Iniciación práctica a la vida en la Divina Voluntad
La esencia de la santidad consiste en amar a Dios, y la máxima expresión de ese amor está en uniformar nuestra voluntad a la Suya. O sea, en hacer todo, absolutamente todo unido a Dios, porque Dios quiere que lo hagamos, por amor a Él (pensar, comer, orar, caminar…, excepto los actos pecaminosos). Así de fácil. Pero esto tan fácil, ¿quién lo hace? Casi nadie. La novedad con el conocimiento de la Divina Voluntad, que en estos últimos tiempos Dios ha dado a la humanidad a través de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, está en que no sólo debemos hacer los actos de cada día porque Dios quiere sino porque Dios quiere hacerlos en nosotros, en su Divina Voluntad. Lo debemos invitar a que venga a vivir la santidad de su Humanidad en nosotros, en lugar nuestro, en cada uno de nuestros actos, con toda la potencia de su Divinidad, es decir, en su Divina Voluntad. Esto tan sencillo tiene un valor inmenso, pues al invitarlo a venir reconocemos su primacía, su majestad y nuestra dependencia de Él, y al darle el consentimiento para que obre libremente en nosotros, los actos adquieren valor infinito, santo, puro, perfecto, divino, y el hecho de que los hace en nosotros, el mérito es nuestro. Además, al ser actos hechos por Dios mismo, en su Santa Voluntad, se multiplican en los actos de todas las criaturas de todos los tiempos (del pasado, presente y futuro), y Dios recibe la gloria como si toda la humanidad hubiera realizado esos actos perfecta y santamente, y todos y todo (la humanidad y la creación) reciben las gracias, la luz, los bienes que corresponde a esos actos divinos. ¡Fuego de amor para purificar la tierra, nueva Pentecostés que se pone en marcha con los actos vividos en la Voluntad de Dios! ¡Qué decir de los actos santos y continuos de miles de seres humanos, hechos todos en la Divina Voluntad! Aquí está la clave: Actos vividos en la Divina Voluntad. ¿Qué quiere decir esto? Es necesario entender muy bien este concepto:
La Voluntad de Dios no es sólo lo que Dios quiere y manda que hagamos, sino que es la fuente y centro de la vida divina. Es la realidad donde está contenido todo el Ser de Dios, la vida inefable de la Santísima Trinidad, y de donde surgen todas sus obras de amor eterno. Es la acción operante de la Divinidad, cuyo eje central es la Santa Humanidad de Jesús, y que ahora nos es participada como Don, para que vivamos plenamente la vocación de hijos de Dios. Vivir en la Divina Voluntad o invitar la Divina Voluntad a hacer cada uno de nuestros actos es, pues, darle a Dios la posesión total de nuestro ser y es poseer enteramente a Dios; es darle el dominio, la parte operante, el primer lugar en nuestra existencia y, a su vez, entrar a participar activamente en la vida divina, en cuanto a criatura es posible, lo que nos lleva de regreso al orden, al puesto y a la finalidad para los cuales fuimos creados por Dios.
Llamando, pues, a Jesús a realizar nuestros actos en su Divina Voluntad le damos el espacio en el alma para que Él venga a ser centro de nuestras vidas, le damos el total control de nuestra existencia y quitamos las barreras para que su amor circule libremente. Y Él nos hace vivir en la vida íntima de la Divinidad, que nos tiene preparada como herencia desde el principio del mundo. Nos da la capacidad de recibir todo su amor y de corresponderle con amor perfecto, digno de Dios. En definitiva: Recibimos todo Dios y damos Dios a Dios, como era el proyecto inicial en la creación del hombre. Esto traerá como consecuencia la realización de la Voluntad de Dios “en la tierra como en el cielo”, en la plena glorificación de su Nombre y en el establecimiento del Reino de Dios en los corazones, que tendrá su manifestación en “cielo nuevo y tierra nueva” (Ap. 21,1) donde “Dios será todo en todos” (1ª Cor. 15,28). Llega entonces a su finalidad la obra de la Creación, a su cumplimiento los frutos de la Redención y a su plenitud la obra de la Santificación. “Finalmente reinará mi Corazón Inmaculado”, dijo María Santísima en Fátima, “triunfo que se dará con el cumplimento perfecto de la Voluntad de Dios en la todos los corazones”.
Esto se realiza hoy en quien se disponga a hacer lo más fácil del mundo: Donarse a Dios acto por acto, es decir, darle la propia voluntad humana como ofrenda de amor y tomar la Voluntad Divina como vida. ¿En qué forma empiezo a practicar esta donación? Así:
Al despertarme en la mañana invito a Jesús a vivir en mí todos los actos de la jornada:
“¡Dios es todo, Sin Dios nada soy! ¡Padre Te amo! ¡Ven Divina Voluntad a vivir en mí!
¡Padre, Te amo! Ven, Divina Voluntad, A mirar en mis ojos!… A hablar en mi boca… A escuchar en mis oídos… A palpitar en mi corazón… A respirar en mi respiro… A circular en mi sangre… A caminar en mis pasos… A obrar en mis manos… A moverte en mi movimiento… A decidir en mi voluntad… A pensar en mi mente… A recordar en mi memoria… A pronunciar en mí tu “Sí”… A amar en mi corazón… A ofrecer en mi ofrecimiento… A orar en mi orar… A sufrir en mi sufrimiento… A hacer vida operante en mi alma… etc.”
(En los puntos suspensivos decimos: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad,…!” ; y se pueden añadir más actos: amar, agradecer, adorar, trabajar, comer, viajar, etc.).
Luego, durante el día y cada vez que nos acordemos, debemos invitar a Jesús a que venga a hacer el acto que estemos haciendo en el momento, así:
Si me estoy bañando: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a bañarte en mí!”;
si estoy caminando: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a caminar en mí!”;
si voy a hablar con alguien: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a hablar en mí!”;
si voy a leer: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a leer en mí!”;
si voy a dormir: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a dormir en mí!”;;
si voy a orar: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a orar en mí!”
si voy a amar a Dios: “¡Padre, Te amo! ¡Ven, Divina Voluntad, a amar en mí! ¡Jesús, Te amo con tu Divina Voluntad!”
(“¡Jesús, Te amo con tu Divina Voluntad!”, quiere decir que dejo mi amor humano, pequeño, finito y amo a Jesús con su mismo amor divino, amor eterno, amor que lo ama en nombre de todas las criaturas).
Así, de esta manera uno se acordará de llamar a Jesús cada vez en más actos, hasta que se convierta en algo connatural y continuo, como era para Adán y Eva antes de pecar. Lo importante es la intención con que lo hagamos, y las intenciones son eficaces entre más unidas estén a la Voluntad de Dios, o sea entre más obremos como Dios quiere, en la forma que se explica aquí. En efecto, este ejercicio de amor adquiere valor infinito si se hace con la certeza de que Jesús viene a obrar en cada acto, de que Él es el autor y dador de vida hasta de un parpadeo, de que en cada acto estoy recibiendo amor divino, de que en cada acto le estoy correspondiendo a Dios con su mismo amor divino, para darle gloria y reparación completas y para impetrar la salvación de las almas.
Este modo de convertir cada instante de vida en oración que parece tan trivial, en realidad va realizando la transformación de nuestro ser en Cristo. Efectivamente, vamos dándole el primer puesto en nuestra existencia momento a momento a fin de que Él sea el protagonista absoluto. Disminuimos para que Él crezca. Se va haciendo claro el conocimiento de nosotros mismos, de nuestra nada, en el reconocimiento de la soberanía de Dios, quien es Todo para el hombre. Empezamos a vivir el abandono, el seguimiento activo de Jesús para que nos haga “otro Cristo”, a su imagen y semejanza, “porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” (San Atanasio). “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros” (Catecismo 521). Dando estos primeros pasos con mucho amor, pronunciamos el “Sí”, el “Fiat” con el que empezaremos a dar vía libre a que Jesús venga en su gloria a traernos su Reino de justicia y paz.
Esta es una síntesis de la práctica inicial básica de lo que en 36 libros escritos durante 40 años quiso darnos a conocer Jesús por medio de Luisa Piccarreta. Hay, por tanto, muchas otras cosas para aprender, pero quien no pueda darse a la tarea de leer todo, sólo que entienda y viva esta esencia, empieza a vivir la plenitud de la santidad. Un solo acto vivido en la Divina Voluntad, dice Jesús, vale más que todo el bien hecho por toda la humanidad durante toda la historia. He aquí un ejemplo para concluir: Rezar el Santo Rosario da un mérito grande pero limitado por ser hecho por seres limitados como nosotros, y su valor depende en buena medida de nosotros mismos, de las disposiciones, del fervor, de la atención de quien reza; en cambio, el mismo Rosario, hecho en la Divina Voluntad es hecho por Jesús mismo en quien reza, adquiriendo los méritos de Dios, méritos infinitos, divinos, que, para mejor ilustrar, digamos que es como si hubiera rezado no uno sino millones y millones de Rosarios santamente, que dan, por consiguiente, gloria grandísima a Dios y a su Madre purísima y gracias innumerables a todos los seres humanos. Así sucede con cada acto hecho en la Voluntad de Dios: con una sonrisa, con una mirada, con un pensamiento, con el trabajo, con un Gloria al Padre, con una Santa Misa.
Vivir en la Divina Voluntad “es la santidad aún no conocida, que haré conocer, que pondrá el último adorno, el más bello y el más refulgente de todas las demás santidades, y será corona y cumplimiento de todas ellas”. (Jesucristo a Luisa Piccarreta el 8 de abril de 1918 – Volumen 12).
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“Hija mía, ¿quieres una similitud de los actos hechos en mi Voluntad? Mira hacia lo alto y ahí encontrarás el sol, un círculo de luz que tiene sus límites, su forma, pero la luz que sale de este sol, de dentro de los límites de su redondez llena la tierra, se extiende dondequiera, no en forma redonda sino donde encuentra tierra, montes, mares para iluminar y para revestir con su calor; tanto, que el sol con la majestad de su luz, con el benéfico influjo de su calor y con investir a todos, se vuelve el rey de todos los planetas y tiene la supremacía sobre todas las cosas creadas. Ahora, así son los actos hechos en mi Voluntad, y aún más: La criatura al obrar, su acto es pequeño, limitado, pero conforme entra en mi Voluntad se hace inmenso, cubre a todos, da luz y calor a todos, reina sobre todos, adquiere la supremacía sobre todos los demás actos de las criaturas, tiene derecho sobre todos; así que impera, comanda, conquista, no obstante su acto es pequeño, pero con hacerlo en mi Voluntad ha sufrido una transformación increíble, que ni al ángel le es dado comprenderlo, sólo Yo puedo medir el justo valor de estos actos hechos en mi Voluntad, son el triunfo de mi gloria, el desahogo de mi Amor, el cumplimiento de mi Redención, y me siento como compensado de la misma Creación. Por eso, siempre adelante en mi Voluntad.” (Jesucristo a Luisa Piccarreta el 12 de diciembre de 1917 – Volumen 12).
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“Te quiero toda unida y abrazada Conmigo, y esto no creas que lo debes hacer sólo cuando sufres o rezas, sino siempre, siempre: Si te mueves, si respiras, si trabajas, si comes, si duermes, todo, todo lo debes hacer como si lo hicieras en mi Humanidad y saliera de Mí tu obrar, de modo que no deberías ser tú otra cosa que la cáscara, y rota la cáscara de tu obra se debería encontrar el fruto de la obra divina, y esto debes hacerlo en favor de toda la humanidad, de modo que mi Humanidad se debe encontrar como viviente en medio de las criaturas, porque haciendo tú todo, aún las acciones más indiferentes con esta intención de recibir de Mí la vida, tu acción adquiere el mérito de mi Humanidad; porque siendo Yo Hombre y Dios, en mi respiro contenía los respiros de todos, los movimientos, las acciones, los pensamientos, todo contenía en Mí, así que los santificaba, los divinizaba, los reparaba. Por eso, haciendo todo con la intención de recibir de Mí tu obrar, también tú vendrás a abrazar y a contener a todas las criaturas en ti y tu obrar se difundirá para bien de todos; así que aunque los demás no me den nada, Yo tomaré todo de ti.” (Jesucristo a Luisa Piccarreta el 28 de noviembre de 1906 – Volumen 7).
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Después, habiendo recibido la comunión estaba diciendo a Jesús: “Te amo”. Y Él me ha dicho: “Hija mía, ¿quieres amarme en verdad? Di: “Jesús, te amo con tu Voluntad”. Y como mi Voluntad llena Cielo y tierra, tu amor me circundará por doquier, y tu te amo se repercutirá arriba en los Cielos y hasta en lo profundo de los abismos; así si quieres decir te adoro, te bendigo, te alabo, lo dirás unida con mi Voluntad, y llenarás Cielos y tierra de adoraciones, de bendiciones, de alabanzas, de agradecimientos. En mi Voluntad las cosas son simples, fáciles e inmensas. (Jesucristo a Luisa Piccarreta el 2 de octubre de 1913 – Volumen 11).
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“Hija mía, reza, pero reza como rezo Yo, es decir, vuélcate toda en mi Voluntad, y en Ella encontrarás a Dios y a todas las criaturas, y haciendo tuyas todas las cosas de las criaturas, las darás a Dios como si fuera una sola criatura, porque el Querer Divino es el dueño de todas, y pondrás a los pies de la Divinidad los actos buenos para darle honor, y los malos para repararlos con la santidad, potencia e inmensidad de la Divina Voluntad a la que nada escapa. (Jesucristo a Luisa Piccarreta el 3 de mayo de 1916 – Volumen 11).
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Fuente
• Iniciación práctica a la vida en la Divina Voluntad. Jaime hdv. Preghiere a Gesù e Maria. La obra de la Divina Voluntad en español.
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