Novena completa de la Santa Navidad
De la Sierva de Dios, Luisa Piccarreta.
(Referente a esta Novena, San Aníbal María di Francia, confesor extraordinario de Luisa Piccarreta, revisor y censor de sus primeros 19 volúmenes y primer editor de algunos escritos de Luisa, escribió en una carta:
“Al leer los 9 ejercicios de la Navidad se queda uno estupefacto por el inmenso Amor y por el inmenso sufrir de Nuestro Señor Jesucristo bendito por amor nuestro, para la salud de las almas. En ningún libro he leído, al respecto, una Revelación tan conmovedora y penetrante...”)
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Luisa Piccarreta dice:
Por pura obediencia comienzo a escribir.
Tú sabes, oh Señor, el sacrificio que me cuesta hacerlo, y que me sometería a mil muertes antes que escribir una sola línea de las cosas que han pasado entre Tú y yo. ¡Oh mi Dios! Mi naturaleza se estremece, se siente aplastada y casi deshecha al sólo pensarlo. ¡Ah, dame la fuerza, oh vida de mi vida, a fin de que pueda cumplir la santa obediencia! Tú que diste la inspiración al confesor, dame la gracia de poder cumplir lo que me es mandado.
Propiamente quiero entrar en el centro, a fin de quedar toda abismada en esta luz purísima. Haz, oh Sol Divino, que esta luz me preceda delante, me siga junto, me circunde por doquier, se introduzca en los más íntimos escondites de mi interior, a fin de que consumiendo mi ser terreno, lo transformes todo en tu Ser Divino.
Virgen Santísima, Madre amable, ven en mi auxilio, obtenme de tu y mi dulce Jesús gracia y fuerza para cumplir esta obediencia.
Y ahora comienzo a la edad de diecisiete años, me preparé a la fiesta de la Santa Navidad practicando diferentes actos de virtud y mortificación, honrando especialmente los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno con nueve horas de meditación al día, referentes siempre al misterio de la Encarnación.
Primera Meditación: Jesús en el Seno del Padre.
El Decreto de la Encarnación.
Como por ejemplo, en una hora me ponía con el pensamiento en el paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad: Al Padre que mandaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía en ello. Mi mente se confundía tanto al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan igual, tan fuerte entre Ellos y hacia los hombres; y en la ingratitud de estos, especialmente la mía; que en esto me habría quedado no una hora sino todo el día, pero una voz interna me decía:
“Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi Amor”.
Para reflexionar.
En esta primera meditación lo más llamativo es el amor recíproco entre las Tres Divinas Personas, lo cual no es extraño si lo ponemos en relación a Ellos Tres, pero ahora pongamos atención en que lo mismo es hacia nosotros.
Debemos asimilar el que todo el obrar ad extra de Dios, así es, Todo, es hacia el hombre, incluso en las acciones ad intra, mucho del movimiento de amor entre Ellos está dirigido hacia nosotros, por lo que deberíamos de tener un movimiento de correspondencia continuo. Dios todo lo hace para y por nosotros, ¿y nosotros? ¿Cuánto de nuestro obrar lo dirigimos hacia Él? Esto debería de movernos a la reflexión, pero una reflexión llevada a cabo en silencio, en un acto de recogimiento y ante el Espíritu Santo, al que pediremos luz para entender lo que nos aman, y sobre todo lo que esto significa, no sólo para nosotros, sino sobre todo para la Divinidad, y así poder amarlo como quiere ser amado.
Segunda Meditación: Jesús en el seno de su Madre.
El Amor que lo reduce a la estrechez y a la inmovilidad.
Entonces mi mente se ponía en el seno materno, y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo, y ahora tan humillado, empequeñecido, restringido, que casi no podía moverse, ni siquiera respirar. La voz interior me decía:
“¿Ves cuánto te he amado? ¡Ah! dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es mío, porque así me darás más facilidad para poderme mover y respirar”.
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda suya, me desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh! Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable criatura.
Y así pasaba la segunda hora del día, y después, poco a poco el resto, que decirlo todo sería aburrir. Y esto lo hacía a veces de rodillas y cuando era impedida a hacerlo por la familia, lo hacía aun trabajando, porque la voz interna no me daba ni tregua ni paz si no hacía lo que quería, así que el trabajo no me era impedimento para hacer lo que debía hacer. Así pasé los días de la novena, cuando llegó la víspera me sentía más que nunca encendida por un insólito fervor, estaba sola en la recámara cuando se me presenta delante el niño Jesús, todo bello, sí, pero titiritando, en actitud de quererme abrazar, yo me levanté y corrí para abrazarlo, pero en el momento en que iba a estrecharlo desapareció, esto se repitió tres veces. Quedé tan conmovida y encendida de amor, que no sé explicarlo; pero después de algún tiempo no lo tomé más en cuenta, y no se lo dije a nadie, de vez en cuando caía en las acostumbradas faltas. La voz interna no me dejó nunca más, en cada cosa me reprendía, me corregía, me animaba, en una palabra, el Señor hizo conmigo como un buen padre con un hijo que tiende a desviarse, y él usa todas las diligencias, los cuidados para mantenerlo en el recto camino, de modo de formar de él su honor, su gloria, su corona. Pero, ¡oh! Señor, demasiado ingrata te he sido.
Para reflexionar.
¡Oh maravilla! El Dios infinito, inmenso, el que contiene todo, el creador de todo, ahora, por amor a su criatura queda unido, fundido en una humanidad creada, desde la cual podrá manifestarse al mundo, y llevar a cabo su doble misión. Doble por efecto del pecado original.
La primera, la más importante, el vivir en la Divina Voluntad para que, viviendo la vida de toda la familia humana, nos deje ya realizados los actos que la Divinidad decretó que viviera cada criatura, pues éstos fueron creados desde toda la eternidad. Y tratándose de actos divinos, por fuerza debían ser realizados primero por el Dios humanado, y así, viviéndolos Él, nosotros podríamos tomarlos e incorporarlos a nuestra experiencia de vida, uniéndonos de esta manera al acto único (Querer Divino) de Dios, y así que pueda desarrollar su Vida Divina en nosotros, volviendo una realidad aquellas palabras de Jesús: "Yo en ellos, Tú en Mí, para que ellos sean uno con Nosotros como Tú y Yo somos uno" Esto, lo dejó San Pedro en sus escritos, diciendo: Fuimos creados para ejercitarnos en actos buenos creados desde toda la eternidad.
Pero todo esto, como el hombre había cerrado la comunicación con su Creador por efecto de la desobediencia y la incorrespondencia, Jesús tiene que rescatar, en primer lugar, al hombre; debe pagar la pena que le correspondía por haber rechazado una Vida y Voluntad Divinas, para luego restituirlo a su finalidad primaria. Esto le ocasiona penas inauditas y en número incalculable, que tiene que empezar a pagar desde el momento mismo de su encarnación. De ahí la pena del estrechamiento en un seno materno que no le da la libertad al Ser infinito, de moverse, de respirar, pagando con esto la esclavitud voluntaria del hombre, donde la oscuridad que padece es sinónimo de la oscuridad que produce el pecado.
Doble finalidad de Jesús, ahora se convierte en dobles penas, unas para rescatarlo (redimirlo), otras para restituir al Padre lo que la criatura no quiso hacer.
Luego, la petición angustiante: “dame un lugar en tu corazón”, ya que es ahí donde Él desea habitar. Pero ¿cómo hacer para que entre en mí y se posesione de mi corazón? No es difícil, Él mismo idea la forma: La Eucaristía, se deja en ella para que lo recibamos, liberándolo y dándole posibilidad de moverse, de actuar y desarrollar todo aquello que su Padre deseó.
Prestemos atención, quiere ser liberado, quiere el indulto de su condena, y esto lo podemos hacer nosotros, y si vivimos en la Divina Voluntad, entonces ya no tendrá que dejarnos al consumirse las especies, pues se encontrará a Sí mismo en nosotros, quedándose por siempre.
Tercera Meditación: El Amor Devorador.
Una voz interior me decía:
“Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira dentro de él a mi pequeña Humanidad, mi Amor me devoraba, los incendios, los océanos, los mares inmensos del Amor de mi Divinidad me inundaban, me incineraban, levantaban tan alto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier, a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre y mi pequeña Humanidad era devorada en medio de tantas llamas, ¿pero sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi Eterno Amor? ¡Ah, a las almas! Y sólo estuve contento cuando las devoré todas, quedando todas concebidas Conmigo, era Dios, debía obrar como Dios, debía tomarlas a todas; mi Amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna. Ah hija mía, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi Humanidad recién concebida y en Ella encontrarás a tu alma concebida Conmigo, y también las llamas de mi Amor que te devoraron. ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!”.
Yo me perdía en medio a tanto amor, no sabía salir de ahí, pero una voz me llamaba fuerte diciéndome:
“Hija mía, esto es nada aún, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi amada Mamá a fin de que te tenga estrechada sobre su seno materno, y tú da otra mirada a mi pequeña Humanidad concebida y mira el cuarto exceso de mi Amor”.
Para reflexionar.
¿Sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi eterno Amor? ¡Ah, a las almas! Y sólo estuve contento cuando las devoré todas, quedando todas concebidas conmigo.
En todas las meditaciones de esta novena se hace insistencia en los padecimientos de Jesús. Pero hoy quiero dejarlos de lado, no por considerarlos mínimos o no darles importancia, sino que quiero regocijarme con esta gran verdad y sus consecuencias:
Gracias al amor de Jesús quedé incorporado en Él, este amor no se dio paz hasta vernos a todos dentro de su Humanidad, y ahí sucede el gran prodigio: Él queda concebido en María, y por fuerza, nosotros estando en Él, quedamos concebidos en Ella.
Ahora sé que María verdaderamente es Mi Madre, no una Madre adoptiva, conseguida como herencia en el calvario, sino me concibe en Ella, me alimenta al alimentar a Jesús, me hace crecer dentro de su vientre, y me da a luz en el momento del nacimiento de su Niño.
La navidad es ahora no sólo el festejo o recuerdo del nacimiento de Él, sino que todos debemos festejar nuestro nacimiento espiritual en esta misma fecha. Nace nuestro Jesús, y nosotros nacemos en Él. Pero para los hijos de su Divina Voluntad, este nacimiento no queda aislado, sino que se perpetúa en el tiempo, por lo que continuamente nosotros nacemos en Él y Él nace continuamente en nosotros.
Nuestro grito de júbilo: ¡…María es mi verdadera Madre! Resuene como himno de alabanza y amor a nuestro Dios, como himno de alabanza y amor filial a nuestra Madre Santísima. Agradezcamos a nuestro Creador el habernos dado esta Madre tan excelsa. Y esto era lógico, pues ¿cómo podíamos, viviendo en la Divina Voluntad, o sea desarrollando en nosotros la Vida Divina gracias a la fusión con nuestro Jesús, el tener madres diferentes? No nos cansemos de repetirlo, pero sobre todo, de actuar hacia Ella como verdaderos hijos, con ese amor y confianza de hijo, y de esta manera honraremos tanto al Creador como a nuestra Madre.
Cuarta Meditación: El Amor Operante.
Que le renueva desde el primer instante las penas de la pasión.
“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor obrante. Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá. Oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas. Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer, estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra, pero mira qué larga crucifixión de nueve meses, no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie, estaba aquí siempre inmóvil, no había lugar para poderme mover un poquito, qué larga y dura crucifixión, con el agregado de que todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaban manos y pies repetidamente”. Y así continuaba narrándome pena por pena todos los martirios de su pequeña Humanidad, y que quererlas decir todas sería demasiado extenso. Entonces yo me abandonaba al llanto, y oía decir en mi interior:
“Hija mía, quisiera abrazarte pero no lo puedo hacer, no hay espacio, estoy inmóvil, no lo puedo hacer; quisiera ir a ti pero no puedo caminar. Por ahora abrázame y ven tú a Mí, después cuando salga del seno materno iré Yo a ti”.
Pero mientras con mi fantasía me lo abrazaba, me lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior me decía:
“Basta por ahora hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi Amor”.
Para reflexionar.
Oh, inmensidad del amor divino, un Jesús recién concebido, un Jesús que se consume por el deseo de incorporarnos en Él, y esto le acarrea dolores inimaginables, penas y fatigas fuera de nuestro alcance. Y no siendo suficiente, ahora tenemos ante nuestra vista al Jesús que tiene que concebir en Él no sólo nuestras vidas que el Padre había decidido sacar de Sí para vivirlas en nosotros, sino que por efecto de la caída de Adán, para lograr su finalidad primaria que es la anterior, ahora debe concebir en Sí mismo todas nuestras "deudas" junto con la pena que cada una de éstas merecía.
Dios es infinito en todos sus atributos: infinito en potencia, infinito en bondad, en amor, etc., pero se nos olvida que también es infinito en justicia, por lo que exige el pago de todas y cada una de nuestras deudas ocasionadas no sólo por el pecado personal actual, sino por cada acto que no cumpla con la finalidad de nuestra creación, o sea, desarrollar en él una Vida Divina gracias a la unión con la Divina Voluntad. Infinito el amor de Dios, sí, pero no puede por este amor, perdonar sin exigir el pago debido. Nos cuestionamos: ¿no podría haber perdonado, por amor, sin exigir los sufrimientos de Jesús? Y en la mente se forman ideas muy alejadas a la realidad. Y es precisamente aquí donde entra el amor infinito, pues Él pide que toda la pena que la familia humana merece sea pagada por Él, equilibrándose de esta manera la justicia con el amor.
Qué razón tenía Luisa cuando dice que para entender el amor divino, el amor de Jesús, es necesario ser "Todo Amor", y ella pide ser transformada toda en amor. ¿Y nosotros? ¿No quisiéramos ser transformados en amor? Este trabajo le corresponde a Jesús, a nosotros sólo nos queda conocer, disponernos, desapegarnos de todo, pues el amor es dar, y si pido ser transformado todo en amor, lo que estoy pidiendo es no quedarme con Nada de lo mío. Entonces podremos entender el amor divino, y acompañaremos a Jesús no sólo en los momentos de permanencia dentro de María Santísima, en sus sufrimientos dentro de Ella, sino que podremos penetrar en sus dos pasiones desconocidas: La pasión del amor y la del pecado, ante las cuales, la que le infringieron los judíos se puede llamar alivio.
Quinta Meditación: El Amor abandonado.
En Amarga Soledad.
Entonces la voz interior seguía: “Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi Amor quiere compañía, este es otro exceso de mi Amor el no querer estar solo. ¿Pero sabes tú de quién quiere esta compañía? De la criatura. Mira, en el seno de mi Mamá, Conmigo están todas las criaturas concebidas junto Conmigo. Yo estoy con ellas todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para decirles mis alegrías y mis dolores, para decirles que he venido en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de ellas como su hermanito dando a cada una todos mis bienes, mi reino, a costa de mi muerte. Quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas, pero, ay, cuántos dolores me dan, quién me huye, quién se hace la sorda y me reduce al silencio, quién desprecia mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden mis besos y caricias con el descuido y el olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, cómo estoy solo, a pesar de estar en medio de tantos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! no tengo a quien decir una palabra, con quien hacer un desahogo de amor; estoy siempre triste y taciturno, porque si hablo no soy escuchado. ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad! dame el bien de hacerme hablar con escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de los maestros. Cuántas cosas quiero enseñarte. Si me escuchas me harás dejar de llorar y me entretendré contigo, ¿no quieres tú entretenerte Conmigo?”. Y mientras me abandonaba en Él, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba:
“Basta, basta, pasa a considerar el 6º exceso de mi Amor”.
Para reflexionar.
"Ámenme, ámenme, no quiero otra cosa que amor, el no ser amado es el más grande de mis dolores". Mi Amor quiere compañía:
1.- "Si supieras cómo deseo, suspiro, amo la compañía de la criatura! Es tanto, que si al crear al hombre dije: "No es bueno que el hombre esté solo, hagamos otra criatura que lo asemeje y le haga compañía, a fin de que uno forme la delicia del otro." Estas mismas palabras, antes de crear al hombre las dije a mi amor: "No quiero estar solo, sino quiero a la criatura en mi compañía, quiero crearla para entretenerme con ella, para compartir con ella todos mis contentos, con su compañía me desahogaré en el amor".
2.- "Hija mía, éste es mi objetivo, quiero que mi Voluntad sea vida de la criatura, para tenerla junto Conmigo para hacerla amar con mi amor, obrar en mis obras, en suma, es la compañía que quiero en mis actos, no quiero estar solo, y si no fuera así, ¿para qué entonces llamar a la criatura en mi Voluntad si Yo debía permanecer como Dios aislado, y ella sola, sin tomar parte en nuestras obras divinas?"
Y podríamos continuar poniendo citas donde manifiesta el no querer estar solo. Enorme responsabilidad nos deja, hacerle compañía Voluntariamente, no forzado, pero el dolor se acentúa en su Persona, pues casi nadie quiere acompañarlo, a nadie le interesa el haber sido creado para esto, el tener en nuestra naturaleza todo lo necesario para recibir Vida Divina y compartir con nuestro Dios todo lo que Él es.
Hasta hace poco, nos era suficiente el pensar en la salvación, en la visión beatífica, y nos esforzábamos en conseguirla. Y ahora que la misma Divinidad nos comunica nuestra verdadera finalidad, el inmenso honor de haber sido creados para recibir en nosotros la Vida de nuestro Creador para hacerle Una Digna Compañía, nuestro «respeto humano», que no es virtud sino vicio, nuestros esquemas, temor, falsa humildad, etc., nos induce a poner dudas, temores, reservas, y no queremos lanzarnos en el océano inmenso de la Divina Voluntad, donde Ella hará todo el trabajo para ponernos a su altura, y cumplir así la finalidad del vivir en Ella: "dar Dios a Dios"
Sexta Meditación: El Amor sofocado y confinado.
En las tinieblas del pecado y de la ingratitud.
“Hija mía, ven, ruega a mi amada Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno, a fin de que tú misma veas el estado doloroso en el cual me encuentro”.
Entonces me parecía con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro. Pero era tal y tanta la oscuridad que no lo veía, sólo oía su respiro y Él en mi interior seguía diciéndome:
“Hija mía, mira otro exceso de mi Amor. Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de mi luz, pero ve adonde me ha conducido mi Amor, en qué oscura prisión estoy, no hay ni un rayo de luz, siempre es noche para Mí, pero noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto, ¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas; hasta el respiro, respiro por medio del respiro de mi Mamá, ¡oh, cómo es cansado! Y además, agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era una noche para Mí, las que uniéndose juntas formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena! ¡oh exceso de mi Amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de densas tinieblas y de tales estrecheces, hasta faltarme la libertad del respiro, y esto, todo por amor de las criaturas!”
Y mientras esto decía gemía, casi con gemidos sofocados por falta de espacio, y lloraba. Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor como Él me decía, ¿pero quién puede decirlo todo?
La misma voz interna agregaba:
“Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi Amor”.
Para reflexionar.
Dos maravillosas expectativas surgen a nuestra mente al introducirnos en estos primeros instantes de vida de nuestro Jesús, su vida dentro de nuestra Madre (ahora sí, ya tenemos la seguridad que en verdad es nuestra Madre) nos abre un campo infinito de amor divino hacia nosotros.
En primer lugar nos ratifica que estamos junto con Él en el seno materno, y cosa curiosa, nos dice que pidamos a la Virgen nos haga un lugarcito. Pero si ya estábamos en Él, ¿por qué esta petición? Sencillo, quiere una compañía que sea, en primer lugar espectadora de su estado para darnos cuenta de lo que me ama, de las estrecheces a las que se somete, y de cómo, incluso, por amor renuncia a sus prerrogativas que le corresponden por naturaleza (Él es la luz), sometiéndose voluntariamente a las tinieblas que el hombre se ha formado rechazando a Dios. Y en segundo lugar, una compañía que inflamada de amor al igual que Él, se convierta en luz para iluminarlo a Él en tantas tinieblas.
Pero ¿cómo hacerlo? Seguramente la Virgen no nos negará el lugar, incluso se sentirá feliz de saber que hay un hijo de Ella que se esfuerza por aliviar las penas de su Jesús convirtiéndose en amor, y por ende en luz. El problema inicia cuando nos debemos transformar en amor, pues esto implica una Total Transformación. La criatura por su naturaleza de ser humano caído (pecado original) es egoísta, insegura, temerosa, llevada a la satisfacción de sí misma, y a la negación al dolor y al sufrimiento, cuando que el amor es arrojo, es negación, es donarse, es búsqueda de la satisfacción del ser amado, es pérdida de lo propio para vivir a expensas de lo del amado. En una palabra: Perder Todo, para poder ganar Todo.
¿Lo haremos? Él, Hombre-Dios renuncia a lo divino por una criatura humana, tomando sobre Sí todas nuestras miserias. ¿Y nosotros, criaturas humanas no renunciaremos a nuestras miserias por un Dios, tomando todos los bienes divinos?
Séptima Meditación: El Amor no correspondido y herido.
Por la ingratitud de las criaturas.
La voz interior continuaba: “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi Amor. Escúchame, en el seno de mi Padre Celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no poseyera, alegría, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban y estaban a mis órdenes. Ah, el exceso de mi Amor, podría decir que me hizo cambiar fortuna, me restringió en esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. Oh, cómo mi Amor eterno quedó sorprendido ante tanta ingratitud y lloró la obstinación y perfidia del hombre. La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último instante de mi Vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre. ¡Qué pena! ¡Qué dolor siento! Hija mía, no seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme en la cara las puertas para dejarme afuera, aterido de frío. Pero ante tanta ingratitud mi Amor no se detuvo y se puso en actitud de Amor suplicante, orante, gimiente y mendigante, y éste es el octavo exceso de mi Amor”.
Para reflexionar.
Ya hemos hablado del intercambio entre Jesús y nosotros, Él nos da su realeza, su felicidad, sus bienes divinos, y toma de nosotros nuestras miserias, debilidades, vicios, etc. Así que no entraremos nuevamente en esto.
Quisiera poner el acento sobre la ingratitud, y no yo, sino Jesús mismo nos dirá lo que representa este vicio para Él:
1.- "Compadéceme si te soy causa de aflicción, porque de vez en cuando siento toda la necesidad de desahogar en palabras, con mis almas dilectas, mi dolor sobre la ingratitud de los hombres, para mover sus corazones a repararme en tantos excesos, y a compasión de los mismos hombres".
2.- "Hija mía, la ingratitud humana es horrenda; no sólo los sacramentos, la gracia, las luces, las ayudas que doy al hombre, sino también las mismas dotes naturales que le he dado, todas son luces que sirven para encaminarlo en el camino del bien, y por lo tanto para encontrar la propia felicidad, y el hombre convirtiendo todo esto en tinieblas, busca allí la propia ruina, y mientras allí busca la ruina dice que busca mi propio bien; ésta es la condición del hombre, ¿se puede dar ceguera e ingratitud más grande que ésta?
3.- "Hija mía, ¿has visto cómo las almas vuelven vanas mis ternuras de amor? Yo voy atando los corazones para unirlos tanto Conmigo, de hacerles perder todo lo que es humano, y ellos en lugar de dejarme hacer, viendo perdido lo que es humano pierden el aire, se afanan, se debaten y quieren también mirarse un poquito ellos mismos cómo son fríos, áridos, calientes. Con este mirarse ellos mismos, afanarse, debatirse, se afloja el nudo hecho por Mí y quieren estar Conmigo pero algo lejos, no estrechados en modo de no sentirse más ellos mismos, esto me aflige sobremanera y me impiden mis juegos de amor; y no te creas que son las almas que están lejos de ti, son también aquellas que te circundan, tú les harás entender bien este disgusto que me dan, y que si no se dejan estrechar por Mí hasta perder el propio sentir, jamás podré extender en ellos mis gracias, mis carismas, ¿has entendido?"
4.- Si tú supieras cuánto sufro, pero la ingratitud de las criaturas a esto me obliga, los pecados enormes, la incredulidad, el querer casi desafiarme, y todo esto es lo menos, si te dijera de la parte religiosa, ¡cuántos sacrilegios! ¡Cuántas rebeliones! ¡Cuántos que se fingen hijos míos y son mis más encarnizados enemigos! Estos fingidos hijos son usurpadores, interesados, incrédulos, sus corazones son cloacas de vicios, y estos hijos serán los primeros en desatar la guerra contra la Iglesia y buscarán matar a su propia Madre, ¡oh, cuántos están ya listos para desatarla!
5.- La segunda herida mortal de mi corazón es la ingratitud. La criatura con la ingratitud cierra mi corazón, más bien, ella misma da dos vueltas a la llave, y mi corazón se hincha porque quiere derramar gracias, amor, y no puede, porque la criatura me los ha encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo doy en delirio, desvarío sin esperanza de que esta herida me sea curada, porque la ingratitud me la va haciendo siempre más profunda, dándome pena mortal.
Y así podríamos continuar, pero creo que lo expuesto es suficiente para que emprendamos un profundo análisis, para descubrir, si es que existe en nosotros esta ingratitud, y de ser así la extirpemos para no herir más a nuestro Jesús.
Octava Meditación: El Amor mendicante, gimiente y suplicante.
“Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi amada Mamá, porque también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi Amor a la criatura, me pongo en actitud del más pobre de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita, pido por piedad, al menos a título de limosna sus almas, sus afectos y sus corazones. Mi Amor quería vencer a cualquier costo el corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi Amor permanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi Amor quiso ir más allá, debería haberse detenido, pero no, quiso salir más allá de sus límites, y desde el seno de mi Mamá Yo hacía llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más penetrantes. ¿Pero sabes qué les decía? “Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras Yo te daré con tal que me des a cambio tu corazón; he descendido del Cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues! ¡no defraudes mis esperanzas!” Y viéndolo reacio, y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos le añadía: “¡Ay, ay! soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?” ¿No es esto un exceso más grande de mi Amor, que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma de un pequeño niño para no infundirle temor, y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar ruega, gime y llora?”.
Después me decía: “¿Y tú no quieres darme tu corazón? ¿Tal vez también tú quieres que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te pido?”.
Y mientras esto decía oía como si sollozara, y yo le dije: “Mi Jesús, no llores, te dono mi corazón y toda yo misma”. Entonces la voz interna continuaba: “Sigue más adelante, y pasa al noveno exceso de mi Amor”.
Para reflexionar.
Nos acercamos al final de su permanencia en el vientre de María, y ahora nos pide que desde fuera de este vientre pongamos atención, pues desde ahí se alcanzan a escuchar sus gemidos por la incorrespondencia de sus criaturas, con lo que se podrá comprender lo que sufre.
La Segunda Persona de la Trinidad, Dios como el Padre, consubstancial con Él, poseedor por naturaleza de todos los bienes y toda la felicidad posible, gimiendo por la ingratitud de la criatura.
Por mucho, muchísimo menos Dios castigaba al pueblo de Israel, arrojó de su presencia a su ungido Saúl, privó a Moisés de la entrada a la tierra prometida, etc., y ahora convertido…. ¡Por Amor! en mendigo, mendigando, suplicando a una criatura tan inferior, que hasta una vil hormiga era superior a él, puesto que ésta permanecía en el punto de su creación. Era el hombre el único ser que había dicho No a su Creador, el único que lo puso en dolor, a pesar de haber sido tan privilegiado, escogido a tan alta misión de servir de compañía a su Dios, a su Creador, de poder vivir en él la mismísima Vida divina.
Él es Amor, nosotros fuimos creados puro amor, la criatura no es otra cosa que un complejo de amor, que Él quería fuera usado para amarlo y entablar una continua relación de amor, y sin embargo, ahora, por la ingratitud ve en nosotros su Amor profanado, contaminado en otro uso, amando a las criaturas, a las cosas creadas, amando las pasiones, amando al mismo pecado, amándonos a nosotros mismos sin amarlo a Él. Éste es el pecado de Satanás, éste es el pecado de Adán, éste es nuestro pecado: Amar la maravilla puesta en nosotros y en las criaturas por Dios, pero dejándolo a un lado, sin querer reconocerlo, darle el agradecimiento que se le debe.
Hagamos una pausa en nuestro camino, reflexionemos y reconozcamos que todo lo nuestro es de Él, Él nos lo dio, y volvámonos criaturas amantes de nuestro Jesús, poniendo fin a su dolor y sufrimiento.
Novena Meditación: Amor agonizante que quiere ser vencedor.
“Hija mía, mi estado es siempre más doloroso, si me amas, tu mirada tenla fija en Mí, para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, una palabrita de amor, una caricia, un beso, que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones. Escucha hija mía, después de haber dado ocho excesos de mi Amor, y que el hombre tan malamente me correspondió, mi Amor no se dio por vencido, y al octavo exceso quiso agregar el noveno, y este fueron las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos de que quería salir del seno materno para abrazar al hombre, y esto reducía a mi pequeña Humanidad aun no nacida a una agonía tal que estaba a punto de dar mi último respiro. Y mientras estaba por darlo, mi Divinidad que era inseparable de Mí, me daba sorbos de vida, y así retomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente. Este fue el noveno exceso de mi Amor, agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo el amor me sofocaba y me hacía morir! Y si no hubiera tenido la Divinidad Conmigo, que me daba continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz del día”. Después agregaba:
“Mírame, escúchame como agonizo, como mi pequeño corazón late, se afana, arde; mírame, ahora muero”.
Y hacía un profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas y temblando le decía: “Amor mío, Vida mía, no mueras, no me dejes sola, Tú quieres amor y yo te amaré, no te dejaré más, dame tus llamas para poderte amar más y consumarme toda por Ti”.
Para reflexionar.
¿Cuántas veces hemos sufrido por una persona a la que amamos pero que no somos correspondidos por ella? Amamos al amigo(a), al esposo(a), al hijo(a), a nuestros padres. Bello el amor, pero qué dolor tan traspasante cuando la persona en cuestión no acepta este amor.
Para decir que amamos es necesario poseer el objeto amado, pues nadie ama lo que no posee, y aquí viene el problema: Yo amo a una mujer, la he llegado a conocer tanto, hemos llegado a convivir y congeniar de tal manera, que ahora la poseo, pero como vida, no en posesión esclavizante, no una posesión donde la persona amada pierda su libertad, no, sino que ella se vuelve el motor, el primer impulso de mi vida, la razón de mi existir y de mi obrar. De esta manera es que llego a poseer a la persona amada, así que si alguien pierde la libertad, soy yo, el que amo, pues todo en mí se encuentra fijado a ella, ella me pertenece como vida, y sin ella la vida me falta, se aleja y esto me asfixia y siento venir a menos todas mis funciones.
Jesús nos ama, pero con un amor perfectísimo, por lo tanto nos posee, pero nos posee como vida, como único impulso y única finalidad de su existir.
¿Entenderíamos esto? Creo que sí, si en verdad alguna vez hemos amado y no hemos sido correspondidos, de otra manera simplemente lo podríamos imaginar, pero qué dolor causa el sólo hacerlo, ¿no es verdad? Aunque en nosotros es simplemente afectivo, nuestra vida en realidad no se ve afectada, pero en Él es una realidad no solo afectiva sino real, recordemos que somos sus miembros.
Pues esto es lo que nuestro Jesús nos está comunicando, su humanidad siente la muerte, y si no moría era por la potencia de su Divinidad que le comunicaba nuevamente la vida. Qué sufrimiento tan atroz, casi morir, reavivarse por la potencia del Padre, pero no para vivir, sino para someterse nuevamente a la agonía, y así sucesivamente, y todo esto por nosotros, ingratos. De ahí su petición de darle aunque sea un pequeño refrigerio, un alivio.
Nos posee, somos su vida, pero le fallamos. Si nosotros lo amamos, lo poseemos como vida nuestra, y Él nunca nos falla, Él es el inmutable, nunca, nunca se cambia, nunca viene a menos su amor. He aquí el mecanismo por el cual en la Divina Voluntad se llega a ser una sola cosa con Él: Él es mi vida, yo soy su vida, por lo que esto nos funde para formar una sola vida entre los dos; la vida la forman las obras, pues donde no hay movimiento no hay vida, por tanto sus obras y las nuestras llegan a ser las mismas, poniéndonos en igualdad de obras, y por tanto, de vida.
Como último punto debemos recordar que la pasión de Jesús no es algo que ya pasó, no, sino que todo lo que hizo quedó en acto, o sea está presente continuamente, por lo que este sufrimiento es actual, en cada acto de desamor nuestro, Él está en dicha agonía.
Amémoslo.
Fiat
Salvador Thomassiny.
Fuente
• Novena de Navidad en la Divina Voluntad - Sierva de Dios, Luisa Piccarreta, con reflexiones del Dr. Salvador Thomassiny. Centro Diocesano de espiritualidad de la Divina Voluntad. Instituto Bíblico Católico, Guadalajara, México.
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