Hay dos temas de singular relieve en la espiritualidad cristiana:
Primero, el provecho espiritual que todos debemos sacar de la consideración atenta de la Pasión del Señor, que se hizo camino de salvación.
Segundo, la aceptación y comprensión del sufrimiento como parte de nuestra vida, visto a la luz de la Pasión del Señor y de la purificación de nuestro amor a Dios y a los hombres.
Reflexionemos en ellos siguiendo al fray Enrique Susón, quien fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en el año 1831. Nos serviremos de textos muy relevantes en la historia de la espiritualidad: los capítulos 13 y 14 del libro “Diálogo de la Eterna Sabiduría” escrito por este místico del siglo XIV, dominico alemán.
Diálogo de la Eterna Sabiduría
Inefable provecho de meditar la Pasión de Jesús
(Diálogo del Siervo, fray Enrique Susón, con la Eterna Sabiduría, Jesucristo.)
El siervo: Señor, creo que nadie sabe bien cuántos beneficios podrían obtenerse de tu pasión y cuán inmensos son los frutos que en ella se encuentran, si uno quisiera consagrarle su espacio y tiempo.
¡Qué senda tan segura es el camino de tu pasión, que lleva al hombre por la vía de la verdad hasta la cumbre más alta de toda perfección!
¡Qué razón tenías tú, bienaventurado Pablo, luz eximia entre todos los astros del cielo, cuando hablaste! Tú, aunque fuiste raptado a las alturas y abismado en los ocultos misterios de la desnuda divinidad hasta el punto de oír palabras misteriosas que ningún hombre puede pronunciar (2 Cor 12, 4), sin embargo, abrazaste sobre todas las cosas la amadísima pasión de Cristo con tanto amor y dulzura de tu corazón, que no dudaste en decir: Nada he creído saber entre vosotros, sino a Cristo Jesús, y éste crucificado (1 Cor 2, 2).
Bienaventurado seas tú también entre todos los doctores, dulce Bernardo, cuya alma fue admirablemente iluminada por los rayos del Verbo eterno, pues con la dulce elocuencia que mana de la exuberancia de tu corazón predicaste y ensalzaste la pasión de la humanidad de Cristo, diciendo entre otras cosas:
«Hermanos, desde el principio de mi conversión y como acervo de los méritos que sabía que me faltaban, procuré juntar y colocar en mi pecho este pequeño haz hecho de todas las angustias y amarguras de mi Señor. A meditar estas cosas llamé sabiduría; en ellas he descubierto la perfección de la justicia, la plenitud de la ciencia, las riquezas de la salvación y el tesoro de los méritos. De ellas me viene la saludable bebida de la amargura y el dulce bálsamo del consuelo. Ellas me sostienen en la adversidad, y en la prosperidad me ponen freno; ellas al que camina por la vía regia entre la alegría y la tristeza de la vida presente, le ofrecen una guía segura, alejando los males que le amenazan...»
Y poco después: «Esta es mi más sublime filosofía: conocer a Jesús, y a éste crucificado. Yo no busco, como la esposa, dónde reposa al mediodía aquel a quien abrazo gozoso en mi pecho. No pregunto dónde pastorea al mediodía aquel a quien veo como Salvador en la Cruz. Aquello es más elevado, esto más dulce y conveniente para mí. Aquello es pan, esto leche...» No es casualidad, padre san Bernardo, que tu lengua destilara palabras tan dulces, pues la dulce pasión de Cristo había endulzado tu corazón.
Eterna Sabiduría, de todo lo dicho deduzco fácilmente que todo el que desee grandes premios, la salvación eterna, una ciencia excelente y una sabiduría superior, y quiera gozar de un alma equilibrada en la adversidad y en la prosperidad y estar completamente seguro frente a todo mal, ése debe llevarte a Ti, su Señor crucificado, ante los ojos del alma dondequiera que vaya.
Jesús: No creas haber entendido cuán útil es esto y qué premios reporta. Créeme, el recuerdo continuo de mi bondadosísima pasión convierte a un ignorante en sabio doctor. Y no es de extrañar, pues mi pasión es en sí misma un libro de vida en el que puede encontrarse todo. ¡Sea tres y cuatro veces bienaventurado aquel que la tiene siempre ante sus ojos y a ella se consagra! ¡Qué sabiduría y gracia, qué consuelo y dulzura, qué superación de todos los vicios y qué sentido de mi continua presencia puede obtener! Escucha un ejemplo de esto:
Hace muchos años, un hermano predicador, al principio de su conversión, sufría horriblemente por una melancolía desordenada, la cual le resultaba a veces tan molesta que sólo quien la hubiera experimentado sería capaz de comprenderla. En cierta ocasión, estando sentado en su celda después de la comida, le oprimió tanto esa tentación, que no le apetecía ni estudiar, ni orar, ni hacer nada bueno, y se quedaba triste en su celda, con las manos recogidas en su regazo, como si quisiera al menos guardar su celda en alabanza de su Señor, pues se sentía completamente imposibilitado para cualquier otro ejercicio espiritual. Viviendo en ese estado, privado de todo consuelo, le pareció oír en su interior una voz que le decía: «¿Por qué estás sentado aquí? Levántate y recuerda todo lo que yo he sufrido: así olvidarás toda tu aflicción». Él, levantándose al punto (pues entendió que la voz venía del cielo), empezó a meditar la pasión del Señor Jesús y se sintió de tal modo liberado de su sufrimiento, que jamás volvió a experimentar algo así.
El siervo: Eterna Sabiduría, Tú que conoces todos los corazones, sabes, sin duda, que nada hay para mí más deseable que sentir tu acerbadísima pasión con más vehemencia que los demás hombres, y de tal modo que de mis ojos mane noche y día una fuente de tristes lágrimas. Y por eso me quejo amargamente ante Ti porque tu pasión no logra traspasar profundamente mi alma en cada momento y yo no puedo meditarla con tanta devoción como Tú te mereces, amadísimo Señor. Enséñame cómo debo comportarme.
Jesús: La meditación de mi pasión no debe ser superflua sino que debe hacerse con íntimo amor del corazón y con sentida reflexión. De otro modo, el corazón no sentirá más devoción que la que siente el paladar por una comida dulce, pero sin masticar. Y si, a pesar de recordar la inefable angustia y el dolor que me causó, no puedes rememorar mi pasión con los ojos humedecidos, hazlo al menos con ánimo alegre por los bienes inmensos que de ella recibes. Si tampoco eso alcanzas, si no puedes meditarla ni con alegría ni con llanto, medítala entonces con el corazón árido en alabanza a Mí, pues de ese modo me haces un obsequio más grato que si te derritieras entero a causa de las lágrimas y la dulzura, ya que de este modo actúas por amor a la virtud, no buscándote a ti mismo.
Y para que mi pasión penetre cada vez más en tu corazón, escucha lo que te voy a decir... Si un gran pecador ... ha de cumplir en el ardiente horno del terrible purgatorio las penas que aquí no pagó, ... todo lo que él debe pagar puede expiarlo y borrarlo por la economía de mi inocente pasión. Y, en verdad, aquella pobre alma podrá refugiarse y agarrarse de tal modo al ilustre tesoro de mi pasión, que, aunque tuviera que sufrir mil años los tormentos del purgatorio, en un instante quedará libre de toda culpa y pena, y, abandonando el purgatorio, volará libre al cielo.
El siervo: Señor, enséñame cómo puede ser esto. ¡Cómo me gustaría conquistar de ese modo el tesoro de tu pasión!
Jesús: Debe hacerse como sigue:
Con corazón contrito, examine y pondere el hombre seria y frecuentemente la gravedad y cantidad de sus grandes pecados, pues con ellos ha ofendido tan irreverentemente los ojos de su Padre celestial.
Después, tenga en nada sus obras de penitencia, pues, comparadas con los pecados, no son más que una gota en el océano.
Considere la admirable inmensidad de mi expiación, puesto que una gotita de la sangre preciosa que mana en abundancia por todo mi cuerpo bastaría para borrar los pecados de mil mundos; aunque tanto se beneficia uno de mi expiación cuanto se conforma a Mí por compasión.
Finalmente, debe sumergir y fijar humilde y encarecidamente la pequeñez de su expiación en la infinidad de la mía.
En resumen, ni los aritméticos, ni los geómetras, ni todos los maestros juntos son capaces de enumerar la inmensidad de los bienes que permanecen ocultos en la asidua meditación de mi pasión.
El siervo: Siendo esto así, Señor, te pido que pongas fin a todo lo que me ha alejado de ti y me introduzcas profundamente en las riquezas ocultas de tu amadísima pasión.
Las aflicciones y pruebas ayudan a madurar en la vida.
El siervo: Te suplico, Señor, te dignes explicar a tu siervo cuáles son las cruces o aflicciones que afirmas ser tan dignas y útiles. Ardo en deseos de que me instruyas más acerca de este asunto, para que, si me ocurre alguna adversidad con tu consentimiento, la reciba alegre y amorosamente como procedente de tus paternales manos.
Jesús: Me refiero a cualquier cruz o aflicción, tanto si es asumida libremente como si sobreviene sin quererla, siempre que el hombre que la sufre, haciendo de la necesidad virtud, no quiera verse libre de ella sin mi voluntad, y la refiera con humilde y amable paciencia a mi eterna alabanza.
Esta cruz es para Mí tanto más noble y aceptable, cuanto mayor sea el amor y el abandono que la acompañen. Acerca de este tipo de aflicciones, escucha lo que te voy a decir y grábalo bien a fondo en la mismas entrañas de tu corazón, de modo que sea para ti como un signo puesto ante los ojos espirituales de tu alma.
Ten por seguro que yo moro en el alma pura como en un paraíso de gozo.
Por eso no puedo soportar que se entregue al amor o deleite de cualquier otra cosa. Como está inclinada por naturaleza a placeres nocivos, cerco su camino con espinas y obstruyo sus sendas (quiera o no quiera) con la adversidad, para que no escape de mis manos. Siembro de aflicciones todos sus caminos, para que el gozo de su corazón no descanse en otra cosa que no sea la majestad de mi divinidad.
Créeme, si todos los corazones se hicieran uno solo, no podrían ganar en esta vida el premio más pequeño que Yo daré en la eternidad, incluso por la cruz más insignificante que se sufra por amor a Mí. Así lo he dispuesto y decretado desde la eternidad en toda la naturaleza, y no quiero cambiarlo, para que lo que es noble y bueno sea difícil y cueste conquistarlo. Si uno no quiere poner manos a la obra, sino que prefiere apartarse de Mí, que lo haga. Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos (Mt 22, 1 4).
El siervo: Quizá no pueda negarse, Señor, que los sufrimientos sean un bien inmenso, si no fueran tantos, ni tan horribles e inauditos. Señor Dios, Tú solo conoces todos los secretos y lo has creado todo con número, peso y medida; Tú sabes bien que mis sufrimientos exceden toda medida y superan mis fuerzas. No sé si hay en este mundo algún otro que sufra continuamente tanto como yo. ¿Cómo podré soportarlo? Señor, si tu me enviaras sufrimientos comunes, los soportaría; pero estas extrañas e inusuales cruces, que tan secretamente traspasan mi alma y mi espíritu y que sólo Tú conoces a fondo, no veo cómo podría soportarlas.
Jesús: Todo enfermo cree que su enfermedad es la más grave de todas, y un sediento juzga que nadie es más desgraciado que él. Por eso, si te hubiera afligido por otros medios, sentirías lo mismo que sientes ahora. Así pues, abandónate a mi voluntad con ánimo esforzado ante cualquier adversidad que Yo quiera enviarte, sin excepción. ¿No sabes que Yo siempre quiero sólo lo mejor para ti, incluso con mucho más interés que tú? Sabes que soy la Eterna Sabiduría, la única que conoce a la perfección qué es lo que más te conviene. Además, creo que ya has aprendido por propia experiencia que las cruces enviadas por Mí, si uno sabe servirse bien de ellas, tocan más de cerca, penetran más profundamente y llevan más rápidamente a Dios que cualesquiera otras asumidas por propia iniciativa. ¿De qué te quejas aún? ¿Por qué no dices mejor: Padre bondadosísimo, haz conmigo lo que quieras?
El siervo: Es fácil decirlo, Señor, pero el sufrimiento presente es difícil de soportar a causa de su excesivo dolor.
Jesús: Si la cruz no doliera no sería cruz. Nada hay más honroso que la cruz, nada más gozoso y deseable que haberla sufrido. La cruz, a cambio de un breve dolor, proporciona un gozo duradero. La cruz duele a quien le resulta molesta y detestable, pero apenas mortifica a quien la soporta ecuánimemente. Si disfrutaras siempre de tanta dulzura espiritual, de tanto consuelo y deleite divino que rebosaras de rocío celestial, todas estas cosas, consideradas en sí, no aumentarían tanto tu mérito, ni por ellas obtendrías de Mí tanta gracia, ni me sentiría tan obligado a ti, como una sola cruz sufrida con amor o el abandono de ti mismo en la aridez del espíritu, en la que me sufres por amor. Es más probable que diez elijan entregarse a un gran placer y a las delicias del corazón, que uno solo opte por humillarse padeciendo en continua adversidad y sufrimiento.
Si tuvieras la ciencia de los astrónomos, si pudieras hablar de Dios tan copiosa y elegantemente como todas las lenguas de los ángeles y de los hombres; y si tú solo tuvieras la erudición de todos los maestros y doctores, todo eso no te ayudaría tanto a una vida santa y piadosa como resignarte y confiarte a Dios en todas tus aflicciones. Aquellas cosas son comunes a buenos y malos, mas esto último es patrimonio de los elegidos. ¡Oh, si alguien pudiera sopesar y ponderar con juicio justo el tiempo y la eternidad, preferiría yacer cien años en un horno ardiendo que carecer de la mínima recompensa que gustará eternamente en el cielo a cambio de una levísima aflicción! Aquello tiene fin, esto es eterno.
El sufrimiento posee gran dignidad ante Dios.
El siervo: Eso que recuerdas, bondadosísimo Jesús, suena como suavísima cítara para un hombre afligido. Ciertamente, Señor, si me consolaras con palabras tan dulces mientras sufro, padecería gustoso y preferiría soportar la cruz a carecer de ella.
Jesús: Escucha ahora atentamente la dulce melodía, los cantos sonoros de las cuerdas tensas del hombre que sufre a Dios; advierte cuán suavemente resuenan, cómo acarician los oídos. El sufrimiento es despreciable para el mundo, pero ante Mí posee una inmensa dignidad. El sufrimiento aplaca mi ira, atrae mi gracia y amistad; el sufrimiento hace al hombre grato y amable a mis ojos, pues lo conforma y semeja a Mí.
El sufrimiento es un bien oculto que nadie puede pagar, y aunque alguno me suplicara de rodillas durante cien años una cruz amable, ni siquiera así podría merecerla. El sufrimiento convierte al hombre terrenal en celestial. El sufrimiento vuelve este mundo ajeno al hombre y conduce a una intimidad perpetua conmigo; disminuye el número de los amigos, pero aumenta la gracia. El que quiera disfrutar de mi íntima amistad debe estar absolutamente libre y desprendido de todo el mundo. El sufrimiento es el camino más seguro y breve.
Créeme, si uno conociera bien cuánta es la utilidad y ventaja de la cruz, la recibiría de manos de Dios como el don más precioso. ¡Cuántos estaban destinados a la perdición eterna y dormían un sueño perpetuo, y, sin embargo, el sufrimiento los restableció y despertó a una vida mejor! ¡A cuántos retienen continuos sufrimientos como a fieras y avecillas indómitas en jaulas, pero, si se les diera tiempo y ocasión, huirían inmediatamente hacia su perdición eterna!
El sufrimiento preserva de la caída grave, enseña al hombre a conocerse a sí mismo, a recogerse en su interior, a estar en armonía consigo mismo y a creer al prójimo. Mantiene el alma en la humildad y le enseña sabiduría; protege la pureza y trae la corona de la beatitud eterna. Apenas encontrarás a alguien que no obtenga algún bien del sufrimiento, tanto si está aún sujeto al pecado, como si empieza a enmendar su vida, ya esté en el número de los proficientes o en el de los perfectos. El fuego purga el hierro, acrisola el oro y adorna joyas preciosas. El sufrimiento quita la carga del pecado, disminuye las penas del Purgatorio, rechaza las tentaciones, destruye los vicios, renueva el espíritu, aporta verdadera confianza, una conciencia pura y un espíritu firme y elevado. El sufrimiento es bebida saludable, hierba más salutífera que todas las hierbas del paraíso. Castiga el cuerpo, que en breve ha de descomponerse, y rehace el alma, mucho más noble y eterna. El sufrimiento vivifica y fecunda el alma como el rocío de mayo las bellas rosas.
El conocimiento de sí inunda el espíritu y vuelve al hombre experimentado. Quien no ha gustado el sabor del sufrimiento y la tentación, ¿qué sabe? El sufrimiento es una vara llena de amor y castigo paternal de mis elegidos. El sufrimiento arrastra y empuja al hombre, quiera o no, a Dios. Al que soporta la adversidad con alegría todo le sirve y aprovecha, las cosas agradables y las tristes, los enemigos y los amigos.
¡Cuántas veces tú mismo has desbaratado y reducido a la nada los ataques de tus enemigos alabándome con ánimo alegre y decidido, y soportando la adversidad mansa y bondadosamente! Preferiría crear sufrimientos de la nada que dejar a mis amigos privados de la cruz. En el sufrimiento se ponen a prueba todas las virtudes, el hombre recibe honra, el prójimo es corregido y Dios alabado. La paciencia en la adversidad es un sacrificio vivo, perfume suavísimo de excelente bálsamo ante mi divina majestad y objeto de enorme admiración ante todo el ejército celestial. Jamás ha habido nadie, por valiente que fuera, púgil o caballero, cuyos combates públicos hayan despertado en los espectadores tanta admiración como la que sienten todos los bienaventurados ante un hombre que soporta rectamente el sufrimiento.
Todos los santos son como catadores del hombre que sufre, pues conocen como nadie el sufrimiento, y todos afirman al unísono que no hay veneno alguno en el sufrimiento, sino que es una bebida de lo más saludable. Ser paciente en la adversidad es más provechoso que resucitar muertos o hacer otros milagros. Es el camino estrecho que conduce directo hasta las mismas puertas del cielo. El sufrimiento hace al hombre compañero de los mártires, concede la alabanza y la victoria sobre todos los enemigos, viste al alma de hábito rosa y púrpura, prepara una corona de rosas y hace un cetro de palmas lozanas; el sufrimiento es como piedra preciosa en el broche que cuelga en el pecho de una virgen; en la vida eterna, el sufrimiento entona con dulces melodías y espíritu libre un cántico nuevo que ni todos los coros de los ángeles podrían igualar, precisamente por esto: porque jamás han probado el sabor de la cruz. Por decirlo en pocas palabras: este mundo llama desgraciados a los hombres que sufren, pero Yo los llamo dichosos, porque los he elegido para Mí.
El siervo: Tus palabras demuestran que eres la Eterna Sabiduría, porque puedes revelar la misma verdad con tal claridad, que no hay lugar para la duda.
No es de extrañar que uno pueda soportar el sufrimiento cuando se lo haces tan agradable.
Señor, con tus dulces palabras has conseguido que toda cruz y molestia sean para mí mucho más soportables y gozosas.
Señor Dios, Padre de bondad, de rodillas ante Ti y desde lo más profundo de mi corazón, te alabo y te doy las gracias por los sufrimientos presentes y también por los pasados, tan acerbos y lacerantes, los cuales me resultaban muy dolorosos porque parecían venir de un espíritu hostil.
Jesús: ¿Y qué opinas ahora de ellos?
El siervo: Ahora no tengo la menor duda, Señor: cuando te contemplo con ojos de enamorado, Pascua gratísima de mi corazón, reconozco que aquellas cruces tan horribles y dolorosas con las que me has probado y ejercitado con bondad paternal (tus amigos se horrorizaban al yerme oprimido bajo su peso) no han sido para mí sino dulce rocío de mayo florido.
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Fuente
• Diálogo de la Eterna Sabiduría. Beato Enrique Susón.
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