutible, en la Iglesia, en las verdades fundamentales, no es posible la libre opinión, puesto que hay que sujetarse a la doctrina revelada».
Como dijo Juan Pablo II el 20 de noviembre de 1998: «La verdad revelada no es el producto de una Iglesia democrática, sino que es un don que viene de “lo alto”, de Dios».
Hoy algunos quieren acomodar la doctrina católica a «los signos de los tiempos».
Pero los «signos de los tiempos» no son Fuente de Revelación, sino consecuencia de las opiniones de los hombres; por eso debe ser al contrario: hay que examinar «los signos de los tiempos» a la luz de la Revelación para ver si son aceptables o no.
«No se puede sustituir el mensaje divino por palabras humanas, por muy sabias que éstas sean. Pretenderlo ha dado origen a muchas herejías».
La Iglesia de Cristo ha de durar hasta el fin de los siglos tal como Él la instituyó, por lo tanto también el Pontificado -que es su fundamento- durará hasta entonces.
Luego allí se encuentra la verdadera Iglesia de Cristo, donde se encuentre este Sumo Pontificado.
Este Pontificado sólo se encuentra en los Papas de la Iglesia Católica.
Durante dos mil años, hasta el Papa actual, tenemos los católicos una serie de más de doscientos sesenta Papas legítimos sucesores de San Pedro. Francisco es el 266.
La Enciclopedia Británica, obra protestante, dice lo siguiente: ¨El Papado es la única institución que ha existido continuamente desde principios del Imperio Romano».
En algún momento conflictivo hubo «antipapas», pero enseguida se recuperó la línea legítima.
¿Qué sociedad hay en el mundo que tenga esta antigüedad, esta tradición, esta unidad?
El Primado de Pedro es dogma de fe. Los dogmas de la fe son afirmaciones que la Iglesia Católica establece como ciertas y reveladas que se apoya en la autoridad de Dios, por lo que tenemos obligación de creerlas.
Este dogma está definido en el Concilio Vaticano I.
Cristo instituyó en Pedro un principio perpetuo de unidad y fundamento visible de la Iglesia.
Los protestantes no tienen papado por lo tanto no están en la Iglesia fundada por Jesucristo.
Están engañados: unos sabiéndolo y otros sin saberlo; pero equivocados.
Cristo está donde está Pedro; y hoy Pedro está en el Papa de Roma.
Enseñar otra cosa es error o mala voluntad.
El Sínodo General de la Iglesia Anglicana, reunido en Londres del 13 al 15 de febrero de 1985, ha aprobado por mayoría absoluta (238 votos a favor, 38 en contra y 25 abstenciones) el informe final sobre la unidad con los católicos en el que se reconoce al Papa como cabeza suprema de las dos Iglesias.
Y Robert Runcie, Arzobispo anglicano de Canterbury, con ocasión de su visita al Papa Juan Pablo II, en septiembre de 1989, dijo: «Empezamos a reconocer en el Papa al Primado de Pedro».
Precisamente la razón por la cual la Basílica Vaticana en Roma se construyó ahí, fue porque debajo está la tumba de San Pedro.
El que quiera estar en la Iglesia que Cristo fundó en Pedro, tiene que estar en la Iglesia Católica, dirigida por Francisco, el 266º legítimo sucesor de San Pedro.
Juan Pablo II ha sido la persona de la historia que más gente ha congregado ante su persona: más de un millón en Canadá, más de un millón en Estados Unidos y en Méjico y en Brasil y en Madrid, etc. En Manila reunió cinco millones de personas.
San Ireneo en el siglo II decía: Los Apóstoles son el fundamento puesto por Cristo en persona. Nosotros debemos adherirnos a sus sucesores legítimos.
«Ésta es la sucesión y el canal a través del cual la tradición de la Iglesia y el mensaje de la verdad ha llegado hasta nosotros».
La autoridad que Cristo otorga a San Pedro se transmite a sus legítimos sucesores para que gobiernen la Iglesia que ha de durar hasta el fin del mundo.
Hoy vivimos tiempos de ecumenismo en los que todos ansiamos la unión de todos los cristianos en una sola Iglesia.
Pero la unión con los protestantes, decía Juan XXIII, no puede venir del sacrificio de parte de la verdad, sino de un profundizar más en el conocimiento de la verdad. No podemos sacrificar un dogma de nuestro patrimonio doctrinal para buscar una unión engañosa.
«En el Concilio Vaticano II, el Romano Pontífice junto con los Padres Conciliares tomaron viva conciencia de la necesidad de empeñar todo tipo de esfuerzos para que los hermanos separados se pudieran reintegrar en la unidad.
Esta preocupación ecuménica quedó reflejada en diferentes documentos conciliares: en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, en el Decreto sobre las Iglesias orientales católicas y en el Decreto sobre ecumenismo. En estos documentos se proclamaron los siguientes principios sobre ecumenismo:
- Las divisiones entre los cristianos contradicen la voluntad de Dios, y son motivo de escándalo para el mundo.
- Alguno de los bienes que constituyen la Iglesia pueden hallarse también fuera de la Iglesia Católica, pero la plenitud de los medios de salvación sólo se pueden encontrar en la Iglesia Católica.
- Los católicos deben manifestar comprensión hacia aquellos que no participan de la plena unidad, teniendo en cuenta que no pocos se encuentran en esa situación sin culpa por su parte.
- Los medios fundamentales para recuperar la unidad son la caridad y la oración.
- Nada más lejos del verdadero ecumenismo que aquello que afecta a la pureza de la doctrina católica, y a su sentido genuino y preciso.
- No sería lícita aquella relación con los no católicos que suponga peligro de la fe o indiferentismo religioso.
«El Concilio vino a recordar que nadie puede poner en duda un dogma de fe, ni siquiera con la intención de aproximarse a los no católicos. Los católicos no tienen poder sobre la fe recibida; sino que ésta es un depósito que deben custodiar y transmitir con fidelidad. Por eso deben respetar en todo momento las fórmulas definidas por el Magisterio de la Iglesia».
La declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II advierte que no es lo mismo practicar una religión que otra. No todas son igualmente buenas, pues son contradictorias entre sí.
«Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo, en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, abrazarla y practicarla».
Dice el Concilio Vaticano I: «Nadie tiene causa justa para dejar la Iglesia Católica».
Quien está convencido de que la Religión Católica es la única verdadera, pues el Papa de Roma es el único legítimo sucesor de San Pedro en quien Cristo fundó su Iglesia, no tiene que andar estudiando otras religiones para ver lo que puedan tener de verdad.
Puede contaminar su fe con errores extraños.
Es como si un joyero te ha entregado un brillante, y tú le das un martillazo para comprobar que es auténtico: puedes destrozar tu joya.
«Aunque fuera de la Iglesia Católica pueda encontrarse parte de virtud y parte de verdad», la «única y verdadera religión está en la Iglesia Católica».
Aunque añade que todos los que han recibido el Bautismo y tienen fe en Cristo, de alguna manera también pertenecen a la Iglesia de Cristo en un sentido amplio. Pero en sentido estricto «la Iglesia de Cristo subsiste hoy en la Iglesia Católica».
Ésta es la razón por la cual la Sagrada Congregación del Clero en su Directorio dice: «Propóngase los argumentos en favor de la doctrina católica con caridad a la vez que con la debida firmeza».
La plenitud de los medios salvíficos se encuentra en la Iglesia Católica, pero algunos actos de los hermanos separados, pueden también producir la gracia. En los hermanos separados se puede encontrar también virtud y parte de verdad. Los católicos deben reconocer con gozo «los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados».
«El cristiano, lejos de juzgar o de condenar a los que están fuera de la Iglesia, deberá ofrecerles su ayuda y su amor.
Si él es feliz por encontrar la salvación dentro de la Iglesia, también está seguro que la bondad de Dios salva, por Cristo, a todas las almas generosas y de buena fe que, sin pertenecer visiblemente a la Iglesia, siguen lealmente los dictados de su conciencia».
«Aquellos que con seriedad intentan en su corazón hacer todo lo que Dios exige de ellos no están excluidos de la esperanza de la vida eterna».
Dice el Concilio Vaticano II: «El propósito divino de salvación abarca a todos los hombres: y aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, sin embargo, a Dios con corazón sincero, y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir con obras su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, ellos también, en un número que sólo Dios conoce, pueden conseguir la salvación eterna.
«La Divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que, sin culpa por su parte, no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta».
Es decir, que los no creyentes de buena fe, que siempre cumplieron con su conciencia, pueden salvarse.
Dice Balmes: «Dios es justo, y como tal, no castiga ni puede castigar al inocente. Cuando no hay pecado no hay penas ni las puede haber».
Dice Martins Veiga: «Constituye una gran alegría pensar que hay mucha gente de buena voluntad que se salva sin pertenecer a la Iglesia. Sin embargo, no deja de ser un hecho doloroso el que haya tantos hombres que no conozcan ni vivan el misterio de la Iglesia en su integridad, porque sin ella nunca podrán alcanzar su plena y total realización en Dios».
La conocida frase «fuera de la Iglesia no hay salvación» se remonta a Orígenes y ha sido muy repetida. Incluso se ve incorporada en el Concilio IV de Letrán. Pero hay que entenderla en su contexto.
Va dirigida a los que conociéndola la rechazan. No a los que inculpablemente no la conocen.
«Para comprender bien su significado quizás sea mejor decir: “Fuera de la Iglesia no hay medio de salvación”».
Pero «quienes sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella, no podrían salvarse».
Con todo, para la salvación eterna, no basta estar en la Iglesia, hay que estar en gracia. «La Iglesia es medio de salvación, no causa».
Y para vivir la fe que profesamos debemos conocerla a fondo para practicarla con coherencia. Muchos católicos que se van con los evangélicos o protestantes es por desconocer la fe católica.
El Padre Juan Manuel Molina, Director del Instituto Bíblico de Mexicali (México) afirma: “Católico ignorante, futuro protestante” y es que “cualquier ave puede arrebatar la semilla que no tiene raíces”.
Los milagros de hoy día son una prueba a favor de la Iglesia Católica.
Agudamente dice San Agustín: “Si en la Iglesia Católica hay milagros es porque es verdadera; y si no hay milagros, es enorme milagro que sin milagros haya creído en ella el Imperio Romano”.
El Concilio Vaticano I afirma tres cosas de los milagros:
a) que son posibles,
b) que pueden ser conocidos con certeza,
c) que con ellos se prueba legítimamente el origen divino de la Religión Cristiana.
Desde 1882 funciona en Lourdes una Oficina de Comprobaciones Médicas.
Hasta 1955 habían desfilado por esta Oficina 32.663 médicos.
Esta Oficina acepta la inscripción de todo médico que lo solicite, cualesquiera que sean sus creencias religiosas, nacionalidad, etc.
De hecho los ha habido católicos, protestantes, judíos, hindúes, y hasta ateos racionalistas. En miles de casos han declarado que la curación fue inexplicable desde el punto de vista médico.
El enfermo fue examinado por los médicos antes y después de la curación.
La existencia de la enfermedad tiene que constar antes de la curación con pruebas clínicas: radiografías, biopsias, encefalogramas, análisis bacteriales, etc., según lo demande la naturaleza de la enfermedad.
Quedan excluidas de antemano todas las enfermedades que sean puramente nerviosas.
Tiene que tratarse de enfermedades orgánicas, no puramente funcionales.
La curación debe ser científicamente inexplicable, por no haberse aplicado tratamiento adecuado, instantánea y duradera.
Se somete al enfermo a observación durante un año. Sólo entonces la Oficina de Comprobación afirma que la curación es inexplicable, científicamente hablando.
Por Lourdes han pasado trescientos millones de personas. En los archivos de la Oficina Médica de Lourdes hay 3.184 expedientes de curaciones inexplicables por la Medicina. De éstos la Comisión Eclesiástica en 19 años de trabajo sólo ha aceptado cincuenta y cuatro casos como auténticos milagros.
No es que los demás no sean milagros. Es que la Iglesia es rigurosísima antes de declarar un hecho como milagroso, y un hecho milagroso auténtico puede no ser reconocido como tal por la Iglesia por falta de algún requisito.
Dios no hace milagros para que sean comprobados científicamente, sino como respuesta a la oración de las personas que se lo piden con fe, aunque falten requisitos para una comprobación científica. El rigor de la Iglesia en aceptar hechos milagrosos nos debe dar confianza en los casos que la Iglesia acepta como milagros.
Es famoso el caso de la enferma Marie Bayllie Ferrant, que fue examinada por Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina.
Él mismo cuenta el caso en su libro Viaje a Lourdes.
Acompañaba por curiosidad una peregrinación de enfermos a Lourdes.
Era escéptico.
Entre los enfermos escogió a Marie Bayllie por parecerle que era el caso más desesperado.
Llegó a decir: «Si esta enferma se cura, sería un milagro verdadero. Entonces yo creería».
La enferma tenía peritonitis tuberculosa en último grado.
Él mismo la había desahuciado como un caso perdido.
Sin embargo en Lourdes, ante los ojos atónitos de Alexis Carrel, aquel abdomen voluminoso descendió instantáneamente a su volumen normal.
Él examinó a la enferma y la encontró curada.
Cumplió su palabra. Se convirtió al catolicismo, y murió católico.
El doctor Leuret, Jefe de la Oficina Médica de Lourdes ha publicado un libro, traducido al español por la Editorial FAX titulado Curaciones milagrosas modernas, donde se narran varios casos con los nombres de los enfermos, reproducciones de las radiografías, etc., y las firmas de los médicos que certifican las curaciones inexplicables desde el punto de vista científico.
Otro milagro en Lourdes, aprobado por la Iglesia Católica milagro: es el de «Jean-Pierre Bély que quedó curado instantáneamente de esclerosis múltiple.
LOURDES, 11 feb (ZENIT).- Lourdes ha vuelto a ser testigo de un milagro. A las 10:00 de la mañana, en la basílica subterránea, el obispo de Lourdes y Tarbes, monseñor Jacques Perrier, proclamó oficialmente, durante la solemne celebración de la Jornada Mundial del Enfermo, la aprobación eclesiástica de un milagro que tuvo lugar hace doce años en la gruta y rigurosamente comprobado por la Oficina Médica del santuario mariano.
Es la historia de Jean-Pierre Bély, quien cuando vino a Lourdes tenía 51 años y sufría una grave forma de esclerosis múltiple, curada instantánea, completa y duraderamente. En la tarde de hoy, el señor Bély participó en su localidad natal de Angulema, en una celebración de acción de gracias por el obispo de esa ciudad.
Desde 1972, Jean-Pierre Bély, casado y padre de dos hijos, enfermero de la sección de oftalmología del Hospital de Angulema, comenzó a experimentar síntomas dramáticos, como expresión de la destrucción selectiva de la mielina del sistema nervioso central.
El diagnóstico del Servicio de Neurología del Hospital Universitario de Poitiers fue claro: esclerosis múltiple.
A partir de 1984, Jean-Pierre comenzó a caminar con un bastón, pues sus miembros no soportaban el peso de su cuerpo.
Tuvo que abandonar definitivamente su trabajo.
En febrero de 1985 la silla de ruedas se convirtió en el único sistema para poder moverse.
De hecho, desde 1986 perdió la posibilidad de ponerse de pie.
En 1987, el señor Bély presentaba un cuadro neurológico desastroso, que justificó la atribución de una pensión de invalidez del 100 por ciento.
Según revela «Lourdes Magazine», el periódico oficial del Santuario de los Pirineos, la sorpresa tuvo lugar el 9 de octubre de 1997, durante una peregrinación al Santuario de Lourdes.
Ese día, tras la confesión del día anterior, recibió el sacramento de la unción de los enfermos durante una misa en la explanada. En ese momento, el señor Bély experimentó cómo le invadía un poderoso “sentimiento de liberación y de paz” interior como nunca antes había experimentado.
A mediodía, cuando descansaba en la sala de los enfermos, experimentó una sensación de frío cada vez más fuerte hasta el punto de que se hizo casi dolorosa. A continuación, se apoderó de él una impresión de calor que se fue haciendo también cada vez más intensa y penetrante.
De este modo, se dio cuenta de que estaba sentado en su cama y de que comenzaba “a mover los brazos y a sentir el contacto de la piel”.
En la noche que siguió, Bély se despertó brutalmente de un profundo sueño y, en ese momento, tuvo la sorpresa de “poder caminar por la primera vez desde 1984”. Los primeros pasos eran inseguros, pero rápidamente su caminar cobró la normalidad.
Para no destacarse de sus “compañeros de enfermedad”, Jean-Pierre dejó Lourdes en la silla de ruedas, como si todavía estuviese inválido.
Llegado a la estación, decidió finalmente subirse por sus propias fuerzas al tren y viajar sentado a su regreso a Angulema.
Desde entonces ha recuperado la integridad de sus facultades físicas.
Objetivamente, su curación, doce años después, parece completa y estable.
El señor Bély no presenta ninguna irregularidad neurológica.
Su resistencia física es excelente. Le han abandonado totalmente los síntomas de la esclerosis.
Exactamente un año después, el jueves 6 de octubre de 1988, declaró su curación a la Oficina Médica de Lourdes y desde entonces ha sido analizado anualmente por los médicos convocados por el médico permanente de esa institución.
Asimismo ha sido examinado atentamente por los médicos que habían seguido su caso, en particular por el jefe del servicio médico del Hospital Universitario de Poitiers.
La conclusión en todo momento ha sido la misma: “evolución inesperada y excepcional”.
El 17 de junio de 1992, se realizó un primer examen a petición del Comité Médico Internacional de Lourdes, segunda instancia de control del Santuario. El equipo médico concluyó que “una curación de este tipo no es sólo anormal sino también inexplicable, teniendo en cuenta los conocimientos actuales de la ciencia”.
En noviembre de 1992, el Comité exigió una prórroga de observación de dos años suplementarios para respetar los criterios que permiten hablar de “curación definitiva”.
El 28 de septiembre de 1994, Jean-Pierre fue sometido a un nuevo examen médico.
Entre el 15 y el 16 de noviembre se decidió pedir el parecer de los médicos que habían examinado al paciente durante su enfermedad. De este modo, el 8 de febrero de 1999, el doctor Patrick Theillier, médico responsable de la Oficina Médica de Lourdes, después de que los miembros del Comité Médico Internacional de Lourdes se pronunciaran por votación favorablemente, resumió así el caso: “Es posible concluir con un buen margen de probabilidad que el señor Bély ha sufrido una afección orgánica de carácter de esclerosis múltiple en estado avanzado. La curación brutal experimentada durante la peregrinación a Lourdes corresponde a un hecho anormal e inexplicable en virtud de los conocimientos de la ciencia. Es imposible decir algo más hoy día desde el punto de vista científico. Corresponde a las autoridades religiosas pronunciarse sobre las otras dimensiones de esta curación”.
A continuación, monseñor Claude Dagens, obispo de Angulema, escribía: “En nombre de la Iglesia, yo reconozco públicamente el carácter auténtico de la curación de la que se ha beneficiado el señor Jean-Pierre Bély en Lourdes, el viernes 9 de Octubre de 1987. Esta curación inmediata y completa es un don personal de Dios para este hombre, y un signo efectivo de Cristo Salvador, que se ha realizado por la intercesión de Nuestra Señora de Lourdes”».
Otro gran milagro fue el caso de Miguel Juan Pellicer, de 23 años, labriego de profesión, regresando del campo, se cae del carro, una rueda le pasa sobre una pierna y se la tienen que cortar. Le ponen una «pata de palo», y así está dos años y medio pidiendo limosna en la puerta de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Todo Zaragoza le conoce como el Cojo de Calanda. Calanda era su pueblo.
Él le pedía a la Virgen del Pilar que no quería ser mendigo toda su vida, y una mañana amanece con las dos piernas. Todo Zaragoza que le había visto durante dos años y medio con la pierna cortada y la «pata de palo», lo ve ahora con las dos piernas.
De esto hay acta notarial, firmada por veinticinco testigos. El original está en el despacho del Alcalde de Zaragoza.
Sobre este milagro ha escrito un libro titulado “El gran milagro” el conocido escritor italiano Vittorio Messori.
En este libro dice los siguiente:
«En total, las actas del proceso contienen un total de ciento veinte nombres, ilustres o humildes, entre jueces, notarios, procuradores, alguaciles, testigos “de prueba”, testigos “de laboratorio”, médicos, enfermeros, sacerdotes, posaderos, campesinos, carreteros...».
Y más adelante:
«Gracias a los trasuntos y protocolos, el milagro de Calanda aparece documentado con una seguridad tal que satisface incluso las exigencias de la crítica más exigente. (...) La inmensa mayoría de los hechos del pasado (incluso los más sobresalientes) están atestiguados con una certeza documental y unas garantías públicas mucho menores».
Vittorio Messori contestó en una entrevista que le hizo José Ángel Agejas para el boletín informativo católico ZENIT en INTERNET
«Quienes me conocen saben que yo soy un converso, que no nací cristiano. Desde que, tras haber estudiado en la universidad laica, en Turín, descubrí la fe, el cristianismo, siempre he tratado de razonar sobre el Evangelio, de buscar los motivos de credibilidad de la fe.
Pues bien, en esta investigación sobre las razones de la fe, me he ocupado también de los milagros, esos signos de credibilidad.
Por ejemplo, he estudiado mucho, entre otros, los hechos de Lourdes. Me convencí así de que el Dios cristiano tenía un estilo, una estrategia: la de respetar la libertad de sus creaturas.
Para decirlo con la expresión de Pascal, “el Dios cristiano da siempre suficiente luz para creer, pero deja suficiente sombra para dudar”.
Lo que significa que la fe no es una imposición, sino una propuesta, de modo que también en los milagros, Dios deja sitio para la duda, precisamente para respetar nuestra libertad, para no obligarnos a creer».
Otro caso es de Manuela Cortés Colmillo. Vivía en un cortijo cerca de El Puerto de Santa María, en Cádiz. No tenían luz eléctrica. Se alumbraban con candiles de carburo. Un día le reventó en las manos un candil y le quemó los ojos.
Estuvo seis meses con los ojos «como los de una pescadilla frita» en frase de la familia.
La trataba el Dr. D. José Pérez-Llorca. A los seis meses, ante una pregunta de la hija que acompañaba a la enferma, el doctor certifica que la ceguera era irreversible.
Al volver a casa, ella desconsolada, le pide a la Virgen de Fátima: «Madre mía Santísima, tú que eres tan milagrosa, por mis nueve hijos, que yo vea». En ese instante recuperó la vista.
En un taxi se fueron a ver al médico. Éste, que a las doce del mediodía había diagnosticado ceguera irreversible, y a las tres de la tarde se le presenta la mujer con los ojos como nosotros, repetía: «Esto no tiene explicación».
El acta notarial de esgte caso firman treinta y dos testigos: hijos, nueras, yernos, vecinos y, sobre todo, el médico que la trató, D. José Pérez-Llorca, Miembro de la Real Academia de Medicina, Presidente de la Sociedad Oftalmológica Española, General Inspector del Cuerpo de Sanidad de la Armada.
Este doctor, treinta años catedrático de oftalmología y uno de los más prestigiosos de España en Oftalmología Clínica, firmó ante notario: «Me quedé sorprendido de aquella repentina e inexplicable curación de aquella ceguera que yo acababa de diagnosticar irreversible».
Otro caso. El Acta notarial de D. Leonardo Herrero Miranda Notario de Picasent (Valencia) narra la curación de la Hermana Remedios Pagant Coloma Al final, la firma del Notario va acompañada de la firma de veinte testigos.
En el texto de este Acta se dice «que a los 30 años tuvo un tumor en el hígado con ictericia negra del cual sólo se salvan el 1% de los que la padecen. Sufrió cinco operaciones. La última fue para abrir y cerrar, pues el hígado estaba deshecho.
No querían llevarla a Lourdes porque temían se muriera en el camino. El Arzobispo de Valencia D. Marcelino Olaechea dijo: «Estos son los enfermos que hay que llevar a Lourdes».
Por fin se decidieron a llevarla. En el camino entró en coma, asegurando que desde Sagunto a Lourdes no se enteró absolutamente de nada.
En el viaje iba con gotero y dos enfermeras continuamente a su lado para hacerse cargo del cadáver, porque esperaban la muerte de un momento a otro. Llevaban todos los papeles arreglados para poder trasladar el cadáver.
Al llegar a Lourdes le quitaron el gotero para poder meterla en la piscina. Nada más tocar con los pies el agua, vio como una luz y sintió como si le quitaran «diez arrobas de peso de encima, y como pasar de un morir a un resucitar». Son palabras textuales de ella.
Inmediatamente se le quitaron los dolores que tenía desde hacía seis años. Dolores tan fuertes que a veces perdía el conocimiento y tenían que administrarle morfina y Pantopón. Llegando a tener a veces hasta 42 grados de fiebre.
La metieron en la piscina entre dos personas y salió sola por sus propias fuerzas. Se le quitó de repente la fiebre que en aquellos momentos era de 40 grados. Al salir tenía 36,5º de temperatura.
Inmediatamente pidió comer pollo, que hacía años que no lo probaba.
Desde aquel momento se encontró perfectamente hasta hoy, que a los 23 años de la curación, se encuentra ágil y sana. Trabaja de cocinera en un colegio. Del hígado jamás volvió a tener nada. Le han hecho 25 placas y no hay señal alguna de tumor.
La trataron durante seis años los catedráticos del Aparato Digestivo de Valencia, Doctores. D. Francisco Gómez y D. Fernando Carbonell.
El historial de este caso está en la Oficina Médica de Lourdes».
Los milagros confirman nuestra fe en Cristo, en la Virgen y en la Iglesia Católica.
Una confirmación de que la Iglesia Católica es la verdadera, es la cantidad enorme de convertidos que se han pasado al catolicismo desde el protestantismo y desde el ateísmo, después de un detenido estudio de la religión católica.
Al ver la unidad universal de su doctrina, la fe de sus fieles, la santidad de muchos de sus miembros, el heroísmo de sus mártires, el amor a la Virgen, la belleza de su liturgia, la espiritualidad de sus templos, sus producciones artísticas y literarias, la grandeza de su historia y su influjo en el mundo, y hasta las calumnias de los anticatólicos, se sintieron cautivados.
Muchos protestantes no se hacen católicos porque desconocen la Iglesia católica.
Pero los que la estudian se hacen católicos. es el caso del célebre historiador protestante Ludovico Pastor, que se convirtió al catolicismo estudiando la Historia de los Papas. Y lo mismo el cardenal Newman, que era pastor protestante. Y es que la belleza de las cristaleras de una catedral se aprecia mejor desde dentro que desde fuera.
El político socialista suizo Getaz, preparando un informe para atacar a la Iglesia Católica, se convenció que la Iglesia Católica no podía ser obra humana, y se convirtió al catolicismo.
Por añadir algunos nombres citaremos al Premio Nobel de Física, Max Planck, que era luterano y se convirtió al catolicismo, Scott, pastor protestante, que se convirtió al catolicismo como fruto de sus estudios bíblicos, y a Enrique Shlier, gran exégeta luterano alemán, discípulo de Martín Heidegger, Karl Barth, y Rudolf Bultmann, que es actualmente catedrático de Nuevo Testamento en la Universidad de Bonn (Alemania) y es un conocedor de San Pablo de los mejores del mundo. Su comentario a la Carta de los Efesios es el mejor que existe. Se convirtió al catolicismo estudiando la fe de la Iglesia Católica, y comprobar que es idéntica a la de los Padres de la Iglesia. Fue recibido en la Iglesia Católica el 24 de Octubre ce 1953. Lo que le condujo a la Iglesia Católica fue «la imparcialidad de una leal investigación histórica».
Jesucristo fundó la Iglesia Católica para comunicarnos por ella, las ayudas necesarias para ser mejores y salvarnos eternamente.
Para ello la hizo depositaria de su doctrina y de todos los medios de salvación.
Dice la Carta a los Hebreos: «Dios ha hablado a los hombres» *Carta a los Hebreos, 1:1-3.
«Dios quiso que lo que había revelado para la salvación de todos los pueblos se conservara para siempre íntegro, y fuera trasmitido a todos los tiempos».
«La Revelación concluyó con los Apóstoles».
La misión de la Iglesia es señalar el camino de la salvación eterna de los hombres por medio de la doctrina de Cristo y los sacramentos por Él instituidos.
Jesucristo estuvo en la Tierra pocos años.
Para que su obra redentora pudiese continuar a través del tiempo, dejó una institución que cuidara de su doctrina, y ayudara a los hombres a conseguir la salvación eterna.
Como San Pedro y los Apóstoles iban a vivir un número limitado de años, para que la Iglesia durara hasta el final de los tiempos como Cristo prometió, ellos necesitaban tener sucesores.
Cristo dio a San Pedro autoridad para «atar y desatar. esto es, obligar en conciencia».
«Jesús ha querido valerse de los hombres, como ministros suyos, para llevar adelante su obra redentora».
El hombre no puede conocer bien a Dios, si Dios no se manifiesta al hombre. A esta manifestación se le llama Revelación. Por ejemplo, el dogma de la Santísima Trinidad el hombre sólo lo conoce por revelación.
La Revelación es la manifestación que Dios ha hecho a los hombres de Sí mismo y de aquellas otras verdades necesarias o convenientes para la salvación eterna.
«Al revelarse Dios a sí mismo quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas».
Por la fe aceptamos lo que Dios ha revelado, porque Dios lo ha revelado.
«La revelación presupone los hechos y palabras exteriores, que percibimos por los sentidos, pero acontece fundamentalmente en el corazón del hombre.
Los hechos exteriores necesitan de una luz interior; el mensaje que desde fuera nos es ofrecido necesita pulsar nuestro corazón con una fuerza que permita a nuestra libertad abrirse con alegría a sus exigencias.
Por ello la revelación tiene su expresión correlativa en la fe, que es igualmente don divino».
La doctrina revelada por Dios se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que nos ha transmitido las verdades de la fe oralmente.
No todas las verdades de la fe están en la Biblia.
Algunas las conocemos sólo por la Tradición.
Por ejemplo: todos sabemos que Jesucristo fue soltero, pero esto no está en ningún versículo de la Biblia.
Por eso el principio protestante de «sólo la Escritura» no es válido.
Pues además esto supone que cada uno tiene su Biblia para poder leerla e interpretarla, y esto no fue posible para los cristianos durante 1.400 años, antes de inventarse la imprenta. La imprenta la inventó Guttemberg en 1450.
Los primeros cristianos recibieron la fe por la palabra predicada, no por la escrita. Muchos no sabían leer, y pocos podían tener un manuscrito de la Biblia.
Copiarla a mano suponía muchísimas horas de trabajo y era muy caro. Sólo algunas entidades y personas muy ricas podían tener un ejemplar de la Biblia copiada a mano.
Y, para total seguridad, era necesario dominar la lengua original del autor.
Es decir, resulta evidente que el principio protestante de «solo la Escritura», no es válido.
Esta doctrina no está en la Biblia, por lo tanto ellos mismos se contradicen cuando imponen doctrinas que no están en la Biblia.
El Antiguo Testamento se transmitió oralmente de generación en generación. El Pentateuco se transmitió de boca a boca; es absurdo pensar que se transmitió por escrito.
Es verdad, como dice San Pablo en Segunda Carta a Timoteo, 3:16s., que la Biblia es necesaria, pero eso no excluye que también es necesaria la Tradición.
Si yo digo que el agua es necesaria para vivir, no quiero decir que baste el agua para vivir.
«Escritura y Tradición enlazan directamente con los Apóstoles y gozan de la misma autoridad. (...) La Escritura y la Tradición son las fuentes que nos dan acceso a la Revelación».
La Biblia y la Tradición proceden de la misma fuente. Son los dos canales por los que nos llega el contenido de la Revelación.
La Biblia y la Tradición están íntimamente unidas y tienden a un mismo fin; por eso los pasajes oscuros de la Sagrada Escritura se iluminan con la Tradición.
Esto lo expresa el Concilio Vaticano II con estas palabras: «La Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza acerca de todo lo revelado; por eso la Sagrada Escritura y la Tradición se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción». «La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia».
La Sagrada Biblia nos transmite la palabra de Dios escrita.
La Tradición nos transmite las enseñanzas orales, transmitidas de viva voz de una generación a la siguiente.
«La Tradición Apostólica trasmite el mensaje de Cristo, desde los comienzos del cristianismo. (…) Los Apóstoles trasmitieron a sus sucesores (…) todo lo que habían recibido de Cristo».
«La tradición apostólica era la clave para el canon de los libros inspirados, diciéndonos qué doctrinas deben enseñar (o no enseñar) los libros apostólicos, y diciéndonos qué libros fueron escritos por los apóstoles y sus compañeros.
Irónicamente los protestantes, que normalmente se burlan de la tradición en favor de la Biblia, ellos mismos están usando una Biblia basada en la tradición».
La Tradición es más amplia que la Escritura.
Las dos transmiten lo que proviene de la palabra de Dios; proceden de una misma fuente y son los dos canales por lo que nos llega el contenido de la Revelación. Por tanto entre Escritura y Tradición hay una íntima relación.
Los Apóstoles enseñaron principalmente de palabra, como ellos habían sido enseñados por Nuestro Señor. Cristo no escribió nada. Se limitó a predicar. Y a los Apóstoles no les dijo «escribid», sino «predicad».
Jesús dijo: «El que a vosotros oye, a mí me oye» *Lc. 10:16. «Id y haced discípulos de todos los pueblos» Mt. 28:19. Por eso «la fe viene por la predicación» *Carta a los Romanos, 10:17.
Jesús les enseñó muchas cosas que no están en la Sagrada Escritura, pero han llegado hasta nosotros transmitidas de viva voz de generación en generación por la Tradición oral de la Iglesia: San Pablo, escribiendo a los de Tesalónica les dice: «Hermanos, sed constantes y guardad firmemente las enseñanzas que habéis recibido de nosotros, ya de palabra, ya por escrito» Segunda Carta a los Tesalonicenses, 2:15.
«Cuando recibisteis la palabra de Dios, que nosotros predicamos, la aceptasteis no como palabra de hombre, sino cual realmente es palabra de Dios, que obra en vosotros los creyentes» Primera Carta a los Tesalonicenses, 2:13.
A Timoteo le dice: «Conserva viva la doctrina que has oído de mí» Segunda Carta a Timoteo, 1:13.
«Lo que has oído de mí, trasmítelo a otros, para que a su vez lo enseñen a otros» *Segunda Carta a Timoteo, 2:2.
San Pablo alaba «a los que conservan las tradiciones tal como él las transmitió» *Primera Carta a los Corintios, 11:2.
Todo esto está indicando que la doctrina evangélica se trasmite por la predicación oral, es decir, por la tradición.
Hay que distinguir entre la Tradición Apostólica, con mayúscula, objeto de fe, y las tradiciones humanas, con minúscula, que no afectan a la fe: son costumbres.
Cuando decimos «Sagrada Tradición» entendemos las enseñanzas de Jesús y, después de Él, de los Apóstoles a quienes envió a enseñar Mt. 28:20.
Estas enseñanzas han sido entregadas a la Iglesia.
Es necesario para los cristianos creer y seguir firmemente esta Tradición, lo mismo que la Biblia.
Dijo Cristo: «El que os escucha a vosotros me escucha a mí; y el que os rechaza a vosotros, a mí me rechaza» *Lc. 10:16.
La Iglesia está protegida por el Espíritu Santo, que la preserva de todo error Jn. 14:16.
La Sagrada Escritura es lo mismo que la Biblia.
La Biblia consta de setenta y tres libros divididos entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos.
Esta lista integral es llamada "Canon de las Escrituras".
Canon viene de la palabra griega "kanon" que significa «medida, regla».
El Canon comprende para el Antiguo Testamento cuarenta y seis escritos, y veintisiete para el Nuevo.
Éstos son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, y Malaquías, para el Antiguo Testamento.
Para el Nuevo Testamento, los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y segunda a los Tesalonicenses, la primera y segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la Epístola a los Hebreos, la Epístola de Santiago, la primera y segunda de Pedro, las tres Epístolas de Juan, la Epístola de Judas y el Apocalipsis.
Lo que divide estas dos colecciones de libros es la Persona de Jesucristo.
Lo que se escribió antes de Él, es el Antiguo Testamento.
Lo que se escribió después de Él, es el Nuevo Testamento.
Para facilitar la búsqueda de los pasajes, el texto se ha dividido en capítulos, y dentro de éstos se han numerado los párrafos (versículos).
La división en capítulos se debe a Esteban Langton, en el siglo XIII, y la división en versículos a Roberto Estienne, en el siglo XVI.
Los salmos tienen dos numeraciones debido a la diferente numeración de la Biblia hebrea y la griega, en las que se dividen en dos los salmos 9 y 147, respectivamente.
Jesucristo ha encargado a la Iglesia la interpretación y vigilancia sobre la Sagrada Escritura y Tradición, para evitar el error.
Por eso no se pueden leer todas las traducciones de la Biblia, sino sólo aquellas que tienen aprobación eclesiástica, y por lo tanto nos consta que no contienen errores.
Hay pasajes de la Biblia que son difíciles de entender, como advirtió San Pedro en Segunda Carta de San Pedro, 3:16.
Por eso dice Vittorio Messori que «para el católico corriente, el creyente de la calle, es más importante leer un catecismo que la Biblia, pues lo entenderá mejor».
«Para descubrir lo que el autor sagrado quiere afirmar hay que tener en cuenta la forma de pensar y de hablar de su tiempo».
«El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo.
Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la Palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado.
Por mandato divino y con asistencia del Espíritu Santo, la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad; y de este único depósito de la fe saca lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer».
La libre interpretación de la Biblia de los protestantes da lugar a multitud de interpretaciones equivocadas y opuestas entre sí, pues no todo el mundo está preparado para conocer los géneros literarios de los distintos pasajes bíblicos, ni para entender la lengua en que se escribió el texto bíblico original.
Hay que tener en cuenta los modos de pensar y de expresarse que se usaba en tiempos del escritor.
Por eso hace falta un magisterio entendido, que oriente con autoridad en la interpretación bíblica.
Dijo Cristo que, «la verdad nos hará libres» Jn. 8:32.
Quien está en la verdad objetiva pisa firme, se siente seguro.
Quien piensa que la verdad es relativa, que cada cual tiene su verdad, está en un error.
La verdad tiene un valor absoluto. Quien no se ajusta a la verdad objetiva está en un error. La verdad objetiva no depende de nuestro parecer ni de nuestros deseos.
Por deseo de ser conciliador y tolerante, no puedo decir que la verdad es el término medio de dos opiniones distintas.
Si uno dice que la capital de España es Madrid y otro que es Barcelona, yo no puedo decir que es Zaragoza porque está equidistante entre Madrid y Barclona.
Hay valores absolutos, como la verdad y el bien.
Hay que tener criterios sobre lo indiscutible y lo opinable, la intransigencia y la tolerancia.
Hay muchas cosas opinables: el café negro es mejor, ¿amargo o dulce?
Pero hay cosas indiscutibles: el todo es mayor que su parte.
Por eso la verdad es intransigente: las matemáticas afirman que 2 x 3 = 6.
No aceptan 2 x 3 = 5, ni 2 x 3 = 7.
El error es tolerante, indiferente: lo mismo le da 2 x 3 = 6 que 2 x 3 = 5.
Pero lo mejor no es siempre el término medio.
Si uno prefiere la leche fría y otro la prefiere caliente es posible que los dos acepten la leche templada, a la temperatura ambiente.
Pero si uno dice que la capital de España es Madrid y otro que es Santander, no vale decir que será Burgos que está entra las dos ciudades. A veces la verdad está en un extremo.
Sin embargo, la caridad es tolerante: acepta la persona equivocada, aunque rechace el error, porque el error no tiene derechos.
Y el fanatismo es intransigente: el fanático es capaz de matar al que no piensa como él.
Hay cosas, de suyo arbitrarias, pero que la aceptación universal las ha hecho definitivas: el orden de las letras del alfabeto, el teclado de la máquina de escribir y del ordenador, que la luz roja signifique peligro, etc.
Hay valores que son relativos porque depende del punto de vista. Una ficha de dominó puesta de pie es blanca o negra según desde donde se mire.
O del modo de mirar: un tablero de ajedrez para uno puede ser una tabla blanca con cuadros negros, y para otro una tabla negra con cuadros blancos.
Una medicina es buena para un niño si es dulce, pero para un médico lo será si cura. Para un comerciante un artículo es bueno si le da dinero, pero para el comprador será bueno si es barato y eficaz. Etc., etc.
Cuando se trata de valores subjetivos cada uno puede tener su verdad.
Pero cuando se trata de valores objetivos, la verdad objetiva es la misma para todos.
Por ejemplo: uno puede dormir mejor con la ventana de la habitación abierta y otro con ella cerrada. La temperatura ideal para dormir puede variar según las personas. Pero las temperaturas de la evaporación del agua y su solidificación son siempre 100º y 0º centígrados respectivamente.
Ha dicho el Cardenal Ratzinger: «La tolerancia que todo lo acepta se despreocupa de la verdad».
Frente a los múltiples errores, hay una verdad objetiva.
Hay personas equivocadas de buena fe. Pero el error no se convierte en verdad por la buena fe del equivocado.
Si un médico competente y bien informado me receta una medicina, y yo creo que la que ha recetado a mi amigo es mejor y me la tomo, no sólo puede ser que no me cure, sino que además me puedo intoxicar.
Un no católico puede estar de buena fe en su religión. Pero debe razonar y fundamentar su buena fe. Una ignorancia culpable no le justifica. Si quiere, puede informarse y convencerse de que la única religión verdadera es la católica, pues es la única fundada por Cristo en San Pedro, y el Papa de Roma es el único en el mundo legítimo sucesor de San Pedro.
Verdad subjetiva es lo que a mí me parece. Verdad objetiva es lo que responde a la realidad.
Frente a la verdad objetiva no somos libres. Tenemos obligación de someternos a la verdad objetiva.
Todos los médicos tienen obligación de decir que el órgano de la visión es el ojo, ninguno puede decir que vemos por la nariz.
Todos los químicos del mundo tienen la obligación de decir que el agua es H2O, ninguno puede decir que es ClNa.
Todos los matemáticos del mundo tienen obligación de decir que π es la relación de la circunferencia a su diámetro, una constante, que en el sistema decimal es 3,141592..., y no 8,2432…
Lo mismo el nº Fi, (los anglosajones lo escriben phi): 1,61803398..., que está en la «proporción aurea» y en el movimiento de los planetas; y el nº e = 2,71828182 que es fundamental en las operaciones con logaritmos.
«Estos valores son invariables desde el hombre primitivo (aunque no los conocía) hasta el hombre del futuro. Se encuentran en los desarrollos matemáticos como si fueran la sustancia del Universo».
Los botánicos saben que las pipas del girasol crecen en espirales opuestos; la razón entre el diámetro de cada rotación y el siguiente es Phi.
El tamaño de las espirales de los caracoles marinos está definido por Phi.
Si a un niño le dan un mapa con todas las ciudades de Europa para que señale las capitales de cada nación, y él elige las ciudades que más le gustan por su nombre, esto no cambia la verdad. Las capitales seguirán siendo las que son independientemente del parecer del niño.
La verdad no me permite opinar libremente lo que yo prefiera.
La verdad orienta la libertad, no la quita. Como las vías del tren que orientan la ruta del tren, pero no le impiden avanzar, sino que le ayudan. Un tren fuera de la vía, se despeña.
Subordinar la verdad a mi libertad es ridículo.
La mentira no interesa a nadie con sentido común: queremos café de verdad, no agua sucia; medicinas de verdad, no pócimas ineficaces; amistad de verdad, no traidores.
Todo esto es indiscutible para una persona normal.
Lo mismo pasa con la verdad religiosa.
El bien de la libertad religiosa no es el tener libertad para elegir el error, sino elegir libremente la verdad sin sentirse coaccionado.
La manipulación que con frecuencia ofrecen los medios de comunicación nos dificulta conocer la verdad objetiva.
Nos presentan atractivo o razonable lo que quieren inculcarnos: modos de presentar el aborto y la eutanasia.
Nos llevan a donde quieren engañados.
Nos vencen sin convencernos.
Otra cosa es que nos convenzan con razones. Esto sería recto.
Para no dejarnos engañar hay que tener claras las ideas y los auténticos valores. Saber distinguir entre lo relativo y lo absoluto.
Hay cosas que varían según el punto de vista: el color de la ficha de dominó. O que depende de las circunstancias: ahora mismo aquí son las doce del mediodía, y en Miami son las seis de la mañana.
Pero hay verdades invariables en todas las circunstancias.
Estas tertulias de televisión donde todos opinan, y al final no se saca ninguna conclusión, más que aclarar lo que hacen es confundir.
Los Medios de Comunicación Social, a veces, nos engañan con medias verdades que son las peores de las mentiras porque engañan con la parte que tienen de verdad y nos dejan la parte que tienen de mentira.
Por ejemplo: es verdad que “el efecto sigue a la causa”, pero no todo lo que sigue es efecto de esa causa.
El día sigue a la noche, pero la luz del Sol no es causada por las tinieblas de la noche.
A veces nos ponen un suceso a continuación de otro como si fuera su efecto, y esto puede no ser verdad.
Otras veces nos presentan auténticas falacias similares a ésta: Falla fue músico, la palabra “músico” es esdrújula, luego Falla es esdrújulo.
Hoy vivimos un exceso de información. Es imposible leer todo lo que me llega. Hay que seleccionar.
Si es malo no estar informado, también lo es estarlo demasiado.
No toda información es fiable, ni recta. Hay que tener criterio.
Vivimos una sociedad donde prevalece la información.
Se ha dicho que sólo existe aquello de lo que se informa.
Pero no se debe informar de todo.
La palabra «censura» tiene mala prensa, pero es necesario establecer un modo de autocontrol en la medios de comunicación para no divulgar lo que puede hacer daño: pornografía, incesto, paidofilia, crueldad, nombre del testigo que ha denunciado al terrorista, etc.
Dice Santo Tomás que el hombre es un ser libre e inteligente. Para poder decidir tiene que ser libre, y para poder juzgar tiene que ser inteligente. Pero para que el juicio sea verdadero tiene que estar bien informado. Si la información está equivocada. también lo estará el juicio y la decisión. El exceso de información que recibimos hace difícil el seleccionar lo verdadero y lo importante. Hay mucha información manipulada.
Si no está permitido contaminar el ambiente físico, peor es contaminar el ambiente moral.
Hay verdades absolutas y verdades relativas. La temperatura de 0º es frío para un andaluz, pero no lo es para un noruego que vive a 20º bajo cero. Pero hay verdades absolutas, como el valor de π (3,14159265...) o la fórmula del agua (H2O).
Hoy hay gente que defiende el relativismo universal de la verdad. Pero sus afirmaciones relativistas van contra ellos. Dicen:
- «No hay verdades absolutas». Luego esto que dices tampoco lo es.
- «Nadie puede conocer la verdad». Luego tú tampoco.
- «No seas dogmático con tus afirmaciones». Es lo que haces tú con las tuyas.
- «No pretendas imponerme tu verdad». Es lo que quieres hacer tú con la tuya.
La verdad objetiva es dogmática, invariable. El error es libre. Para encontrar la verdad hay un sólo camino. Para equivocarse hay muchísimos. En la estación del ferrocarril un sólo tren me lleva a mi destino. Todos los demás me pierden.
¿Qué diríais de una maestra de escuela que al preguntar a los niños cuántos son 2+2 y uno le dice 22, otro 20, otro 10, otro 4. Y ella da por buenas todas las respuestas. Y cuando el que dijo 4 protestó de que sólo él acertó, ella le responde que no hay que ser intransigente ni dogmático, que todas las opiniones son buenas, que cada uno puede tener su opinión.
¡Evidentemente esa maestra es inepta para enseñar matemáticas!
Pues si esto es así en las matemáticas, es mucho más importante cuando se trata de las verdades referentes a la salvación eterna.
Hoy algunos cambian la verdad objetiva por la opinión personal («eso para mí no es pecado»), la belleza estética por la moda (moda de pantalones tejanos sucios y rotos), y la bondad ética por el placer (libertinaje sexual). Pero siempre quedará en pie que los tres grandes valores del ser son la verdad, la belleza y el bien.
Incluso en cosas accidentales no siempre podemos cambiarlas a nuestro capricho. El orden de las letras del abecedario es el que es, y yo no puedo alterarlo a mi capricho, aunque en absoluto podría ser otro. Pero así está establecido para todos.
No depende de la voluntad de cada uno.
La fe es libre, no en el sentido de que dé lo mismo creer que no creer; sino que al no ser axiomática no se impone a la razón, sino que ésta queda en libertad para aceptarla o rechazarla a pesar de que sea razonable.
Aunque la fe sea oscura.
Ya lo dice la Biblia: La fe es garantía de lo que se espera y convicción de las realidades que no se ven.
Es oscura, porque no es evidente.
Sin embargo es cierta porque son verdades reveladas por Dios, que no puede engañarse ni engañarnos.
Y los motivos de credibilidad la hacen razonable.
38.3. «Dogma es una verdad revelada por Dios y propuesta como tal por el Magisterio de la Iglesia a los fieles con obligación de creer en ella».
«Se apoya en la autoridad de Dios, por eso tenemos obligación de creerla».
A veces la Iglesia define algunas verdades dogmas de fe.
No es que esas cosas empiecen entonces a ser verdad.
Son verdades que siempre han existido; pero que su creencia ha empezado a ser obligatoria al definirse.
La definición de una doctrina no es su invención, sino la declaración autoritativa de que ha sido revelada por Dios, es decir, que forma parte del conjunto de verdades que constituyen la Revelación cristiana.
Algunas veces la aparición de nuevos errores obliga a la Iglesia a definir y declarar más lo que siempre ha sido verdad, pero que las circunstancias del momento reclaman aclaración.
Los dogmas no son verdades que la Iglesia impone arbitrariamente.
Son iluminaciones de la verdad objetiva.
No son muros para nuestra inteligencia.
Son ventanas a la luz de la verdad.
Algunos dicen: «La vida es movimiento. Estancarse es morir. Las ideas petrificadas no hacen avanzar a la humanidad».
Esto es verdad sólo en parte.
Hay verdades definitivas -y los dogmas lo son- que cambiarlas no es avanzar sino retroceder.
Quien quiera cambiar que «la suma de los ángulos de un triángulo vale dos rectos», no avanza, sino que retrocede al error.
El norteamericano Fukuyans, de origen japonés, pretende que la Iglesia Católica renuncie a declarar que su doctrina es la verdad absoluta, y se vuelva tolerante contentándose con ser una opinión más en la sociedad, igual que las otras.
Esto es tan ridículo como pedirle a un químico que sea tolerante y acepte que el agua es NH3 en lugar de H2O; o pedirle a un matemático que sea tolerante y acepte que π es 8,2014 en lugar de 3,1416.
Hay verdades científicas que pueden ser superadas por ulteriores avances de la Ciencia, por ejemplo la naturaleza de la luz.
Pero hay otras verdades científicas que son definitivas: el agua hierve a los 100º centígrados.
Los dogmas de fe son verdades religiosas definitivas.
Herzason dice que aceptar dogmas carentes de demostración es una aberración.
Yo le preguntaría si ha exigido a su padre la prueba de paternidad.
Sólo el proponérselo sería una gran ofensa para sus padres.
Es decir, que él ha caído en su propia trampa.
Creer un dogma es fiarme del que lo dice Dios.
El contenido de los dogmas es inmutable, pero la formulación de ese contenido se puede desarrollar para acomodarse mejor al modo de hablar de los tiempos.
El Magisterio de la Iglesia puede ir mejorando el modo de expresar las verdades que creemos. Toda formulación dogmática puede ser mejorada, ampliada y profundizada.
Se pueden decir las cosas de una manera nueva sin alterar el contenido.
Pero ninguna formulación dogmática del futuro puede contradecir el sentido de anteriores formulaciones, sino solamente completar lo que ya ha sido expresado por ellas.
Otras veces un estudio cada vez más profundo nos hace progresar en nuestro conocimiento de la Revelación, y nos hace ver más claramente verdades que antes no parecían tan claras.
La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, penetra cada vez más profundamente en el contenido de la Revelación Divina, descubriendo nuevos aspectos en ella implícitos, como son los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción.
La Revelación fue un hecho histórico, y no puede crecer el número de verdades reveladas contenidas en el depósito de la Revelación que es la Sagrada Escritura y la Tradición, porque este depósito, quedó cerrado con la muerte del último Apóstol.
«Ninguna verdad puede añadirse a la fe católica que no esté contenida, explícita o implícitamente, en este depósito revelado. (...) Lo único que cabe es una mayor explicación de los dogmas, pero conservando el mismo sentido, que es definitivo e indeformable una vez definido por la Iglesia».
La Iglesia es nuestra Madre que procura nuestro bien, no sólo en esta vida, sino también en la otra.
La Iglesia es nuestra Madre, pues en su seno somos engendrados como «hijos de Dios» y Ella nos alimenta espiritualmente, y nos ayuda a crecer para que estemos maduros para el «Reino de los cielos».
La doctrina que la Iglesia enseña es santa, y haría el mundo mejor si los hombres le hiciesen caso.
Pero, desgraciadamente, son muchos -también entre los que se dan el nombre de cristianos- los que la desobedecen por seguir sus pasiones y egoísmos.
La Iglesia ilumina al mundo con la luz contenida en el mensaje de Cristo. Si hay quien rechaza esta luz, no es por culpa de la Iglesia, sino de los hombres que la rechazan. La virtud y el camino del cielo son a veces costosos a nuestra naturaleza caída en el pecado. Pero ya dijo Jesucristo que el camino del cielo no es fácil, ancho y cuesta abajo, sino que es estrecho, costoso y cuesta arriba. Lo que mucho vale, mucho cuesta.
Con todo, a pesar de los pecados de los malos cristianos, la santidad de la Iglesia y su doctrina queda en pie, porque son muchos los que por ella se han hecho santos. No son las manzanas podridas caídas del árbol, sino las que cuelgan de sus ramas, las que dicen que el árbol es bueno. La Iglesia siempre condena el pecado, aunque no pueda privar de la libertad de pecar.
Cuando la Iglesia manda o prohíbe, no pretende de ninguna manera molestarnos ni hacernos la vida menos agradable.
La Iglesia en todo busca nuestro bien, por eso prohíbe lo que nos daña, aunque nos gustaría hacerlo. Tampoco los buenos padres que educan bien a sus hijos les conceden todo lo que ellos quieren.
«Hay que obedecer las leyes de la Iglesia con toda fidelidad porque están dadas con la autoridad de Cristo, que Él comunicó a los Apóstoles»
La Iglesia Católica es la institución que más ha contribuido al progreso moral de la humanidad. Ella regeneró al individuo, libertándolo de la esclavitud; regeneró a la mujer, devolviéndole su dignidad; regeneró la familia, exigiendo para ella todos los derechos que le corresponden; regeneró la sociedad, transformando el Estado déspota y tirano en el Estado que recibe su autoridad de Dios y que sólo puede ejercerla en bien de sus súbditos.
La Iglesia Católica es Madre de la civilización occidental. Ella ha inspirado la arquitectura medieval, la pintura del Siglo de Oro, la escultura de todos los tiempos y hasta las grandes obras musicales.
Es imposible enseñar historia, arte o pensamiento prescindiendo de la Iglesia.
La Iglesia fundó los primeros hospitales, asilos y orfanatos de la Historia. Las primeras escuelas de Europa nacieron a la sombra de los conventos de religiosos, y las universidades más célebres han sido fundadas por Papas. De las cincuenta y dos universidades europeas anteriores a 1400, cuarenta fueron fundadas por los Papas. Así París, Montpellier, Oxford, Cambridge, Heidelberg, Leiptzig, Colonia, Varsovia, Cracovia, Vilna, Lovaina, Roma, Padua, Bolonia, Pisa, Ferrara, Alcalá, Salamanca, Valladolid, etc.
Europa ha llegado a lo que es por el cristianismo. Si permitimos que se descristianice, se derrumbará. Ya lo dijo Dostoieski: «El occidente ha perdido a Cristo y por eso perecerá».
«Dios no concede a nadie privilegios de validez eterna. Si un pueblo deja de cumplir su voluntad, el Señor llama a otro pueblo y le confía esa misión, dejando que el anterior baje a la tumba que él mismo se cavó».
La Iglesia Católica ha sido una gran bienhechora de la humanidad. A ella se deben multitud de bienes sociales:
La abolición de la esclavitud comienza con la carta de San Pablo a Filemón mandándole que trate a su esclavo como a un hijo. Esto era insólito en una sociedad en que un esclavo valía menos que un caballo.
La Iglesia dignificó a la mujer en un mundo en que la mujer era un objeto al servicio del hombre. El repudio era derecho exclusivo del hombre.
La Iglesia generalizó el matrimonio, pues en el Derecho Romano los esclavos no podían casarse; y tampoco era posible en matrimonio entre patricios y plebeyos.
La Iglesia ennobleció el matrimonio haciendo ilícitas todas las relaciones sexuales extramatrimoniales y haciendo de la esposa la reina del hogar, la señora, la madre, la personificación del amor y del sacrificio, la cumbre de lo que debemos amar y respetar.
La civilización cristiana es una civilización moral que funda el Derecho no sólo en los usos admitidos sino en una regla moral.
Algunos censuran las riquezas de la Iglesia.
Los enemigos de la Iglesia con frecuencia nos atacan diciendo que la Iglesia debería vender sus tesoros para ayudar a los pobres.
Esto es una falacia.
En primer lugar: ninguna institución del mundo hace más por los pobres que la Iglesia. Católica.
Según un estudio de Pedro Brunori, en el libro La Iglesia Católica de la Ed. Rialp, la Iglesia Católica tiene en el mundo ciento veintitrés mil centros asistenciales:
¡123.000!! Eso no lo tiene nadie en el mundo.
En segundo lugar: las riquezas de la Iglesia no son para que los sacerdotes se den buena vida. No conozco ningún sacerdote que se compre camisas de seda, o se haga trajes en modistos de lujo.
Las riquezas de la Iglesia son bienes culturales y artísticos.
Y pertenecen al pueblo católico. No son del Papa, ni de los obispos, ni de los sacerdotes. Y al pueblo católico le dolería ver que el Vaticano pasaba a manos de un millonario que pondría una mezquita en la Basílica Vaticana.
Es más: esos tesoros no son sólo de nuestra generación, sino de los católicos de las generaciones del pasado y del futuro.
La Iglesia no puede desprenderse de ellos en bien de nuestra generación.
Lo mismo que el presidente del gobierno de España no puede vender el Museo del Prado para remediar el paro que hoy padecemos. El Museo del Prado es propiedad de los españoles de todas las generaciones; no sólo de la nuestra. Lo mismo pasa con los tesoros de la Iglesia.
Por otra parte la Iglesia contribuye mucho a remediar las necesidades de la humanidad.
A parte de lo que hacen privadamente los católicos y las Órdenes Religiosas, el Vaticano, en 1966, dedicó setecientos millones a ayuda humanitaria.
Y en el Vaticano hay más de cien organizaciones que se dedican a repartir limosnas a los pobres de todo el mundo.
«En el último ejercicio, el Óbolo de San Pedro ha recogido 52.456.054,37 dólares. Según ha podido saber «Zenit», Juan Pablo II ha destinado 1.720.000 dólares a las poblaciones afectadas por calamidades y para proyectos de promoción cristiana; 1.313.000 dólares para las comunidades indígenas, mestizas, afroamericanas y campesinos pobres de América Latina; 1.800.000 dólares para la lucha contra la desertización y la carencia de agua en el Sahel.
«La gran mayoría de las ayudas del Papa son cantidades menos consistentes, de miles o cientos de miles de dólares, que no sólo pretenden ofrecer un remedio concreto, sino también estimular la solidaridad y caridad».
En 2007 el Vaticano dio ochenta millones de dólares en ayudas.
Y el año 1999 Caritas Internacional destinó ochenta y dos millones de dólares para auxiliar a las víctimas de sesenta y cuatro situaciones e emergencia en el mundo.
Cáritas Española invirtió en 1998 más de 19.000 millones de pesetas en la lucha contra la pobreza.
Hay quienes dividen a los católicos en «conservadores» y «progresistas».
Esta división es muy simplista.
Todos debemos ser, al mismo tiempo, conservadores y progresistas.
Debemos conservar la verdad y ser fieles a ella.
Pero también debemos progresar en la profundización de su conocimiento.
Si no conservamos bien la verdad, se corrompe; como un alimento mal conservado.
Pero también debemos avanzar en su conocimiento.
Lo funesto sería avanzar por un camino equivocado: terminaríamos en el error.
«Hoy está de moda el ser contestatario.
Sin embargo al Papa le corresponde vigilar la doctrina y la buena marcha de la Iglesia. Segunda carta a Timoteo, 4: 1-5.
Oponer nuestro criterio al Magisterio de la Iglesia, ridiculizar toda ascética de renuncias desde la mortificación voluntaria del cuerpo hasta la renuncia del propio criterio, etc., es desconocer los valores cristianos que son locura para el mundo, pero que tienen la consistencia de la sabiduría de la cruz.
No podemos olvidar que el camino de la Encarnación terminó en el Calvario. Un cristianismo sin cruz, será muy humano, pero no es el de Jesús».
«Hay muchos -incluso cristianos- que se portan como enemigos de la cruz de Cristo.
Muchos a quienes la predicación de la cruz parece una necedad.
Muchos que huyen de la cruz como el diablo; para quienes la palabra “mortificación” es ininteligible; para quienes la penitencia es algo que pertenece a lo que reputan mentalidad estrecha y un tanto supersticiosa del pasado.
Éstos, generalmente, si es que no lo han perdido, tienen considerablemente atrofiado el sentido del pecado y de la responsabilidad, y además demuestran una ignorancia del cristianismo comparable tan sólo a su propia falta de solidaridad con el que es el “primogénito de los hermanos” y cabeza del Cuerpo al que, por ser cristianos, pertenecen. (…)
Hay una relación muy precisa y directa entre la capacidad de amor y la capacidad de sufrimiento.
Quien no es capaz de sufrir, no es capaz de amar.
Si los santos han deseado ardientemente el sufrimiento es porque su amor a Cristo les llevaba a padecer con Él.
Si nosotros no lo deseamos, antes al contrario, lo rehuimos, es síntoma de que todavía nos queremos demasiado a nosotros mismos.
Acaso nos fuera muy útil examinar, de vez en cuando, el estado de nuestro amor a la cruz para poder atisbar el grado de amor de Dios que encerramos en nuestra alma».
Algunos dicen: «Cristo, sí; Iglesia, no».
Pero ya dijo San Agustín: «No puede tener a Cristo por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre».
«No se puede ser de Cristo sin serlo de la Iglesia, que es el ‘Cuerpo Místico de Cristo’ de quien Él es la cabeza».
«A Cristo nos incorporamos en y por su Iglesia; y sólo dentro de ella la vida de Cristo se hace de verdad vida nuestra».
Por eso el Concilio Vaticano II llama a la Iglesia «sacramento universal de salvación».
El Cardenal Newman que era anglicano y se convirtió al catolicismo decía: «quien rechaza a la Iglesia se equivoca»; y añade, «hace inútil para sí lo que Dios puso para bien nuestro».
La frase «fuera de la Iglesia no hay salvación» es de San Cipriano en lucha contra los movimientos de escisión que se daban en su comunidad.
Quien conociendo a la Iglesia la rechaza, compromete su salvación, dice el Concilio Vaticano II.
Hoy abunda en la Iglesia el tipo de contestatario que adopta una postura de protesta ante todo. Uno no puede evitar pensar en aquello del Evangelio: «Ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio» Mt. 7:3. ¿No sería mejor que corrigieran sus defectos antes de protestar de los ajenos?
Uno de los contestatarios más famosos de nuestro tiempo es Hans Küng.
Vittorio Messori asistió a una rueda de prensa que él ofreció para presentar uno de sus libros. Hans Küng dijo, entre otras cosas, que la Iglesia Católica debía aceptar los sacerdotes casados, las mujeres sacerdotes, los divorciados vueltos a casar, el aborto libre…
Un pastor protestante se levantó y le dijo:
- Todas esas reformas que pide Ud. a la Iglesia Católica las tenemos los protestantes desde hace mucho tiempo, y sin embargo nuestros templos están más vacíos que las iglesias católicas.
Hans Küng no le contestó.
Algunos reniegan de la Iglesia porque dicen que hay católicos malos.
Según eso tampoco pueden ser protestantes porque también los hay malos. Y, consiguientemente, ni budistas, ni españoles, ni franceses, ni siquiera hombres, porque también hay hombres malos. Absurdo.
Si la Iglesia Católica es la única en el mundo fundada por Cristo-Dios, ella será la única verdadera, aunque todos los católicos fueran malos.
Hoy es frecuente un tipo de católico «por libre» que vive al margen de la Iglesia, prescinde de la Institución, del Magisterio, etc.
Esto es tan absurdo como si uno dijera que él se siente español, pero ni saca carnet de identidad, ni está en el censo, ni el registro civil, ni nada.
Éste será un apátrida, pero no un español.
Es verdad, que lo principal es el corazón, pero hay que institucionalizar la situación.
A veces se oye decir: «Yo soy católico, pero no practico».
Esto no es coherente.
Quien pertenece a una asociación, si es coherente, cumple su reglamento.
Para ser socio de cualquier asociación hay que someterse a su reglamento.
De poco sirve afirmar que se es católico de corazón, si después las obras no son de católico.
«Católico no es una manera de llamarse, sino de ser».
Como si uno que se las da de católico, luego se casa sólo por lo civil.
Esto es un contrasentido. Por eso la Iglesia Católica a ése le prohíbe la comunión eucarística.
Toda ideología, para que sea sincera, exige un compromiso de vida.
Las afirmaciones deben estar confirmadas por las obras. Sería ridículo decir: «yo soy escritor, pero nunca he escrito ni una línea»; o «yo soy futbolista, pero jamás he dado una patada a un balón».
Una auténtica vivencia religiosa debe contener cuatro cosas:
a) un credo: sistema de verdades;
b) una ética: valores morales;
c) unos ritos: comportamientos;
d) una respuesta social: compromiso.
Son necesarias las cuatro cosas.
Quien olvida alguna de ellas tendrá una vivencia religiosa deforme.
Monseñor Elías Yanes dijo en el Sínodo celebrado en Roma en Octubre de 1994: «Algunos mantienen una actitud hacia el Magisterio de la Iglesia como si se tratase de una amenaza de la cual defenderse. Esta actitud debilita o rompe la comunión eclesial, destruye el fervor de la fe y de la caridad, y esteriliza la acción evangelizadora. El Magisterio es un don de Dios a su Iglesia que debemos recibir con gratitud y humildad. El testimonio de fidelidad al Magisterio de la Iglesia debe manifestarse con especial claridad en la catequesis, en la enseñanza de la teología, en las publicaciones y en los medios de comunicación».
«Ni ha existido ni existirá nunca otro catolicismo que el preceptuado, sostenido y defendido por La Santa Sede. El acatamiento a los mandamientos del Papa es la primera señal del católico».
Hoy se habla mucho de libertad.
Como dijo Juan Pablo II, «la libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho de hacer lo que debemos».
«La libertad está condicionada por el deber. La libertad absoluta es la absoluta anarquía».
Dice José Ortega y Gasset: «No se puede hacer sino lo que cada cual tiene que hacer».
Libertad es la facultad de poder practicar el bien sin ningún obstáculo exterior ni interior a nosotros mismos.
La facultad de poder hacer el mal, no es libertad sino depravación, libertinaje y esclavitud a las pasiones.
Dice el psicólogo Enrique Rojas: «No eres más libre cuando haces lo que te apetece, sino cuando eliges aquello que te hace más persona».
La grandeza del hombre está en poder elegir entre el bien y el mal. Pero ahí radica también su responsabilidad que le hace merecedor de premio o castigo. Dice San Pablo: «Cada cual recibirá lo que mereció durante su vida mortal, conforme a lo que hizo, bueno o malo» *Segunda Carta a los Corintios, 5:10.
El 22 de mayo de 1986 la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe del Vaticano, publicó una Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación, donde dice: «La auténtica libertad no lo es para hacer cualquier cosa, sino para hacer el bien. La Verdad y la Justicia constituyen la medida de la auténtica libertad. El hombre cayendo en la mentira y en la injusticia en lugar de realizarse se destruye (nº 26). La libertad se manifiesta como una liberación del mal moral (nº 27). El pecado del hombre es la causa radical de las tragedias que marcan la historia de la libertad (nº 37). El desconocimiento culpable de Dios desencadena las pasiones que son causa del desequilibrio y de los desórdenes que afectan la esfera familiar y social (nº 39). Las comunidades de base y otros grupos cristianos son una riqueza para la Iglesia universal, si son fieles a las enseñanzas del Magisterio, al orden jurídico y a la vida sacramental (nº 69)».
El Jefe de la Iglesia Católica es su Santidad el Papa, representante de Cristo en la tierra, que lo ha puesto al frente de su Iglesia para que la guíe y cuide de su unidad.
El Papa es el Sumo Pontífice de Roma, sucesor de San Pedro, a quien todos estamos obligados a obedecer, «no sólo en las materias que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia».
La Iglesia afirma que el Papa es el sucesor de San Pedro.
El mismo Pablo VI dijo ante millares de personas en Bombay: «¿Quién es este peregrino? El siervo y mensajero de Jesucristo, puesto por la Divina Providencia a la cabeza de su Iglesia como sucesor de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles».
Es Maestro Infalible, porque cuando habla como Jefe de la Iglesia Universal ejerciendo el supremo grado de su autoridad y define como obligatorias verdades de fe y moral, no se puede equivocar.
«Infalibilidad es la preservación del error, fruto de la asistencia divina. (...) Su fundamento es la asistencia de Dios. En Dios se encuentra toda la verdad. Y Dios no miente.» Números: 23:19. Él ha querido dar a su Iglesia este don de permanecer en la verdad.
Si el Papa pudiera equivocarse al enseñar lo que es obligatorio creer o hacer para salvarse, nos desorientaría en el camino de la salvación; y Dios, que nos manda obedecer al Papa, sería el culpable de nuestra condenación.
Esto es absurdo. Luego se comprende que el Papa tiene que ser infalible cuando señala el camino de la salvación. Esta asistencia espiritual la prometió Jesucristo cuando dijo: «Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos» Mt. 28:20. «Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» *Mt. 16:18.
«Si alguna vez la Iglesia dogmáticamente enseñara alguna herejía, (...) entonces dejaría de ser la Iglesia de Jesús y las puertas del infierno habrían prevalecido contra ella. Por eso no es posible que la Iglesia enseñe dogmas erróneos. Si lo hace, las puertas del infierno habrán prevalecido contra ella».
La infalibilidad del Papa es dogma de fe.
Dice el Concilio Vaticano I: «Definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice cuando habla ‘ex cathedra’ esto es, cuando cumpliendo su cargo de Pastor y Maestro de todos los cristianos, define con su suprema autoridad apostólica, que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia Universal... goza de aquella infalibilidad que el Redentor Divino quiso que estuviera en su Iglesia». La categoría «ex cathedra» se manifiesta con las palabras: «proclamamos y definimos que...».
La infalibilidad del Papa ha sido definida como dogma de fe en 1870. Desde entonces ha habido doce Papas (Pío IX, León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco). En todo este tiempo sólo ha sido definido como dogma la Asunción, en 1950 por Pío XII. Y esta verdad estaba en la fe de la Iglesia desde el siglo VII.
Para comprender este dogma conviene tener presente:
1) SUJETO de la infalibilidad es todo Papa legítimo, en su calidad de sucesor de Pedro, y no otras personas u organismos a quienes el Papa confiere parte de su autoridad magisterial. Ejemplo: Congregaciones Pontificias.
2) OBJETO de la infalibilidad son las verdades de fe y costumbres, reveladas o en íntima conexión con la revelación divina.
3) CONDICIÓN de la infalibilidad es que el Papa hable EX CÁTEDRA.
a) que hable como pastor y maestro de todos los fieles haciendo uso de su suprema autoridad.
b) que tenga intención de definir alguna doctrina de fe o costumbres para que sea creída por todos los fieles. Las encíclicas pontificias no son definiciones «ex cátedra».
4) RAZÓN de la infalibilidad es la asistencia sobrenatural del Espíritu Santo que preserva al supremo maestro de la Iglesia de TODO ERROR.
5) CONSECUENCIA de la infalibilidad es que la definición «ex cátedra» de los Papas sean por sí mismas irreformables, sin la intervención ulterior de ninguna autoridad.
Para salvarse es necesario creer y aceptar toda la doctrina de Jesucristo. La auténtica doctrina de Jesucristo, no otra: «Id por todo el mundo -dijo Jesús a sus Apóstoles- y predicad el Evangelio a toda criatura, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. El que creyere y se bautizare, se salvará; el que no creyere, se condenará» Mc. 16:15s. Esto supone garantía de que los que transmiten las enseñanzas de Jesucristo no se van a equivocar.
Si la Iglesia no fuera infalible, Dios obligaría a los hombres a aceptar el error bajo pena de condenación eterna. Esto es absurdo. Si Él nos obliga a creer lo que la Iglesia nos enseña es porque se compromete a que siempre enseñará la verdad: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos» Mt. 28:20.
Ahora bien, ¿qué garantías podemos tener nosotros a la distancia de veinte siglos, y a través de tantas teorías y opiniones humanas, de que la doctrina que nos enseña hoy la Iglesia es la auténtica doctrina de Jesucristo?
«¿Cómo se conservará este tesoro sin guardianes autorizados? ¿Cómo guardar incontaminada esta norma de vida, destinada a todos los pueblos y a todos los tiempos? (...) Su destino a la humanidad entera hacen indispensable la fundación de un magisterio y jerarquía en la Iglesia».
Jesucristo, fundador de la Iglesia, si quiso hacer efectivamente una Iglesia que llevase su mensaje a todos los tiempos y a todos los hombres, no tuvo más remedio que dotarla de un control adecuado, que impidiera absolutamente el que su doctrina fuera deformada a través de los siglos. Este control es una especial asistencia del Espíritu Santo con la que impide absolutamente el error en su Iglesia, en lo que se refiere a la determinación de la auténtica doctrina revelada.
Le dice Jesucristo a Pedro: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, confirma a tus hermanos» Lc. 22:32.
El Papa es infalible cuando determina o declara ex cathedra la auténtica doctrina revelada. Pero fuera de esto -por ejemplo, si predice el tiempo- el Papa se puede equivocar como otro hombre cualquiera.
Es decir, que el Papa, en su vida ordinaria, aunque sea un hombre prudentísimo y de toda confianza, no es infalible. La infalibilidad está reservada a ciertas enseñanzas hechas con una solemnidad especial, de modo definitivo, que teológicamente se llama ex cathedra, en la que expresa su voluntad de obligar a toda la Iglesia a creer la verdad por él definida.
«Esto no significa que el Papa pueda sacarse los dogmas del bolsillo; sólo puede definir aquello que se encuentra en la Sagrada Escritura o en la Tradición».
Con todo, al Papa hay que obedecerle siempre; aun en las cosas que no es infalible: lo mismo que los hijos tienen que obedecer a sus padres, aunque no sean infalibles.
El Magisterio de la Iglesia hay que aceptarlo incluso en lo no infalible, con religiosa sumisión; más que por los argumentos en que se apoya, por la autoridad que Cristo dio a su Iglesia para señalar el camino que nos lleva al Reino de los Cielos.
«Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento se debe al magisterio auténtico del Romano Pontífice, de tal manera que se reconozca con reverencia su Magisterio Supremo, aunque no hable ex cathedra; y con sinceridad se adhiera al parecer expresado por él según el deseo que haya manifestado él mismo, como puede descubrirse, ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que se repite una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas».
«Un teólogo podría discrepar y seguir investigando; pero no desacreditar públicamente a la Iglesia, sino manteniendo un silencio obsequioso».
Para atacar la infalibilidad de la Iglesia se suele aducir la condenación de Galileo.
En primer lugar, conviene tener en cuenta que todos somos hijos de nuestro tiempo: En la Edad Media se moría la gente por enfermedades de las que hoy no se muere nadie. El Derecho Romano admitía la esclavitud, y hoy se rechaza en el mundo entero. La humanidad progresa en sus conocimientos técnicos y antropológicos. Es ridículo pretender que la Iglesia de la Edad Media pensara como hoy en temas que no son dogmáticos: el geocentrismo era el modo de pensar de aquel tiempo. Con todo, conviene advertir que la condenación de Galileo fue obra de una Congregación Romana, no del Papa en definición ex cathedra, que es la única infalible. Aparte de esto, la Iglesia, en aquel momento, juzgó a Galileo como los mejores astrónomos de su tiempo. Todos los que estudian los argumentos de Galileo (1564-1642) afirman que él no probaba su hipótesis. Por eso no convenció a Tycho-Brahe (1546-1601), contemporáneo suyo, que siguió siendo geocentrista como Tolomeo, astrónomo de Alejandría, que, el siglo II después de Cristo, hizo a la Tierra el centro del universo.
«Galileo no pasó de probar la suma probabilidad del sistema de Copérnico sin conseguir demostrarlo con certeza». «Sus argumentos carecían de fuerza probativa, no ya ante la ciencia astronómica de aquel tiempo, sino ante la de hoy, mejor informada que entonces».
«El mismo Galileo reconocía la debilidad de su argumentación».
El P. Antonio Romañá, S.I., Director del Observatorio de Astrofísica del Ebro, dice: «Galileo no pasó de probar la probabilidad del sistema de Copérnico, sin conseguir demostrarlo con certeza».
Y el P. Antonio Dúe, S.I., Director del Observatorio de Cartuja: «Los argumentos de Galileo carecían de fuerza probativa».
Galileo tuvo la intuición de interpretar los textos bíblicos no literalmente como los teólogos de su tiempo, sino como hoy los interpretamos, sin saber él nada de los géneros literarios. En resumen, que como dice Walter Brand Muller: «Se dio la extraña paradoja de que los teólogos de entonces no supieron interpretar la Biblia, y Galileo, sin conocer los géneros literarios de la Biblia, como los teólogos de hoy, acertó al afirmar que el heliocentrismo era compatible con la Biblia; aunque no lo probó científicamente. Por eso su contemporáneo el astrónomo Tycho-Brahe siguió siendo geocentrista. Galileo se equivocó en el campo de la Ciencia y los eclesiásticos en el campo de la Teología».
Como científico no demostró su hipótesis, por eso no convenció a los astrónomos de su tiempo. En cambio tuvo la intuición de interpretar la Biblia mejor que los teólogos de su tiempo que no conocían los géneros literarios y él se les adelantó diciendo que la Biblia no había que entenderla siempre al pie de la letra.
Los teólogos de aquel tiempo entendían la parada del Sol por Josué como si el Sol diera vueltas alrededor de la Tierra. Y Galileo decía: «la Biblia no se equivoca, pero los que la interpretan, sí pueden equivocarse; pues la Biblia habla de las cosas tal como se ven desde aquí».
En la Carta a la gran duquesa Cristina le dice que «la Biblia no hay que entenderla en sentido literal. La Escritura enseña cómo se va al cielo, no cómo va el cielo». Es una frase de Baronio (1538-1607).
Cien años después se aportaron más y mejores pruebas, y en 1741 el Papa Benedicto XIV autorizó la publicación de las obras de Galileo en favor de la teoría heliocéntrica, que entonces estaban prohibidas.
Con todo hay que advertir que Galileo no fue condenado por su teoría heliocéntrica, pues lo mismo dijo Copérnico cien años antes y la Iglesia no se metió con él. Es más, su obra fundamental, Las órbitas de los mundos celestes, publicada en 1543, está dedicada al Papa Pablo III. Pero Copérnico presentaba sus ideas sólo como una hipótesis.
«Galileo no fue condenado por lo que decía, sino como lo decía».
Si Galileo se hubiera limitado a exponer sus ideas de modo hipotético, no absoluto, como le pedía Belarmino, no hubiera tenido problemas.
Galileo fue condenado por su insistencia en interpretar la Sagrada Escritura a su favor. Por eso le decía el santo cardenal Roberto Belarmino: «La Biblia no pretende enseñarnos cómo se mueve el cielo, sino cómo se va al cielo».
«Ante la insuficiencia de sus argumentaciones astronómicas, Galileo utilizaba también textos de la Sagrada Escritura, interpretándolos a su manera, para fundamentar su posición». Galileo «quería demostrar que no había contradicción entre las Sagradas Escrituras y sus descubrimientos». «Interpretaba a su manera la Sagrada Escritura». La Iglesia le dijo que se limitara a presentar sus ideas como una hipótesis científica, y no quiso hacer caso.
En mayo de 1615 escribe a su amigo Monseñor Piero Dini: “Se me ordena que no me meta en las Escrituras”, pero no estaba dispuesto a ello. En el juicio dijo Galileo: “el señor Cardenal Belarmino me informó que la opinión de Copérnico se podía sostener de modo hipotético, como el mismo Copérnico la había sostenido”.
Sin embargo a Galileo le hicieron abjurar de su hipótesis heliocentrista, pues la mentalidad de sus contemporáneos la consideraba herética.
El error de Galileo fue entrar en un campo que no era el suyo. Olvidaba que el tema de la interpretación de las Sagradas Escrituras era un tema reservado a los especialistas. Según el embajador de Toscana, Pedro Guicciardini, Galileo «se mostró irascible, áspero, altanero y terco. Con las intemperancias de su lenguaje y de su carácter se atrajo la enemistad de hombres eminentes, y se acarreó amarguras y sinsabores».
Aunque la condena de la Iglesia a Galileo fue disciplinar y no dogmática, hoy se piensa que fue inoportuna. El Cardenal Paupard, Presidente del Consejo Pontificio de Cultura, dijo en una entrevista que le hizo Jesús Colina, Director de ZENIT, el Boletín informativo del Vaticano en INTERNET:
«Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue condenado sólo a “formalem carcerem” –una especie de reclusión domiciliaria–, varios jueces se negaron a suscribir la sentencia, y el Papa de entonces no la firmó. Galileo pudo seguir trabajando en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad. Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente».
Dios ha confiado el conocimiento de la estructura del mundo físico a las investigaciones de los hombres. La asistencia divina en la Biblia no está para resolver problemas de orden científico.
Infalibilidad no significa impecabilidad.
El Papa -como todo hombre- puede tener sus faltas. Es más, en la Historia ha habido algunos Papas indignos, que no han sido ejemplares; aunque pocos. Habrán sido pecadores, pero siempre rectos en sus enseñanzas, pues siempre han sido infalibles. Con todo, gracias a Dios, tenemos en la Iglesia Católica un largo historial de Papas Santos. Se veneran en los altares ochenta y dos Papas santos.
Y treinta y uno murieron mártires.
«No hay tanta grandeza humana y tanta santidad en ninguna otra dinastía del mundo. ¿Qué valor le podemos dar a los que se fijan tan sólo en los tres o cuatro Papas que no hicieron honor a su puesto?
Ludovico Pastor era un pastor protestante que leyó los archivos del Vaticano para escribir la Historia de los Papas. Él escribió todo: lo bueno y lo malo. Pero lo bueno apareció tan manifiesto a sus ojos que terminó convirtiéndose al catolicismo. La verdad borró sus prejuicios».
El Papa está en lugar de Jesucristo.
Jesucristo, antes de subir al cielo, dejó a San Pedro al frente de su Iglesia, comunicándole todos los poderes necesarios para desempeñar su cometido. El Papa tiene autoridad de Cristo-Dios para interpretar la ley divina. Cristo le dijo a San Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, lo que ates o desates en la Tierra será atado o desatado en el cielo» Mt. 16:19. Esto supone poder para legislar e imponer obligaciones. Cristo le preguntó tres veces a Pedro si le amaba, antes de darle la orden de cuidar a sus ovejas, pues en el contexto judío tres afirmaciones cierran un trato. El Papa es el sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la Tierra. Por eso todos los católicos debemos obedecer al Papa en todo lo que él disponga para la buena marcha de la Iglesia. Cristo dotó a su Iglesia de todos los medios necesarios para conseguir su fin. Por eso la hizo jerárquica.
La autoridad es necesaria. «No hay agrupación humana que no necesite un ordenamiento que haga posible la vida en común. (...) Donde hay una comunidad, allí hay forzosamente una institución como medio de salvar debidamente la convivencia, y conseguir eficazmente los fines que se pretenden. Se impone la fijación de unas normas de comportamiento y el deber de sujetarse a ellas. (...) La normativa institucional es una defensa contra la anarquía». ¿Qué pasaría en Madrid o Barcelona sin normas de tráfico?
La misión de la jerarquía es garantizar la autenticidad en la fe y en la vida cristiana: «para que se crea lo que Dios quiere y como Dios quiere, y para que se administren los sacramentos que Cristo quiso y como Cristo quiso».
«Todos los grupos humanos: familias, asociaciones, pueblo o nación, necesitan una autoridad -del tipo que sea- para organizar, coordinar fuerzas, defender derechos, especialmente de los más débiles, y tomar responsablemente decisiones. Una sociedad sin autoridad acaba por disolverse. La autoridad justa y responsable es uno de los mejores servicios que se presta al pueblo. La autoridad es justa y razonable, cuando busca no los propios intereses, sino el bien de todos».
Los Obispos son los encargados de gobernar las diócesis bajo la autoridad del Papa. «Ejercitan potestad propia y son, en verdad, los jefes del pueblo que gobiernan», pues los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, y administradores de Dios. Ya en el siglo II, San Ireneo llama a los obispos sucesores de los Apóstoles: «Podemos contar con aquellos que han sido puestos por los Apóstoles como obispos y sucesores suyos hasta nuestros días».
«La primera responsabilidad de los Obispos es combatir la herejía y guardar el depósito de la fe».
«Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su Obispo en materias de fe y de costumbres cuando él las expone en nombre de Cristo».
Los Concilios Ecuménicos reúnen a todos los obispos del mundo para deliberar, bajo la dirección del Papa, sobre asuntos generales de la Iglesia. Se han celebrado XXI. El primero fue el año 325 en Nicea, y el último de 1962 a 1965 en Roma. La lista de todos los Concilios Ecuménicos de la Iglesia está en 37, 11.
Los sacerdotes se consagran a Dios para colaborar con el Papa y los Obispos en el cuidado de las almas predicando la Palabra de Dios y administrando los sacramentos.
Son también representantes de Jesucristo, por esto merecen todo nuestro respeto.
La misión del sacerdote es presidir la Asamblea Eucarística y ayudar a los Obispos a mantener la unidad en la fe y en la caridad fraterna, y conducir a los cristianos a Dios Padre.
Hay que distinguir el sacerdocio ministerial, propio de los que han recibido el sacramento del orden, que les da poder para decir misa y perdonar pecados, del sacerdocio común de los fieles, propio de todos los bautizados «cuya vida debe ser un acto cultual a Dios» y «deben dar testimonio de Cristo». Estos dos sacerdocios no sólo difieren en grado, sino esencialmente, como ha dicho el Concilio Vaticano II. Por eso hay un sacramento especial para el sacerdocio ministerial.
«La Iglesia enseña, con el Concilio Lateranense IV, que sólo el sacerdote ordenado puede consagrar».
«Hoy como ayer, la misión específica del sacerdote es la de comunicar el pan de la palabra; la de distribuir, como ministro del culto, el perdón, la gracia y la santidad. Podrán cambiar los tiempos y los métodos, según la evolución de las costumbres, pero el contenido del mensaje seguirá siendo el mismo: el apostolado será siempre la transmisión de la vida espiritual».
Jesucristo dice en el Evangelio: «No llaméis a nadie Padre» Mt. 23:9.
Pero esto se lo dice a sus discípulos, pues entre ellos todos eran hermanos. Por el contexto se refiere a que los fariseos buscaban honores. Pero esto no se opone a que llamemos “padre” a quien nos trajo al mundo y al que nos trasmite la fe; ni que llamemos “maestro” al profesor y al jefe del taller.
El pueblo es lógico que llame Padre a los sacerdotes por respeto a la persona que les transmite la doctrina y la gracia de Dios.
El mismo San Pablo que sabía muy bien cómo había que interpretar las palabras de Cristo, se hacía llamar Padre: «No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos muy queridos. Porque aunque tuvierais diez mil pedagogos en Cristo no por eso tenéis muchos padres, ya que el que os ha engendrado en Cristo por medio del Evangelio he sido yo» Primera Carta a los Corintios, 4:14s.
Él mismo llamó «hijo» a Timoteo en las dos cartas que le escribe. Segunda Carta a Timoteo, 1:2; 2:1.
Y lo mismo a Tito. Carta a Tito, 1:4.
Por lo tanto es lógico que ellos le llamaran a él «Padre». Primera carta, 2, 12 y 3, 7.
Jesús también usó la palabra «padre» en la parábola del «Hijo pródigo» Lc. 15:11-32..
Por otra parte, en el mismo sitio donde dice Jesús que no se llame a nadie «padre», también dice que no se llame a nadie «maestro» ni «consejero» y nadie toma esto al pie de la letra Mt. 23:8-10.
Para ayudar a los sacerdotes «en ministerios que aunque no sacerdotales resultan necesarios para el bien de la Iglesia», el Concilio Vaticano II ha permitido a las Conferencias Episcopales, con la aprobación del Sumo Pontífice, establecer el diaconado «para hombres de edad madura, aunque estén casados, y para jóvenes idóneos; pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato».
Estos diáconos «sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad». Diácono significa servidor, ayudante.
En 1972 la Iglesia ha permitido que cuando hay muchos fieles y pocos sacerdotes, algunas personas idóneas señaladas por el sacerdote, con permiso del Obispo, pueden ayudar a dar la Sagrada Comunión, para que este acto no se prolongue demasiado.
Estas personas también podrán llevar la comunión a los enfermos, si no hay sacerdote o diácono que lo haga.
Programa “Catecismo de la Iglesia Católica”
Para crecer en el conocimiento de la religión católica es recomendable escuchar las grabaciones del programa radial «Catecismo de la Iglesia Católica» del Monseñor José Ignacio Munilla. El mismo fue emitido por Radio María España desde el año 2005 hasta el año 2012. En dicho programa el Monseñor Munilla brinda una explicación detallada de cada punto del Catecismo para que cualquier persona lo pueda entender.
Las grabaciones se encuentran en el siguiente enlace:
Catecismo de la Iglesia Católica. Explicado
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Fuente
• Para Salvarte, Enciclopedia del Católico. Padre Jorge Loring.
• ¿Por qué la religión Católica es la verdadera? Homilías para cada Domingo.
• Catecismo de la Iglesia Católica Explicado. Monseñor José Ignacio Munilla.
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