San Aníbal María Di Francia, presbítero y fundador (1851-1927)
Aníbal María Di Francia nació en Messina el 5 de julio de 1851 de la noble señora Anna Toscano y del caballero Francisco, marqués de Santa Caterina dello Ionio, Vicecónsul Pontificio y Capitán Honorario de la Marina. Tercero de cuatro hijos, Aníbal quedó huérfano, tan sólo a los quince meses por la muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundió en su ánimo la particular ternura y el especial amor a los huérfanos, que caracterizó su vida y su sistema educativo.
Desarrolló un grande amor hacia la Eucaristía, tanto que recibió el permiso, excepcional para aquellos tiempos, de acercarse cotidianamente a la Santa Comunión. Jovencísimo, delante del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo que se puede definir «inteligencia del Rogate»: es decir, descubrió la necesidad de la oración por las vocaciones, que, más tarde, encontró expresada en el versículo del Evangelio: «La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues al dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38; Lc 10, 2). Estas palabras del Evangelio constituyeron la intuición fundamental a la que dedicó toda su existencia.
De ingenio alegre y de notables capacidades literarias, apenas sintió la llamada del Señor, respondió generosamente, adaptando estos talentos a su ministerio. Terminados los estudios, el 16 de marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un encuentro «providencial» con un mendigo casi ciego lo puso en contacto con la triste realidad social y moral del barrio periférico más pobre de Messina, las llamadas Casas de Avignone y le abrió el camino de aquel ilimitado amor hacia los pobres y los huérfanos, que llegará a ser una característica fundamental de su vida.
Con el consentimiento de su Obispo, fue a habitar en aquel «gueto» y se comprometió con todas sus fuerzas en la redención de aquellos infelices, que, se presentaban, ante su vista, según la imagen evangélica, como «ovejas sin pastor». Fue una experiencia marcada por fuertes incomprensiones, dificultades y hostilidades de todo tipo, que él superó con grande fe, viendo en los humildes y marginados al mismo Jesucristo y realizando lo que definía: «Espíritu de doble caridad: la evangelización y la ayuda a los pobres».
En 1882 dio inicio a sus orfanatos, que fueron llamados antonianos porque puestos bajo la protección de San Antonio de Padua. Su preocupación no sólo fue la de dar pan y trabajo, sino y, sobre todo, la de educar de forma integral a la persona teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso, ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de familia, que favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el proyecto de Dios. Hubiera querido abrazar a los huérfanos y a los pobres de todo el mundo con espíritu misionero. Pero, ¿cómo hacerlo? La palabra del Rogate le abría esta posibilidad. Por eso escribió: «¿Qué son estos pocos huérfanos que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan frente a millones que se pierden y están abandonados como rebaño sin pastor?... Buscaba un camino de salida y lo encontré amplio, inmenso en aquellas adorables palabras de nuestro Señor Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareció haber hallado el secreto de todas las obras buenas y de la salvación de todas las almas».
Aníbal había intuido que el Rogate no era una simple recomendación del Señor, sino un mandado explícito y un «remedio inefable». Motivo por el cual su carisma es de valorar como el principio animador de una fundación providencial en la Iglesia. Otro aspecto importante para hacer resaltar es que él precede a los tiempos en el considerar vocaciones también aquellas de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta buenos gobernantes.
Para realizar en la Iglesia y en el mundo sus ideales apostólicos, fundó dos nuevas familias religiosas: en 1887 la Congregación de las Hijas del Divino Celo y diez años después la Congregación de los Rogacionistas. Quiso que los miembros de los dos Institutos, aprobados canónicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió en una súplica del 1909 a S. Pío X: «Me he dedicado desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del Evangelio: Rogate ergo. En mis mínimos Institutos de beneficencia se eleva una oración incesante, cotidiana de los huérfanos, de los pobres, de los sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la que se suplican a los Corazones Santísimos de Jesús y María, al Patriarca S. José y a los Santos Apóstoles para que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes elegidos y santos, de obreros evangélicos de la mística mies de las almas».
Para difundir la oración por las vocaciones promovió numerosas iniciativas, tuvo contactos epistolares y personales con los Sumos Pontífices de su tiempo; instituyó la Sagrada Alianza para el clero y la Pía Unión de la Rogación Evangélica para todos los fieles. Creó el periódico con el significativo título «Dios y el Prójimo» para implicar a los fieles a vivir los mismos ideales.
«Es toda la Iglesia (escribe él) que oficialmente tiene que rezar por este fin, ya que la misión de la oración para obtener buenos obreros es tal que ha de interesar vivamente a cada fiel, a todo cristiano, que le preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a los obispos, los pastores del místico rebaño, a los cuales fueron confiadas las almas y que son los apóstoles vivientes de Jesucristo». La anual Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por Pablo VI en 1964, puede considerarse la respuesta de la Iglesia a esta intuición suya.
Grande fue el amor que tuvo por el sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los sacerdotes numerosos y santos es posible salvar a la humanidad. Se comprometió fuertemente en la formación espiritual de los seminaristas, que el arzobispo de Messina confió a sus cuidados. A menudo repetía que sin una sólida formación espiritual, sin oración, «todos los esfuerzos de los obispos y de los rectores de los seminarios se reducen generalmente a una cultura artificial de sacerdotes...». Fue él mismo, el primero, en ser buen obrero del Evangelio y sacerdote según el corazón de Dios. Su caridad, definida «sin cálculos y sin límites», se manifestó con connotaciones particulares también hacia los sacerdotes en dificultad y las monjas de clausura.
Ya durante su existencia terrenal fue acompañado por una clara y genuina fama de santidad, difundida a todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio de 1927 falleció en Messina, confortado por la presencia de María Santísima, que tanto había amado durante su vida terrenal, la gente decía: «Vamos a ver el santo que duerme». Los funerales fueron una verdadera y propia apoteosis, que los periódicos de la época puntualmente registraron con artículos y con fotografías. Las autoridades fueron solícitas en otorgar el permiso de enterrarlo en el Templo de la Rogación Evangélica, que él mismo había querido y que está dedicado precisamente al «divino mandato»: «Rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies».
Las Congregaciones religiosas fundadas por el Padre Aníbal están hoy presentes en los cinco Continentes comprometidas, según los ideales del Fundador, en la difusión de la oración por las vocaciones a través de centros vocacionales y editoriales y en la actividad de los institutos educativos asistenciales a favor de niños y muchachos necesitados y de sordomudos, centros nutricionales y de salud; casas para ancianos y para madres solteras; escuelas, centros de formación profesional, etc.
La santidad y la misión de Padre Aníbal, declarado «insigne apóstol de la oración por las vocaciones», son hoy profundamente apreciadas por quienes se han compenetrado de las necesidades vocacionales de la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II, el 7 de octubre de 1990 proclamó al Di Francia Beato y al día siguiente lo definió: «Auténtico precursor y celoso maestro de la moderna pastoral vocacional». El mismo Papa lo canonizó el 16 de mayo de 2004.
Su fiesta fue fijada para el 1 de junio. Es considerado en la Iglesia católica como apóstol de la oración por las vocaciones.
Cabe señalar que San Aníbal María di Francia fue confesor de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta y escribió de ella lo siguiente: “Nuestro Señor, que de siglo en siglo aumenta cada vez más las maravillas de su Amor, parece que de esta virgen, que Él llama la más pequeña que haya encontrado en la tierra, desprovista de toda instrucción, haya querido formar un instrumento idóneo para una misión tan sublime, que ninguna otra se le puede comparar, es decir el triunfo de la Divina Voluntad en el mundo entero, conforme a lo que decimos en el Padrenuestro: Fiat Voluntas tua, sicut in cœlo et in terra (Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo)”.
San Aníbal María di Francia y la Sierva de Dios Luisa Piccarreta
El 6 de Noviembre de 1926, Jesús dijo a la Sierva de Dios Luisa Piccarreta:
“Cuando todo lo haya completado confiaré a mis ministros mi Reino, a fin de que como segundos apóstoles del Reino de mi Voluntad hagan de anunciadores. ¿Crees tú que sea casualidad la venida del Padre Di Francia, que muestra tanto interés y que ha tomado en serio la publicación de lo que se refiere a mi Voluntad? No, no, lo he dispuesto yo, es un acto providencial de la Suprema Voluntad que lo quiere como primer apóstol del Fiat Divino y anunciador de él, y como es fundador de una obra es más fácil que se acerque a obispos, sacerdotes y personas, y también en su mismo instituto para anunciar el Reino de mi Voluntad, y por eso lo asisto tanto y le doy luz especial, porque para entender mi Voluntad se necesitan gracias grandes y no pequeñas luces, sino un sol, para comprender una Voluntad Divina, Santa y Eterna, y gran disposición por parte de a quien le viene confiado este oficio.”
Las enseñanzas que Nuestro Señor le dio a la Sierva de Dios Luisa Piccarreta sobre la Divina Voluntad, hicieron que en el Padre Aníbal su espiritualidad fuera asumiendo una nueva característica, que llegó a transformar toda su vida interior, por lo que bien podemos decir que fue uno de los primeros Hijos de la Divina Voluntad y por lo tanto uno de los primeros apóstoles de la Divina Voluntad.
El Padre Aníbal conoció a Luisa por el año de 1910, y por 17 años esta amistad espiritual se fue intensificando siempre más, como veremos, hasta el día de su fallecimiento el 1 de junio de 1927.
Se le encontraba muy frecuentemente en casa de Luisa, de quien era confesor extraordinario, y en sus últimos años, fue designado por el Arzobispo de Trani director en todo lo que se refería a sus escritos, en vista a su publicación, y por tanto fue nominado Censor Eclesiástico de la Arquidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie.
Así mismo fue el primero que dio inicio a la publicación de los escritos de Luisa, siendo el primero de estos el libro de «Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo», escrito por Luisa hacía los años de 1913-1914, y del cual el Santo Aníbal hizo cuatro ediciones (1915, 1916, 1917, 1921) todas con el Nihil Obstat y el Imprimátur.
Entre los testimonios que conservamos de su relación con Luisa se encuentran sobre todo varias cartas escritas por san Aníbal a Luisa durante los dos últimos años de su vida (1925-1927), de donde tomaremos algunos párrafos para mostrarles cómo la Divina Voluntad se fue haciendo camino en su alma.
En todas sus cartas el Padre Aníbal refleja claramente cómo la Divina Voluntad pasó a ser el centro de su vida, de su espiritualidad y su única razón de existir; he aquí algunos párrafos que lo evidencian:
«Actualmente en mi meditación de la mañana—escribe—, además de las “Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, leo con mucha calma y reflexión dos o tres capítulos de sus escritos sobre la Divina Voluntad y las impresiones que recibo son íntimas y profundas. Yo veo en ellos una ciencia sublime y divina, aunque aún no la he podido penetrar totalmente por mi falta de inteligencia. Son escritos que es necesario que ya se den a conocer al mundo. Creo que harán muchísimo bien. Por cuanto sublime es esta ciencia de la Divina Voluntad, tanto más estos escritos dictados por el cielo, presentan más clara y pura esta doctrina. Y según mi parecer ninguna inteligencia humana habría podido formularlos».
«Sigo leyendo sus escritos: son siempre revelaciones sublimes, comparaciones dignas del Divino Creador; como por ejemplo la del latido del corazón comparado al acto único del Fiat Divino».
Y cuando decimos que la Divina Voluntad llegó a polarizar del todo su espiritualidad y toda su vida tanto interna como externa, no es que sea nuestro modo de ver sino que son palabras suyas. Y esto podemos verlo en el siguiente párrafo, de donde también se puede deducir claramente hasta donde quiere llegar la Divina Voluntad en las almas en las cuales quiere reinar:
«Sepa que yo ya no me ocupo casi para nada de mis institutos desde que me he dedicado totalmente a la grande obra de la Divina Voluntad. Hablo de ella con personas espirituales, me entretengo sobre este asunto con quien mejor puedo, hago la mayor propaganda que puedo, incluso en mis institutos…»
El Padre Aníbal, conforme iba penetrando en la espiritualidad de Luisa, se iba dando cuenta de la necesidad de dar a conocer al mundo todos los escritos que Nuestro Señor le había hecho escribir a Luisa sobre la Divina Voluntad, para que el Reino de Dios apresurara su venida sobre la tierra y que la Divina Voluntad se hiciera como en el cielo así en la tierra; por lo que la Divina Providencia quiso que fuera nombrado no solamente director espiritual en todo lo referente a los escritos de Luisa y a su publicación, sino también Censor Eclesiástico de éstos:
«Su Excelencia Mons. Arzobispo me ha dado autoridad sobre ud. en lo que respecta a sus escritos y a su publicación, es decir, de dirigirla a ud. y de ocuparme de la publicación de sus escritos. "Pues lo creo justo" me dijo el señor Arzobispo.
Estas facultades abrazan todo lo que ha escrito ud. hasta ahora y lo que escribirá en el futuro.
El Señor Arzobispo se ha complacido en poner en mí tanta confianza para este trabajo —habiéndolo así dispuesto Jesús bendito—, que me nombró Revisor Eclesiástico para las publicaciones de sus tres Diócesis, y llegó hasta comprometerse a poner con su autoridad el Imprimátur a mi Nihil Obstat.
Por todo esto puede ud. concluir muy bien que todo ha sido Voluntad de Dios, y que ud. en todo lo que respecta a sus escritos, sean presentes que futuros, está perfectamente bajo mi exclusiva obediencia.»
Y así dándose cuenta de toda la importancia de dichos escritos del cielo, le impone a Luisa una dura obediencia que ya hasta aquel entonces Luisa había cumplido fielmente por orden de sus confesores, pero que desde ahora se haría más dura para ella:
«Desde hace algunos días leyendo sus escritos me llamaba la atención la notable distancia que pasaba entre un capítulo y otro. A veces ud. pasa 10 o 15 días sin escribir. Y me preguntaba: ¿pero es posible que en estos grandes intervalos no haya pasado nada entre el alma y Jesús? ¿Es que cesan por tanto tiempo las comunicaciones? ¿Que no hay nada que referir en esos períodos? ¡Quién sabe cuántas cosas calla el alma!
Y mientras estaba pensando esto, me sucede que me encuentro en el capítulo del 4 de Mayo de 1906 del volumen VII y leo estas palabras que Jesús le dice:
“Hija mía, quiero que seas más precisa, más exacta, que manifiestes todo cuando escribes, porque muchas cosas las sobrepasas, a ti te sirven aunque no las escribes, pero muchas cosas que tú descuidas deberán servirles a los demás.”»
«Así pues —escribe el Padre—, en vista de la Divina Voluntad que aquí se manifiesta y que tantas veces se ha manifestado de igual modo, yo, a nombre de Jesús y por la autoridad que me ha sido conferida por vuestro superior eclesiástico, le doy la absoluta y enérgica obediencia de que día por día, noche por noche, vez por vez, escriba con precisión totalmente todo lo que sucede entre ud. y Jesús, aunque sean las cosas más íntimas. Fíjese bien que no sólo las palabras que Jesús le dice debe escribir exactamente, sino que también las luces infusas, incluso lo que le hace comprender sin hablarle...»
«Quiero decirle para tranquilizar su conciencia, que la obediencia de escribir todo no es bajo pecado grave, sino sólo para complacer mayormente a Jesús adorable y para su mayor gloria, para su santificación y para el bien de las almas. Pero cuando descuide totalmente de escribir, la culpa será grave».
En vista de esta nueva obediencia, si hasta entonces ya Luisa escribía tantísimo, de ahora en adelante sus escritos se multiplicarán mayormente, pues con toda fidelidad Luisa nunca descuidó esta obediencia; aunque en muchas ocasiones le costó tanto, sobre todo por tener que escribir cosas muy íntimas de sí misma, como varias veces se lee en sus escritos. Escribe el Padre:
«La señora obediencia le impone a ud. que escriba todo, todo cuanto el Señor le revela, nada se le debe escapar. Es palabra de la sabiduría increada y una sola palabra vale más que todo el universo. Así pues, no le es lícito descuidar ni siquiera una sola sílaba. Si no es ud. exacta en esta obediencia haré que le sea dada mayor autorización de parte de su Arzobispo».
Siendo ya Censor Eclesiástico de la Arquidiócesis de Trani, escribe el Santo:
«Ayer viernes primero del mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, le doy la noticia de que le presenté a Nuestro Señor el Volumen 3 que terminé de revisar totalmente. Después entré a la sacristía y lo firmé con mi “Nihil Obstat” con la autoridad que me ha dado el Señor Arzobispo de Trani, nombrándome Censor Eclesiástico de sus tres diócesis.
De este modo se abre la autorización para publicar al mundo entero estos libros dictados por Nuestro Señor sobre la Divina Voluntad. Una vez que termine de revisar los demás volúmenes que no he leído les pondré mi “Nihil Obstat” y se los presentaré al Señor Arzobispo, para que, como me lo prometió, les ponga su “Imprimátur” a cada uno, como también a los que ya había yo revisado y que ud. los tiene. De este modo todo estará listo para el futuro, quien sabe de quien se quiera servir Nuestro Señor.
¿Se da ud. cuenta cómo aparece bien delineado el plan del cielo con la aprobación eclesiástica de estos escritos? ¿Quién puede ponerle resistencia al Querer Divino?»
«El Señor Arzobispo les ha puesto ya su “Imprimatur” a otros 7 volúmenes de sus escritos; yo en tanto estoy terminando el volumen 2, el 6 y el 5. Verdaderamente el Señor la ha conducido a ud. con inmensa bondad y caridad».
«Estoy terminando el volumen 11 que está lleno de Divina Voluntad y con éste estarán listos los otros 7 volúmenes que me faltaban terminar para que el Señor Arzobispo les pusiera su Imprimátur. Apenas estén listos les pondré mi Nihil Obstat, y mandaré a un hermano laico a Trani a ver al Arzobispo, para que les ponga el Imprimátur. Así se habrá proveído este hecho importantísimo de obtener la aprobación eclesiástica para cualquier evento futuro. Será un punto superado por el cual debemos darle gracias a Nuestro Señor con inmensa gratitud.»
Pero ahora veamos cual era la intención del Padre Aníbal. Como veremos tenía en mente publicar todos los volúmenes que Luisa había escrito hasta entonces (diecinueve) y para esto puso a trabajar a sus mismos hijos de las dos congregaciones fundadas por él.
Casi inmediatamente después de haber conocido a Luisa, y mucho antes de conocer sus demás escritos, llegó a publicar uno de sus libros: "Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo" ya mencionado anteriormente.
Cuatro ediciones llegó a hacer de este libro, siempre más numerosas. Le llegaban pedidos de toda Italia y hasta de varias partes del extranjero, de 50 y hasta de 100 copias, como lo hizo “una de las más renombradas librerías editoras del Vaticano, ¿cómo lo han llegado a saber? —decía— Es el buen Dios que trabaja”.
Uno de los hechos que más recordamos fue el de aquella ocasión, lo cuentan varios testigos, en que habiéndole el Padre Aníbal, llevado el libro de las Horas de la Pasión al Santo Padre San Pío X —quien en varias ocasiones lo recibió privadamente, como también los Papas Benedicto XV y Pío XI—, mientras se lo enseñaba le leyó algunas páginas, cuando a un cierto momento el Papa lo interrumpió diciendo: “Así no, Padre; es de rodillas que se debe leer este libro, es Jesucristo quien habla.”
De este libro más tarde se hicieron otras dos ediciones en italiano, y dos más en alemán (¡de 25,000 ejemplares cada una!), y se prepararían ya las ediciones en francés, portugués, español, inglés y polaco.
Y así, cuando empezó a conocer los demás escritos de Luisa, conforme iba penetrando su espiritualidad, su profundidad, su importancia capital y la necesidad absoluta de dar a conocer al mundo entero sus volúmenes sobre la Divina Voluntad —se trataba nada menos que del Reino de Dios sobre la tierra, del reino de su Santísima Voluntad—. El mismo, entonces, se puso a la cabeza de la obra de la publicación de todos los volúmenes de Luisa y aunque la empresa era gigantesca, como lo decía él mismo, con generosidad y pleno abandono en manos de la providencia puso manos a la obra; primero revisándolos para obtener el "Nihil Obstat" y el "Imprimátur" como ya vimos y luego emprendiendo la obra de la publicación.
De los siguientes párrafos podemos concluir hasta qué punto y hasta qué grado de interés llegó el Santo. Sobra decir que sus intenciones eran verdaderamente grandes.
«La publicación de toda la obra será de 25,000 ejemplares, y puesto que la obra será bastante voluminosa por ser el Verbo Divino quien habla y es la Palabra Substancial del Padre Eterno, así podrá ud. comprender cuanto llegará a ser el gasto. Pero ciertamente no le faltan medios al gran tesorero celestial, aunque llegue a costar un millón de liras (una cantidad enorme de dinero para aquellos tiempos)».
«Este trabajo no solamente es grande por todo lo que le he dicho, sino que también tenga ud. presente que se trata de 25,000 ejemplares de toda la obra, de todos los volúmenes presentes y futuros, y por lo tanto costará millones de liras.
Le aseguro que la edición tendrá una presentación muy bonita; espero mandarle dentro de poco las primeras hojas para que las vea».
«Ayer, escribiéndoles a mis tipógrafos de Oria, habiéndome escrito ellos para decirme que para poder ir más aprisa tendrían necesidad de comprar en la fábrica nuevos caracteres tipográficos, yo les respondí que los compraran. ¡Oh, si yo me encontrara en pleno vigor como en mi juventud, volaría a Oria para dedicarme yo mismo a hacer este divino trabajo!»
Pero la rabia del demonio no podía dejar de hacerse sentir queriendo meter su pezuña para hacer todo lo posible por no dejar que se publicaran estos escritos que tanto bien harán.
Así escribía el Padre Aníbal unos meses antes de morir:
«He entrado en un estado moral y espiritual en el que me parece como que veo o siento la obra demoníaca del enemigo infernal. De noche y de día me asaltan haciéndome sentir desanimado y oprimido; siento en mí abandonos y desolaciones profundas, en fin, un estado interior tan lleno de angustia y penoso, que jamás he sentido una cosa igual.
A mi me parece que se está cumpliendo lo que ud. me escribió, es decir, que los demonios estaban llenos de rabia al verme ocupado en esta obra de la publicación de sus escritos. Y puesto que no pueden hacer nada contra mí externamente, ya que no camino por esos caminos, obran en mi interior para abatirme y hacer que mi salud ceda. En todo esto me parece ver también que Dios lo está permitiendo todo para purificar mi alma de un modo muy singular, tal vez precisamente para la gran obra de la publicación de sus escritos».
«Esta noche la he pasado malísimo física y espiritualmente; fue una hora penosísima: ¡No encontraba descanso alguno! El enemigo infernal me metía un pensamiento: “deja esta publicación; ojalá y nunca hubiera empezado”; pero yo le decía al enemigo: “¡No, no, no!” y bendecía a Jesús».
«No le digo cómo es que siento temblar al demonio; es más, a muchos demonios, por eso hago continuos exorcismos en el nombre de Jesús».
«Otra señal de que es de Dios, es la guerra tremenda que el enemigo me ha hecho para abatirme, permitiéndolo Dios, para que no iniciara mis oraciones en la Divina Voluntad».
Y en este párrafo que sigue podemos ver hasta que punto llegó el demonio para tratar de evitar que se publicaran los sublimes escritos de la Divina Voluntad:
«Le digo en el máximo secreto, que el demonio para abatirme, tomó la forma de una persona que conocemos para traerme noticias muy impresionantes y por las cuales me vinieron una especie de palpitaciones que estuvieron por matarme, pero después se descubrió el engaño.
El enemigo me sugiere: “¿No ves que esta publicación te está llevando a la tumba? ¿Porqué te metiste en esto?”»
Pero el Padre Aníbal fue siempre fiel a la Divina Voluntad y nunca desistió, su vida se había transformado; y aunque se encontraba en medio de una guerra con el demonio, él seguía perseverando, especialmente en su interior; así escribe poco antes de morir:
«Puesto que hasta ahora casi todas las noches duermo poquísimo a causa del insomnio y de aflicciones morales, opresiones, aprensiones, etc., un hermano laico, pacientísimo, ha estado velando todas las noches junto a mi cama y me reza las oraciones de la Divina Voluntad».
La estima y el aprecio que tenía de Luisa era altísimo; bien se daba cuenta de la “gran obra de la Divina Voluntad” (como él decía) que Dios estaba haciendo en Luisa para bien de toda la humanidad:
«He tenido presente que todas mis aflicciones son amor de Jesús que está obrando en mí. Sus consejos y sugerencias me llenan de consuelo, pero yo todavía soy un niño en esta grande ciencia de la Divina Voluntad. Le agradezco muchísimo el ánimo que me infunde».
«Ud. me confió una vez que Jesús en cierta ocasión le ofreció el don de hacer milagros y que ud. lo rechazó; ahora bien, pídale a Nuestro Señor con fe y amor, que al menos pueda ud. obrar el milagro de devolverme la salud. Esto se lo pido por esos 19 volúmenes que quiero publicar; ¡Oh, cómo será aniquilado el infierno!»
En fin, la obra del Padre Aníbal terminó con su muerte. No sin dejarnos otro signo profético que tomado de los escritos de Luisa quiso él haberle dado cumplimiento; aunque los planes del Señor eran otros. Pero seguramente, sabiendo él que todo era obra de Dios, ahora, desde el cielo ha de estar gozando de su realización viendo surgir en la Iglesia tantas nuevas asociaciones inspiradas en los escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta.
«En la tipografía de la casa madre de Messina (Sicilia, su ciudad natal y en donde nacieron todas sus obras), se está imprimiendo un trabajito sobre la Divina Voluntad que yo creo tendrá un gran efecto y le será muy grato a Nuestro Señor: es la Pía Unión Universal Espiritual que tendrá el título de Hijos de la Divina Voluntad. Será instituida en modo simplísimo; no se tendrán registros, reglas, ni pagos u obligaciones de conciencia. Imprimiremos con la ayuda del Señor cientos de miles de inscripciones; y si el Señor se digna devolverme la salud las traduciremos en muchos idiomas y las difundiremos en muchas naciones».
«No sé si se acuerda usted que en una ocasión vio como que de Nuestro Señor salió un quejido lleno de angustia que penetró cielos y tierra a causa de los pecados del hombre; y poco después mandó un gritó de alegría que penetró también cielos y tierra, y Jesús le dijo que él estaba tan contento porque veía aparecer en el mundo a los hijos de la Divina Voluntad».
«No teniendo esta Pía Unión ninguna regla, pueden pertenecer a ella toda clase de personas: hombres, mujeres, religiosos, laicos u obispos, etc.»...
En conclusión podemos decir que San Aníbal sembró una semilla que tomó de Luisa "La pequeña hija de la Divina Voluntad" e hizo todo lo que estaba de su parte y que entraba dentro del plan de Dios, para esparcirla por todo el mundo. Desgraciadamente en aquel entonces, después de muerto, los miembros de las dos comunidades religiosas que fundó no se tomaron ningún cuidado de continuar la obra que el mismo Padre Aníbal les encomendó que terminaran, como lo testimonia el siguiente párrafo:
«Al canónico V., un queridísimo sacerdote mío, y a mis jóvenes sacerdotes les he ido explicando cual es mi idea para la publicación de esta grande obra; y puesto que son muy inteligentes y de buen espíritu, ellos podrían ser mis sucesores en esta grande obra si el Señor me llegara a llamar; y proseguirían mi trabajo con mis mismos métodos y con el mismo sistema que yo he estado siguiendo».
No obstante, como ya dijimos, ellos no siguieron haciendo lo que les encargó.
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Claramente se ve que el Padre Aníbal debía ser como el iniciador, el pionero de la Divina Voluntad, que habría de preparar el camino para el reconocimiento de parte de la autoridad eclesiástica con el “Nihil Obstat” y el “Imprimátur” de los volúmenes y por lo tanto de todo su contenido. Es decir de todo aquello que Nuestro Señor le había comunicado a Luisa, haciéndole vivir plenamente lo que le enseñaba: el Reino de la Divina Voluntad como en el cielo así en la tierra; el gran deseo de Nuestro Señor de darles a todos sus hijos el Don más grande que existe sea en el cielo que en la tierra: el Don de la Divina Voluntad; la posibilidad de que la criatura regresara «al orden, a su puesto y a la finalidad para la que fue creada por Dios».
Por todo esto la canonización del Padre Aníbal María di Francia ha tenido un significado más que profético; es como el inicio de la manifestación gloriosa del Reino de la Divina Voluntad en un modo visible, por cuanto a criatura es posible, y evidentemente conforme a la disposición de cada uno de nosotros, de querer morir totalmente a nuestra voluntad humana para vivir siempre y solo de Voluntad Divina.
Y con toda firmeza esperamos que pronto Luisa sea glorificada también aquí en la tierra, plenamente conscientes de que la verdadera glorificación de Luisa será que la Divina Voluntad reine y domine como en su trono real en nuestras almas.
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Fuente
• Biografía de Aníbal María Di Francia (1851-1927) publicada en el sitio web de la Santa Sede: www.vatican.va
• Biografía de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta escrita por el Padre Pedro Rubio.
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