Libro de Cielo
Escrito por la Sierva de Dios Luisa Piccarreta.
Volumen 2
I. M. I.
2-1
Febrero 28, 1899
Por orden del confesor empiezo a escribir lo que pasa entre Nuestro Señor y yo día por día. Año 1899, mes de Febrero, día 28.
(1) Confieso la verdad, siento una gran repugnancia, es tanto el esfuerzo que debo hacer para vencerme, que sólo el Señor puede saber el desgarro de mi alma. Pero, ¡oh santa obediencia, qué atadura tan potente eres! Sólo tú podías vencerme y superar todas mis repugnancias, que son como montes insuperables, y me atas a la Voluntad de Dios y del confesor. Pero, ¡oh! Esposo santo, por cuan grande es el sacrificio, otro tanto tengo necesidad de ayuda, no quiero otra cosa sino que me introduzcas en tus brazos y me sostengas. Así, asistida por Ti podré decir sólo la verdad, sólo por tu gloria y para confusión mía.
(2) Esta mañana, habiendo celebrado la misa el confesor, he recibido también la comunión. Mi mente se encontraba en un mar de confusión por causa de esta obediencia que me viene dada por el confesor de escribir todo lo que pasa en mi interior. Apenas he recibido a Jesús he comenzado a decirle mis penas, especialmente mi insuficiencia y tantas otras cosas, pero parecía que Jesús no daba importancia a lo mío y no respondía a nada. Me ha venido una luz a mi mente y he dicho: “Tal vez soy yo misma la causa de que Jesús no se muestre según su costumbre”. Entonces con todo el corazón le he dicho: “¡Ah! Mi Bien y mi todo, no te muestres conmigo tan indiferente, me despedazas el corazón por el dolor, si es por lo escrito, venga, que venga, aunque me cueste el sacrificio de la vida te prometo hacerlo”. Entonces Jesús ha cambiado aspecto y todo benigno me ha dicho:
(3) “¿De qué temes? ¿No te he asistido Yo las otras veces? Mi luz te circundará por todas partes y así tú podrás manifestarlo”.
(4) Mientras así decía, no sé como he visto al confesor junto a Jesús y el Señor le ha dicho: “Mira, todo lo que haces pasa al Cielo, por eso ve la pureza con la cual debes obrar, pensando que todos tus pasos, palabras y obras vienen a mi presencia, y si son puros, esto es, hechos por Mí, Yo siento por ello un gozo grandísimo y los siento en derredor Mío, como tantos mensajeros que me recuerdan continuamente de ti; pero si son hechos por fines bajos y terrenos, siento fastidio”. Y mientras así decía, parecía que le tomaba las manos y levantándolas hacia el Cielo le decía: “Los ojos siempre en alto; eres del Cielo, obra para el Cielo”.
(5) Mientras veía al confesor y a Jesús que así le decía, en mi mente me parecía que si se obrara así, sucedería como cuando una persona debe desalojar una casa para mudarse a otra, ¿qué hace? Primero manda todas las cosas y todo lo que ella tiene y después se va ella. Así nosotros, primero mandamos nuestras obras a tomar el lugar para nosotros en el Cielo, y después, cuando llegue nuestro tiempo iremos nosotros. ¡Oh, qué hermoso cortejo nos harán!
(6) Ahora, mientras veía al confesor, me acordé que me había dicho que debía escribir sobre la fe, el modo como Jesús me había hablado sobre esta virtud. Mientras en esto pensaba, en un instante el Señor me ha atraído de tal forma a Sí, que me he sentido fuera de mí misma en el Cielo, junto con Jesús, y me ha dicho estas precisas palabras:
(7) “La Fe es Dios”.
(8) Pero estas dos palabras contenían una luz inmensa, que es imposible explicarlas, pero como pueda lo diré: En la palabra “fe” comprendía que la fe es Dios mismo. Así como el alimento material da vida al cuerpo para que no muera, así la fe da la vida al alma; sin la fe el alma está muerta. La fe vivifica, la fe santifica, la fe espiritualiza al hombre y lo hace tener fijos los ojos en un Ser Supremo, de modo que nada aprende de las cosas de acá abajo, y si las aprende, las aprende en Dios. ¡Oh! La felicidad de un alma que vive de fe, su vuelo es siempre hacia el Cielo, en todo lo que le sucede se mira siempre en Dios y he aquí como en la tribulación la fe la eleva en Dios y no se aflige, ni siquiera un lamento, sabiendo que no debe formar aquí su contento, sino en el Cielo. Así si la alegría, la riqueza, los placeres, la circundan, la fe la eleva en Dios y dice entre sí: “¡Oh, cuánto más contenta y más rica seré en el Cielo!” Así que de estos bienes terrenos toma fastidio, los desprecia, y se los pone bajo los pies. A mí me parece que a un alma que vive de fe, le sucede como a una persona que posee millones y millones de monedas y hasta reinos enteros, y otra persona le quiere ofrecer un centavo. Ahora, ¿qué diría aquella? ¿No se indignaría, no se lo arrojaría a la cara? Y agrego: ¿Y si ese centavo estuviera todo enlodado, como son las cosas terrenas, y además, si le fuera dado sólo en préstamo? Entonces ella diría: “Inmensas riquezas gozo y poseo, ¿y tú osas ofrecerme este vil centavo tan enlodado y por poco tiempo?” Yo creo que voltearía enseguida la mirada y no aceptaría el don. Así hace el alma que vive de fe respecto a las cosas terrenas.
(9) Ahora vayamos otra vez a la idea del alimento: El cuerpo, tomando el alimento no sólo se sostiene, sino que participa de la sustancia del alimento que se transforma en el mismo cuerpo. Ahora así el alma que vive de fe; como la fe es Dios mismo, el alma viene a vivir del mismo Dios, y alimentándose del mismo Dios viene a participar de la sustancia de Dios, y participando viene a semejarse a Él y a transformarse con el mismo Dios, por lo tanto al alma que vive de fe le sucede que santo es Dios, santa es el alma; potente Dios, potente el alma; sabio, fuerte, justo Dios, sabia, fuerte, justa el alma, y así de todos los demás atributos de Dios. En suma, el alma llega a ser un pequeño dios. ¡Oh, la bienaventuranza de esta alma en la tierra, para ser luego más bienaventurada en el Cielo!.
(10) Comprendí también que lo que significan esas palabras que el Señor dice a sus almas predilectas: “Te desposaré en la fe”. Que el Señor en este místico desposorio viene a dotar a las almas de sus mismas virtudes. Me parece como dos esposos que uniendo sus propiedades, no se disciernen más las cosas del uno y las del otro y ambos se hacen dueños de todo. Pero en nuestro caso, el alma es pobre, todo el bien es por parte del Señor que la vuelve partícipe de sus sustancias.
(11) Vida del alma es Dios, la fe es Dios y el alma poseyendo la fe, viene a injertar en sí todas las demás virtudes, de manera que la fe está como rey en el corazón y las demás virtudes están a su alrededor, como súbditas sirviendo a la fe, así que las mismas virtudes, sin la fe, son virtudes que no tienen vida.
(12) Me parece a mí que Dios en dos modos comunica la fe al hombre: La primera es en el santo bautismo; la segunda es cuando Dios bendito, depositando una partecita de su sustancia en el alma, le comunica la virtud de hacer milagros, como la de poder resucitar a los muertos, sanar a los enfermos, detener el sol y demás. ¡Oh, si el mundo tuviera fe, se cambiaría en un paraíso terrestre!.
(13) ¡Oh! Cuán alto y sublime es el vuelo del alma que se ejercita en la fe. A mí me parece que el alma, ejercitándose en la fe, hace como aquellos tímidos pajaritos que temiendo ser tomados presos por los cazadores o bien por cualquier otra insidia, hacen su morada en la cima de los árboles, o bien en las alturas, cuando después son obligados a tomar el alimento descienden, toman el alimento y rápidamente vuelan a su morada; y alguno, más prudente, toma el alimento y ni siquiera se lo come en la tierra, para estar más seguro se lo lleva a la cima de los árboles y allá se lo come. Así el alma que vive de fe, es tan tímida de las cosas terrenas, que por temor de ser asechada, ni siquiera les dirige una mirada, su morada está en lo alto, encima de todas las cosas de la tierra y especialmente en las llagas de Jesucristo, y desde dentro de aquellas beatas moradas gime, llora, reza y sufre junto con su Esposo Jesús sobre la condición y miseria en que yace el género humano. Mientras ella vive en esas moradas de las llagas de Jesús, el Señor le da una partecita de sus virtudes, y el alma siente en sí aquellas virtudes como si fueran suyas, pero sin embargo advierte que si bien las ve suyas, el poseerlas le es dado, que han sido comunicadas por el Señor. Sucede como a una persona que ha recibido un don que ella no poseía, ahora ¿qué hace? Lo toma y se hace dueña de él, pero cada vez que lo mira dice entre sí: “Esto es mío, pero me fue dado por esa persona”. Así hace el alma a la cual el Señor desprendiendo de Sí una partecita de su Ser Divino, la cambia en Sí mismo.
(14) Ahora, esta alma, cómo aborrece el pecado, pero al mismo tiempo compadece a los demás, ruega por aquél que ve que camina en el camino del precipicio, se une junto con Jesucristo y se ofrece víctima para sufrir y así aplacar la divina justicia y para librar a las criaturas de los merecidos castigos, y si fuese necesario el sacrificio de su vida ¡oh! de buena gana lo haría para la salvación de una sola alma.
(15) Habiéndome dicho el confesor que le explicara como veo la Divinidad de Nuestro Señor, le he respondido que era imposible saberle decir algo, pero en la noche se me apareció el bendito Jesús y casi me reprendió por esta negación mía y entonces me hizo relampaguear como dos rayos luminosísimos; con el primero comprendí en mi inteligencia que la fe es Dios y Dios es la fe. Ya intenté decir alguna cosa sobre la fe, ahora trataré de decir como veo a Dios, y éste fue el segundo rayo.
(16) Ahora, mientras me encuentro fuera de mí misma y encontrándome en lo alto de los cielos me ha parecido ver a Dios dentro de una luz y Él mismo parecía también luz y en esta luz se encontraba belleza, fuerza, sabiduría, inmensidad, altura, profundidad sin límites ni confines, así que también en el aire que respiramos es Dios mismo que se respira, así que cada uno lo puede hacer como vida propia, como de hecho lo es. Así que ninguna cosa le escapa y ninguna le puede escapar. Esta luz parece que sea toda voz sin que hable, toda obrante mientras siempre reposa; se encuentra por todas partes sin estorbar en nada, y mientras se encuentra en todas partes, tiene también su centro. ¡Oh Dios, cómo eres incomprensible!, Te veo, te siento, eres mi Vida, te restringes en mí, mientras quedas siempre inmenso y nada pierdes de Ti, sin embargo me siento balbuceante y me parece no saber ni decir nada.
(17) Para poderme explicar mejor según nuestro lenguaje humano, diré que veo una sombra de Dios en todo lo creado, porque en todo lo creado, dónde ha arrojado la sombra de su belleza, donde sus perfumes, dónde su luz, como en el sol, donde yo veo una sombra especial de Dios, lo veo como delineado en este astro, que es como rey de los planetas. ¿Qué cosa es el sol? No es otra cosa que un globo de fuego, uno es el globo, pero muchos son los rayos, de modo que entonces podemos comprender fácilmente:
(18) 1° El globo es Dios, los rayos los inmensos atributos de Dios.
(19) 2°. El sol es fuego, pero al mismo tiempo es luz y es calor, así que la Santísima Trinidad está representada en el sol: El fuego es el Padre, la luz es el Hijo, el calor es el Espíritu Santo, pero uno es el sol, y así como no se puede dividir el fuego de la luz y del calor, así una es la potencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que entre Ellos no se pueden realmente separar. Y así como el fuego en el mismo instante produce la luz y el calor, así que no se puede concebir el fuego sin concebirse también la luz y el calor, así no se puede concebir al Padre antes del Hijo y del Espíritu Santo y así recíprocamente, tienen los Tres el mismo principio eterno.
(20) Agrego que la luz del sol se expande por todas partes; así Dios, con su inmensidad dondequiera penetra, sin embargo recordemos que no es más que una sombra, porque el sol no llegaría a donde no puede penetrar con su luz, pero Dios penetra dondequiera. Dios es Espíritu purísimo y nosotros lo podemos simbolizar en el sol que hace penetrar sus rayos dondequiera, sin que ninguno los pueda tomar entre las manos, Dios mira todo, las iniquidades, las infamias de los hombres y Él queda siempre lo que es, puro, santo, inmaculado. Sombra de Dios es el sol que manda su luz sobre las inmundicias y queda inmaculado, expande su luz en el fuego y no se quema, en el mar, en los ríos y no se ahoga, da luz a todos, fecunda todo, da vida a todo con su calor y no empobrece de luz, ni pierde nada de su calor y mucho más, mientras hace tanto bien a todos, él de ninguno tiene necesidad y queda siempre lo que es, majestuoso, resplandeciente, sin cambiarse jamás. ¡Oh! Cómo se representan bien en el sol las cualidades divinas, Dios, con su inmensidad se encuentra en el fuego y no arde, en el mar y no se ahoga, bajo nuestros pasos y no lo pisamos, da a todos y no empobrece y de nadie tiene necesidad, ve todo, más bien es todo ojos y no hay cosa que no sienta, está al día de cada fibra de nuestro corazón, de cada pensamiento de nuestra mente, y siendo Espíritu purísimo no tiene ni oídos, ni ojos, y pase lo que pase no cambia jamás. El sol, invistiendo al mundo con su luz no se fatiga, así Dios, dando vida a todos, ayudando y rigiendo al mundo, no se fatiga. Para no gozar más la luz del sol y sus benéficos efectos, el hombre puede esconderse, puede poner obstáculos, pero al sol nada le hace, permanece como es, el mal caerá todo sobre el hombre. Así el pecador, con el pecado puede alejarse de Dios y no gozar más sus benéficos influjos, pero a Dios nada le hace, todo el mal es suyo.
(21) También la redondez del sol me simboliza la eternidad de Dios, que no tiene ni principio ni fin. La misma luz penetrante del sol, que nadie puede contener en su ojo, y que si alguien quisiera mirarlo fijamente en pleno mediodía quedaría deslumbrado, y si el sol se quisiera acercar al hombre, éste quedaría reducido a cenizas. Así del Sol Divino, ninguna mente creada puede restringirlo en su pequeña mente para comprenderlo en todo lo que es, y si quisiera esforzarse quedaría deslumbrada y confundida, y si este Sol Divino quisiera hacer ostentación de todo su amor, haciéndoselo sentir al hombre mientras está aun en carne mortal, el hombre quedaría incinerado. Por lo tanto, Dios ha puesto una sombra de Sí y de sus perfecciones en todo lo creado, así que parece que lo vemos y lo tocamos y por Él quedamos tocados continuamente.
(22) Además de esto, después de que el Señor dijo aquellas palabras: “La fe es Dios”. Yo le dije: “Jesús, ¿me quieres?”
(23) Y Él ha agregado: “Y tú, ¿me quieres?”
(24) Yo enseguida he dicho: “Sí, Jesús, y Tú lo sabes, que sin Ti siento que me falta la vida”.
(25) “Pues bien”. Ha añadido Jesús. “Tú me quieres, Yo también, por lo tanto amémonos y estemos siempre juntos”.
(26) Así ha terminado por esta mañana. Ahora, ¿quién puede decir cuánto ha comprendido mi mente de este Sol Divino? Me parece verlo y tocarlo por todas partes, es más, me siento revestida por Él dentro y fuera de mí misma, pero mi capacidad es pequeña, pequeña, que mientras parece que comprende alguna cosa de Dios, al verlo parece que no he comprendido nada, más bien me parece haber dicho disparates, espero que Jesús me los perdone.
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2-2
Marzo 10, 1899
El Señor le hace ver muchos castigos.
(1) Estando en mi habitual estado se ha hecho ver mi siempre amable Jesús, todo amargado y afligido y me ha dicho:
(2) “Hija mía, mi justicia se ha vuelto muy pesada, y son tantas las ofensas que me hacen los hombres que no puedo sostenerlas más. Por lo tanto la guadaña de la muerte está a punto de matar a muchos, de improviso y de enfermedades, y además son tantos los castigos que verteré sobre el mundo, que serán una especie de juicio”.
(3) ¿Quién puede decir los tantos castigos que me ha hecho ver, y el modo como yo he quedado aterrorizada y espantada? Es tanta la pena que siente mi alma, que creo es mejor pasarla en silencio.
(4) Continúo diciendo porque la obediencia lo quiere; entonces me parecía ver las calles llenas de carne humana y la sangre que inundaba la tierra, ciudades sitiadas por enemigos que no perdonaban ni siquiera a los niños; me parecían como tantos animales salidos del infierno, no respetaron ni iglesias ni sacerdotes. Parecía que el Señor mandaba un castigo del Cielo, cuál sea no sé decirlo, sólo me parecía que todos recibiremos un golpe mortal, y quién quedará víctima de la muerte y quién se repondrá. Me parecía también ver las plantas secas y muchos otros males que deben venir sobre las cosechas. ¡Oh Dios, qué pena ver estas cosas y estar obligada a manifestarlas! ¡Ah Señor, aplácate, yo espero que tu sangre y tus llagas sean nuestro remedio, o bien viértelos sobre esta pecadora, pues los merezco, de otra manera tómame y entonces estarás libre de hacer lo que quieras, pero mientras viva haré cuanto pueda para oponerme!
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2-3
Marzo 13, 1899
La caridad no es otra cosa que el desahogo del Ser Divino. Todo lo creado habla del amor de Dios hacia el hombre, y le enseña el modo como debe amar a Dios.
(1) Esta mañana el amado Jesús no se hacía ver según lo acostumbrado, todo amabilidad y dulzura, sino severo, mi mente me la sentía en un mar de confusión y mi alma tan afligida y aniquilada, especialmente por los castigos vistos en los días pasados; viéndolo en aquel aspecto no me atrevía a decirle nada, nos mirábamos pero en silencio. ¡Oh Dios, qué pena! Cuando de pronto he visto también al confesor y Jesús mandando un rayo de luz intelectual ha dicho estas palabras:
(2) “Caridad, la caridad no es otra cosa que un desahogo del Ser Divino, y este desahogo lo he difundido sobre todo lo creado, de modo que todo lo creado habla del amor que le tengo al hombre, y todo lo creado le enseña el modo como debe amarme; comenzando desde el ser más grande hasta la más pequeña florecita del campo dice al hombre: “Con mi suave perfume y con estarme siempre dirigida hacia el cielo, intento enviar un homenaje a mi Creador; también tú, haz que todas tus acciones sean olorosas, santas, puras, no hagas que el mal olor de tus acciones ofenda a mi Creador”. ¡Ah, hombre! repite la florecita, “no seas tan insensato de tener los ojos fijos a la tierra, sino elévalos al Cielo, mira, allá arriba está tu destino, tu patria, allá arriba está el Creador mío y tuyo que te espera”. El agua que continuamente corre bajo nuestros ojos nos dice también: “Mira, de las tinieblas he salido y tanto debo correr y correr hasta que llegue a sepultarme en el lugar de donde salí, también tú, ¡oh hombre! corre, pero corre al seno de Dios de donde saliste; ¡ah! te pido, no corras los caminos torcidos, los caminos que conducen al precipicio, de otra manera, ¡ay de ti!” También las bestias más salvajes nos repiten: “Mira, ¡oh! hombre cómo debes ser selvático para todo lo que no es Dios; mira, cuando nosotros vemos que alguien se acerca a nosotros, con nuestros rugidos ponemos tanto espanto, que ninguno se atreve a acercarse más a perturbar nuestra soledad, también tú, cuando el hedor de las cosas terrenas, o sea tus pasiones violentas, estén por enfangarte y hacerte caer en el precipicio de las culpas, con los rugidos de tu oración y con retirarte de las ocasiones en las cuales te encuentras, estarás a salvo de cualquier peligro”. Así todos los demás seres, que decirlos todos sería demasiado largo, con voz unánime resuenan entre ellos y nos repiten: “Mira, ¡oh! hombre, por amor tuyo nos ha creado nuestro Creador y todos estamos a tu servicio, tú no seas tan ingrato, ama, te rogamos, te repetimos, ama a nuestro Creador!”.
(3) Después de esto, mi amable Jesús me dijo: “Esto es todo lo que quiero: “Amar a Dios y al prójimo por amor mío”. Ve cuánto he amado al hombre, y él es tan ingrato; ¿cómo quieres tú que no lo castigue?”.
(4) En el mismo instante me parecía ver una granizada terrible y un terremoto que debe hacer notable daño, hasta destruir las plantas y los hombres. Entonces, con toda la amargura de mi alma le he dicho: “Mi siempre amable Jesús, ¿por qué estás tan indignado? Si el hombre es ingrato, no es tanto por malicia sino por debilidad. ¡Oh! Si te conocieran un poco, cómo serían humildes y amorosos, por eso, cálmate, al menos te encomiendo Corato y a aquellos que me pertenecen”.
(5) En el momento de decir esto, me parecía que también en Corato debía suceder algo, pero en comparación con lo que sucederá en los demás lugares será nada.
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2-4
Marzo 14, 1899
Jesús se refugia en el corazón y llora la suerte de las criaturas. El alma hace de todo para consolarlo y llora junto con Jesús.
(1) Esta mañana mi dulcísimo Jesús, transportándome junto con Él, me hacía ver la multiplicidad de los pecados que se cometen, y eran tales y tantos, que es imposible describirlos; veía también en el aire una estrella de desmesurado tamaño, y en su circunferencia contenía fuego negro y sangre; infundía tal temor y espanto al mirarla, que parecía que fuera menor mal la muerte que vivir en tiempos tan tristes. En otros lugares se veían los volcanes, que abriendo otros tantos cráteres debían inundar aun los pueblos vecinos; se veían también gentes sectarias que irán favoreciendo los incendios, etc. Mientras esto veía, mi amable pero afligido Jesús me dijo:
(2) “¿Has visto cuánto me ofenden y lo que tengo preparado? Yo me retiro del hombre”.
(3) Y mientras esto decía nos retiramos los dos en la cama, y veía que en este retirarse de Jesús, los hombres se ponían a hacer acciones más feas, más homicidios, en una palabra, me parecía ver gente contra gente. Cuando nos retiramos, parecía que Jesús se metía en mi corazón y comenzó a llorar y a sollozar diciendo:
(4) “¡Oh hombre, cuánto te he amado! ¡Si tú supieras cuánto me duele tener que castigarte! Pero a esto me obliga mi justicia. ¡Oh hombre, oh hombre, cuánto lloro y me duele tu suerte!”
(5) Después daba desahogo al llanto y de nuevo repetía las palabras. ¿Quién puede decir la pena, el temor, el desgarro que se hacía en mi alma, especialmente al ver a Jesús tan afligido y llorando? Hacía cuanto más podía para esconder mi dolor, y para consolarlo le decía: “¡Oh Señor, no sea jamás que castigues a los hombres! Esposo Santo, no llores, tal como habéis hecho otras veces así harás ahora, derramarás en mí, me harás sufrir a mí, y así vuestra justicia no os obligará a castigar a las gentes”. Y Jesús continuaba llorando y yo repetía: “Pero escúchame un poco, ¿no me habéis puesto en esta cama para que sea víctima por los demás? ¿Acaso no he estado dispuesta a sufrir las otras veces para evitar los castigos a las criaturas? ¿Por qué ahora no queréis hacerme caso?” Pero con todo y mis pobres palabras Jesús no se calmaba de llorar, entonces no pudiendo resistir más, también yo rompí en llanto diciéndole: “Señor, si vuestra intención es de castigar a los hombres, no me da el ánimo ver sufrir tanto a las criaturas, por eso, si verdaderamente queréis mandar los flagelos y mis pecados no me hacen merecer más el sufrir yo en vez de los demás, quiero irme al Cielo, no quiero estar más sobre esta tierra”.
(6) Después ha venido el confesor y habiéndome llamado a la obediencia, Jesús se ha retirado y así ha terminado.
(7) La siguiente mañana continuaba viendo a Jesús retirado en mi corazón, y veía que las personas venían hasta dentro de mi corazón y lo pisoteaban, lo ponían bajo los pies. Yo hacía cuanto más podía por liberarlo y Jesús dirigiéndose a mí me ha dicho:
(8) “¿Ves hasta dónde llega la ingratitud de los hombres? Ellos mismos me obligan a castigarlos, sin que pueda hacer de otra manera. Y tú, querida mía, después de que me has visto sufrir tanto, te sean más amadas las cruces y sientas como deleites las penas”.
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2-5
Marzo 18, 1899
Continúa viendo a Jesús retirado en su corazón. Él le dice como le es querida la caridad.
(1) Esta mañana mi querido Jesús seguía haciéndose ver desde dentro de mi corazón, y viéndolo un poco más amable, me armé de valor y empecé a pedirle que no mandara tantos castigos, y Jesús me dijo:
(2) “¿Qué te mueve, oh hija mía, a pedirme que no castigue a las criaturas?”
(3) Yo enseguida respondí: “Porque son tus imágenes y debiendo las criaturas sufrir, vendrías Tú mismo a sufrir”. Entonces Jesús dando un suspiro me dijo:
(4) “Me es tan querida la caridad, que tú no puedes comprenderlo. La caridad es simple, como mi Ser, que si bien es inmenso, es también simplísimo, tanto que no hay parte en la cual no penetre. Así la caridad, siendo simple, se difunde por todas partes, no tiene deferencia por ninguno, amigo o enemigo, vecino o forastero, a todos ama”.
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2-6
Marzo 19, 1899
Temores. Jesús la tranquiliza. El demonio puede hablar de virtud, pero no puede infundirla en el alma.
(1) Esta mañana, mientras Jesús se hacía ver, yo temía que no fuese verdaderamente Jesús, sino el demonio que me quisiera engañar; después de que hice las acostumbradas protestas Jesús me ha dicho:
(2) “Hija, no temas, no soy el demonio, y además, ése, si habla de las virtudes es una virtud pintada, no verdadera virtud, ni tiene poder para infundirla en el alma, sino solamente de hablar de ella, y si alguna vez muestra que quiere hacer practicar un poco de bien, no es perseverante y en el mismo acto en que el alma hace ese poco bien, el alma está desganada y agitada, sólo Yo tengo la potencia de infundirme en el corazón y de hacer practicar las virtudes y hacer sufrir con ánimo y tranquilidad y con perseverancia. Además, ¿cuándo el demonio ha ido en busca de virtud? Su búsqueda son los vicios. Por eso no temas, estate tranquila”.
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2-7
Marzo 20, 1899
Jesús vierte sus amarguras y le dice la causa de los males del mundo.
(1) Esta mañana Jesús me ha transportado fuera de mí misma y me ha hecho ver mucha gente, toda en discordia. ¡Oh, cuánta pena daba a Jesús! Yo, viéndolo sufrir mucho le he pedido que vertiera en mí sus amarguras, pero como continuaba queriendo castigar al mundo, Jesús no quería derramarlas en mí, pero después de haberle pedido y vuelto a pedir, para contentarme ha derramado un poco. Entonces, habiéndose aliviado un poco me ha dicho:
(2) “La causa por la que el mundo se ha reducido a este triste estado, es por haber perdido la subordinación a las cabezas, y como la primera cabeza es Dios, al Cual se han rebelado, como consecuencia ha sucedido que han perdido toda sujeción y dependencia a la Iglesia, a las leyes, y a todos los demás que se dicen cabezas. ¡Ah! Hija mía, ¿qué será de tantos miembros infectados por este mal ejemplo dado por aquellos mismos que se dicen cabezas, esto es, por superiores, por padres y por tantos otros? ¡Ah, llegarán a tanto, que no se reconocerán más ni padres, ni hermanos, ni reyes, ni príncipes, estos miembros serán como tantas víboras que recíprocamente se envenenarán, por eso, mira como son necesarios los castigos en estos tiempos, y que la muerte casi destruya a esta gente, a fin de que los pocos que queden aprendan a costa de los demás a ser humildes y obedientes! Por eso déjame hacer, no quieras oponerte a que castigue a las gentes”.
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2-8
Marzo 31, 1899
Jesús habla de la virtud de la cruz.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús se hizo ver crucificado, y después de haberme comunicado sus penas me ha dicho:
“Muchas son las llagas que me hicieron sufrir en mi pasión, pero una fue la cruz; esto significa que muchos son los caminos por los cuales atraigo a las almas a la perfección, pero uno es el Cielo en el cual estas almas deben unirse, así que equivocado aquel Cielo, no hay algún otro que pueda volverlas bienaventuradas para siempre”.
(2) Después ha agregado: “Mira un poco, una es la cruz, pero de varios leños fue formada dicha cruz; esto quiere decir que uno es el Cielo, pero varios los lugares que este Cielo contiene, más o menos gloriosos, y a medida de los sufrimientos sufridos acá abajo, más o menos pesados, serán distribuidos estos lugares. ¡Oh!, Si todos conocieran la preciosidad del sufrir, harían competencia a ver quién quisiera sufrir más, pero esta ciencia no es conocida por el mundo, por eso aborrecen todo lo que puede volverlos más ricos in eterno”.
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2-9
Mes de Abril, 1899
Cómo la humildad es la pequeña planta. La humildad sin confianza es virtud falsa.
(1) Después de haber pasado algunos días de privación y de lágrimas, yo me encontraba toda confundida y aniquilada en mí misma, en mi interior iba diciendo continuamente: “Dime, oh mi Bien, ¿por qué te has alejado de mí, en qué te he ofendido que no te dejas ver más, y si te muestras es casi ensombrecido y en silencio? ¡Ah, no más me hagas esperar y esperar, que mi corazón no puede más!”.
(2) Finalmente Jesús se ha mostrado un poco más claro, y viéndome tan aniquilada me ha dicho:
(3) “¡Si tú supieras cuánto me agrada la humildad! La humildad es la planta más pequeña que se pueda encontrar, pero sus ramas son tan altas que llegan hasta el Cielo, están en torno a mi trono y penetran hasta dentro de mi corazón. La pequeña planta es la humildad, las ramas que produce esta planta es la confianza, así que no se puede dar verdadera humildad sin confianza. La humildad sin confianza es virtud falsa”.
(4) Por las palabras de mi Jesús se ve que mi corazón no sólo estaba aniquilado, sino también un poco desanimado.
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2-10
Abril 5, 1899
Cómo Jesús la tiene cubierta en su amor.
(1) Mi alma continuaba en su aniquilamiento y con temor de perder al dulce Jesús, cuando en un instante, de golpe se ha hecho ver y me ha dicho:
(2) “Te tengo bajo la sombra de mi caridad. Entonces, así como la luz penetra por todas partes, así mi amor te tiene cubierta por todas partes y en todo. ¿De qué temes entonces? ¿Y cómo puedo Yo dejarte mientras te tengo tan abismada en mi amor?”
(3) Mientras Jesús así decía, yo quería preguntarle por qué no se hacía ver según su costumbre, pero Jesús enseguida desapareció y no me ha dado tiempo de decirle ni siquiera una palabra. ¡Oh Dios, qué pena!
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2-11
Abril 7, 1899
Luisa consuela a Jesús. Él le dice: Quiero hacer de ti un objeto de mis complacencias.
(1) Continúa el mismo estado, pero especialmente esta mañana la he pasado amarguísima, casi había perdido la esperanza de que Jesús viniera. ¡Oh, cuántas lágrimas he tenido que derramar! Era propiamente la última hora y Jesús no venía aún. ¡Oh Dios! ¿qué hacer? Mi corazón estaba con un dolor tan fuerte y en un continuo palpitar, tan fuerte, que sentía una agonía mortal. En mi interior le decía: “Mi buen Jesús, ¿no ves Tú mismo que me siento faltar la vida? ¿Al menos dime cómo se puede hacer para estar sin Ti? ¿Cómo se puede vivir? Si bien soy ingrata ante tantas gracias, sin embargo te amo y te ofrezco esta pena amarguísima de tu ausencia para repararte por mi ingratitud; pero ven, Jesús ten paciencia, eres tan bueno, no me hagas esperar, ven. ¡Ah! ¿Tal vez no sabes Tú mismo qué cruel tirano es el amor, y por eso no tienes compasión de mí?” Mientras estaba en este estado tan doloroso, Jesús ha venido y todo compasión me ha dicho:
(2) “He aquí que he venido, no llores más, ven a Mí”.
(3) En un instante me he encontrado fuera de mí misma junto con Él, y yo lo miraba, pero con tal temor que de nuevo pudiera perderlo, que a ríos me escurrían las lágrimas de los ojos. Jesús ha continuado diciéndome:
(4) “No, no llores más, mira un poco cuánto estoy sufriendo, mírame la cabeza, las espinas han penetrado tan adentro, que no queda nada afuera. ¿Ves cuántos desgarros y sangre cubren mi cuerpo? Acércate, dame un alivio”.
(5) Ocupándome de las penas de Jesús he olvidado un poco las mías, y así he comenzado por su cabeza, ¡oh! cómo era desgarrador ver aquellas espinas tan metidas dentro, que apenas se podían jalar. Mientras esto hacía, Jesús se lamentaba, tanto era el dolor que sufría. Después que he sacado aquella corona de espinas, toda despedazada, la uní de nuevo, y conociendo que el mayor placer que se pueda dar a Jesús es el sufrir por Él, la he tomado y la he hundido sobre mi cabeza.
(6) Después, una por una se ha hecho besar las llagas y en algunas de ellas quería que chupara la sangre. Yo trataba de hacer todo lo que Él quería, pero en mudo silencio, cuando se ha presentado la Virgen Santísima y me ha dicho:
(7) “Pregunta a Jesús qué cosa quiere hacer de ti”.
(8) Yo no me atrevía, pero la Mamá me incitaba a hacerlo; para contentarla he acercado los labios al oído de Jesús, y quedito quedito le he dicho: “¿Qué cosa quieres hacer de mí?” Y Él ha respondido:
(9) “Quiero hacer de ti un objeto de mis complacencias”.
(10) Y en el acto mismo de decir estas palabras desapareció, y yo me he encontrado en mí misma.
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2-12
Abril 9, 1899
Jesús lleva a Luisa fuera de sí misma, unida a Él, no quiere dejarla y Jesús la tiene consigo en la custodia.
(1) Esta mañana Jesús se ha hecho ver y me ha transportado dentro de una iglesia, allí he oído la Santa Misa y recibí la comunión de las manos de Jesús. Después de esto me abracé a los pies de Él, tan fuertemente que no podía separarme. El pensamiento de las penas de los días pasados, esto es, de la privación de Jesús, me hacía temer tanto el perderlo de nuevo, que estando a sus pies lloraba y le decía: “Esta vez, oh Jesús, no te dejaré más, porque Tú cuando te vas de mí me haces sufrir y esperar mucho”.
(2) Entonces Jesús me dijo: “Ven entre mis brazos que quiero aliviarte de las penas pasadas en estos días”.
(3) Yo casi no me atrevía a hacerlo, pero Jesús extendió las manos y me levantó de sus pies, me abrazó y dijo:
(4) “No temas, que no te dejo, esta mañana quiero contentarte, ven a estarte Conmigo en la custodia”.
(5) Y los dos nos retiramos en la custodia. ¿Quién puede decir lo que hicimos? Ahora me besaba y yo a Él, ahora yo me reposaba en Él y Jesús en mí, ahora veía las ofensas que recibía, y yo hacía actos de reparación por las diferentes ofensas. ¿Quién puede decir la paciencia de Jesús en el Sacramento? Es tal y tanta que da terror el solo pensarlo. Pero mientras estaba haciendo esto, Jesús me hizo ver al confesor que venía a llamarme en mí misma y me ha dicho:
(6) “Basta por ahora, ve, que la obediencia te llama”.
(7) Y así me parecía que mi alma regresaba al cuerpo, y en efecto el confesor me llamaba a la obediencia.
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2-13
Abril 12, 1899
Jesús dice a Luisa: Tú eres mi tabernáculo, es más, me siento más contento en ti porque te participo mis penas.
(1) Hoy, sin hacerme esperar tanto, Jesús ha venido pronto y me ha dicho:
(2) “Tú eres mi tabernáculo; para Mí es lo mismo estar en el sacramento que en tu corazón, es más, en ti se encuentra otra cosa de más, que es el poderte participar mis penas y tenerte junto Conmigo como víctima viviente ante la divina justicia, lo que no encuentro en el Sacramento”.
(3) Y mientras decía estas palabras se encerró dentro de mí. Estando en mí Jesús me hacía sentir ahora las pinchaduras de las espinas, ahora los dolores de la cruz, los afanes y los sufrimientos del corazón. En torno a su corazón veía un trenzado de puntas de hierro que hacía sufrir mucho a Jesús. ¡Ah! Cuánta pena me daba verlo sufrir tanto, hubiera querido sufrir todo yo antes que hacer sufrir a mi dulce Jesús, y de corazón le pedía que a mí me diera las penas, a mí el sufrir. Entonces Jesús me dijo:
(4) “Hija, las ofensas que más traspasan mi corazón son las Misas dichas sacrílegamente, y las hipocresías”.
(5) ¿Quién puede decir lo que comprendí en estas dos palabras? A mí me parece que externamente se hace ver que se ama, se alaba al Señor, pero internamente se tiene el veneno listo para matarlo; externamente se hace ver que se quiere la gloria, el honor de Dios, pero internamente se busca el honor, la estima propia. Todas las obras hechas con hipocresía, aun las más santas, son obras todas envenenadas que amargan el corazón de Jesús.
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2-14
Abril 16, 1899
Jesús quiere girar junto con Luisa y le hace ver como es tratado por las almas.
(1) Estando en mi habitual estado, Jesús me invitó a girar para ver qué cosa hacían las criaturas. Yo le dije: “Mi adorable Jesús, esta mañana no tengo ganas de girar y ver las ofensas que te hacen, estémonos aquí los dos juntos”. Pero Jesús insistía en que quería girar, entonces para contentarlo le dije: “Si quieres salir, vamos, pero vamos dentro de alguna iglesia, pues ahí son pocas las ofensas que te hacen”.
(2) Y así hemos ido dentro de una iglesia, pero también ahí era ofendido, y más que en otros lugares, no porque en las iglesias se hagan más pecados que en el mundo, sino porque son ofensas hechas por sus más amados, por aquellos mismos que deberían poner alma y cuerpo para defender el honor y la gloria de Dios, por eso resultan más dolorosas a su corazón adorable. Entonces veía almas devotas, que por bagatelas de nada no se preparaban bien a la comunión; su mente en vez de pensar en Jesús pensaba en sus pequeñas disturbios, en tantas cosas de nada, y ésta era su preparación. Cuánta pena daban estas almas a Jesús y cuánta compasión daban ellas, porque daban importancia a tantas pajitas, a tantas ociosidades y en cambio no se dignaban dirigirle una mirada a Jesús. Entonces Él me ha dicho:
(3) “Hija mía, cuánto impiden estas almas que mi Gracia se derrame en ellas, Yo no me fijo en las minucias, sino en el amor con el cual se acercan, y ellas al contrario, más se fijan en las pajas que en el amor, es más, el amor destruye las pajas, pero con muchas pajas no se acrecienta ni un poquito el amor, más bien lo disminuye. Pero lo que es peor de estas almas es que se disturban mucho, pierden mucho tiempo, quisieran estar con los confesores horas enteras para decir todas estas minucias, pero jamás ponen manos a la obra con una buena y valiente resolución para extirpar estas pajas.
(4) ¿Qué decirte además, ¡oh! hija mía, de ciertos sacerdotes de estos tiempos? Se puede decir que obran casi satánicamente, llegando a hacerse ídolos de las almas. ¡Ah! Sí, mi corazón es más traspasado por mis hijos, porque si los otros me ofenden más, ofenden las partes de mi cuerpo, pero los míos me ofenden las partes más sensibles y tiernas, hasta en lo más íntimo de mi corazón”.
(5) ¿Quién puede decir la amargura de Jesús? Al decir estas palabras lloraba amargamente. Yo hacía cuanto más podía por compadecerlo y repararlo, pero mientras esto hacía nos retiramos juntos en el lecho.
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2-15
Abril 21, 1899
Ve a Jesús como niño mientras se encuentra sola. Temor de que fuera alguien para hacerle mal. Pregunta quién es, y le dice que es el pobre de los pobres y que quisiera estar con ella.
(1) Esta mañana, estando en mi habitual estado, en un momento me he encontrado en mí misma, pero sin poderme mover, cuando de pronto sentí que alguien entraba en mi recámara, después ha cerrado de nuevo la puerta y he oído que se acercaba a mi cama. En mi mente pensaba que alguien había entrado furtivamente, sin que nadie de la familia lo hubiera visto y había penetrado hasta mi recámara. ¿Quién sabe qué cosa me pueda hacer? Era tanto el temor que me sentí helar la sangre en las venas y temblaba toda. ¡Oh Dios! ¿Qué hacer? Decía entre mí: “La familia no lo ha visto, yo me siento toda inmóvil y no puedo defenderme ni puedo pedir ayuda; Jesús, María, Mamá mía, ayúdenme, San José, defiéndeme de este peligro”. Cuando he sentido que subía a la cama y se acurrucaba junto a mí ha sido tanto el temor, que he abierto los ojos y le he dicho: “Dime, ¿quién eres tú?”
(2) Él ha respondido: “Yo soy el pobre de los pobres, no tengo donde estar; he venido a ti para ver si me quieres tener contigo en tu recámara, mira, soy tan pobre que ni siquiera tengo vestidos, pero tú pensarás en todo”.
(3) Yo lo miré bien, era un niño de cinco o seis años, sin vestidos, sin calzado, pero sumamente bello y gracioso, enseguida le respondí: “Por mí con gusto te tendría, ¿pero qué dirá mi papá? No soy persona libre que pueda hacer lo que quiera, tengo mis padres que lo impiden. Vestirte sí puedo hacerlo con mis pobres trabajos, haré cualquier sacrificio, pero tenerte conmigo es imposible. Y además, ¿no tienes padre, no tienes madre, no tienes dónde quedarte?”
(4) Pero el niño amargamente respondió: “No tengo a nadie, ¡ah, no me hagas vagar más, déjame estar contigo!”
(5) Yo misma no sabía qué hacer, como tenerlo. Un pensamiento me pasó por la mente: “¿Quién sabe, a lo mejor es Jesús, o bien será algún demonio para disturbarme?” Así que de nuevo le dije: “Pero dime la verdad, ¿quién eres tú?” Y Él repitió:
(6) “Yo soy el pobre de los pobres”.
(7) Yo repliqué: “¿Has aprendido a santiguarte?”
(8) “Sí”. Respondió.
(9) Pues entonces hazlo, quiero ver como lo haces.
(10) Él se persignó con la señal de la cruz.
(11) Yo agregué: “¿Y el Ave María la sabes decir?”
(12) “Sí, pero si quieres que la diga, digámosla juntos”.
(13) Yo empecé el Ave María y Él la decía junto conmigo, en ese momento una luz purísima se ha desprendido de su frente adorable y he conocido que el pobre de los pobres era Jesús. En un instante, con aquella luz que Jesús me enviaba me ha hecho perder de nuevo los sentidos y me sacó fuera de mí misma. Yo estaba toda confundida delante de Jesús, especialmente por tantos rechazos y rápidamente le dije:
(14) “Querido mío, perdóname, si te hubiese conocido no te habría prohibido la entrada. Además, ¿por qué no me has dicho, que eras Tú? Tengo tantas cosas que decirte, te las habría dicho, no habría perdido el tiempo en tantas inutilidades y temores. Para tenerte a Ti no tengo necesidad de los míos, puedo tenerte libremente porque Tú no te dejas ver por ninguno”. Pero mientras esto decía, Jesús ha desaparecido y así ha terminado todo, dejándome una pena por no haberle dicho nada de lo que quería decirle.
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2-16
Abril 23, 1899
Las alabanzas y desprecios de los demás
(1) Hoy he meditado acerca del daño que puede venir a nuestras almas por las alabanzas que nos dan las criaturas. Mientras me lo aplicaba a mí misma para ver si había en mí la complacencia por las alabanzas humanas, Jesús se ha acercado a mí y me ha dicho:
(2) “Cuando el corazón está lleno del conocimiento de sí mismo, las alabanzas de los hombres son como aquellas olas del mar, que se elevan y desbordan pero jamás salen de sus límites, así las alabanzas humanas hacen estrépito, alborotan, se acercan hasta el corazón, pero encontrándolo lleno y bien circundado por los fuertes muros del conocimiento de sí mismo, no teniendo por lo tanto donde quedarse, se vuelven atrás sin hacer ningún daño al alma, por eso debes estar atenta a esto, que las alabanzas y los desprecios de las criaturas no hay que tomarlos en cuenta”.
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2-17
Abril 26, 1899
Jesús la contenta con respecto al confesor. Le habla de las almas desapegadas, que mientras no tienen nada, todo poseen.
(1) Cuando hoy mi amante Jesús se hacía ver, me parecía que me enviaba tantos rayos de luz, que toda me penetraban, cuando en un instante nos hemos encontrado fuera de mí misma y junto se encontraba el confesor. Yo enseguida le pedí a mi querido Jesús que le diera un beso al confesor y que estuviera un poco en sus brazos, (Jesús era niño). Para contentarme pronto ha besado al confesor en el rostro, pero sin quererse separar de mí, yo he quedado toda afligida y le dije: “Tesorito mío, no era esta mi intención, de hacerte besar su rostro, sino la boca, a fin de que tocada por tus purísimos labios quedara santificada y fortificada de aquella debilidad, así podrá anunciar más libremente la santa palabra y santificar a los demás. ¡Ah, te ruego que me contentes!” Así, Jesús ha dado otro beso, pero ahora en la boca de él, y después me ha dicho:
(2) “Me son tan agradables las almas desapegadas de todo, no sólo en el afecto, sino también en efecto, que a medida que van despojándose, así mi luz las va invistiendo y llegan a ser como cristales, en los que la luz del sol no encuentra impedimento para penetrar dentro de ellos, como lo encuentra en las construcciones y en las demás cosas materiales”.
(3) ¡Ah! dijo después: “Creen despojarse, pero en cambio vienen a vestirse no sólo de las cosas espirituales, sino también de las corporales, porque mi providencia tiene un cuidado todo especial y particular por estas almas desapegadas, mi providencia las cubre por todas partes; sucede que nada tienen, pero todo poseen”.
(4) Después de esto nos retiramos del confesor y encontramos muchas personas religiosas que parecía que tenían toda la intención de trabajar por fines de intereses, Jesús pasando en medio de ellas dijo:
(5) “¡Ay, ay de aquél que trabaja por la finalidad de adquirir dinero, ya han recibido en vida su paga!”
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2-18
Mayo 2, 1899
Cómo en la Iglesia está reflejado todo el Cielo.
(1) Esta mañana Jesús daba mucha compasión, estaba tan afligido y sufriente que yo no me atrevía a hacerle ninguna pregunta, nos mirábamos en silencio, de vez en cuando me daba un beso y yo a Él, y así ha seguido haciéndose ver algunas veces. La última vez me hizo ver la Iglesia diciéndome estas palabras:
(2) “En mi Iglesia está representado todo el Cielo: Así como en el Cielo una es la cabeza, que es Dios, y muchos son los santos, de diferentes condiciones, órdenes y méritos, así en mi Iglesia, una es la cabeza, que es el Papa, y hasta en la tiara que rodea su cabeza está representada la Trinidad Sacrosanta, y muchos son los miembros que de esta cabeza dependen, o sea, diferentes dignidades, diferentes órdenes, superiores e inferiores, desde el más pequeño hasta el más grande, todos sirven para embellecer mi Iglesia, y cada uno, según su grado, tiene un oficio que le ha sido dado, y con el exacto cumplimiento de las virtudes viene a dar de sí en mi Iglesia un esplendor olorosísimo, de modo que la tierra y el Cielo quedan perfumados e iluminados, y las gentes quedan tan atraídas por esta luz y por este perfume, que resulta casi imposible no rendirse a la verdad. Te dejo a ti el considerar a aquellos miembros infectados, que en vez de producir luz dan tinieblas, ¡cuántos destrozos hacen en mi Iglesia!”
(3) Mientras Jesús así me decía, he visto al confesor junto a Él, Jesús con su mirada penetrante lo miraba fijamente; después, dirigiéndose a mí me ha dicho:
(4) “Quiero que tengas plena confianza con el confesor, aun en las mínimas cosas, tanto que entre Yo y él no debe haber diferencia alguna, porque en la medida de tu confianza y de la fe que des a sus palabras, así concurriré Yo”.
(5) En el momento que Jesús decía estas palabras me acordé de ciertas tentaciones del demonio que habían producido en mí un poco de desconfianza, pero Jesús con su ojo vigilante, de inmediato me ha tomado nuevamente junto a Sí, y en ese mismo instante me sentí quitar de mi interior esa desconfianza. Sea siempre bendito el Señor, que tiene tanto cuidado de esta alma tan miserable y pecadora.
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2-19
Mayo 6, 1899
Luisa busca a Jesús entre los ángeles.
(1) Esta mañana a duras penas se ha hecho ver Jesús, mi mente la sentía tan confundida que casi no comprendía la pérdida de Jesús, en ese momento me sentí circundada de muchos espíritus, tal vez eran ángeles, pero no sé decirlo con seguridad. Mientras me encontraba en medio de ellos, de vez en cuando me ponía a indagar, pues, ¿quién sabe? A lo mejor pudiera oír el aliento de mi amado, pero por más que hacía no advertía nada que indicara que ahí estuviera mi amante Bien. Cuando de repente, de atrás de mi espalda he sentido venir un aliento dulce, súbito he gritado: “¡Jesús, mi Señor!”
(2) Él respondió: “Luisa, ¿qué quieres?”
(3) “Jesús, hermoso mío, ven, no estés atrás de mi espalda porque no puedo verte, estuve toda esta mañana esperándote e indagando, pues a lo mejor hubiera podido verte en medio de estos espíritus angélicos que rodeaban la cama, pero no he tenido éxito, por esto me siento muy cansada, porque sin Ti no puedo encontrar reposo, ven para reposar juntos”. Así Jesús se ha puesto junto a mí y me sostenía la cabeza. Aquellos espíritus han dicho: “Señor, qué rápidamente te ha conocido, no por la voz, sino que con el solo aliento pronto te ha llamado”.
(4) Jesús les respondió: “Ella me conoce a Mí y Yo la conozco a ella. Me es tan querida, como me es querida la pupila de mis ojos”.
(5) Y mientras así decía me he encontrado en los ojos de Jesús. ¿Quién puede decir lo que he sentido estando en aquellos ojos purísimos? Es imposible manifestarlo con palabras, los mismos ángeles han quedado sorprendidos.
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2-20
Mayo 7, 1899
De la pureza de intención y la verdadera caridad.
(1) Mientras que en el día he hecho la meditación, Jesús continuaba haciéndose ver junto a mí y me ha dicho:
(2) “Mi persona está circundada por todas las obras que hacen las almas como por un vestido, y a medida de la pureza de intención y de la intensidad del amor con el cual se hacen, así me dan más esplendor, y Yo daré a ellas más gloria, tanto que en el día del juicio las mostraré a todo el mundo para hacer conocer el modo como me han honrado mis hijos y el modo como Yo los honro a ellos”.
(3) Luego, tomando un aire más afligido ha agregado:
(4) “Hija mía, ¿qué será de tantas obras, aun buenas, hechas sin recta intención, por costumbre y con fines de interés? ¿Cuál no será su vergüenza en el día del juicio, al ver tantas obras buenas en sí mismas, pero marchitas por su intención, que en vez de darles honor como a tantos otros, las mismas acciones les producirán vergüenza? Porque no son las obras grandes lo que miro, sino la intención con la cual se hacen, aquí está toda mi atención”.
(5) Por un rato Jesús ha hecho silencio y yo pensaba en las palabras que había dicho, y mientras las estaba rumiando en mi mente, especialmente sobre la pureza de intención y cómo haciendo el bien a las criaturas, las mismas criaturas deben desaparecer, haciendo una a la criatura con el mismo Señor, y hacer como si las criaturas no existieran, Jesús ha vuelto a hablar diciéndome:
(6) “No obstante así es. Mira, mi corazón es grandísimo, pero la puerta es estrechísima, ninguno puede llenar el vacío de este corazón, sino sólo las almas desapegadas, desnudas y simples, porque como tú ves, siendo la puerta pequeña, cualquier impedimento, aun mínimo, es decir, una sombra de apego, de intención errónea, una obra sin el fin de agradarme, impide que entren a deleitarse en mi corazón. El amor del prójimo mucho le agrada a mi corazón, pero debe estar tan unido al mío, que debe formar uno solo, sin poderse distinguir uno del otro; pero aquel otro amor al prójimo que no está transformado en mi amor, Yo no lo miro como cosa que me pertenezca”.
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2-21
Mayo 9, 1899
Lamentos, peticiones, coloquio con Jesús.
(1) Esta mañana me encontraba en un mar de aflicción por la pérdida de Jesús. Después de mucho esperar ha venido, y se estrechaba tanto a mí, que no podía ni siquiera verlo, llegaba a poner su frente sobre la mía, apoyaba su rostro sobre el mío y así todos los demás miembros. Ahora, mientras Jesús estaba en esta posición le he dicho: “Mi adorable Jesús, ¿ya no me quieres?”
(2) Y Él: “Si no te amara no me estaría tan cerca de ti”.
(3) Y yo he vuelto a decirle: “¿Cómo me dices que me amas si no me haces más sufrir como antes? Temo que no me quieras más en este estado, al menos libérame entonces del fastidio del confesor”.
(4) Mientras esto decía, parecía que Jesús no hacía caso a mis palabras y me hacía ver una multitud de gente que cometía toda clase de infamias, y Jesús indignado con ellos, hacía caer entre ellos diferentes clases de enfermedades contagiosas, y muchos morían negros como carbones, parecía que Jesús exterminaba de la faz de la tierra a aquella multitud de gente. Mientras esto veía, le pedí a Jesús que vertiera en mí sus amarguras a fin de que pudiera yo librar a la gente, pero ni siquiera en esto me hacía caso; y respondiéndome a las palabras que antes le había dicho ha agregado:
(5) “El más grande castigo que puedo darte a ti, al sacerdote y al pueblo, es si te liberase de este estado de sufrimientos. Mi Justicia se desahogaría con todo su furor, porque no encontraría más alguna oposición. Tan es verdad, que el peor mal para alguien es ser puesto en un oficio y después ser depuesto, mejor para él si no se le hubiera encargado aquel oficio, porque abusando y no aprovechando se vuelve indigno”.
(6) Después Jesús ha seguido viniendo varias veces el día de hoy, pero tan afligido que daba piedad y hasta hacía llorar, tal vez hasta las mismas piedras. Por cuanto pude busqué consolarlo, ahora lo abrazaba, ahora le sostenía la cabeza tan sufriente, ahora le decía: “Corazón de mi corazón, Jesús, nunca ha sido tu costumbre aparecerte a mí tan afligido, si otras veces te has hecho ver afligido, con verter en mí tus amarguras pronto has cambiado aspecto, pero ahora me es negado darte este alivio. ¿Quién lo diría, que después de tanto tiempo que te has dignado derramar tus amarguras en mí y hacerme partícipe de tus sufrimientos, y que Tú mismo has hecho tanto para disponerme, ahora deba quedar privada? El sufrir por tu amor era mi único alivio, era el sufrir lo que me hacía soportar el exilio del Cielo, pero ahora, faltándome esto siento que no tengo ya donde apoyarme y la vida me da fastidio. ¡Ah! Esposo santo, amado Bien, amada Vida mía, haz que vuelvan a mí las penas, dame el sufrir, no mires mi indignidad y mis graves pecados, sino tu gran Misericordia que no está agotada”.
(7) Mientras me desahogaba con Jesús, Él, acercándose más a mí me ha dicho:
(8) “Hija mía, es mi Justicia que quiere desahogarse sobre las criaturas; el número de pecados de los hombres está casi completo, y la Justicia quiere salir fuera para hacer gala de su furor y repararse de las injusticias de los hombres. Bueno, para hacerte ver como estoy amargado y para contentarte un poco, quiero verter en ti sólo mi aliento”.
(9) Y así, acercando sus labios a los míos me enviaba su respiro, que era tan amargo que me sentía amargar la boca, el corazón y toda mi persona. Si su solo aliento era tan amargo, ¿qué será del resto de Jesús? Me dejó tanta pena, que me sentí traspasar el corazón.
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2-22
Mayo 12, 1899
Jesús la contenta, vierte de su costado dulzuras y amarguras. Pasa la jornada junto con Jesús.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús continuaba haciéndose ver afligido, me transportó fuera de mí misma y me hacía ver las ofensas que recibía, y yo comencé a pedir de nuevo que derramara en mí sus amarguras. Jesús al principio no me hacía caso y sólo me ha dicho:
(2) “Hija mía, la caridad sólo es perfecta cuando es hecha con el solo fin de agradarme, y entonces es verdadera y es reconocida por Mí cuando está despojada del todo”.
(3) Yo, tomando ocasión de sus mismas palabras le he dicho: “Amado Jesús mío, es por esto precisamente por lo que quiero que Tú derrames en mí tus amarguras, para poderte aliviar en tantas penas, y si te pido que libres también a las criaturas, es porque recuerdo bien que Tú en otras ocasiones, después de haberlas castigado, al verlas sufrir tanto la pobreza y otras cosas, mucho has sufrido también Tú. En cambio cuando yo he estado atenta y te he pedido e importunado hasta cansarte que derramaras en mí tus amarguras, tanto que te complacías en derramar en mí, librándolas a ellas, después Tú has quedado muy contento, ¿no lo recuerdas? Y además ¿no son tus imágenes?”
(4) Jesús, viéndose convencido me ha dicho: “Por ti es necesario contentarte, acércate y bebe de mi costado”.
(5) Así hice, me acerqué para beber de su costado, pero en vez de salir la amargura chupaba una sangre dulcísima, que toda me embriagaba de amor y de dulzura; sí, por ello estaba contenta, pero no era esta mi intención, por eso dirigiéndome a Él le dije: “Querido Bien mío, ¿qué haces? No es amargo lo que me das sino dulce. ¡Ah, te ruego, derrama Tú en mí tus amarguras!” Y Jesús mirándome benignamente me dijo:
(6) “Continúa bebiendo, que detrás vendrá lo amargo”.
(7) Así, poniéndome nuevamente en su costado, después de que siguió saliendo lo dulce, salió también lo amargo. ¿Pero quién puede decir la intensidad de la amargura? Después que me sacié de beber me retiré y viendo su cabeza que tenía la corona de espinas, se la quité y la hundí en mi cabeza, y Jesús parecía todo condescendiente, mientras que en otras ocasiones no había permitido esto. ¡Cómo era bello ver a Jesús después de que derramó sus amarguras! Parecía casi desarmado, sin fuerza, todo sosegado, como un humilde corderillo, todo condescendiente. Yo advertí que la hora era tardísima, y como el confesor había venido temprano esta mañana para llamarme a la obediencia, no es que yo supiera que debía ser llamada por la obediencia, porque ante la obediencia Jesús me deja libre, por eso vuelta hacia Él le dije: “Jesús dulcísimo, no permitas que yo sirva de molestia a la familia y de fastidio al confesor con hacerlo venir de nuevo, ¡ah, te lo pido, hazme Tú mismo regresar en mí!” Y Jesús me ha dicho:
(8) “Hija mía, no te quiero dejar este día”.
(9) Y yo: “Tampoco yo tengo corazón para dejarte, pero sólo por un poquito, para hacer ver a la familia que estoy en mí misma y después volveremos a estar juntos”. Así, después de un largo debate, dándonos un adiós recíproco me dejó un poco. Era exactamente la hora de la comida y la familia venía a llamarme, y si bien me sentía en mí misma, pero me sentía toda llena de sufrimiento, la cabeza no la aguantaba, lo amargo y lo dulce bebido del costado de Jesús me daba tal saciedad y sufrimiento al mismo tiempo, que me resultaba imposible poder tomar alguna otra cosa. La palabra dada a Jesús me hacía sentirme entre espinas; así, con el pretexto de que me dolía la cabeza dije a la familia: “Déjenme sola, que no quiero nada”. Y así quedé libre de nuevo y enseguida empecé a llamar al dulce Jesús, y Él siempre benigno ha regresado; ¿pero quién puede decir lo que pasé hoy, cuántas gracias hizo Jesús a mi alma, cuántas cosas me hizo entender? Es imposible poderlo expresar con palabras. Así, después de estar un largo rato, Jesús para calmar mis sufrimientos, de su boca ha vertido una leche dulce y después hacia la noche me ha dejado dándome su palabra de que pronto regresaría, y así me he encontrado de nuevo en mí misma, pero un poco más libre de sufrimientos.
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2-23
Mayo 16, 1899
Jesús habla de la cruz y se lamenta de las almas devotas.
(1) Jesús ha seguido por otros días manifestándose del mismo modo, no queriendo separarse de mí. Parecía que aquel poco de sufrimientos que había vertido en mí lo atraían tanto, que no sabía estar sin mí. Esta mañana ha vertido otro poco de amargura de su boca en la mía y después me ha dicho:
(2) “La cruz dispone al alma a la paciencia. La cruz abre el Cielo y une juntos Cielo y tierra, esto es, Dios y el alma. La virtud de la cruz es potente y cuando entra en un alma tiene la virtud de quitar la herrumbre de todas las cosas terrenas, no sólo eso, sino que da el aburrimiento, el fastidio, el desprecio de las cosas de la tierra, y a cambio le da el sabor, el agrado de las cosas celestiales, pero por pocos es reconocida la virtud de la cruz, por eso la desprecian”.
(3) ¿Quién puede decir cuántas cosas he comprendido de la cruz mientras Jesús hablaba? El hablar de Jesús no es como el nuestro, que tanto se entiende por cuanto se dice, sino que una sola palabra deja una luz inmensa, que rumiándola bien podría hacer estar ocupado todo el día en profundísima meditación. Por eso si yo quisiera decirlo todo me extendería demasiado y me faltaría el tiempo para hacerlo. Después de un poco Jesús ha regresado de nuevo, pero un poco más afligido. Yo rápidamente le he preguntado la causa, y Jesús me ha hecho ver muchas almas devotas y me ha dicho:
(4) “Hija mía, lo que miro en un alma es cuando se despoja de la propia voluntad, entonces mi Voluntad la inviste, la diviniza y la hace toda mía. Mira un poco a estas almas, se dicen devotas mientras las cosas van a su modo, después una pequeña cosa, si no son largas sus confesiones, si el confesor no las satisface, pierden la paz y algunas llegan a no querer hacer ya nada más. Esto dice que no es mi Voluntad la que predomina, sino la de ellas. Créeme entonces hija mía, han equivocado el camino, porque cuando veo que en verdad quieren amarme, tengo tantos modos de poder dar mi Gracia”.
(5) Cuánta pena daba ver sufrir a Jesús por este tipo de gente. He buscado compadecerlo por cuanto he podido y así ha terminado.
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2-24
Mayo 19, 1899
La humildad da la seguridad de los favores celestiales.
(1) Esta mañana sentía temor que no fuera Jesús sino el demonio que me quería engañar. Entonces Jesús ha venido y viéndome con este temor me ha dicho:
(2) “La humildad es la seguridad de los favores celestiales. La humildad viste al alma de tal seguridad, que las astucias del enemigo no penetran dentro. La humildad pone a salvo todas las gracias celestiales, tanto, que donde veo la humildad hago correr abundantemente cualquier clase de favores celestiales. Por eso no quieras inquietarte por esto, sino con ojo simple mira siempre en tu interior si estás investida por la bella humildad, y de todo lo demás no te preocupes”.
(3) Después me ha hecho ver muchas personas religiosas, y entre ellas, sacerdotes, también de santa vida, pero por cuan buenos fueran, no había en ellos ese espíritu de simplicidad para creer en las tantas gracias y en los tantos diversos modos que el Señor tiene con las almas. Y Jesús me ha dicho:
(4) “Yo me comunico a los humildes y a los sencillos porque pronto creen en mis gracias y las tienen en gran estima, aunque sean ignorantes y pobres; pero con estos otros que tú ves Yo soy muy reacio, porque el primer paso que acerca el alma a Mí es el creer; entonces sucede que estos, con toda su ciencia, doctrina y hasta santidad, no prueban nunca un rayo de luz celestial, esto es, caminan por el camino natural y jamás llegan a tocar ni siquiera por un momento lo que es sobrenatural. Ésta es también la causa de por qué en el curso de mi vida mortal no hubo ni siquiera un docto, un sacerdote, un poderoso en mi seguimiento, sino todos ignorantes y de baja condición, porque mientras más humildes y simples, son también más fáciles a hacer grandes sacrificios por Mí”.
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2-25
Mayo 23, 1899
Jesús bromea y habla del verdadero desapego.
(1) Esta vez mi adorable Jesús quería jugar un poco; venía, hacía ver que me quería escuchar, pero mientras me ponía a hablar, como un rayo desaparecía. ¡Oh Dios, qué pena! Mientras mi corazón nadaba en esta pena amarguísima de la lejanía de Jesús y estaba casi un poco inquieto, Jesús ha regresado de nuevo diciéndome:
(2) “¿Qué hay, qué hay? ¡Más tranquila, más calmada! Di, di, ¿qué quieres?”
(3) Pero en el momento de responderle ha desaparecido. Yo hacía cuanto podía para calmarme, pero qué, después de algún tiempo mi corazón volvió a no saber darse paz sin su único y solo consuelo y quizá más que antes. Jesús volviendo de nuevo me ha dicho:
(4) “Hija mía, la dulzura tiene la virtud de hacer cambiar la naturaleza a las cosas, sabe convertir lo amargo en dulce, por eso, más dulce, más dulce”.
(5) Pero no me dio tiempo de decir una sola palabra. Así he pasado esta mañana.
(6) Después de esto me he sentido fuera de mí misma junto con Jesús. Había muchas personas, quién ambicionaba las riquezas, quién el honor, quién la gloria y quién hasta la santidad, y tantas otras cosas, pero no por Dios, sino para ser tomadas en cuenta como algo grande por las demás criaturas. Jesús dirigiéndose a ellas, moviendo la cabeza les dijo:
(7) “Qué tontos sois, os estáis formando la red para enredaros”.
(8) Después, dirigiéndose a mí me ha dicho:
(9) “Hija mía, por eso la primera cosa que tanto recomiendo es el desapego de todas las cosas y hasta de sí mismo, y cuando el alma se ha despegado de todo, no tiene necesidad de hacerse fuerza para estar lejos de todas las cosas de la tierra, que por ellas mismas se ponen a su alrededor, pero viendo que no son tomadas en cuenta, más bien despreciadas, dándole un adiós se despiden para no darle más molestia”.
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2-26
Mayo 26, 1899
Luisa ve su propia nada. Jesús le enseña acerca del desprecio de uno mismo.
(1) Esta mañana me encontraba en un aniquilamiento tal de mí misma, hasta sentirme odiosa y fastidiada, me parecía ser la más abominable que se pudiera encontrar; me veía como un pequeño gusano que se movía y se movía pero siempre quedaba allí, en el fango, sin poder dar un paso. ¡Oh Dios, qué miseria humana! No obstante después de tantas gracias que me has dado, soy tan mala todavía. Y mi buen Jesús, siempre benigno con esta miserable pecadora, ha venido y me ha dicho:
(2) “El desprecio de ti misma sólo es loable cuando está bien investido por el espíritu de fe, pero cuando no está investido por el espíritu de fe, en vez de hacerte bien te podrá dañar, porque viéndote tal y como tú eres, que no puedes hacer nada de bien, desconfiarás, permanecerás abatida, sin animarte a dar un paso en el camino del bien, pero apoyándote en Mí, esto es, invistiéndote del espíritu de fe, vendrás a conocer y a despreciarte a ti, y al mismo tiempo a conocerme a Mí, confiando del todo en poder obrar todo con mi ayuda, y he aquí que haciendo de esta manera caminarás según la verdad”.
(3) Cuánto bien hizo a mi alma este hablar de Jesús, he comprendido que debo entrar en mi nada y conocer quién soy yo, pero no debo detenerme ahí, sino que enseguida, después de haberme conocido a mí misma, debo volar al mar inmenso de Dios y ahí detenerme a tomar todas las gracias que se necesitan para mi alma, de otra manera la naturaleza queda debilitada y el demonio buscará medios para arrojarla en la desconfianza.
(4) Sea siempre bendito el Señor y siempre sea todo para gloria suya.
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2-27
Mayo 31, 1899
Jesús se lamenta del confesor.
(1) Esta mañana, estando en mi habitual estado, mi adorable Jesús ha venido y al mismo tiempo vi al confesor. Jesús se mostraba un poco disgustado con él, porque parecía que el confesor quería que todos aprobasen que lo mío era obra de Dios, y casi quería convencer a otros sacerdotes con manifestarles algunas cosas de mi interior. Jesús se ha vuelto al confesor y le ha dicho:
(2) “Esto es imposible, hasta Yo tuve contrarios, y esto en personas de las más notables y también sacerdotes y otras dignidades, tuvieron que decir sobre mis santas obras, hasta tacharme de endemoniado. Estas oposiciones, aun por personas religiosas, Yo las permito para hacer que a su tiempo pueda relucir más la verdad. Que quieras hacerte aconsejar por dos o tres sacerdotes de los más buenos y santos y aun doctos, para tener luz y hasta para hacer lo que quiero Yo en las cosas que se deben hacer, como es el consejo de los buenos y la oración, esto Yo lo permito, pero el resto no, no, sería querer hacer un derroche de mis obras y ponerlas en burla, lo que mucho me disgusta”.
(3) Después me dijo a mí: “Lo que quiero de ti es un obrar recto y simple, que del pro y del contra de las criaturas no te preocupes, déjalas pensar como quieran, sin tomarte el más mínimo fastidio, pues el querer que todos sean favorables es un querer desviarse de la imitación de mi Vida”.
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2-28
Junio 2, 1899
Acerca del conocimiento de nosotros mismos.
(1) Esta mañana mi dulcísimo Jesús quiso hacerme tocar con mis propias manos mi nada. En el momento en que se hizo ver, las primeras palabras que me ha dirigido han sido:
(2) “¿Quién soy Yo, y quién eres tú?”
(3) En estas dos palabras vi dos luces inmensas: En una comprendía a Dios, en la otra veía mi miseria, mi nada. Me veía ser no otra cosa que una sombra, como aquel reflejo que hace el sol al iluminar la tierra, que depende del sol, y que pasando a otros puntos el reflejo termina de existir. Así mi sombra, esto es, mi ser, depende del místico Sol Dios, y que en un simple instante puede deshacer esta sombra. ¿Qué decir además de cómo he deformado esta sombra que el Señor me ha dado, no siendo ni siquiera mía? Da horror pensarlo, maloliente, putrefacta, toda agusanada, y sin embargo en este estado tan horrendo estaba obligada a estar delante de un Dios tan santo, ¡oh, cómo habría estado contenta si me fuera dado esconderme en los más oscuros abismos!
(4) Después de esto Jesús me ha dicho: “El favor más grande que puedo hacer a un alma es el hacerse conocer a sí misma. El conocimiento de sí y el conocimiento de Dios van de la mano, por cuanto te conozcas a ti misma otro tanto conocerás a Dios. El alma que se ha conocido a sí, viendo que por sí misma no puede obrar nada de bien, esta sombra de su ser la transforma en Dios y de esto sucede que en Dios hace todas sus operaciones. Sucede que el alma está en Dios y camina junto a Él, sin mirar, sin investigar, sin hablar, en una palabra, como muerta, porque conociendo a fondo su nada no se atreve a hacer nada por sí misma, sino que ciegamente sigue las operaciones del Verbo”.
(5) A mí me parece que al alma que se conoce a sí misma le sucede como a esas personas que van en un transporte, que mientras pasan de un lugar a otro sin dar un paso por ellas mismas, hacen largos viajes, pero todo esto en virtud del transporte que las lleva. Así el alma, metiéndose en Dios, como las personas en el transporte, hace sublimes vuelos en el camino de la perfección, pero conociendo plenamente que no ella, sino en virtud de aquel Dios bendito que la lleva en Sí mismo. ¡Oh! Cómo el Señor favorece, enriquece, concede las gracias más grandes al alma que sabiendo que no a sí misma, sino todo a Él atribuye. ¡Oh, alma que te conoces a ti misma, como eres afortunada!
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2-29
Junio 3, 1899
Jesús vierte sus amarguras en Luisa.
(1) Esta mañana me encontraba en un mar de aflicción porque Jesús no había venido aún, sentía tal pena, que me sentía arrancar el corazón. Cuando ha venido el confesor para llamarme a la obediencia porque debía celebrar la santa misa, y Jesús sin hacerse ver, ni siquiera una sombra como es su costumbre, que cuando no viene se hace ver una mano o un brazo, especialmente cuando es día de recibir la comunión, como esta mañana, Él mismo viene, me purifica, me prepara para recibirlo a Él mismo sacramentalmente. Y decía entre mí: “Esposo santo, Jesús amable, ¿por qué no vienes Tú mismo a prepararme? ¿Cómo podré recibirte?” Mientras tanto, el tiempo ha llegado, el confesor ha venido, y Jesús sin venir. ¡Qué pena desgarradora, cuántas lágrimas amargas!
(2) El confesor me ha dicho: “Lo verás en la comunión y le preguntarás por obediencia el por qué no viene y qué cosa quiere de ti”.
(3) Después de la comunión he visto a mi buen Jesús, siempre benigno con esta miserable pecadora. Me ha transportado fuera de mí misma y yo lo tenía en brazos, era como niño, todo afligido. Yo, rápidamente he comenzado a decirle: “Niñito mío, único y solo Bien mío, ¿cómo es que no vienes? ¿En qué te he ofendido? ¿Qué cosa quieres de mí que me haces llorar tanto?” Pero en el acto de decir esto, era tanta la pena, que con todo y que lo tenía entre mis brazos continuaba llorando. Pero aun antes de que terminara de decir la última palabra, Jesús acercando su boca a la mía ha vertido sus amarguras, sin responderme una sola palabra. Cuando terminaba de verter yo comenzaba de nuevo a decir, pero Jesús sin ponerme atención se ponía de nuevo a verter en mí. Después de esto, sin responderme nada de lo que yo quería me ha dicho:
(4) “Hazme verter en ti, de otra manera, así como he destruido con el granizo otros lugares, así destruiré los vuestros; por eso hazme verter y no pienses en otra cosa”.
(5) Así, sin decirme otra cosa ha terminado.
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2-30
Junio 5, 1899
Luisa reza junto con Jesús.
(1) Continúa aún el estado de aniquilamiento, pero hasta tal punto que no osaba decir una palabra a mi amado Jesús. Pero esta mañana, Jesús teniendo compasión de mi miserable estado, Él mismo ha querido aliviarme y he aquí como: Mientras se hizo ver y yo me sentía toda aniquilada y avergonzada delante de Él, Jesús se ha acercado a mí, pero tan estrechamente, que me parecía que Él estuviese en mí y yo en Él, y me ha dicho:
(2) “Hija mía amada ¿qué tienes que estás tan afligida? Dime todo, que te contentaré y remediaré todo”.
(3) Pero como continuaba viéndome a mí misma, como dije el día anterior, entonces viéndome tan mala, ni siquiera he osado decirle nada, pero Jesús replicó: “Pronto, pronto, dime qué quieres, no tardes”.
(4) Viéndome casi obligada y rompiendo en abundante llanto le he dicho: “Jesús santo, cómo quieres que no esté afligida, después de tantas gracias no debía ser tan mala, a veces aun las obras buenas que busco hacer, en las mismas oraciones, mezclo tantos defectos e imperfecciones que yo misma siento horror. ¿Qué será ante Ti que eres tan perfecto y santo? Y además, el escasísimo sufrir en comparación con el de antes, tu gran tardanza en venir, todo me dice claramente que mis pecados, mis grandes ingratitudes son la causa, y que Tú, enojado conmigo, me niegas también el pan cotidiano que Tú concedes a todos generalmente, como es la cruz; así que después terminarás con abandonarme del todo. ¿Se puede dar tal vez mayor aflicción que esta?” Jesús, compadeciéndome toda, me ha estrechado a su corazón y me ha dicho:
(5) “No temas, esta mañana haremos las cosas juntos, así Yo supliré a las tuyas”.
(6) Entonces me pareció que Jesús contenía una fuente de agua y otra de sangre en su pecho, y en esas dos fuentes ha sumergido mi alma, primero en el agua y después en la sangre. ¿Quién puede decir cómo ha quedado purificada y embellecida mi alma? Después nos hemos puesto a rezar juntos recitando tres “Gloria Patri” y esto me ha dicho que lo hacía para suplir a mis oraciones y adoraciones a la Majestad de Dios. ¡Oh, cómo era bello y conmovedor rezar junto con Jesús! Después de esto Jesús me ha dicho:
(7) “No te aflija el no sufrir, ¿quieres tú anticipar la hora designada por Mí? Mi obrar no es apresurado, sino todo a su tiempo, cumpliremos cada cosa, pero a su debido tiempo”.
(8) Después, por un hecho todo providencial, inesperadamente, habiendo salido el viático de la iglesia para ir a otros enfermos, recibí también yo la comunión. ¿Quién puede decir todo lo que ha pasado entre Jesús y yo, los besos, las caricias que Jesús me hacía? Es imposible poder decirlo todo. Me parecía que después de la comunión veía la sagrada partícula, y ahora veía en la partícula la boca de Jesús, ahora los ojos, ahora una mano y después se hizo ver todo Él. Me ha transportado fuera de mí misma y ahora me encontraba en la bóveda de los cielos y ahora me encontraba sobre la tierra, en medio de los hombres, pero siempre junto con Jesús. Él de vez en cuando iba repitiendo:
(9) “¡Oh, cómo eres bella amada mía, si tú supieras cuánto te amo! Y tú, ¿cuánto me amas?”
(10) Al oír que me decía estas palabras, sentí tal confusión que me sentía morir, pero con todo esto he tenido el valor de decirle: “Jesús mío, hermoso, sí, te amo mucho, y Tú si verdaderamente me amas tanto, dime también: ¿Tú me perdonas por todo el mal que he hecho? Y también concédeme el sufrir”.
(11) Y Jesús: “Sí que te perdono y quiero contentarte con derramar en abundancia mis amarguras en ti”.
(12) Así Jesús ha vertido sus amarguras. Me parecía que tuviese una fuente de amarguras en su corazón, recibidas por las ofensas de los hombres, y la mayor parte la derramaba en mí. Después Jesús me ha dicho:
(13) “Dime ¿qué otra cosa quieres?”
(14) Y yo: “Jesús santo, te encomiendo a mi confesor, házmelo santo y dale también la salud del cuerpo, y además, ¿es Voluntad tuya que venga este sacerdote?”
(15) Y Jesús: “Sí”.
(16) Y yo: “Si fuera tu Voluntad lo harías estar bien”.
(17) Y Él: “Estate quieta, no quieras investigar demasiado mis juicios”.
(18) Y en ese mismo instante me hacía ver el mejoramiento de la salud del cuerpo y la santidad del alma del confesor, y ha agregado:
(19) “Tú quieres ser apresurada, pero Yo hago todo a su tiempo”.
(20) Después le encomendé las personas que me pertenecen y pedí por los pecadores diciendo a Jesús: “¡Oh, cuánto deseo que mi cuerpo se redujera en pequeñísimos pedazos, con tal que los pecadores se convirtiesen!” Y besé la frente, los ojos, el rostro, la boca de Jesús, haciendo varias adoraciones y reparaciones por las ofensas que le hacían los pecadores. ¡Oh, cómo estaba contento Jesús y yo también! Después, haciéndome prometer por Jesús que no me volvería a dejar, he regresado en mí misma y así ha terminado.
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2-31
Junio 8, 1899
Jesús chupa a ella y ella chupa el pecho a Jesús.
(1) Mi adorable Jesús continúa haciéndose ver todo benignidad y dulzura. Esta mañana mientras me encontraba junto con Él, de nuevo me ha repetido: “Dime, ¿qué quieres?” Y yo enseguida le dije: “Querido Jesús mío, lo que en verdad quisiera es que todo el mundo se convirtiera”. (Qué petición tan disparatada) Pero aun así mi amante Jesús me ha dicho:
(2) “Te contentaría con tal que todos tuvieran la buena voluntad de salvarse, sin embargo para hacerte ver que de buena gana consentiría a todo lo que has dicho, vayamos juntos en medio del mundo, y todos aquellos que encontremos con la buena voluntad de salvarse, por cuan malos sean, Yo te los daré”.
(3) Así hemos salido en medio de las gentes para ver quién tenía la buena voluntad de salvarse, y con sumo disgusto nuestro encontramos un número tan escaso, que da pena el sólo pensarlo. Y entre este escasísimo número estaba mi confesor y la mayor parte de los sacerdotes y parte de las almas devotas, pero no todos de Corato. Después me ha hecho ver las varias ofensas que recibía, yo le he pedido que me hiciera partícipe de sus sufrimientos, y Jesús ha vertido de su boca en la mía sus amarguras. Después de esto me ha dicho:
(4) “Hija mía, siento la boca demasiado amargada, anda, ¡ah! te pido que la endulces”.
(5) Yo le he dicho: “Con gusto te daría todo, pero no tengo nada, dime Tú mismo qué cosa te podría dar”. Y Él me ha dicho:
(6) “Hazme chupar la leche de tus pechos, y así podrás endulzarme”.
(7) Y en el mismo instante de decirlo se ha acurrucado entre mis brazos y se puso a chupar. Mientras esto hacía me ha venido un temor, que no fuese el niño Jesús, sino el demonio, por eso puse mi mano sobre su frente y le hice la señal de la cruz: “Per signum Crucis”. Y Jesús me miró todo festivo, y en el acto mismo de chupar sonreía, y con aquellos ojos vivaces parecía que me decía: “No soy demonio, no soy demonio”.
(8) Después cuando parecía que se había saciado, se puso de pie en mis brazos y me besaba toda. Ahora, sintiéndome también yo la boca amarga por las amarguras que había vertido en mí, me sentía venir las ganas de chupar los pechos de Jesús, pero no me atrevía, entonces Jesús me ha invitado a hacerlo y así he tomado valor y me he puesto a chupar, ¡oh, qué dulzura de paraíso venía de aquel pecho santo! ¿Pero quién puede decirla? Entonces me encontré en mí misma toda inundada de dulzuras y de contentos.
(9) Ahora explico que cuando Jesús chupa de mis pechos, el cuerpo no participa para nada, pues es cuando me encuentro fuera de mí misma, parece que la cosa sucede sólo entre el alma y Jesús, y Él cuando quiere hacer esto, es siempre como niño. Es tan cierto que es sólo el alma y no el cuerpo, que cuando sucede esto yo me encuentro siempre, o en la bóveda del cielo, o bien girando por otros puntos de la tierra. Ahora, como en algunas ocasiones he dicho que regresando en mí misma sentía un dolor en aquella parte en que el niño Jesús había chupado, es porque al chupar, a veces parecía que lo hacía un poco fuerte, tanto que parecía que con aquellas chupadas quería jalar el corazón de dentro del pecho. Por eso sentía sensiblemente un dolor y el alma regresando en mí misma lo participaba al cuerpo.
(10) Esto además sucede también en las otras cosas, como por ejemplo cuando el Señor me transporta fuera de mí misma y me hace partícipe de la crucifixión. Jesús mismo me extiende sobre la cruz, me traspasa las manos y los pies con los clavos y siento un dolor tal, que me siento morir, después, encontrándome en mí misma, los siento muy bien en el cuerpo, tan es verdad que no puedo mover los dedos, los brazos, y así de los demás sufrimientos de los que el Señor me hace partícipe, si tuviera que decir todo, me alargaría demasiado.
(11) Recuerdo también que mientras Jesús hacía esto de chupar mis pechos, en ellos ponía la boca, pero del corazón era de donde me sentía salir aquella cosa que chupaba, tanto, que mientras esto hacía, a veces me sentía arrancar el corazón del pecho y algunas veces sintiendo vivísimo dolor le decía: “Querido mío, de veras que eres demasiado impertinente, hazlo más quedo, pues me duele mucho”. Y Él se reía.
(12) Así también cuando me encuentro yo chupando a Jesús, es de su corazón que saco esa leche, o bien sangre, tanto que para mí, es lo mismo chupar de su pecho que si bebo de su costado. Agrego también otra cosa, que el Señor de vez en cuando se digna verter de la boca una leche dulcísima, o bien me hace beber de su costado su preciosísima sangre, y cuando hace esto de querer chupar de mí, no chupa otra cosa que aquello mismo que Él me ha dado, porque yo no tengo nada para endulzarlo, sino mucho para amargarlo. Tan es verdad, que a veces en el momento mismo que Él chupaba de mí, yo chupaba de Él y advertía claramente que lo que salía de mí no era otra cosa sino lo mismo que Él me daba, parece que me he explicado suficientemente por cuanto he podido.
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2-32
Junio 9, 1899
Jesús le hace ver las ofensas que recibe.
(1) Esta mañana la he pasado muy angustiada por la vista de las tantas ofensas que hacían los hombres, especialmente por ciertas deshonestidades horrendas. Cuánta pena daba a Jesús la pérdida de las almas, mucho más la de un niño recién nacido que querían matar sin administrarle el santo bautismo. A mí me parece que este pecado pesa tanto en la balanza de la divina justicia, que es de los que más claman venganza ante Dios, no obstante muy frecuentemente se renuevan estas escenas dolorosas. Mi dulcísimo Jesús estaba tan afligido que daba piedad. Viéndolo en tal estado no me atreví a decirle nada y Jesús sólo me ha dicho:
(2) “Hija mía, une tus sufrimientos con los míos, tus oraciones a las mías, así, delante a la majestad de Dios son más aceptables y aparecen no como cosas tuyas, sino como obras mías”.
(3) Después ha seguido haciéndose ver otras veces, pero siempre en silencio. Sea siempre bendito el Señor.
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2-33
Junio 11, 1899
Efectos que recibirán aquellos que se acerquen a Luisa.
(1) Mi dulce Jesús continúa haciéndose ver poquísimas veces y casi siempre en silencio. Mi mente me la sentía toda confundida y llena de temor de perder a mi solo y único Bien y por tantas otras cosas que no es necesario decir aquí. ¡Oh Dios, qué pena! Mientras estaba en este estado, en cuanto se hizo ver, parecía que traía una luz, y de esta luz salían muchos globitos de luz y Jesús me ha dicho:
(2) “Quita todo temor de tu corazón. Mira, te he traído este globo de luz para ponerlo entre tú y Yo y entre aquellos que se acercan a ti. A aquellos que se te acerquen con corazón recto y para hacerte el bien, estos globitos de luz que salen penetrarán en sus mentes, descenderán en sus corazones y los llenarán de gozo y de gracias celestiales y comprenderán con claridad lo que obro en ti; aquellos que vengan con otras intenciones experimentarán lo contrario, y por estos globitos de luz quedarán deslumbrados y confundidos.”
Así he quedado más tranquila. Sea todo para gloria de Dios.
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2-34
Junio 12, 1899
Jesús mismo la prepara para la comunión.
(1) Esta mañana, debiendo recibir la comunión, estaba pidiendo al buen Jesús que viniera Él mismo a prepararme, antes de que viniera el confesor para celebrar la santa misa. ¿De otra manera cómo podré recibirte, siendo tan mala y estando indispuesta? Mientras esto hacía, mi dulce Jesús se ha complacido en venir, en el momento mismo en que lo vi, me parecía que no hacía otra cosa que saetearme con sus miradas purísimas y resplandecientes de luz. ¿Quién puede decir lo que obraban en mí aquellas miradas penetrantes que no dejaban escapar ni siquiera la sombra de un pequeño defecto? Es imposible poderlo decir; es más, habría querido dejar todo esto en silencio, porque las operaciones internas de la gracia difícilmente se saben exponer tal cual son con la boca, parece más bien que se desfiguran. Pero la señora obediencia no quiere y cuando es por ella, se necesita cerrar los ojos y ceder sin decir nada más, de otra manera, ¡ay! por todas partes, porque siendo señora, por sí misma se hace respetar.
(2) Entonces sigo diciendo: “En la primera mirada, le he pedido a Jesús que me purificase, y así me parecía que de mi alma se sacudiera todo lo que la ensombrecía. En la segunda mirada, le he pedido que me iluminara, porque ¿en qué le aprovecha a una piedra preciosa ser pura si no está resplandeciente para atraer las miradas de aquellos que la miran? La mirarán, sí, pero con ojos indiferentes. Tanto más Yo, que no sólo debía ser mirada, sino identificada con mi dulce Jesús, tenía necesidad de aquella luz, que no sólo me volvía el alma resplandeciente, sino que me hacía entender la gran acción que estaba por realizar, por eso no me bastaba ser purificada, sino también iluminada. Entonces Jesús en aquella mirada parecía que me penetrara, como la luz del sol penetra el cristal. Después de esto, viendo que Jesús seguía mirándome, le he dicho: “Amantísimo Jesús, ya que te has complacido primero en purificarme y después en iluminarme, dígnate ahora santificarme, mucho más, que debiendo recibirte a Ti, que eres el Santo de los santos, no es justo que yo sea tan diversa de Ti”.
(3) Entonces Jesús, siempre benigno hacia esta miserable, se inclinó hacia mí, tomó mi alma entre sus brazos y parecía que con sus propias manos toda la retocaba, ¿quién puede decir lo que obraban en mí aquellos toques de esas manos creadoras? Cómo mis pasiones ante aquellos toques se ponían en su puesto, mis deseos, inclinaciones, afectos, latidos y mis demás sentidos, santificados por aquellos toques divinos se cambiaban en algo totalmente diferente y unidos entre ellos, no más discordantes como antes, formaban una dulce armonía al oído de mi amado Jesús; me parecía que fueran tantos rayos de luz que herían su corazón adorable, ¡oh! cómo se recreaba Jesús y qué momentos felices han sido para mí. ¡Ah! yo experimentaba la paz de los santos, para mí era un paraíso de contentos y de delicias.
(4) Después de esto parecía que Jesús vestía a mi alma con el vestido de la fe, de la esperanza y de la caridad, y en el acto mismo que me vestía, Jesús me sugería el modo como debía ejercitarme en estas tres virtudes. Ahora, mientras estaba haciendo esto, Jesús, mandando otro rayo de luz me ha hecho entender mi nada, ¡ah! me parecía que fuera como un grano de arena en medio de un vastísimo mar, cual es Dios, y este pequeño grano iba a perderse en aquel mar inmenso, pero se perdía en Dios. Después me ha transportado fuera de mí misma, llevándome entre sus brazos y me iba sugiriendo varios actos de contrición de mis pecados; recuerdo solamente que he sido un abismo de iniquidad. ¡Señor, cuántas negras ingratitudes he tenido hacia Ti!
(5) Mientras hacía esto he mirado a Jesús y tenía la corona de espinas en la cabeza, extendí la mano y se la quité diciéndole: “Dame a mí las espinas, ¡oh! Jesús, que soy pecadora, a mí me convienen las espinas, no a Ti que eres el Justo, el Santo”. Así Jesús mismo la ha clavado sobre mi cabeza. Después, no sé como, desde lejos vi al confesor, enseguida le pedí a Jesús que fuera a preparar al confesor para poder recibirlo en la comunión; entonces parecía que Jesús iba con él. Después de un poco ha regresado y me ha dicho:
(6) “Uno quiero que sea el modo de tratar entre Yo y tú y el confesor, y así quiero también de él, que te mire y trate contigo como si fueras otro Yo, porque siendo tú víctima como fui Yo, no quiero diferencia alguna, y esto para hacer que todo sea purificado y que en todo resplandezca sólo mi amor”.
(7) Yo le he dicho: “Señor, esto parece imposible, que pueda tratar con el confesor como lo hago Contigo, especialmente al ver la inestabilidad”. Y Jesús:
(8) “Sin embargo es así, la verdadera virtud, el verdadero amor, todo hace desaparecer, todo destruye y con una maestría que encanta, en todo su obrar no hace resplandecer otra cosa que sólo Dios y todo lo mira en Dios”.
(9) Después de esto ha venido el confesor para llamarme a la obediencia y así celebrar la santa misa, y por esto ha terminado. Entonces he escuchado la santa misa y recibí la comunión. ¿Quién puede decir la intimidad que ha habido entre Jesús y yo? Es imposible poderla manifestar, no tengo palabras para hacerme entender, por eso lo dejo en silencio.
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2-35
Junio 14, 1899
Expectación. Jesús quiere castigar.
(1) Esta mañana el amantísimo Jesús no venía, y en mi interior iba pensando: ¿Cómo es que no viene? ¿Qué hay de nuevo? ¡Ayer vino frecuentemente, y hoy ya es tarde y no se hace ver aún, qué dolor, cuánta paciencia se necesita con Jesús! Todo mi interior me parecía que se levantara en armas, porque querían a Jesús y me hacían una guerra que me daba penas de muerte. La voluntad, como superior a todo, buscaba poner paz con persuadir a mis sentidos, inclinaciones, deseos, afectos y a todo el resto de aquietarse, porque Jesús debía venir. Así, después de un largo penar, Jesús ha venido trayendo una taza en la mano, llena de sangre coagulada, putrefacta y pestilente y me ha dicho:
(2) “Mira esta taza de sangre, la derramaré sobre el mundo”.
(3) Mientras así decía, ha venido la Mamá, la Virgen Santísima, y junto con Ella mi confesor y pedían a Jesús que no lo derramara sobre el mundo, sino que me la hiciera beber a mí, el confesor le ha dicho: “Señor, ¿en qué aprovecha tenerla como víctima si no quieres derramarla sobre de ella? Absolutamente quiero que la hagas sufrir y perdones a la gente”.
(4) La Mamá lloraba e insistía ante Jesús y ante el confesor para que no desistiera de rogar hasta que Jesús no se hubiera contentado con aceptar el cambio. Jesús insistía en que la quería derramar sobre todo el mundo y parecía que se enfadaba. Yo me veía toda confundida, no sabía decir nada porque era tanto el horror que se sentía al ver aquella tasa llena de sangre tan espantosa, que daba estremecimiento en toda la naturaleza; ¿qué sería el beberla? Sin embargo estaba resignada, porque si el Señor me la hubiera dado la habría aceptado. ¿Quién puede decir, además, los castigos que se contenían en aquella sangre si el Señor la derramara en el mundo? Precisamente desde este día parece que tiene preparada una granizada que hará mucho daño, y parece que debe continuar los días siguientes.
(5) Después, Jesús parecía un poco más calmado, tanto que parecía que abrazaba al confesor porque le había rogado en aquel modo, pero sin llegar a ninguna determinación si la debe derramar sobre las gentes o no. Así ha terminado, dejándome una pena indescriptible por lo que podrá suceder.
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2-36
Junio 16, 1899
Obtiene que Jesús perdone en parte a su ciudad.
(1) Jesús continúa haciéndose ver que quiere castigar. Yo le he rogado que vertiera en mí sus amarguras para librar a todo el mundo, y si esto no fuese posible, al menos a aquellos que me pertenecen y a mi ciudad. A esta intención parecía que se unía también la intención del confesor, así parecía que Jesús, vencido por las oraciones, ha derramado un poco de su boca, pero no aquella taza descrita antes. Este poco que ha vertido, parecía que lo hacía para librar en algún modo a mi ciudad, pero no del todo, y a aquellos que me pertenecen.
(2) Sin embargo esta mañana yo he sido causa de hacer afligir a Jesús, pues como después de haber vertido lo he visto más tranquilo, sin pensarlo le he dicho: “Amable Jesús mío, te pido que me liberes del fastidio que doy al confesor, de hacerlo venir todos los días, ¿qué te cuesta a Ti el liberarme, que Tú mismo me pongas en los sufrimientos y Tú mismo me liberes? Ciertamente que no te cuesta nada y si quieres todo puedes”. Mientras esto le decía, Jesús ponía un rostro tan afligido, que esa aflicción me la sentía penetrar hasta en lo íntimo de mi corazón y sin decirme palabra ha desaparecido. Cómo he quedado mortificada al pensar especialmente que no vendría más, lo sabe sólo el Señor, pero poco después ha regresado, pero con mayor aflicción, trayendo un rostro todo hinchado y lleno de sangre, porque en ese momento le habían hecho aquellas ofensas, Jesús todo triste ha dicho:
(3) .”¿Ves lo que me han hecho, cómo dices que no quieres que castigue a las criaturas? Los castigos son necesarios para humillarlas y no dejarlas enorgullecerse más”.
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2-37
Junio 17, 1899
Contiende con Jesús y lo convence de no dormir.
(1) Continúa siempre lo mismo, pero especialmente esta mañana he estado contendiendo con mi amado Jesús; Él que quería continuar mandando el granizo como ha hecho en días pasados, y yo que no quería; cuando en lo mejor de esta contienda, parecía que se preparaba un temporal y daba ordenes a los demonios que destruyeran con el flagelo del granizo varios lugares. En ese momento veía que de lejos me llamaba el confesor, dándome la obediencia de que fuera a poner en fuga a los demonios para no dejarlos hacer nada. Mientras he salido para ir, Jesús vino a mi encuentro haciéndome volver atrás y yo le he dicho: “Señor bendito, no puedo, porque es la obediencia la que me ha mandado y Tú sabes que yo y Tú debemos ceder ante esta virtud, sin podernos oponer”.
(2) Entonces Jesús: “Bien, lo haré Yo por ti”.
(3) Y así ha ordenado a los demonios que se fueran a lugares más lejanos y que por ahora no tocaran las tierras pertenecientes a nuestra ciudad.
(4) Después me dijo a mí: “Volvamos”.
(5) Así hemos regresado, yo a la cama y Jesús junto a mí. Apenas hemos llegado Jesús quería reposar, diciendo que estaba muy cansado, yo lo he detenido diciéndole: “¿Quién sabe que es este sueño que quieres hacer? Y además, qué bonita obediencia me has hecho hacer, porque quieres dormir. ¿Esto es lo mucho que me quieres y que quieres contentarme en todo? ¿Quieres dormir? Duerme pues, basta que me des tu palabra que no harás nada”. Entonces, disgustándose por mi descontento me ha dicho:
(6) “Hija mía, no obstante quisiera contentarte, hagamos así: Salgamos juntos de nuevo entre la gente, y a aquellos que veamos que es necesario castigar por sus tantas acciones infames, y que quizá al menos bajo el flagelo se arrepentirán, al que tú quieras de ellos y a aquellos que es menos necesario castigar y que tú no quieras que los castigue, Yo los libraré”.
(7) Y yo: “Señor, gracias te doy por tu suma bondad al quererme contentar, pero con todo y esto no puedo hacer lo que me dices, no siento la fuerza de poner mi voluntad para castigar a ninguna de tus criaturas, y además, qué tormento será para mi pobre corazón cuando oiga que tal persona o aquella otra ha sido castigada y que yo puse mi voluntad Jamás sea, jamás sea, ¡oh Señor!”
(8) Después ha venido el confesor para llamarme en mí misma y así ha terminado.
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2-38
Junio 19, 1899
Quien se hace desaparecer a sí mismo, jamás comete pecados.
(1) Habiendo pasado ayer una jornada de purgatorio por la privación casi total de mi sumo Bien, y por las tantas tentaciones que me ponía el demonio, me parecía que cometía muchos pecados. ¡Oh Dios, qué pena el ofender a Dios!
(2) Esta mañana, en cuanto vi a Jesús, rápidamente le he dicho: “Jesús bueno, perdóname los tantos pecados que hice ayer”. Y quería decirle todo el mal que sentía que había hecho. Él, interrumpiéndome me ha dicho:
(3) “Si te haces desaparecer a ti misma, no cometerás pecados jamás”.
(4) Yo quería seguir hablando, pero Jesús haciéndome ver muchas almas devotas y mostrándome que no quería oír lo que le quería decir, ha continuado diciendo:
(5) “Lo que más me disgusta de estas almas es la inestabilidad en hacer el bien, basta una pequeña cosa, un disgusto, aun un defecto, mientras que es entonces el tiempo más necesario para estrecharse más a Mí, éstas en cambio, se irritan, se molestan y dejan a medias el bien comenzado. Cuántas veces les he preparado gracias para dárselas, pero viéndolas tan inestables, he sido obligado a retenerlas”.
(6) Después, conociendo que no quería saber nada de lo que quería decirle y viendo que mi confesor estaba un poco mal en el cuerpo, he rogado largamente por él, y le hacía a Jesús varias preguntas que no es necesario decir aquí. Y Jesús, benignamente me ha respondido a todo y así ha terminado.
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2-39
Junio 20, 1899
Cómo todo está en el amor. + + +
(1) Continúa casi siempre lo mismo. Esta mañana, parece que Jesús ha querido aliviarme un poco, después de que por algún tiempo he ido en busca de Él. De lejos vi a un niño, y como rayo que cae del cielo acudí, en cuanto llegué lo he tomado entre mis brazos y viniéndome una duda de que no fuera Jesús le he dicho:
(2) “Tesorito mío querido, dime, ¿quién eres?”
(3) Y Él: “Yo soy tu querido y amado Jesús”.
(4) Y yo a Él: “Niñito mío hermoso, te pido que tomes mi corazón y lo lleves Contigo al Paraíso, pues junto con el corazón se irá mi alma”.
(5) Parecía que Jesús tomase mi corazón y lo unía de tal manera al suyo, que se hacían uno solo. Después se ha abierto el Cielo, pareciendo que se preparaba a una fiesta grandísima, en el mismo momento descendió del Cielo un joven de hermoso aspecto, todo centelleante de fuego y llamas. Jesús me ha dicho:
(6) “Mañana es la fiesta de mi querido Luis, debo asistir”.
(7) Y yo: “Entonces a mí me dejas sola, ¿cómo haré?”
(8) Y Él: “También tú vendrás, mira cómo es bello Luis, pero lo que fue más en él, que lo distinguió en la tierra, era el amor con el cual obraba, todo era amor en él, el amor le ocupaba el interior, el amor lo circundaba en el exterior, así que también el respiro se podía decir que era amor, por eso de él se dice que no sufrió jamás distracción, porque el amor lo inundaba por todas partes y por este amor será inundado eternamente, como tú ves”.
(9) Y así parecía que era tan grandísimo el amor de San Luis, que podía incinerar a todo el mundo. Después Jesús ha agregado:
(10) “Yo paseo sobre los montes más altos y en ellos formo mi delicia”.
(11) Yo no entendí el significado, y ha continuado diciendo:
(12) “Los montes más altos son los santos que más me han amado, y Yo hago de ellos mi delicia cuando están sobre la tierra y cuando pasan al Cielo, así que el todo está en el amor”.
(13) Después de esto pedí a Jesús que me bendijera y a aquellos que en ese momento veía, y Él dando la bendición ha desaparecido.
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2-40
Junio 21, 1899
Temores. Jesús le promete no dejarla jamás.
(1) Como Jesús no venía, estaba pensando entre mí: “Quién sabe, a lo mejor Jesús no viene más y me deja abandonada”. Y no decía otra cosa que: “¡Ven mi amado, ven!” De improviso ha venido y me ha dicho:
(2) “No te dejaré, jamás te abandonaré, también tú, ven, ven a Mí”.
(3) Yo enseguida he corrido para meterme en sus brazos, y mientras estaba así Jesús ha vuelto a decir:
(4) “No sólo no te dejaré a ti, sino que por amor tuyo no dejaré Corato”.
(5) Después, casi sin darme cuenta, en un instante desapareció y yo quedé deseándolo más que antes e iba diciendo: “¿Qué me has hecho? ¿Cómo tan pronto te has ido sin ni siquiera decirme adiós?”
(6) Mientras desahogaba mi pena, la imagen del Niño Jesús que tengo cerca de mí, parecía que se hacía viva y de vez en cuando sacaba la cabeza de la cubierta de cristal para ver que cosa hacía yo, cuando veía que me daba cuenta, enseguida se metía. Yo le he dicho: “Se ve que eres demasiado impertinente y que quieres portarte como niño, yo me siento enloquecer por la pena de que no vienes y Tú te pones a jugar, bueno pues, juega y bromea también, que yo tendré paciencia”.
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2-41
Junio 22, 1899
Jesús juega y le hace bromas.
(1) Esta mañana mi dulce Jesús quería continuar entreteniéndose y queriendo bromear, venía, me ponía sus manos en la cara como si quisiera hacerme una caricia, pero en el momento de hacerla desaparecía, de nuevo venía, extendía sus brazos hacia mi cuello en acto de quererme abrazar, pero mientras extendía los míos para abrazarlo, me huía como un relámpago, sin poderlo encontrar, ¿quién puede decir las penas de mi corazón? Mientras mi pobre corazón nadaba en este mar de dolor inmenso, hasta sentirme desfallecer, ha venido la Mamá Reina trayéndolo como niño entre sus brazos y así nos hemos abrazado los tres juntos, la Mamá, el Hijo y yo, entonces tuve tiempo de decirle: “Señor mío Jesús, me parece que has retirado tu gracia de mí”.
(2) Y Él: “¡Tonta, tontita que eres! ¿Cómo dices que te he retirado mi gracia mientras estoy en ti? ¿Y qué cosa es mi gracia sino Yo mismo?”.
(3) He quedado más confundida que antes viendo que no sabía hablar y que en aquellas dos palabras que había dicho, no había dicho otra cosa que desatinos. Después la Reina Madre ha desaparecido y Jesús parecía que se encerraba dentro de mi interior y ahí se quedaba.
(4) Hoy, después de la meditación, se hacía ver que dormía dentro de mí, yo lo estaba mirando, deleitándome en su bello rostro, pero sin despertarlo, contenta de verlo al menos, cuando en un instante ha venido de nuevo la bella Mamá Reina, lo ha tomado de dentro de mi corazón, moviéndolo todo deprisa para despertarlo; después de despertarlo lo ha puesto de nuevo en mis brazos diciéndome:
(5) “Hija mía, no lo dejes dormir, porque si duerme vas a ver lo que sucederá”.
(6) Era un temporal lo que se preparaba. Así el niño, medio durmiendo, ha puesto sus manitas en mi cuello y estrechándome me ha dicho:
(7) “Mamá mía, mamá mía, déjame dormir”.
(8) Y yo: Niño, niño mío bello, no soy yo quien no quiere dejarte dormir, es nuestra Señora Mamá la que no quiere, y yo te pido que la contentes, ciertamente que nada se le niega a la Mamá, y sobre todo a esa Mamá.
(9) Después de haberlo tenido despierto unos momentos ha desaparecido y así ha terminado.
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2-42
Junio 23, 1899
Ve al confesor junto con Jesús y pide por él.
(1) Habiendo escuchado la santa misa y recibido la comunión, mi amante Jesús se hacía ver desde dentro de mi corazón, después me he sentido salir fuera de mí misma, pero sin Jesús. He visto a mi confesor, y como él me había dicho que después de la comunión vendría Nuestro Señor, y que le pidiera por él, entonces en cuanto lo vi le dije: “Padre, usted me dijo que Jesús debía venir y no ha venido”. Y Él me ha dicho:
(2) “Porque no lo sabes encontrar, por eso dices que no ha venido, mira bien, pues está en tu interior”.
(3) Miré en mí y vi los pies de Jesús que salían de mi interior, enseguida los tomé con la mano y saqué a Jesús, lo abracé y viéndolo con la corona de espinas en la cabeza se la quité y se la di en la mano al confesor diciéndole que la clavara en mi cabeza y así lo hizo, pero qué, por cuanta fuerza hacía no lograba hacer penetrar ni una sola espina; yo le he dicho: “Más fuerte, no tema que yo vaya a sufrir mucho, porque como usted ve está Jesús que me da la fuerza”. Pero por más que intentaba, todo resultaba inútil, entonces me ha dicho: “No está en mis fuerzas el poder hacer esto, porque siendo hueso lo que deben penetrar estas espinas, yo no las tengo”.
(4) Entonces me he dirigido a mi dulce Jesús diciendo: “Tú ves que el padre no sabe ponerla, introdúcela un poco Tú mismo”. Y Jesús extendió sus manos y en un instante ha hecho penetrar en mi cabeza todas aquellas espinas, con indecible dolor y contento.
(5) Después de esto, junto con el confesor hemos pedido a Jesús que derramara sus amarguras en mí, para librar a las gentes de tantos flagelos que está mandado sobre ellas, como hoy, que estaba preparada una granizada un poco lejos de nosotros, entonces el Señor para condescender a nuestras oraciones, ha derramado un poco.
(6) Además de esto, como seguía viendo al confesor, he comenzado a rogar a Jesús por él, diciéndole: “Mi buen y amado Jesús, te pido que concedas la gracia a mi confesor, de hacerlo todo tuyo, según tu corazón, y al mismo tiempo dale la salud corporal. Tú has visto como ha cooperado junto conmigo a aliviarte, tanto la cabeza de las espinas, como en hacerte verter tus amarguras, y si no ha tenido éxito en clavarme las espinas en la cabeza, no ha sido por no aliviarte, ni por su voluntad, sino porque no tenía la fuerza; por eso, también por esto me debes escuchar; así que dime, oh mi solo y único Bien, ¿lo harás estar bien tanto en el alma como en el cuerpo?”
(7) Pero Jesús me oía y no me respondía, y yo más me esmeraba en rogarle diciendo: “Esta mañana no te dejaré ni dejaré de rogar si no me das tu palabra de que me oirás favorablemente en lo que te pido para él”.
(8) Pero Jesús no decía una palabra. De repente nos encontramos rodeados de personas, estas parecía que se sentaban alrededor de una mesa, comiendo, y en ella también estaba mi porción, y Jesús me ha dicho:
(9) “Hija mía, tengo hambre”.
(10) Y yo: “Mi porción te la doy, ¿no estás contento?”
(11) Y Jesús: “Sí, pero no quiero que vean que estoy aquí”.
(12) Y yo: “Está bien, haré ver que la tomo para mí, y sin que se den cuenta te lo daré”. Y así lo hemos hecho.
(13) Poco después, Jesús poniéndose de pie y acercando sus labios a mi cara, ha comenzado a hacer un ruido con su boca, como un sonido de trompeta, todas aquellas gentes palidecían y temblaban, diciendo entre ellas: “¿Qué pasa, qué pasa? ¡Ahora moriremos!”
(14) Yo le he dicho: “Señor mío Jesús, ¿qué haces? Cómo, hasta ahora no querías ser visto y luego te pones a hacer ruido, estate quieto, estate quieto, no hagas que la gente tenga miedo, ¿no ves cómo todos se espantan?”
(15) Y Jesús: “Ahora es nada, ¿qué será cuando de repente haga sonar más fuerte? Será tal el temor del que serán presa, que muchos y muchos dejarán la vida”.
(16) Y yo: “Adorable Jesús mío, ¿qué dices? Siempre en eso, que quieres hacer justicia, pero no, misericordia, misericordia te pido para tu pueblo”.
(17) Después, tomando su aspecto dulce y benigno, y volviendo a ver al confesor, he comenzado de nuevo a importunarlo y Jesús me ha dicho:
(18) “Haré con tu confesor como con aquel árbol injertado, que no se reconoce más el árbol viejo, tanto en el alma como en el cuerpo, y en prenda de esto te he dado a ti en sus manos como víctima, para que se sirva de ello”.
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2-43
Junio 25, 1899
Continúa en lo mismo y Jesús habla de la Fe.
(1) Esta mañana Jesús continúa haciéndose ver de vez en cuando, participándome un poco de sus sufrimientos y a veces veía al confesor con Él, y como él me había dicho que rezara por ciertas necesidades suyas, viéndolo junto con Nuestro Señor he comenzado a rogar a Jesús que le concediera lo que él quería. Mientras yo le rogaba, Jesús, todo bondad se dirigió al confesor y le ha dicho:
(2) “Quiero que la fe te inunde por todas partes, como aquellas barcas que son inundadas por las aguas del mar, y como la fe soy Yo mismo, siendo inundado por Mí, que todo poseo, puedo y doy libremente a quien en Mí confía, sin que tú pienses en lo que vendrá, y al cuándo y el cómo y qué harás, Yo mismo, según tus necesidades me prestaré a socorrerte”.
(3) Después ha agregado: “Si te ejercitas en esta fe, casi nadando en ella, en recompensa te infundiré en el corazón tres gozos espirituales: El primero, que penetrarás las cosas de Dios con claridad y al hacer cosas santas te sentirás inundado por una alegría, por un gozo tal, que te sentirás como empapado, y esto es la unción de mi gracia.
(4) El segundo es un fastidio de las cosas terrenas y sentirás en tu corazón alegría por las cosas celestiales.
(5) El tercero es un desapego total de todo, y en donde antes sentías inclinación, sentirás un fastidio, como desde hace tiempo lo estoy infundiendo en tu corazón, y tú ya lo estás experimentando. Y por esto tu corazón será inundado por la alegría que gozan las almas totalmente desapegadas, que tienen su corazón tan inundado de mi amor, que de las cosas que las rodean externamente no reciben ninguna impresión”.
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2-44
Julio 4, 1899
Jesús habla de la Mamá Celestial. Las turbaciones.
(1) Esta mañana, habiéndome renovado Jesús las penas de la crucifixión, se encontraba también nuestra Mamá Reina, y Jesús hablando de Ella ha dicho:
(2) “Mi propio reino estuvo en el corazón de mi Madre, y esto porque su corazón no fue jamás ni mínimamente turbado, tanto, que en el mar inmenso de la Pasión sufrió penas inmensas, su corazón fue traspasado de lado a lado por la espada del dolor, pero no recibió ni un mínimo aliento de turbación. Por eso, siendo mi reino un reino de paz, pude extender en Ella mi reino, y sin encontrar ningún obstáculo pude libremente reinar”.
(3) Habiendo venido Jesús más veces y viéndome toda llena de pecados le he dicho: “Señor mío Jesús, me siento toda cubierta de llagas y pecados graves; ah, te pido, ten piedad de esta miserable”.
(4) Y Jesús: “No temas, que no hay culpas graves, y además, se debe tener horror de la culpa, pero no turbarse, porque la agitación, de donde venga, jamás hace bien al alma”.
(5) Después ha agregado: “Hija mía, tú eres víctima como lo soy Yo, haz que todas tus obras resplandezcan con mis mismas intenciones, puras y santas, a fin de que encontrando en ti mi misma imagen pueda libremente derramar el influjo de mis gracias, y adornada así podré ofrecerte como víctima perfumada ante la divina justicia”.
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2-45
Julio 9, 1899
Jesús participa a Luisa sus penas.
(1) Esta mañana Jesús ha querido renovarme las penas de la crucifixión, primero me ha transportado fuera de mí misma, sobre un monte y me ha preguntado si quería ser crucificada, yo le dije: “Sí Jesús mío, no deseo otra cosa que la cruz”. Mientras esto decía, se ha presentado una cruz grandísima, y me ha extendido sobre ella y me clavó con sus propias manos. Qué penas atroces sufría al sentirme traspasar las manos y los pies por aquellos clavos, que por añadidura estaban despuntados, y para hacerlos penetrar costaba trabajo y se sufría mucho, pero con Jesús todo resultaba tolerable. Después de que ha terminado de crucificarme me ha dicho:
(2) “Hija mía, me sirvo de ti para poder continuar mi Pasión. Como mi cuerpo glorificado no es capaz de sufrir más, viniendo a ti me sirvo de tu cuerpo como me serví del mío en el curso de mi Vida mortal, para poder continuar sufriendo mi Pasión y así poderte ofrecer ante la divina justicia como víctima viviente de reparación y propiciación”.
(3) Después de esto parecía que se abriese el Cielo y descendía una multitud de santos, todos armados con espadas, una voz como de trueno salió de entre aquella multitud, y decía: “Venimos a defender la justicia de Dios y a castigar a los hombres que tanto han abusado de su misericordia”. ¿Quién puede decir lo que sucedía sobre la tierra en este descenso de los santos? Sólo sé decir, que quién guerreaba en un punto y quién en otro, quién huía, quién se escondía, parecía que todos estaban consternados.
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2-46
Julio 14, 1899
Jesús no puede dejar a quien lo ama.
(1) Mi adorable Jesús continúa estos días haciéndose ver poquísimas veces, su visita es como un rayo, que mientras se quiere seguir viéndolo huye, y si alguna vez se detiene un poco es casi siempre en silencio, otras veces dice alguna cosa, pero en cuanto se va me parece que se lleva esa palabra junto con la luz que me viene de su palabra, tanto que después no recuerdo nada de lo que ha dicho, y mi mente queda en la misma confusión de antes. ¡Qué miserable estado! Mi amado Jesús, ten piedad de esta miserable, continúa haciendo uso de tu misericordia. Ahora, para no alargarme y decir día por día lo que he pasado, diré aquí todo junto, algunas palabras que me ha dicho en estos días pasados.
(2) Recuerdo que después de haber derramado lágrimas amarguísimas, Jesús, haciéndose ver y yo lamentándome con Él porque me había dejado, llamó a muchos ángeles y santos y dirigiéndose a ellos les dijo: “Oigan lo que dice, que Yo la he dejado, díganle, ¿puedo Yo dejar a aquellos que me aman? Ella me ha amado, ¿cómo puedo dejarla?” Y los santos estuvieron de acuerdo con el Señor y yo quedé más humillada y confundida que antes.
(3) En otra ocasión, diciéndole que: “Al final terminarás por dejarme del todo”. Jesús me dijo:
(4) “Hija, no puedo dejarte, y como prenda de esto he puesto en ti mis sufrimientos”.
(5) Después, encontrándome ocupada con el pensamiento: “Cómo has permitido Señor que viniera el sacerdote, todo habría podido pasar entre Tú y yo”. En un instante me he encontrado fuera de mí misma, extendida sobre una cruz, pero no había ninguno que me pudiera clavar, yo he comenzado a pedirle al Señor que viniera a crucificarme y Jesús ha venido y me ha dicho:
(6) “Ve cómo es necesario que el sacerdote esté en medio de mis obras, y esto es ayuda también para cumplir la crucifixión; es cierto que si no hay nadie, por ti sola no puedes crucificarte, siempre se necesita de la ayuda de los demás”.
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2-47
Julio 18, 1899
(1) Continúa casi siempre lo mismo. Esta vez me parecía que en mi corazón estuviese Jesús Sacramentado, y desde la hostia santa esparcía tantos rayos de luz en mi interior, y a mi corazón le salían tantos hilos de luz, que se entrelazaban todos esos rayos de luz, me parecía que Jesús con su amor atraía todo mi corazón, y mi corazón con aquellos hilos atraía y ataba a Jesús a estarse conmigo.
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2-48
Julio 22, 1899
Cómo la cruz vuelve al alma transparente.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús se hacía ver con una cruz de oro colgada del cuello, toda resplandeciente, y que al mirarla se complacía inmensamente. De repente se ha encontrado presente el confesor y Jesús le ha dicho: “Los sufrimientos de los días pasados han acrecentado el resplandor a la cruz, tanto, que mirándola siento mucho agrado”.
(2) Después se ha dirigido a mí y me ha dicho: “La cruz comunica tal resplandor al alma, de volverla transparente y así como cuando un objeto es transparente se le pueden dar todos los colores que se quiera, así la cruz, con su luz da todos los lineamientos y formas más bellas que jamás se puedan imaginar, no sólo por los demás sino también por la misma alma que los experimenta. Además de esto, en un objeto transparente enseguida se descubre el polvo, las pequeñas manchas y hasta cualquier oscurecimiento; así es la cruz, como hace transparente al alma, enseguida le descubre los pequeños defectos, las mínimas imperfecciones, tanto que no hay mano maestra más hábil que la cruz, para tener al alma preparada para volverla digna habitación del Dios del Cielo”.
(3) ¿Quién puede decir lo que he comprendido de la cruz y cuán envidiable es el alma que la posee?
(4) Después de esto me ha transportado fuera de mí misma y me he encontrado sobre una escalera altísima, bajo la cual había un precipicio y por añadidura los escalones de esta escalera eran movibles y tan estrechos que apenas se podía apoyar la punta de los pies; lo que más daba terror era el precipicio y el no poder encontrar apoyo de ningún tipo, y queriéndose aferrar de los escalones, estos se caían junto; el ver que casi todas las demás personas se caían infundía escalofrío en los huesos; sin embargo no se podía evitar el pasar por aquella escalera. Entonces lo he intentado, pero en cuanto subí dos o tres escalones, viendo el gran peligro que corría de caer en el abismo, he comenzado a llamar a Jesús para que viniera en mi ayuda, entonces, sin saber cómo, he encontrado a Jesús junto a mí y me ha dicho:
(5) “Hija mía, esto que tú has visto es el camino que recorren todos los hombres en esta tierra; los escalones móviles, sobre los que no pueden apoyarse para tener un sostén, son los apoyos humanos, las cosas terrenas, que queriéndose apoyar sobre ellas, en vez de darles una ayuda les dan un empujón para precipitarse más pronto en el infierno. El medio más seguro es el caminar casi volando, sin apoyarse sobre la tierra, a fuerza de los propios brazos, con los ojos en sí mismos, sin mirar a los demás y también teniéndolos todos atentos a Mí para tener ayuda y fuerza, así se podrá fácilmente evitar el precipicio”.
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2-49
Julio 28, 1899
La vida humana es un juego. También Jesús juega.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús ha venido con un aspecto admirable y misterioso, traía en el cuello una cadena que pendía sobre todo el pecho, por una parte se veía como un arco, por la otra parte de la cadena como una aljaba llena de piedras preciosas y de gemas, que era uno de los más bellos adornos al pecho de mi dulce Jesús y con una lanza en la mano. Mientras estaba en este aspecto me ha dicho:
(2) “La vida humana es un juego: quién juega el placer, quién el dinero y quién la propia vida, y tantos otros juegos que hacen. También Yo me deleito de jugar con las almas, ¿pero cuáles son estos juegos que hago? Son las cruces que envío, si las reciben con resignación y me lo agradecen, Yo me recreo y juego con ellas, complaciéndome inmensamente, recibiendo por ello gran honor y gloria y a ellas les hago hacer grandes adquisiciones”.
(3) En el acto de decir esto ha comenzado a tocarme con la lanza, con el arco, y con la aljaba, y todas aquellas piedras preciosas que contenía la aljaba salían y se cambiaban en tantas cruces y saetas que herían a las criaturas. Algunas, pero en número muy escaso, se alegraban, las besaban y se lo agradecían, y venían a formar un juego con Jesús; otras las tomaban y se las arrojaban en la cara a Jesús, ¡oh, cómo quedaba afligido y qué gran pérdida tenían esas almas! Después Jesús ha agregado:
(4) “Esta es la sed que grité en la cruz, porque no pudiendo satisfacerla completamente entonces, me complazco en apagarla en las almas de mis amados que sufren. Por lo tanto, sufriendo, vienes a dar un alivio a mi sed”.
(5) Volviendo otras veces a rogarle que liberase al confesor porque sufría, me ha dicho:
(6) “Hija mía, ¿no sabes tú que la marca más noble que puedo imprimir en mis amados hijos es la cruz?”
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2-50
Julio 30, 1899
Sobre la caridad y sobre la estima de la palabra de Jesús.
(1) Continua casi siempre lo mismo. Esta mañana, transportándome Jesús según su costumbre fuera de mí misma, hemos pasado en medio de mucha gente, y la mayor parte de ellas estaban atentas a juzgar las acciones de los demás, sin mirar las propias, y mi amado Jesús me ha dicho:
(2) “El medio más seguro para ser recto con el prójimo es no mirar en absoluto lo que hacen, porque mirar, pensar y juzgar es lo mismo, además, mirando al prójimo vienes a defraudar la propia alma, por lo que sucede que no se es recto ni consigo mismo, ni con el prójimo, ni con Dios”.
(3) Después de esto le he dicho: “Mi único Bien, ya hace tiempo que no me has dado ni siquiera un beso”. Y así nos hemos besado. Y queriéndome casi corregir ha agregado:
(4) “Hija mía, lo que te recomiendo es conservar y estimar mis palabras, porque mi palabra es eterna y santa como Yo mismo, y conservándola en tu corazón y aprovechándola, tendrás tu santificación y por ello recibirás en recompensa un esplendor eterno, producido por mi palabra; haciendo de otra manera tu alma recibirá un vacío y quedarás deudora de Mí”.
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2-51
Julio 31, 1899
(1) Jesús ha venido esta mañana, pero siempre en silencio, yo estaba contentísima por tener a mi tesoro Jesús, porque teniéndolo a Él tenía todos mis contentos, al verlo comprendía muchas cosas de su belleza, de su bondad y demás, pero como era todo por medio de la inteligencia y por vía de comunicación intelectual, por eso la boca no sabe expresar nada, por eso mejor hago silencio.
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2-52
Agosto 1, 1899
Silencio y llanto de Jesús por las criaturas. Habla acerca de la pureza.
(1) Esta mañana mi suavísimo Jesús, transportándome fuera de mí misma, me hacía ver la corrupción en la cual ha caído el género humano. ¡Da horror pensarlo! Mientras me encontraba en medio de estas gentes, Jesús decía casi llorando:
(2) “¡Oh hombre, cómo te has desfigurado, deformado, desnoblecido!, ¡oh hombre, Yo te hice para que fueras mi templo vivo, y tú en cambio te has hecho habitación del demonio!; mira aun las plantas, con estar cubiertas de hojas, de flores y frutos, te enseñan la honestidad, el pudor que tú debes tener de tu cuerpo, y tú habiendo perdido todo pudor y también la vergüenza natural que deberías tener, te has vuelto peor que las bestias, tanto que no tengo más a quien compararte. Tú eras mi imagen, pero ahora no te reconoces más, más bien me das tanto horror por tus impurezas, que me da náuseas el verte, y tú mismo me obligas a huir de ti”.
(3) Mientras Jesús así decía, yo me sentía desgarrar por el dolor al ver tan amargado a mi amado Jesús, por eso le he dicho: “Señor, tienes razón de que no encuentras más nada de bien en el hombre y que ha llegado a tal ceguera, que no sabe ya ni siquiera respetar las leyes de la naturaleza, entonces si quieres ver al hombre, no harás otra cosa que mandar castigos, por eso te pido que mires tu misericordia y así será remediado todo”. Mientras así decía, Jesús me ha dicho:
(4) “Hija, dame tú un alivio a mis penas”.
(5) Al decir esto, se ha quitado la corona de espinas que parecía encarnada en su adorable cabeza y me la ha clavado en la mía, yo sentía un dolor fortísimo, pero estaba contenta de que Jesús se reconfortara. Después de esto me ha dicho:
(6) “Hija, Yo amo grandemente a las almas puras, y así como de las impuras estoy obligado a huir, de las puras en cambio como por un imán soy atraído a hacer morada en ellas. A las almas puras con gusto les presto mi boca para hacerlas hablar con mi misma lengua, así que no se fatigan para convertir a las almas; en dichas almas Yo me complazco no sólo de continuar en ellas mi Pasión, y así continuar aun la Redención, sino lo que es más, me complazco sumamente de glorificar en ellas mis mismas virtudes”.
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2-53
Agosto 2, 1899
Amenazas de castigos. Habla sobre la correspondencia.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús se hacía ver todo afligido y casi enfadado con los hombres, amenazando con los acostumbrados castigos y de hacer morir gente de improviso bajo rayos, granizadas y fuego, yo le he pedido mucho que se aplacara y Jesús me ha dicho:
(2) “Son tantas las iniquidades que se elevan de la tierra al Cielo, que si faltara por un cuarto de hora la oración y almas que sean víctimas ante Mí, Yo haría salir fuego de la tierra y con él inundaría a las gentes”.
(3) Después ha agregado: “Mira cuántas gracias debía verter sobre las criaturas, pero como no encuentro correspondencia estoy obligado a retenerlas en Mí, es más, me las hacen cambiar en castigos. Pon atención tú hija mía, a corresponderme a las tantas gracias que estoy derramando en ti, porque la correspondencia es la puerta abierta para dejarme entrar en el corazón y ahí formar mi habitación. La correspondencia es como aquella buena acogida, aquella estima que se da a las personas cuando vienen a hacer una visita, de modo que atraídas por ese respeto, por esas maneras afables que se usan con ellas, están obligadas a venir otras veces y llegan a no saberse separar. El todo está en corresponderme, y a medida que las criaturas me corresponden y me tratan en la tierra, así Yo me comportaré con ellas en el Cielo, haciéndoles encontrar las puertas abiertas, invitaré a toda la corte celestial a acogerlos y los colocaré en el más sublime trono, pero será todo lo contrario para quien no me corresponde”.
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2-54
Agosto 7, 1899
Sobre la nada de nosotros mismos.
(1) Esta mañana mi amable Jesús no venía, y después de tanto esperar y esperar, finalmente ha venido; era tanta mi confusión y mi aniquilamiento, que no sabía decirle nada y Jesús me ha dicho:
(2) “Por cuanto más te aniquiles y conozcas tu nada, tanto más mi Humanidad, mandando rayos de luz, te comunicará mis virtudes”.
(3) Yo le he dicho: “Señor, soy tan mala y fea que me doy horror a mí misma, ¿qué será ante Ti?”
(4) Y Jesús: “Si tú eres fea, soy Yo quien te puede volver bella”.
(5) Y en el mismo momento de decir esto ha mandado una luz salida de Él a mi alma, y parecía que le comunicaba su belleza, y después, abrazándome ha comenzado a decir:
(6) “Cómo eres bella, pero bella de mi misma belleza, por eso soy atraído a amarte”.
(7) ¿Quién puede decir cómo he quedado confundida? Pero todo sea para su gloria.
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2-55
Agosto 8, 1899
El alma resignada está siempre en reposo.
(1) Continúa haciéndose ver apenas y casi enojado con los hombres y por más que le he pedido que derramara en mí sus amarguras, ha sido imposible y sin prestarme atención a lo que le decía, me ha dicho:
(2) “La resignación absorbe todo lo que puede ser de pena o de disgusto a la naturaleza y lo convierte en dulce; y siendo mi Ser pacífico, tranquilo, de modo que cualquier cosa que pueda suceder en el Cielo y en la tierra no puede recibir ni siquiera el más mínimo aliento de turbación, entonces la resignación tiene la virtud de injertar en el alma estas mismas virtudes mías. El alma resignada está siempre en reposo, no sólo ella, sino que me hace reposar tranquilamente también a Mí en ella.”
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2-56
Agosto 10, 1899
Habla de la justicia y cómo Jesús queda herido por la simplicidad.
(1) Esta mañana ha venido mi dulce Jesús, me ha transportado fuera de mí misma y ha desaparecido, y habiéndome dejado sola, he visto que del cielo descendían como dos candelabros de fuego y después, dividiéndose en muchos pedazos, se formaban muchos rayos y granizadas que descendían a la tierra y hacían una grandísima destrucción en plantas y hombres. Era tanto el horror y la furia del temporal, que ni siquiera se podía rezar y las personas no podían llegar a sus casas. ¿Quién puede decir cómo quedé asustada? Entonces me he puesto a rezar para aplacar al Señor, y Él regresando, he visto que traía en la mano como una vara de hierro y en la punta una bola de fuego y me ha dicho:
(2) “Mi justicia ha sido largamente retenida y con razón quiere tomar venganza contra las criaturas, pues han osado destruir en ellas toda justicia. ¡Ah, sí, nada de justo encuentro en el hombre!; se ha desfigurado todo, en las palabras, en las obras y en los pasos, todo es engaño, todo es fraude, todo es injusto, así que penetrando en el corazón, interno y externo, no es otra cosa que una bodega de vicios. ¡Pobre hombre, cómo te has reducido!”.
(3) Mientras así decía, la vara que tenía en la mano la movía en acto de herir al hombre. Yo le he dicho: “Señor, ¿qué haces?”.
(4) Y Él: “No temas, mira, esta bola de fuego hará fuego, y no castigará más que a los malos, los buenos no recibirán daño”.
(5) Y yo he agregado: “¡Ah Señor! ¿Quién es bueno? Todos somos malos, te pido que no nos mires a nosotros sino a tu infinita misericordia, y así quedarás aplacado por todos”. Después de esto ha agregado:
(6) “Hija de la justicia es la verdad. Así como Yo soy Verdad eterna que no engaño ni me pueden engañar, así el alma que posee la justicia hace relucir en todas sus acciones la verdad; por lo tanto, conociendo por experiencia la verdadera luz de la verdad, si alguien quiere engañarla, al advertir la falta de la luz que tiene en sí, pronto conoce el engaño, entonces sucede que con esta luz de la verdad no se engaña a sí misma, ni al prójimo, ni puede recibir engaño.
(7) Fruto que produce esta justicia y esta verdad, es la simplicidad, otra cualidad de mi Ser, el ser simple, tanto que penetro en todas partes, no hay cosa que pueda oponerse a que Yo penetre dentro, penetro en el Cielo y en los abismos, en el bien y en el mal, pero mi Ser simplísimo, penetrando aun en el mal; no se ensucia, es más, ni siquiera recibe la más mínima sombra. Así el alma, con la justicia y con la verdad, recogiendo en sí este bello fruto de la simplicidad, penetra en el Cielo, se introduce en los corazones para conducirlos a Mí, penetra en todo lo que es bien y encontrándose con los pecadores para ver el mal que hacen, no queda manchada, porque siendo simple prontamente se apresura, sin recibir daño alguno. Es tan bella la simplicidad, que mi corazón queda herido a una sola mirada de un alma simple, y ella es causa de admiración a los ángeles y a los hombres”.
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2-57
Agosto 12, 1899
Jesús la transforma toda en Sí y le enseña la caridad.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús, después que me ha hecho esperar por algún tiempo, ha venido diciéndome:
(2) “Hija mía, esta mañana quiero uniformarte toda a Mí: Quiero que pienses con mi misma mente, que mires con mis mismos ojos, que escuches con mis mismos oídos, que hables con mi misma lengua, que obres con mis mismas manos, que camines con mis mismos pies, y que ames con mi mismo corazón”.
(3) Después de esto, Jesús unía sus sentidos mencionados arriba con los míos, y veía que me daba su misma forma; no sólo eso, sino me daba la gracia de usarlos como lo hizo Él mismo, y después ha continuado diciendo:
(4) “Gracias grandes vierto en ti, te recomiendo que las sepas conservar”.
(5) Y yo: “Temo mucho, oh mi amado Jesús, al conocerme que estoy toda llena de miserias, y que en vez de hacer bien, hago mal uso de tus gracias. Pero lo que más me hace temer es la lengua, que frecuentemente me hace faltar en la caridad hacia el prójimo”.
(6) Y Jesús: “No temas, te enseñaré Yo mismo el modo que debes tener al hablar con el prójimo":
(7) La primera cosa: Cuando se te dice algo respecto al prójimo, hecha una mirada sobre ti misma y observa si tú eres culpable de ese mismo defecto, y entonces el querer corregir es un querer indignarme y escandalizar al prójimo.
(8) La segunda: Si tú te ves libre de aquel defecto, entonces elévate y busca hablar como habría hablado Yo, así hablarás con mi misma lengua. Haciendo así jamás faltarás en la caridad del prójimo, es más, con tus palabras harás bien a ti, al prójimo, y a Mí me darás honor y gloria”.
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2-58
Agosto 13, 1899
Amenaza de castigos e intenta calmarlo.
(1) Esta mañana Jesús continuaba haciéndose ver, amenazando siempre con castigos, y mientras yo me ponía a rogarle que se aplacara, como un relámpago desaparecía. La última vez que ha venido se hacía ver crucificado, entonces me puse cerca para besar sus santísimas llagas, haciendo varias adoraciones, pero mientras esto hacía, en vez de Jesucristo he visto mi misma imagen. He quedado sorprendida y he dicho: “¡Señor! ¿Qué estoy haciendo? ¿A mí misma estoy haciendo las adoraciones? Esto no se puede hacer”. En ese momento se ha cambiado en la persona de Jesucristo y me ha dicho:
(2) “No te asombres de que haya tomado tu misma imagen; si Yo sufro continuamente en ti, ¿qué maravilla es que haya tomado tu misma forma? Y además, ¿no es para hacerte imagen mía por lo que te hago sufrir?”
(3) Yo he quedado toda confundida y Jesús ha desaparecido. Sea todo para gloria suya, sea bendito siempre su santo nombre.
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2-59
Agosto 15, 1899
Jesús le ordena la caridad. Fiesta de la Mamá Celestial. Le da el oficio de mamá en la tierra.
(1) Esta mañana mi dulcísimo Jesús ha venido todo alegre, trayendo entre las manos un ramo de bellísimas flores, y poniéndose en mi corazón, con aquellas flores ahora se circundaba la cabeza, ahora las tenía entre sus manos, recreándose y complaciéndose todo. Mientras se divertía con estas flores, como si hubiera hecho una gran adquisición, se ha volteado hacia mí y me ha dicho:
(2) “Amada mía, esta mañana he venido para poner en orden en tu corazón todas las virtudes. Las otras virtudes pueden estar separadas la una de la otra, pero la caridad ata y ordena todo. He aquí lo que quiero hacer en ti, ordenar la caridad”.
(3) Yo le he dicho: “Solo y único Bien mío, ¿cómo puedes hacer esto siendo yo tan mala y llena de defectos e imperfecciones? Si la caridad es orden, ¿estos defectos y pecados no son desorden que tienen todo en desorden y revuelta mi alma?”
(4) Y Jesús: “Yo purificaré todo y la caridad pondrá todo en orden. Y además, cuando a un alma la hago partícipe de las penas de mi Pasión, no puede haber culpas graves, a lo más algún defecto venial involuntario, pero mi amor, siendo fuego, consumirá todo lo que es imperfecto en tu alma”.
(5) Así parecía que Jesús me purificaba y ordenaba toda; después derramaba como un río de miel de su corazón en el mío y con esa miel regaba todo mi interior, de modo que todo lo que estaba en mí quedaba ordenado, unido, y con la marca de la caridad.
(6) Después de esto me he sentido salir fuera de mí misma en la bóveda de los cielos, junto con mi amante Jesús; parecía que todo estaba en fiesta, Cielo, tierra y purgatorio; todos estaban inundados de un nuevo gozo y júbilo. Muchas almas salían del purgatorio y como rayos llegaban al Cielo para asistir a la fiesta de nuestra Reina Mamá. También yo me ponía en medio de aquella multitud inmensa de gente, es decir, ángeles, santos y almas del purgatorio, que ocupaban aquel nuevo Cielo, que era tan inmenso, que el nuestro que vemos, comparado con aquél me parecía un pequeño agujero, mucho más que tenía la obediencia del confesor. Pero mientras hacía por mirar, no veía otra cosa que un Sol luminosísimo que esparcía rayos que me penetraban toda, de lado a lado, y me volvían como un cristal, tanto que se descubrían muy bien los pequeños defectos y la infinita distancia que hay entre el Creador y la criatura; tanto más que aquellos rayos, cada uno tenía su marca: Uno delineaba la Santidad de Dios, otro la pureza, otro la potencia, otro la sabiduría, y todas las otras virtudes y atributos de Dios. Así que el alma, viendo su nada, sus miserias y su pobreza, se sentía aniquilada y en vez de mirar, se postraba con la cara en la tierra ante aquel Sol Eterno, ante el Cuál no hay ninguno que pueda estar frente a Él.
(7) Pero lo más era que para ver la fiesta de nuestra Mamá Reina, se debía ver desde dentro de aquel Sol, tanto parecía inmersa en Dios la Virgen Santísima, que mirando desde otros puntos no se veía nada. Ahora, mientras me encontraba en estas condiciones de aniquilamiento ante el Sol Divino y la Mamá Reina teniendo en sus brazos al niñito, Jesús me ha dicho:
(8) “Nuestra Mamá está en el Cielo, te doy a ti el oficio de hacerme de mamá en la tierra, y como mi vida está sujeta continuamente a los desprecios, a la pobreza, a las penas, a los abandonos de los hombres, y mi Madre estando en la tierra fue mi fiel compañera en todas estas penas, y no sólo eso, sino buscaba aliviarme en todo, por cuanto podían sus fuerzas, así también tú, haciéndome de madre me harás fiel compañía en todas mis penas, sufriendo tú en vez mía por cuanto puedas, y donde no puedas, buscarás darme al menos un consuelo. Debes saber que te quiero toda atenta en Mí. Seré celoso aun de tu respiro si no lo haces por Mí, y cuando vea que no estás toda atenta para contentarme, no te daré ni paz ni reposo”.
(9) Después de esto he comenzado a hacerle de mamá, pero ¡oh! cuánta atención se necesitaba para contentarlo. Para verlo contento no se podía ni siquiera dirigir una mirada a otra parte. Ahora quería dormir, ahora quería beber, ahora quería que lo acariciara y yo debía encontrarme pronta a todo lo que quería; ahora decía: “Mamá mía, me duele la cabeza, ¡ah, alíviame!” Y yo enseguida le revisaba la cabeza, y encontrando espinas se las quitaba, y poniéndole mi brazo bajo la cabeza lo hacía reposar. Mientras hacía que reposara, de repente se levantaba y decía: “Siento un peso y un sufrimiento en el corazón, tanto de sentirme morir; ve que hay”. Y observando en el interior del corazón, he encontrado todos los instrumentos de la Pasión, y uno a uno los he quitado y los he puesto en mi corazón. Después, viéndolo aliviado, he comenzado a acariciarlo y a besarlo y le he dicho: “Mi solo y único tesoro, ni siquiera me has dejado ver la fiesta de nuestra Reina Madre, ni escuchar los primeros cánticos que le cantaron los ángeles y los santos en el ingreso que hizo en el Paraíso”.
(10) Y Jesús: “El primer canto que hicieron a mi Mamá fue el Ave María, porque en el Ave María están las alabanzas más bellas, los honores más grandes, y se le renueva el gozo que tuvo al ser hecha Madre de Dios, por eso, recitémosla juntos para honrarla y cuando tú vengas al Paraíso te la haré encontrar como si la hubieras dicho junto con los ángeles aquella primera vez en el Cielo”.
(11) Y así hemos recitado la primera parte del Ave María juntos. ¡Oh, cómo era tierno y conmovedor saludar a nuestra Mamá Santísima junto con su amado Hijo! Cada palabra que Él decía, llevaba una luz inmensa en la cual se comprendían muchas cosas sobre la Virgen Santísima, ¿pero quién puede decirlas todas? Mucho más por mi incapacidad, por eso las paso en silencio.
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2-60
Agosto 16, 1899
Continúa haciendo de mamá a Jesús.
(1) Jesús continúa queriendo que le haga de mamá, y haciéndose ver como graciosísimo niñito lloraba, y para calmarle el llanto, teniéndolo entre mis brazos he comenzado a cantar, y sucedía que cuando yo cantaba cesaba de llorar, y cuando no, volvía a llorar. Yo hubiera querido dejar en el silencio lo que cantaba, primero porque no lo recuerdo todo, pues estando fuera de mí misma difícilmente recuerdo todas las cosas que pasan, y también porque creo que son desatinos, pero la señora obediencia, siendo demasiado impertinente no me lo quiere conceder; basta con que se haga como ella quiere, se contenta aunque sean desatinos. Yo no sé, se dice que esta señora obediencia es ciega, pero a mí me parece más bien que es toda ojos, porque mira hasta las mínimas cosas, y cuando no se hace como ella dice, se vuelve tan impertinente que no te da paz. Así que para tener paz de parte de esta bella señora obediencia, porque además es tan buena cuando se hace como ella dice, que todo lo que se quiere, por medio suyo se obtiene, por eso me dispongo a decir lo que recuerdo que cantaba:
(2) Niñito, eres pequeño y fuerte,
de Ti espero todo consuelo;
niñito gracioso y bello,
Tú enamoras aun a las estrellas;
niñito, róbame el corazón
para llenarlo de tu amor;
niñito tiernito,
hazme a mí niñita;
niñito, eres un Paraíso,
¡ah! hazme ir
a divertirme en la eterna sonrisa.
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2-61
Agosto 17, 1899
Jesús habla de la obediencia.
(1) Esta mañana, habiendo recibido la Comunión, estaba diciéndole a mi amable Jesús: “¿Cómo es que esta virtud de la obediencia es tan impertinente y a veces tan fuerte, que llega a volverse caprichosa?”
(2) Y Él: “¿Sabes por qué esta noble señora obediencia es como tú dices? Porque da muerte a todos los vicios, y naturalmente alguien que debe hacer sufrir la muerte a otro debe ser fuerte, valeroso, y si no lo logra con esto se sirve de las impertinencias y de los caprichos. Si esto es necesario para matar el cuerpo que es tan frágil, mucho más para dar muerte a los vicios y a las propias pasiones, que es tan difícil que muchas veces mientras parecen muertas, comienzan a revivir de nuevo. He aquí el por qué esta diligente señora está siempre en movimiento y continuamente está vigilando, y si ve que el alma pone la más mínima dificultad a lo que le es mandado, entonces temiendo que algún vicio pueda comenzar a revivir en su corazón, le hace tanta guerra y no le da paz hasta que el alma se postra a sus pies y adora en mudo silencio lo que ella quiere; he aquí por qué es tan impertinente y casi caprichosa como tú dices. ¡Ah! sí, no hay verdadera paz sin obediencia, y si parece que se goza de paz, es paz falsa, y digo parece, porque va de acuerdo con las propias pasiones, pero jamás con las virtudes y se termina con arruinarse, porque separándose de la obediencia se separan de Mí, que fui el Rey de esta noble virtud. Además, la obediencia mata la propia voluntad y a torrentes vierte la Divina, tanto, que se puede decir que el alma obediente no vive de su voluntad, sino de la Divina; ¿y se puede dar vida más bella, más santa, que el vivir de la Voluntad de Dios mismo? Por eso, con las otras virtudes, aun con las más sublimes, puede estar junto el amor propio, pero con la obediencia jamás”.
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2-62
Agosto 18, 1899
Cómo la palabra de Dios no sólo es verdad, sino también luz.
(1) Viniendo esta mañana el amantísimo Jesús le he dicho: “Mi amado Jesús, yo creo que todo lo que escribo son muchos disparates”.
(2) Y Jesús: “Mi palabra no sólo es verdad, sino también luz, y cuando una luz entra en un cuarto oscuro, ¿qué hace? Disipa las tinieblas y hace descubrir los objetos que hay, feos o bellos, si están en orden o en desorden, y del modo como se encuentra ese cuarto se juzga a la persona que ocupa aquella habitación. Ahora, la vida humana es el cuarto oscuro, y cuando la luz de la verdad entra en un alma, disipa las tinieblas, esto es, hace descubrir lo verdadero de lo falso, lo temporal de lo eterno, así que arroja de sí los vicios y se mete al orden de las virtudes, porque siendo mi luz santa, que es mi misma Divinidad, no podrá comunicar otra cosa que santidad y orden, por lo tanto el alma siente salir de sí, luz de paciencia, de humildad, de caridad y más. Si mi palabra produce en ti estas señales, ¿por qué temes?”
(3) Después de esto, Jesús me ha hecho oír que rogaba al Padre por mí, diciendo: “Padre Santo, te pido por esta alma, haz que cumpla en todo perfectamente nuestra Santísima Voluntad, haz oh Padre adorable que sus acciones estén tan conformadas con las mías, pero en modo tal que no se puedan distinguir las unas de las otras, y así poder cumplir sobre ella lo que he diseñado”.
(4) ¿Pero quién puede decir la fuerza que me sentía infundir en mi alma por esta oración de Jesús? Me sentía vestir el alma por una fuerza tal, que para cumplir la Voluntad Santísima de Dios no me hubiera importado sufrir mil martirios, si así fuera su beneplácito. Siempre sean dadas las gracias al Señor, que tanta misericordia usa con esta pobre pecadora.
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2-63
Agosto 21, 1899
Efectos de agradar sólo a Jesús.
(1) Después de haber pasado dos días de sufrimientos, mi benigno Jesús se mostraba todo afabilidad y dulzura. En mi interior yo decía: “Cómo es bueno conmigo el Señor, sin embargo no encuentro en mí nada bueno que le pueda agradar”. Y Jesús respondiéndome me ha dicho:
(2) “Amada mía, así como tú no encuentras otro placer ni otro contento, que entretenerte y conversar Conmigo y darme gusto sólo a Mí, de modo que todas las otras cosas que no son mías te disgustan, así Yo, mi placer y mi consolación es el venir a entretenerme y hablar contigo. Tú no puedes entender la fuerza que tiene sobre mi corazón, de atraerme a ella, un alma que tiene la única finalidad de agradarme sólo a Mí; me siento tan unido con ella que estoy obligado a hacer lo que ella quiere”.
(3) Mientras Jesús así decía, comprendí que hablaba en el modo como en días pasados, mientras sufría acerbos dolores, en mi interior iba diciendo: “Jesús mío, todo por amor tuyo, estos dolores sean tantos actos de alabanza, de honor, de homenaje que te ofrezco, estos dolores sean tantas voces que te glorifiquen y tantos testimonios que digan que te amo”.
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2-64
Agosto 22, 1899
Jesús le comunica sus virtudes.
(1) Mi amado Jesús continúa viniendo, todo amable y majestuoso; mientras estaba en este aspecto me ha dicho:
(2) “La pureza de mis miradas resplandezca en todas tus obras, de modo que subiendo de nuevo a mis ojos me produzca un resplandor y me distraiga de las porquerías que hacen las criaturas”.
(3) Yo he quedado toda confundida ante estas palabras, tanto que no osaba decirle nada, pero Jesús alentándome, para darme confianza ha comenzado a decirme:
(4) “Dime, ¿qué quieres?”
(5) Y yo: “Cuando te tengo a Ti, ¿hay alguna otra cosa que pudiera desear?”
(6) Pero Jesús ha insistió más de una vez que le dijera lo que quería; y yo mirándolo, he visto la belleza de sus virtudes y le he dicho: “Mi dulcísimo Jesús, dame tus virtudes”.
(7) Y Él abriendo su corazón hacía salir tantos rayos distintos de sus virtudes, que al entrar en el mío me sentía reforzar en las virtudes.
(8) Después ha agregado: “¿Qué otra cosa quieres?”
(9) Y yo, acordándome que en los días pasados por un dolor que sufría no lograba que mis sentidos se perdieran en Dios, le he dicho: “Mi benigno Jesús, haz que el dolor no me impida el poder perderme en Ti”.
(10) Y Jesús tocándome con su mano la parte donde sufría, ha mitigado la agudeza del dolor, de modo que puedo recogerme y perderme en Él.
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2-65
Agosto 27, 1899
El efecto cuando Jesús va al alma.
(1) Esta mañana mientras veía a mi dulce Jesús, sentía un temor de que no fuese Él sino el demonio para engañarme. Y Jesús respondiendo a mi temor me ha dicho:
(2) “Cuando soy Yo quien se presenta al alma, todas las potencias interiores se aniquilan y conocen su nada, y Yo, viendo al alma humillada, hago sobreabundar mi amor, como tantos ríos, en modo de inundarla toda y fortificarla en el bien. Todo lo contrario sucede cuando es el demonio”.
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2-66
Agosto 30, 1899
Jesús le hace ver el estado lamentable del mundo.
(1) Esta mañana mi amado Jesús me ha transportado fuera de mí misma y me ha hecho ver la decadencia de la religión en los hombres y un preparativo de guerra. Yo le he dicho: “¡Oh Señor, en qué estado tan lamentable se encuentra el mundo en estos tiempos en cuanto a la religión! Parece que el mundo no reconoce más a Aquel que ennoblece al hombre y lo hace aspirar a un fin eterno, pero lo que más hace llorar, es que parte de aquellos mismos que se dicen religiosos, que deberían poner la propia vida para defender la religión y hacerla resurgir, la ignoran”. Y Jesús, tomando un aspecto afligidísimo me ha dicho:
(2) “Hija mía, esta es la causa de que el hombre viva como bestia, porque ha perdido la religión; pero tiempos más tristes vendrán para el hombre en castigo de la ceguera en la cual él mismo se ha sumergido, tanto, que se me oprime el corazón al verlo. Pero la sangre hará revivir esta santa religión, esta sangre que haré derramar por toda clase de gente, por seglares y religiosos, regará al resto de las gentes que viven como salvajes, y civilizándolas les restituirá de nuevo su nobleza. He aquí la necesidad de que la sangre se derrame y que las mismas iglesias queden casi abatidas, para hacer que regresen de nuevo y existan con su primer brillo y esplendor”.
(3) ¿Pero quién puede decir el desgarro cruel que harán en los tiempos por venir? Lo paso en silencio porque no lo recuerdo bien y no lo veo tan claro; si el Señor quiere que lo diga me dará más claridad y entonces tomaré de nuevo la pluma sobre este argumento, por eso, por ahora pongo punto.
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2-67
Agosto 31, 1899
El confesor da la obediencia de rechazar a Jesús y no hablar con Él.
(1) Habiendo dado el confesor la obediencia de que cuando viniera Jesús debía decir: “No puedo hablar, aléjate”. Yo lo he tomado como una broma, no como obediencia formal, por eso cuando ha venido Jesús, casi no tomando en cuenta la orden recibida, he osado decirle: “Mi buen Jesús, mira un poco lo que quiere hacer el padre”.
(2) Y Él me ha dicho: “Hija, abnegación”.
(3) Y yo: “¡Pero Señor, la cosa es seria: se trata de que no debo quererte! ¿Cómo puedo hacerlo?”
(4) Y Él, por segunda vez: “Abnegación”.
(5) Y yo: “¡Pero Señor! ¿Qué dices? ¿Crees Tú que pueda estar sin Ti?”
(6) Y Él por tercera vez: “Hija mía, abnegación”.
(7) Y ha desaparecido. ¿Quién puede decir cómo he quedado al ver que Jesús quería que me dispusiera a la obediencia?
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2-68
Septiembre 1, 1899
Continúa la obediencia, pero un poco más moderada.
(1) Habiendo venido el confesor me ha preguntado si había cumplido la obediencia, y habiéndole dicho lo que había pasado, ha renovado la obediencia de que no debía absolutamente hablar con Jesús, mi solo y único consuelo, y que debía despedirlo si venía. Y he aquí que habiendo entendido que la obediencia que se me daba era verdadera, en mi interior he dicho el “Fiat Voluntas Tua” también en esto; pero, ¡oh, cuánto me cuesta y qué cruel martirio! Siento como un clavo clavado en el corazón, que me lo traspasa de lado a lado; y como mi corazón está habituado a pedir y desear a Jesús continuamente, tanto, que así como es continuo el respirar y el latir, así me parece que es continuo el desear y querer a mi único Bien, así que querer impedir esto sería lo mismo que querer impedir a alguien el respirar y el latir del corazón, ¿cómo se podría vivir? Sin embargo se necesita hacer prevalecer la obediencia. ¡Oh Dios, qué pena, qué desgarro tan atroz! ¿Cómo impedir al corazón que pida su misma vida? ¿Cómo frenarlo? La voluntad se ponía con toda su fuerza a frenarlo, pero cómo se necesitaba continua y gran vigilancia, de vez en cuando se cansaba y se distraía y el corazón hacía su escapada y pedía a Jesús; la voluntad dándose cuenta de esto se ponía con mayor fuerza a frenarlo, pero era vencida frecuentemente; por lo que me parecía que hacía continuos actos de desobediencia. ¡Oh, en qué contrastes, qué sangrienta guerra, qué agonías mortales sufría mi pobre corazón! Me encontraba en tales estrecheces y en tales sufrimientos, que creía que se me iba la vida, no obstante esto hubiera sido un consuelo para mí si pudiese morir, pero no, y lo que era peor era que sentía penas de muerte, pero sin poder morir.
(2) Entonces, después de haber derramado lágrimas amarguísimas todo el día, en la noche, encontrándome en mi habitual estado, mi siempre benigno Jesús ha venido, y yo, obligada por la obediencia le he dicho: “Señor, no vengas, porque la obediencia no quiere”.
(3) Y Él compadeciéndome y queriéndome fortalecer en los sufrimientos en los que me encontraba, con su mano creadora ha marcado mi persona con un signo grande de cruz y me ha dejado.
(4) ¿Pero quién puede decir el purgatorio en el que me encontraba? Lo peor era que no podía lanzarme hacia mi sumo y único Bien. ¡Ah sí, me era negado el pedir y desear a Jesús! ¡Ah! a las almas benditas del purgatorio les es permitido pedir, desear, arrojarse hacia el sumo Bien, sólo que les está prohibido el tomar posesión de Él, a mí, no, a mí me era negado aun este consuelo. Entonces, toda la noche no he hecho otra cosa que llorar; cuando mi débil naturaleza no podía más, el amable Jesús ha regresado en actitud de querer hablar conmigo, y yo enseguida, recordando la obediencia que quiere reinar sobre todo, le he dicho: “Amada Vida mía, no puedo hablar, y no vengas, porque la obediencia no quiere. Si quieres hacer entender tu Voluntad, ve con el confesor”.
(5) Mientras esto decía he visto al confesor, y Jesús acercándose a él le ha dicho: “Esto es imposible, a mis almas las tengo tan sumergidas en Mí, que formamos una misma sustancia, tanto que no se distingue más la una de la otra, y así como cuando dos sustancias se unen, una se transmite en la otra, y después, aunque se quiera separarlas, resulta inútil aun el pensarlo, así es imposible que mis almas puedan estar separadas de Mí”.
(6) Y habiendo dicho esto se ha ido, y yo he quedado más afligida que antes, el corazón me latía tan fuerte que sentía abrírseme el pecho. Después de esto, no sé decir como, me he encontrado fuera de mí misma, y olvidándome no sé como de la obediencia recibida, he girado por la bóveda del cielo llorando, gritando y buscando a mi dulce Jesús, cuando de repente lo he visto venir, arrojándose entre mis brazos, todo prendado de amor y languideciendo, pero pronto he recordado el mandato recibido y le he dicho: “Señor, no me quieras tentar esta mañana, ¿no sabes que la obediencia no quiere?”
(7) Y Él: “Me ha mandado el confesor, por eso he venido”.
(8) Y yo: “No es verdad, ¿eres tal vez algún demonio que quiere engañarme y hacerme faltar a la obediencia?”
(9) Y Jesús: “No soy demonio”.
(10) Y yo: “Si no eres demonio hagámonos juntos la señal de la cruz”. Y los dos nos signamos con la cruz. Después he continuado diciéndole: “Si es verdad que te ha mandado el confesor, vayamos a él, a fin de que él mismo pueda ver si eres Jesucristo o bien el demonio, y entonces podré estar segura”.
(11) Así hemos ido con el confesor, y como Jesús estaba en forma de niño se lo he dado en sus brazos diciéndole: “Padre, vea usted mismo, ¿es mi dulce Jesús, o no?”
(12) Ahora, mientras Jesús bendito estaba con el padre le he dicho: “Si eres verdaderamente Jesús, bésale la mano al confesor”. Y en mi mente pensaba que si era el Señor habría hecho esa humillación de besarle la mano, pero si era un demonio, no. Y Jesús se la besó, pero no al hombre, sino a la potestad sacerdotal, así la ha besado. Después de esto parecía que el confesor lo conjuraba para ver si era demonio, y no encontrándolo tal me lo ha regresado. Pero con todo esto mi pobre corazón no podía gozar los abrazos de mi amado Jesús, porque la obediencia lo tenía como atado, obstaculizado, mucho más porque aún no había ninguna orden contraria, por eso mi corazón no osaba desahogarse, ni siquiera decir una palabra de amor...
(13) ¡Oh santa obediencia, cómo eres fuerte y potente! Yo te veo en estos días de martirio ante mí como un guerrero potentísimo, armado de la cabeza a los pies con espadas, saetas, flechas, lleno de todos aquellos instrumentos aptos para herir, y cuando ves que mi pobre corazón cansado y abatido quiere consolarse buscando su refrigerio, su vida, el centro al cual se siente atraer como por un imán, tú, mirándome con mil ojos, por todas partes me hieres con heridas mortales. ¡Ah, ten piedad de mí y no seas tan cruel conmigo!
(14) Pero mientras digo esto, la voz de mi adorable Jesús se hace escuchar en mis oídos que dice:
(15) “La obediencia fue todo para Mí, la obediencia quiero que sea todo para ti. La obediencia me hizo nacer, la obediencia me hizo morir, las llagas que tengo en mi cuerpo son heridas y marcas que me hizo la obediencia. Con razón has dicho que es un guerrero potentísimo, armado con toda clase de armas aptas para herir, porque en Mí no me dejó ni siquiera una gota de sangre, me arrancó a pedazos las carnes, me dislocó los huesos, y mi pobre corazón, destrozado, sangrante, iba buscando un alivio, alguien que tuviera compasión de Mí. La obediencia entonces, haciéndose para Mí más que cruel tirano, sólo se contentó cuando me sacrificó en la cruz y me vio expirar víctima por su amor. ¿Y por qué esto? Porque el oficio de este potentísimo guerrero es de sacrificar a las almas, por eso no hace otra cosa que mover guerra encarnizada a quien no se sacrifica todo por ella, por eso no tiene ninguna consideración si el alma sufre o goza, si vive o muere, sus ojos están atentos para ver si ella vence, que de las otras cosas no se toma molestia. Por eso el nombre de este guerrero es “victoria”, porque concede todas las victorias al alma obediente, y cuando parece que esta muere, entonces comienza la verdadera vida. ¿Y qué cosa no me concedió la obediencia? Por su medio vencí a la muerte, derroté al infierno, desaté al hombre encadenado, abrí el Cielo, y como Rey victorioso tomé posesión de mi reino, no sólo para Mí sino para todos mis hijos que se habrían aprovechado de mi Redención. ¡Ah! sí, es verdad que me costó la vida, pero la palabra “obediencia” me suena dulce al oído y por eso amo tanto a las almas que son obedientes”.
(16) Vuelvo a hablar desde donde dejé.
(17) Después de un poco ha venido el confesor, y habiéndole dicho todo lo que he dicho arriba, me ha renovado la obediencia de continuar de la misma manera, y habiéndole dicho: “Padre, permita al menos darle la libertad a mi corazón de rogarle a Jesús, que la obediencia de decirle cuando viene, no vengas y no puedo conversar, la hago”.
(18) Y Él: “Haz cuanto puedas por frenarlo, y cuando no puedas, entonces dale libertad”.
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2-69
Septiembre 2, 1899
El confesor la deja libre.
(1) Ahora, con esta obediencia un poco más mitigada, mi pobre corazón parecía que de estar muerto comenzara a revivir un poco, pero con todo y esto no dejaba de estar desgarrado de mil maneras, porque la obediencia, cuando veía que el corazón se detenía un poco más en busca de su Creador, como si quisiera reposarse en Él porque estaba sin fuerza, se me venía encima y con sus armas me hería toda. Y además, ese tener que repetir aquel estribillo cuando el bendito Jesús se hacía ver: “No vengas, no puedo conversar porque la obediencia no quiere”, era para mí el más atroz y cruel martirio. Entonces mi dulce Jesús, encontrándome yo en mi habitual estado, ha venido y yo le he manifestado la orden recibida, y Él se ha ido. Una sola vez mientras yo le estaba diciendo: “No vengas, que la obediencia no quiere”, me ha dicho:
(2) “Hija mía, ten siempre ante tu mente la luz de mi Pasión, porque al ver mis acerbísimas penas, las tuyas te parecerán pequeñas, y al considerar la causa por la que sufrí tantos dolores inmensos, que fue el pecado, los más pequeños defectos te parecerán graves. En cambio, si no te miras en Mí, las más pequeñas penas te parecerán pesadas y los defectos graves los tomarás como cosa de nada”. Y ha desaparecido.
(3) Después de un poco ha venido el confesor, y habiéndole preguntado si aún debía continuar esta obediencia, me ha dicho: “No, puedes decirle lo que quieras y tenlo cuanto quieras”.
(4) Parece que he sido dejada libre y ya no tengo tanto que hacer con este guerrero tan potente, de otra manera esta vez se habría hecho tan fuerte que me hubiera dado la muerte, pero me habría hecho hacer una gran ganancia porque me habría unido para siempre al sumo Bien, y no a intervalos, y se lo hubiera agradecido, es más, le habría cantado el cántico de la obediencia, o sea el cántico de las victorias, así que me habría reído de toda su fuerza... Pero mientras decía esto, ante mí ha aparecido un ojo resplandeciente y bello, y una voz que decía: “Y yo me habría unido junto contigo y me habría complacido de reír, porque habría sido mía la victoria”.
(5) Y yo: “¡Oh! amada obediencia, después de habernos reído juntas te habría dejado a las puertas del Paraíso para decirte adiós y no vernos más, y así no tener que ver más contigo, y me hubiera cuidado muy bien de no dejarte entrar”.
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2-70
Septiembre 5, 1899
Cómo Jesús obra la perfección en el alma poco a poco.
(1) Esta mañana me encontraba en tal abatimiento de ánimo y me veía tan mala, que yo misma me volvía insoportable. Habiendo venido Jesús le he dicho mis penas y el miserable estado en el cual me encontraba, y Él me ha dicho:
(2) “Hija mía, no quieras perder el ánimo, esta es mi costumbre, el obrar la perfección paso a paso y no todo en un instante, a fin de que el alma, viendo siempre que le falta alguna cosa, se impulse, haga todos los esfuerzos para alcanzar lo que le falta, a fin de agradarme más y de santificarse mayormente, entonces Yo, atraído por esos actos me siento forzado a darle nuevas gracias y favores celestiales, y con esto se viene a formar un comercio todo divino entre el alma y Dios, de otra manera, poseyendo el alma en sí la plenitud de la perfección, y por lo tanto de todas las virtudes, no encontraría modos de cómo esforzarse, cómo agradarle más y vendría a faltar la yesca para encender el fuego entre la criatura y el Creador”.
(3) ¡Sea siempre bendito el Señor!
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2-71
Septiembre 9, 1899
Jesús le habla de la nada y del amor que le lleva.
(1) Jesús continúa viniendo, pero con un aspecto todo nuevo. Parecía que de su corazón bendito salía un tronco de árbol que tenía tres raíces distintas, y este tronco, de su corazón entraba en el mío, y saliendo de mi corazón el tronco formaba tantas bellas ramas cargadas de flores, de frutos, de perlas y de piedras preciosas, resplandecientes como estrellas fulgidísimas. Ahora, mi amante Jesús, viéndose a la sombra de este árbol, se recreaba todo, mucho más que del árbol caían tantas perlas que formaban un bello adorno a su Santísima Humanidad. Mientras estaba en esta posición me ha dicho:
(2) “Hija mía amadísima, las tres raíces que ves que contiene este árbol son: la fe, la esperanza y la caridad. Y lo que tú ves que este tronco sale de Mí y se introduce en tu corazón, significa que no hay bien que posean las almas que no venga de Mí; así que después de la fe, la esperanza y la caridad, el primer desarrollo que hace este tronco es el hacer conocer que todo el bien viene de Dios, que de ellas no tienen otra cosa que su propia nada, y que esta nada no hace otra cosa que darme la libertad de hacerme entrar en ellas y hacerme obrar lo que quiero; mientras que hay otras nadas, esto es, otras almas, que con la libre voluntad que tienen se oponen, entonces, faltando este conocimiento, el tronco no produce ni ramas ni frutos, ni ninguna otra cosa de bueno. Las ramas que contiene este árbol, con todo el aparato de las flores, frutos, perlas y piedras preciosas, son todas las diversas virtudes que puede poseer el alma. Ahora, ¿quién ha dado la vida a este árbol tan bello? Ciertamente las raíces, esto significa que la fe, la esperanza y la caridad abrazan todo, contienen todas las virtudes, tanto, que son puestas como base y fundamento del árbol, y sin ellas no se puede producir ninguna otra virtud”.
(3) Así que he comprendido también que las flores significan las virtudes, los frutos los sufrimientos, las piedras preciosas y las perlas el sufrir únicamente por el solo amor de Dios. He aquí por qué aquellas perlas que caían formaban ese bello ornamento a Nuestro Señor. Ahora, mientras Jesús se sentaba a la sombra de este árbol, me miraba con ternura toda paterna, entonces, tomado por un rapto amoroso, que parecía que no podía contener en Sí, abrazándome fuertemente ha comenzado a decir:
(4) “¡Cómo eres bella! Tú eres mi candorosa paloma, mi amada morada, mi templo vivo, en el cual unido con el Padre y el Espíritu Santo me complazco en deleitarme. Tu continuo penar por Mí me alivia y consuela de las continuas ofensas que me hacen las criaturas. Debes saber que es tanto el amor que te tengo, que estoy obligado a esconderlo en parte, para hacer que tú no enloquezcas y puedas vivir, porque si te lo hiciese ver no sólo enloquecerías, sino que no podrías continuar viviendo, tu débil naturaleza quedaría consumada por las llamas de mi amor”.
(5) Mientras esto decía yo me sentía toda confundir y aniquilar, y me sentía hundir en el abismo de mi nada, porque me veía toda imperfecta, especialmente notaba mi ingratitud y frialdad a las tantas gracias que el Señor me hace. Pero espero que todo redunde a su gloria y honor, esperando con firme confianza que en un esfuerzo de su amor quiera vencer mi dureza.
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2-72
Septiembre 16, 1899
Divergencia con Jesús. Efectos del sufrir sólo por Dios.
(1) Esta mañana, mi adorable Jesús ha venido, y temiendo que fuese el demonio le he dicho: “Permíteme que te signe la frente con la cruz”, y enseguida lo he persignado y así he quedado más segura y tranquila.
(2) Ahora, Jesús bendito parecía cansado y se quería reposar en mí, y como también yo me sentía cansada por los sufrimientos de los días pasados, especialmente por sus poquísimas venidas, sentía la necesidad de reposarme en Él. Entonces, después de haber discutido un poco me ha dicho:
(3) “La vida del corazón es el amor. Yo soy como un enfermo que arde por la fiebre, que va buscando un refrigerio, un alivio para el fuego que lo devora. Mi fiebre es el amor; ¿pero dónde obtengo los refrigerios, los alivios más aptos para el fuego que me consume? De las penas y aflicciones sufridos por mis almas predilectas sólo por mi amor; muchas veces estoy esperando y esperando a que el alma se vuelva a Mí para decirme: “Señor, sólo por amor tuyo quiero sufrir esta pena”. ¡Ah sí, estos son mis refrigerios y los alivios más aptos que me alivian y me apagan el fuego que me consume!”
(4) Después de esto se ha arrojado en mis brazos languideciendo para reposarse. Mientras Jesús reposaba yo comprendía muchas cosas sobre las palabras dichas por Él, especialmente sobre el sufrir por amor suyo. ¡Oh, qué moneda de inestimable valor! Si todos la conociéramos haríamos competencia a ver quién pudiera sufrir más; pero yo creo que todos somos cortos de vista para conocer esta moneda tan preciosa, por eso no se llega a tener conocimiento de ella.
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2-73
Septiembre 19, 1899
Jesús habla de la fe, de la esperanza y caridad.
(1) Encontrándome esta mañana un poco turbada, especialmente por el temor de que no sea Jesús quien viene sino el demonio, y de que mi estado no sea Voluntad de Dios, mientras me encontraba en esta agitación, ha venido mi adorable Jesús y me ha dicho:
(2) “Hija mía, no quiero que pierdas el tiempo, pensando en esto tú te distraes de Mí y me haces faltar el alimento para nutrirme, lo que quiero es que pienses solamente en amarme y en estarte toda abandonada en Mí, así me prepararás un alimento muy agradable, y no de vez en cuando como harías si continuases haciendo así, sino continuamente. ¿Y no sería esto tu grandísimo contento, que tu voluntad, con estar abandonada en Mí y con el amarme, fuese alimento para Mí, tu Dios?”
(3) Después de esto me ha hecho ver su corazón y dentro tenía tres globos de luz distintos, que después formaban uno solo, y Jesús volviendo a hablar me ha dicho:
(4) “Los globos de luz que ves en mi corazón son la fe, la esperanza y la caridad, que traje a la tierra para hacer feliz al hombre sufriente, ofreciéndoselos en don; ahora, también a ti te quiero hacer un don más especial”.
(5) Y mientras así decía, de aquellos globos de luz salían como tantos hilos de luz que inundaban mi alma, formando como una especie de red, y yo quedaba dentro.
(6) Y Jesús: “Mira en lo que quiero que ocupes tu alma: Primero vuela con las alas de la fe y sumergiéndote en esa luz conocerás y adquirirás siempre nuevas noticias de Mí, tu Dios, pero al conocerme más tu nada se sentirá casi dispersa, y no tendrás donde apoyarte. Pero tú elévate más y arrojándote en el mar inmenso de la esperanza, el cual son todos mis méritos que adquirí en el curso de mi vida mortal, y todas las penas de mi Pasión que también de ellas hice don al hombre, y sólo por medio de estos puedes esperar los bienes inmensos de la fe, porque no hay otro medio para poderlos obtener. Entonces, sirviéndote de estos mis méritos como si fuesen tuyos, tu nada no se sentirá más dispersa y hundida en el abismo de la nada, sino que adquiriendo nueva vida quedará embellecida, enriquecida en modo tal de atraerse las mismas miradas divinas; y entonces no más tímida, sino que la esperanza le suministrará el valor, la fuerza, de modo de volver al alma estable como columna, expuesta a todas las inclemencias del aire, como son las diferentes tribulaciones de la vida, que no la moverán nada, y la esperanza hará que el alma no sólo se sumerja sin temor en las inmensas riquezas de la fe, sino que se volverá dueña y llegará a tanto con la esperanza, de hacer suyo al mismo Dios. ¡Ah! sí, la esperanza hace llegar al alma hasta donde quiere, la esperanza es la puerta del Cielo, así que sólo por su medio se abre, porque quien todo espera, todo obtiene. Entonces el alma, cuando haya llegado a hacer suyo al mismo Dios, súbito, sin ningún obstáculo se encontrará en el océano inmenso de la caridad, y ahí llevando consigo la fe y la esperanza, se sumergirá dentro y hará una sola cosa Conmigo, su Dios”.
(7) El amantísimo Jesús continúa diciendo: “Si la fe es el rey y la caridad es la reina, la esperanza es como madre pacificadora que pone paz en todo, porque con la fe y la caridad puede haber tribulaciones, pero la esperanza, siendo vínculo de paz, convierte todo en paz. La esperanza es sostén, la esperanza es alivio, y cuando el alma elevándose con la fe ve la belleza, la santidad, el amor con el cual es amada por Dios, se siente atraída a amarlo, pero viendo su insuficiencia, lo poco que hace por Dios, el cómo debería amarlo y no lo ama, se siente desconsolada, turbada y casi no se atreve a acercarse a Dios; entonces, enseguida sale esta madre pacificadora de la esperanza, y poniéndose en medio de la fe y la caridad comienza a hacer su oficio de poner paz, así que pone en paz de nuevo al alma, la empuja, la eleva, le da nuevas fuerzas y llevándola ante el rey de la fe y la reina de la caridad, excusa al alma, pone ante el alma nueva efusión de sus méritos y les pide que la quieran recibir, y la fe y la caridad, teniendo en la mira sólo a esta madre pacificadora, tan tierna y llena de compasión, reciben al alma y Dios forma la delicia del alma, y el alma la delicia de Dios”.
(8) ¡Oh santa esperanza, cómo eres admirable! Yo me imagino ver al alma que es poseída por esta bella esperanza, como un noble viajero que camina para ir a tomar posesión de unas tierras que formarán toda su fortuna, pero como es desconocido y viaja por tierras que no son suyas, quién lo escarnece, quién lo insulta, quién lo despoja de sus vestidos y quién llega hasta golpearlo y a amenazarlo con quitarle la piel, ¿y el noble viajero qué hace en todas estas dificultades? ¿Se turbará? ¡Ah, no, jamás!, más bien no tomará en cuenta a aquellos que le hacen todo esto, y conociendo bien que mientras más sufrirá, tanto más será honrado y glorificado cuando llegue a tomar posesión de sus tierras, por eso él mismo incita a la gente para que lo atormenten más. Pero él siempre está tranquilo, goza la más perfecta paz, y en medio de estos insultos está tan calmado, que mientras los demás están despiertos a su alrededor, él está durmiendo en el seno de su suspirado Dios. ¿Quién suministrará a este viajero tanta paz y tanta firmeza para seguir el viaje emprendido? Ciertamente la esperanza de los bienes eternos que serán suyos, y así superará todo para tomar posesión de ellos. Ahora pensando que son suyos, viene a amarlos, y he aquí que la esperanza hace nacer la caridad.
(9) ¿Quién puede decir lo que Jesús bendito me hace ver con aquella luz? Hubiera querido pasarlo en silencio, pero veo que la señora obediencia dejando el vestido amigable, toma el aspecto de guerrero y toma sus armas para hacerme guerra y herirme. ¡Ah, no te armes tan pronto!, deja tus garras, estate tranquila, que por cuanto pueda haré como tú dices, y así permaneceremos siempre amigas.
(10) Ahora, cuando el alma se pone en el extensísimo mar de la caridad, prueba delicias inefables, goza alegrías inenarrables a un alma mortal. Todo es amor; sus suspiros, sus latidos, sus pensamientos, son tantas voces sonoras que hace resonar en torno a su amadísimo Dios, voces todas de amor que lo llaman a ella, de modo que Dios bendito, atraído, herido por estas voces amorosas, le corresponde, y sucede que los suspiros, los latidos y todo el Ser Divino llaman continuamente al alma hacia Dios.
(11) ¿Quién puede decir cómo queda herida el alma por estas voces? ¿Cómo comienza a delirar como si tuviera fiebre altísima, cómo corre como enloquecida y va a arrojarse en el amoroso corazón de su Amado para encontrar refrigerio y a torrentes chupa las delicias divinas? Ella queda ebria de amor, y en su embriaguez entona cantos todos amorosos a su Esposo dulcísimo. ¿Pero quién puede decir todo lo que pasa entre el alma y Dios? ¿Quién puede decir algo sobre esta caridad que es Dios mismo?
(12) En este momento veo una luz grandísima y mi mente ahora queda asombrada, ahora se fija en un punto, ahora en otro, y hago por ponerlo en el papel pero me siento balbuceante al explicarlo. Así que no sabiendo qué hacer, por ahora hago silencio; y espero que la señora obediencia por esta vez quiera perdonarme, pues si ella quiere enojarse conmigo, esta vez no tiene tanta razón, porque la culpa es suya, porque no me da una lengua ágil para saber decirlo. ¿Ha comprendido, reverendísima obediencia? Quedamos en paz, ¿no es verdad?
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2-74
Septiembre 21, 1899
Divergencias con la obediencia. La causa de su estado.
(1) Sin embargo, ¿quién lo diría? A pesar de que la culpa es suya, que no me da la capacidad para saberlo manifestar, la señora obediencia se lo ha tomado a mal y ha comenzado a hacerla de tirano cruel, y ha llegado a tal crueldad que me ha quitado la vista de mi amado Bien, mi solo y único consuelo. Se ve que a veces hasta se comporta como niña, que cuando quiere salirse con la suya en un capricho, si no lo logra por la buena llena la casa con gritos, con llantos, tanto, que se ve uno obligado a contentarla por la fuerza. No hay razones, no hay medios para persuadirla; así hace la señora obediencia, es tenaz, no te hubiera creído así, y como ella quiere vencer, quiere que aun balbuceante escriba sobre la caridad. ¡Oh Dios santo! Tú mismo vuélvela más razonable, porque en este modo no se puede seguir adelante. Y tú, ¡oh! obediencia, devuélveme a mi dulce Jesús, no me toques más a lo vivo y te pido que no me quites la vista de mi sumo Bien, y yo te prometo que aun balbuceante escribiré como quieres tú. Sólo te pido la gracia de que me dejes reanimarme durante algunos días, porque mi mente, demasiado pequeña, no resiste más el estar sumergida en aquel vasto océano de la caridad divina, especialmente que ahí descubro más mis miserias y mi fealdad, y al ver el amor que Dios me tiene, me siento casi enloquecer, así que mi débil naturaleza se siente desfallecer y no puede más. Pero al mismo tiempo me ocuparé en escribir otras cosas, para después seguir con la caridad.
(2) Sigo con mi pobre decir. Encontrándose mi mente ocupada en las cosas dichas antes, pensaba entre mí: “¿En qué aprovecharía escribir esto si yo misma no practicase lo que escribo? Este escrito ciertamente sería una condena para mí”. Mientras esto pensaba, ha venido el bendito Jesús y me ha dicho:
“Este escrito servirá para hacer conocer quién es Aquel que te habla y ocupa tu persona; y además, si no te sirve a ti, mi luz servirá a otros que leerán lo que te hago escribir”.
(3) ¿Quién puede decir cómo he quedado mortificada al pensar que otros aprovecharán las gracias que me hace si leen estos escritos, y yo que las recibo no? ¿No me condenarán ellos? Y además, con sólo pensar que llegarán a manos de otros se me oprime el corazón por la pena y por la vergüenza de mí misma. Ahora, permaneciendo en grandísima aflicción, iba repitiendo: “¿En qué aprovecha mi estado si servirá de condena?”
(4) Y el amorosísimo Jesús regresando me ha dicho: “Mi Vida fue necesaria para la salvación de los pueblos, y como no la pude continuar sobre la tierra, por eso elijo a quien me place para continuarla en ellos, para poder continuar la salvación de los pueblos, he aquí el provecho de tu estado”.
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2-75
Septiembre 22, 1899
Jesús le habla de sus escritos. Contiendas con la obediencia.
(1) Sintiéndome un clavo clavado en el corazón por las palabras que ayer dijo mi dulce Jesús, y siendo Él siempre benigno con esta miserable pecadora, para aliviar mis penas ha venido, y compadeciéndome toda me ha dicho:
(2) “Hija mía, no quieras afligirte más. Debes saber que todo lo que te hago escribir, o sobre las virtudes o bajo alguna semejanza, no es otra cosa que hacer que te pintes tú misma, y a aquella perfección a la cual he hecho llegar tu alma”.
(3) ¡Oh Dios! Qué gran repugnancia siento al escribir estas palabras, porque no me parece que sea verdad lo que dice. Siento que no entiendo aún qué cosa sea virtud y perfección, pero la obediencia así lo quiere, y es mejor morir que tener que ver con ella. Mucho más que tiene dos caras: Si se hace como ella dice, toma el aspecto de señora y te acaricia como amiga fiel, y hasta te promete todos los bienes que hay en el Cielo y en la tierra; pero si después descubre una sombra de dificultad en contra, súbito, sin que uno lo advierta, si uno la mira se encuentra como un guerrero que está preparando sus armas para herirte y destruirte. ¡Oh mi Jesús! ¿Qué tipo de virtud es esta obediencia que hace temblar con solo pensar en ella?
(4) Entonces, mientras Jesús me decía aquellas palabras, yo le he dicho: “Mi buen Jesús, ¿en qué aprovecha a mi alma el tener tantas gracias, si después me amargan toda mi vida, especialmente en las horas de tu privación? Porque el comprender quién eres Tú y de quién estoy privada, es un continuo martirio para mí; por lo tanto no me sirven más que para hacerme vivir continuamente amargada”.
(5) Y Él ha agregado: “Cuando una persona ha gustado lo dulce de un alimento y después es obligada a tomar lo amargo, para quitar esa amargura se duplica el deseo de gustar lo dulce, y esto sirve mucho a aquella persona, porque si gustara siempre lo dulce sin probar jamás lo amargo, no tendría gran aprecio por lo dulce, y si siempre gustara lo amargo sin conocer lo dulce, no conociéndolo ni siquiera lo desearía, por eso lo uno y lo otro sirven, y así te sirven también a ti”.
(6) Y yo: “Pacientísimo Jesús mío, perdóname por tener que soportar a un alma tan mísera e ingrata, me parece que esta vez quiero investigar demasiado”.
(7) Y Jesús: “No te turbes, soy Yo mismo el que pongo las dificultades en tu interior para tener ocasión de conversar contigo, y a la vez para instruirte en todo”.
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2-76
Septiembre 25, 1899
Temor de que sus escritos puedan encontrarse en manos de otros.
(1) En mi mente estaba pensando: “Si estos escritos llegaran a manos de alguien, tal vez dirá: “Ha de ser una buena cristiana porque el Señor le hace tantas gracias”, sin saber que a pesar de todo esto soy todavía muy mala. He aquí cómo las personas se pueden engañar tanto en el bien, como en el mal. ¡Ah Señor, sólo Tú conoces la verdad y el fondo de los corazones!” Mientras esto pensaba ha venido el bendito Jesús y me ha dicho:
(2) “Amada mía, ¿y si las gentes supieran que tú eres mi defensora, y la de ellas?”
(3) Y yo: “Mi Jesús, ¿qué dices?”
(4) Y Él: “¡Cómo! ¿No es verdad que tú me defiendes de las penas que ellas me dan al ponerte en medio entre Yo y ellas, y tomas sobre ti el golpe que Yo estaba por recibir en Mí, y el que Yo debía descargar sobre ellas? Y si alguna vez no los recibes sobre ti es porque no te lo permito, y esto con una gran pena, hasta lamentarte Conmigo; ¿lo puedes acaso negar?”
(5) “No Señor, no puedo negarlo, pero veo que es una cosa que Tú mismo has infundido en mí, por eso digo que el hecho no es que yo sea buena, y me siento toda confundida al oír que me dices estas palabras”.
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2-77
Septiembre 26, 1899
Causa por la que Jesús no toma en cuenta las oposiciones. Vista abstractiva e intuitiva del alma.
(1) Esta mañana, habiendo venido mi adorable Jesús, me ha transportado fuera de mí misma, pero con mi suma pena lo veía de espaldas, y por cuanto le he rogado que me dejara ver su santísimo rostro me resultaba imposible. En mi interior iba diciendo: “Quién sabe, a lo mejor son mis oposiciones a la obediencia de escribir, por lo que no se digna hacer ver su rostro adorable”. Y mientras esto decía lloraba. Después de que me ha hecho llorar se ha volteado y me ha dicho:
(2) “Yo no tomo en cuenta tus oposiciones, porque tu voluntad está tan fundida con la mía que no puedes querer sino lo que quiero Yo; por eso mientras te repugna, al mismo tiempo te sientes atraída como por un imán a hacerlo, así que tus repugnancias no sirven para otra cosa que para volver más bella y resplandeciente la virtud de la obediencia, por eso no las tomo en cuenta”.
(3) Después he visto su bellísimo rostro, y en mi interior sentía un contento indescriptible, y dirigiéndome a Él le he dicho: “Dulcísimo Amor mío, si yo siento tanto deleite al verte, ¿qué habrá sentido nuestra Mamá Reina cuando te encerraste en su seno purísimo? ¿Qué contentos, cuántas gracias no le diste?”
(4) Y Él: “Hija mía, fueron tales y tantas las delicias y las gracias que vertí en Ella, que basta decirte que lo que Yo soy por naturaleza, nuestra Madre lo llegó a ser por gracia; mucho más, pues no teniendo culpa, mi gracia pudo dominar en Ella libremente, así que no hay cosa de mi Ser, que no le conferí a Ella”.
(5) En aquel instante me parecía ver a nuestra Reina Madre como si fuese otro Dios, con esta sola diferencia: Que en Dios es naturaleza propia, y en María Santísima es gracia conseguida. ¿Quién puede decir cómo he quedado asombrada? ¿Cómo mi mente se perdía al ver un portento de gracia tan prodigioso? Entonces, dirigiéndome a Él le he dicho: “Amado Bien mío, nuestra Madre tuvo tanto bien porque te hacías ver intuitivamente; yo quisiera saber cómo te muestras a mí, con la vista abstractiva o intuitiva. Quién sabe si es también abstractiva”.
(6) Y Él: “Quiero hacerte entender la diferencia que hay entre una y otra. En la abstractiva el alma mira a Dios, en la intuitiva entra dentro de Él y consigue las gracias, esto es, recibe en sí la participación del Ser Divino; y tú, ¿cuántas veces no has participado de mi Ser? Ese sufrir que en ti parece como si fuera connatural, esa pureza que llegas hasta sentir como si no tuvieras cuerpo, y tantas otras cosas, ¿no te las he dado cuando te he atraído a Mí intuitivamente?”
(7) “¡Ah! Señor, es verdad, y yo, ¿cuáles agradecimientos te he dado por todo esto? ¿Cuál ha sido mi correspondencia? Siento vergüenza de sólo pensarlo, pero ¡ah! perdóname y haz que me puedan conocer en el Cielo y en la tierra como un sujeto de tus infinitas misericordias.
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2-78
Septiembre 30, 1899
Tentaciones. Cómo la paciencia en sufrir las tentaciones es como un alimento sustancioso.
(1) Primero debo decir que he pasado una hora de infierno. Luego, rápidamente he mirado una imagen del niño Jesús, y un pensamiento como rayo ha dicho al niño: “¡Cómo eres feo!” He tratado de no darle importancia ni turbarme para evitar cualquier juego con el demonio, pero a pesar de esto aquel rayo diabólico me ha penetrado en el corazón, y sentía que mi pobre corazón odiaba a Jesús. ¡Ah sí, me sentía en el infierno haciendo compañía a los condenados, sentía el amor cambiado en odio! ¡Oh Dios, qué pena el no poderte amar! Decía: “Señor, es verdad que no soy digna de amarte, pero al menos acepta esta pena, que quisiera amarte y no puedo”.
(2) Después de haber pasado en el infierno más de una hora, parece que he salido, gracias a Dios, ¿pero quién puede decir cuán afligido ha quedado mi pobre corazón, débil por la guerra sostenida entre el odio y el amor? Sentía tal postración de fuerzas que me parecía no tener más vida. Entonces fui sorprendida por mi habitual estado, pero oh, cómo estaba decaída, mi corazón y todas las potencias interiores, que con ansia inenarrable desean y van en busca de su sumo y único Bien y sólo se detienen cuando lo han encontrado, y con sumo contento se lo gozan, esta vez no se atrevían a moverse, estaban tan aniquiladas, confundidas y abismadas en su propia nada, que no se hacían sentir. ¡Oh Dios, qué golpe cruel ha tenido que sufrir mi pobre corazón! Con todo esto mi siempre benigno Jesús ha venido y su vista consoladora me ha hecho olvidar rápidamente el haber estado en el infierno, tanto, que ni siquiera he pedido perdón a Jesús. Las potencias interiores, humilladas, cansadas como estaban, parecía que se reposaban en Él; todo era silencio, por ambas partes no había más que alguna mirada amorosa con la que nos heríamos el corazón uno al otro. Después de haber estado por algún tiempo es este profundo silencio, Jesús me ha dicho:
(3) “Hija mía, tengo hambre, dame alguna cosa”.
(4) Y yo: “No tengo nada que darte”. Pero en ese mismo instante he visto un pan y se lo he dado, y parecía que Él con todo gusto se lo comía. Ahora, en mi interior iba diciendo: “Hace ya algunos días que no me dice nada”. Y Jesús ha respondido a mi pensamiento:
(5) “A veces el esposo se complace en tratar con su esposa, confiarle sus más íntimos secretos; otras veces se deleita con más gusto en descansar y en contemplarse mutuamente su belleza, mientras que el hablar impide el reposarse, y el solo pensamiento de lo que se debe decir o de qué cosa se debe tratar, no deja poner atención en ver la belleza del esposo y de la esposa, pero sin embargo esto sirve, porque después de haberse reposado y comprendido de más su belleza, vienen a amarse más y con mayor fuerza salen para trabajar, tratar y defender sus intereses. Así estoy haciendo contigo, ¿no estás contenta?”
(6) Después de esto, un pensamiento me ha relampagueado en la mente, acerca de la hora pasada en el infierno y súbito he dicho: “Señor, perdóname cuantas ofensas te he hecho”.
(7) Y Él: “No quieras afligirte ni turbarte, soy Yo quien conduce al alma hasta en lo profundo del abismo, para poder después conducirla más rápido al Cielo”.
(8) Después me hizo comprender que aquel pan que encontré en mí no era otra cosa que la paciencia con la cual había soportado esa hora de sangrienta batalla, así que la paciencia, la humillación, el ofrecimiento a Dios de lo que se sufre en tiempo de tentación, es un pan sustancioso que se da a Nuestro Señor y que Él acepta con mucho gusto.
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2-79
Octubre 1, 1899
Jesús habla con amargura de los abusos de los sacramentos.
(1) Esta mañana Jesús seguía haciéndose ver en silencio, pero con un aspecto afligidísimo, y tenía clavada en la cabeza una tupida corona de espinas; mis potencias interiores las sentía en silencio y no se atrevían a decir una sola palabra; viendo que sufría mucho en la cabeza he extendido mis manos y poco a poco le he quitado la corona, pero, ¡qué acerbo espasmo sufría, cómo se abrían las heridas y la sangre corría a ríos! A decir verdad era cosa que desgarraba el alma. Después de haberle quitado la corona de espinas la he puesto sobre mi cabeza, y Él mismo ayudaba a que penetrara bien, pero todo era silencio por ambas partes. Pero cuál ha sido mi asombro, porque poco después lo he mirado de nuevo y le estaban poniendo otra corona de espinas con las ofensas que le hacían. ¡Oh perfidia humana! ¡Oh incomparable paciencia de mi Jesús, cuán grande eres! Y Jesús callaba y casi no los veía para no saber quiénes eran sus ofensores. Entonces de nuevo se la he quitado, y avivándose todas mis potencias interiores por una tierna compasión, le he dicho:
(2) “Amado Bien mío, dulce vida mía, ¿dime por qué no me dices nada? No ha sido jamás tu costumbre esconderme tus secretos. ¡Ah!, hablemos un poco, así desahogaremos un poco el dolor y el amor que nos oprime”.
(3) Y Él: “Hija mía, tú eres el alivio en mis penas. Sin embargo debes saber que no te digo nada porque tú me obligas siempre a no castigar a las gentes, quieres oponerte a mi justicia, y si no hago como tú quieres quedas descontenta y Yo siento una pena de más, o sea el no tenerte contenta, así que para evitar disgustos por ambas partes mejor hago silencio”.
(4) Y yo: “Mi buen Jesús, ¿acaso has olvidado cuánto sufres Tú mismo después de que has usado la justicia? El verte sufrir en las criaturas es lo que me decide a forzarte para que no castigues a la gente. Y además, ese ver a las mismas criaturas volverse contra Ti como tantas víboras venenosas, que si estuviera en su poder ya te hubieran quitado la vida, porque se ven bajo tus flagelos, y así irritan más tu justicia, no me da valor para decir Fiat Voluntas Tua”.
(5) Y Él: “Mi justicia no puede seguir más allá; me siento herir por todos, por sacerdotes, por devotos, por seglares, especialmente por el abuso de los sacramentos: Quién no les presta ninguna atención, agregando los desprecios; quienes frecuentándolos, de ellos hacen una plática de placer, y quién no estando satisfecho en sus caprichos, llega por esto a ofenderme. ¡Oh! cómo queda desgarrado mi corazón al ver reducidos los sacramentos como aquellas cuadros pintados, o como aquellas estatuas de piedra que de lejos parecen vivas, pero si se acerca uno se comienza a descubrir el engaño; y entonces si se hace por tocarlas, ¿qué cosa se encuentra? Papel, piedra, madera, objetos inanimados, y se queda desengañado del todo. Así son reducidos los sacramentos, para la mayor parte no hay otra cosa que la sola apariencia y quedan más sucios que limpios. Y además, el espíritu de interés que reina en los religiosos, es para llorar, ¿no te parece que son todo ojos ahí donde hay una miserable ganancia, hasta llegar a envilecer su dignidad? Pero donde no está el interés no tienen manos ni pies para moverse ni siquiera un poquito. Este espíritu de interés les llena tanto el interior, que desborda al exterior y hasta los mismos seglares sienten la peste, y escandalizados no tienen fe en sus palabras. ¡Ah sí, ninguno deja de ofenderme!; hay quien me ofende directamente, y quien, pudiendo impedir tanto mal, no se preocupa en hacerlo, así que no tengo a quién dirigirme. Pero Yo los castigaré de manera de hacerlos inútiles, y a quién destruiré perfectamente, llegarán a tanto, que quedarán desiertas las iglesias, sin tener quién administre los sacramentos”.
(6) Interrumpiendo su decir, toda espantada he dicho: “Señor, ¿qué dices? Si hay quienes abusan de los sacramentos, también hay muchas hijas buenas que los reciben con las debidas disposiciones y sufren mucho si no los frecuentan”.
(7) Y Él: “Demasiado escaso es su número, y además su pena por no poder recibirlos, servirá como una reparación a Mí y para ser víctimas por aquellos que abusan”.
(8) ¿Quién puede decir cómo he quedado herida por este hablar de Jesús bendito? Pero espero que quiera aplacarse por su infinita misericordia.
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2-80
Octubre 3, 1899
Divergencias con la obediencia, y cómo ésta es Jesús mismo.
(1) Esta mañana, Jesús continuaba haciéndose ver afligido. Yo no tenía valor de decirle ni una palabra a mi pacientísimo Jesús, por temor de que volviera a lamentarse por el estado religioso, y esto porque la obediencia quiere que escriba todo, también lo que respecta a la caridad del prójimo, y esto es tan penoso para mí que he debido luchar a brazo partido con la señora obediencia, la que tomó su aspecto de guerrero potentísimo, armado con sus armas para darme la muerte. En verdad me he encontrado en tales estrecheces, que yo misma no sabía qué hacer. Escribir según la luz con la que Jesús me hacía ver la caridad del prójimo, me parecía imposible, me sentía herir el corazón por mil espinas, me sentía enmudecer la boca y disminuir el ánimo y le decía: “Amada obediencia, tú sabes cuánto te amo y que de buena gana por amor tuyo daría la vida, pero veo que aquí no puedo, y tú misma ves el desgarro de mi alma. ¡Ah! no te vuelvas enemiga, no seas despiadada conmigo, sé más indulgente con quien tanto te ama. Ven conmigo tú misma y veamos juntas lo que más nos conviene decir”.
(2) Así parece que ha depuesto su furor y ella misma dictaba lo que era más necesario, encerrando en pocas palabras todo el sentido de las diferentes cosas respecto a la caridad, aunque a veces quería ser más detallada y yo le decía, basta, que con un poco de reflexión entiendan lo que significa, ¿no es mejor encerrar en una palabra todo el significado, que en tantas palabras?.
(3) A veces cedía la obediencia, a veces yo, y así parece que hemos estado de acuerdo. Cuánta paciencia se necesita con esta bendita señora obediencia, verdaderamente señora, porque basta que se le dé el derecho de dominar, y cambia su aspecto por el de un mansísimo cordero, ella misma hace el sacrificio del trabajo y hace reposar al alma con su Señor, poniéndose ella alrededor con ojo vigilante, para hacer que nadie ose molestarla ni interrumpir su sueño; y mientras el alma duerme, esta noble señora ¿qué hace? Ella está sudando de su frente, apurándose en el trabajo que le tocaba al alma, cosa que verdaderamente hace asombrar a cualquier mente humana inteligente, y mueve a los corazones a amarla.
(4) Ahora, mientras esto digo, en mi interior pienso: “¿Pero qué cosa es esta obediencia? ¿De qué está formada? ¿Cuál es el alimento que la sostiene?” Y Jesús hace oír su armoniosa voz en mi oído que dice:
(5) “¿Quieres saber qué cosa es la obediencia? La obediencia es la quintaesencia del amor; la obediencia es el amor más fino, más puro, más perfecto, extraído por el sacrificio más doloroso, cual es el destruirse a sí mismo para vivir de Dios. La obediencia, siendo nobilísima y divina, no admite en el alma nada de humano y que no sea suyo, por eso toda su atención es destruir en el alma todo lo que no pertenece a su nobleza divina, como es el amor propio, y hecho esto, poco le interesa que sea ella sola la que se esfuerce y se fatigue por lo que debería hacer el alma, y a ésta la hace reposar tranquilamente. Finalmente, la obediencia soy Yo mismo”.
(6) ¿Quién puede decir cómo he quedado maravillada y estática al oír este hablar de Jesús bendito? ¡Oh! santa obediencia, cómo eres incomprensible, yo me postro a tus pies y te adoro; te pido que seas mi guía, maestra, luz en el desastroso camino de la vida, para que guiada, enseñada, escoltada por tu luz purísima pueda con seguridad tomar posesión del puerto eterno. Termino casi esforzándome en salir de esta virtud de la obediencia, de otra manera no terminaría jamás de hablar. Es tanta la luz que veo de esta virtud, que podría escribir siempre sobre de ella, pero otras cosas me llaman, por eso hago silencio y sigo donde dejé.
(7) Entonces veía a mi dulce Jesús afligido, y recordando que la obediencia me había dicho que rezara por una persona, con todo el corazón la he encomendado, y Jesús me ha dicho:
(8) “Hija mía, que haga de manera que todas sus obras resplandezcan sólo de virtud, pero especialmente le recomiendo que no se inmiscuya en las cosas de familia; si tiene alguna cosa, que se deshaga de ella, si no tiene, no quiero que él se entrometa; que deje que las cosas las haga quien debe y él permanezca libre, sin enfangarse en las cosas terrenas, de otra manera vendría a incurrir en la desventura de los demás, que al principio, habiendo querido inmiscuirse en alguna cosa de familia, despues todo el peso ha quedado en sus hombros, y Yo, sólo por mi misericordia he debido permitir que no prosperaran, sino más bien que empobrecieran y así hacerles tocar con la mano cuán inconveniente es a un ministro mío enfangarse en las cosas terrenas, mientras, palabra salida de mi boca, que a los ministros de mi santuario, siempre y cuando no toquen las cosas terrenas, jamás les habría faltado el alimento cotidiano. Ahora, si a estos Yo los hubiera hecho prosperar, habrían enfangado su corazón y no habrían puesto atención ni a Dios ni a las cosas pertenecientes a su ministerio; ahora, aburridos, cansados de su estado, quisieran liberarse pero no pueden y esto es en castigo por lo que no deberían hacer”.
(9) Después le encomendé a un enfermo, y Jesús me mostraba sus llagas, que le había hecho aquel enfermo. Yo he tratado de rogarle, aplacarlo y repararlo y parecía que aquellas llagas se cerraban. Y Jesús, todo bondad me ha dicho:
(10) “Hija mía, hoy tú has hecho el oficio de un médico expertísimo, que no sólo ha tratado de aliviar, de vendar, sino también de curar las llagas que me hizo ese enfermo, por eso me siento muy aliviado y aplacado”.
(11) Entonces he comprendido que rezando por los enfermos se hace el oficio de médico a Nuestro Señor, que sufre en sus mismas imágenes.
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2-81
Octubre 7, 1899
Ve a Jesús enojado contra las gentes
(1) Esta mañana el bendito Jesús no venía y he debido armarme de paciencia para esperarlo. En mi interior decía: “Mi amado Jesús, ven, no me hagas esperar tanto. Desde ayer en la noche no te veo y ahora ya es demasiado tarde y Tú no vienes aún. Mira con cuánta paciencia te he esperado. ¡Ah! no hagas que llegue a impacientarme porque tardas tanto en venir, pues la causa eres Tú con tus tardanzas. Por eso ven, porque no puedo más”.
(2) Ahora, mientras estaba diciendo estos y otros disparates, mi único Bien ha venido, pero con sumo dolor mío, lo he visto enojado con las gentes. Súbito le he dicho: “Mi buen Jesús, te pido que hagas la paz con el mundo”.
(3) Y Él: “Hija, no puedo; Yo soy como un rey que quiere entrar en una casa, pero aquella casa está llena de cosas inmundas, de podredumbre y de muchas otras porquerías. El rey, como rey tiene el poder de entrar, no hay nadie que se lo pueda impedir y aun puede limpiar aquella habitación con sus propias manos, pero no quiere hacerlo, porque no es decoroso a su real persona descender a tantas bajezas, y mientras que la habitación no sea limpiada por otros, con todo y que tenga el poder, el querer y un gran deseo, hasta a sufrir, no se dignará poner en ella el pie. Así soy Yo. Soy Rey que puedo y quiero, pero quiero su voluntad, quiero que quiten la podredumbre de las culpas para entrar y hacer la paz con ellos. No, no es decoroso a mi realeza el entrar y ponerme en paz con ellos, es más, no haré otra cosa que mandar castigos. El fuego de la tribulación los inundará por todas partes, hasta aterrarlos, a fin de que se recuerden que existe un Dios, el único que puede ayudarlos y liberarlos”.
(4) Y yo, interrumpiendo su hablar le he dicho: “Señor, si quieres echar mano de los castigos, yo me quiero ir al Cielo, no quiero estar más en esta tierra. ¿Cómo podrá resistir mi corazón el ver sufrir a tus criaturas?” Y Jesús tomando un aspecto benigno me ha dicho:
(5) “¿Si tú te vienes, Yo a dónde iré a morar en esta tierra? Por ahora pensemos en estar juntos acá, porque en el Cielo tendremos largo tiempo para estar juntos, como es toda la eternidad. Y además, demasiado pronto has olvidado el oficio de hacerme de madre en la tierra. Por lo tanto, mientras castigue a las gentes Yo vendré a refugiarme y moraré contigo”.
(6) Y yo: “Ah Señor, ¿de qué ha servido mi estado de víctima por tantos años? ¿Qué bien les ha llegado a los pueblos, ya que Tú me decías que me querías como víctima para evitar los castigos a las gentes? Y ahora me haces ver que esos castigos, en vez de que sucedieran tantos años atrás, van a suceder ahora, ni más ni menos que esto”.
(7) Y Él: “Hija mía, no digas eso; mi magnanimidad ha sido por amor tuyo, y el bien que ha venido de esto, ha sido que terribles castigos que debían hacer estragos por muchísimo tiempo, ahora por eso serán más breves. ¿Y no es esto un bien, que alguien, en vez de estar por muchos años bajo el peso de un castigo, sólo lo esté por pocos? Además, en el curso de estos años pasados, guerras, muertes imprevistas que no debían tener tiempo de convertirse, ahora en cambio lo han tenido y se han salvado, ¿no es esto un gran bien? Amada mía, por ahora no es necesario hacerte comprender el provecho de tu estado para ti y para los pueblos, pero te lo mostraré cuando vengas al Cielo y el día del juicio lo mostraré a todas las naciones. Por eso, no hables más de este modo”.
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2-82
Octubre 14, 1899
Jesús dice cómo son necesarios los castigos, y habla en modo conmovedor de la esperanza.
(1) Esta mañana me sentía un poco turbada y toda aniquilada en mí misma. Me veía como si el Señor me quisiera arrojar de Sí. ¡Oh Dios, qué pena tan desgarradora es esta! Mientras me encontraba en tal estado, el bendito Jesús ha venido con una cuerdita en la mano y golpeando mi corazón tres veces, me ha dicho:
(2) “Paz, paz, paz, ¿no sabes tú que el reino de la esperanza es reino de paz, y el derecho de esta esperanza es la justicia? Tú, cuando veas que mi justicia se arma contra las gentes, entra en el reino de la esperanza, e invistiéndote de las cualidades más potentes que ella posee, sube hasta mi trono y haz cuanto puedas para desarmar mi brazo armado; y esto lo harás con las voces más elocuentes, más tiernas, más piadosas, con las razones más poderosas, con las oraciones más ardientes, que la misma esperanza te dictará. Pero cuando veas que la misma esperanza está por sostener ciertos derechos de justicia que son absolutamente necesarios, y que quererlos ceder sería un querer hacer afrenta a sí misma, lo que no puede ser jamás, entonces confórmate a Mí y cede a la justicia”.
(3) Y yo, más aterrada que nunca, porque debía ceder a la justicia le he dicho: “Ah Señor, ¿cómo puedo hacer esto? Me parece imposible, el solo pensamiento de que debes castigar a las gentes, siendo tus imágenes, no puedo tolerarlo, si al menos fueran criaturas que no te pertenecieran. Sin embargo, esto es nada, lo que más me desgarra es que te debo ver a Ti, casi estoy por decir, golpeado por Ti mismo, abofeteado, flagelado, afligido, porque los castigos caerán sobre tus mismos miembros, no sobre los otros, y por eso Tú mismo vendrás a sufrir. Dime, mi solo y único Bien, ¿cómo podrá resistir mi corazón el verte sufrir, golpeado por Ti mismo? Que te hagan sufrir las criaturas, son siempre criaturas y es más tolerable, pero esto es tan duro, que no puedo aceptarlo, por eso no puedo conformarme Contigo, ni ceder”.
(4) Y Él, apiadándose y enterneciéndose todo por este hablar mío, tomando un aspecto afligido y benigno me ha dicho:
(5) “Hija mía, tú tienes razón en que quedaré golpeado en mis mismos miembros, tanto que al oírte hablar, todas mis entrañas me las siento conmovidas y mover a misericordia y el corazón me lo siento destrozar de ternura. Pero créeme a Mí que son necesarios los castigos, y si tú no quieres verme golpeado ahora un poco, me verás golpeado después más terriblemente, porque más me ofenderán, ¿y esto no te disgustaría más? Por eso confórmate Conmigo, de otra manera me obligarás, para no verte disgustada, a no decirte ya nada, y con esto vendrás a negarme el alivio que siento al conversar contigo. ¡Ah! sí, me reducirás al silencio sin tener con quién desahogar mis penas”.
(6) ¿Quién puede decir cómo he quedado amargada por su hablar? Y Jesús como si me quisiera distraer de mi aflicción, continuó hablando sobre la esperanza diciéndome:
(7) “Hija mía, no te turbes, la esperanza es paz, y así como Yo, en el momento mismo de hacer justicia estoy en la más perfecta paz, así tú, sumergiéndote en la esperanza estate en paz. El alma que está en la esperanza, al quererse afligir, turbar, desconfiar, incurriría en la desventura de aquella que, mientras posee millones y millones de monedas y es reina de varios reinos, va imaginando y dando lamentos diciendo: “¿De qué voy a vivir? ¿Cómo me vestiré? ¡Ay, me muero por el hambre! ¡Soy muy infeliz! ¡Me reduciré a la más estrecha miseria y terminaré con perecer!” Y al decir esto llora, suspira y pasa sus días triste, escuálida, inmersa en la más grande tristeza. Y esto no es todo, lo que es peor es que si ve sus tesoros, si camina por sus propiedades, en vez de alegrarse se aflige más pensando en su fin próximo y viendo el alimento no lo quiere tocar para sostenerse, y si alguno quiere persuadirla haciéndole tocar con la mano sus riquezas mostrándoselas y diciéndole que no puede ser que se reduzca a la más estrecha miseria, ella no se convence, queda aturdida y llora todavía más su triste suerte. Ahora, ¿qué diría la gente de ella? Que está loca, que se ve que no tiene razón, que ha perdido el cerebro; la razón está clara, no puede ser de otra manera. No obstante, puede darse el que esta tal pueda caer en la desventura que se imagina, ¿pero de qué modo? Saliendo de sus reinos, abandonando todas sus riquezas y yendo a tierras extranjeras, en medio de gente bárbara, donde nadie se digne darle ni una migaja de pan. Y he aquí que su fantasía se ha hecho realidad; lo que era falso ahora es verdad. ¿Pero quién ha sido la causa? ¿A quién se culparía de un cambio de estado tan triste? A su pérfida y obstinada voluntad. Precisamente así es un alma que se encuentra en posesión de la esperanza: el quererse turbar, desanimar, es ya la más grande locura”.
(8) Y yo: “¡Ah! Señor, ¿cómo puede ser que el alma pueda estar siempre en paz viviendo en la esperanza? ¿Y si el alma comete algún pecado, cómo puede estar en paz?”.
(9) Y Jesús: “En el momento en el que el alma peca, se sale del reino de la esperanza, ya que pecado y esperanza no pueden estar juntos. Cualquier razón acepta que cada uno está obligado a respetar, conservar y cultivar lo que es suyo, ¿quién es aquel hombre que va a sus terrenos y quema lo que posee? ¿Quién es quien no tiene celosamente custodiadas sus pertenencias? Creo que ninguno. Ahora, el alma que vive en la esperanza, con el pecado ofende a la misma esperanza y si estuviese en su poder, quemaría todos los bienes que posee la esperanza, y entonces se encontraría en la desventura de aquella tal que, abandonando sus bienes va a vivir a tierras extrañas. Así el alma, con el pecado, alejándose de esta madre pacífica, de la esperanza tan tierna y piadosa, que llega a alimentarla con sus mismas carnes, como es Jesús en el Sacramento, objeto primario de nuestra esperanza, se va a vivir en medio de gente bárbara como son los demonios, que negándole hasta el más mínimo consuelo, no la alimentarán de otra cosa más que de veneno, que es el pecado. No obstante, esta madre piadosa. ¿Qué hace? ¿Mientras el alma se aleja de ella, se quedará indiferente? ¡Ah no! Llora, reza, la llama con las voces más tiernas, más conmovedoras, va junto a ella y sólo se contenta cuando la regresa a su reino”.
(10) Mi dulce Jesús continua diciéndome: “La naturaleza de la esperanza es paz, y lo que ella es por naturaleza, el alma que vive en el seno de esta madre pacífica lo consigue por gracia”.
(11) Y en el momento mismo en que Jesús bendito dice estas palabras, con una luz intelectual me hace ver bajo la semejanza de una madre lo que ha hecho esta esperanza por el hombre. ¡Oh, qué escena tan conmovedora y ternísima, que si todos la pudiesen ver, llorarían de pena hasta los corazones más duros y todos se aficionarían, la querrían tanto, que resultaría imposible separarse por un solo momento de sus rodillas maternas. Y ahora trataré de decir lo que comprendo y puedo:
(12) El hombre vivía encadenado, esclavo del demonio, condenado a la muerte eterna, sin esperanza de poder resurgir a la vida eterna; todo estaba perdido y su suerte estaba en ruinas. Esta madre vivía en el Empíreo, unida con el Padre y el Espíritu Santo, bienaventurada, feliz con Ellos; pero parecía que no estuviera contenta, quería a sus hijos, a sus amadas imágenes en torno a ella, la obra más bella salida de sus manos. Ahora, mientras estaba en el Cielo, su ojo estaba atento al hombre que estaba perdido en la tierra. Toda ella se ocupa de la manera de salvar a estos sus amados hijos, y viendo que estos hijos no pueden absolutamente satisfacer a la Divinidad, aun a costa de cualquier sacrificio, pues son muy inferiores a Ella, ¿qué cosa hace esta madre piadosa? Ve que no hay otro medio para salvar a estos hijos que dar la propia vida para salvar la de ellos, y tomar sobre sí sus penas y miserias y hacer todo lo que ellos debían hacer por ellos mismos, entonces, ¿qué piensa hacer? Esta madre amorosa se presenta ante la divina justicia con lágrimas en los ojos, con las voces más tiernas, con las razones más potentes que su magnánimo corazón le dicta y dice: “Gracia te pido para mis perdidos hijos, no me resiste el ánimo verlos separados de Mí, a cualquier costo quiero salvarlos, y si bien veo que no hay otro medio que poner mi propia vida, la quiero poner con tal de que readquieran la de ellos. ¿Qué cosa quieres de ellos? ¿Reparación? Reparo yo por ellos. ¿Gloria, honor? Yo te honro y glorifico por ellos. ¿Agradecimientos? Yo te agradezco, todo lo que quieres de ellos te lo doy Yo, con tal que los pueda tener junto Conmigo reinando”.
(13) La Divinidad queda conmovida al ver las lágrimas, el amor de esta piadosa madre, y convencida por sus potentes razones se siente inclinada a amar a estos hijos, y lloran juntos su desventura, y poniéndose de acuerdo concluyen que aceptan el sacrificio de la vida de esta madre, quedando por ello plenamente satisfechos, para readquirir a estos hijos. No apenas es firmado el decreto, desciende enseguida del Cielo y viene a la tierra, y dejando sus vestiduras reales que tenía en el Cielo se viste de las miserias humanas, como si fuese la más vil esclava y vive en la pobreza más extrema, en los sufrimientos más inauditos, en los desprecios más insoportables a la naturaleza humana; no hace otra cosa que llorar e interceder por sus amados hijos. Pero lo que más lo hace a uno quedar asombrado, tanto de esta madre como de estos hijos, es que mientras ella ama tanto a estos hijos, éstos, en vez de recibir a esta madre con los brazos abiertos, ya que viene a salvarlos, hacen lo contrario; ninguno la quiere recibir ni reconocer, es más, la obligan a ir errante, la desprecian y empiezan a planear cómo matar a esta madre tan tierna y excesivamente amante de ellos. ¿Qué hará esta madre tan tierna al verse tan malamente correspondida por sus ingratos hijos? ¿Se detendrá acaso? ¡Ah! no, más bien se enciende más de amor por ellos y corre de un punto a otro para reunirlos y ponérselos en su regazo. ¡Oh, cómo se fatiga, cómo se cansa, hasta gotear sudor, no sólo de agua sino también de sangre! No se da un momento de tregua, está siempre en actitud de efectuar su salvación, provee a todas sus necesidades, remedia todos sus males pasados, presentes y futuros; en suma, no hay cosa que no ordene y disponga para su bien.
(14) ¿Pero qué cosa hacen estos hijos? ¿Se han tal vez arrepentido de la ingratitud que tuvieron al recibirla? ¿Han cambiado sus pensamientos en favor de esta madre? ¡Ah! no, la miran con malos ojos, la deshonran con las calumnias más negras, le procuran oprobios, desprecios, confusiones, la golpean con todo tipo de flagelos, reduciéndola toda a una llaga, y terminan con hacerla morir con una muerte, la más infame que se pueda encontrar, en medio de crueles espasmos y dolores. Pero, ¿qué cosa hace esta madre en medio de tantas penas? ¿Odiará tal vez a estos hijos tan rebeldes e insolentes? ¡Ah no, jamás!, ahora más que nunca los ama extremadamente, ofrece sus penas por su misma salvación y expira con la palabra de la paz y del perdón.
(15) ¡Oh! Madre mía bella, ¡oh amada esperanza, cuán amable eres en ti misma, yo te amo! ¡Ah! Tenme siempre en tu regazo y seré la más feliz del mundo. Mientras estoy determinada a dejar de hablar de la esperanza, una voz me resuena por todas partes que dice:
(16) “La esperanza contiene todo el bien presente y futuro, y quien vive en su regazo y crece sobre sus rodillas, todo lo que quiere obtiene. ¿Qué cosa quiere el alma: gloria, honor? La esperanza le dará todo el honor y la gloria más grande en la tierra, ante todas las gentes, y en el Cielo la glorificará eternamente. ¿Querrá tal vez riqueza? ¡Oh! Esta madre esperanza es riquísima, y lo que es más, dando sus bienes a sus hijos, no disminuyen sus riquezas en nada; además, estas riquezas no son fugaces y pasajeras, sino eternas. ¿Querrá placeres, contentos? ¡Ah! Sí, esta esperanza contiene en sí todos los placeres y gustos posibles, que se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra, que ningún otro jamás podrá igualarla, y quien a su seno se nutre, los gusta hasta la saciedad, y ¡oh! cómo es feliz y contenta. ¿Querrá ser docta, sabia? Esta Madre esperanza contiene en sí las ciencias más sublimes, más bien es la maestra de todos los maestros, y quien se hace enseñar por ella aprende la ciencia de la verdadera santidad”.
(17) En suma, la esperanza nos suministra todo, de modo que, si uno es débil, le dará la fuerza; si otro está manchado, la esperanza instituyó los Sacramentos y ahí preparó el lavado de sus manchas; si siente hambre y sed, esta Madre piadosa nos da el alimento más bello, más sabroso, como son sus delicadísimas carnes y por bebida su preciosísima sangre. ¿Qué otra cosa de más puede hacer esta madre pacífica de la esperanza? ¿Quién se le asemejará? ¡Ah!, Sólo ella ha puesto en paz el Cielo y la tierra, la esperanza ha unido con ella la fe y la caridad y ha formado ese anillo indisoluble entre la naturaleza humana y la Divina. ¿Pero quién es esta Madre? ¿Quién es esta esperanza? Es Jesucristo, que obró nuestra Redención y formó la esperanza del hombre descarriado.
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2-83
Octubre 16, 1899
Expectaciones. Jesús habla de castigos.
(1) Esta mañana mi dulce Jesús no venía y desde ayer en la noche no lo he visto, cuando se hizo ver con un aspecto que daba piedad y terror al mismo tiempo, se quería esconder para no ver los castigos que Él mismo estaba mandando a la gente y el modo como debía destruirlas. ¡Oh Dios, qué espectáculo tan desgarrador, jamás visto! Mientras esperaba y esperaba, en mi interior iba diciendo: “¿Cómo es que no viene? Quién sabe, tal vez no venga porque yo no me conformo a su justicia, ¿pero, cómo puedo hacerlo? Me parece casi imposible decir “Fiat Voluntas Tua”. Decía también: “No viene porque el confesor no me lo manda”. Ahora, mientras esto pensaba, cuando apenas y casi su sombra he visto, me ha dicho:
(2) “No temas, la potestad a los sacerdotes es limitada; sólo que en la medida que se presten a pedirme que venga a ti y a ofrecerte para hacerte sufrir con el fin de lograr que perdone a las gentes, así Yo, cuando envíe los castigos los curaré y los libraré, pero si no se dan ningún pensamiento, tampoco Yo tendré consideración por ellos”.
(3) Dicho esto ha desaparecido, dejándome en un mar de aflicción y de lágrimas.
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2-84
Octubre 21, 1899
Los bienes terrenos deben servir para la santificación, no para ser ídolos para el hombre. Causa de los castigos.
(1) Después de haber pasado días amarguísimos de privación, me sentía cansada y sin fuerzas, si bien iba ofreciendo estas mismas penas diciendo: “Señor, Tú sabes cuánto me cuesta el estar privada de Ti, pero me resigno a tu Santa Voluntad, ofreciendo esta pena acerbísima como medio para atestiguarte mi amor y aplacarte. Estos tedios, fastidios, flaquezas, frialdades que siento, tengo intención de enviártelos como mensajeros de alabanzas y de reparaciones por mí y por todas las criaturas; esto tengo y esto te ofrezco. Es cierto que Tú aceptas el sacrificio de la buena voluntad cuando se te ofrece lo que uno puede sin reserva alguna, pero ven, porque no puedo más”.
(2) Muchas veces me venía la tentación de conformarme a la justicia y pensaba que la causa por la que no venía era yo misma, porque cuando Jesús, en los días pasados me había dicho que si no me conformaba lo obligaría a que no viniera y a no decirme más nada para no tenerme descontenta, pero no tenía ánimo de hacerlo, mucho más porque la obediencia no lo consentía. Mientras me encontraba entre estas amarguras, primero ha venido una luz, con una voz que decía:
(3) “A medida que el hombre se entromete en las cosas terrenas, así se aleja y pierde la estima de los bienes eternos. Yo he dado las riquezas para que se sirvan de ellas para su santificación, pero se han servido de ellas para ofenderme y formar un ídolo para su corazón, y yo destruiré a las personas y a las riquezas junto con ellas”.
(4) Después de esto he visto a mi amadísimo Jesús, pero tan sufriente, ofendido y airado con las gentes, que daba terror. Yo súbito he comenzado a decirle: “Señor, te ofrezco tus llagas, tu sangre, el uso santísimo de tus santísimos sentidos que hiciste en el curso de tu vida mortal, para repararte las ofensas y el mal uso de los sentidos que hacen las criaturas”.
(5) Y Jesús, tomando un aspecto serio y casi airado ha dicho:
(6) “¿Sabes tú cómo han llegado a ser los sentidos de las criaturas? Como aquellos rugidos de las bestias feroces, que con sus rugidos alejan a los hombres en vez de atraerlos. Es tanta la podredumbre y la multiplicidad de las culpas que sale de sus sentidos, que me obligan a huir”.
(7) Y yo: “¡Ah! Señor, como te veo enojado. Si Tú quieres continuar mandando castigos, yo me quiero ir al Cielo, o bien quiero salir de este estado. ¿En qué aprovecha estar en él si ya no puedo más ofrecerme víctima para librar a las gentes?” Y Él, hablándome serio, tanto que me sentía aterrar, me ha dicho:
(8) “Tú quieres tocar los dos extremos, o que no haga nada, o que tú te quieres venir. ¿No te contentas conque las gentes sean perdonadas en parte? ¿Crees tú que Corato sea el mejor y el que menos me ofende? ¿Y el que lo haya perdonado en parte en comparación de las otras ciudades es cosa de nada? Por eso conténtate y cálmate, y mientras Yo me ocupo en castigar a las gentes, tú acompáñame con tus suspiros y con tus sufrimientos, pidiéndome que los mismos castigos sirvan para la conversión de los pueblos”.
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2-85
Octubre 22, 1899
La cruz, un camino tachonado de estrellas.
(1) Continúa Jesús haciéndose ver afligido. En cuanto ha venido se ha arrojado en mis brazos, todo extenuado como queriendo un alivio. Me ha participado un poco de sus sufrimientos y después me ha dicho:
(2) “Hija mía, el camino de la cruz es un camino lleno de estrellas, conforme se camina, esas estrellas se cambian en soles luminosísimos. ¿Qué felicidad será para el alma por toda la eternidad el estar circundada por estos soles? Además, el premio grande que doy a la cruz es tal, que no hay medida, ni de largo ni de ancho, es casi incomprensible a las mentes humanas, y esto porque al soportar las cruces no puede haber nada de humano, sino todo divino”.
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2-86
Octubre 24, 1899
El hombre es una reproducción del Ser Divino.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús ha venido y me ha transportado fuera de mí misma, en medio a las gentes, y parecía que Jesús miraba con ojos de compasión a las criaturas, y los mismos castigos aparecían como infinita misericordia suya, salida de lo más íntimo de su corazón amorosísimo; entonces, vuelto hacia mí me ha dicho:
(2) “Hija mía, el hombre es una reproducción del Ser Divino, y como nuestro alimento es el amor, siempre recíproco, conforme y constante entre las Tres Divinas Personas, por eso, el hombre habiendo salido de nuestras manos y del amor puro y desinteresado, es como una partícula de nuestro alimento. Ahora, esta partícula se ha vuelto amarga; no sólo eso, sino que la mayor parte, separándose de Nosotros se ha hecho pasto de las llamas infernales y alimento del odio implacable de los demonios, nuestros y sus capitales enemigos. He aquí la causa principal de nuestro descontento por la pérdida de las almas: Porque son nuestras, son cosa que nos pertenece; y también la causa que me empuja a castigarlos es el gran amor que tengo por ellos, para poder poner a salvo sus almas”.
(3) Y yo: “¡Ah! Señor, parece que esta vez no tienes otras palabras que decir más que de castigos, tu Potencia tiene tantos otros medios para salvar estas almas. Y además, si estuviera cierta que toda la pena caería sobre ellos y Tú quedaras libre, sin sufrir en ellos, me contentaría, pero veo que ya estás sufriendo mucho por aquellos castigos que has mandado, ¿qué será si continúas mandando otros castigos?”
(4) Y Jesús: “A pesar de todo lo que sufro, el amor me obliga a enviar flagelos más pesados, y esto porque no hay medio más potente para hacer entrar en sí mismo al hombre y hacerle conocer qué cosa es su ser, que el hacer que se vea a sí mismo deshecho; los otros medios parece que lo robustecen de más, por eso confórmate a mi justicia. Veo bien que el amor que tú me tienes es lo que te empuja a no conformarte Conmigo y no tienes corazón de verme sufrir; pero también mi Madre me amó más que todas las criaturas, tanto, que ninguna otra podrá jamás igualarla, sin embargo, para salvar a las almas se conformó a la justicia y se contentó con verme sufrir tanto. Si esto hizo mi Madre, ¿cómo no lo podrías hacer tú?”
(5) Y en el momento en que Jesús hablaba me sentía atraer tanto mi voluntad a la suya, que casi no sabía resistir a conformarme con su justicia, no sabía qué decir, tan convencida me sentía; sin embargo no manifesté mi voluntad. Jesús ha desaparecido y yo he quedado en esta duda, si debo o no conformarme.
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2-87
Octubre 25, 1899
Jesús habla de su gran amor por las criaturas.
(1) Mi dulcísimo Jesús continúa manifestándose casi siempre igual. Esta mañana ha agregado:
(2) “Hija mía, es tanto el amor hacia las criaturas, que como un eco resuena en las regiones celestiales, llena la atmósfera y se difunde sobre toda la tierra. ¿Pero cuál es la correspondencia que dan las criaturas a este eco amoroso? ¡Ay! me corresponden con un eco de ingratitud, venenoso, lleno de todo tipo de amarguras y de pecados, con un eco casi asesino, apto sólo para herirme. Pero yo despoblaré la faz de la tierra, a fin de que este eco lleno de veneno no aturda más mis oídos”.
(3) Y yo: “¡Ah! Señor, ¿qué dices?”
(4) Y Jesús: “Yo no hago más que como un médico piadoso, que tiene los remedios extremos para sus hijos, y estos hijos están llenos de llagas, ¿qué hace este padre y médico que ama a sus hijos más que la propia vida? ¿Dejará que se gangrenen estas llagas? ¿Los dejará morir por temor de que aplicando el fuego y los instrumentos ellos sufran? ¡No, jamás! Aunque sentirá como si sobre él se aplicaran tales instrumentos, con todo y esto tomará los instrumentos, desgarra y corta las carnes, aplica el remedio, el fuego, para impedir que la corrupción avance más. Si bien muchas veces sucede que en estas operaciones los pobres hijos se mueren, pero no era esta la voluntad del padre médico, sino que su voluntad es verlos curados. Así soy Yo, hiero para curarlos, los destruyo para resucitarlos. Que muchos perezcan, no es esa mi Voluntad, esto es efecto de su malvada y obstinada voluntad, es efecto de este eco venenoso que, hasta no verse destruidos, quieren enviármelo”.
(5) Y yo: “Dime, mi único Bien, ¿cómo podría endulzarte este eco venenoso que tanto te aflige?”
(6) Y Él: “El único medio es que tú hagas siempre todas tu obras con la sola finalidad de agradarme y que uses todos tus sentidos y potencias con la finalidad de amarme y glorificarme. Haz que cada pensamiento tuyo, palabra y todo lo demás, no quiera otra cosa que el amor que tienes hacia Mí, así tu eco subirá agradable a mi trono y endulzará mi oído”.
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2-88
Octubre 28, 1899
¿Quién eres tú y quién soy Yo?
(1) Esta mañana mi amable Jesús ha venido en medio de una luz, y mirándome como si me penetrara por todos lados, tanto que me sentía aniquilada, me ha dicho:
(2) “¿Quién soy Yo, y quién eres tú?”
(3) Estas palabras me penetraban hasta la médula de los huesos y descubría la infinita distancia que hay entre el Infinito y el finito, entre el Todo y la nada; y no sólo eso, sino que descubría también la malicia de esta nada y el modo como se había enfangado, me parecía como un pez que nada en las aguas, así mi alma nadaba en la podredumbre, en los gusanos y en tantas otras cosas aptas solamente para dar horror a la vista. ¡Oh Dios, qué vista tan abominable! Mi alma quería huir de la vista de Dios tres veces Santo, pero con otras dos palabras me ató: “¿Cuál es mi Amor hacia ti? Y, ¿cuál es tu correspondencia hacia Mí?”
(4) Ahora, mientras a la primera palabra habría querido huir espantada por su presencia, a la segunda palabra, ¿cuál es mi Amor hacia ti? Me he encontrado abismada, atada por todas partes por su amor, así que mi existencia era un producto de su amor, y si este amor cesaba, yo no existía más. Entonces, me parecía que los latidos del corazón, la inteligencia y hasta el respiro eran todos una reproducción de su Amor, yo nadaba en Él y aun el querer huir me parecía imposible, porque su amor me circundaba por todos lados. Mi amor me parecía como una gotita de agua arrojada en el mar, que desaparece y no se puede distinguir más.
(5) Cuántas cosas he comprendido, pero si las quisiera decir todas me alargaría demasiado. Entonces Jesús ha desaparecido y yo he quedado toda confundida, me veía toda pecado y en mi interior imploraba perdón y misericordia. Poco después mi único Bien ha regresado y yo me sentía toda bañada por la amargura y por el dolor de mis pecados, y Él me ha dicho:
(6) “Hija mía, cuando un alma está convencida de haber hecho mal al ofenderme, hace ya el oficio de la Magdalena que bañó mis pies con sus lágrimas, los ungió con bálsamo y los secó con sus cabellos. El alma, cuando comienza a ver en sí misma el mal que ha hecho, me prepara un baño a mis llagas. Viendo el mal siente amargura y prueba dolor, y con esto viene a ungir mis llagas con un bálsamo exquisito. Por este conocimiento el alma quisiera hacer una reparación, y viendo la ingratitud pasada, siente nacer en ella el amor hacia un Dios tan bueno y quisiera dar su vida para testimoniar su amor, y esto son los cabellos, que como tantas cadenas de oro la unen a mi amor”.
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2-89
Octubre 29, 1899
Jesús la lleva en brazos y la instruye.
(1) Continúa viniendo mi adorable Jesús, pero esta mañana, en cuanto ha venido me ha tomado entre sus brazos y me ha transportado fuera de mí misma; y yo, encontrándome en aquellos brazos comprendía muchas cosas y especialmente que para poder estar libremente en los brazos de Nuestro Señor y también para entrar buenamente en su corazón y salir de él como al alma más le plazca, y para no ser de peso y fastidio al bendito Jesús, es absolutamente necesario despojarse de todo. Por tanto, con todo el corazón le he dicho: “Mi amado y único Bien, lo que te pido para mí es que me despojes de todo, porque bien veo que para ser revestida por Ti y vivir en Ti, y que Tú vivas en mí, es necesario que no tenga ni siquiera la sombra de lo que no te pertenece”. Y Él todo benignidad, me ha dicho:
(2) “Hija mía, la cosa principal para que Yo entre en un alma y forme mi habitación en ella, es el desapego total de toda cosa. Sin esto no sólo no puedo morar en ella, sino que ni siquiera alguna virtud puede tomar habitación en el alma. Después que el alma ha hecho salir todo de sí, entonces Yo entro en ella y unido con la voluntad del alma fabricamos una casa, los cimientos de esta casa se basan en la humildad, y cuanto más profundos sean, tanto más altos y fuertes resultan los muros; estos muros serán fabricados con piedras de mortificación, cubiertos de oro purísimo de caridad. Después de que se han construido los muros, Yo, como excelentísimo pintor, no con cal y agua, sino con los méritos de mi Pasión, simbolizados por la cal, y con los colores de mi sangre, simbolizados por el agua, los recubro y en ellos formo las más excelentísimas pinturas, y esto sirve para protegerla bien de las lluvias, de las nevadas y de cualquier golpe. Inmediatamente después vienen las puertas, y para hacer que éstas sean sólidas como madera, no sujetas a la polilla, es necesario el silencio, que forma la muerte de los sentidos exteriores. Para custodiar esta casa es necesario un guardián que vigile por todas partes, por dentro y por fuera, y éste es el santo temor de Dios, que la guarda de cualquier inconveniente, viento, o cualquier otra cosa que pueda amenazarla. Este temor será la salvaguardia de esta casa, que hará obrar al alma no por temor de la pena, sino por temor de ofender al propietario de esta casa. Este santo temor debe hacer que todo se haga para agradar a Dios, sin ninguna otra intención. Enseguida se debe adornar esta casa y llenarla de tesoros, estos tesoros no deben ser otra cosa que deseos santos, lágrimas; estos eran los tesoros del Antiguo Testamento y en ellos encontraron su salvación, en el cumplimiento de sus votos su consolación, la fuerza en los sufrimientos; en suma, toda su fortuna la basaban en el deseo del futuro Redentor y en este deseo obraban como atletas. El alma sin deseo obra casi como muerta; aun las mismas virtudes, todo es tedio, fastidio, animadversión, ninguna cosa le agrada, camina casi arrastrándose por el camino del bien. Todo lo contrario el alma que desea, ninguna cosa le causa peso, todo es alegría, vuela, en las mismas penas encuentra sus gustos, y esto porque había un anticipado deseo, y las cosas que primero se desean, después vienen a amarse, y amándose, se encuentran los placeres más agradables. Por eso este deseo debe acompañar al alma desde antes de que se fabrique esta casa.
(3) Los adornos de esta casa serán las piedras más preciosas, las perlas, las gemas más costosas de esta mi vida, basada siempre en el sufrir y el puro sufrir; y como Aquel que la habita es el dador de todo bien, pone en ella el ajuar de todas las virtudes, la perfuma con los más suaves olores, siembra las flores más encantadoras y perfumadas, hace sonar una música celestial de las más agradables, hace respirar un aire de Paraíso.
(4) He olvidado decir que se necesita ver si hay paz doméstica, y ésta no debe ser otra cosa que el recogimiento y el silencio de los sentidos interiores”.
(5) Después de esto, yo continuaba estando en los brazos de Nuestro Señor y me encontraba despojada de todo; mientras estaba en esto, veía al confesor presente y Jesús me ha dicho, pero me parecía que quería hacer una broma para ver qué cosa decía yo:
(6) “Hija mía, tú te has despojado de todo, y tú sabes que cuando uno se despoja se necesita otra persona que piense en vestirlo, en alimentarlo y que le dé un lugar donde vivir. Tú, ¿dónde quieres estar, en los brazos del confesor o en los míos?”
(7) Y mientras decía esto, hacía el intento de ponerme en los brazos del confesor. Yo he comenzado a insistir que no quería ir, y Él que sí quería. Después de un poco de disputa me ha dicho:
(8) “No temas, te tengo en mis brazos”.
(9) Y así hemos quedado en paz.
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2-90
Octubre 30, 1899
Amenaza de castigos. No se conforma a la Justicia.
(1) Esta mañana mi benigno Jesús ha venido todo afligido, y las primeras palabras que me ha dicho han sido:
(2) “¡Pobre Roma, cómo serás destruida! ¡Al verte Yo te compadezco!”
(3) Y lo decía con tal ternura que daba compasión; pero no he entendido si serán sólo las personas o también los edificios. Yo, como tenía la obediencia de no conformarme a la justicia, sino de rezar, por eso le he dicho: “Mi amado Jesús, cuando se habla de castigos no se necesita oponerse más, sino solamente rezar”. Y así he comenzado a rezar, a besar sus llagas y a hacer actos de reparación. Y mientras esto hacía, Él de vez en cuando me decía:
(4) “Hija mía, no me hagas violencia, haciendo esto tú quieres forzarme, por eso estate quieta”.
(5) Y yo: “Señor, es la obediencia que así lo quiere, no soy yo la que lo quiero”.
(6) Él ha agregado: “El río de la iniquidad es tanto, que llega a impedir la redención de las almas, y sólo la oración y mis llagas impiden que este río impetuoso las arrastre a todas en él”.
Deo Gratias.
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Fuente
• Libro de Cielo. Sierva de Dios, Luisa Piccarreta. divinavoluntad.info
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