Los paseos del alma en la Divina Voluntad
Introducción
Antes de comenzar a estudiar, y después hacer, los Paseos del alma en la Divina Voluntad que la Sierva de Dios, Luisa Picarreta, escribiera al final de su vida, es necesario que nos familiaricemos con sus características más importantes. Aunque Luisa los llama Giros en la Divina Voluntad, porque la actividad que ella describe es la de “girare”, o sea, “dar vueltas”, “pasearse”, hemos preferido, para el lector de habla hispana, usar el término “paseo”, que nos parece más entendible.
Característica 1:
Este documento incorpora y recapitula todo el conocimiento que Luisa adquirió en los 64 años fecundos de Su Misión como la Pequeña Hija de la Divina Voluntad. Comparado a los 36 volúmenes que escribiera sobre Sus Encuentros y Conversaciones con Jesús y los Conocimientos derivados de esas Conversaciones, el documento que conservamos sobre “Los paseos del alma en la Divina Voluntad”, es un documento muy pequeño, pero su contenido es extraordinario. Es como el coñac que queda en la barrica al cabo de muchísimos años; es como la esencia de un perfume que ha pasado por miles de filtros. Aunque pequeño, la actividad que narra, los 24 paseos del alma en la Divina Voluntad son en extremo agradables a Jesús, que en más de una ocasión Le dice a Luisa, que esta actividad es lo que más Le complace, particularmente porque, en aquellos instantes de su vida, solamente Luisa los hacía. Ahora, esta actividad por excelencia, nos toca hacerla a nosotros, los hijos e hijas renacidos en Su Voluntad, porque, en capítulo tras capítulo, Jesús mismo se encarga de hacernos saber, la felicidad y alegría que Le damos cuando “giramos” en Su Voluntad, con la perfecta intención de agradarle.
Característica 2:
El Giro o Paseo tiene dos componentes constitutivos. Para poder girar o pasear, primero se necesita un lugar o espacio por donde girar o pasear, y, una vez que uno se ha trasladado al lugar o espacio en cuestión, en segundo lugar, se necesita observar, más o menos cuidadosamente, aquello que se encuentra en ese lugar. En este caso, uno va a un lugar o espacio, y una vez allí, uno observa u oye, etc. También es posible que uno quiera ver, oír, palpar, etc., algo en particular y comoquiera que ese algo se encuentra en un lugar determinado, hay que desplazarse al lugar o espacio en el que ese algo se encuentra, para poder realizar nuestro propósito.
Asimismo, los que giran o pasean hacen algo distinto de lo que normalmente hacen, y es en este sentido, que la actividad de girar o pasear, es una actividad ociosa o de reposo, puesto que al hacer algo distinto de lo que hacemos normalmente, nuestro cuerpo y nuestra mente están haciendo una actividad no productiva, que utiliza otros “componentes” de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu, y, por lo tanto, nuestra persona normal descansa.
¿Cómo aplica todo esto al Giro en la Divina Voluntad? Lo que acabamos de describir como la actividad humana de girar o pasear, aplica perfectamente a la actividad de Girar o Pasear en la Divina Voluntad. Hay importantes diferencias, sin embargo, ya que el Ámbito al que hemos entrado para encontrar algo que contemplar, oír, etc., es el Ámbito de la Divina Voluntad, en donde está depositado y encerrado todo el Obrar Divino. Asimismo, las cosas o los “algo” que encontramos en ese Ámbito de la Divina Voluntad, son el resultado de la acción incesante de la Divina Voluntad en Acción, o sea, el Divino Querer, que, vía el Amor Divino, hace todo aquello que podemos llegar a contemplar, y que está encerrado en ese mar infinito de Luz, que es la Divina Voluntad.
Todos estos conceptos nos llevan a comprender que el Giro o Paseo en la Divina Voluntad, es una actividad de reposo, en extremo contemplativa, con la que admiramos, agradecemos y aceptamos los Bienes que esa contemplación Nos trae. El Giro o Paseo es pues, esencialmente, una Contemplación Admirativa de la Creación Divina en esta realidad separada nuestra. Es una visita que hacemos a la Creación Divina, creación salida directamente de Sus Manos o creación que nuestros semejantes han creado siguiendo Sus Sugerencias. Es Creación que es agradable, admirable, y digna de nuestra contemplación, correspondencia y agradecimiento, por la infinita Bondad Divina que cada cosa creada refleja y por la utilidad que Nos entrega.
Si releemos el Génesis bajo esta nueva perspectiva, podemos quizás entender mejor el Conocimiento sobre Su Descanso en el séptimo día, que no fue descanso estricto, sino que fue un descanso de Su Labor Creadora, que Dios utilizó para contemplar, para admirar Su Misma Labor creativa.
Característica 3:
La finalidad de los paseos es la característica más importante de todas las que vamos a enumerar. En efecto, la finalidad que perseguimos es la de pedirle a Jesús, a la Divina Voluntad, el Reino del Fiat Supremo, como en el cielo en la tierra. Dicho de otra manera, pedimos que el Reino de la Divina Voluntad venga a nosotros aquí en la tierra como ya está instaurado en el Cielo. Y, ¿por qué? Porque así fue creado el hombre; para que viviera en la Voluntad de Dios en esta tierra, en el “paraíso” que servía de morada al Reino de la Divina Voluntad y en el que nuestros primeros padres moraban. Y aunque este Reino se perdió, temporalmente, por el pecado original, el Plan de Nuestro Señor siempre ha sido el de restaurarlo a su debido tiempo. Mientras tanto, este Reino, y todos los bienes que contiene, quedaron retenidos en Su Humanidad hasta que, a través de Luisa, Él decidiera concederlo nuevamente a los hombres.
Característica 4:
Los paseos son oración, por cuanto envuelven una comunicación, alabanza y petición a la Divinidad, la de pedirle el Reino de la Divina Voluntad. No debemos incluir otras peticiones que la petición del Reino. Así, la tan utilizada expresión de Luisa de: “Te amo, Te adoro, Te bendigo, y Te agradezco por mí y por todos, y Te pido el Reino de Tu Voluntad”, es en realidad lo único que los Paseos debe pedir. Aún más explícito: El Paseo no debe hacerse para pedir por personas vivas, o por difuntos o por enfermos o por conversiones. No deben usarse para reparar por las muchas ofensas que Le damos a Nuestro Señor. Muchas otras actividades piadosas podemos hacer para esos fines. Si alguna vez se puede aplicar la conocida frase de Jesús: “Buscad el Reino de Dios y Su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” es aquí en el Paseo. Si alguna vez tiene sentido total el Padre Nuestro con Su Petición de que: “Venga a nosotros Tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo” es en el Paseo del Alma en la Divina Voluntad.
Característica 5:
La envergadura del Paseo es Universal, y esto lo es en varios sentidos:
a) El Paseo es, en toda, y por toda la Creación, que en su sentido universal incluye todo lo creado, tanto la creación inanimada, como la animada, la Persona de Jesús y de Nuestra Madre la Virgen, la Actividad Pre-Redentora de los Patriarcas y Profetas, la Actividad Redentora de Jesús, y la Santificadora del Espíritu Santo. Todo es y puede ser objeto del Paseo.
b) el Paseo busca reordenar todas las voluntades humanas en la Voluntad de Su Creador; no excluye a ninguna, ni aun la de aquellos que voluntariamente han preferido vivir separados de Dios en el infierno, pero que han sido rehechas por Jesús y que, renovadas, están encerradas, recapituladas, en Su Humanidad.
c) el Paseo busca completar, utilizando la misma Voluntad Divina, tanto los actos no hechos o incompletos, como los hechos opuestos a Ella, desde la oposición más sencilla hasta al pecado más malvado.
Daremos más detalles de esto en las próximas características.
Característica 6:
El Paseo busca activamente que el practicante se detenga el tiempo necesario para reflexionar en la Armonía, la Benevolencia, el Amor que la Divinidad ha puesto en todo lo que creó y que continúa creando, porque la labor de “mantenimiento” es una labor tan creadora como lo fue la del Fiat Original. Quiere Jesús, que, a través del Paseo, participemos con Él en esta Actividad del Fiat Renovador. Cuando se reflexiona sobre todo esto utilizando el esquema o guía de los Paseos que Luisa preparó, no debemos embelesarnos con la bellísima poesía que encierran sus palabras e imágenes. Debemos pensar en que esas palabras e imágenes son exactas y precisas, y que la belleza de lo descrito es real. Cuando Jesús hablaba sobre la belleza de la flor del campo, y les aseguraba a sus oyentes que ni Salomón en toda su gloria, estuvo mejor vestido que ellas, no lo hacía para hacer hipérbole de la flor, sino que, en realidad, la florecilla del campo estaba mejor vestida que Salomón, porque a Salomón lo vestían los hombres, y a las flores las vestía Él.
Característica 7:
El Paseo busca activamente la reordenación de todas las voluntades humanas en la Voluntad de Su Creador. Reordenar, en el lenguaje de Jesús significa: “Voluntad salió de Nosotros para divinizar a la criatura y voluntad queremos que regrese a Nosotros.” La Voluntad Divina se manifiesta en actos de Benevolencia Providente que ayudan al hombre a vivir santamente, a cumplir con la misión de vida que Él ha planeado para él, a proveerle de las cosas necesarias para su alimentación, disfrute y alegría de la vida, ayuda en los momentos difíciles, etc. Todo está ordenado pues, a divinizar al hombre a través de actos virtuosos que el hombre debe realizar y que eventualmente le llevarán al cielo. Desorden viene cuando el hombre utiliza mal o incompletamente esos bienes que Su Providencia pone a su disposición, y cuando, aun usándolos correctamente, se olvida de agradecerle a Dios por esa Benevolencia y Amistad demostradas. Conviene repetirlo: el desorden de la voluntad humana es doble:
a) la voluntad humana usa mal de los dones de la creación que la Divinidad ha creado y crea para su servicio, para que pueda cumplir con la misión que se le ha encomendado.
b) la voluntad humana es ingrata, porque aun cuando use bien de esos dones, la criatura a menudo se olvida, de agradecer apropiadamente a la Divinidad, esos dones y la Benevolencia, Amistad y Amor con que Nos los proporciona.
Característica 8:
El Paseo busca activamente la Reparación de carácter universal, por mí y por todos, pero para que esa Reparación sea efectiva, y pueda ser materia de un Paseo, infunde en la mente del que los lee y practica, el conocimiento de que tenemos que reparar con las mismas Reparaciones de Jesús. Nuestra reparación como criatura, por buenos que seamos, es totalmente insuficiente para reparar a la Justicia Divina, por el más insignificante de los pecados: Sólo Él, el hombre-Dios, perfecto en su Humanidad y animado por la Naturaleza Divina de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es capaz de reparar adecuadamente por la ofensa original y por las continuas ofensas de las criaturas.
Característica 9:
El Paseo debe llevarle a Jesús, en correspondencia a Su Amor, el conocimiento profundo y bellísimo de que los que pedimos y estamos viviendo en Su Divina Voluntad, somos los portavoces de la Creación inanimada, la Creación “muda”, la Creación sin voz. Y, ¿cuándo Jesús nos da ese conocimiento? Escuchemos Sus palabras al respecto, que no son las únicas sobre el tópico, pero si las más claras y directas a nuestro corazón.
“Hija mía, todo es tuyo. Para quien debe vivir en mi Querer, todo lo que ha salido de mi Voluntad, que conserva y posee, por derecho debe ser todo suyo…Tanto más que, siendo la Creación sin palabras para su Creador, la hice así, para que aquella a quien debía darla, que debía vivir en mi Querer, ella tuviese la palabra en todas las cosas creadas, para hacer que todas las cosas hechas por Mi fuesen hablantes y no mudas… De modo que tu (Luisa) serás la voz del cielo, que haciendo eco de un punto a otro, harás oír tu palabra, la cual resonando en toda la atmósfera celeste dirá: Amo, Glorifico, Adoro a mi Creador… serás la voz de toda estrella, del sol, del viento, del trueno, del mar… ¡Oh que bella será la voz de mi recién nacida en mi Voluntad, de la pequeña Hija de mi Querer en todas las cosas! Me hará hablante a toda la Creación; será más bella que si hubiese dado a la Creación el uso de la palabra”. (Volumen 19 – 14 de marzo de 1926)
Resumen
Este documento es, en definitiva, una guía para enseñarnos detalladamente como se deben hacer y rezar los Paseos del Alma en la Divina Voluntad, que Luisa con tanto amor ha preparado para todos. Además, podemos utilizar estas características para expandir los Paseos. No debe pensarse que somos presuntuosos; no se trata de realizarlos mejor, sino de hacer más. Sencillamente dicho, Nuestro Señor Nos presenta diariamente numerosas oportunidades para hacer Paseos en Su Divina Voluntad. Son nuevas Iniciativas Amorosas suyas para que realicemos actos que a Él Le son en extremo agradables. Cualquier ocasión, grata o molestosa, feliz o triste puede ser objeto de esta actividad espiritual tan grata a Jesús. Luisa misma dice, que ella encontraba en todo lo que la rodeaba, ocasión para hacer un Paseo. El Mismo Jesús dice de Sus Actividades y las de Su madre, que eran Giros permanentes.
Solo tenemos que recordar estas características esenciales:
1) Mi Paseo tiene que ser universal – lo hago por mí y por todos,
2) tiene que tener la intención de reordenar mi voluntad y la voluntad de todos en la Divina Voluntad, reconociendo que esta reordenación consiste en a) corresponder con nuestro buen uso, el mal uso de aquello que es sujeto del Paseo que hacemos, haciendo para ello el acto opuesto, y b) agradecerle, darle nuestra correspondencia de amor por aquello que es el sujeto de nuestro Paseo.
3) Debemos tener la intención de reflexionar sobre la Benevolencia y Amistad de Nuestro Señor que quiere concedernos, en estos tiempos, el Don de Vivir en la Divina Voluntad.
4) Debemos comprender que somos los portavoces de la Creación, prerrogativa extraordinaria otorgada a Luisa y a nosotros que seguimos en sus pasos, especialmente cuando nuestro Paseo envuelve a todas las criaturas inanimadas.
5) Debemos tener como un Gran Honor el saber, que somos repetidores de la actividad de Jesús cuando estaba en la tierra, porque toda Su Actividad mientras estuvo con nosotros tenía por objeto: reordenar, reparar, alabar, dar gracias, restablecer la Armonía Universal.
6) Debemos siempre terminar nuestro Paseo pidiendo, en la Divina Voluntad, y con la Divina Voluntad, que venga pronto el Reino de la Divina Voluntad a la tierra - que se haga su Voluntad, de que venga este Reino a la tierra, como ya lo tiene en el Cielo. Esta es la petición fundamental del Padre Nuestro. Ahora sabemos a qué Reino Jesucristo se refería cuando nos instruía para que pidiéramos que “venga Su Reino”: Se refería a este Reino de la Divina Voluntad.
Luisa documentó otros Paseos adicionales que no fueron incluidos por ella en el libro de los 24 Paseos que están documentados en esta Guía de Estudios. Los más importantes los documentó en los Capítulos del 10 y 17 de mayo de 1925, Volumen 17, en los que ella narra cómo se fundía en la Divina Voluntad.
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Modo práctico y eficacísimo para hacer que el alma entre en el Divino Querer y gire en todas las obras de la creación para pedir el Reino de la Divina Voluntad como en el cielo en la tierra.
El alma se eleva a su Creador, y arrojándose en su Seno Divino se une con Él y lo sigue en todos los actos que hizo en la Creación.
Ella regresa a su origen y encuentra su principio. Se hace presente el instante en el cual Dios estaba creando todas las cosas, recibe de Él, como en depósito, todo el amor divino que hace salir de su Seno mediante el Fiat Omnipotente, y le ofrece en cambio, con este mismo amor: Gloria y adoración. Por lo que se pone en el Edén para recibir el primer aliento que Dios infundía a Adán, aquel aliento regenerador que siempre genera; después recorre todos los siglos para abrazar a todos los hombres y para suplir por cada uno de ellos. Recorre después todos los actos de la Reina Mamá, los hace suyos y los da a su Dios, como si le pertenecieran.
Pasa enseguida a la Encarnación del Verbo, a todos los actos que Él hizo en su vida, y a cada uno de ellos da su correspondencia con un acto propio, si bien pequeño, de amor, de agradecimiento y de petición del advenimiento del Reino de la Divina Voluntad sobre la tierra. Lo sigue después paso a paso hasta su muerte, lo acompaña al limbo, lo espera en el sepulcro para pedirle en virtud de su Resurrección, el triunfo del Reino de la Divina Voluntad, y finalmente lo acompaña en su Ascensión al Cielo para suplicarle que pronto envíe el Reino del Fiat Divino a la tierra.
En suma, no deja que se le escape nada, abraza todo y en cada acto de su Dios pide su Voluntad reinante en las generaciones humanas.
Fiat
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Los paseos del alma en la Divina Voluntad
Oracion inicial de Luisa
Señor Mío y Dios Mío, ahora que me dispongo a visitar las obras de Tus Manos, te pido me des Tu Santo Espíritu, y Me concedas Sabiduría e Inteligencia espiritual, para conseguir un conocimiento perfecto de Tu Voluntad. Jesús, quiero unirme a Tu Santísima Humanidad para hacer este Paseo, y contigo sumergirme en la Divina Voluntad, en la que todas Tus obras se encuentran, para cumplir con Tu Ayuda y la de la Santísima Madre, la santa tarea de hacer compañía y corresponder con un “te amo, te adoro, te bendigo y te agradezco por mí y por todos”, a Tu Amor y a Tu Voluntad en sus tantas manifestaciones en la Creación del Universo y en la Redención y Santificación de todos los seres humanos. Es mi intención también, llevar a la Presencia de la Santísima Trinidad, cada una de Sus Obras, y junto Contigo, y Nuestra Madre, pedir a la Trinidad Sacrosanta que:
“venga Su Reino, y que Su Voluntad se haga en la tierra como en el Cielo”.
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Primera Hora
El alma sigue a la Divina Voluntad en todos sus actos para hacerle compañía, y recibir su Vida Divina. La sigue en la creación del cielo y del sol.
Jesús, vida mía, latido de mi pobre corazón, respiro de mi pequeña alma, centro de mi inteligencia, mi pequeñez se abisma y se pierde en Ti. Como pequeña niña que no sabe dar un paso, a Ti me acerco, me estrecho a tu mano, y junto Contigo entro en la luz interminable de tu Divino Querer.
He aquí que el Padre Celestial ya pronuncia el primer Fiat, y hace salir tanta luz que no se pueden descubrir sus confines. Jesús mío, haz que mi alma reciba toda la virtud, la potencia, la santidad y la luz de tu adorable Fiat, a fin de que no sienta en mí más que su Vida, y así, enriquecida con su Vida, podré abrazar todo, suplir por todos, y pueda atraerlo a la tierra, para que Él regrese triunfante a reinar en medio de las criaturas.
Deja pues, Amor mío, que yo gire en tu Querer, para seguir todos sus actos. ¡Oh, cómo es bello contemplar a la Majestad Suprema, que con un solo Fiat extiende el cielo azul, con millones de estrellas resplandecientes de luz, pronuncia otro Fiat y crea el sol, pronuncia otro más y crea el viento, el aire, el mar y todos los elementos juntos, con tal orden y armonía que rapta al alma!
Mi Jesús, mi Bien, yo quiero hacer mío todo el amor que tuvo tu Fiat Divino al crear el cielo tachonado de estrellas, para poder a mi vez distender mi cielo de amor en tu Fiat Omnipotente; y así, invistiendo todo el cielo con mi amor, quiero dar mi voz a cada estrella, a fin de que cada una de ellas repita conmigo: “¡Jesús, te amo, venga pronto tu Reino a la tierra. Sea dada gloria perenne a tu Querer Divino, yo adoro y alabo tu firmeza divina y tu Ser inquebrantable, a fin de que ellos vuelvan firmes a las criaturas en el bien y las dispongan a recibir el Reino de tu Voluntad!”
Amor mío, continúo mi giro y voy al sol. Considero el instante en el cual tu Fiat hizo salir tanta luz del Seno de la Divinidad, que formó el globo solar, aquel astro que debía abrazar la tierra con todos sus habitantes, para dar a cada uno de ellos tu beso de luz y de amor, mediante el cual todo debía ser embellecido, fecundado, coloreado, enriquecido y adornado.
Este sol, tu Fiat lo hizo salir de tu Seno por amor mío, por eso quiero recibir en mí toda su luz, su calor, y todos sus efectos, y así poderte ofrecer también yo, mi sol, para alabar, glorificar y bendecir por medio suyo a tu luz eterna, a tu amor inextinguible, tu belleza, tu dulzura infinita, tus gustos innumerables. Sí, oh Jesús, yo quiero abrazarte con la misma luz del sol, quiero darte mis besos ardientes con su calor, quiero animar con mi voz todo su resplandor y todos sus efectos para pedirte, desde lo alto de su esfera, hasta lo bajo, allá donde desciende su rayo, el Reino de tu Fiat. ¿No sientes Amor mío, que tu Voluntad quisiera desgarrar los velos de la luz para descender a reinar en medio de las criaturas? Y yo, sobre las alas de la luminosidad del sol, vengo a rogarte que nos envíes pronto el Reino de tu Fiat.
Desde el centro de este sol te pido que hagas descender tu esplendor en el corazón de los hombres para iluminarlos con tu gracia, y les concedas tu amor para quemar en ellos todo lo que no pertenece a tu Querer. ¡Ah, sí, si tu luz desciende a ellos, se reflejará en ellos la belleza divina, terminarán las iras, las amarguras, todos adquirirán tu dulzura, y así la faz de la tierra será renovada!
Cómo soy feliz Vida mía de poderte decir: “¡Sol me has dado, sol te doy!” Yo tengo un astro en mi poder que te pide el Reino de tu Fiat, ¿puedes Tú resistir a tanta luz que te ruega? Por eso, oh Jesús, apresúrate, pronto, hazlo ya. Este sol es tu relator divino, por lo tanto, haz, oh Amor mío, que su luz revele con su toque, a todas las criaturas, el Reino de tu Fiat, su santidad, y su ardiente deseo de verlas penetrar en Sí mismo para volverlas felices y santas.
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Segunda Hora
El alma sigue a la Divina Voluntad en la creación del mar y del viento.
Vida mía, Jesús, tu Fiat me empuja, y heme aquí por eso a considerar la creación del mar. ¿Pero qué oigo? Oigo un murmullo continuo, símbolo de tu movimiento eterno que jamás se detiene; entro en ese movimiento divino, infinito, incesante, que da vida a todos, y lo hago mío para darlo todo a todos, y para pedirte por todos, el Reino de tu Querer.
Mira oh Jesús, con tu Fiat desciendo en el abismo del océano, y dondequiera que yo descubro un movimiento, una vida, un murmullo, hago salir mi grito incesante: “Te amo, te adoro, te agradezco, te bendigo, te glorifico”, e invistiendo con mi voz el murmullo del mar; el agitarse de los peces; las olas, ahora tumultuosas, ahora pacíficas, te pido con insistencia el Reino de tu Fiat. ¿No escuchas, oh Jesús, cómo todas las gotas del agua, con su murmullo, al igual que tantas voces dicen: “Fiat, Fiat, Fiat?” ¿Cómo las olas con su fragor parece que quieren abrir el seno del mar, para hacer salir tu Voluntad que las domina, y encerrarla dentro de todas las criaturas, para que todas hagan reinar en sí mismas a tu Fiat Divino?
En este mar yo vengo a exaltar y a amar en su murmullo a tu movimiento incesante; en sus olas altísimas a tu fortaleza y a tu justicia; en las aguas cristalinas a tu pureza que no conoce mancha; en su grandeza, a tu gracia e inmensidad que todo envuelve y encierra. Con tales sentimientos, te ruego, oh Jesús, que hagas al hombre: justo, fuerte, puro; haz que él viva escondido y envuelto en tu santísima Voluntad, a fin de que pueda correr en tu mismo movimiento, de donde él salió.
Vida mía, Jesús, giro ahora en el viento con su frescura, con su violencia e impetuosidad que arroja por tierra, que eleva y rapta; lo considero para amar, alabar, glorificar y para bendecir el imperio de tu Voluntad en él. Ahora parece que gime, y ahora parece que grita; es el amor del Querer Divino el que gime en el viento porque quiere ser reconocido, y no viéndose escuchado, gime y habla con voces arcanas, porque quiere reinar y porque exige su propio dominio en medio de las criaturas. Con el imperio de tu Querer Supremo, haz que venga su Reino en medio de las criaturas y que domine sobre ellas, en modo que ninguna le pueda resistir jamás, aliéntalas con su frescura, haz uso de su violencia e impetuosidad para aterrar en ellas al querer humano, para levantarlas y raptarlas en el tuyo. Haz escuchar a todos tus gemidos continuos, hazles entender que quieres reinar en medio de ellos, y si no eres escuchado, grita, habla fuerte, con tus voces arcanas, a fin de que ensordecidos por ellas, cada hombre se rinda y reconozca a tu Santo Querer como su soberano.
Por eso, Amor mío, corro también yo sobre las alas del viento para pedirte por medio suyo el advenimiento del Reino de tu Fiat; con cada una de sus oleadas quiero llevar a todos su beso, sus caricias y sus dulcísimos abrazos.
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Tercera Hora
El alma sigue a la Divina Voluntad, girando sobre toda la tierra y admirando todas las cosas creadas.
Jesús mío, corazón mío, vida mía, toda la Creación está saturada de tu adorable Voluntad. Sus actos son innumerables en todas las cosas creadas, por eso yo, para poderlos encontrar más fácilmente, me dispongo a peregrinar en el universo entero: Giro en el aire, y en él imprimo mi “te amo”, para pedirte que las criaturas, al respirar, absorban con el aire la Vida de tu Querer que reina en él.
Quiero bendecir, glorificar y sellar con mi “te amo” el orden y la armonía de toda la Creación, para llevar a todos el orden y la armonía del Reino de la Divina Voluntad; quiero sobrevolar sobre toda la tierra, e imprimir mi “te amo” sobre el pequeño hilo de hierba, sobre las plantitas, sobre todas las flores, sobre los árboles más altos, sobre las cumbres de los montes, así como en los más profundos abismos, para pedirte que por dondequiera, se extienda el Reino de tu Fiat.
Quiero animar todo, dar mi voz a todos, a fin de que todos digan: “Venga tu Querer a reinar sobre la tierra”.
Escucha, oh Jesús, yo imprimo mi “te amo” en el pajarito que canta, trina y gorjea, y junto con él te pido el Reino de tu Fiat. Sello mi “te amo” en el corderito que bala, en la tórtola que gime, y te pido con sus balidos y con sus gemidos el Reino de tu Fiat; no existe ser alguno que yo no quiera investir, y así poder con todos, y sin descanso, repetir mi estribillo: “Adveniat Regnum Tuum”. Quiero Jesús mío, penetrar hasta en el centro de la tierra, y ahí poner mi corazón, a fin de que él, con su propio latido te ame por todos, dé amor a todos, a todos abrace y con todos grite: “Venga tu Reino y domine tu Voluntad”.
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Cuarta Hora
El alma se transporta al Edén, y se une a la fiesta de Dios en la creación del hombre.
Jesús, vida mía, siento que tu amor me empuja hacia ti; tu Querer hacia ti me llama, porque quiere que esté presente en todos sus actos. Me parece que Tú no estás contento si yo no asisto a todos las obras de tu Voluntad, y aunque no sepa hacer nada, te contentas con que yo permanezca como espectadora y repita mi estribillo: “Te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”.
Y heme aquí en el Edén; ahí te contemplo, Amor mío, mientras con el Padre y con el Espíritu Santo estás formando tu amada joya, tu obra maestra, la bella estatua del hombre. Con cuánto amor la formas, cuánta belleza le infundes, de cuántos divinos matices la revistes. Mientras estás plasmándola, te detienes con frecuencia y la miras, la admiras y entusiasta dices: “Cómo es bella mi estatua!” Tu amor entonces palpita fuertemente, hasta desbordarse, y no pudiéndolo contener más, dándole el aliento le donas la vida y tu semejanza, y así creas al hombre. Tú lo colmas de tu amor, hasta hacerle formar sus propios mares de amor para amar a su Creador. El amor creado se arroja con sus altas olas en el amor creador, y entre el Creador y la criatura se desarrolla una ardiente competencia.
¡Oh, Jesús, también mi amor se estremece en este acto tan solemne de la creación del hombre! Oigo que tu voz creadora dice: “¡Cómo es bella mi criatura!” El eco de su amor me alegra y me hiere, su voz resuena dulce y melodiosa a mi oído, tiernos y fuertes son los abrazos que ella me da. ¡Oh, cómo gozo por haberle dado la vida, ella formará mi contento y mi alegría!
Vida mía, también yo quiero recibir tu aliento creador; también yo ansío amarte y adorarte con aquella misma perfección y santidad con la cual te amó y te adoró mi primer padre Adán. Si bien indigna criatura soy, quiero recibir también yo tus mares de amor y de luz, para poder formar a mi vez olas altísimas, que llegando hasta ti, me pongan en competencia con mi Creador.
Sí, te doy amor para recibir otros mares de amor, y con mis olas te pido que venga tu Reino y que tu Fiat sea conocido.
Oh Jesús, yo entro ahora en la unidad de tu Voluntad, a fin de que mi voluntad sea una con la tuya, uno el amor. En esta unidad que todo abraza, mi voz resuene en el cielo, invista toda la creación, penetre en los profundos abismos y diga y grite fuerte: “¡Venga el Reino de tu Querer Divino, sea hecha tu Voluntad como en el Cielo así en la tierra!”
Yo hago mía la santidad, la gloria, la adoración, el agradecimiento, los pensamientos, las miradas, las palabras, las obras, los pasos de Adán inocente para ofrecerte la repetición de sus actos, y Tú, viendo en mí tu Divina Voluntad obrante, concédeme, te pido, que venga tu Reino.
En el Edén era siempre fiesta entre el Creador y la criatura, el hombre se había vuelto el entretenimiento divino, la alegría, la felicidad más estimada por el Padre Celestial. Con la posesión de la Divina Voluntad en la cual vivía, la criatura gozaba el primado sobre el universo, todo era orden y armonía, el cielo, las estrellas, el sol, el mar, se sentían honrados de servir y obedecer a sus señales. Adán era la sonrisa, la alegría de toda la Creación; cada cosa le recordaba a su Creador, y Dios que era todo ojos sobre él, hacía que nada faltase a la plenitud de su felicidad. En efecto, viéndolo solo, con el fin de volverlo doblemente feliz, lo hizo dormir entre sus brazos, y durante el profundo éxtasis le quitó una costilla, y con ella formó a la mujer que le dio por compañía.
¡Oh, cómo nuestra primera madre Eva, quedando también ella en la unidad del Divino Querer, rivalizó con Adán en el lanzar olas sublimes de amor a Aquél que le había dado la vida!
Jesús mío, en la unidad de tu Divino Querer sumerjo también yo a mi pobre alma; no saldré jamás de estas gigantescas olas de amor con las cuales nuestros primeros padres amaron y glorificaron tu Majestad adorable, y desde ellas emitiré continuamente mi grito: “¡Venga tu Reino, que tu Voluntad sea conocida y cumplida dondequiera!”
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Quinta Hora
El alma asiste a la caída de Adán en el Edén, al dolor divino, y trata de reparar con su mismo amor.
Amor mío, la potencia de la unidad de tu Voluntad Divina unió en uno solo el acto del Creador con el de tus primeras criaturas, y puso así en común con ellas todos sus bienes, todos sus gozos. Oh mi Jesús, también yo quiero comenzar de nuevo mi vida en esta unidad de tu Querer junto con mis primeros padres; allí quiero establecer mi morada, allí quiero encontrar por siempre mi alegría, mi felicidad.
Pero, ¡ay de mí! He aquí que para su gran desventura, Adán y Eva salieron de tu Voluntad para hacer la suya, y del más alto grado de todas las felicidades, se precipitaron en el abismo de todas las miserias. Cielo y tierra fueron sacudidos viendo que las más bellas criaturas se rebelaban a la Voluntad de su Creador; toda la creación se estremeció, y Tú misma, Majestad adorable, sentiste tal dolor, que te envolviste con el manto de justicia en contra de ellos.
Para consolar tu corazón, he aquí, vida mía, Jesús, que yo formo mi estable morada en tu Divino Querer, jamás querré salir de Él; y esto para reconquistar al menos en parte los inmensos beneficios que tus primeras criaturas perdieron, y para borrar la marca de deshonor que se imprimió sobre su frente. Y para que las alegrías y las felicidades que te daban mis primeros padres en los primeros tiempos de su creación puedan continuar, yo quiero poner mi beso y mi incesante reparación en aquel mismo dolor que te cubrió con el manto de la justicia; quiero quitarte el manto de enojo y tristeza para poderte contemplar revestido por aquel manto de la paz. ¡Ah, oh Jesús, haz que los primeros tiempos de la creación regresen y se renueven las fiestas, las alegrías, los entretenimientos entre Tú y las criaturas, mediante el advenimiento del Reino de tu Voluntad.
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Sexta Hora
El alma continúa su reparación; pasa por los principales personajes del Antiguo Testamento, y suspira la Redención.
Jesús mío, vida mía, no te dejaré solo en tu dolor; de tu Querer yo no saldré jamás, prometo solemnemente el no querer hacer jamás mi voluntad, es más, la ato a los pies de tu trono para que no la pueda conocer más. Ella te ofrecerá profunda y continua reparación por la rebelión que Adán y Eva opusieron a tu adorable Voluntad, y al mismo tiempo, yo misma, uniformándome totalmente a tu Querer, que es el único que quiero reconocer, me fundiré Contigo.
Dulcísima vida mía, por el triunfo de tu Divino Querer, yo quiero imprimir sobre cada uno de los pensamientos, comenzando desde el primero que formuló Adán, hasta el último de las criaturas sobre la tierra, mi “te amo”, mi reparación, la gloria que se te debe, y así pedirte en nombre de cada uno de ellos el Reino de tu Voluntad. ¡Concede, oh mi Señor, que todas las inteligencias comprendan qué cosa signifique cumplir la Voluntad de Dios, y que todas la hagan reinar y dominar!
Quiero sellar cada una de las miradas de las criaturas, cada una de sus palabras, con mi “te amo”, con mi reparación, y con mi anhelo que tengo por tu Reino. En cada obra, por cada paso y latido de los hombres, yo quiero repetirte: “¡Te amo y te reparo por todos los pecados que se cometen; venga, venga al mundo el Reino de tu Fiat Divino!
Quedándome en tu Divina Voluntad, quiero suplir a toda la gloria, a todo el amor que te deberían haber ofrecido las criaturas si hubieran vivido todas en tu Querer, y a nombre de ellas pedirte tu Reino.
Oh Jesús, yo paso ahora en reseña los principales personajes del Antiguo Testamento, y medito en ellos los prodigios de tu Divina Voluntad. Imprimo antes que nada mi “te amo” sobre el sacrificio de Abraham y sobre la obediencia de Isaac, para implorar por medio de ellos el Reino de tu Querer Divino.
Imprimo mi “te amo” sobre el dolor de Jacob, sobre la tristeza y sobre la gloria de José, y por ellos te pido tu Reino. Pongo mi “te amo” sobre la potencia de los milagros de Moisés, sobre la fuerza de Sansón, sobre la santidad de David, sobre la paciencia de Job; y por todos estos rayos de luz que mandó tu Voluntad, te pido que reine tu Querer Divino. ¡Observa Amor mío, cómo voy buscando a través de los siglos los actos de tu Voluntad en todas las criaturas para pedirte, por medio de ellas, que tu Fiat sea conocido, amado y querido por todos!
Vida mía, Jesús, yo veo que tu amable Querer Divino se acerca siempre más a las criaturas, y haciendo salir sus rayos de luz inviste a los profetas y les revela tu venida a la tierra, precisando el tiempo, el lugar y las circunstancias que la acompañarán. Oh Jesús, girando sobre cada uno de los profetas, y sobre cada una de las revelaciones que les haces, invisto a todos y a todo con mi “te amo, te bendigo, te agradezco”, y te pido el Reino de tu Querer. Cada promesa que hiciste, cada revelación que manifestaste acerca de tu descendimiento sobre la tierra, fue un compromiso que tomaste; por eso, al Reino de tu Redención venía ligado el de tu Voluntad. ¿Por qué entonces, Amor mío, no te apresuras? Tú no sabes hacer tus obras a la mitad, ni dar tus riquezas solamente en parte, por eso, date prisa. Si mediante tu Redención nos donaste la mitad de tus bienes, completa ahora tu obra: Haz que tu Voluntad impere y domine en medio de las criaturas.
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Séptima Hora
El alma se sumerge en los mares de luz, de santidad de la Mamá Celestial, y junto con Ella pide que venga el Reino de la Divina Voluntad a la tierra.
Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo siento vuestro amor desbordante en mí; veo con suma alegría que ya estáis despojándoos de vuestro manto de justicia, y que estáis preparándoos a una nueva fiesta; quizá mayor que aquella que tuvisteis en la creación del hombre, ponéis fuera mares de potencia, de sabiduría, de amor, de belleza indescriptible. Ustedes, concentrando todos juntos estos océanos, llamáis desde el fondo de ellos, en virtud de vuestra palabra omnipotente, a vida a la pequeña Reina, y la creáis tan pura, sin mancha y tan rica en belleza, que rapta a vuestra misma Divinidad.
A la Concepción de esta Inmaculada Soberana, las fiestas se abren entre el Cielo y la tierra, la Creación toda se alegra y festeja a su Reina. También yo doblo mis rodillas delante de Aquella que es el objeto de las complacencias del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, e invito al cielo, al sol, al viento, a la Creación toda, a los ángeles, a cada ser humano, a alabar conmigo a la pequeña Reina apenas concebida, y a reconocerla por Señora y por Madre, y como la más escogida entre todas las criaturas.
Mamá mía, mira, cada uno dirige a ti su corazón, sus miradas, nuestra suerte está en tus manos, por eso, en este primer acto de tu Concepción, damos todos juntos el asalto a nuestro Padre Celestial y gritamos: “¡Venga el Reino de la Divina Voluntad a la tierra!”
Mamá Santa, preséntanos Tú ante Dios, y Él se sentirá vencido al ver que todas las criaturas, estrechadas en torno tuyo, dicen Contigo: “¡Venga el Reino del Fiat Divino!”
Sí, oh Divinas Personas, Ustedes no hacéis otra cosa que derramar continuamente amor sobre la recién concebida Reina, ni cesáis de concederle nuevas gracias para hacer sus mares siempre más extensos e interminables. En esta Celestial Criatura, Vosotros veis a Aquella que todo os debe dar, que de todo os debe resarcir, a Aquella que os debe restituir completa la gloria de la Creación; por eso, pronto le manifestasteis la historia del hombre caído, vuestro dolor, vuestra Voluntad adorable rechazada por las criaturas.
Mientras Ustedes todo le confiáis, Ella, generosamente os hace don de su propio querer y os jura no querer conocerlo jamás. Arrojándose después en vuestro Fiat, Ella lo escoge por su propia vida, le da el dominio sobre de Sí misma, y de este modo forma en su alma el primer Reino del Divino Querer. Y he aquí que ya escucho resonar su continuo estribillo: “¡Venga el Reino de la Redención, venga el Verbo a la tierra, venga la paz entre el Creador y la criatura. Eterno Padre, no descenderé de vuestro regazo si no me concedéis lo que os pido!”
También yo, oh Padre Celestial, repetiré junto con mi pequeña Madre Reina mi acostumbrado estribillo: “¡Venga el Reino de la Divina Voluntad!” Lejos de separarme de tus rodillas paternas, te estrecharé con mis brazos, hasta que Tú no me hayas asegurado que la Divina Voluntad, no sólo será conocida y amada por los hombres, sino que reinará sobre de ellos con un completo triunfo.
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Octava Hora
El alma continúa con la Mamá Reina pidiendo al Padre Celestial que haga conocer a todos la Divina Voluntad, y que venga su Reino.
Jesús, dulcísima vida mía, lleva, te ruego, a mi pequeña alma junto con mi Mamá Reina sobre las rodillas de nuestro Padre Celestial, y allí, yo rogaré, lloraré, suspiraré para que venga el Reino de tu Fiat Divino.
Con mis sonrisas de amor, con mis besos afectuosos, con la misma fuerza raptora de tu Querer, suplicaré al Eterno Padre para que me conceda su Reino sobre la tierra. Y Tú, Mamá Santa, dale la mano a tu pequeña hija y hazme navegar el mar de tu amor, a fin de que con tu mismo amor yo pueda con mayor eficacia pedir que venga el Reino del Fiat Divino.
Hago mía tu adoración a mi Creador, hago mías tus plegarias, tus súplicas y tus suspiros para pedir por medio de ellos el Reino del Fiat Divino.
Reina Mamá mía, ayúdame Tú misma a poner en el mar de tus penas, de tus intensos dolores, mis pequeñas contrariedades, mis sufrimientos, mis privaciones, mis sacrificios, y así poder incesantemente pedir con ellos que venga pronto el Reino del Querer Divino, y que la Divina Voluntad descienda entre las criaturas, y triunfante reine y domine en medio de ellas.
Mamá mía, así como Tú atrajiste al Verbo del Cielo para hacerlo descender a la tierra en tu seno, así haz mover al Fiat Supremo de su sede celestial para que venga a reinar sobre la tierra en todas las criaturas.
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Novena Hora
El alma sigue a la Divina Voluntad en la Concepción del Verbo, hace compañía al pequeño prisionero Jesús en el seno de su Mamá, lo acompaña y lo recibe en su Nacimiento.
Soberana Mamá mía, no quiero quedarme sin ti; a tus actos uno los míos para formar de todos uno solo, y para pedir junto Contigo la venida del Reino del Divino Querer.
Mientras considero la Concepción del Verbo, oculto en tu seno materno mi continuo “te amo” y todas mis penas para dar un ardiente homenaje al Hijo de Dios. Y por aquel mismo desmesurado amor que lo hizo descender del Cielo en la pequeña prisión de tu seno, ofreciéndole todos tus actos unidos a los míos, yo le pido nos conceda pronto el Reino de su Divina Voluntad.
Mamá mía, quiero encerrarme en ti para poder permanecer con mi pequeño Jesús, y para hacerle compañía en la soledad que sufre. Quiero contemplar todas sus penas, para sellarlas con mi “te amo, te bendigo y te agradezco”.
Veo que mi niñito Jesús comienza a sufrir tantas agonías y tantas muertes por cuantos son los rechazos que el hombre opone a la Voluntad Divina, y veo que Tú, Madre dulcísima, quisieras tomar sobre ti, de inmediato, todas estas muertes para satisfacer a la Suprema Voluntad.
Oh Jesús, me siento despedazar el corazón viéndote agonizar tan pequeño aún, por esto, mi tierno niñito, quiero dar tantas veces vida al Fiat Divino en mi alma por cuantas son las veces que las criaturas la han rechazado; y tantas otras veces quiero hacer morir mi querer, por cuantas son las veces en las cuales ellas dieron vida a su propia voluntad.
Sí, yo quiero hacer correr el flujo de tu misma Voluntad Divina en tu pequeña Humanidad, a fin de que la agonía y la pena mortal que Tú sufres sea menos desgarradora.
¡Oh mi dulce Amor, cuántas penas no sufres en el seno de la Mamá Virgen! En él Tú quedas inmóvil, porque no te es dado mover ni un dedo, ni un piecito, no tienes ni siquiera espacio para poder abrir tus bellos ojos, ni el más tenue rayo de luz llega hasta ti, en esta estrecha prisión no hay sino oscuridad profunda.
Por eso, amado pequeño Jesús, quiero llevar la vida de tu Voluntad a la estrecha cárcel de tu primera morada sobre la tierra, para aclarar las tinieblas en las cuales te encuentras; quiero imprimir mi beso, mi “te amo” sobre tus tiernos miembros forzados a la inmovilidad, para pedirte por los méritos de tus mismos sufrimientos, que tu Querer Divino tenga movimiento en las criaturas, y mediante su luz ponga en fuga la noche del querer humano y forme el día perenne de tu Fiat.
Amable niño mío, si no te dejas vencer por mí ahora que eres pequeño, dime al menos ¿cuándo será que yo podré conquistar el Reino de tu Voluntad Divina? ¿Qué no sabes amado mío que mi alma quiere vencerte mediante tu mismo amor y con la potencia y firmeza de tu Fiat? Para obtener mi intento llamo en mi ayuda a todos los actos de tu Voluntad Divina, llamo al cielo con el ejército de sus estrellas alrededor de ti, llamo al sol con la fuerza de su luz y de su calor, al viento con la impetuosidad de su imperio, al mar con sus olas fragorosas, llamo a toda la Creación, y animando cada cosa con mi voz, quiero pedirte a nombre de todos, el Reino de tu Fiat Divino.
Mi tierno niño, yo deseo que Tú, en cuanto abras tus ojos a la luz, te veas circundado por las multitudes de tus obras, cada una de las cuales te diga junto conmigo: “¡Te amo, te amo, te amo! ¡Te bendigo, te agradezco, te adoro!” Con todas ellas quisiera imprimir mi primer beso sobre tus labios infantiles.
Apenas naciste, pronto te refugiaste, tembloroso, entre los brazos de la Mamá Celestial, y Ella te estrechó a su corazón, te besó, te calentó, te nutrió con su leche y te quitó el llanto. También yo, niñito Jesús, quiero ponerme en los brazos de tu Mamá, y sobre su mismo beso yo quiero poner el mío, quiero hacer correr mi “te amo” en su leche virginal para poderte nutrir con mi amor, todo lo que Ella te hizo quiero hacértelo también yo.
Mi amado niño, mira, no estoy sola, conmigo tengo todo: Tengo el sol para calentarte, y para enjugar tus lágrimas tengo todas tus obras.
Tú gimes y sollozas porque no te ves amado, pero yo, con mi “te amo”, quiero cantarte una canción de cuna que te haga conciliar el sueño, así me será más fácil obtener de ti, cuando te despiertes, el Reino de tu Fiat Divino.
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Décima Hora
El alma acompaña al niño Jesús, en los brazos de su Mamá Celestial, en el dolor de la Circuncisión, y encierra todas las voluntades humanas en aquella dolorosa herida.
Mi tierno niñito, mi “te amo, te bendigo, te agradezco” te sigue por todas partes para pedirte tu Fiat. En cada uno de tus latidos y respiros, sobre tu lengua, en la pupila de tus ojos, en todas las gotas de tu sangre, en tu pequeña Humanidad, en cada uno de tus santos pensamientos, yo quiero imprimir mi “te amo” con mi beso.
Deseando que Tú encuentres este mi “te amo” en el abrazo que te dan la Mamá Celestial y San José, yo lo pongo entre sus brazos. Quiero que lo sientas hasta en el aliento de las bestias que te calientan y que están a tus pies en muda adoración.
Mi gracioso niñito, para implorar tu Fiat Divino yo sumerjo mi “te amo” en el dolor que sufriste por el cruel corte de la circuncisión, en cada gota de la primera sangre que derramaste, lo pongo en las lágrimas que te arrancó la violencia del dolor, y en aquellas que vertieron la Soberana Reina y San José al verte sufrir. Aquella sangre, aquel dolor, aquellas lágrimas, imploran con gran voz el triunfo de tu Reino.
Mi querido niño Jesús, estrechándote a mi corazón para mitigar el sufrimiento que te causa la dolorosa herida, yo te suplico que encierres en ella a todas las voluntades humanas, para concedernos a cambio la Vida de tu Divino Querer.
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Undécima Hora
El alma acompaña al niño Jesús que huye a Egipto; invita a toda la Creación a mimarlo, y con todos pide el Reino de la Divina Voluntad.
Mi amable niño, mientras aún te sangra la herida de la circuncisión, otro dolor te llega de improviso: Un hombre impío y tirano quiere tu muerte, y por eso, Tú te ves forzado a huir a Egipto para ponerte a salvo.
¿Este episodio, no es tal vez símbolo de la perfidia de la voluntad humana, la cual persigue a tu Voluntad Divina, porque no quiere que Ella reine?
Mi gracioso niño, yo quiero hacer correr mi “te amo”, mis besos afectuosos, y también mi querer en este tu intenso dolor, para reconciliar a la Voluntad Divina y la humana, y hacer de ambas una sola.
Para pedirte tu Fiat, yo sigo incesantemente a mi Mamá que te lleva entre sus brazos, mientras Ella camina quiero hacerte oír el dulce murmullo de mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”, por eso lo imprimo paso a paso en cada átomo de la tierra, en cada hilo de hierba que pisan sus santos pies. Así como Tú huyes para darme la vida, así yo quiero ofrecer mi existencia para defender la tuya y para pedir el triunfo de tu Voluntad. Amor mío, yo me siento desgarrar el corazón al verte llorar y al oírte sollozar amargamente por ser buscado para darte muerte. Para calmar tu llanto, con mi amor quiero recorrer todo el universo, y para alegrarte quiero hacerte oír mi “te amo” y mi estribillo: “Dame tu Fiat”, desde la profundidad de los mares, desde cada gota de agua, desde los peces que en ellas se agitan; quiero andar sobre los montes más altos, y en los valles más extensos, para animar plantas, flores, árboles, y por todos, hacerte repetir: “te amo, te amo”. Sobre las alas del viento quiero hacerte llegar con voz fortísima el eco de mi amor, por medio de sus ráfagas quiero hacerte llegar mis besos y ofrecerte mis caricias amorosas.
Querido niño mío, mientras Tú huyes, yo envío mi invitación a todas las cosas creadas, a fin de que ellas alegren a su Creador: Llamo a la luz del sol, para que iluminando tu bello rostro te diga te amo; llamo a todas las aves del aire, a fin de que con sus cantos y trinos, ellas te formen arrullos de amor; en una palabra, me uno a todos los elementos, al cielo y a las estrellas, a los montes y a los mares, a las plantas y a los animales para gritarte con ellos, a una sola voz: “Nosotros te amamos, te amamos mucho, y por eso queremos sobre la tierra el advenimiento de tu Voluntad reinante y dominante”.
Este grito unánime resuena en el alma de la Mamá Reina, por lo cual también Ella te dice: “¡Hijo mío, mira, mi amor armoniza con el de todas las criaturas y las reúne a todas juntas, y con ellas, penetrando más profundamente en tu corazón, te pido también Yo que tu Voluntad venga a reinar sobre la tierra!”
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Duodécima Hora
El alma con Jesús en Egipto. Ella le ofrece el corazón por alojamiento, y pide con la Reina del Cielo el Reino de la Divina Voluntad.
Mi querido niñito Jesús, he aquí que ya has llegado a Egipto; acompañado por el dolor y por las lágrimas, por el olvido y por el abandono de todos, te ves obligado a entrar en una pequeña choza, expuesto a los vientos y a la lluvia, porque nadie en el mundo te ofrece una morada decente. ¡Oh, cómo sufres mi niño al ver que tu pequeña Humanidad sufre la misma suerte de tu adorable Voluntad, a la cual, ninguno espontáneamente ofrece por habitación su propia alma para hacerla reinar! También Ella vaga por largos siglos, pide alojo y no lo obtiene.
Amor mío, yo veo que mientras Tú lloras por el dolor que te causa tanta crueldad, nuestra Mamá oculta sus propias lágrimas para calmar tu llanto y ofrece su bella alma como morada perenne a tu Divina Voluntad. También yo quiero unirme a Ella para secar tu rostro y para imprimir mi “te amo” en cada una de tus lágrimas, y sobre tus labios temblorosos yo pongo mi beso amoroso, y pidiéndote tu Fiat, ofrezco mi corazón a tu Voluntad Divina como perpetua morada.
Mi amado niño, centro de mi vida, mientras Tú habitas en esta choza, yo quiero seguir todos tus actos y los de la Soberana Celestial, sí, cuando Ella te arrulle, quiero arrullarte también yo, y hacer que concilies el sueño con el estribillo de mi “te amo, te amo”.
Mientras Ella te teje tu vestidito para cubrirte, quiero esconder en el hilo que corre entre sus maternos dedos mi “te amo, te bendigo, te agradezco, te adoro”, a fin de que, no apenas nuestra Mamá te haya vestido, Tú puedas sentir que tu vestido está entretejido con mi amor y con mi deseo ardiente por tu Fiat.
Corazón de mi corazón, cuando des tus primeros pasos, quiero imprimir mi “te amo” sobre la tierra que tus piecitos pisarán, y quiero formar una defensa con mis brazos, de manera que si llegas a trastabillar, yo, prontamente te abrazaré y te estrecharé a mi corazón.
Veo mi celestial niño, que apenas empiezas a caminar solo, y aunque eres tan pequeño, te apartas de tu Mamá y poniendo tus pequeñas rodillitas sobre la tierra desnuda, y con los bracitos abiertos ruegas y lloras por la salvación de todos, pidiendo con suspiros ardientes el Reino de tu Divina Voluntad. ¡Oh, cómo late fuerte tu corazoncito! Parece como si quisiera romperse por la vehemencia del amor y del dolor.
Pequeño Jesús mío, deja que yo ponga mi “te amo” bajo tus tiernas rodillas, para hacer que la tierra sea menos dura a tus tiernos miembros; deja que yo imprima mi “te amo” en medio de tus manitas abiertas y que sostenga tus pequeños brazos con los míos, a fin de que Tú no tengas tanto que sufrir. Y mientras yo te sostengo, Tú, amado mío, tómame entre tus amables brazos, ofréceme al Padre Celestial cual pequeña hija de tu Voluntad, y concédeme la gracia de que Ella reine en mí y en todas las criaturas.
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Decimatercera Hora
El alma asiste a la primera salida del amado niño Jesús en medio medio de los niños de Egipto, ve que los bendice y pide que Él selle con su bendición también a las voluntades humanas.
Mi celestial niño, he aquí que tu amor te impulsa a salir de la pequeña choza. Los niños de Egipto, atraídos por tu belleza, se ponen en torno a ti, y Tú les hablas con tal dulzura que los dejas raptados. Después de haberlos bendecido, regresas de prisa a tu Mamá, porque su amor te atrae y te arrojas en sus brazos. Amor mío, quiero seguirte en todo, quiero hacer resonar mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco” bajo tus tiernos pasos, en el movimiento de tus manitas, en tus palabras tan amables y llenas de vida, en tu mirada fascinante, para pedirte el Reino de tu Fiat. Mientras bendices a los niños, bendice también mi alma e infunde en ella con tu bendición la Vida de tu Voluntad.
Te sigo, niñito divino, mientras paseas por los campos y te deleitas en coger las flores. Cada vez que extiendes la mano sobre una de ellas quiero repetirte mi estribillo: “Te amo, te amo”.
Mientras tanto, te ruego que quieras ofrecer a tu Celestial Padre la flor de mi pequeña alma, a fin de que ella no conozca otra cosa, ni ame, ni quiera, sino sólo tu Santo y Eterno Fiat.
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Decimacuarta Hora
El alma sigue a Jesús que, después del exilio regresa a Nazaret, y con la lluvia de su te amo, le pide con mil voces que venga Su Reino Divino.
Vida mía, niño Jesús, veo que terminado el exilio regresas a Nazaret; ahora quiero seguirte paso a paso, es más, quiero acompañarte bajo una lluvia de “te amo, te adoro, te bendigo”, y para ello llamo en mi ayuda a la luz del sol, para que esparza sus rayos llenos de “te amo”; invito a las estrellas para que hagan llover sobre ti destellos de “te amo”; ordeno a la impetuosidad del viento que gime, aúlla y silva, que esparza ráfagas y vientos de “te amo, te amo”; llamo a todos los pájaros del aire para que te acompañen con sus gorjeos, cantos y trinos, repitiendo “te amo, te amo”; a los corderos para que balen “te amo”; al mar le pido que salga de sus playas con sus olas, para acompañarte con las voces de sus “te amo”.
Pero ya estás llegando a Nazaret, te encierras en tu casita. Permite que también yo penetre junto Contigo en ese sagrado recinto, y ahí continúe ofreciéndote el cántico de mis “te amo” para vencerte con el amor y para obtener lo que Tú mismo quieres, y lo que la Reina Mamá ansía, esto es, que tu Voluntad sea conocida por todos y reine en medio a las criaturas.
Jesús, vida mía, yo me quedo Contigo para sellar con mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”, cada una de tus acciones y para pedir incesantemente el Reino de tu Querer.
En el alimento que tomas imprimo mi “te amo” para pedirte el alimento de tu Voluntad para todas las criaturas; en el agua que bebes hago correr mi “te amo”, para pedirte que el agua pura de tu Querer corra en nuestras venas y ahí forme su vida.
Este mi “te amo” te sigue por todas partes: Cuando tomas entre tus manos clavos y martillo para tus trabajos, yo te ruego que claves con ellos a todas las voluntades humanas para dar de nuevo libertad de vida a tu Querer. Cuando te retires a tu cuarto para orar y dormir, yo no te quiero dejar solo, y poniéndome junto a ti, si no sé decirte otra cosa, te susurraré incesantemente al oído: “Te amo, te adoro”, y te pediré con tus mismas oraciones el Reino de tu Fiat, Y con tu mismo sueño te pediré que adormezcas la voluntad humana, a fin de que ya no tenga más vida.
Mi Divino Jesús, yo me sentiría infeliz si no te pudiera seguir en todo, y si no te hiciera siempre oír mi estribillo: “Te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”.
Por eso te sigo a la edad de doce años al templo, cuando te escondiste de tu Mamá, y le ocasionaste el acerbo dolor de tu pérdida. Yo hago correr mi “te amo” en la consternación de tu Mamá y en tu angustiosa pérdida, para pedirte que se pierda para siempre la humana voluntad, y las criaturas se decidan a vivir constantemente sólo de Voluntad Divina.
Finalmente pongo mi “te amo” en la misma alegría que sentisteis al encontraros de nuevo, para suplicarte, oh mi Jesús, que las criaturas te den las puras alegrías y los inefables gozos que brotan del feliz Reino de tu Fiat Divino.
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Decimaquinta Hora
El alma sigue a Jesús al desierto, y deteniéndose en el Jordán, le pide el bautismo saludable de su Divina Voluntad, a fin de que todos reciban su Vida.
Mi Celestial y Sumo Bien, te quiero seguir por todas partes. Ya veo que estás por ir al desierto y por separarte de tu Mamá, a la cual dices: “Adiós Madre, Yo me ausento, pero te dejo mi Fiat Divino por ayuda, por consuelo, por vida. Él servirá de medio de comunicación entre Tú y Yo; mi Querer te hará partícipe de cada uno de mis actos, y en tal modo, que Nosotros aun lejanos permaneceremos tan unidos, que nos sentiremos como una sola persona”.
Vida mía, Jesús, tómame de la mano y llévame Contigo, a fin de que nada se me escape de todo lo que Tú haces, pues quiero sellar todo con la marca de mi amor.
Para pedirte el Reino de tu Voluntad Divina sobre la tierra, yo te sigo paso a paso con mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco” mientras caminas solo. A cada respiro tuyo quiero hacerte aspirar el aliento de mi “te amo”, quiero encerrar en él cada palabra tuya, y ofrecer este mi “te amo” a cada una de tus miradas. Mientras llegas al Jordán, sumerjo en aquellas aguas mi “te amo”, y así, apenas San Juan la vierta sobre tu cabeza para bautizarte, Tú sentirás correr en ella la plenitud de mi amor, que implora para todas las criaturas el agua bautismal de tu Voluntad Divina, y el advenimiento de su Reino.
Amado mío, en este acto solemne de tu bautismo yo te pido una gracia, que Tú, seguramente no me negarás: Te ruego purificar con tus mismas manos mi pequeña alma, mediante el agua vivificante y creadora de tu Divina Voluntad, a fin de que yo nada escuche, nada vea y nada conozca, sino sólo la Vida de tu Fiat. ¡Oh, sí, te ruego, haz que mi existencia no sea otra cosa que un acto ininterrumpido de tu Voluntad!
Jesús mío, dulce Amor, permite que yo te siga en el desierto, ahí, mi “te amo” no te dejará jamás solo, yo permaneceré cerca de ti noche y día, y cuando te vea angustiado, afligido, anhelante de amor, lloraré por el aislamiento que sufre tu Divina Voluntad, y te consolaré con el grito de mi “te amo”.
Tú sientes a lo vivo el dolor, no sólo porque tu Voluntad no reina entre las criaturas, sino porque es puesta por ellas como a un lado. Por esto tu Humanidad Santísima llora e implora a nombre de toda la humana familia, que ambas voluntades, humana y Divina, hagan las paces y se fundan juntas. Oh Jesús, hago mías tus lágrimas, tus oraciones, me apodero de los espasmos de tu ardiente corazón, y entretejiéndolos con mi “te amo”, formo dulces cadenas de amor, para obligarte a concederme el Reino de tu Divina Voluntad sobre la tierra. Escucha, Vida mía, son tus mismos latidos, tus suspiros, son tus lágrimas, tus plegarias y tus penas que quieren e imploran el Reino de tu Fiat, por eso, si no quieres escucharme a mí, escúchate al menos a ti mismo, y saliendo del desierto, asegúrame que pronto vendrá a la tierra el Reino de tu Querer.
Jesús mío, corazón de mi corazón, he aquí que ya sales del desierto y con premura llegas a tu casa de Nazaret, donde el amor de la Mamá Celestial incesantemente te llama y espera. ¡Qué escena tan conmovedora es ésta! La Madre y el Hijo, empujados por una mutua y extrema necesidad de volverse a ver, se lanzan en los brazos del otro. ¡Oh, Jesús, también yo quiero participar con la pequeña llama de mi “te amo” en vuestros castos abrazos, y en vuestros incendios de amor, para pediros el Reino del Supremo Querer!
Mamá Santa, pide también Tú para mí esta inmensa gracia, y ruega para que la Divina Voluntad sea conocida y reine como en el Cielo así en la tierra.
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Decimosexta Hora
El alma sigue a Jesús en las bodas de Caná, y le pide que cambie la voluntad humana por la Divina. Lo sigue en su vida pública.
Jesús, Amor mío y vida mía, veo que antes de comenzar tu vida pública, el amor de tu corazón ardiente te “conduce a asistir con tu Mamá a las bodas de Caná, y yo te sigo con mi “te amo”. Siento que tu corazón late de ternura y de dolor, porque recuerda el haber bendecido otras nupcias en el Edén, las de Adán y Eva inocentes. Es más, aquellas nupcias fueron dobles: Nupcias entre tu Divina Voluntad y la voluntad humana, y nupcias entre el hombre y la mujer, a los cuales dabas por dote toda la Creación, pero sobre todo tu Divina Voluntad palpitante en sus corazones y en cada cosa creada.
Oh mi Jesús, yo quiero ponerme cerca de ti para investir tu mirada dulce, tu voz melodiosa, tus modos fascinantes con mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”.
Por aquel amor que te empujó a ceder a las súplicas de la Soberana Reina que te pedía transformar el agua en vino, te ruego que quieras cumplir el gran milagro de cambiar la voluntad humana por la Divina, y así, Ésta pueda reinar como en el Cielo así en la tierra.
Mamá Santa, Tú que mostraste tanta solicitud al ir en auxilio de aquellos esposos, ah, ten ahora igual premura en hacer reinar sobre la tierra al Santo Querer de Dios.
Jesús, dulce Bien mío, para obligarte a contentarme, te sigo sin dejarte jamás, e invisto todos tus actos con mi “te amo”, y te susurro incesantemente al oído: “Dame tu Fiat que te palpita en el corazón; dame tu Querer que habla en tu palabra, que obra en tus manos, que camina en tus pasos”. ¡Ah, escucha mis suspiros, escucha en mi voz tu misma voz y concédeme que todos vivamos de tu Fiat!
Jesús mío, amada Vida mía, veo que estás por separarte de tu Mamá, pero vuestros Quereres no se separan. Tú partes para dar inicio a tu vida pública y diriges tus pasos hacia Jerusalén para ir a anunciar en el templo tu divina palabra, y para decir abiertamente que Tú eres el esperado de las gentes, el Mesías suspirado.
¡Cuántas estrecheces sufre tu corazón, cuántos dolores! Aquellos que te escuchan, en vez de arrojarse a tus pies para recibirte como su Celestial Salvador, te miran con ojos llenos de ira, y blasfemando se alejan mientras Tú quedas solo, obligado por la ingratitud de aquella gente a mendigar el pan y a retirarte fuera de la ciudad. Solo, solo, teniendo por lecho la tierra, por techo el cielo estrellado, pasas las noches en lágrimas y en plegarias, suplicando por aquellos mismos que no quieren reconocerte.
Jesús, Amor mío, ven entre mis brazos para tomar un poco de alivio, quiero llorar y orar Contigo, quiero ofrecerte el cortejo de mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco” en las penas que sufres, en las lágrimas que derramas, en las palabras que pronuncias y que permanecen sin ser escuchadas; quiero poner mi “te amo” delante, detrás, y debajo de tus pasos, para que tus pies no sientan la dureza de la tierra ingrata, sino solamente la blandura de mi amor; quiero decirte: “¡Mira, oh Jesús, cuánto sufres, haz que tu Divina Voluntad reine entre nosotros, y tus penas cesarán inmediatamente!
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Decimoséptima Hora
El alma sigue a Jesús en sus milagros, y le pide que haga el gran milagro de hacer resurgir a todas las almas en la Divina Voluntad.
Mi Jesús, vida de mi pobre corazón, tu amor no se detiene, y por eso regresas al templo para dar a la gente tu divina palabra. Y mientras los grandes y los doctos no quieren reconocerte, he aquí que una turba de pobres, de ignorantes y de enfermos se reúne en torno a ti, atraídos por tus modos afables y dulces y por tu voz embelesadora. Mientras Tú hablas, ellos sienten que se les hiere el corazón; una vena de felicidad se abre en tu alma, porque sientes que al menos puedes consolar, instruir y sanar a aquellos que son considerados como el desecho de la sociedad; y así llegas a ser el amigo, el maestro, el médico piadoso de los pobres; para todos tienes palabras de consuelo, no rehúsas tocar sus miembros enfermos para curarlos. Es siempre un espectáculo conmovedor el verte rodeado de ciegos, mudos, sordos, cojos, paralíticos, leprosos. Todas estas miserias humanas traspasan tu corazón divino, y lo hacen temblar. ¡Oh, cómo se desgarra el corazón al ver transformada en miseria aquella misma naturaleza humana que salió tan bella y tan perfecta de tus manos creadoras! Es la voluntad degradada la que produciendo sus pésimos efectos vuelve tan infeliz a la humanidad. ¡Ah, Amor mío, haz que tu Fiat vuelva a reinar en medio de nosotros, y ponga en fuga la infelicidad que ha producido el querer humano!
Yo hago correr mi “te amo” en el acto mediante el cual procuras la vista a los ciegos, a fin de que todos los hombres adquieran el conocimiento de tu Divina Voluntad. ¡Oh, cuántos ciegos hay que no descubren tu Querer Divino! ¡Oh Jesús, de corazón te ruego que concedas a todos la gracia de conocer y observar tu Santísima Voluntad!
Veo Amor mío, que Tú, con el imperio de tu voz das el oído a los sordos. Mi “te amo” corre en el sonido de tu mandato, y te pido que restituyas el oído a tantos sordos a tu Divina Voluntad. Tú desatas la lengua a los mudos, y yo, postrada a tus pies, me acerco a tus rodillas y te suplico que liberes las lenguas que no saben pronunciar tu Fiat Divino, a fin de que todos los hombres, indistintamente, hablen el lenguaje de tu adorable Voluntad.
Mi Jesús, tu paterno corazón siente fuertes dolores por las miserias humanas, por eso Tú vas sembrando milagros para llamar a tu Divina Voluntad a reinar en medio de las criaturas: Enderezas a los cojos, limpias a los leprosos, sanas a los paralíticos; y yo, mi Celestial Salvador, acompañándote siempre con mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”, te ruego enderezar a quien camina cojeando en tu Querer, te ruego que purifiques a las humanas generaciones de la lepra de la voluntad humana que las vuelve deformes de alma y también de cuerpo, te ruego que sanes a todos aquellos que están paralizados por su libre arbitrio.
Amor mío, la voluntad humana es la sembradora de todos los males, por eso te ruego que hagas el milagro de los milagros, esto es: “¡Que tu Voluntad reine como en el Cielo así en la tierra!” Para que toda miseria, moral y física, cesen.
Amado Bien mío, durante tu vida pública, Tú esparces incesantemente tu divina palabra y en todas partes consuelas a los afligidos. Encontrando a una madre que llora y acompaña a la sepultura a su propio hijo, no resistes a las lágrimas de esta mujer, te acercas al ataúd, resucitas al joven y se lo devuelves a su mamá. Amor mío, mi “te amo” te acompaña mientras das de nuevo la vida a quien la ha perdido, y te ruega que llames a vida a tantas almas muertas a tu Querer Divino, para secar las lágrimas a la Divina Voluntad que, más que madre, después de tantos siglos, aún llora viendo a gran parte de sus hijos, como muertos para Ella.
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Decimoctava Hora
El alma sigue a Jesús en varios episodios más de su vida pública.
Mi Jesús, Vida mía dulcísima, tu amor te hace acudir a todas partes. Llamado a resucitar a una niña no te niegas, y tomando su mano en la tuya la llamas a la vida y levantándola dices: “La niña no está muerta sino dormida”. ¡Cuántos son, Amor mío, los que duermen el sueño de la voluntad humana! Por eso, yo quiero hacer correr mi “te amo” en el acto que cumples resucitando a la jovencita, para pedirte extiendas tu mano derecha sobre todos los hombres y los llames a la Vida de tu Soberano Querer. Con un solo toque de tu mano creadora, con un acto de tu potencia, Tú liberarás a estas almas del letargo en el cual yacen, y te formarás el primer pelotón del Reino del Fiat Divino.
Mi compasivo Jesús, otra escena conmovedora te espera, Marta y María, llorosas vienen a tu encuentro para decirte que su hermano está muerto, y Tú te enterneces de tal manera, que lloras con ellas y pides que te lleven al sepulcro de Lázaro. Llegando ahí, ordenas que se abra la tumba. Tú te estremeces, tiemblas, lloras, después, con voz imperante y entrecortada por la fuerza del dolor dices: “¡Lázaro, sal fuera!” Y de esta manera lo resucitas. Amor mío, ¿por qué lloras y sufres tan agudo dolor? Porque Lázaro muerto representaba a toda la humanidad enraizada en el mal y vuelta un cadáver putrefacto por la voluntad humana.
Oh, sí, vida de mi corazón, deja que también yo llore Contigo y que invista cada una de tus palabras con mi “te amo” y con mi “te adoro” para inducirte a repetir a cada alma lo que dijiste a Lázaro: “¡Sal fuera del sepulcro de tu voluntad humana y entra de nuevo en la Vida de mi Voluntad Divina!”
Mi amable Jesús, yo no te abandono ni un instante, y por eso te sigo junto con tus apóstoles. Ya veo que mientras Tú duermes en la barca, una tempestad se desencadena y pone en apuros a los apóstoles, los cuales, despertándote gritan: “Maestro, sálvanos, de otra modo moriremos”.
Jesús mío, este temporal reproduce a lo vivo la horrible tempestad que provoca la voluntad humana. También ella, elevando sus olas impetuosas en el mar de la vida, amenaza con hundirnos; por eso, yo me uno con mi “te amo” a los apóstoles para suplicarte: “Maestro, sálvanos, de otro modo estamos perdidos”.
Con aquel mismo imperio con el cual te impusiste un día a la tormenta para sosegarla, ordena hoy a la tempestad de la voluntad humana calmarse y pacifíca nuestro querer con el tuyo, para hacernos reposar en los brazos seguros de tu Fiat Supremo.
Amado Bien mío, veo que diriges nuevamente tus pasos hacia Jerusalén, y por esto te acompaño con mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”. Pero, ¿qué dolor no sufre tu corazón divino cuando descubre que el templo, casa de tu Padre, es profanado como si fuese un lugar de mercado? Ante tal vista te encolerizas, tomas unas cuerdas y con autoridad divina golpeas a diestra y siniestra, derribas todo y arrojas fuera a los profanadores. A la fuerza de tu acto imperante, ninguno se opone y todos huyen.
Jesús mío, invisto aquellas cuerdas con mi “te amo”, para rogarte que las empuñes de nuevo y saques a nuestra voluntad humana que osó profanar tu templo vivo de nuestras almas. ¡Ah, golpéala de manera tal, que no tenga más la temeridad de dominar nuestras almas, sino que ceda totalmente su puesto a tu Divina Voluntad!
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Decimonovena Hora
El alma sigue a Jesús en su entrada a Jerusalén y le pide la victoria de la Voluntad Divina sobre la humana. Lo sigue después en la institución de los Sacramentos.
Amante celestial, mi “te amo” te sigue en la entrada triunfante que hiciste en Jerusalén; yo lo imprimo por doquier: sobre las ramas de las palmas, sobre los mantos que son arrojados a tus pies, sobre los gritos de hosanna con que te acoge la multitud.
Mi Rey Divino, tu aspecto de conquistador victorioso parece quererme dar la alegre nueva de que pronto llegará el Reino de tu Fiat Divino a la tierra. Por esta finalidad, yo no te dejaré, no me cansaré de seguirte con mis “te amo” hasta que Tú mismo me prometas su feliz advenimiento.
Me parece escuchar que me susurras al oído: “Oh, alma, sígueme, mi amor siente la necesidad de tu compañía; mis enemigos, envidiosos por los gritos de hosanna de las multitudes, buscan quitarme la vida y por esto, Yo, antes de morir, quiero instituir el Sacramento de la Eucaristía, para dejar un último recuerdo del intenso amor que nutro por mis hijos y para poder hacer vida perenne en medio de ellos. Aprovecha este don mío para pedirme sin interrupción mi Fiat Divino”.
Amor mío, yo me estrecho a ti para poner mi “te amo” en cada uno de los Sacramentos que instituyes: Lo pongo en cada bautismo que se administra, para pedirte en virtud de Él, que concedas el Fiat Divino a cada bautizado; te lo repito en el Sacramento de la confirmación, para invocar la victoria de tu Divina Voluntad en cada confirmado; este mi “te amo” lo sello también en el Sacramento de la extremaunción para obtener que cada moribundo cumpla el último acto de su vida en tu Divina Voluntad; lo imprimo en el Sacramento del orden sagrado para pedirte que los sacerdotes sean conforme a tu Querer, y que posean y extiendan tu Santo Reino; mi “te amo” se imprime en el Sacramento del matrimonio, para pedirte familias formadas en la escuela de tu Fiat Divino; mi “te amo” se introduce en el Sacramento de la penitencia, para rogarte que des en cada confesión de los fieles, muerte al pecado y vida a tu Divina Voluntad. Salvador mío Jesús, yo quiero que mi “te amo” no te abandone jamás y sea eterno Contigo, por eso lo dejo junto con mi “te adoro, te bendigo, te agradezco” en cada Hostia Sacramental, en cada lágrima secreta que derramas, en cada partícula consagrada, en cada ofensa que recibes y en cada una de las reparaciones que haces, para pedir Contigo que el Reino de tu Divina Voluntad domine como en el Cielo así en la tierra. Mi arquero celestial, hiere desde cada tabernáculo las voluntades humanas, extiende sobre de ellas tus cadenas de amor, usa todas tus estratagemas amorosas para vencerlas, después, danos a cambio tu Querer, a fin de que Él sea uno con el nuestro, como en el Cielo así en la tierra.
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Vigésima Hora
El alma sigue a Jesús en el huerto, y en las penas de su Pasión.
Mi afligido Jesús, ahora que te has dejado en el Sacramento de la Eucaristía para poder descender en cada corazón, y ponerte a disposición de tus criaturas y decirles: “No os dejo, permanezco con todos vosotros para poder formar el Reino de mi Divina Voluntad en medio de ustedes, hijos míos”, tu amor se siente sosegado y por eso, Tú entras generosamente en el mar de tu Pasión.
Ya veo que tus pasos se dirigen hacia el huerto de Getsemaní y que Tú te postras en tierra y oras. Durante este tiempo tu respiro se hace grave, Tú te afliges, suspiras, agonizas y sudas sangre. Todo se te hace presente: Los pecados de los hombres, las penas de tu Pasión, cada una de las cuales lleva la marca infame del arma homicida de la voluntad humana, que hace guerra a un Dios.
Mi agonizante Jesús, mi pobre corazón no resiste verte caído por tierra y bañado por tu propia sangre; en virtud de este tu martirio tan cruento, yo te pido que tu Divina Voluntad extienda su Reino sobre la tierra, y con sus armas divinas dé muerte al querer humano, ocupando su puesto vital en cada corazón.
Jesús mío, yo quiero llevarte consuelo haciendo correr mi “te amo, te adoro, te bendigo”, en cada gota de sangre que viertes, en cada una de tus penas, aflicciones y suspiros. Con mi “te amo” quisiera formarte altísimas nubes que oculten a tu vista horrorizada el espectáculo de tantos pecados. Oh Jesús, si tu Divino Querer reinara, Tú no te encontrarías en tantas penas, ni sufrirías una agonía tan desgarradora; por eso, asegúrame que el triunfo de tu Divina Voluntad no se hará esperar mucho tiempo.
Mi penante Jesús, tus enemigos ya están en el huerto, ellos te atan con cuerdas y cadenas, te pisotean, te arrastran, te llevan de tribunal en tribunal. Amor mío, yo te sigo paso a paso para sellar todas tus penas con mi “te amo”, y para pedirte que con las mismas sogas y cadenas con las que estás atado, Tú quieras atar nuestra voluntad rebelde, a fin de que ella no se oponga más a tu Divina Voluntad, sino que la haga reinar.
Jesús mío, tus enemigos no te dan descanso, te colman de penas, te cubren de salivazos, te acusan como malhechor, y después de haberte condenado a muerte te ponen en la cárcel. Mi prisionero Jesús, yo no te dejo, mi “te amo” inviste aquellos asquerosos salivazos, a fin de que Tú no sientas la nausea, sino encuentres en ellos solamente la dulzura de mi amor; yo quiero cubrirte con mi “te amo”, para que él te proteja de todos los insultos que te dicen, para que endulce tus penas y se transforme en arma de defensa que ponga en fuga a tus enemigos.
Mi “te amo” te sirva de luz en la oscura prisión en la cual te ponen, te haga compañía y te induzca a liberarnos de la prisión de nuestra voluntad, para volvernos hijos de tu Fiat Divino.
Mi atormentado Jesús, tus enemigos te sacan de la prisión con el bárbaro intento de procurarte penas mayores y de hacerte morir. Arrastrándote te conducen a diversos tribunales, de Pilatos a Herodes, el cual burlándose llega al extremo de hacerte vestir de loco, causándote penas inauditas.
¡Cuánto sufres Amor mío! Con mi “te amo” quiero formar un vestido de luz que deslumbre y humille a tus enemigos, persuadiéndolos de no atormentarte más, sino a reconocerte por su Rey. Y Tú, usa con nosotros tu misericordia y cúranos de la locura en la cual nos pone el querer humano, locura que nos hace perder la razón del verdadero bien, porque nos impide cumplir tu Divina Voluntad.
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Vigésima Primera Hora
El alma continúa siguiendo a Jesús en las penas de su Pasión.
Mi atormentado Jesús, he aquí que te conducen nuevamente ante Pilatos, ahí nuevas penas te esperan. Después de haberte condenado a la flagelación te despojan de tus vestidos y te atan a una columna para flagelarte bárbaramente. Yo abrazo tus pies divinos y hago resonar en cada golpe que recibes mi “te amo”; a cada pedazo de carne que se te arranca, a cada llaga que se forma en tu cuerpo, quiero gritar mi “te amo” para implorar el que Tú nos despojes de la vestidura de la voluntad humana y nos cubras con aquella del Divino Querer.
Mi flagelado Jesús, estás irreconocible, mi corazón no soporta esta carnicería, y sin embargo tus enemigos no están aún contentos. Yo quisiera ponerte a salvo con mis “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco”, quisiera arrebatarte de aquellas manos inicuas. Lejos de tener piedad de ti, los infames carniceros te coronan de espinas, te cubren con una púrpura andrajosa y tratándote como Rey de burla te ponen una caña en la mano.
Jesús mío, Vida mía, mi “te amo” recubra cada espina que traspasa tu cabeza y suavice tu atroz dolor. Y Tú, por tu parte quítanos la corona de burla con la cual nos coronó el querer humano, despójanos de su púrpura andrajosa y quítanos de la mano la caña de tantas obras vacías. Danos la corona de tu Querer Divino, concédenos su púrpura real que nos vuelve tus verdaderos hijos, y haz que el cetro de mando de tu Fiat gobierne y domine nuestras almas.
Jesús, Rey mío, mi “te amo” penetra en el alarido de la plebe ebria de sangre, y te manifiesta mi amor en el instante en el cual resuena en tu oído la injusta condena de muerte y el grito de: “Crucifícalo, crucifícalo”.
También yo haré escuchar fuerte mi grito y pondré mi “te amo” en cada una de las voces y sobre los labios de todas las criaturas. ¡Oh Jesús, sea crucificada la humana voluntad y reine la tuya!
Por el dolor que sufriste al ser condenado a muerte, libéranos de la muerte, a la cual las almas condenan a tu Fiat, haz que nuestra voluntad muera a sí misma, y que tu Querer Divino resurja dominante y forme su Reino en todos nuestros actos.
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Vigésima Segunda Hora
El alma sigue a Jesús al calvario, lo acompaña en sus penas rogándole que su Voluntad triunfe en medio a las criaturas.
¡Amor mío, mi corazón no puede más! En cuanto ves presentarte la cruz, Tú la abrazas y te la pones sobre los hombros. Oh Jesús, quiero cubrir toda tu cruz con mis “te amo, te adoro, te bendigo”, y pedirte que, en virtud de ella, todas tus penas lleven a las criaturas la virtud de tu Fiat, y las dispongan a recibir su dominio. Quiero gritar en cada pena que sufres, en cada gota de tu sangre, en cada caída, en cada tirón de tus ensangrentados cabellos, en cada empujón que recibes: “¡Venga, venga el Reino de tu Querer!”
Sufriente Jesús mío, Tú llegas arrastrado y pisoteado hasta el monte calvario. Te despojan de tus vestidos, te extienden sobre la cruz y con dolores inauditos te crucifican. Mi “te amo” corra sobre tus miembros destrozados, en tus huesos dislocados, en las heridas de los clavos, imprimiendo mi “te amo” en todas tus penas, te pido, oh Amor mío, que nos despojes de todo lo que impide a tu Divina Voluntad reinar en nuestros corazones.
Crucificado Jesús mío, convulsionas, agonizas sobre la cruz. Mi “te amo” selle tus espasmos, las estrecheces dolorosas de tu corazón, las llamas que lo devoran, este mi “te amo” te sirva de refrigerio, apague tu sed ardiente y selle todas las palabras que pronunciaste sobre la cruz. Y recibiendo en mi “te amo” tu último respiro, te suplico, por las penas desgarradoras que sufriste sobre la cruz, que infundas en nosotros un ardiente deseo de vivir en tu Divina Voluntad.
Con tu muerte da muerte a nuestro querer, y vida a tu Fiat en todos los corazones, a fin de que Él, triunfante y victorioso se extienda sobre todo el género humano, y reine como en el Cielo así en la tierra.
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Vigésima Tercera Hora
El alma se encierra en el sepulcro con Jesús para sepultar su voluntad con Él. Desciende al limbo y pide junto con todos los santos el Reino de la Divina Voluntad.
¡Amor mío, ya estás muerto! ¡Oh, cómo también yo quisiera morir Contigo! Pero esto, desafortunadamente, no me es concedido, y por eso, sólo me queda decir: ¡Fiat, Fiat!
Yo quiero recibirte en mis brazos para encerrar tu Santísima Humanidad en mi “te amo”. De esta forma, Ella no verá mas que mi “te amo”, no escuchará sino mi “te amo”, no tendrá más contacto sino sólo con mi “te amo”. Este mi “te amo”, seguido por mi “te adoro, te bendigo, te agradezco”, no te abandonará un solo instante.
Muerto Jesús mío, yo quiero, ofrecerte una sepultura digna de ti. Con mi “te amo” te pido sepultes nuestra voluntad humana, de manera que ella no tenga más la posibilidad de volver a la vida.
Siempre acompañándote con mi “te amo”, te sigo junto a la tuya y mía doliente Mamá al limbo. ¡Oh, escena conmovedora! En este santo lugar está nuestro primer padre Adán, está Abraham, están todos los patriarcas, los profetas, también está el amado San José y todos los buenos del Antiguo Testamento. Aquellas almas santas, viéndote, se alegran con una alegría indescriptible, y postrándose a tus santos pies te adoran, te bendicen, te aman y te agradecen. Pero parece que su fiesta no sea aún completa, porque todos juntos te dicen: “Dulce Salvador, te damos las gracias por cuanto hiciste y sufriste por nuestro amor, pero ahora que nos has redimido, cumple tu obra: Haz que tu Voluntad Divina reine como en el Cielo así en la tierra”.
¿No oyes, Amor mío, el coro de tantas voces tan queridas por ti? ¿No escuchas la súplica de la misma Reina de los Dolores? Hoy, día de tu muerte, es también el día de tus victorias, de tu triunfo; concédenos pues el triunfo de tu Divino Querer sobre las voluntades humanas.
Vencedor Jesús mío, veo que sales del limbo con toda la legión de tus justos y te encaminas al sepulcro para vencer la muerte y para resucitar a tu Santísima Humanidad. ¡Qué solemne momento es éste!
Para festejarlo y para obtener la resurrección de tu Divina Voluntad en todas las criaturas, yo quiero poner mi “te amo” por doquier: En el sepulcro, en el acto que cumples para resucitar, en la misma luz de gloria que te circunda.
Y Tú, Amor mío, para celebrar este día de júbilo, derriba nuestra voluntad humana y haz resurgir victoriosa, para siempre, a tu Divina Voluntad.
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Vigésima Cuarta Hora
El alma sigue a Jesús después de la Resurrección, asiste a su Ascensión y pide poder cantar para siempre su amoroso estribillo: “Venga a la tierra el Reino de tu Divina Voluntad”.
Jesús mío, después de haber resucitado, no partes para el Cielo, esto me confirma que Tú quieres establecer el Reino de tu Divina Voluntad en medio a las criaturas, y yo no te abandono ni un instante. Te sigo paso a paso con mi “te amo” mientras te apareces a tu Mamá, y por aquella alegría que ambos gozasteis, os pido con una siempre creciente insistencia el Reino de tu Fiat. Mi “te amo” te acompaña mientras te apareces a la Magdalena, a los apóstoles, y pide que tu Divina Voluntad sea conocida en modo especial por los sacerdotes, los cuales a su vez, como nuevos apóstoles, la hagan conocer a todo el mundo. Mi “te amo” te sigue en todos los actos que haces en medio de los tuyos después de la Resurrección, y finalmente invita a Cielo y tierra a asistir a tu gloriosa Ascensión.
Mientras Tú, con tu entrada triunfante en el Paraíso Celestial abres las puertas cerradas por tantos siglos a la pobre humanidad, yo pongo mi “te amo” sobre aquellas puertas eternas, y te ruego por aquella misma bendición que diste a todos los discípulos que asistieron a tu Ascensión, que bendigas todas las voluntades humanas, a fin de que ellas conozcan y aprecien el don de la vida vivida en tu Querer.
Por el gran amor con el cual nos abriste las puertas del Cielo, te ruego, oh mi glorioso Jesús, que hagas descender por aquellas mismas puertas a tu Divina Voluntad, para que reine en la tierra así como reina en el Cielo.
Amor mío, ya estás sentado a la derecha del Padre. Y yo, abismada en mi pobre y pequeña nada, te adoro, te bendigo, te agradezco, y formo continuamente con mi “te amo” largas cadenas que unan la tierra al Cielo.
¡Ah, Jesús, deja siempre abiertas las puertas de la morada celestial, a fin de que yo pueda venir incesantemente a tus pies, subir entre tus brazos, para repetirte sin descanso mi canto de amor: ¡”Mándanos el Reino de tu Santo Querer, y tu Voluntad Divina se haga sobre la tierra así como se hace en el Cielo!”
FIAT
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Fuente
• Los giros del alma en la Divina Voluntad. Luisa Picarreta.
• Guías de estudio para los escritos de Luisa Picarreta. www.divina-voluntad.com
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