La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad
(Texto tomado del libro “La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad” de Luisa Piccarreta, el mismo cuenta con el Imprimátur de la Curia Episcopale de Montepulciano, dado en el año 1932. El Imprimátur es la declaración oficial por parte de la jerarquía de la Iglesia católica de que una obra literaria o similar está libre de error en materia de doctrina y moral católica, y por lo tanto se autoriza su lectura para los fieles católicos.)
¡Fiat!
Llamado Materno de la Reina del Cielo.
Hija queridísima, siento la irresistible necesidad de descender del Cielo para hacerte mis visitas maternas, si tú me aseguras tu amor filial y tu fidelidad, Yo permaneceré siempre contigo en tu alma para hacerte de maestra, modelo, ejemplo y Madre tiernísima.
Yo vengo para invitarte a entrar en el reino de tu Mamá, en el reino de la Divina Voluntad y llamo a la puerta de tu corazón para que tú me abras. ¿Sabes? Con mis mismas manos te traigo en don este libro, te lo ofrezco con premura materna, para que tú a tu vez, leyéndolo, aprendas a vivir de Cielo y no más de tierra. Este libro es de oro hija mía, él formará tu fortuna espiritual, tu felicidad incluso terrena. En él encontrarás la fuente de todos los bienes:
- Si eres débil, adquirirás la fuerza;
- Si eres tentada, adquirirás la victoria;
- Si has caído en la culpa, encontrarás la mano piadosa y potente que te levantará;
- Si te sientes afligida, encontrarás el consuelo;
- Si estás fría, el medio seguro para enfervorizarte;
- Si hambrienta, gustarás el alimento exquisito de la Divina Voluntad.
Con él no te faltará nada, no estarás más sola, porque tu Mamá te hará dulce compañía y con todo su cuidado materno tomará la tarea de hacerte feliz. Yo, la Emperatriz celestial, pensaré en todas tus necesidades con tal que aceptes vivir unida a Mí.
¡Si tú conocieras mis ansias, mis suspiros ardientes, e incluso las lágrimas que derramo por mis hijos! ¡Si tú supieras cómo ardo por el deseo de que tú escuches mis lecciones todas de Cielo y aprendas a vivir de Voluntad Divina! En este libro tú verás maravillas, encontrarás una Mamá que te ama de tal manera, de sacrificar a su amado Hijo por ti, para poderte hacer vivir de la misma vida de la cual Ella vivió en la tierra.
¡Ah! no me des este dolor, no me rechaces, acepta este don de Cielo que te traigo, acoge mi visita, mis lecciones. Debes saber que Yo recorreré todo el mundo, iré a cada individuo, en todas las familias, en las comunidades religiosas, en cada nación, junto a todos los pueblos, y si es necesario giraré por siglos enteros hasta que haya formado como Reina mi pueblo, como Madre mis hijos, los cuales conozcan y hagan reinar dondequiera la Divina Voluntad.
Aquí tienes expuesto el propósito de este libro, Aquellos que lo acojan con amor serán los primeros hijos afortunados que pertenecerán al reino del Fiat Divino, y Yo, con caracteres de oro escribiré sus nombres en mi materno corazón.
Mira hija mía, aquél mismo amor infinito de Dios que en la Redención quiso servirse de Mí para hacer descender el Verbo Eterno sobre la tierra, me llama ahora otra vez a actuar, y me confía el arduo trabajo, el sublime mandato de formar sobre la tierra a los hijos del reino de su Divina Voluntad. Maternalmente presurosa me pongo a la obra y te preparo el camino que te deberá conducir a este feliz reino. Para tal propósito te daré sublimes y celestiales lecciones, te enseñaré nuevas y especiales oraciones mediante las cuales empeñarás al cielo, al sol, a la Creación, a mi misma vida y la de mi Hijo, a todos los actos de los santos, a fin de que a nombre tuyo, ellos pidan el reino adorable del Querer Divino. Estas plegarias son las más potentes, porque comprometen al mismo obrar divino. Por medio de ellas Dios se sentirá desarmado y vencido por la criatura; fuerte por esta ayuda, tú acelerarás la venida de su reino felicísimo y conmigo obtendrás que la Divina Voluntad se haga como en el Cielo así en la tierra, según el deseo del Maestro divino.
Ánimo hija mía, conténtame y Yo te bendeciré.
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Oración a la Reina del Cielo para cada día del mes de Mayo.
Reina Inmaculada, celestial Madre mía, vengo sobre tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija en tus brazos, para pedirte con los suspiros más ardientes en este mes consagrado a ti, la gracia más grande: “Que me admitas a vivir en el reino de la Divina Voluntad.”
Mamá santa, Tú que eres la Reina de este reino, admíteme como hija tuya a vivir en él, a fin de que no esté más desierto sino poblado de tus hijos. Por eso Soberana Reina, a ti me confío, a fin de que guíes mis pasos en el reino del Querer Divino, y estrechada a tu mano materna guiarás todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a mi Mamá te entrego mi voluntad, para que me la cambies por la Divina Voluntad y así pueda estar segura de no salir de su reino. Por eso te ruego que me ilumines para hacerme comprender qué significa Voluntad de Dios.
Ave María
Florecita del mes: En la mañana, al medio día y en la tarde, es decir, tres veces al día, iré sobre las rodillas de nuestra Mamá celestial a decirle: “Mamá mía, te amo, y Tú ámame y dale un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma, y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna.
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1° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
El primer paso de la Divina Voluntad en la Inmaculada Concepción de la Mamá celestial.
El alma a su Inmaculada Reina:
Heme aquí, oh Mamá dulcísima, postrada ante ti, hoy es el primer día del mes de mayo, consagrado a ti, en el cual todos tus hijos quieren ofrecerte sus florecitas para demostrarte su amor y para comprometer a tu amor a amarlos, y yo te veo como descender de la patria celestial cortejada por legiones angélicas para recibir las bellas rosas, las humildes violetas, los castos lirios de tus hijos, y corresponderlos con tus sonrisas de amor, con tus gracias y bendiciones, y estrechándote al seno materno los dones de tus hijos, te los lleves al Cielo para conservarlos como prenda y corona para el punto de su muerte. Mamá celestial, en medio a tantos, yo que soy la más pequeña, la más necesitada de tus hijos, quiero venir hasta tu seno materno para llevarte no flores y rosas, sino un sol cada día. Pero la Mamá debe ayudar a la hija dándome tus lecciones de Cielo, para enseñarme como formar estos soles divinos, para darte el homenaje más bello y el amor más puro. Mamá querida, Tú has entendido que cosa quiere tu hija, quiero ser enseñada por ti a vivir de Voluntad Divina, y yo transformando mis actos y toda yo misma en la Divina Voluntad, de acuerdo a tus enseñanzas, cada día te llevaré a tu seno materno todos mis actos cambiados en soles.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija bendita, tu oración ha herido mi materno corazón, y llamándome del Cielo estoy ya junto a mi hija para darte mis lecciones todas de Cielo. Mírame hija querida, miríadas de ángeles me circundan y reverentes están todos a la expectativa para oírme hablar de aquel Fiat Divino, del cual poseo más que todos su fuente, conozco sus admirables secretos, sus alegrías infinitas, su felicidad indescriptible y su valor incalculable. Oír que mi hija me llama porque quiere mis lecciones sobre la Divina Voluntad, es para Mí la fiesta más grande, la alegría más pura, y si tú escuchas mis lecciones Yo me sentiré afortunada de ser tu Mamá. ¡Oh, cómo suspiro por tener una hija que quiera vivir toda de Voluntad Divina! Dime oh hija, ¿me contentarás? ¿Me darás tu corazón, tu voluntad, toda tú misma en mis manos maternas a fin de que te prepare, te disponga, te fortifique, te vacíe de todo, de modo que pueda llenarte toda de luz de Divina Voluntad y forme en ti su Vida Divina? Por eso apoya tu cabeza sobre el corazón de tu Mamá celestial, y sé atenta a escucharme para que mis sublimes lecciones te hagan decidir a no hacer jamás tu voluntad, sino siempre la de Dios.
Hija mía, escúchame, es mi corazón materno que te ama tanto y que quiere volcarse sobre ti; debes saber que te tengo aquí escrita en mi corazón, el cual te ama como verdadera hija, pero siento un dolor porque no te veo igual a tu Mamá, ¿pero sabes quién nos vuelve diferentes? ¡Ah! es tu voluntad la que te quita la frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la fuerza que todo vence y soporta, el amor que todo consume, en suma, no es la Voluntad que anima a tu Mamá celestial. Tú debes saber que Yo conocí mi voluntad humana sólo para tenerla sacrificada en homenaje a mi Creador, mi vida fue toda de Voluntad Divina, desde el primer instante de mi concepción fui plasmada, enfervorizada y puesta en su luz, la cual purificó con su potencia mi germen humano y quedé concebida sin mancha original, por eso, si mi concepción fue sin mancha y tan gloriosa de formar el honor de la Familia Divina, fue sólo el Fiat omnipotente que se volcó sobre mi germen, y pura y santa quedé concebida. Así que si el Querer Divino no se hubiera vertido sobre mi germen, más que una tierna madre para impedir los efectos del pecado original, habría encontrado la triste suerte de las otras criaturas, de ser concebida con el pecado original, por eso la causa primaria fue la Divina Voluntad, a Ella sea el honor, la gloria, el agradecimiento de ser toda concebida sin mancha de origen.
Ahora hija de mi corazón escucha a tu Mamá, haz a un lado tu voluntad humana, conténtate de morir antes que concederle un acto de vida; tu Mamá celestial estaría contenta de morir miles y miles de veces antes que hacer un solo acto de mi voluntad, ¿no quieres tú entonces imitarme? ¡Ah! si tú la tuvieras sacrificada en honor de tu Creador, el Querer Divino hará el primer paso en tu alma y te sentirás rodeada de un aura celestial, purificada y enfervorizada, de modo de sentirte aniquilar los gérmenes de tus pasiones, y te sentirías puesta en los primeros pasos del reino de la Divina Voluntad; por eso sé atenta, si eres fiel en escucharme Yo te guiaré, te llevaré de la mano por los caminos interminables del Fiat Divino, te tendré defendida bajo mi manto azul y serás mi honor, mi gloria, y nuestra victoria.
El alma:
Virgen Inmaculada, ponme en tus rodillas maternas y hazme de Mamá, con tus santas manos posesiónate de mi voluntad, purifícala, fórjala, inflámala con el toque de tus dedos maternos, enséñame a vivir únicamente de Voluntad Divina.
Florecita: Hoy para honrarme, desde la mañana y en todas tus acciones pondrás tu voluntad en mis manos diciéndome: “Mamá mía, ofrece Tú misma el sacrificio de mi voluntad a mi Creador.”
Jaculatoria: Mamá mía, encierra la Divina Voluntad en mi alma para que tome su primer lugar, y forme su trono y su morada.
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2° día
El segundo paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo.
La primera sonrisa de la Trinidad Sacrosanta ante su Inmaculada Concepción.
El alma:
Heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para escuchar tus lecciones. Mamá celestial, a tu potencia se confía esta pobre hija tuya, soy muy pobre, lo reconozco, pero sé que Tú me amas como Mamá, y esto me basta para arrojarme en tus brazos, a fin de que Tú tengas compasión de mí, y abriéndome los oídos del corazón me hagas oír tu voz dulcísima para darme tus sublimes lecciones. Tú, Mamá santa, purificarás mi corazón con el toque de tus dedos maternos, para que encierre en él el celestial rocío de tus celestiales enseñanzas.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, escúchame, si tú supieras cuánto te amo confiarías más en tu Mamá, y no dejarías escapar ni siquiera una sola de mis palabras, tú debes saber que no sólo te tengo escrita en mi corazón, sino que dentro de este corazón tengo una fibra materna que me hace amar más que madre a mi hija. Por eso quiero hacerte oír el gran prodigio que obró el Fiat Supremo en Mí, para que tú, imitándome, puedas darme el gran honor de ser mi hija reina. Cómo suspira mi corazón ahogado de amor el tener en torno a Mí la legión noble de las pequeñas reinas.
Por eso escúchame hija mía querida, en cuanto el Querer Divino se volcó sobre mi germen humano para impedir los tristes efectos de la culpa, la Divinidad sonrió, se puso en fiesta al ver mi germen, aquel germen humano puro y santo como salió de sus manos creadoras en la creación del hombre. Y el Fiat Divino hizo entonces el segundo paso en Mí, llevando éste mi germen humano, por Él purificado y santificado ante la Divinidad, a fin de que se volcara a torrentes sobre mi pequeñez en acto de ser concebida, y la Divinidad descubriendo en Mí, bella y pura su obra creadora, sonrió de complacencia y queriéndome festejar, el Padre celestial vertió en Mí mares de potencia, el Hijo mares de sabiduría, el Espíritu Santo mares de amor. Así que Yo quedé concebida en la luz interminable de la Divina Voluntad y en medio de estos mares divinos, que mi pequeñez, no pudiéndolos contener, formaba olas altísimas para enviarlas nuevamente como homenajes de amor y gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y la Trinidad estaba toda atenta sobre Mí, y para no dejarse vencer por Mí en amor, sonriéndome y acariciándome me enviaba otros mares, los cuales me embellecían tanto, que en cuanto fue formada mi pequeña humanidad adquirí la virtud de raptar a mi Creador, y se hacía verdaderamente raptar, tanto, que entre Dios y Yo hubo siempre fiesta, nada nos negábamos recíprocamente, Yo no le negué jamás nada, y Él tampoco. ¿Pero sabes tú quién me animaba con esta fuerza raptora? La Divina Voluntad que como vida reinaba en Mí, por eso la fuerza del Ser Supremo era la mía, y por eso teníamos igual fuerza para raptarnos mutuamente.
Ahora hija mía escucha a tu Mamá, debes saber que Yo te amo mucho y quisiera ver tu alma llena de mis mismos mares, estos mares míos están llenos y quieren verterse, pero para hacer esto debes vaciarte de tu querer, a fin de que el Querer Divino pueda hacer el segundo paso en ti, y constituyéndose como principio de vida en tu alma, llame la atención del Padre celestial, del Hijo y del Espíritu Santo para volcarse sobre ti con sus mares desbordantes, pero para hacer esto quieren encontrar en ti su misma Voluntad, porque no quieren confiar a tu voluntad humana sus mares de potencia, de sabiduría, de amor y de belleza indecibles. Hija querida, escucha a tu Mamá, pon la mano en tu corazón, dime tus secretos, ¿cuántas veces has sido infeliz, torturada, amargada, porque has hecho tu voluntad? Mira, tú has puesto fuera una Voluntad Divina y has caído en el laberinto de los males; Ella quería volverte pura y santa, feliz y bella, de una belleza encantadora, y tú con hacer tu voluntad le has hecho la guerra y con dolor la has puesto fuera de su querida habitación, la cual es tu alma. Escucha hija de mi corazón, esto es un dolor para tu Mamá, el no ver en ti el Sol del Fiat Divino sino las densas tinieblas de la noche de tu voluntad humana. Pero ten valor, si tú me prometes darme tu voluntad en mis manos, Yo, tu Mamá celestial, te tomaré en mis brazos, te pondré sobre mis rodillas y reordenaré en ti la Vida de la Divina Voluntad, y también tú, después de tantas lágrimas mías formarás mi sonrisa, mi fiesta, y la sonrisa y la fiesta de la Trinidad Sacrosanta.
El alma:
Mamá celestial, si tanto me amas te ruego que no permitas que yo descienda de tus rodillas maternas, y cuando veas que estoy por hacer mi voluntad, vigila mi pobre alma y encerrándome en tu corazón, la fuerza de tu amor queme mi querer, así cambiaré tus lágrimas en sonrisas de complacencia.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces sobre mis rodillas, entregándome tu querer diciéndome: “Mamá mía, quiero que mi voluntad sea tuya, a fin de que me la cambies por la Voluntad Divina.”
Jaculatoria: “Soberana Reina, con tu imperio divino abate mi voluntad, a fin de que surja en mí el germen de la Divina Voluntad.
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3° día
El tercer paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. La sonrisa de toda la Creación por la concepción de la celestial Niña.
El alma a la Virgen:
Soberana Mamá, esta pequeña hija tuya, raptada por tus celestiales lecciones, siente la extrema necesidad de venir cada día sobre tus rodillas para escucharte y poner en mi corazón tus enseñanzas maternas. Tu amor, tu dulce acento, el estrecharme a tu corazón entre tus brazos, me infunden valor y confianza de que mi Mamá me dará la gran gracia de hacerme comprender el gran mal de mi voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía escúchame, es un corazón de madre el que te habla, y como veo que me quieres escuchar mi corazón se alegra y siente la esperanza cierta de que mi hija tomará posesión del reino de la Divina Voluntad, que Yo poseo en mi materno corazón para darlo a mis hijos. Por eso sé atenta a escucharme y escribe todas mis palabras en tu corazón, para que las tengas presentes siempre, y modeles tu vida de acuerdo a mis enseñanzas.
Escucha hija mía, en cuanto la Divinidad sonrió y festejó mi concepción, el Fiat Supremo hizo el tercer paso en mi pequeña humanidad. Muy pequeñita me dotó de razón divina, y movida toda la Creación a fiesta me hizo reconocer por todas las cosas creadas como su Reina, reconocieron en Mí la Vida del Querer Divino y todo el universo se postró a mis pies, aunque pequeña y no nacida aún, y alabándome, el sol me festejó y sonrió con su luz; el cielo me festejó con sus estrellas, sonriéndome con el manso y dulce centelleo y ofreciéndose como refulgente corona sobre mi cabeza; el mar con sus olas, elevándose y abajándose, pacíficamente me festejó; en suma, no hubo cosa creada que no se uniera a la sonrisa y a la fiesta de la Trinidad Sacrosanta, todos aceptaron mi dominio, mi imperio, mi mando, y se sintieron honrados de que después de tantos siglos desde que Adán perdió el mando y el dominio de sí por haberse sustraído de la Divina Voluntad, encontraron en Mí a su reina, y toda la Creación me proclamó Reina del Cielo y de la tierra.
Querida hija mía, has de saber que la Divina Voluntad cuando reina en el alma no sabe hacer cosas pequeñas, sino grandes, quiere concentrar en la afortunada criatura todas sus prerrogativas divinas, y todo lo que ha salido de su Fiat omnipotente la circundan y quedan obedientes a sus indicaciones. ¿Qué cosa no me dio el Fiat Divino? Me dio todo, Cielo y tierra estaban en mi poder, me sentía dominadora de todo, incluso de mi mismo Creador.
Ahora hija mía escucha a tu Mamá, ¡oh! cómo me duele el corazón al verte débil, pobre, sin tener el verdadero dominio de dominarte a ti misma; temores, dudas, preocupaciones, son los que te dominan, todos míseros harapos de tu voluntad, pero ¿sabes el por qué? Porque no existe en ti la Vida íntegra del Querer Divino, que poniendo en fuga todos los males del querer humano te haga feliz y te llene de todos los bienes que Él posee. ¡Ah! si tú con propósito firme te decides a no dar más vida a tu voluntad, te sentirás morir todos los males y revivir en ti todos los bienes, y entonces todo te sonreirá y el Querer Divino hará también en ti el tercer paso, y toda la Creación festejará a la recién llegada al reino de la Divina Voluntad. Entonces hija mía, dime ¿me escucharás? ¿Me prometes que no harás jamás, jamás tu voluntad? Has de saber que si lo haces, Yo no te dejaré jamás, me pondré en guardia de tu alma, te envolveré en mi luz para que ninguno se atreva a molestar a mi hija, te daré mi imperio a fin de que tú imperes sobre todos los males de tu voluntad.
El alma:
Mamá celestial, tus lecciones descienden en mi corazón y lo llenan de bálsamo celestial, y te agradezco que tanto te abajes hacia mí, pobrecita. Pero escucha oh Mamá mía, temo de mí misma, pero si Tú quieres todo puedes, y yo contigo todo puedo, me abandono como una pequeña niña en los brazos de mi Mamá, y estoy segura que apagaré sus ansias maternas.
Florecita: Hoy para honrarme mirarás el cielo, el sol, la tierra, y uniéndote con todos, por tres veces recitarás tres glorias para agradecer a Dios el haberme constituido Reina de todos.
Jaculatoria: Reina poderosa, domina sobre mi voluntad para convertirla en Voluntad Divina.
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4° día
El cuarto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. La prueba.
El alma a la Virgen:
Heme aquí de nuevo sobre las rodillas maternas de mi Mamá celestial. El corazón me late fuerte, fuerte, deliro de amor por el deseo de escuchar tus bellas lecciones, por eso dame la mano y estréchame en tus brazos. En tus brazos paso momentos de paraíso, me siento feliz; ¡oh! cómo suspiro por escuchar tu voz, una nueva vida me desciende al corazón, por eso háblame y yo te prometo poner en práctica tus santas enseñanzas.
Lecciones de la Reina del Cielo:
Hija mía, si tú supieras cuánto deseo tenerte estrechada entre mis brazos, apoyada sobre mi corazón materno para hacerte escuchar los arcanos celestiales del Fiat Divino. Y si tú tanto suspiras el escucharme, son mis suspiros que hacen eco en tu corazón, es tu Mamá que quiere a su hija, que quiere confiarte sus secretos y narrarte la historia de lo que obró en Mí la Divina Voluntad.
Hija de mi corazón, préstame atención, es mi corazón de madre que quiere desahogarse con su hija, quiero decirte mis secretos, que hasta ahora no han sido revelados a ninguno, porque aún no había sonado la hora de Dios, que queriendo prodigar a sus criaturas gracias sorprendentes, que en toda la historia del mundo no ha concedido, quiere hacer conocer los prodigios del Fiat Divino, lo que puede obrar en la criatura si se deja dominar, y por eso quiere ponerme a la vista de todos como modelo, porque tuve el gran honor de formar mi vida toda de Voluntad Divina.
Ahora debes saber hija mía, que en cuanto fui concebida y puse en fiesta a la Divinidad, Cielo y tierra me festejaron y me reconocieron como su Reina. Yo quedé de tal manera unificada con mi Creador, que me sentía en los dominios divinos como dueña, Yo no sabía qué cosa fuera separación con mi Creador, aquél mismo Querer Divino que reinaba en Mí reinaba en Ellos y nos hacía inseparables. Y mientras todo era sonrisa y fiesta entre Ellos y Yo, Yo veía que no se podían confiar de Mí si no tenían una prueba. Hija mía, la prueba es la bandera que dice victoria, la prueba pone al seguro todos los bienes que Dios nos quiere dar, la prueba madura y dispone al alma para adquirir grandes conquistas, y también Yo veía la necesidad de esta prueba, porque quería dar a mi Creador, como correspondencia de tantos mares de gracias que me había dado, un acto de mi fidelidad, que me costase el sacrificio de toda mi vida. Cómo es bello poder decir: “Me has amado y te he amado.” Pero sin la prueba esto no puede decirse jamás.
Entonces hija mía, el Fiat Divino me hizo conocer la creación del hombre inocente y santo, también para él todo era felicidad, tenía el dominio sobre toda la Creación y todos los elementos eran obedientes a sus indicaciones porque en Adán reinaba el Querer Divino, y en virtud de Él también él era inseparable de su Creador; de los tantos bienes que Dios le había dado, para tener un acto de fidelidad de Adán, le mandó que no tocara un solo fruto de los tantos que había en aquel edén terrenal, era la prueba que Dios quería para confirmar su inocencia, santidad y felicidad, y para darle el derecho de mando sobre toda la Creación. Pero Adán no fue fiel a la prueba, y no siendo fiel Dios no se pudo fiar de él y por eso perdió el dominio, la inocencia, la felicidad, se puede decir que puso de cabeza la obra de la Creación.
Ahora escucha hija de mi corazón, al conocer los graves males de la voluntad humana en Adán y en toda su descendencia, Yo, tu celestial Mamá, si bien apenas recién concebida, lloré amargamente con lágrimas ardientes sobre el hombre caído, y el Querer Divino al verme llorar me pidió como prueba que le cediera mi voluntad humana. El Fiat Divino me dijo: “No te pido un fruto como a Adán, ¡no, no! Sino que te pido tu voluntad, tú la tendrás como si no la tuvieras, bajo el imperio de mi Querer Divino que te será vida, y así se sentirá seguro de hacer lo que quiera de ti.” Así, el Fiat Supremo hizo el cuarto paso en mi alma, pidiéndome por prueba mi voluntad, esperando de Mí mi Fiat y la aceptación de tal prueba.
Ahora, mañana te espero de nuevo sobre mis rodillas para narrarte el éxito de la prueba, y como quiero que imites a tu Mamá, te ruego, como Madre, que no niegues jamás nada a tu Dios, aunque fueran sacrificios que te durasen toda la vida. El no apartarte jamás de la prueba que Dios quiere de ti, tu fidelidad, y el llamar los designios divinos sobre ti, es el reflejo de sus virtudes, que como tantos pinceles forman del alma la obra maestra del Ser Supremo. Se pude decir que la prueba pone la materia en las manos divinas para cumplir su trabajo en la criatura. Y con quien no es fiel a la prueba, Dios no sabe qué hacer con él, y no sólo eso, sino que trastorna las obras más bellas de su Creador.
Por eso mi querida hija, sé atenta, si tú eres fiel en la prueba volverás más feliz a tu Mamá, no me harás estar pensativa, dame tu palabra y Yo te guiaré, te sostendré en todo como a hija mía.
El alma:
Mamá santa, conozco bien mi debilidad, pero tu bondad materna me infunde tal confianza que todo espero de ti, y contigo me siento segura, es más, pon en tus manos maternas las mismas pruebas que Dios dispondrá de mí, a fin de que Tú me des todas las gracias para hacer que no arruine los designios divinos.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces sobre mis rodillas maternas y me llevarás todas tus penas, de alma y de cuerpo, llevarás todo a tu Mamá y Yo te las bendeciré para infundir en ellas la fuerza, la luz, la gracia que se requiere.
Jaculatoria: Mamá celestial, tómame entre tus brazos y escribe en mi corazón: Fiat, Fiat, Fiat.
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5° día
El quinto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. El triunfo sobre la prueba.
El alma a la Virgen:
Soberana celestial, veo que me tiendes los brazos para ponerme sobre tus rodillas maternas, y yo corro, casi vuelo para gozarme los castos abrazos, las celestes sonrisas de mi Mamá celestial. Mamá santa, tu aspecto hoy es de triunfadora, y en aire de triunfo quieres narrarme el triunfo de tu prueba. ¡Ah! sí, de buena gana te escucharé, y te ruego que me des la gracia de saber triunfar en las pruebas que el Señor disponga de mí.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, ¡oh, cómo suspiro por confiar mis secretos a mi hija! Secretos que me darán tanta gloria y que glorificarán aquel Fiat Divino que fue causa primaria de mi Inmaculada Concepción, de mi santidad, soberanía y maternidad, todo le debo al Fiat Divino, Yo no conozco otra cosa, todas mis sublimes prerrogativas por las que la Santa Iglesia tanto me honra, no son otra cosa que los efectos de aquella Divina Voluntad que me dominaba, reinaba y vivía en Mí. Por eso suspiro tanto que se conozca quién era Aquella que producía en Mí tantos privilegios y efectos admirables que dejaron estupefactos Cielo y tierra.
Ahora escúchame hija querida, en cuanto el Ser Supremo me pidió mi querer humano, y habiendo comprendido el grave mal que puede hacer la voluntad humana en la criatura, y cómo ella pone en peligro todo, incluso las obras más bellas de su Creador; cómo la criatura con su querer humano, toda es oscilaciones, es débil, inconstante, desordenada, y esto porque Dios al crearla la había creado unida, como en naturaleza, con su Voluntad Divina, de modo que Ella debía ser la fuerza, el movimiento primario, el sostén, el alimento, la vida de la voluntad humana, así que con no dar vida a la Voluntad Divina en la nuestra, se rechazan los bienes recibidos de Dios en la Creación y los derechos recibidos en naturaleza en el acto en que fuimos creados; ¡oh, cómo comprendí bien la grave ofensa que se hace a Dios y los males que llueven sobre la criatura! Así que tuve horror y miedo de hacer mi voluntad, y justamente temía, porque también Adán fue creado por Dios, inocente, y con hacer su voluntad, ¿en cuántos males no se arrojó él y a todas las generaciones?
Por eso tu Mamá presa de terror, y más por el amor hacia mi Creador, juré no hacer jamás mi voluntad, y para estar más segura y testificar mayormente mi sacrificio a Aquél que tantos mares me había dado de gracias y privilegios, tomé esta mi voluntad humana y la até a los pies del trono divino en homenaje continuo de amor y de sacrificio, jurando no servirme jamás, aun por un solo instante de mi vida, de mi voluntad, sino siempre de la de Dios.
Hija mía, tal vez a ti no te parezca grande mi sacrificio de vivir sin mi voluntad, pero Yo te digo que no hay sacrificio semejante al mío, más bien, todos los otros sacrificios de toda la historia del mundo se pueden llamar sombras comparados al mío; sacrificarse un día, ahora sí y ahora no, es fácil, pero sacrificarse en cada instante, en cada acto, en el mismo bien que se quiere hacer, por toda la vida, sin jamás dar vida a la propia voluntad, es el sacrificio de los sacrificios y el testimonio más grande que puede ofrecerse, y el amor más puro, cribado por la misma Voluntad Divina, que puede ofrecerse a nuestro Creador. Es tan grande este sacrificio, que Dios no puede pedir nada más de la criatura, ni ella puede encontrar como puede sacrificarse más por su Creador.
Ahora hija mía amadísima, en cuanto hice don de mi voluntad a mi Creador, Yo me sentí triunfadora en la prueba querida para Mí, y Dios se sintió triunfador sobre mi voluntad humana. Dios esperaba mi prueba, esto es, un alma que viviera sin voluntad para ajustar las partidas con el género humano, para ponerse en actitud de clemencia y misericordia. Por eso te espero de nuevo para narrarte la historia de lo que hizo la Divina Voluntad después del triunfo en la prueba.
Y ahora una palabrita para ti hija mía, si tú supieras cómo suspiro verte vivir sin tu voluntad, tú sabes que soy tu Madre, y la Mamá quiere ver feliz a su hija, pero ¿cómo puedes ser feliz si no te decides a vivir sin voluntad como vivió tu Mamá? Si lo haces así todo te daré, me pondré a tu disposición, seré toda de mi hija, porque tendré el bien, el contento, la felicidad de tener una hija que viva toda de Voluntad Divina.
El alma:
Soberana triunfadora, en tus manos de Madre pongo mi voluntad, a fin de que Tú misma como Mamá me la purifiques y embellezcas, y junto con la tuya la ates a los pies del trono divino para que pueda vivir no con mi voluntad, sino siempre, siempre con la de Dios.
Florecita: Hoy para honrarme, en cada acto que hagas, me entregarás en mis manos maternas tu voluntad, y me rogarás que en lugar de la tuya, Yo haga correr la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Reina triunfante, róbame mi voluntad y dame la Divina Voluntad.
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6° día
El sexto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. Después del triunfo en la prueba, la posesión.
El alma a la Virgen:
Mamá Reina, veo que me esperas de nuevo, y extendiéndome la mano me pones sobre tus rodillas, me estrechas a tu corazón para hacerme sentir la vida de aquel Fiat Divino que Tú posees. ¡Oh cómo es reconfortante su calor, y como es penetrante su luz! ¡Ah! Mamá santa, si tanto me amas, arroja el pequeño átomo de mi alma en aquel Sol de la Divina Voluntad que Tú escondes, a fin de que también yo pueda decir: “Mi voluntad ha terminado, no tendrá más vida, sino que mi vida será la Divina Voluntad.”
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, confía en tu Mamá y pon atención a mis lecciones, ellas te servirán para hacerte aborrecer tu voluntad y hacerte desear en ti aquel Fiat santo, que tanto anhelo formar su Vida en ti.
Hija mía, tú debes saber que la Divinidad después de que se aseguró de Mí en la prueba que quiso, mientras todos creen que Yo no tuve ninguna prueba y que bastaba a Dios hacer el gran portento que hizo de Mí, que fuera concebida sin mancha original, ¡oh! cómo se engañan, antes bien quiso de Mí una prueba que no ha pedido a ninguno, y esto lo hizo con justicia y con suma sabiduría, porque debiendo descender en Mí el Verbo Eterno, no sólo no era decoroso que encontrara en Mí la mancha de origen, sino que ni siquiera era decoroso que encontrara en Mí una voluntad humana obrante; habría sido muy indecoroso para Dios descender en una criatura en que reinase la voluntad humana. Es por esto que quiso de Mí, por prueba y por toda la vida, mi voluntad, para asegurar en mi alma el reino de la Divina Voluntad. Asegurado éste en Mí, Dios podía hacer lo que quería de Mí, todo podía darme, y puedo decir que nada me podía negar. Pero ahora regresemos al punto donde nos hemos quedado, me reservaré en el curso de mis lecciones el narrarte lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí.
Ahora escucha hija mía, después del triunfo en la prueba el Fiat Divino hizo el sexto paso en mi alma, haciéndome tomar posesión de todas las propiedades divinas, por cuanto a criatura es posible e imaginable. Todo era mío, Cielo, tierra, y el mismo Dios, del Cual poseía la misma Voluntad de Ellos, Yo me sentía poseedora de la santidad divina, del amor, de la belleza, potencia, sabiduría y bondad divinas, me sentía Reina de todo, no me sentía extraña en la casa de mi Padre celestial, sentía a lo vivo su paternidad y la suprema felicidad de ser su hija fiel, puedo decir que crecí sobre las rodillas paternas de Dios, no conocí otro amor, ni otra ciencia, sino aquella que me suministraba mi Creador. ¿Quién puede decirte lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí? Me elevó tan en alto, me embelleció tanto, tanto, que los mismos ángeles quedaron mudos, no sabiendo por dónde comenzar a hablar de Mí.
Ahora hija mía queridísima, tú debes saber que en cuanto el Fiat Divino me hizo tomar posesión de todo, me sentí poseedora de todo y de todos, la Divina Voluntad con su potencia, inmensidad y omnividencia encerraba en mi alma a todas las criaturas, y Yo sentía un pequeño lugar en mi corazón materno para cada una de ellas. Desde que fui concebida Yo te llevé en mi corazón, y ¡oh! cuánto te amé y te amo, te amé tanto que te hice de Madre ante Dios, mis oraciones, mis suspiros eran para ti, y en el delirio de Madre decía: “¡Oh! cómo quisiera ver a mi hija poseedora de todo, como lo soy Yo.” Por eso escucha a tu Mamá, no quieras reconocer más tu voluntad humana, si esto haces todo será común entre Yo y tú, habrá una fuerza divina en tu poder, todas las cosas se convertirán en santidad, amor y belleza divinas. Y Yo en el desahogo de mi amor, así como me alabó el Altísimo: “Toda bella, toda santa, toda pura eres Tú, ¡oh! María.” Diré: “Bella, pura y santa es mi hija, porque posee la Voluntad Divina.”
El alma:
Reina del Cielo, también yo te saludo: “Toda bella, pura y santa es mi Mamá celestial.” ¡Ah! te ruego, si tienes un lugar para mí en tu materno corazón, enciérrame en él y así estaré segura que no haré más mi voluntad, sino siempre la de Dios, y la Mamá y la hija serán felices las dos.
Florecita: Hoy para honrarme recitarás por tres veces tres Gloria Patri, en agradecimiento a la Santísima Trinidad por el reino que estableció en Mí de la Divina Voluntad, dándome la posesión de todo, y haciendo tuyas las palabras del Ser Supremo en cada Gloria me dirás: “Toda bella, pura y santa es mi Mamá.”
Jaculatoria: Reina del Cielo, hazme poseer por la Voluntad Divina.
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7° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Toma el cetro de mando y la Trinidad Sacrosanta la constituye como su secretaria.
El alma a la divina Secretaria:
Reina Mamá, heme aquí a tus pies postrada, siento que yo, como hija tuya, no sé estar sin mi Mamá celestial, y si bien hoy vienes a mí con la gloria del cetro de mando y con la corona de Reina, también eres siempre mi Mamá, y si bien temblando, me arrojo en tus brazos a fin de que me sanes las heridas que mi mala voluntad ha hecho a mi pobre alma. Escucha Mamá Soberana, si Tú no haces un prodigio, si no tomas el cetro de mando para guiarme y tener tu dominio sobre todos mis actos para hacer que mi querer no tenga vida, ¡ah! no tendré la bella suerte de venir al reino de la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía querida, ven a los brazos de tu Mamá y pon atención a escucharme, y oirás los inauditos prodigios que el Fiat Divino hizo a tu Mamá celestial.
En cuanto tomé posesión del reino de la Divina Voluntad, terminaron sus pasos en Mí, mucho más que estos seis pasos simbolizaban los seis días de la Creación, y en cada día de los cuales, pronunciando un Fiat, hacía como un paso, al pasar a crear ahora una cosa y ahora otra, el sexto día hizo el último paso con decir: “Fiat, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.” Y el séptimo se reposó en sus obras, como queriéndose gozar todo aquello que con tanta magnificencia había creado. Y en su reposo, observando sus obras decía: “Cómo son bellas mis obras, todo es orden y armonía.” Y viendo al hombre, en el ímpetu de su amor agregaba: “Pero el más bello eres tú, tú eres la corona de todas nuestras obras.”
Ahora, mi creación superó todos los prodigios de la Creación, y por eso la Divinidad quiso hacer con su Fiat seis pasos en Mí, y comenzó su Vida plena, entera y perfecta en mi alma, y ¡oh! en que alturas divinas fui puesta por el Altísimo, los Cielos no podían ni alcanzarme, ni contenerme, la luz del sol era pequeña ante mi luz, ninguna cosa creada podía alcanzarme. Yo navegaba los mares divinos como si fueran míos, mi Padre celestial, el Hijo y el Espíritu Santo suspiraban tenerme en sus brazos para gozarse a su pequeña hija, y, ¡oh! el contento que experimentaban al sentir cómo los amaba, les rogaba y adoraba su alteza suprema, mi amor, mis plegarias y adoraciones salían de dentro de mi alma, del centro de la Divina Voluntad, sentían salir de Mí olas de amor divino, castos perfumes, alegrías insólitas que partían de dentro del Cielo que su mismo Querer Divino había formado en mi pequeñez, tanto, que no terminaban de repetir: “Toda bella, toda pura, toda santa es nuestra pequeña hija, sus palabras son cadenas que nos acercan, sus miradas son dardos que nos hieren, sus latidos son flechas que flechándonos nos hacen delirar de amor.” Sentían salir de Mí la potencia, la fuerza de su Divina Voluntad que nos hacía inseparables, y me llamaban: “Nuestra hija invencible que llevará victoria también a nuestro Ser Divino.”
Ahora escúchame hija mía, la Divinidad llevada por un exceso de amor hacia Mí, me dijo: “Hija nuestra amada, nuestro amor no rige, se siente sofocado si no te confiamos nuestros secretos, por eso te elegimos como nuestra fiel secretaria. A ti queremos confiar nuestros dolores y nuestros decretos, a cualquier costo queremos salvar al hombre, mira como va al precipicio, su voluntad rebelde lo arrastra continuamente al mal; sin la vida, la fuerza, el sostén de nuestro Querer Divino se ha desviado del camino de su Creador y camina arrastrándose en la tierra, débil, enfermo y lleno de todos los vicios, pero no hay posibilidades de salvarlo, ni otras maneras para que salga, sino que descienda el Verbo Eterno, tomar sus despojos, sus miserias, sus pecados sobre Sí, hermanarse con él, vencerlo por camino del amor y de penas inauditas, darle tanta confianza para poder ponerlo nuevamente en nuestros brazos paternos. ¡Oh! cómo nos duele la suerte del hombre, nuestro dolor es grande, no podíamos confiarlo a ninguno, porque no teniendo una Voluntad Divina que los domine, no podían jamás comprender ni nuestro dolor, ni los graves males del hombre caído en el pecado. A ti es dado, porque posees nuestro Fiat, el poderlo comprender, y por eso como a Secretaria nuestra queremos revelarte nuestros secretos y poner en tus manos el cetro de mando a fin de que domines e imperes sobre todo, y tu dominio venza a Dios y al hombre, y nos los lleves como hijos regenerados en tu materno corazón.”
¿Quién puede decirte hija mía querida que sintió mi corazón con este hablar divino? Se abrió en Mí una vena de intenso dolor y me propuse, aun a costo de mi vida vencer a Dios y a las criaturas, y unirlas.
Ahora hija mía escucha a tu Mamá, te he visto sorprendida al oírme narrar la historia de la posesión en el reino de la Divina Voluntad, ahora debes saber que también a ti es dada esta suerte, si te decides a no hacer jamás tu voluntad, el Querer Divino formará su cielo en tu alma, sentirás la inseparabilidad divina, te será dado el cetro de mando sobre ti misma, sobre tus pasiones, no serás más esclava de ti misma, porque sólo la voluntad humana pone en esclavitud a la pobre criatura, les corta las alas del amor hacia Aquél que la ha creado, le quita la fuerza, el sostén y la confianza de lanzarse a los brazos de su Padre celestial, de modo que no puede conocer ni sus secretos, ni el amor grande con el que la ama, y por eso vive como extraña de la casa de su Padre Divino. Qué lejanía pone entre Creador y criatura el humano querer, por eso escúchame, conténtame, dime que no darás más vida a tu voluntad, y Yo te llenaré toda de Voluntad Divina.
El alma:
Mamá santa, ayúdame, ¿no ves cómo soy débil? Tus bellas lecciones me conmueven hasta las lágrimas, y lloro mi gran desventura de haber tantas veces caído en el laberinto de hacer mi voluntad, y me ha alejado de aquella de mi Creador, ¡Ah! hazme de Mamá, no me dejes conmigo misma, con tu potencia une el Querer Divino al mío, enciérrame en tu corazón materno donde estaré segura de no hacer jamás mi voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme te estarás bajo mi manto para enseñarte a vivir bajo mis miradas, y recitándome tres Aves Marías, me rogarás que Yo haga conocer a todos la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá santa, enciérrame en tu corazón a fin de que aprenda de ti a vivir de Voluntad Divina.
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8° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Recibe el mandato de su Creador de poner a salvo la suerte del género humano.
El alma a al Divina Mandataria:
Heme aquí contigo, Mamá celestial, siento que no sé estar sin mi querida Mamá, mi pobre corazón está inquieto y sólo lo siento en paz cuando estoy en tu regazo, como pequeña bebita estrechada a tu corazón para escuchar tus lecciones, tu dulce acento me endulza todas mis amarguras y dulcemente ata mi voluntad, y poniéndola como escabel bajo la Divina Voluntad me hace sentir su dulce imperio, su Vida, su felicidad.
Lección de la celestial Mandataria:
Hija mía queridísima, debes saber que yo te amo mucho, confíate a tu Mamá y está segura que alcanzarás la victoria sobre tu voluntad; si tú me eres fiel, Yo tomaré todo el empeño sobre ti, te haré de verdadera Mamá, por eso escucha lo que hice por ti ante el Altísimo: Yo no hacía otra cosa que estarme sobre las rodillas de mi Padre celestial, Yo era pequeña, no había nacido aún, pero el Querer Divino del cual Yo poseía la Vida, me facilitaba mis visitas a mi Creador, para Mí, las puertas, los caminos estaban abiertos, Yo no tenía miedo ni temor de Ellos, sólo la voluntad humana pone miedo, temor, desconfianza, y aleja a la pobre criatura de Aquél que tanto la ama y que quiere estar rodeado por sus hijos. Así que si la criatura tiene miedo y teme y no sabe estar como hija ante su padre con su Creador, es señal de que la Divina Voluntad no reina en ella, y por eso son las torturadas, las mártires de la voluntad humana, por eso no hagas jamás tu voluntad, no quieras torturarte y martirizarte por ti misma, que es el más horrible de los martirios, sin sostén y sin fuerza. Por lo tanto escúchame, Yo me ponía en los brazos de la Divinidad, mucho más que me esperaban y hacían fiesta al verme; me amaban tanto, que al presentarme vertían otros mares de amor y de santidad en mi alma, no recuerdo haberme separado de Ellos sin que me agregaran otros dones sorprendentes.
Entonces, mientras estaba en sus brazos Yo rogaba por el género humano, y muchas veces con lágrimas y suspiros lloraba por ti hija mía y por todos, lloraba por tu voluntad rebelde, por tu triste suerte de verte puesta en la esclavitud de ella, que te hacía infeliz; ver infeliz a mi hija me hacía derramar lágrimas amargas, hasta bañar las manos de mi celestial Padre con mi llanto, y la Divinidad enternecida con mi llanto continuó a decirme: “Hija nuestra querida, tu amor nos ata, tus lágrimas extinguen el fuego de la divina justicia, tus oraciones nos atraen tanto hacia las criaturas que no te sabemos resistir, por eso te damos a ti el mandato de poner a salvo la suerte del género humano. Tú serás nuestra Mandataria en medio a ellos, a ti confiamos sus almas, Tú defenderás nuestros derechos lesionados por sus culpas, estarás en medio, entre ellos y Nosotros, para ajustar las partidas entre ambas partes. Sentimos en ti la fuerza invencible de nuestra Voluntad Divina que por medio tuyo ruega, llora, ¿quién te puede resistir? Tus plegarias son órdenes, tus lágrimas imperan sobre nuestro Ser Divino, por eso, adelante en tu empresa.”
Ahora hija mía queridísima, mi pequeño corazón se sentía consumir de amor ante los modos amorosos del hablar divino, y con todo amor acepté su mandato al decirles: “Majestad Altísima, estoy aquí entre vuestros brazos, dispongan de Mí como queráis, Yo pondré incluso la vida, y si tuviera tantas vidas por cuantas criaturas hay, Yo las pondría a disposición de ellas y vuestra, para llevarlas a todas salvas a vuestros brazos paternos. Y sin saber entonces que Yo debía ser la Madre del Verbo Divino, Yo sentía en Mí la doble maternidad, maternidad hacia Dios, para defender sus justos derechos; maternidad hacia las criaturas, para ponerlas a salvo. Me sentía madre de todos, el Querer Divino que reinaba en Mí, que no sabe hacer obras aisladas, ponía en mi a Dios y a todas las criaturas de todos los siglos, en mi materno corazón sentía a mi Dios ofendido que quería ser satisfecho, y sentía a las criaturas bajo el imperio de la justicia divina. ¡Oh! cuántas lágrimas derramé, quería hacer descender mis lágrimas en cada corazón para hacer sentir a todos mi maternidad toda de amor. Lloré por ti y por todos hija mía, por eso escúchame, ten piedad de mi llanto, toma mis lágrimas para apagar tus pasiones y para hacer que tu voluntad pierda la vida. ¡Ah! acepta mi mandato, es decir, que tú hagas siempre la Voluntad de tu Creador.
El alma:
Mamá celestial, mi pobre corazón no resiste al oír cuánto me amas. ¡Ah! me amas tanto, hasta llorar por mí, tus lágrimas las siento descender en mi corazón y como tantas heridas me hieren y me hacen comprender cuánto me amas, y yo quiero unir mis lágrimas a las tuyas y rogarte llorando que no me dejes jamás sola, que me vigiles en todo, y si es necesario, golpéame también, hazme de Mamá y yo como pequeña hija tuya todo aceptaré de ti, a fin de que tu mandato sea mi bienvenido y Tú puedas llevarme en tus brazos a nuestro Padre celestial, como acto cumplido de tu mandato divino.
Florecita: Hoy para honrarme me darás tu voluntad, tus penas, tus lágrimas, tus ansias, tus dudas y temores en mis manos maternas, a fin de que como Mamá tuya las tenga en depósito en mi corazón materno, como prendas de mi hija, y Yo te daré la preciosa prenda de la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá celestial, derrama tus lágrimas en mi alma, a fin de que me curen las heridas que me ha hecho mi voluntad.
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9° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Es constituida por Dios celestial Pacificadora, vínculo de paz entre el Creador y la criatura.
El alma a su celestial Reina:
Soberana Señora y Mamá mía queridísima, veo que me llamas porque sientes el ardor del amor que quema en tu corazón porque quieres narrarme lo que hiciste en el reino de la Divina Voluntad por tu hija. Cómo es bello ver dirigir tus pasos hacia tu Creador, y en cuanto Él oye el sonido de tus pasos, te mira y se siente herir por la pureza de tus miradas, y te espera para ser espectador de tu inocente sonrisa, para sonreírte y recrearse contigo. ¡Ah! Mamá santa, en tus alegrías, en tus castas sonrisas con tu Creador, no te olvides de tu hija que vive en el exilio, que tanta necesidad tiene, y que frecuentemente mi voluntad asomándose quisiera arrollarme para arrancarme del reino de la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija de mi materno corazón, no temas, no te olvidaré jamás, por el contrario, si tú haces siempre la Divina Voluntad y vives en su reino, seremos inseparables, te llevaré siempre estrechada en mi mano para guiarte y hacerte de guía, para enseñarte a vivir en el Fiat Supremo, por eso aleja el temor, en Él todo es paz y seguridad; la voluntad humana es la turbadora de las almas y pone en peligro las obras más bellas, las cosas más santas, todo está en peligro en ellas, en peligro la santidad, las virtudes, la misma salvación del alma, la característica de quien vive del querer humano es la volubilidad. ¿Quién puede confiar en quien se hace dominar por la voluntad humana? Ninguno, ni Dios, ni los hombres, pues son semejantes a aquellas cañas secas que se doblan a cada soplo de viento, por eso hija mía queridísima, si algún soplo de viento te quiere hacer inconstante, arrójate en el mar de la Divina Voluntad y ven a esconderte en el regazo de tu Mamá, a fin de que te defienda del viento del querer humano y estrechándote entre mis brazos te vuelva firme y segura en el camino de su reino divino.
Ahora hija mía, sígueme ante la Majestad Suprema y escúchame, Yo con mis rápidos vuelos llegaba a sus brazos divinos, y en cuanto llegaba sentía su amor desbordante, que como olas impetuosas me cubrían de su amor, ¡oh, cómo es bello ser amado por Dios! En este amor se siente felicidad, santidad, alegrías infinitas, y se siente de tal manera embellecida, que Dios mismo se siente raptado por la belleza que infunde en la criatura al amarla; Yo quería imitarlos y si bien pequeña, no quería quedar atrás de su amor, por eso, con las olas de amor que me habían dado formaba mis olas para cubrir a mi Creador con mi amor, al hacer esto sonreía, porque sabía que mi amor jamás podría cubrir la inmensidad de su amor, pero con todo esto Yo hacía la prueba, y en mis labios despuntaba mi sonrisa inocente, el Ser Supremo sonreía ante mi sonrisa y con mi pequeñez festejaba y se entretenía. Ahora, en lo más bello de nuestras estratagemas amorosas, Yo recordaba el estado doloroso de mi familia humana sobre la tierra, a la cual Yo pertenecía, y como me dolía rogaba que descendiera el Verbo Eterno a poner remedio, y lo decía con tal ternura que llegaba a cambiar la sonrisa y la fiesta en llanto, el Altísimo se conmovía mucho con mis lágrimas, mucho más que eran lágrimas de una pequeña, y estrechándome al seno divino me enjugaba las lágrimas y me decían: “Hija, no llores, ánimo, en tus manos hemos puesto la suerte del género humano, te hemos dado el mandato, y ahora para consolarte más, te hacemos pacificadora entre Nosotros y la familia humana, por eso a ti es dado el repacificarnos; la potencia de nuestro Querer que reina en ti se impone sobre Nosotros para dar el beso de paz a la pobre humanidad caída y en peligro” ¿Quién puede decirte hija mía lo que sentía mi corazón ante esta condescendencia divina? Era tanto mi amor que me sentía desfallecer, y delirando sufría buscando otro amor para alivio de mi amor.
Ahora una palabra a ti hija mía, si tú me escuchas y pones a un lado tu querer, dando el puesto real al Fiat Divino, también tú serás amada con amor singular de tu Creador, serás su sonrisa, lo pondrás en fiesta y serás vínculo de paz entre el mundo y Dios.
El alma:
Mamá bella, ayuda a tu hija, ponme Tú misma en el mar de la Divina Voluntad, cúbreme con las olas del eterno amor a fin de que no vea ni oiga otra cosa que Voluntad Divina y amor.
Florecita: Hoy para honrarme me pedirás todos mis actos y los guardarás en tu corazón, para que sientas la fuerza de la Divina Voluntad que reinaba en Mí, y después los ofrecerás al Altísimo para agradecerle por todos los oficios que me confió para salvar a las criaturas.
Jaculatoria: Reina de paz, obtenme el beso de paz de la Voluntad Divina.
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10° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Alba que surge para poner en fuga la noche del querer humano. Su nacimiento glorioso.
El alma a la Reina del Cielo:
Heme aquí oh Mamá santa, cercana a tu cuna para ser espectadora de tu nacimiento portentoso, los Cielos estupefactos, el sol te fija con su luz, la tierra exulta de alegría y se siente honrada por ser habitada por su pequeña recién nacida Reina, los ángeles hacen competencia para rodear tu cuna para honrarte y estar listos a tus indicaciones. Así que todos te honran y quieren festejar tu nacimiento, también yo me uno a todos, y postrada ante tu cuna, ante la cual veo como raptados a tu madre Ana y a tu padre Joaquín, quiero decirte mi primera palabra, quiero confiarte mi primer secreto, quiero vaciar mi corazón en el tuyo y decirte: “Mamá mía, Tú que eres alba anunciadora del Fiat Divino sobre la tierra, ¡Ah! pon en fuga la tenebrosa noche del humano querer en mi alma y en el mundo entero. ¡Ah! sí, sea tu nacimiento nuestra esperanza, que como nueva alba de gracia nos regenere en el reino de la Divina Voluntad.
Lección de la recién nacida Reina:
Hija de mi corazón, mi nacimiento fue prodigioso, ningún otro nacimiento puede decirse igual al mío, Yo encerraba en Mí el Cielo, el Sol de la Divina Voluntad, y también la tierra de mi humanidad, pero tierra bendita y santa que contenía las más bellas flores, y si bien recién nacida apenas, Yo contenía el prodigio de los más grandes prodigios: El Querer Divino reinante en Mí, el cual encerraba en Mí un Cielo más bello, un Sol más refulgente que el de la Creación, del cual era también Reina, contenía también un mar de gracias sin confines que murmuraba siempre amor, amor hacia mi Creador. Por eso mi nacimiento fue el verdadero amanecer que pone en fuga la noche del humano querer, y conforme iba creciendo, así formaba la aurora y llamaba el día esplendidísimo para hacer surgir el Sol del Verbo Eterno sobre la tierra.
Hija mía, ven a mi cuna a escuchar a tu pequeña Mamita. En cuanto nací, abrí los ojos para ver este bajo mundo, para ir en busca de todos mis hijos para encerrarlos en mi corazón, darles mi materno amor y regenerándolos a la nueva vida de amor y de gracia, darles el paso para hacerlos entrar en el reino del Fiat Divino, del cual era poseedora. Quise hacerla de Reina y de Madre encerrando a todos en mi corazón para poner a todos al seguro y darles el gran don del reino divino. En mi corazón tenía lugar para todos, porque para quien posee la Divina Voluntad no hay estrecheces, sino amplitudes infinitas, por eso te vi también a ti, hija mía, ninguno se me escapó; aquel día todos festejaron mi nacimiento y también para Mí fue fiesta, más sin embargo al abrir mis ojos a la luz tuve el dolor de ver a las criaturas en la densa noche del querer humano. ¡Oh! en que abismo de tinieblas se encuentra envuelta la criatura que se hace dominar por su voluntad, esa es la verdadera noche, pero noche sin estrellas, a lo más algunos rayos fugaces, que fácilmente son seguidos por truenos, que rumoreando acumulan más densas tinieblas y descargan la tempestad sobre la pobre criatura, tempestad de miedo, de debilidades, de peligros, de caídas en el mal. Mi pequeño corazón quedó traspasado al ver a mis hijos bajo esta horrible tempestad en que la noche del humano querer los había arrollado. Ahora escucha a tu Mamá, estoy en la cuna todavía, soy pequeña, ve mis lágrimas que derramo por ti, cada vez que haces tu voluntad es una noche que formas para ti, y si tú supieras cuánto mal te hace esta noche, llorarías conmigo, te hace perder la luz del día del Querer Santo, te voltea de cabeza, te paraliza en el bien, te rompe el verdadero amor y quedas como una pobre enferma a la que le faltan las cosas necesarias para curarse. ¡Ah! hija mía, hija querida, escúchame, no hagas más tu voluntad, dame tu palabra que contentarás a tu pequeña Mamita.
El alma:
Mamita santa, me siento temblar al sentir la fea noche de mi voluntad, por eso estoy aquí cerca de tu cuna para pedirte la gracia, que por tu nacimiento prodigioso me hagas renacer en la Divina Voluntad, yo me estaré siempre cerca de ti celestial niñita, uniré mis plegarias y mis lágrimas a las tuyas para impetrar para mí y para todos el reino de la Divina Voluntad sobre la tierra.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces a visitarme en mi cuna, diciéndome cada vez: “Celestial niñita, hazme renacer junto contigo en la Vida de la Divina Voluntad.”
Jaculatoria: Mamacita mía, haz surgir el alba de la Divina Voluntad en mi alma.
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11° día + + +
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
En sus primeros años de su vida acá abajo, forma un áncora para hacer
surgir en los corazones el día suspirado de luz y de gracia.
El alma a la Reinita niña:
Heme aquí de nuevo junto a tu cuna Mamita celestial, mi pequeño corazón se siente fascinado por tu belleza, y no sé separar la vista de una belleza tan rara. Cómo es dulce tu mirada, el gesticular de tus manitas me llama para abrazarme y estrecharme a tu corazón ahogado de amor. Mamita santa, dame tus llamas a fin de que quemes mi voluntad y así pueda contentarte viviendo junto contigo de Voluntad Divina.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, si tú supieras cómo mi materno corazoncito se alegra al verte junto a mi cuna para escucharme, me siento realmente Reina y Madre, porque teniéndote cercana no soy una Madre estéril ni una Reina sin pueblo, sino que tengo a mi querida hija, que me ama tanto y que quiere que haga con ella el oficio de Mamá y de Reina. Por eso tú eres la portadora de alegría a tu Mamá, mucho más que vienes a mi regazo para que te enseñe a vivir en el reino de la Divina Voluntad; tener una hija que quiere vivir junto conmigo en este reino tan santo, es para tu Mamá la gloria, el honor, la fiesta más grande.
Por eso ponme atención hija mía querida, y Yo continuaré narrándote las maravillas de mi nacimiento. Mi cuna estaba circundada por ángeles que hacían competencia para cantarme cánticos de cuna, como a su Soberana Reina, y como estaba dotada de razón y de ciencia infundida en Mí por mi Creador, hice mi primer deber de adorar, con mi inteligencia y también con mi vocecita de niña balbuceante a la Santísima Trinidad adorable, y fue tanto el ímpetu de mi amor hacia una Majestad tan santa, que sintiéndome languidecer deliraba porque quería encontrarme entre los brazos de la Divinidad para recibir sus abrazos y darle los míos. Entonces los ángeles, para los cuales mis deseos eran ordenes, me tomaron y llevándome sobre sus alas me condujeron a los brazos amorosos de mi Padre celestial. ¡Oh! con cuánto amor me esperaba, Yo iba del exilio, y los pequeños momentos de separación entre Él y yo eran causa de nuevos incendios de amor, eran dones que me preparaba para darme, y Yo encontraba nuevos recursos para pedir piedad, misericordia para mis hijos que viviendo en el exilio estaban bajo los azotes de la divina justicia, y llevada por el amor les decía: “Trinidad adorable, Yo me siento feliz, me siento Reina, no conozco que cosa sea infelicidad y esclavitud, sino sólo vuestro Querer que reina en Mí, son tales y tantas las alegrías, la felicidad, que pequeña como soy no puedo abrazarlas todas, pero en tanta felicidad, una vena de amargura intensa hay dentro de mi pequeño corazón, siento en ella a mis hijos infelices, esclavos de su voluntad rebelde. Piedad Padre santo, piedad, ¡ah! haz completa mi felicidad, estos hijos infelices que llevo más que Madre en mi materno corazón, vuélvelos felices, haz descender al Verbo Eterno sobre la tierra y todo será acordado, Yo no descenderé de tus rodillas paternas si no me das el reescrito de gracia, de modo que pueda llevar a mis hijos la alegre nueva de su Redención.” La Divinidad quedaba conmovida por mis plegarias y colmándome de nuevos dones me decía: “Regresa al exilio y continúa tus plegarias, extiende el reino de nuestra Voluntad en todos tus actos, que a su tiempo te contentaremos.” Pero no me decían ni cuando, ni dónde habría de descender. Por eso Yo partía del Cielo sólo para cumplir la Divina Voluntad, esto para Mí era el sacrificio más heroico, pero lo hacía de buena gana para hacer que Ella sola tuviese el pleno dominio sobre Mí.
Ahora escucha hija mía cuánto me costó tu alma, hasta amargarme el inmenso océano de mis alegrías y felicidad; cada vez que tú haces tu voluntad te vuelves esclava y sientes tu infelicidad, y Yo como tu Mamá siento en mi corazón la infelicidad de mi hija, ¡oh! cómo es doloroso tener hijos infelices, por eso lo que más te debe importar es el hacer la Divina Voluntad, como Yo, que llegaba hasta alejarme del Cielo para que mi voluntad no tuviese vida en Mí.
Ahora hija mía continúa escuchándome, el primer deber en todos tus actos sea adorar a tu Creador, conocerlo y amarlo, esto te pone en el orden de la Creación, y ven a reconocer a Aquél que te ha creado; éste es el deber más santo de cada criatura, reconocer su origen. Ahora tú debes saber que éste mi subir y descender al Cielo, este rogar, formaba la aurora en torno a Mí, que expandiéndose en todo el mundo circundaba los corazones de mis hijos, para hacer que al alba surgiera la aurora, para hacer despuntar el esperado día sereno de la venida del Verbo Divino a la tierra.
El alma:
Mamita celestial, al verte recién nacida y darme lecciones tan santas, yo me siento raptar y comprendo cuánto me amas, hasta volverte infeliz por causa mía. ¡Ah! Mamá santa, Tú que tanto me amas haz descender en mi corazón la potencia, el amor, las alegrías que te inundan, a fin de que llena de ellas, mi voluntad no encuentre lugar para vivir en mí y libremente ceda el lugar al dominio de la Divina Voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme harás tres actos de adoración a tu Creador recitando tres Gloria Patri para agradecerle por cuantas veces tuve la gracia de ser admitida a su presencia.
Jaculatoria: Mamá celestial, haz surgir la aurora divina de la Divina Voluntad en mi alma.
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12° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Sale de la cuna, da sus primeros pasos, y con sus actos infantiles
llama a Dios a descender sobre la tierra, y llama a las criaturas a
vivir en la Divina Voluntad.
El alma a la celestial Reinita:
Heme aquí de nuevo ante ti, mi querida niñita, en la casa de Nazaret, quiero ser espectadora de tu edad infantil, quiero darte la mano mientras das tus primeros pasos, hablas con tu santa mamá y con tu padre Joaquín. Pequeña como eres, después que has empezado a caminar ayudas a santa Ana en los pequeños servicios. Mamacita mía, cómo me eres querida y toda hermosa, ¡ah! dame tus lecciones para que siga tu infancia y aprenda de ti a vivir aun en las pequeñas acciones humanas en el reino de la Divina Voluntad.
Lección de la pequeña Reina del Cielo:
Mi hija querida, mi único deseo es el tener a mi lado a mi hija, sin ti me siento sola y no tengo a quién confiar mis secretos. Por eso son mis premuras maternas que buscan a mi lado a mi hija que tengo en el corazón, para darte mis lecciones y así hacerte comprender cómo se vive en el reino de la Divina Voluntad. Pero en Ella no entra el querer humano, éste queda aplastado y en acto de sufrir continuas muertes ante la luz, santidad y potencia de la Divina Voluntad. Pero ¿crees tú que el querer humano queda afligido porque el Divino Querer lo tiene en acto de morir continuamente? ¡Ah! no, no, más bien se siente feliz de que sobre su voluntad agonizante renazca y surja la Voluntad Divina victoriosa y triunfante sobre la suya, porque le lleva alegría y felicidad sin termino. Basta comprender hija querida qué significa hacerse dominar por Ella, y probarlo para hacer que la criatura aborrezca tanto su voluntad, que se dejaría hacer pedazos antes que salir de la Divina Voluntad.
Ahora escúchame, Yo partí del Cielo sólo para hacer la Voluntad del Eterno, y si bien Yo tenía mi cielo en mí, el cual era la Voluntad Divina, y era inseparable de mi Creador, también me agradaba estar en la patria celestial, mucho más que estando la Divina Voluntad en Mí, Yo sentía los derechos de hija de estar con Él y de hacerme arrullar como pequeñita entre sus brazos paternos y de participar a todos las alegrías y felicidad, riquezas, santidad que poseía, cuanto más podía tomar y llenarme tanto, hasta no poder contener más, y el Ser Supremo gozaba el ver que Yo sin temor, más bien con sumo amor me llenaba de sus bienes, Yo no me maravillaba de que me hacía tomar lo que Yo quería, era su hija, una era la Voluntad que nos animaba, lo que querían Ellos quería Yo. Así que sentía que las propiedades de mi Padre celestial eran mías, la única diferencia, que Yo era pequeña y no podía abrazar ni tomar todos sus bienes, por cuantos tomaba, quedaban tantos que no tenía capacidad donde ponerlos, porque siempre era criatura, en cambio la Divinidad era grande, inmensa, y en un solo acto abrazaba todo. Por eso, a pesar de esto, en cuanto me hacían entender que debía privarme de sus alegrías celestiales y de los castos abrazos que nos dábamos, Yo partía del Cielo sin demora y regresaba en medio de mis queridos padres, ellos me amaban mucho, Yo era toda amable, hermosa, alegre, pacífica y llena de gracia infantil, tanto, de raptarme el afecto de ellos, eran todo atención sobre de Mí, era su joya, cuando me tomaban en sus brazos sentían cosas insólitas, y una Vida Divina palpitante en Mí. Ahora hija de mi corazón, tú debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá abajo, la Divina Voluntad extendía se reino en todos mis actos, así que mis oraciones, mis palabras, mis pasos, el alimento, el sueño que tomaba, los pequeños servicios con los cuales ayudaba a mi madre, eran animados por la Divina Voluntad, y como te he llevado siempre en mi corazón te llamaba como hija mía; en todos mis actos llamaba a tus actos junto con los míos, a fin de que también en tus actos, aun indiferentes, se extendiera el reino del Querer Divino. Escucha cuánto te amaba: si oraba llamaba tu plegaria en la mía, a fin de que la tuya y la mía fueran valoradas con un solo valor y poder, cual era el valor y el poder de una Voluntad Divina, si hablaba llamaba tu palabra, si caminaba llamaba tus pasos, y si hacía las pequeñas acciones humanas indispensables a la naturaleza humana, como eran el tomar agua, barrer, ayudar a llevar leña a mi madre para encender fuego, y tantas otras cosas similares, Yo llamaba a estos mismos actos tuyos a fin de que fueran valorados por una Voluntad Divina, y en los míos, y en tus actos, se extendiese su reino, y mientras te llamaba en cada acto mío, llamaba al Verbo Divino a descender sobre la tierra. ¡Oh! cuánto te he amado hija mía, quería tus actos en los míos para hacerte feliz y hacerte reinar junto conmigo. Y ¡oh! cuántas veces yo te llamaba, y llamaba a tus actos, pero con sumo dolor mío los míos quedaban aislados y los tuyos los veía como extraviados en tu voluntad humana, que es horrible el decirlo, formaban el reino no divino, sino humano, el reino de las pasiones y el reino del pecado, de las infelicidades y desventuras. Tu Mamá lloraba sobre tu desventura, y en cada acto de voluntad humana que tú haces, pues conocía a que reino infeliz te llevan; mis lágrimas se derraman todavía para hacerte comprender el gran mal que haces, por eso escucha a tu Mamá, si tú hicieras la Divina Voluntad, por derecho te serán dadas la alegría, la felicidad, todo será en común con tu Creador, las debilidades, las miserias huirán de ti, y además serás la más querida de mis hijas, te tendré en mi mismo reino para hacerte vivir siempre de Divina Voluntad.
El alma:
Mamá santa, ¿quién puede resistir el verte llorar, y no escuchar tus santas lecciones? Yo con todo el corazón lo prometo, lo juro, el no hacer jamás, nunca más mi voluntad, y Tú Mamá Divina no me dejes jamás sola, para que el imperio de tu presencia aplaste mi voluntad, para hacerme reinar siempre, siempre en la Voluntad de Dios.
Florecita: Hoy para honrarme, me darás todos tus actos para hacerme compañía en mi infancia, diciéndome tres actos de amor en memoria de los tres años que Yo viví con mi madre santa Ana.
Jaculatoria: Poderosa Reina, rapta mi corazón para encerrarlo en la Voluntad de Dios.
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13° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Parte al templo y da ejemplo de total triunfo en el sacrificio.
El alma a la Reina triunfante:
Mamá celestial, hoy vengo a postrarme ante ti para pedirte tu fuerza invencible, para que en todas mis penas, y Tú sabes cómo está lleno mi corazón de ellas, hasta sentirme ahogada, si Tú tanto amas el hacerme de Madre, toma mi corazón en tus manos y derrama en él el amor, las gracias, la fuerza de triunfar en mis penas, y convertirlas todas en Voluntad Divina.
Lección de la Reina triunfante:
Hija mía, ánimo, no temas, tu Mamá es toda para ti, y hoy te esperaba para que mi heroísmo y mi triunfo en el sacrificio, te infunda fortaleza y ánimo, y así pueda ver a mi hija triunfante en sus penas y con el heroísmo de soportarlas con amor y para cumplir la Divina Voluntad.
Ahora hija mía escúchame, Yo tenía apenas tres años, y mis padres me hicieron saber que querían consagrarme al Señor en el templo. Mi corazón se alegró al conocer esto, el consagrarme y pasar mis años en la casa de Dios, pero bajo mi alegría había un dolor, una privación de los más queridos que se pueden tener en la tierra, como eran mis queridos padres; era pequeña, tenía necesidad de sus cuidados maternales, me privaba de la presencia de dos grandes santos, y además veía que conforme se acercaba el día de privarse de Mí, que hacía su vida plena de alegría y de felicidad, sentían tal amargura de sentirse morir, pero aunque sufrían estaban dispuestos a hacer el acto heroico de conducirme al Señor.
Mis padres me amaban en orden a Dios y me tenían como un gran don dado a ellos por el Señor, y esto les dio la fuerza de cumplir el doloroso sacrificio. Por eso hija mía, si quieres tener fuerza invencible para sufrir las penas más duras, haz que todas las cosas tuyas sean en orden a Dios y tenlas como dones preciosos que te ha dado el Señor.
Ahora, tú debes saber que Yo con ánimo preparaba mi ida al templo, porque en cuanto entregué mi voluntad al Ser Divino y el Fiat Supremo tomó posesión de todo mi ser, Yo adquirí todas las virtudes en naturaleza, Yo era dominadora de Mí misma, todas las virtudes estaban en Mí como tantas nobles princesas, y de acuerdo a las circunstancias de mi vida prontamente se ofrecían para hacer su oficio sin ninguna resistencia. En vano me habrían llamado Reina si no hubiera tenido virtud de ser Reina sobre Mí misma, por eso Yo tenía en mi dominio la caridad perfecta, la paciencia invencible, la dulzura raptora, la humildad profunda y todo el ajuar de las otras virtudes. La Divina Voluntad volvió afortunada la pequeña tierra de mi humanidad, siempre florida y sin las espinas de los vicios. Ve entonces querida hija qué significa vivir de Voluntad Divina, su luz, su santidad y potencia convierten en naturaleza todas las virtudes, no se abaja a reinar en un alma donde hay una naturaleza rebelde, no, no, Ella es santidad, y donde debe reinar quiere la naturaleza ordenada y santa. Por eso el sacrificio de ir al templo eran conquistas que Yo hacía, y sobre el sacrificio venía formado en Mí el triunfo de una Voluntad Divina, y estos triunfos llevaban a Mí nuevos mares de gracia, de santidad y de luz, hasta sentirme feliz en mis penas, para poder conquistar nuevos triunfos.
Ahora hija mía, pon la mano sobre el corazón y dile a tu Mamá: ¿Sientes tu naturaleza cambiada en virtud? O bien ¿sientes las espinas de la impaciencia, las hierbas nocivas de la agitación, los malvados humores de los afectos no santos? Escucha, permite que actúe tu Mamá, dame tu voluntad en mis manos, decidida a no quererla más y Yo te haré poseer por la Voluntad Divina, la cual todo desterrará de ti, y lo que no has hecho en tantos años lo harás en un día, el cual será el principio de la verdadera vida, de la felicidad y de la verdadera santidad.
Ahora pon atención y escúchame, Yo dejé la casa de Nazaret acompañada por mis santos padres, al dejarla di una última mirada a aquella casita donde había nacido, para agradecer a mi Creador por haberme dado un lugar donde nacer y por dejarla en la Divina Voluntad, a fin de que mi infancia y tantos queridos recuerdos, porque Yo estando llena de razón todo comprendía, fueran todos custodiados por la Divina Voluntad y depositados en Ella como prenda de mi amor hacia Aquél que me había creado. Hija mía, el agradecer al Señor y poner nuestros actos en sus manos como prenda de nuestro amor, son nuevos canales de gracias y comunicaciones que se abren entre Dios y el alma, y el homenaje más bello que se puede rendir a quien tanto nos ama. Por eso aprende de Mí a agradecer al Señor de todo lo que dispone de ti, y en todo lo que estás por hacer sea tu palabra: “Gracias, ¡oh! Señor y pongo todo en tus manos.” Ahora, mientras todo dejé en el Fiat Divino, como reinaba en Mí y jamás me dejó ni un instante de mi vida, Yo los llevaba como en triunfo en mi pequeña alma, y ¡oh! los prodigios del Divino Querer, con su virtud conservante mantenía el orden de todos mis actos, pequeños y grandes y como en acto dentro de Mí, como triunfo suyo y mío, así que jamás perdí la memoria de uno solo de mis actos, y esto me daba tanta gloria y honor que me sentía Reina, porque cada acto mío hecho en la Divina Voluntad era más que sol, y Yo estaba adornada de luz, de felicidad, de alegría, Ella me llevaba su paraíso. Hija mía, el vivir de Voluntad Divina debería ser el deseo, el suspiro, y casi la pasión de todos, tanta es la belleza que se conquista y el bien que se siente. Todo lo contrario la voluntad humana, ella tiene la virtud de amargar a la pobre criatura, la oprime, forma la noche, camina a tientas, va siempre tropezando en el bien y muchas veces pierde la memoria del poco bien que ha hecho.
Ahora hija mía, Yo partí de la casa paterna con ánimo y desapego, porque Yo miré sólo el Querer Divino, en el cual tenía fijo mi corazón, y esto me bastó para todo, pero mientras caminaba para ir al templo, vi toda la Creación, y ¡oh! maravilla, sentí el latido de la Divina Voluntad en el sol, en el viento, en las estrellas, en el cielo, bajo mis pasos la sentí palpitante y el Fiat Divino que reinaba en Mí ordenó a toda la Creación, que como velo lo escondía, que todos se inclinaran y me hicieran honor de Reina, y todos se inclinaron dándome signos de sujeción, hasta la pequeña florecita del campo no se privó de darme su pequeño homenaje, Yo ponía todo en fiesta, y cuando por necesidad salía de la habitación, la Creación se ponía en acto de darme muestras de honor, y Yo era obligada a ordenar que estuviera en su puesto y que observara el orden de nuestro Creador.
Ahora escucha a tu Mamá, dime, ¿en tu corazón sientes la alegría, la paz, el desapego de todo y de todos, y el coraje que todo puedes hacer para cumplir la Divina Voluntad, de modo de sentir en ti fiesta continua? Hija mía, la paz, el desapego, el coraje, forman el vacío en el alma donde puede tomar lugar la Divina Voluntad, y Ella siendo intangible de cualquier pena, lleva la fiesta perenne a la criatura. Por eso, ánimo hija mía, dime que quieres vivir de Voluntad Divina y tu Mamá pensará en todo. Ahora, mañana te espero para decirte el modo como me comporté en el templo.
El alma:
Mamá santa, ayuda a tu hija, hazme una visita en mi alma y todo aquello que encuentres que no sea Voluntad de Dios, con tus manos maternas arráncalas de mí, quema las espinas, las hierbas nocivas, y Tú misma llama a la Divina Voluntad a reinar en mi alma, y con tu imperio vacíame de todo, infúndeme el coraje necesario para hacerme dar muerte a mi voluntad y yo confiando en ti te diré: “Quiero vivir de Voluntad Divina.”
Florecita: Hoy para honrarme me llamarás tres veces a visitar tu alma y me darás toda la libertad de hacer lo que quiero de ti, y tú me darás todos tus actos como prenda de amor por Mí, y Yo los depositaré en la Divina Voluntad, diciéndome cada vez: “Te amo Mamá mía.”
Jaculatoria: Soberana Reina, toma entre tus manos mi alma, vacíame de todo y transfórmala toda en Voluntad de Dios.
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14° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Su vida en el templo forma el nuevo día para hacer despuntar el
refulgente Sol del Verbo Divino sobre la tierra. Se hace modelo de las
almas consagradas al Señor.
El alma a la Reina del Cielo:
Mamá Reina, heme aquí a tu lado para seguir tus pasos al entrar al templo, y ¡oh! cómo quisiera que mi Mamá tomara mi pequeña alma y la encerrara en el templo vivo de la Voluntad de Dios, que me aislara de todos, excepto de mi Jesús y de su dulce compañía.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, cómo es dulce tu susurro en mi oído al oírte decir que quieres ser encerrada por Mí en el templo vivo de la Divina Voluntad, y que no quieres otra compañía sino la de tu Jesús y la mía. ¡Ah! hija querida, tú haces surgir en mi materno corazón las alegrías de verdadera Madre, y si esto me haces hacer, Yo estoy segura que mi hija será feliz, mis alegrías serán las suyas, y tener una hija feliz es la más grande felicidad y gloria de un corazón materno.
Ahora escúchame hija mía, Yo llegué al templo sólo para vivir de Voluntad Divina, mis santos padres me confiaron a los superiores del templo, consagrándome al Señor, y mientras esto hicieron Yo estaba vestida de fiesta, cantaron himnos y profecías respecto al futuro Mesías, ¡oh! cómo se alegraba mi corazón, después, con valor di el adiós a mis queridos y santos padres, besé su mano derecha, les agradecí por los cuidados que tuvieron de mi infancia, y porque con tanto amor y sacrificio me habían consagrado al Señor. Mi presencia pacífica, sin llorar y valerosa les infundió tal ánimo, que tuvieron la fuerza de dejarme y apartarse de Mí. La Voluntad Divina imperaba sobre Mí, y extendía su reino en todos aquellos actos míos. ¡Oh! potencia del Fiat, sólo Tú podías darme el heroísmo, que si bien tan pequeña, tuve la fuerza de separarme de quienes tanto me amaban y que Yo veía que se sentían destrozar el corazón al separarse de Mí.
Ahora hija mía escúchame, Yo me encerré en el templo, y lo quiso el Señor para hacerme extender en mis actos que debía hacer en él, el reino de la Divina Voluntad, para hacerme preparar el terreno con mis actos humanos, y el cielo de la Divina Voluntad que debía formarse sobre este terreno, a todas las almas consagradas al Señor. Yo era atentísima a todos los deberes que se acostumbraban hacer en aquel lugar santo, Yo era pacífica con todos, jamás di amarguras ni molestias a ninguno, me sometía a los servicios más humildes, no le encontraba dificultad a nada, ni a barrer, ni a cocinar, cualquier sacrificio era para Mí un honor, un triunfo, ¿pero quieres saber por qué? Yo no veía nada, todo para Mí era Voluntad de Dios, así que la campanita que me llamaba era el Fiat, Yo oía el sonido misterioso del Querer Divino que me llamaba en el sonido de la campanita, y mi corazón se alegraba y corría para ir donde el Fiat me llamaba. Mi regla era la Divina Voluntad, a mis superiores los veía como comandantes de un Querer tan santo, por eso para Mí la campanita, la regla, los superiores, mis acciones, incluso las más humildes, eran alegrías y fiestas que me preparaba el Fiat Divino, que extendiéndose también fuera de Mí me llamaba a extender su Voluntad para formar su reino en los más pequeños de mis actos, y Yo hacía como el mar, que esconde todo lo que posee y no deja ver otra cosa que agua, así hacía Yo, escondía todo en el mar inmenso del Fiat Divino, y no veía otra cosa que mar de Voluntad Divina, y por eso todas las cosas me llevaban alegrías y fiestas. ¡Ah! hija mía, en mis actos corrías tú y todas las almas, Yo no sabía hacer nada sin mi hija, era propiamente para mis hijos que preparaba el reino de la Divina Voluntad. ¡Oh! si todas las almas consagradas al Señor en los lugares santos hicieran desaparecer todo en la Divina Voluntad, cómo serían felices y convertirían las comunidades en tantas familias celestiales y poblaría la tierra de muchas almas santas. Pero, ¡ay de Mí! debo decirlo con dolor de Madre, ¿cuántas amarguras, trastornos, discordias no hay? Mientras la santidad no está en el oficio que les toca, sino en el cumplir la Voluntad Divina en cualquier oficio asignado a ellas, porque es la pacificadora de las almas, fuerza y sostén en los sacrificios más duros.
Ahora préstame atención y escucha a tu Mamá que quiere dividir contigo su fortuna. Yo continuaba mi vida en el templo, pero el Cielo no estaba cerrado para Mí, Yo podía ir cuantas veces quería, tenía el paso libre para subir y descender; en el Cielo tenía mi Familia Divina con la cual Yo ansiaba ardientemente y suspiraba el entretenerme con Ellos, la Divinidad misma me esperaba con tanto amor para conversar conmigo, para felicitarse y hacerme más feliz, más bella, más querida a los ojos de Ellos, por otra parte no me habían creado para tenerme lejana, no, no, querían gozarme como hija, querían escucharme, como mis palabras animadas por el Fiat tenían la potencia de poner paz entre Dios y las criaturas, amaban el ser vencidos por su pequeña hija y oírse repetir: “Descienda, descienda el Verbo sobre la tierra.” Puedo decir que la misma Divinidad me llamaba, y Yo corría, volaba en medio a Ellos, mi presencia, porque no había hecho jamás la voluntad humana, los correspondía del amor y de la gloria de la gran obra de toda la Creación, y por eso me confiaban el secreto de la historia del género humano, y Yo rogaba y volvía a rogar que se diera la paz entre Dios y el hombre.
Ahora hija mía, tú debes saber que sólo la voluntad humana cierra el Cielo, por eso no le era dado penetrar en aquellas regiones celestiales, ni de tener trato familiar con su Creador, por el contrario, la voluntad humana lo había arrojado lejos de Aquél que lo había creado. En cuanto el hombre se sustrajo de la Voluntad Divina se volvió miedoso, tímido, perdió el dominio de sí mismo y de toda la Creación, todos los elementos, porque dominados por el Fiat, permanecían superiores a él y le podían hacer mal. El hombre tenía miedo de todo, ¿y te parece poco hija mía que aquél que había sido creado rey, dominador de todo, llegara a tener miedo de Aquél que lo había creado? Extraño hija mía, y diría casi contra natura, el que un hijo tenga miedo de su padre, mientras que es natural que conforme se genera, se genera al mismo tiempo amor y confianza entre padre e hijo, y esto se puede llamar la primera herencia que toca al hijo, y el primer derecho que toca al padre. Así que Adán con hacer su voluntad perdió la herencia de su Padre, perdió su reino y se volvió el hazmerreír de todas las cosas creadas.
Hija mía, escucha a tu Madre y pondera bien el gran mal de la voluntad humana, ella quita los ojos del alma y la hace volverse ciega, de modo que todo es tinieblas y miedo para la pobre criatura. Por eso pon la mano sobre tu corazón y jura a tu Mamá que quisieras morir antes que hacer tu voluntad. Yo, por no hacer jamás mi voluntad no tenía ningún miedo con mi Creador, ¿y cómo podía tener miedo si me amaba tanto? Y el reino se extendía tanto en Mí, que con mis actos iba formando el pleno día para hacer surgir el nuevo Sol del Verbo Eterno sobre la tierra, y Yo conforme veía que se iba formando el día, así aumentaba mis súplicas para obtener el suspirado día de la paz entre el Cielo y la tierra. Ahora, mañana te espero para narrarte otra sorpresa de mi vida acá abajo.
El alma:
¡Oh! Mamá santa, cómo son bellas tus lecciones, cómo descienden dulces en mi corazón. ¡Ah! te ruego que extiendas en mí el mar del Fiat Divino y me lo amuralles alrededor, a fin de que tu hija no vea y no conozca nada más que Voluntad Divina, de modo que navegando siempre en Ella, pueda conocer sus secretos, sus alegrías, su felicidad.
¡Oh! cuántas veces también yo me sentía con temor, timidez, y como lejana de mi Creador, ¡ah! era mi voluntad humana que reinaba en mí, no la Divina, y por eso yo sentía sus tristes efectos. Si me amas como hija, toma mi corazón entre tus manos y arroja de mí el miedo y la timidez que me impiden el vuelo hacia mi Creador, y en su lugar pon aquel Fiat que Tú tanto amas, y que quieres que reine en mi alma.
Florecita: Hoy para honrarme me harás doce actos de amor, para honrar los doce años que viví en el templo, rogándome que te admita en la unión de mis actos, y pondrás en mis manos todo lo que sientas de molestia, de temor, de desconfianza, a fin de que te los convierta en Voluntad de Dios.
Jaculatoria: Reina Mamá, enciérrame en el sagrado templo de la Voluntad de Dios.
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15° día.
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Sale del templo. Esponsales con san José. Espejo divino al que llama a
mirarse a todos aquellos que son llamados por Dios al estado conyugal.
El alma a su Mamá celestial:
Mamá santa, hoy más que nunca siento la necesidad de estarme estrechada entre los brazos de mi Mamá, a fin de que aquel Divino Querer que reina en ti, forme el dulce encanto a mi voluntad, para que la tenga encerrada y no se atreva a hacer cosas que no sean Voluntad de Dios. Tus lecciones de ayer me han hecho comprender la prisión en que pone a la pobre criatura la voluntad humana, y yo temo tanto que haga sus escapadas y tome su puesto de nuevo en mí, por eso me confío en mi Mamá, a fin de que me vigile tanto, que yo pueda estar segura de vivir siempre de Voluntad Divina.
Lección de la Reina del Cielo:
Vamos hija mía, ánimo y confianza en tu Mamá y propósito férreo de no dar jamás vida a tu voluntad. ¡Oh! cómo quisiera oír de tus labios: “Mamá mía, mi voluntad ha terminado, y todo el imperio lo tiene en mí el Fiat Divino.” Estas son las armas que la hacen estar muriendo continuamente, y vencen el corazón de tu Mamá para usar todas las artes amorosas de Madre, para que su hija viva en el reino de su Mamá. Para ti será dulce muerte, que te dará la verdadera vida, y para Mí será la más bella de las victorias que haré en el reino de la Divina Voluntad, por eso confianza y ánimo en Mí, la desconfianza es de los viles y de aquellos que no están verdaderamente decididos a obtener la victoria, y por eso están siempre sin armas, y sin armas no se vence y se es siempre intermitente y vacilante en hacer el bien.
Ahora hija mía escúchame, Yo continuaba mi vida en el templo y mis escapadas para allá arriba, a mi patria celestial; Yo tenía mis derechos de hija de hacer mis pequeñas visitas a mi Familia Divina, que más que padre me pertenecía, pero cual no fue mi sorpresa cuando en una de estas visitas mías me hicieron conocer que era Voluntad de ellos que saliera del templo, uniéndome con el vínculo de esponsalicio, según el uso externo de aquellos tiempos, con un hombre santo llamado José, y retirarme junto con él a vivir en la casa de Nazaret.
Hija mía, en este momento de mi vida, aparentemente parecía que Dios quería ponerme en prueba y en riesgo. Yo no había amado jamás a ninguno en el mundo, y como la Voluntad Divina tenía su extensión en todo mi Ser, mi voluntad humana no tuvo jamás un acto de vida, por eso en Mí faltaba el germen del amor humano, ¿cómo podía amar a un hombre, por cuan santo fuera, en el orden humano? Es verdad que Yo amaba a todos, y era tanto el amor hacia todos, que mi amor de Madre me los había escrito con caracteres imborrables de fuego, uno por uno en mi materno corazón, pero esto era todo en el orden del amor divino, porque el amor humano comparado con el divino se puede llamar sombras, pinceladas, átomos de amor. Sin embargo hija querida, lo que aparentemente parecía riesgo y como extraño a la santidad de mi vida, Dios se sirvió de ello admirablemente para cumplir sus designios y concederme la gracia que Yo tanto suspiraba, esto es, que descendiera el Verbo a la tierra. Dios me daba la salvaguarda, la defensa, la ayuda, a fin de que ninguno pudiera murmurar de Mí, sobre mi honestidad, San José debía ser el cooperador, el tutor que debía tomar el interés de aquél poco de humano que se necesitaba, y la sombra de la Paternidad celestial en la cual debía ser formada nuestra pequeña familia celestial sobre la tierra. Entonces, a pesar de mi sorpresa, rápidamente dije Fiat, sabiendo que la Divina Voluntad no me habría hecho mal, ni perjudicado mi santidad. ¡Oh! si hubiera querido poner un acto de mi voluntad humana, aun bajo el aspecto de no querer conocer hombre, habría mandado a la ruina los planes de la venida del Verbo sobre la tierra. Así que no es la diversidad de los estados la que perjudica a la santidad, sino la falta de la Divina Voluntad y el no cumplimiento de los propios deberes en el estado en el cual Dios llama a la criatura, todos los estados son santos, también el matrimonio, con tal que dentro esté la Divina Voluntad y el sacrificio exigido de los propios deberes, pero la mayor parte son indolentes y perezosos, y no sólo no se hacen santos, sino que forman del estado de cada uno, quién un purgatorio y quién un infierno.
Por eso en cuanto conocí que debía salir del templo, Yo no hice movimiento alguno, esperando que Dios mismo moviera las circunstancias externas para hacerme cumplir su adorable Voluntad, como de hecho sucedió. Los Superiores del templo me llamaron y me dijeron que era su voluntad, y también la costumbre de aquellos tiempos, el que Yo debía prepararme al casamiento; Yo acepté. Milagrosamente la selección entre tantos cayó sobre san José, y así se formó el esponsalicio y salí del templo. Por eso te ruego hija de mi corazón, que en todas las cosas, lo que más te importe sea sólo la Divina Voluntad, si quieres que los designios divinos se cumplan sobre ti.
El alma:
Celestial Reina, tu hija se confía a ti, con mi confianza quiero herirte el corazón, y esta herida diga siempre en tu materno corazón: “¡Fiat! ¡Fiat! ¡Fiat! Te pide siempre tu pequeña hija.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás sobre mis rodillas y recitarás 15 Gloria Patri para agradecer al Señor por todas las gracias que me concedió hasta el quinceavo año de mi vida, especialmente porque me dio por compañía un hombre tan santo, como era san José.
Jaculatoria: Reina poderosa, dame las armas para hacer guerra y vencer a la Voluntad de Dios.
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16° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
En la casa de Nazaret Cielo y tierra están por darse el beso de paz. La hora divina está cercana.
El alma a su Mamá Reina:
Mi soberana Mamá, estoy de regreso para seguir tus pasos. Tu amor me ata y como imán potente me tiene fija y toda atenta a escuchar las bellas lecciones de mi Mamá, pero esto no me basta, si me amas como hija enciérrame dentro del reino de la Divina Voluntad, donde viviste y vives, y ciérrame la puerta de modo que, aunque lo quisiera, no pueda salirme más. Así Madre e hija haremos vida común y seremos felices las dos.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, si tú supieras cómo suspiro por tenerte encerrada en el reino de la Divina Voluntad, cada lección que te doy son puertas que formo para impedirte la salida y son fortaleza para ponerle muros a tu voluntad, a fin de que comprenda y ame el estar bajo el dulce imperio del Fiat Supremo. Por eso sé atenta en escucharme, porque no son otra cosa que trabajo que hace tu Mamá para halagar y raptar tu voluntad y hacer vencer la Divina Voluntad sobre ti.
Ahora amada hija mía escúchame, Yo partí del templo con el mismo valor con el que entré y sólo por cumplir la Divina Voluntad, Yo fui a Nazaret y no encontré más a mis queridos y santos padres. Iba acompañada sólo de san José, y Yo veía en él a mi buen ángel que Dios me había dado para mi custodia, si bien tenía legiones de ángeles que me acompañaban en el viaje. Todas las cosas creadas me hicieron reverencias de honor, y Yo agradeciéndoles di a cada cosa creada mi beso y mi saludo de Reina y así se llegó a Nazaret.
Ahora, tú debes saber que san José y yo nos veíamos con reserva y sentíamos el corazón desbordante, porque el uno quería hacer conocer al otro que estábamos atados a Dios con el voto de virginidad perenne. Finalmente se rompió el silencio y ambos nos manifestamos el voto. ¡Oh! cómo nos sentimos felices, y agradeciendo al Señor nos prometimos vivir juntos como hermano y hermana. Yo era atentísima en servirlo, nos mirábamos con veneración y la aurora de la paz reinaba en medio de nosotros. ¡Oh, si todos se miraran en Mí para imitarme! Yo me adaptaba a la vida común, nada hacía traslucir fuera de los grandes mares de gracia que poseía.
Ahora escucha hija mía, en la casa de Nazaret Yo me sentía más que nunca enfervorizada y rogaba que el Verbo Divino descendiera sobre la tierra. La Divina Voluntad que reinaba en Mí no hacía otra cosa que investir todos mis actos de luz, de belleza, de santidad, de potencia, sentía que formaba el reino de la luz, pero la luz que siempre surge, el reino de la belleza, santidad y potencia que siempre crece, así que todas las cualidades divinas que el Fiat Divino extendía en Mí con su reinar, me llevaban la fecundidad. La luz que me invadía era tanta, que mi misma humanidad quedaba de tal manera embellecida e investida por este Sol del Querer Divino, que no hacía otra cosa que producir flores celestiales; Yo sentía que el Cielo se abajaba hasta a Mí, y que la tierra de mi humanidad subía, y Cielo y tierra se abrazaban, se pacificaban para darse el beso de paz y de amor, y la tierra se disponía a producir el germen para formar al Justo, al Santo, y el Cielo se abría para hacer descender al Verbo en este germen. Yo no hacía otra cosa que subir y descender de mi patria celestial y arrojarme en los brazos paternos de mi Padre celestial y le decía con el corazón: “Padre santo, no puedo más, me siento consumir, y mientras ardo siento una fuerza poderosa que quiere venceros, con las cadenas de mi amor quiero ataros para desarmaros, a fin de que no tarden más, sobre las alas de mi amor quiero transportar al Verbo Divino del Cielo a la tierra.” Y rogaba y lloraba porque me hubiera escuchado. Y la Divinidad vencida por mis lágrimas y plegarias me aseguró diciéndome: “Hija, ¿quién te puede resistir? Has vencido, la hora divina está cercana. Tú regresa a la tierra y continúa tus actos en la potencia de mi Querer, y con éstos, todos quedarán sacudidos, y Cielo y tierra se darán el beso de paz.” Pero a pesar de esto yo no sabía aún que debía ser la Madre del Verbo Eterno.
Ahora hija querida, escúchame y comprende bien qué significa vivir de Voluntad Divina; Yo con vivir de Ella formé el Cielo y su reino divino en mi alma, si no hubiera formado en Mí este reino, jamás el Verbo hubiera podido descender del Cielo a la tierra, si descendió fue porque descendió en su reino que la Divina Voluntad había formado en Mí, encontró en Mí su Cielo, sus alegrías divinas, jamás el Verbo habría descendido dentro de un reino extraño, ¡ah! no, no, quiso primero formarse su reino en Mí, y descender como vencedor a su reino, y no sólo esto, sino que con vivir siempre de Divina Voluntad, Yo adquirí por gracia lo que en Dios es naturaleza, la fecundidad divina para formar sin obra de hombre el germen para hacer germinar de Mí la Humanidad del Verbo Eterno. ¿Qué cosa no puede hacer la Divina Voluntad obrante en una criatura? Todo, y todos los bienes posibles e imaginables. Por eso lo que más te debe importar es que todo sea en ti Voluntad Divina, si quieres imitar a tu Mamá y hacerme contenta y feliz.
El alma:
Mamá santa, si Tú quieres, puedes, así como has tenido el poder de vencer a Dios hasta hacerlo descender del Cielo a la tierra, no te faltará el poder de vencer mi voluntad, a fin de que no tenga más vida, yo en ti espero y de ti todo obtendré.
Florecita: hoy para honrarme me harás una visita en la casa de Nazaret y por homenaje me darás todos tus actos, a fin de que los una a los míos para convertirlos en Voluntad Divina.
Jaculatoria: Emperatriz celestial, tráeme el beso de la Voluntad de Dios a mi alma.
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17° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Las puertas del Cielo se abren, el sol del Verbo Eterno se pone a la
espía. Envía a su ángel para avisar a la Virgen que la hora de Dios ha
llegado.
El alma a su Mamá celestial:
Mamá santa, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas, soy tu hija, quiero que pongas en mi boca el alimento de tu palabra dulcísima, que me lleva el bálsamo para sanarme las heridas de mi mísera voluntad humana. Mamá mía, háblame, desciendan tus potentes palabras en mi corazón y formen una nueva creación, para formar el germen de la Divina Voluntad en mi alma.
Lección de la Soberana Reina:
Hija queridísima, es propiamente ésta la finalidad que amo tanto, el hacerte oír los arcanos celestiales del Fiat Divino y los portentos que puede obrar donde mi Voluntad reina completamente, y el gran mal de quien se hace dominar por el querer humano, a fin de que tú ames mi Voluntad para hacerla formar su trono en ti, y aborrezcas tu querer, para hacer de tu voluntad el escabel del Querer Divino, teniéndola sacrificada a sus pies divinos.
Ahora hija mía escúchame, Yo continuaba mi vida en Nazaret, el Fiat Divino continuaba extendiendo en Mí su reino, para ello se servía de los más pequeños actos míos, incluso de los más indiferentes, como era mantener el orden de la pequeña casita, encender el fuego, barrer, y todos aquellos servicios que se acostumbran en las familias, para hacerme sentir su vida palpitante en el fuego, en el agua, en el alimento, en el aire que respiraba, en todo, e invistiéndolos formaba sobre mis pequeños actos mares de luz, de gracia, de santidad, porque donde reina el Divino Querer, tiene la potencia de formar de las pequeñas naderías, nuevos cielos de belleza encantadora, porque Él, siendo inmenso, no sabe hacer cosas pequeñas, sino que con su potencia da valor a las pequeñeces y de ellas forma las cosas más grandes, de dejar atónitos cielos y tierra. Todo es santo, todo es sagrado para quien vive de Voluntad Divina.
Ahora hija de mi corazón préstame atención y escúchame, unos cuantos días antes del descenso del Verbo sobre la tierra, Yo veía el Cielo abierto y el Sol del Verbo Divino a sus puertas, como para mirar sobre de quién debía emprender su vuelo, para volverse celestial Prisionero de una criatura. ¡Oh! cómo era bello verlo a las puertas del Cielo, como vigilando y espiando a la afortunada criatura que debía albergar a su Creador; y a la Trinidad Sacrosanta observando la tierra no más extraña a Ella, porque estaba la pequeña María que poseyendo la Divina Voluntad había formado el reino divino donde podía descender seguro, como en su propia habitación, en la que encontraba el Cielo y los tantos soles de tantos actos de Voluntad Divina hechos en mi alma. La Divinidad regurgitó de amor y se quitó el manto de justicia que desde tantos siglos había tenido con las criaturas, y se cubrió con el manto de misericordia infinita, y decretaron entre Ellos el descendimiento del Verbo, y están en acto de hacer sonar la hora del cumplimiento. A este sonido Cielo y tierra quedan estupefactos y se pusieron atentos para ser espectadores de un exceso de amor tan grande y de un prodigio tan inaudito.
Tu Mamá se sentía incendiada de amor, y haciendo eco al amor de mi Creador quería formar un solo mar de amor, a fin de que descendiera en él el Verbo, mis plegarias eran incesantes, y mientras oraba en mi habitación, un ángel viene mandado del Cielo como mensajero del gran Rey, se me pone delante e inclinándose me saludó: “Ave, ¡oh! María, Reina nuestra, el Fiat Divino te ha llenado de gracia. Ya ha pronunciado el Fiat porque quiere descender, está detrás de mí, pero quiere tu Fiat para formar el cumplimiento de su Fiat.” Ante un anuncio tan grande, tan deseado por Mí, pero jamás había pensado que fuera Yo la elegida, quedé estupefacta y vacilé un instante, pero el ángel del Señor me dijo: “No temas Reina nuestra, Tú has encontrado gracia ante Dios, Tú has vencido a tu Creador, por eso, para cumplir la victoria pronuncia tu Fiat.” Yo pronuncié el Fiat, y ¡oh! maravilla, los dos Fiat se fusionaron y el Verbo Divino descendió en Mí. Mi Fiat que era valorado con el mismo valor del Fiat Divino, formó del germen de mi humanidad la pequeñita Humanidad que debía encerrar al Verbo, y fue cumplido el gran prodigio de la Encarnación. ¡Oh! potencia del Fiat Supremo, Tú me elevaste tanto, de volverme poderosa hasta poder crear en Mí aquella Humanidad que debía contener al Verbo Eterno, que Cielos y tierra no podían contener. Los Cielos se estremecieron y toda la Creación se puso en actitud de fiesta, y recreándose de alegría cantaban sobre la casita de Nazaret para dar los homenajes y saludos al Creador humanado, y en su mudo lenguaje decían: “¡Oh! prodigio de los prodigios, que sólo un Dios podía hacer, la inmensidad se ha empequeñecido, la potencia se ha vuelto impotente, su altura inenarrable se ha abajado hasta el abismo del seno de una Virgen, y al mismo tiempo ha quedado pequeño e inmenso, potente e impotente, fuerte y débil.”
Hija mía querida, tú no puedes comprender lo que sintió tu Mamá en el momento de la Encarnación del Verbo. Todos me apuraban y esperaban mi Fiat, podría decir omnipotente.
Ahora hija querida escúchame, cómo te debe importar el hacer y el vivir de Voluntad Divina, mi potencia existe todavía, hazme pronunciar mi Fiat sobre tu alma, pero para hacer esto quiero el tuyo, por sí solo no se puede hacer un verdadero bien, sino que siempre entre dos se hacen las obras más grandes. Dios mismo no quiso hacer las cosas por Sí solo, sino que me quiso a Mí junto para formar el gran prodigio de la Encarnación, y en mi Fiat y en el suyo formó la Vida del Hombre y Dios, se ajustó la suerte del género humano, el Cielo no estuvo más cerrado, todos los bienes venían encerrados en medio a los dos Fiat. Por eso pronunciemos juntas Fiat, Fiat, y mi amor materno encerrará en ti la Vida de la Divina Voluntad.
Por ahora basta, mañana te espero de nuevo para narrar a mi hija lo que siguió a la Encarnación.
El alma:
Mamá bella, yo me siento sorprendida al escuchar tus bellas lecciones. ¡Ah! te ruego que pronuncies tu Fiat sobre mí, y yo pronuncio el mío, a fin de que quede concebido en mí aquel Fiat que Tú tanto suspiras, que como vida reine en mí.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás a dar el primer beso a Jesús y le dirás por nueve veces que quieres hacer su Voluntad, y Yo repetiré el prodigio de hacer concebir a Jesús en tu alma.
Jaculatoria: Reina poderosa, pronuncia tu Fiat y crea en mí la Voluntad de Dios.
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18° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
La Virgen, cielo adornado de estrellas; en este cielo el Sol divino
brilla con sus rayos fulgidísimos y llena Cielo y tierra. Jesús en el
seno de su Mamá. Visita a santa Isabel; santificación de Juan.
El alma a su Madre Reina:
Estoy nuevamente junto a ti Mamá celestial, vengo a alegrarme contigo, e inclinándome a tus santos pies te saludo llena de gracia y Madre de Jesús. ¡Oh! no encontraré más sola a mi Mamá, sino que encontraré junto contigo a mi pequeño prisionero Jesús. Así que seremos tres, no más dos, junto a la Mamá, Jesús y yo. Qué fortuna para mí, que si quiero encontrar a mi pequeño Rey Jesús, basta encontrar a la Mamá suya y mía. ¡Ah! Mamá santa, desde la altura de Madre de un Dios en que te encuentras, ten piedad de la miserable y pequeña hija tuya, y di la primera palabra por mí al pequeño prisionero Jesús, que me de la gran gracia de vivir de su Voluntad Divina.
Mamá celestial, tu pobre hija tiene necesidad extrema de ti, siendo Tú mi Madre y la Madre de Jesús, yo siento el derecho de estar junto a ti, de ponerme a tu lado, de seguir tus pasos para modelar los míos. ¡Ah! Mamá santa, dame la mano y condúceme contigo, a fin de que yo pueda aprender a comportarme bien en las diversas acciones de mi vida.
Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús:
Mi querida hija, hoy más que nunca te espero, mi materno corazón está henchido, siento la necesidad de desahogar mi ardiente amor con mi hija, quiero decirte que soy Madre de Jesús, mis alegrías son infinitas, mares de felicidad me inundan, Yo puedo decir: soy Madre de Jesús, su criatura, su esclava, y sólo al Fiat lo debo, me volvió llena de gracia, preparó la digna habitación a mi Creador, por eso la gloria, el honor y el agradecimiento sean siempre al Fiat Supremo.
Ahora escúchame hija de mi corazón, en cuanto fue formada con la potencia del Fiat Divino la pequeña Humanidad de Jesús en mi seno, el Sol del Verbo Eterno se encarnó en Ella. Yo tenía mi cielo formado por el Fiat todo adornado de estrellas fulgidísimas que centelleaban alegrías, bienaventuranzas, armonías de bellezas divinas, y el Sol del Verbo Eterno, resplandeciente de luz inaccesible vino a tomar su puesto dentro de este cielo, escondido en su pequeña Humanidad, la cual no pudiéndolo contener, el centro del Sol estaba en Ella pero su luz se desbordaba fuera, e invistiendo Cielo y tierra llegaba a cada corazón, y con su golpe de luz llamaba a cada criatura, y con las voces de luz penetrante les decía: “Hijos míos, ábranme, denme el puesto en vuestro corazón, he descendido del Cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes mi Vida, mi Madre es el centro donde reside y todos mis hijos serán la circunferencia donde quiero formar tantas Vidas mías por cuantos hijos hay.” Y la luz llamaba y volvía a llamar sin cesar jamás, y la pequeña Humanidad de Jesús gemía, lloraba, sufría espasmos y dentro de aquella luz que llegaba a los corazones hacía correr sus lágrimas, sus gemidos y sus espasmos de amor y de dolor. Ahora tú debes saber que para tu Mamá comenzó una nueva vida, Yo estaba al día de todo lo que hacía mi Hijo, lo veía devorado por mares de llamas de amor, cada latido suyo, respiro y pena, eran mares de amor que hacía salir, envolvía a todas las criaturas para hacerlas suyas por fuerza del amor y del dolor, porque tú debes saber que en cuanto fue concebida su pequeña Humanidad, concibió todas las penas que debía sufrir hasta el final de su vida, encerró en Sí mismo a todas las almas, porque como Dios ninguno le podía huir, su inmensidad encerraba a todas las criaturas, su omnividencia le hacía presentes a todas; por eso mi Jesús, mi Hijo, sentía el peso y el fardo de todos los pecados de cada una de las criaturas. Y Yo, tu Mamá, lo seguía en todo y sentí en mi materno corazón la nueva generación de las penas de mi Jesús, y la nueva generación de todas las almas que como Madre debía generar junto con Jesús a la gracia, a la luz, a la vida nueva que mi querido Hijo vino a traer a la tierra.
Hija mía, tú debes saber que desde que Yo fui concebida te amé como Madre, te sentía en mi corazón, ardía de amor por ti, pero no entendía el por qué; el Fiat Divino me hacía hacer los actos, pero me tenía oculto el secreto, pero en cuanto se encarnó me develó el secreto y comprendí la fecundidad de mi maternidad, que no sólo debía ser madre de Jesús, sino Madre de todos, y esta maternidad debía ser formada sobre la hoguera del dolor y del amor. Hija mía, ¡cuánto te he amado y te amo!
Ahora escucha hija querida hasta dónde se puede llegar cuando el Divino Querer toma la vida obrante en la criatura y la voluntad humana lo deja hacer sin impedirle el paso. Este Fiat, que en naturaleza posee la virtud generativa, genera todos los bienes en la criatura, la hace fecunda, dándole la maternidad sobre todos, sobre todos los bienes, y sobre Aquél que la ha creado. Maternidad dice y significa verdadero amor, amor heroico, amor que se contenta con morir para dar vida a quien ha generado; si no hay esto, la palabra maternidad es estéril, está vacía y se reduce a palabras, pero en los hechos no existe. Por eso hija mía, si quieres la generación de todos los bienes haz que el Fiat tome en ti la vida obrante, el cual te dará la maternidad y amarás todo con amor de madre, y Yo, tu Mamá, te enseñaré el modo cómo fecundar en ti esta maternidad toda santa y divina.
En cuanto llegué a ser Madre de Jesús y Madre tuya, mis mares de amor se duplicaron, y no pudiendo contenerlos todos, sentía la necesidad de expandirlos y de ser, incluso a costo de grandes sacrificios, la primera portadora de Jesús a las criaturas. Pero qué digo ¿sacrificios? Cuando se ama de verdad, los sacrificios, las penas, son refrigerios, consuelos y desahogos del amor que se posee. ¡Oh! hija mía, si tú no pruebas el bien del sacrificio, si no sientes como él es causa de las alegrías más íntimas, es señal de que el amor divino no llena toda tu alma, y por lo tanto que la Divina Voluntad no reina como Reina en ti. Ella sola da tanta fuerza al alma, de volverla invencible y capaz de soportar cualquier pena. Pon la mano sobre tu corazón y observa cuántos vacíos de amor hay en él, reflexiona: aquella secreta estima de ti misma, aquel turbarte por cada mínima contrariedad, aquellos pequeños apegos que sientes a cosas y a personas, aquel cansancio en el bien, aquel fastidio que te causa lo que no te gusta, equivalen a otros tantos vacíos de amor en tu corazón, vacíos que, parecidos a la fiebre, te privan de la fuerza y del deseo de llenarte de Voluntad Divina. ¡Oh! cómo sentirías también tú la virtud refrescante y conquistante en tus sacrificios si llenas de amor estos vacíos tuyos.
Hija mía, dame ahora la mano y sígueme, porque Yo continuaré dándote mis lecciones. Partí de Nazaret acompañada de san José, afrontando un largo viaje y atravesando montañas para ir a visitar en Judea a Isabel, que a avanzada edad, milagrosamente llegaba a ser madre.
Yo iba a ella no para hacerle una simple visita, sino más bien porque ardía en deseos de llevarle a Jesús. La plenitud de gracia, de amor, de luz que sentía en Mí me empujaba a llevar, a multiplicar, a centuplicar la vida de mi Hijo en las criaturas. Sí hija mía, el amor de Madre que tuve por todos los hombres y por ti en particular, fue tan grande, que Yo sentí la necesidad extrema de dar a todos a mi querido Jesús, a fin de que todos lo pudieran poseer y amar. El derecho de Madre que me fue dado por el Fiat, me enriqueció de tal potencia, de multiplicar tantas veces a Jesús por cuantas eran las criaturas que lo querían recibir, éste era el más grande milagro que Yo podía hacer, tener pronto a Jesús para darlo a cualquiera que lo deseara. ¡Cómo me sentía feliz!
Cuánto quisiera que también tú hija mía, acercándote a las personas y haciendo visitas, fueras siempre la portadora de Jesús, capaz de hacerlo conocer y deseosa de hacerlo amar.
Después de algunos días de viaje llegué finalmente a Judea, y presurosa me conduje a la casa de Isabel. Ella vino a mi encuentro festiva. Al saludo que le di sucedieron fenómenos maravillosos, mi pequeño Jesús exultó en mi seno y fijando con los rayos de la propia Divinidad al pequeño Juan en el seno de su madre, lo santificó, le dio el uso de la razón y le hizo conocer que Él era el Hijo de Dios. Juan entonces saltó tan fuertemente de amor y alegría, que Isabel se sintió sacudida, golpeada también ella por la luz de la Divinidad de mi Hijo, supo que Yo me había convertido en la Madre de Dios, y en el énfasis de su amor, temblando de gratitud exclamó: “¿De dónde a mí tanto honor, que la Madre de mi Señor venga a mí?”
Yo no negué el altísimo misterio, más bien lo confirmé humildemente. Alabando a Dios con el canto del Magnificat, canto sublime por medio del cual continuamente la Iglesia me honra, anuncié que el Señor había hecho grandes cosas en Mí, su esclava, y por esto todas las gentes me habría llamado bienaventurada.
Hija mía, Yo me sentía consumir por el deseo de dar un desahogo a las llamas de amor que me consumían, y de externar mi secreto a Isabel, la cual, también ella suspiraba al Mesías sobre la tierra. El secreto es una necesidad del corazón que irresistiblemente se revela a las personas capaces de entenderse. ¿Quién podrá jamás decirte cuánto bien llevó mi visita a Isabel, a Juan, a toda aquella casa? Cada uno quedó santificado, lleno de alegría, advirtió alegrías insólitas, comprendió cosas inauditas, y Juan en particular recibió todas las gracias que le eran necesarias para prepararse a ser el precursor de mi Hijo.
Hija queridísima, la Divina Voluntad hace cosas grandes e inauditas dondequiera que Ella reina; si Yo obré tantos prodigios fue porque Ella tenía su puesto real en Mí. Si también tú dejas reinar al Divino Querer en tu alma, te convertirás también en la portadora de Jesús a las criaturas, sentirás también tú la irresistible necesidad de darlo a todos.
El alma:
Mamá santa, me abandono en tus brazos. ¡Oh! cómo quisiera bañar tus manos maternas con mis lágrimas, para moverte a compasión por el estado de mi pobre alma. ¡Ah! si me amas como Mamá enciérrame en tu corazón, y tu amor queme mis miserias, mis debilidades, y la potencia del Fiat Divino que Tú posees como Reina forme su Vida obrante en mí, de modo que pueda decir: “Mi Mamá es toda para mí, y yo soy toda para Ella.”
Mamá santa, ven, desciende junto con Jesús en mi alma, renueva en mí la visita que hiciste a santa Isabel y los prodigios que obraste por ella. ¡Ah! sí, Mamá mía, tráeme a Jesús, santifícame, con Jesús sabré hacer su Santísima Voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme agradecerás al Señor a nombre de todos porque se encarnó y se hizo prisionero en mi seno, dándome el gran honor de elegirme como Madre suya, y recitarás tres veces el Magnificat, en agradecimiento por la visita que Yo hice a santa Isabel.
Jaculatoria: Mamá de Jesús, hazme de Mamá y guíame en el camino de la Voluntad de Dios, visita mi alma y prepara en ella una digna habitación a la Divina Voluntad.
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19° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Sol que surge. Pleno mediodía. El Verbo Eterno en medio a nosotros.
El alma a su Mamá Reina:
Mamá dulcísima, mi pobre corazón siente la necesidad extrema de venir a tus rodillas maternas para confiarte mis pequeños secretos, y confiarlos a tu corazón materno. Escucha, ¡oh! Mamá mía, al mirar los grandes prodigios que obró en ti el Fiat Divino, siento que no me es dado el imitarte porque soy pequeña, débil, y además las luchas tremendas de mi existencia, que me arrojan por tierra y no me dejan mas que un hilo de vida. Mamá mía, ¡oh! cómo quisiera desahogar mi corazón en el tuyo para hacerte sentir las penas que me amargan y el temor que me tortura, el que pueda dejar de cumplir la Divina Voluntad. ¡Piedad, oh Madre celestial, piedad! Escóndeme en tu corazón y yo perderé la memoria de mis males, para acordarme sólo de vivir de Voluntad Divina.
Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús:
Hija queridísima, no temas, confíate en tu Mamá, vierte todo en mi corazón y Yo me ocuparé de todo, te haré de Mamá, cambiaré tus penas en luz y me serviré de ellas para agrandar los confines del reino de la Voluntad Divina en tu alma; por eso haz todo a un lado por ahora y escúchame, quiero decirte lo que obró el pequeño Rey Jesús en mi seno materno, y como tu Mamá no perdió ni siquiera un respiro del pequeño Jesús.
Ahora hija mía, la pequeña Humanidad de Jesús iba creciendo unida hipostáticamente con la Divinidad, mi seno materno era estrechísimo, oscuro, no había resquicio de luz, y Yo lo veía en mi seno materno inmóvil, envuelto dentro de una noche profunda. ¿Pero sabes tú quién formaba esta oscuridad tan intensa al infante Jesús? La voluntad humana, en la cual el hombre voluntariamente se había envuelto, y por cuantos pecados cometía tantos abismos de tinieblas formaba alrededor y dentro de sí, de modo que lo dejaba inmóvil para hacer el bien. Y mi amado Jesús para poner en fuga las tinieblas de esta noche tan profunda, en la que el hombre se había vuelto prisionero de su misma voluntad tenebrosa, hasta perder el movimiento para hacer el bien, escogió la dulce prisión de su Mamá y voluntariamente se ofreció a la inmovilidad de nueve meses.
Hija mía, si tú supieras cómo mi materno corazón era martirizado al ver al pequeño Jesús en mi seno, inmóvil, llorar, suspirar, su latido ardiente palpitaba fuertemente, y delirando de amor hacía sentir su latido en cada corazón para pedirles por piedad sus almas para encerrarlas en la luz de su Divinidad, porque Él por amor de ellos, voluntariamente había cambiado la luz por las tinieblas, a fin de que todos pudieran obtener la verdadera luz para ponerse a salvo.
Hija mía queridísima, ¿quién puede decirte lo que sufrió mi pequeño Jesús en mi seno? Penas inauditas e indescriptibles. Estaba dotado de plena razón, era Dios y Hombre, y era tanto su amor que ponía aparte los mares infinitos de alegrías, de felicidad, de luz, y sumergía su pequeña Humanidad en los mares de tinieblas, de amarguras, de infelicidad, de miserias, que le habían preparado las criaturas, y el pequeño Jesús se las ponía todas sobre sus espaldas como si fueran suyas. Hija mía, el verdadero amor jamás dice basta, no mira las penas, y por medio de penas busca a aquél que ama; y sólo está contento cuando pone su vida para dar nuevamente la vida a aquél que ama.
Hija mía, escucha a tu Mamá, ¿ves qué gran mal es hacer tu voluntad? No sólo preparas la noche a tu Jesús y a ti, sino que formas mares de amargura, de infelicidad y de miseria, en los cuales quedas tan arrollada que no sabes cómo salir de ellos. Por eso sé atenta, hazme feliz al decirme: “Quiero hacer siempre la Divina Voluntad.”
Ahora escucha hija mía, el pequeño Jesús, penando de amor está en acto de apresurarse para salir a la luz del día, sus ansias, sus suspiros ardientes y deseos porque quiere abrazar a la criatura, hacerse ver, mirarla para raptarla a Sí, no le dan más descanso, y así como un día se puso de centinela a las puertas del Cielo para encerrarse en mi seno, así está en acto de ponerse como centinela a las puertas de mi seno, que es más que Cielo, y el Sol del Verbo Eterno surge en medio al mundo y forma su pleno mediodía. Así que para las pobres criaturas no habrá más noche, ni alba, ni aurora, sino siempre Sol, más que en la plenitud del mediodía.
Tu Mamá sentía que no lo podía contener más dentro de Mí, mares de luz y de amor me inundaban, y así como dentro de un mar de luz lo concebí, así dentro de un mar de luz salió de mi seno materno. Hija querida, para quien vive de Voluntad Divina todo es luz y todo se convierte en luz, entonces en esta luz, Yo, raptada esperaba estrechar entre mis brazos a mi pequeño Jesús, y en cuanto salió de mi seno escuché sus primeros gemidos amorosos, y el ángel del Señor me lo entregó entre mis brazos y Yo lo estreché fuertemente a mi corazón y le di mi primer beso, y el pequeño Jesús me dio el suyo.
Por ahora basta, mañana te espero de nuevo para seguir la narración del nacimiento de Jesús.
El alma:
Mamá santa, ¡oh! cómo eres afortunada, eres la verdadera bendita entre todas las mujeres. ¡Ah! te ruego por aquellas alegrías que probaste cuando estrechaste a Jesús a tu seno y le diste el primer beso, que por pocos instantes me cedas en mis brazos al pequeño Jesús, a fin de darle contento al decirle que juro amarlo siempre, siempre, y que no quiero conocer otra cosa que su Divina Voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás a besar los piecitos al niñito Jesús, y le darás tu voluntad en sus manitas para hacerlo jugar y sonreír.
Jaculatoria: Mamá mía, encierra en mi corazón al pequeño Jesús, para que me lo trasforme todo en Voluntad de Dios.
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20° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
El pequeño Rey Jesús ha nacido. Los ángeles lo señalan y llaman a los
pastores a adorarlo. Cielos y tierra se regocijan y el Sol del Verbo
Eterno, haciendo su curso aclara la noche del pecado, y da principio al
pleno día de la gracia. Estancia en Belén.
El alma a su Mamá celestial:
Hoy, Mamá santa, siento un arrebato de amor y que no puedo estar si no vengo a tus rodillas maternas, para encontrar en tus brazos al celestial niñito. Su belleza me rapta, sus miradas me hieren, sus labios en actitud de gemir y dar en llanto me arrebatan el corazón a amarlo. Mamá mía queridísima, yo sé que tú me amas, y por eso te ruego que me des un lugarcito en tus brazos para que le dé mi primer beso, vuelque mi corazón en el pequeño Rey Jesús, le confíe mis secretos que tanto me oprimen, y le diré para hacerlo sonreír: “Mi voluntad es tuya y la tuya es mía, y por eso forma en mí el reino de tu Fiat Divino.”
Lección la Reina del Cielo a su hija:
Hija mía queridísima, ¡oh! cómo te suspiro en mis brazos para tener el gran contento de poder decir a nuestro pequeño Rey niñito: “No llores cariño mío, mira, aquí con nosotros está mi pequeña hija que quiere reconocerte por Rey y darte el dominio en su alma, para hacerte extender el reino de tu Divina Voluntad en ella.”
Ahora, hija de mi corazón, mientras estás atenta en mirar al niñito Jesús, préstame atención y escúchame, tú debes saber que era media noche cuando el pequeño Rey salió de mi seno materno, pero la noche se cambió en día; Aquél que era dueño de la luz ponía en fuga la noche de la voluntad humana, la noche del pecado, la noche de todos los males; y por señal de lo que hacía en el orden de las almas con su acostumbrado Fiat omnipotente, la media noche se cambió en día fulgidísimo; todas las cosas creadas corrían para alabar en aquella pequeña Humanidad a su Creador. El sol corría para dar sus primeros besos de luz al niñito Jesús y calentarlo con su calor; el viento imperante con sus oleadas, purificaba el aire de aquel establo y con su dulce gemido le decía te amo; los cielos se sacudían desde sus cimientos; la tierra exultaba y temblaba, hasta en el abismo; el mar se agitaba con sus olas altísimas; en suma, todas las cosas creadas reconocieron que su Creador ya estaba en medio de ellas, y todas hacían competencia para alabarlo, los mismos ángeles, formando luz en el aire, con voz melodiosa, de poderse escuchar por todos, decían: “Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, ya ha nacido el celestial niñito en la gruta de Belén, envuelto en pobres pañales.” Tanto, que los pastores que estaban en vigilia escucharon las voces angélicas y corrieron a visitar al pequeño Rey divino.
Por eso hija querida, continúa escuchándome. En cuanto Yo lo recibí en mis brazos y le di mi primer beso, sentí la necesidad de amor de dar de lo mío a mi Hijo niñito, y ofreciéndole mi seno le di leche abundante, leche formada por el mismo Fiat Divino en mi persona para alimentar al pequeño Rey Jesús. Pero ¿quién puede decirte lo que Yo sentía al hacer esto? ¿Y los mares de gracia, de amor, de santidad, que para corresponderme me daba mi Hijo? Por eso lo envolví en pobres pero limpios pañales y lo acosté en el pesebre, esta era su Voluntad, y Yo no podía hacer otra cosa que seguirla. Pero antes de hacer esto hice partícipe al querido san José poniéndolo en sus brazos; y ¡oh! cómo gozó, se lo estrechó al corazón, y el dulce niñito derramó en su alma torrentes de gracia. Después, junto con san José pusimos un poco de heno en el pesebre, y separándolo de mis brazos maternos lo acosté dentro. Y tu Mamá, raptada por la belleza del infante divino, me estaba la mayor parte inclinada ante Él; ponía en movimiento todos mis mares de amor, que el Querer Divino había formado en Mí, para amarlo, adorarlo y agradecerle. Y el celestial niñito, ¿qué hacía en el pesebre? Un acto continuado de la Voluntad de nuestro Padre celestial, que era también suya, y emitiendo gemidos y suspiros, gemía, lloraba y llamaba a todos diciendo en sus gemidos amorosos: “Vengan todos mis hijos, por amor tuyo he nacido al dolor, a las lágrimas, vengan todos a conocer el exceso de mi amor, denme un refugio en sus corazones.” Y hubo un ir y venir de pastores que vinieron a visitarlo, y a todos daba su dulce mirada y su sonrisa de amor en sus mismas lágrimas.
Ahora hija mía, una palabrita a ti, tú debes saber que toda mi alegría era tener en mi regazo a mi querido Hijo Jesús, pero el Querer Divino me hizo entender que lo pusiera en el pesebre a disposición de todos, a fin de que quien lo quisiera pudiera acariciarlo, besarlo y tomarlo entre sus brazos como si fuera suyo; era el pequeño Rey de todos, por lo tanto tenían el derecho de hacer de Él una dulce prenda de amor, y Yo para cumplir el Querer Supremo me privé de mis alegrías inocentes, y comencé con las obras y los sacrificios el oficio de Madre, de dar a Jesús a todos.
Hija mía, la Divina Voluntad es exigente, quiere todo, incluso el sacrificio de las cosas más santas, y de acuerdo a las circunstancias, el gran sacrificio de privarse del mismo Jesús, pero esto para extender mayormente su reino y para multiplicar la Vida del mismo Jesús, porque cuando la criatura por amor suyo se priva de Él, es tal y tanto el heroísmo y el sacrificio, que tiene virtud de producir una Vida nueva de Jesús, para poder formar otra habitación a Jesús. Por eso querida hija, sé atenta y no niegues jamás nada a la Divina Voluntad bajo cualquier pretexto.
El alma:
Mamá santa, tus bellas lecciones me confunden, si quieres que las ponga en práctica no me dejes sola, para que cuando me vea sucumbir bajo el peso enorme de las privaciones divinas, me estreches a tu materno corazón, y yo sentiré la fuerza de no negar jamás nada a la Divina Voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces a visitar al niñito Jesús, besándole sus pequeñas manitas, y le dirás cinco actos de amor para honrar sus lágrimas y para quitarle el llanto.
Jaculatoria: Mamás santa, vierte las lágrimas de Jesús en mi corazón, a fin de que disponga en mí el triunfo de la Voluntad de Dios.
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21° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Suena la primera hora del dolor. Heroísmo en el someter al infante Divino al duro corte de la circuncisión.
El alma a su Madre celestial:
Mamá divina, tu amor me llama poderosamente hacia ti porque quieres hacerme participar de tus alegrías y de tus dolores, para encerrarlos en mi corazón como prenda de tu amor y del amor del niñito Jesús, a fin de que comprenda cuánto me han amado y cuánto estoy obligada a imitarlos, teniendo el modelo de vuestra vida para hacer una copia perfecta de ella; y Tú Mamá santa, ayúdame para que pueda imitaros.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, cómo suspiro por tu compañía para contarte nuestra historia de amor y de dolor, la compañía hace más dulces, suaves y queridas las alegrías, y el dolor queda mitigado y correspondido por la dulce compañía de quien nos ama.
Ahora, tú debes saber que apenas habían transcurrido ocho días del nacimiento del infante divino. Todo era fiesta y felicidad, la misma Creación poniéndose en actitud de fiesta festejaba al Creador niño. Pero el deber interrumpe nuestras alegrías, porque en aquellos tiempos había una ley, que todos los hijos primogénitos debían someterse al duro corte de la circuncisión; mi corazón de Madre sangraba por el dolor de tener que someter a mi querido Hijo, mi vida, mi mismo Creador, a un dolor tan acerbo. ¡Oh! cómo habría querido ponerme en su lugar, pero el Querer Supremo se impuso sobre mi amor, y dándome el heroísmo me ordenó circuncidar al Dios niño. Hija mía, tú no puedes comprender cuánto me costó, pero venció el Fiat Divino, y obedecí unida con san José, y estando los dos de acuerdo se circuncidó a mi querido Hijo. Al corte doloroso Yo me sentí arrancar el corazón y lloré, san José lloraba, y mi querido niño sollozaba; era tanto el dolor, que temblaba y mirándome, en Mí buscaba ayuda. Qué hora de dolor y de sufrimiento de parte de los tres, fue tanto que, más que mar arrollaba a todas las criaturas para llevarles la primera prenda y la misma vida de mi Hijo para ponerlas a salvo.
Ahora hija bendita, tú debes saber que este corte encerraba profundos misterios: Era el sello que imprimía en la pequeña Humanidad del celestial niño la hermandad con toda la humana familia, y la sangre que derramó era el primer desembolso ante la divina Justicia para rescatar a todas las generaciones humanas; el querido niño era inocente, no estaba obligado a la ley, pero quiso someterse, primero para dar ejemplo, y después para dar confianza, valor, y decir a todos: “No teman, soy un hermanito vuestro, igual a ustedes, amémonos y los pondré a todos a salvo, los llevaré a todos a mi Padre celestial como mis queridos hermanos.”
Hija mía, qué ejemplo da el celestial niño, Él, que es el autor de la ley, obedece la ley. Apenas ocho días de nacido, y se hace del cumplir la ley un deber, y se somete al duro corte de la circuncisión, corte imborrable, como imborrable la unión que vino a hacer con la humanidad degradada. Esto indica que la santidad está en el propio deber, en la observancia de las leyes y en cumplir la Divina Voluntad; santidad sin deber no existe, es el deber el que pone el orden, la armonía, el sello a la santidad.
Además de esto hija mía, tú debes saber que al sustraerse Adán de la Divina Voluntad, después de su pequeña vida de inocencia, su voluntad humana quedó herida, más que por un cuchillo homicida, y por esta herida entró la culpa, las pasiones, perdió el bello día de la Voluntad Divina, se degradó tanto que daba piedad, y mi querido Hijo después de las alegrías de su nacimiento, quiso ser circuncidado a fin de que esta herida suya sanara la herida que se hizo Adán con hacer su propia voluntad, y con su sangre le preparó el baño para lavarlo de todas sus culpas, fortalecerlo, embellecerlo de modo de hacerlo digno de recibir nuevamente aquella Voluntad Divina que rechazó, que formaba su santidad y su felicidad. Hija, no hubo obra o pena que Él sufriera, con la que no tratara de reordenar nuevamente la Divina Voluntad en las criaturas, por eso lo que te debe importar, en todas las circunstancias, incluso dolorosas, humillantes, es el hacer en todo la Divina Voluntad, porque éstas son la materia prima en la cual se oculta para obrar en la criatura, para hacerla adquirir su vida obrante en la criatura.
Ahora hija queridísima, en tanto dolor surge la más bella alegría, tanto, de detener nuestras lágrimas; cuando fue circuncidado le pusimos el nombre santísimo de Jesús, querido por el ángel. Al pronunciar este nombre santísimo, fue tal la alegría, el contento, que endulzó nuestro dolor, mucho más que en este nombre, quien lo quisiera habría encontrado el bálsamo a sus dolores, la defensa en los peligros, la victoria en las tentaciones, la mano para no caer en pecado, la medicina a todos sus males. Este nombre santísimo de Jesús hace temblar al infierno, lo reverencian los ángeles, suena dulce al oído del Padre celestial. Ante este nombre todos se inclinan y adoran; nombre poderoso, nombre santo, nombre grande, y quien lo invoca con fe sentirá las maravillas, el secreto milagroso de la virtud de este nombre santísimo.
Ahora hija mía, te recomiendo: Pronuncia siempre este nombre de Jesús. Cuando veas que tu voluntad humana débil, vacilante, se tambalea en hacer la Divina, el nombre de Jesús te la hará resurgir en el Fiat Divino, si estás oprimida llama a Jesús, si trabajas llama a Jesús, si duermes llama a Jesús, y si te despiertas, la primera palabra sea Jesús, llámalo siempre, es un nombre que contiene mares de gracia, y que da a quien lo llama y ama.
El alma a su Reina:
Mamá celestial, cuánto debo agradecerte por las tantas bellas lecciones que me has dado. ¡Ah! te ruego, escríbelas en mi corazón para que jamás las olvide, y te ruego dar el baño de sangre del celestial niño a mi alma, a fin de que me sanes las heridas de mi voluntad humana, para encerrar la Divina, y como centinela me escribas sobre cada herida el nombre santísimo de Jesús.
Florecita: Hoy para honrarme harás cinco actos de amor al nombre santísimo de Jesús, y me compadecerás en el dolor que sufrí en la circuncisión de mi Hijo Jesús.
Jaculatoria: Mamá mía, escribe en mi corazón: “Jesús”, a fin de que me dé la gracia de vivir de Voluntad Divina.
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22° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Deja Belén. El Fiat Divino la llama al heroísmo del sacrificio de
ofrecer al niñito Jesús para la salvación del género humano. La
purificación.
El alma a su Mamá celestial:
Mamá santa, heme aquí junto a ti para acompañarte al templo, donde vas a cumplir el más grande de los sacrificios, esto es, dar la Vida del celestial Infante en poder de cada una de las criaturas, a fin de que se sirvan de Ella para ponerse a salvo, para santificarse. Pero ¡ay, qué dolor! Muchos se servirán de Ella para ofenderlo e incluso para perderse. ¡Ah! Mamá mía, deposita al pequeño Jesús en mi corazón, y yo te prometo y juro amarlo siempre y tenerlo como vida de mi pobre corazón.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, cómo estoy contenta por tenerte cerca, mi materno corazón siente la necesidad de desahogar mi amor y confiarte mis secretos. Está atenta a mis lecciones y escúchame, tú debes saber que son ya cuarenta días que nos encontramos en esta gruta de Belén, la primera morada de mi Hijo acá abajo; pero ¡cuántas maravillas en esta gruta! El celestial infante en un arrebato de amor descendió del Cielo a la tierra, fue concebido y nació, y sentía la necesidad de desahogar este amor, así que cada respiro, latido y movimiento, eran un desahogo de amor que hacía; cada lágrima, llanto y gemido eran desahogo de amor; también el sentirse aterido de frío, sus labios lívidos y temblorosos, eran todos desahogos de amor que hacía, y buscaba a su Mamá para poner en Mí este amor que no podía contener, y Yo estaba en poder de su amor, así que me sentía herir continuamente y sentía a mi querido pequeño palpitar, respirar, moverse en mi materno corazón, lo sentía llorar, gemir y sollozar, y quedaba inundada por las llamas de su amor. Ya la circuncisión me había abierto desgarros profundos, en los cuales me vertió tanto amor, que me sentía Reina y Madre de amor. Yo me sentía raptada al ver que en cada pena, lágrima y movimiento que hacía mi dulce Jesús, buscaba y llamaba a su Mamá como amado refugio de sus actos y de su Vida. ¿Quién puede decirte hija mía lo que pasó entre el celestial niño y Yo en estos cuarenta días? La repetición de sus actos junto conmigo, sus lágrimas, sus penas, su amor, estaban como transfundidos juntos, y lo que hacía Él hacía Yo.
Ahora, habiendo llegado el término de los cuarenta días, el querido niño, más que nunca ahogado en su amor, quiso obedecer a la ley y presentarse al templo para ofrecerse por la salvación de cada uno. Era la Divina Voluntad que nos llamaba al gran sacrificio, y nosotros pronto obedecimos. Hija mía, este Fiat Divino cuando encuentra la prontitud en hacer lo que Él quiere, pone a disposición de la criatura su fuerza divina, su santidad, su potencia creadora de multiplicar aquel acto, aquel sacrificio por todos y por cada uno, pone en aquel sacrificio la monedita de valor infinito, con la cual se puede pagar y satisfacer por todos.
Ahora, era la primera vez que tu Mamá y san José salíamos juntos con el pequeño Jesús, toda la Creación reconoció a su Creador y se sintieron honrados en tenerlo en medio a ellos, y poniéndose en actitud de fiesta nos acompañaron a lo largo del camino. Llegados al templo nos postramos y adoramos a la Majestad Suprema, y después lo pusimos en brazos del sacerdote, que era Simeón, el cual lo ofreció al Eterno Padre por la salvación de todos, y mientras lo ofrecía, inspirado por Dios reconoció al Verbo Divino, y exultando de inmensa alegría adoró y agradeció al querido niño, y después del ofrecimiento profetizó y predijo todos mis dolores. ¡Oh! cómo el Fiat Supremo dolorosamente hizo sentir a mi materno corazón, con sonido vibrante, la fatal tragedia de todas las penas que habría de sufrir mi Hijo Divino. Cada palabra era espada cortante que me atravesaba, pero lo que más me traspasó el corazón, fue el oír que este celestial infante sería no sólo la salvación, sino también la ruina de muchos y el blanco de las contradicciones. ¡Qué pena! ¡Qué dolor! Si el Querer Divino no me hubiera sostenido habría muerto al instante de puro dolor. En cambio me dio vida para comenzar a formar en Mí el reino de los dolores en el reino de su misma Divina Voluntad, así que, con el derecho de madre que tenía sobre todos, adquirí también el derecho de Madre y Reina de todos los dolores. ¡Oh! sí, con mis dolores adquirí la monedita para pagar las deudas de mis hijos, y también de los hijos ingratos.
Ahora hija mía, tú debes saber que por la luz de la Divina Voluntad que en Mí reinaba, ya conocía todos los dolores que debían tocarme, y más de aquellos que me dijo el santo profeta; más bien puedo decir que me profetizó los dolores que me vendrían de la parte externa, pero de los dolores internos, que más me habrían traspasado, de las penas internas entre mi Hijo y Yo, no me dijo nada; pero con todo y esto, en aquel momento tan solemne del ofrecimiento de mi Hijo, al oírmelos repetir, me sentí de tal manera traspasada que me sangró el corazón y se abrieron nuevas venas de dolores y desgarros profundos en mi alma.
Ahora escucha a tu Mamá, en tus penas, en los encuentros dolorosos que también a ti no te faltan, cuando sepas que el Querer Divino quiere algún sacrificio de ti, está pronta, no te abatas, sino que repite rápidamente el querido y dulce Fiat, o sea, “lo que quieras Tú, lo quiero yo”, y con amor heroico haz que el Querer Divino tome su puesto real en tus penas, para que te las convierta en moneditas de infinito valor con las cuales podrás pagar tus deudas, incluso aquellas de tus hermanos, para rescatarlos de la esclavitud de la voluntad humana, para hacerlos entrar como hijos libres en el reino del Fiat Divino, porque tú debes saber que el Querer Divino agradece tanto el sacrificio por Él querido de la criatura, que le cede sus derechos divinos y la constituye reina del sacrificio y del bien que surgirá en medio a las criaturas.
El alma a su Madre celestial:
Mamá santa, en tu corazón traspasado pongo todas mis penas, que Tú sabes cómo me afligen. ¡Ah! hazme de Mamá y vierte en mi corazón el bálsamo de tus dolores, a fin de que tenga tu misma suerte, de servirme de mis penas para cortejar a Jesús, tenerlo defendido y reparado de todas las ofensas, y como medio seguro para conquistar el reino de la Divina Voluntad, y hacerlo venir a reinar sobre la tierra.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás a mis brazos para que te ofrezca junto con mi Hijo al celestial Padre, para obtener el reino de la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá santa, derrama tu dolor en mi alma, y convierte todas mis penas en Voluntad de Dios.
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23° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Una estrella nueva con su dulce centellear llama a los magos a adorar a Jesús. La epifanía.
El alma a su Madre celestial:
Heme aquí de nuevo Mamá santa sobre tus rodillas maternas, el dulce niño que estrechas en tu seno y tu belleza raptora me encadenan de modo que no puedo alejarme de ti, pero hoy tu aspecto es más bello aún, me parece que el dolor de la circuncisión te ha vuelto más bella, tu dulce mirada ve a lo lejos para ver si llegan personas queridas, porque sientes la inquietud de querer hacer conocer a Jesús. Yo no me apartaré de tus rodillas, para que también yo escuche tus bellas lecciones, para que pueda conocerlo y amarlo más.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, tienes razón de que me ves más bella, tú debes saber que cuando vi circuncidado a mi Hijo y manar sangre de la herida, Yo amé aquella sangre, aquella herida, y quedé doblemente Madre: Madre de mi Hijo y Madre de su sangre y de su crudo dolor, así que adquirí ante la Divinidad doble derecho de maternidad, doble derecho de gracias para Mí y para todo el género humano, he aquí por qué me ves más bella.
Hija mía, cómo es bello hacer el bien, sufrir en paz por amor de Aquél que nos ha creado, esto ata la Divinidad a la criatura y le da tanto de gracias y de amor, hasta ahogarla. Este amor y gracias no saben estar ociosos, sino quieren correr, darse a todos para hacer conocer a Aquél que tanto ha dado. Por esto sentía la necesidad de hacer conocer a mi Hijo.
Ahora hija mía bendita, la Divinidad, que no sabe negar nada a quien la ama, hace surgir bajo el cielo azul una nueva estrella más bella y luminosa, y con su luz va en busca de adoradores para decir con su mudo centellear a todo el mundo: “Ha nacido Aquél que ha venido a salvaros, vengan a adorarlo y a conocerlo como vuestro Salvador”. Pero, oh ingratitud humana, entre tantos, sólo tres personajes pusieron atención, y sin tener en cuenta los sacrificios se pusieron en camino para seguir la estrella. Y así como una estrella guiaba en el camino a sus personas, así mis oraciones, mi amor, mis suspiros, mis gracias, -porque quería hacer conocer al celestial niño, el esperado de todos los siglos- como tantas estrellas descendían en sus corazones, iluminaban sus mentes, guiaban su interior, de modo que sentían que sin conocerlo todavía, amaban a Aquél que buscaban, y aceleraban el paso para llegar y ver a Aquél que tanto amaban.
Hija mía queridísima, mi corazón de Madre se regocijaba por la fidelidad, correspondencia y sacrificio de estos reyes magos, por venir a conocer y adorar a mi Hijo. Pero no te puedo esconder un secreto doloroso mío, entre tantos, apenas tres, y en la historia de los siglos, cuántas veces no se me repite este dolor e ingratitud humana; yo y mi Hijo no hacemos otra cosa que hacer surgir estrellas, una más bella que la otra para llamar: alguna a conocer a su Creador, otra a la santidad, otra a resurgir del pecado, quién al heroísmo de un sacrificio, ¿pero quieres saber tú cuáles son estas estrellas? Un encuentro doloroso es una estrella, una verdad que se conoce es una estrella, un amor no correspondido por otras criaturas es una estrella, un revés, una pena, un desengaño, una fortuna inesperada, son tantas estrellas que hacen luz en las mentes de las criaturas, que acariciándolas quieren hacerlas encontrar al celestial infante, que sufre de amor, y aterido por el frío quiere un refugio en sus corazones para hacerse conocer y amar. Pero, ay de Mí, yo que lo tengo en mis brazos espero en vano que las estrellas me traigan a las criaturas para ponerlo en sus corazones, y mi maternidad viene restringida, obstaculizada; y mientras soy Madre de Jesús, me es impedido hacer de Madre a todos, porque no están a mi alrededor, no buscan a Jesús; las estrella se esconden y ellas quedan en la Jerusalén del mundo, sin Jesús. ¡Qué dolor hija mía, qué dolor! Se requiere correspondencia, fidelidad, sacrificio para seguir las estrellas, y si surge el Sol de la Divina Voluntad en el alma, qué atención no se requiere, de otra manera se queda en la oscuridad del querer humano.
Ahora hija mía, los santos reyes magos, en cuanto entraron en Jerusalén perdieron la estrella, pero a pesar de esto no cesaron de buscar a Jesús. En cuanto llegaron fuera de la ciudad, la estrella reapareció y los condujo festivos a la gruta de Belén. Yo los recibí con amor de Madre, y el querido niño los miró con tanto amor y majestad, haciendo transparentar de su pequeña Humanidad su Divinidad, por lo cual, inclinándose, se arrodillaron a sus pies adorando y contemplando aquella celestial belleza, lo reconocieron por verdadero Dios y estaban raptados, extasiados en gozarlo, tanto que el celestial niño debió retirar su Divinidad en su Humanidad, de otra manera se habrían quedado ahí, sin poderse apartar de sus pies divinos. En cuanto se recuperaron del éxtasis donde ofrecieron el oro de sus almas, el incienso de su creencia y adoración, la mirra de todo su ser y de cualquier sacrificio que hubiera querido, agregaron el ofrecimiento y regalos externos, símbolo de sus actos internos: Oro, incienso y mirra. Pero mi amor de Madre no estaba contento aún, quise poner en sus brazos al dulce niño, y ¡oh! con cuánto amor lo besaron, lo estrecharon a su pecho, sentían en ellos el paraíso anticipado. Con esto mi Hijo ataba a todas las naciones gentiles al conocimiento del verdadero Dios y ponía a todos en común los bienes de la Redención, el retorno de la fe a todos los pueblos; se constituía Rey de los dominantes, y con las armas de su amor, de sus penas y de sus lágrimas, dominando sobre todo llamaba el reino de su Voluntad sobre la tierra. Y Yo, tu Mamá, quise ser la primera apóstol, los instruí, les conté la historia de mi Hijo, su amor ardiente, les recomendé que lo hicieran conocer a todos, y tomado el primer puesto de Madre y Reina de todos los apóstoles, los bendije, los hice bendecir por el querido niño, y felices y con lágrimas volvieron a sus regiones. Yo no los dejé, sino que con afecto materno los acompañé, y para corresponderles les hacía sentir a Jesús en sus corazones; ¡cómo estaban contentos! Tú debes saber que sólo me siento verdadera Madre cuando veo que mi Hijo tiene el dominio, la posesión, y forma su perenne morada en los corazones que lo buscan y aman.
Ahora una palabrita para ti hija mía, si quieres que te haga de verdadera Madre, hazme poner a Jesús en tu corazón, lo harás feliz con tu amor, lo alimentarás con el alimento de su Voluntad, porque Él no toma otro alimento, me lo vestirás con la santidad de tus obras, Yo vendré a tu corazón y haré crecer de nuevo junto contigo a mi querido Hijo, y haré a ti y a Él el oficio de Madre; así sentiré las puras alegrías de mi fecundidad materna. Tú debes saber que lo que no comienza de Jesús que está dentro del corazón, aunque sean las obras más bellas externas, no pueden jamás agradarme, porque están vacías de la Vida de mi querido Hijo.
El alma a su Madre celestial:
Mamá santa, cómo debo agradecerte que quieres poner al celestial niño en mi corazón, cómo estoy contenta por ello, ¡ah! te ruego que me escondas bajo tu manto, a fin de que no vea nada más que al niño que está en mi corazón, y formando de todo mi ser un solo acto de amor de Voluntad Divina, lo haga crecer tanto, hasta llenarme toda de Jesús, y a quedar de mí sólo el velo que lo esconda.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces a besar al celestial pequeño y le darás el oro de tu voluntad, el incienso de tus adoraciones, la mirra de tus penas, y me pedirás que lo encierre en tu corazón.
Jaculatoria: Mamá celestial, enciérrame en el muro de la Divina Voluntad, para alimentar a mi querido Jesús
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24° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Un impío tirano. El pequeño Rey Jesús es llevado por su Mamá y san José
a tierra extranjera como pobres exiliados. Regreso a Nazaret.
El alma a su Reina arrollada en el dolor:
Mamá Soberana, tu pequeña hija siente la necesidad de venir a tus rodillas para hacerte un poco de compañía. Veo tu rostro cubierto de tristeza, y alguna lágrima fugitiva corre de tus ojos, el dulce niñito tiembla y sollozando llora. Mamá santa, uno mis penas a las tuyas para reconfortarte y para calmar el llanto del celestial niño. Pero ¡ah! Mamá mía, no me niegues el revelarme el secreto, ¿qué hay de funesto para mi querido niño?
Lección de la Madre Reina:
Hija mía queridísima, el corazón de tu Mamá hoy está henchido por el amor y por el dolor, tanto que no puedo retener el llanto, tú sabes que la venida de los reyes magos dejó rumores en Jerusalén al preguntar por el nuevo Rey, y el impío Herodes por temor de ser derribado del trono, ha dado ya la orden de asesinar a mi dulce Jesús, mi querida vida, junto con todos los otros niños. Hija mía, ¡qué dolor! Aquél que ha venido a dar la vida a todos y a traer la nueva era en el mundo, era de paz, de felicidad, de gracia, ¡me lo quieren matar! ¡Qué ingratitud, qué perfidia! ¡Ah hija mía, hasta dónde llega la ceguera de la voluntad humana! Hasta volverse crueles, hasta atar las manos al mismo Creador y volverse dueña de Aquél que la ha creado. Por eso compadéceme hija mía, y trata de calmar el llanto al dulce niño. Él llora por la ingratitud humana, que apenas nacido lo quieren muerto, y para salvarlo estamos obligados a huir. Ya el querido san José ha sido avisado por el ángel de partir rápido a tierras extranjeras. Tú acompáñanos hija querida, no nos dejes solos, y Yo continuaré dándote mis lecciones sobre los graves males de la voluntad humana.
Ahora, tú debes saber que en cuanto el hombre se sustrajo de la Divina Voluntad rompió con su Creador. Todo había sido hecho por Dios sobre la tierra, todo era suyo, y el hombre con no hacer el Querer Divino perdió todos los derechos, y se puede decir que no tenía a dónde ir, así que se convierte en el pobre exiliado, el peregrino que no podía poseer habitación permanente, y esto no sólo en el alma, sino también en el cuerpo; todas las cosas se cambiaron para el pobre hombre, y si alguna cosa fugaz tiene, fue en virtud de los méritos previstos de este celestial niño, y esto porque toda la magnificencia de la Creación fue destinada por Dios para darla a aquellos que habrían hecho y vivido en el reino de la Divina Voluntad. Todos los demás, si toman a duras penas alguna cosa, son los verdaderos ladrones de su Creador, y con razón, ya que no quieren hacer la Divina Voluntad, pero sí quieren los bienes que a Ella pertenecen. Ahora hija querida, escucha cuánto, Yo y este querido niño te amamos, que a los primeros albores de la vida se va al exilio y a tierra extranjera para liberarte del exilio en el cual te ha puesto el querer humano, para llamarte a vivir, no en tierra extraña, sino en la patria que te fue dada por Dios cuando fuiste creada, esto es, en el reino del Fiat Supremo. Hija de mi corazón, ten piedad de las lágrimas de tu Mamá y de las lágrimas de este dulce y querido niño, porque llorando te rogamos no hacer jamás tu voluntad, sino que regresa, te rogamos, te suplicamos, al seno del Querer Divino que tanto te suspira.
Ahora hija querida, entre el dolor de la ingratitud humana, entre las inmensas alegrías y felicidad que el Fiat Divino nos daba, y entre la fiesta que toda la Creación hacía al dulce niño, la tierra reverdecía y florecía bajo nuestros pasos para dar homenaje a su Creador. El sol lo fijaba e inundándolo con su luz se sentía honrado de darle su luz y calor; el viento lo acariciaba; los pajaritos, casi como nubes bajaban en torno a Nosotros, y con sus trinos y cantos hacían los más bellos arrullos al querido niño, para calmarle el llanto y conciliarle el sueño. Hija mía, estando en Nosotros el Querer Divino teníamos el poder sobre todo.
Más tarde llegamos a Egipto, y después de un largo periodo de tiempo, el ángel del Señor avisó a san José que regresáramos a la casa en Nazaret porque el impío tirano había muerto. Y así regresamos a nuestra tierra natal.
Ahora, Egipto simboliza la voluntad humana, tierra llena de ídolos, y por donde pasaba el niño Jesús, echaba por tierra estos ídolos y los metía en el infierno. ¡Cuántos ídolos posee el querer humano! Ídolos de vanagloria, de estima propia y de pasiones que tiranizan a la pobre criatura, por eso sé atenta, escucha a tu Mamá, que con tal de que no hagas jamás tu voluntad, haría cualquier sacrificio, y daría incluso mi vida para darte el gran bien de que tú vivas siempre en el seno de la Divina Voluntad.
El alma:
Mamá dulcísima, cuánto te agradezco que me hagas comprender el gran mal del querer humano, por eso te ruego, por el dolor que sufriste en el exilio en Egipto, que hagas salir mi alma del exilio de mi voluntad, y de hacerme regresar a la querida patria de la Divina Voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme ofrecerás tus acciones unidas con las mías, en acto de gratitud al santo niño, rogándole que entre en el Egipto de tu corazón para cambiarlo todo en Voluntad de Dios.
Jaculatoria: Mamá mía, encierra al pequeño Jesús en mi corazón, a fin de que me lo reordene todo en la Voluntad Divina.
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25° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Nazaret, símbolo y realidad del reino del Fiat Divino. Vida oculta. La
depositaria. Fuente y canal perenne de los bienes de Jesús. Visita al
templo. María, modelo de oración. Extravío de Jesús. Alegrías y dolores.
El alma a su Soberana Reina:
Mamá dulcísima, heme aquí de nuevo cerca de tus rodillas maternas, donde te encuentras junto con el niñito Jesús, y Tú, acariciándolo le cuentas tu historia de amor, y Jesús te cuenta la suya. ¡Oh! cómo es bello encontrar a Jesús y a la Mamá que se platican mutuamente, y es tanto el ímpetu de su amor que quedan mudos, raptada la Madre en el Hijo y el Hijo en la Madre. Mamá santa, no me apartes, sino tenme junto a fin de que escuchando lo que dicen aprenda a amaros y a hacer siempre la Santísima Voluntad de Dios.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, ¡oh! cómo te esperaba para continuar mis lecciones sobre el reino que el Fiat Supremo extendía siempre más en Mí. Ahora, tú debes saber que la pequeña casa de Nazaret, para tu Mamá, para el querido y dulce Jesús y para san José, era un paraíso. Mi querido Hijo, siendo Verbo Eterno, poseía en Sí mismo, por virtud propia, la Divina Voluntad, y en aquella pequeña Humanidad residían mares inmensos de luz, de santidad, de alegrías y de bellezas infinitas, y Yo poseía por gracia el Querer Divino, y si bien Yo no podía abrazar la inmensidad como el amado Jesús, porque Él era Dios y Hombre, y Yo era siempre su criatura finita, pero con todo y esto el Fiat Divino me llenó tanto, que había formado sus mares de luz, de santidad, de amor, de bellezas y de felicidad, y era tanta la luz, el amor, y todo lo que puede poseer un Querer Divino que salía de Nosotros, que san José quedaba eclipsado, inundado y vivía de nuestros reflejos.
Hija querida, en esta casa de Nazaret estaba en pleno vigor el reino de la Divina Voluntad. Cada pequeño acto nuestro, esto es: el trabajo, el encender el fuego, el preparar el alimento, estaban todos animados por el Querer Supremo y formados sobre la solidez de la santidad del puro amor. Por eso, de todos nuestros actos, del más pequeño al más grande, salían alegrías, felicidad, bienaventuranzas inmensas, y Nosotros quedábamos de tal manera inundados, que nos sentíamos como bajo una fuerte lluvia de nuevas alegrías y contentos indescriptibles. Hija mía, tú debes saber que la Divina Voluntad posee en naturaleza la fuente de las alegrías, y se deleita cuando reina en la criatura, de dar en cada acto suyo el acto nuevo continuo de sus alegrías y felicidad. ¡Oh! cómo éramos felices, todo era paz, suma unión, y el uno se sentía honrado de obedecer al otro, también mi querido Hijo hacía competencia, porque quería ser mandado en las pequeñas labores, por Mí y por el querido san José. ¡Oh! cómo era bello verlo en el acto en que ayudaba a su padre putativo en las labores del trabajo, verlo que tomaba el alimento, pero ¿cuántos mares de gracia hacía correr en aquellos actos a favor de las criaturas?
Ahora hija querida escúchame, en esta casa de Nazaret fue formado en tu Mamá y en la Humanidad de mi Hijo el reino de la Divina Voluntad, para hacer don de él a la familia humana cuando se hubieran dispuesto a recibir el bien de este reino. Y si bien mi Hijo era Rey y Yo Reina, pero éramos Rey y Reina sin pueblo; nuestro reino, si bien podía encerrar a todos y dar vida a todos, estaba desierto, porque se requería primero la Redención para preparar y disponer al hombre a venir a este reino tan santo. Mucho más que siendo poseído por Mí y por mi Hijo, que pertenecíamos según el orden humano a la familia humana, y en virtud del Fiat Divino y del Verbo Encarnado a la Familia Divina, las criaturas recibían el derecho de entrar en este reino, y la Divinidad cedía el derecho y dejaba las puertas abiertas a quien quisiera entrar. Así que nuestra vida oculta durante tantos años sirvió para preparar el reino de la Divina Voluntad a las criaturas; por esto quiero hacerte conocer lo que obró en Mí este Fiat Supremo, a fin de que olvides tu voluntad, y dando la mano a tu Madre, te pueda conducir en los bienes que con tanto amor te he preparado.
Ahora escucha hija querida otro don de amor que en esta casa de Nazaret me hizo mi querido Jesús, Él me hizo depositaria de toda su Vida. Dios cuando hace una obra no la deja suspendida, ni en el vacío, sino que busca siempre una criatura donde poder encerrar y apoyar toda su obra, de otra manera habría peligro de que Dios expusiera sus obras a la inutilidad, lo que no puede ser. Por eso mi querido Jesús ponía en Mí sus obras, sus palabras, sus penas, todo, hasta el respiro depositaba en su Mamá, y cuando retirados en nuestra habitacioncita, Él tomaba su dulce hablar y me narraba todos los Evangelios que debía predicar al pueblo, los sacramentos que debía instituir, todo me confió, y poniendo todo en Mí me constituía canal y fuente perenne, porque de Mí debía salir su Vida y todos sus bienes a favor de todas las criaturas. ¡Oh! cómo me sentía rica y feliz al sentir que ponía en Mí todo lo que hacía mi querido Hijo Jesús. El Querer Divino que reinaba en Mí me daba el espacio para poder recibir todo, y Jesús recibía de su Mamá la correspondencia del amor, de la gloria por la gran obra de la Redención. ¿Qué cosa no recibí de Dios por no hacer jamás mi voluntad, sino siempre la suya? Todo, también la misma Vida de mi Hijo estaba a mi disposición, y mientras quedaba siempre en Mí, podía bilocarla para darla a quien con amor me la pidiese. Ahora, si hicieras siempre la Divina Voluntad y jamás la tuya, y vivieras en Ella, Yo, tu Mamá, haré el depósito de todos los bienes de mi Hijo en tu alma, ¡Oh! cómo te sentirás afortunada, tendrás una Vida Divina a tu disposición, que todo te dará, y Yo, haciéndote de verdadera Mamá, me pondré en guardia a fin de que esta Vida crezca en ti y forme en ti el reino de la Divina Voluntad.
Nosotros continuábamos nuestra vida en la quietud de la casita de Nazaret, y mi querido Hijo crecía en gracia y en sabiduría, Él era atractivo por la dulzura y por la suavidad de su voz, por el dulce encanto de sus ojos, por la amabilidad de toda su persona, sí, mi Hijo era en verdad bello, sumamente bello. Apenas había alcanzado la edad de doce años, cuando fuimos según la usanza a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Nos pusimos en camino, Él, san José y Yo. Frecuentemente, mientras íbamos devotos y recogidos, mi Jesús rompía el silencio y nos hablaba ahora de su Padre celestial y ahora del amor inmenso que en su corazón alimentaba por las almas.
En Jerusalén nos dirigimos directamente al templo, y habiendo llegado nos postramos con la cara en tierra, adoramos profundamente a Dios y oramos largamente. Nuestra oración era de tal manera fervorosa y recogida, que abría el Cielo, atraía y ataba al celestial Padre, y por eso aceleraba la reconciliación entre Él y los hombres.
Ahora hija mía, te quiero confiar una pena que me tortura: Desgraciadamente hay tantos que van a la Iglesia para rogar, pero la plegaria que ellos dirigen a Dios se queda en sus labios, porque su corazón y su mente están lejos de Él. Cuántos van a la iglesia por pura costumbre o para pasar inútilmente el tiempo, estos cierran el Cielo en vez de abrirlo; y ¡cómo son numerosas las irreverencias que se cometen en la casa de Dios! Cuántos flagelos no se podrían evitar en el mundo, y cuántos castigos no se convertirían en gracias, si todas las almas se esforzaran en imitar nuestro ejemplo.
Solamente la plegaria que sale de un alma en la cual reina la Divina Voluntad, obra en modo irresistible sobre el corazón de Dios, ella es tan poderosa de vencerlo y de obtener de Él las máximas gracias. Ten por eso cuidado de vivir en el Divino Querer, y tu Mamá, que te ama, cederá a tu plegaria los derechos de su poderosa intercesión.
Después de haber cumplido nuestro deber en el templo y de haber celebrado la Pascua, nos dispusimos a regresar a Nazaret. En la confusión de la multitud nos perdimos; Yo quedé con las mujeres y José se unió a los hombres. Miré a mi alrededor para asegurarme si mi querido Jesús se había venido conmigo, pero no habiéndolo visto pensé que Él habría permanecido con su padre san José. Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos. Quebrantados por el dolor regresamos apresuradamente, preguntando con ansia a cuantos encontrábamos: “¡Ah! díganos si habéis visto a Jesús, nuestro Hijo, porque no podemos vivir sin Él” Y llorando lo describíamos: “Él es todo amable, sus bellos ojos azules resplandecen de luz y hablan al corazón; su mirada golpea, rapta, encadena; su frente es majestuosa, su rostro es bello, de una belleza encantadora; su voz dulcísima desciende hasta el corazón y endulza todas las amarguras; sus cabellos rizados, y como de oro finísimo lo hacen hermoso, gracioso; todo es majestad, dignidad, santidad en Él; Él es el más bello entre los hijos de los hombres.” Sin embargo, a pesar de nuestra búsqueda ninguno nos supo decir nada, el dolor que Yo sentía se recrudecía en modo tal, que me hacía llorar amargamente y abría a cada instante en mi alma heridas profundas, las cuales me provocaban verdaderos espasmos de muerte.
Hija querida, si Jesús era mi Hijo, Él era también mi Dios, por eso mi dolor fue todo en el orden divino, se puede decir, tan potente e inmenso, de superar todos los otros posibles dolores juntos. Si el Fiat que Yo poseía no me hubiera sostenido continuamente con su fuerza divina, Yo habría muerto de espanto.
Viendo que ninguno nos sabía dar noticias, ansiosa interrogaba a los ángeles que me rodeaban: “Díganme, ¿donde está mi querido Jesús? ¿Adónde debo dirigir mis pasos para poderlo encontrar? ¡Ah! díganle que no puedo más, tráiganmelo sobre vuestras alas a mis brazos. ¡Ángeles míos, tengan piedad de mis lágrimas, socórranme, tráiganme a Jesús.”
En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al templo, Yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los doctores de la ley, Él hablaba con tal sabiduría y majestad, que cuantos lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de su extravío.
Y ahora una palabrita a ti, hija queridísima: En este misterio mi Hijo quiere darnos a Mí y a ti una enseñanza sublime. ¿Podrías acaso suponer que Él ignorase lo que Yo sufría? Todo lo contrario, porque mis lágrimas, mi búsqueda, mi crudo e intenso dolor se repercutían en su corazón, sin embargo, durante aquellas horas tan penosas, Él sacrificaba a su Divina Voluntad a su propia Mamá, a Aquella que Él amaba tanto, para demostrarme cómo también Yo, un día debía sacrificar su misma Vida al Querer Supremo.
En esta pena indecible no te olvidé querida mía; pensando que ella te habría servido de ejemplo, la puse a tu disposición, a fin de que también tú pudieras tener, en el momento oportuno, la fuerza de sacrificar toda cosa a la Divina Voluntad. En cuanto Jesús terminó de hablar nos acercamos reverentes a Él, y le dirigimos un dulce reproche: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” Y Él, con dignidad divina nos respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No saben que Yo he venido al mundo para glorificar a mi Padre?” Habiendo comprendido el alto significado de tal respuesta y habiendo adorado en ella al Querer Divino, regresamos a Nazaret.
Hija de mi materno corazón, escucha, cuando extravié a mi Jesús, el dolor que sentí fue muy intenso, sin embargo a éste se agrega todavía un segundo, el de tu mismo extravío. En efecto, previendo que tú te habrías alejado de la Voluntad Divina, Yo me sentí por un tiempo privar del Hijo y de la hija, y por eso mi maternidad sufrió un doble golpe. Hija mía, cuando estés a punto de hacer tu voluntad en vez de la de Dios, reflexiona que abandonando al Fiat Divino, estás por extraviar a Jesús y a Mí, y por precipitarte en el reino de las miserias y de los vicios. Mantén entonces la palabra que me diste de permanecer indisolublemente unida a Mí, y Yo te concederé la gracia de no dejarte jamás dominar por tu querer, sino exclusivamente por el Divino.
El alma:
Mamá santa, en tus brazos me abandono, soy una pequeña hija que siente la necesidad extrema de tus cuidados maternos. ¡Ah! te pido que tomes mi voluntad y la encierres en tu corazón, no me la de más, para que pueda ser feliz viviendo siempre de Voluntad Divina, así te contentaré a ti y a mi querido Jesús.
Mamá, yo tiemblo pensando en los abismos en los cuales mi voluntad es capaz de precipitarme, por causa suya yo puedo perderte a ti, puedo perder a Jesús y todos los bienes celestiales. Mamá, si Tú no me ayudas, si no me ciñes con la potencia de la luz del Querer Divino, siento que no me es posible vivir con constancia de Voluntad Divina. Pongo por eso toda mi esperanza en ti, en ti confío, de ti todo espero. Así sea.
Florecita: Hoy para honrarme vendrás a hacer tres visitas a la casa de Nazaret para honrar a la Sagrada Familia, recitando tres Pater, Ave y Gloria, rogándonos que te admitamos a vivir en medio a Nosotros, y para compadecer el dolor intenso que sentí durante tres días en que permanecí privada de mi Jesús.
Jaculatoria: Jesús, María y José, pónganme a vivir en el reino de la Voluntad de Dios. Mamá santa, haz que yo pierda para siempre mi voluntad, para vivir sólo en el Divino Querer.
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26° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Reina de las familias, Reina de los milagros. Vínculo nupcial entre el Fiat y la criatura. Las bodas de Caná.
El alma a su Madre celestial:
Mamá santa, heme aquí junto contigo y con el dulce Jesús para asistir a una boda, para ver los prodigios y comprender el gran misterio, y hasta dónde llega por mí y por todos tu amor materno. ¡Ah! Madre mía, toma mi mano en la tuya, ponme sobre tus rodillas, invísteme con tu amor, purifica mi inteligencia y dime por qué quisiste asistir a estos esponsales.
Lección de la Reina del cielo:
Hija mía queridísima, mi corazón está lleno de amor y sentía la necesidad de decirte la causa, el por qué junto con mi Hijo Jesús quise asistir a esta boda de Caná. ¿Tú crees que fue por una ceremonia cualquiera? No hija, en esto hay profundos misterios, ponme atención y te diré cosas nuevas, y cómo mi amor de Madre desahogó en modo increíble, y el amor de mi Hijo dio verdaderos signos de paternidad y de magnanimidad por las criaturas.
Ahora escúchame: Mi Hijo había regresado del desierto y se preparaba para la vida pública, pero primero quiso asistir a este esponsal, y por eso permitió ser invitado. Fuimos, no para festejar, sino para obrar cosas grandes en provecho de las generaciones humanas; mi Hijo tomaba el puesto de Padre y de Rey en las familias, Yo tomaba el puesto de Madre y Reina. Con nuestra presencia renovamos la santidad, la belleza, el orden del matrimonio formado por Dios en el edén, esto es, de Adán y Eva desposados por el Ser Supremo para poblar la tierra y para multiplicar y hacer crecer las futuras generaciones. El matrimonio es la sustancia de donde surge la vida de las generaciones, se puede llamar el tronco del cual viene poblada la tierra. Los sacerdotes, los religiosos, son ramas, si no fuera por el tronco ni siquiera las ramas tendrían vida, por eso con el pecado, con sustraerse de la Divina Voluntad, Adán y Eva hicieron perder la santidad, la belleza, el orden de la familia, y Yo, tu Mamá, la nueva Eva inocente, junto con mi Hijo fuimos para reordenar lo que Dios hizo en el edén, y me constituía Reina de las familias e impetraba la gracia de que el Fiat Divino reinase en ellas, para tener las familias que me pertenecieran, y Yo tuviese el lugar de Reina en medio de ellas.
Pero no es todo hija mía, nuestro amor ardía, y queríamos hacer conocer cuánto los amábamos y darles a ellos la más sublime de las lecciones, y he aquí como: En lo mejor del banquete faltó el vino, y mi corazón de madre se sintió consumar de amor porque quiso prestar ayuda, y sabiendo que mi Hijo todo podía, con acento suplicante, pero segura de que me habría escuchado le digo: “Hijo mío, los esposos no tienen más vino” Y Él me responde: “No ha llegado mi hora de hacer milagros.” Y Yo, sabiendo que de seguro no me habría negado lo que le pedía, digo a los que servían la mesa: “Hagan lo que les dice mi Hijo, y tendréis lo que queréis, más bien tendréis de más y sobreabundante.”
Hija mía, en estas pocas palabras Yo daba una lección, la más útil, necesaria y sublime a las criaturas, Yo hablaba con el corazón de Madre y decía: “¿Hijos míos, queréis ser santos? Hagan la Voluntad de mi Hijo, no se aparten de lo que Él les dice y tendréis su semejanza, su santidad en vuestro poder; ¿queréis que todos los males cesen? Hagan lo que les dice mi Hijo, ¿queréis alguna gracia, incluso difícil? Hagan lo que les dice y quiere; ¿queréis también las cosas necesarias para la vida natural? Hagan lo que dice mi Hijo, porque en sus palabras, en lo que os dice y quiere, tiene encerrada tal potencia, que en cuanto habla, su palabra encierra lo que pedís y hace surgir en vuestras alma las gracias que queréis.” Cuántos se ven llenos de pasiones, débiles, afligidos, desventurados, miserables, no obstante que ruegan y ruegan, pero como no hacen lo que dice mi Hijo nada obtienen, el Cielo parece cerrado para ellos. Esto es un dolor para tu Mamá, porque veo que mientras ruegan se alejan de la fuente donde residen todos los bienes, como es la Voluntad de mi Hijo.
Entonces, los sirvientes hicieron exactamente lo que les dijo mi Hijo, es decir: “Llenen las vasijas de agua, y llévenlas a la mesa.” Mi querido Jesús bendijo aquella agua, y se convirtió en vino exquisito. ¡Oh, mil veces bienaventurado quien hace lo que Él dice y quiere! Con esto mi Hijo me daba el honor más grande, me constituía Reina de los milagros, por eso quiso mi unión y plegaria al hacer el primer milagro. Él me amaba demasiado, tanto, que quiso darme el primer puesto de Reina también en los milagros, y con los hechos lo decía, no con las palabras: “Si quieren gracias, milagros, vengan a mi Madre, Yo no le negaré jamás nada de lo que Ella quiere.”
Además de esto hija mía, con el haber asistido a esta unión, Yo veía los siglos futuros, veía el reino de la Divina Voluntad sobre la tierra, miraba a las familias e impetraba a ellas que simbolizaran el amor de la Trinidad Sacrosanta, para hacer que su reino estuviera en pleno vigor, y con mis derechos de Madre y Reina tomaba a pecho el régimen de él, y poseyendo la fuente ponía a disposición de las criaturas todas las gracias, las ayudas, la santidad que se requiere para vivir en un reino tan santo. Y por eso voy repitiendo: “Hagan lo que os dice mi Hijo.”
Hija mía, escúchame, no busques a otro si quieres todo en tu poder, y dame el contento de que pueda hacer de ti la verdadera hija mía y de la Divina Voluntad, y entonces Yo tomaré el empeño de formar el esponsalicio entre tú y el Fiat, y haciéndote de verdadera Madre, vincularé el esponsalicio con darte por dote la misma Vida de mi Hijo, y por don mi Maternidad y todas mis virtudes.
El alma:
Mamá celestial, cuánto te debo agradecer por el gran amor que me traes, y porque en todo lo que haces tienes siempre un pensamiento para mí y me preparas y me das tales gracias, que junto conmigo Cielos y tierra quedan conmovidos y raptados, y todos te decimos: “¡Gracias! ¡Gracias!.” ¡Ah! Mamá santa, graba en mi corazón tus santas palabras: “Haz lo que te dice mi Hijo.” A fin de que generes en mí la Vida de la Divina Voluntad, que tanto suspiro y quiero; y Tú séllame mi voluntad, a fin de que esté siempre sometida a la Divina.
Florecita: En todas nuestras acciones seamos todo oídos para escuchar a nuestra Mamá celestial que nos dice: “Hagan lo que les dice mi Hijo.” A fin de que todo hagamos para cumplir la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá santa, ven a mi alma y hazme el milagro de hacerme poseer por la Divina Voluntad.
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27° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
La hora del dolor se aproxima. Dolorosa separación. Jesús en su vida pública y apostólica.
El alma a su Madre celestial:
Heme aquí de nuevo contigo Mamá Reina, hoy mi amor de hija hacia ti me hace correr para ser espectadora cuando mi dulce Jesús, separándose de ti, toma el camino para formar su vida apostólica en medio a las criaturas. Mamá santa, sé que sufrirás mucho, cada momento de separación con Jesús te costará la vida, y yo, tu hija, no quiero dejarte sola, quiero enjugarte las lágrimas, y con mi compañía quiero romper tu soledad, y mientras estaremos juntas, Tú continuarás dándome tus bellas lecciones sobre la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, tu compañía me será muy agradable, porque sentiré en ti el primer don que me hace Jesús, don formado de puro amor, producto de su, y de mi sacrificio, don que me costará la vida de mi Hijo.
Ahora ponme atención y escúchame. Hija mía, para tu Mamá comienza una vida de dolor, de soledad y de largas separaciones de mi sumo Bien Jesús. La vida oculta ha terminado, y Él siente la irresistible necesidad de amor de salir públicamente, de hacerse conocer y de ir en busca del hombre extraviado en el laberinto de su voluntad, que está en poder de todos los males. El querido san José había muerto ya, Jesús partía y Yo quedaba sola en la pequeña casita. Cuando mi amado Jesús me pidió la obediencia de partir, porque no hacía jamás nada si primero no me lo decía, Yo sentí una punzada en el corazón, pero sabiendo que aquélla era la Voluntad Suprema, Yo dije rápidamente mi Fiat, no dudé un instante, y entre mi Fiat y el de mi Hijo nos separamos, en el ímpetu de nuestro amor me bendijo y me dejó. Yo lo acompañé con mi mirada hasta que pude, y después retirándome, me abandoné en aquel Querer Divino que era mi vida, pero, ¡oh! potencia del Fiat Divino, este Querer Santo no me dejaba perder jamás de vista a mi Hijo, ni Él me perdía a Mí, es más, sentía su latido en el mío, y Jesús sentía el mío en el suyo. Hija querida, Yo había recibido a mi Hijo del Querer Divino, y lo que este Querer Santo da, no está sujeto ni a terminar ni a sufrir separación; sus dones son permanentes y eternos. Así que mi Hijo era mío, ninguno me lo podía quitar, ni la muerte, ni el dolor, ni la separación, porque el Querer Divino me lo había dado. Por eso nuestra separación era aparente, pero en realidad estábamos fundidos juntos. Mucho más que una era la Voluntad que nos animaba, ¿cómo podíamos separarnos?
Ahora, tú debes saber que la luz de la Divina Voluntad me hacía ver cómo malamente y con cuánta ingratitud trataban a mi Hijo. Su paso lo dirigió hacia Jerusalén, su primera visita fue al templo santo, en el cual comenzó la serie de sus predicaciones. Pero, ¡ah, qué dolor! su palabra llena de vida, portadora de paz, de amor y de orden, era escuchada y malamente interpretada, especialmente por los doctos y sabios de aquellos tiempos, y cuando mi Hijo decía que era el Hijo de Dios, el Verbo del Padre, Aquél que había venido a salvarlos, lo tomaban tan a mal, que con sus miradas furibundas lo querían devorar. ¡Oh! cómo sufría mi amado bien Jesús, su palabra creadora, rechazada, le hacía sentir la muerte que daban a su palabra divina, y Yo era toda atención, toda ojos para mirar aquel corazón divino que sangraba y le ofrecía mi materno corazón para recibir las mismas heridas, para consolarlo y darle un apoyo en el acto en que estaba por sucumbir. ¡Oh! cuántas veces después de haber interrumpido su palabra lo veía olvidado por todos, sin que ninguno le ofreciera un descanso, solo, solo, fuera de los muros de la ciudad, en despoblado, bajo el cielo estrellado, apoyado en un árbol, lo veía llorar, orar por la salvación de todos. Y tu Mamá hija querida, desde mi casita lloraba junto, y en la luz del Fiat Divino le mandaba mis lágrimas como alivio, mis castos abrazos y mis besos para reconfortarlo.
Pero mi amado Hijo al verse rechazado por los grandes, por los doctos, no se detuvo, ni podía detenerse, su amor corría porque quería las almas. Entonces se rodeó de pobres, de afligidos, de enfermos, de cojos, de ciegos, de mudos y de tantos otros males que oprimían a las pobres criaturas, todos éstos, imágenes de los tantos males que había producido la voluntad humana en ellas. Y el querido Jesús sanaba a todos, consolaba e instruía a todos, así que se convirtió en el amigo, el padre, el médico, el maestro de los pobres.
Hija mía, se puede decir que fueron los pobres pastores los que con sus visitas lo recibieron al nacer, y son los pobres los que lo siguieron en los últimos años de su Vida acá abajo, hasta su muerte, porque los pobres, los ignorantes, son más simples, menos apegados a su juicio y por eso son los más favorecidos, los más benditos y los más predilectos de mi querido Hijo, tanto, que escogió a pobres pescadores por apóstoles, como columnas de la Iglesia futura.
Ahora hija amadísima, si te quisiera decir lo que obró y sufrimos mi Hijo y Yo en estos tres años de su vida pública, me extendería demasiado. Lo que te recomiendo es que en todo lo que puedas hacer y sufrir, tu primer acto y el último sea el Fiat Divino. En el Fiat nos separamos con mi Hijo, y el Fiat me dio la fuerza de hacer el sacrificio. Así encontrarás la fuerza para todo, incluso en las penas que te cuestan la vida, si todo lo encierras en el eterno Fiat. Por eso dame tu palabra, que te harás encontrar siempre en la Divina Voluntad. Así también tú sentirás la inseparabilidad de Mí y de nuestro sumo Bien Jesús.
El alma:
Mamá dulcísima, cuánto te compadezco al verte sufrir tanto. ¡Ah! te ruego, derrama en mi alma tus lágrimas y las de Jesús para ordenarla y encerrarla en el Fiat Divino.
Florecita: Hoy para honrarme me darás todas tus penas por compañía de mi soledad, y en cada pena pondrás un “te amo” para Mí y para tu Jesús, para reparar por aquellos que no quieren escuchar las enseñanzas de Jesús.
Jaculatoria: Mamá divina, tu palabra y la de Jesús desciendan en mi corazón y formen en mí el reino de la Divina Voluntad.
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28° día
La Reina de los dolores en el reino de la Divina Voluntad.
Suena la hora del dolor. La Pasión. Un Deicidio. Llanto de toda la naturaleza.
El alma a su Madre dolorosa:
Mi querida Madre dolorosa, hoy más que nunca siento la irresistible necesidad de estarme junto a ti. No, no me apartaré de tu lado, para ser espectadora de tus acerbos dolores y pedirte como hija, la gracia de que pongas en mí tus dolores y los de tu Hijo Jesús, e incluso su misma muerte, a fin de que su muerte y tus dolores me den la gracia de hacerme morir continuamente a mi voluntad, y sobre de ella hacerme resurgir la Vida de la Divina Voluntad.
Lección de la Reina de los dolores:
Hija queridísima, no me niegues tu compañía en tantas amarguras mías. La Divinidad ya ha decretado el último día de mi Hijo acá abajo. Ya un apóstol lo ha traicionado, poniéndolo en las manos de los Judíos para hacerlo morir. Ya mi querido Hijo, dando en exceso de amor y no queriendo dejar a sus hijos, que con tanto amor vino a buscar sobre la tierra, se queda en el sacramento de la Eucaristía, a fin de que cualquiera que lo quiera lo pueda poseer. Así que la Vida de mi Hijo está por terminar y por emprender el vuelo a su Patria celestial. ¡Ah hija querida! El Fiat Divino me lo dio, y Yo en el Fiat Divino le recibí, y ahora en el mismo Fiat hago la entrega. Se me desgarra el corazón, mares inmensos de dolores me inundan, siento que la vida se me va por el espasmo atroz, pero nada podía negar al Fiat Divino, por el contrario, me sentía dispuesta a sacrificarlo con mis mismas manos si lo hubiera querido. La fuerza del Querer Divino es omnipotente, y Yo sentía tal fortaleza en virtud del Él, que me habría contentado con morir antes que negar nada a la Divina Voluntad.
Ahora hija mía escúchame, mi materno corazón está ahogado de penas, el solo pensar que debe morir mi Hijo, mi Dios, mi vida, es más que muerte para tu Mamá, sin embargo sé que debo vivir. ¡Qué tormento! Que desgarros profundos se forman en mi corazón, que con espadas afiladas me lo traspasan de lado a lado, sin embargo hija querida, me duele el decirlo, pero debo decírtelo, en estas penas y desgarros profundos, y en las penas de mi amado Hijo estaba tu alma, tu voluntad humana, que no haciéndose dominar por la de Dios, Nosotros la cubríamos de penas, la embalsamábamos, la fortalecíamos con nuestras penas, a fin de que se dispusiera a recibir la Vida de la Divina Voluntad.
¡Ah! si el Fiat Divino no me hubiera sostenido y no continuara su curso de los mares infinitos de luz, de alegría, de felicidad, al lado de los mares de mis acerbos dolores, Yo habría muerto tantas veces por cuantas penas sufrió mi querido Hijo. ¡Oh! cómo me sentí destrozar cuando la última vez lo vi pálido, con una tristeza de muerte sobre el rostro, y con voz temblorosa como si quisiera sollozar, me dijo: “¡Mamá, adiós! Bendice a tu Hijo, y dame la obediencia de morir. El mío y tu Fiat Divino me hicieron concebir, el mío y tu Fiat Divino me deben hacer morir. Rápido ¡oh! Mamá querida, pronuncia tu Fiat y dime: “Te bendigo y te doy la obediencia de morir crucificado, así lo quiere el eterno Querer, así quiero también Yo.”
Hija mía, que tormento a mi corazón traspasado, sin embargo debía decirlo, porque en Nosotros no existían penas forzadas, sino todas voluntarias. Por eso ambos nos bendijimos y dándonos aquella mirada que no sabe separarse más del objeto amado, mi querido Hijo, la dulce vida mía, partió, y Yo, tu Mamá doliente, lo dejé, pero el ojo de mi alma no lo perdió jamás de vista. Lo seguí en el huerto, en su tremenda agonía, y ¡oh, cómo me sangró el corazón al verlo abandonado por todos, hasta de sus más fieles y queridos apóstoles!
Hija mía, el abandono de las personas queridas es uno de los dolores más grandes para un corazón humano en las horas tormentosas de la vida, especialmente para mi Hijo, que tanto los había amado y beneficiado, y estaba en acto de dar la vida por aquellos mismos que lo habían abandonado en las horas extremas de su Vida, mejor dicho habían huido, ¡qué dolor! ¡qué dolor! Y Yo, al verlo agonizar, sudar sangre, agonizaba junto y lo sostenía en mis brazos maternos. Yo era inseparable de mi Hijo, sus penas se reflejaban en mi corazón derretido por el dolor y por el amor, y Yo las sentía más que si fueran mías. Así lo seguí toda la noche. No hubo pena ni acusación que le hicieron que no resonara en mi corazón. Pero al alba, no pudiendo más, acompañada por el discípulo Juan, por Magdalena y por otras pías mujeres, lo quise seguir paso a paso, de un tribunal al otro, aun corporalmente.
Hija mía queridísima, Yo oía el estruendo de los golpes que llovían sobre el cuerpo desnudo de mi Hijo, oía las burlas, las risas satánicas y los golpes que le daban sobre la cabeza en el momento de coronarlo de espinas. Lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo, desfigurado e irreconocible, sentí ensordecer con el “crucifícalo”, “crucifícalo”, lo vi ponerse la cruz sobre sus espaldas, agotado, atormentado, y Yo, no pudiendo resistir aceleré el paso para darle el último abrazo y enjugarle el rostro todo bañado de sangre. ¡Pero qué! Para Nosotros no había piedad, los crueles soldados lo arrancan de mi lado con las cuerdas y lo hacen caer. Hija querida, qué pena desgarradora el no poder socorrer en tantas penas a mi querido Hijo, por eso cada pena abría un mar de dolor en mi traspasado corazón. Finalmente lo seguí al Calvario, donde en medio de penas inauditas y espasmos horribles fue crucificado y levantado en la cruz, y sólo entonces me fue concedido quedarme a los pies de la cruz, para recibir de sus labios agonizantes el don de todos mis hijos y el derecho y sello de mi maternidad sobre todas las criaturas. Y poco después, entre espasmos inauditos expiró. Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador. Lloró el sol, obscureciéndose y retirándose horrorizado de la faz de la tierra. Lloró la tierra con un fuerte temblor, desgarrándose en varios puntos por el dolor de la muerte de su Creador. Todos lloraron, las sepulturas abriéndose, los muertos resucitando, y también el velo del templo lloró de dolor rompiéndose. Todos perdieron el ánimo y sintieron terror y espanto. Hija mía, y tu Mamá está petrificada por el dolor, esperándolo en mis brazos para ponerlo en el sepulcro.
Ahora escúchame en mi intenso dolor, quiero hablarte con las penas de mi Hijo de los graves males de tu voluntad humana. Míralo en mis brazos dolientes, cómo está desfigurado, es el verdadero retrato de los males que el querer humano hace a las pobres criaturas, y mi querido Hijo quiso sufrir tantas penas para levantar nuevamente esta voluntad caída en lo bajo de todas las miserias, y en cada pena de Jesús y en cada dolor mío la llamaban a resurgir en la Voluntad Divina. Fue tanto nuestro amor, que para poner al seguro esta voluntad humana la llenamos de nuestras penas, hasta ahogarla, y la encerramos dentro de los mares inmensos de mis dolores y de los de mi amado Hijo. Por eso, en este día de dolores para tu Madre dolorosa, y todo por ti, dame por correspondencia en mis manos tu voluntad, para que la encierre en las llagas sangrantes de Jesús, como la más bella victoria de su pasión y muerte, y como triunfo de mis acerbísimos dolores.
El alma:
Mamá dolorosa, tus palabras me hieren el corazón y me siento morir al oír que ha sido mi voluntad rebelde la que os ha hecho sufrir tanto. Por eso te ruego que la encierres en las llagas de Jesús, para vivir de sus penas y de tus acerbos dolores.
Florecita: Hoy para honrarme besarás las llagas de Jesús diciendo cinco actos de amor, rogándome que mis dolores sellen tu voluntad en la abertura de su sagrado costado.
Jaculatoria: Las llagas de Jesús y los dolores de mi Mamá, me den la gracia de hacer resurgir mi voluntad en la Voluntad de Dios.
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29° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
El limbo, expectación, victoria sobre la muerte. La Resurrección.
El alma a su Madre Reina:
Mamá traspasada, tu pequeña hija, sabiéndote sola sin el amado Bien Jesús, quiere estarse estrechada a ti para hacerte compañía en tu amarguísima desolación. Sin Jesús todas las cosas se cambian en dolor para ti. El recuerdo de sus penas desgarradoras, el dulce sonido de su voz que todavía resuena en tu oído, la fascinante mirada del querido Jesús, ahora dulce, ahora triste, ahora llena de lágrimas, pero que siempre te raptaban tu materno corazón, y ahora no tenerlos más contigo son espadas que traspasan, que pasan de lado a lado tu traspasado corazón.
Mamá desolada, tu querida hija quiere por cada pena darte un alivio, una compasión. Más bien, quisiera ser Jesús para poderte dar todo el amor, todos los consuelos, alivios y compasiones que te habría dado el mismo Jesús en este tu estado de amarga desolación. El dulce Jesús me ha dado a ti como hija, por eso ponme en su puesto en tu materno corazón, y yo seré toda de mi Mamá, te enjugaré las lágrimas y te haré siempre compañía.
Lección de la Reina y Madre desolada:
Hija queridísima, gracias por tu compañía, pero si quieres que tu compañía me sea dulce y querida y portadora de alivio a mi traspasado corazón, quiero encontrar en ti la Voluntad Divina obrante, dominante y que no ceda a tu voluntad ni siquiera un respiro de vida. Entonces sí, te cambiaré con mi Hijo Jesús, porque estando su Voluntad en ti, en Ella sentiré a Jesús en tu corazón, y ¡oh! cómo seré feliz de encontrar en ti el primer fruto de sus penas y de su muerte. Si encuentro en mi hija a mi amado Jesús, mis penas se cambiarán en alegrías y mis dolores en conquistas.
Ahora escúchame hija de mis dolores. En cuanto mi querido Hijo expiró, bajó al limbo como triunfador y portador de gloria y de felicidad, en aquella cárcel donde se encontraban todos los patriarcas y profetas, el primer padre Adán, el querido san José y mis santos padres, y todos aquellos que en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor se habían salvado. Yo era inseparable de mi Hijo, y ni siquiera la muerte me lo podía quitar, por eso, en medio de mis dolores lo seguí al limbo y fui espectadora de la fiesta, de los agradecimientos que toda aquella gran turba de gente dio a mi Hijo, porque había sufrido tanto y porque su primer paso había sido hacia ellos para beatificarlos, y llevarlos con Él a la gloria celestial. Así que, en cuanto murió comenzaron las conquistas, la gloria para Jesús y para todos aquellos que lo amaban. Esto querida hija es símbolo de que en cuanto la criatura hace morir su voluntad con la unión de la Voluntad Divina, comienzan las conquistas en el orden divino, la gloria, la alegría, incluso en medio a los más grandes dolores. Por tanto, en vista de que los ojos de mi alma siguieron a mi Hijo, jamás lo perdí de vista, tampoco en los tres días que estuvo sepultado; Yo sentía tal ansia de verlo resucitado que iba repitiendo en mi ímpetu de amor: “Resucita gloria mía, resucita vida mía” Mis deseos eran ardientes, mis suspiros de fuego, hasta hacerme sentir consumir.
Ahora, en estas ansias vi que mi querido Hijo, acompañado de aquella gran turba de gente salió del limbo triunfante y se la llevó al sepulcro. Era el amanecer del tercer día, y así como toda la naturaleza lo lloró, así ahora se alegraba tanto, que el sol anticipó su curso para estar presente en el momento en que mi Hijo resucitaba. Pero, ¡oh! maravilla, antes de resucitar hizo ver a aquella turba de gente su santísima Humanidad sangrante, llagada, desfigurada, cómo había quedado reducida por amor de ellos y de todos. Todos se conmovieron y admiraron los excesos de amor y el grande portento de la Redención.
Ahora hija mía, ¡oh! cómo te quisiera presente en el acto en que resucitó mi Hijo, Él era todo majestad, su Divinidad unida a su alma manaba mares de luz y de belleza encantadora, de llenar Cielo y tierra, y como triunfador, haciendo uso de su poder, ordenó a su muerta Humanidad que recibiera de nuevo su alma y que resucitara triunfante y gloriosa a la vida inmortal. ¡Qué acto tan solemne! Mi querido Jesús triunfaba sobre la muerte diciendo: “Muerte, tu no serás más muerte, sino vida.” Con este acto de triunfo ponía el sello de que era Hombre y Dios, y con su Resurrección confirmaba el Evangelio, los milagros, la vida de los sacramentos y toda la vida de la Iglesia, y no sólo esto, sino que daba el triunfo sobre la voluntad humana debilitada y casi extinta en el verdadero bien, de hacer triunfar sobre ellas la Vida del Querer Divino, que debía llevar a las criaturas la plenitud de la santidad y de todos los bienes, y al mismo tiempo arrojaba, en virtud de su Resurrección, el germen en los cuerpos de resurgir a la gloria imperecedera. Hija mía, la Resurrección de mi Hijo encierra todo, dice todo, confirma todo y es el acto más solemne que Él hizo por amor de las criaturas.
Ahora escúchame hija mía, te quiero hablar como Mamá que ama mucho a su hija. Quiero decirte qué significa hacer la Voluntad Divina y vivir de Ella y el ejemplo te lo damos mi Hijo y Yo. Nuestra vida estuvo rociada de penas, de pobreza, de humillaciones, hasta ver morir de penas a mi amado Hijo, pero en todo esto corría la Voluntad Divina. Ella era la vida de nuestras penas, y Nosotros nos sentíamos triunfantes y conquistadores, de cambiar la misma muerte en vida. Tan es así, que al ver el gran bien, voluntariamente nos ofrecíamos a sufrir, porque estando en Nosotros la Divina Voluntad ninguno se podía imponer sobre Ella ni sobre Nosotros. El sufrir estaba en nuestro poder y lo llamábamos como alimento y triunfo de la Redención, para poder llevar el bien a todo el mundo entero.
Ahora hija querida, si tu vida, tus penas tuvieran por centro de vida la Divina Voluntad, está cierta que el dulce Jesús se servirá de ti y de tus penas para dar ayuda, luz, gracia a todo el universo. Por eso ánimo, la Divina Voluntad sabe hacer cosas grandes donde Ella reina, y en todas las circunstancias mírate en Mí y en tu dulce Jesús y camina adelante.
El alma:
Mamá santa, si Tú me ayudas me tendrás bajo tu manto defendida, haciéndome de celestial centinela, yo estoy segura que todas mis penas las convertiré en Voluntad de Dios, y te seguiré paso a paso en las vías interminables del Fiat Supremo, porque sé que tu amor fascinante de Madre, tu potencia, vencerán mi voluntad, y la tendrás en tu poder y me la cambiarás por la Divina Voluntad. Por eso Mamá mía, a ti me confío y en tus brazos me abandono.
Florecita: Hoy para honrarme dirás siete veces: “No mi voluntad, sino la tuya se haga.” Ofreciéndome mis dolores para pedirme la gracia que tú hagas siempre la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá mía, por la Resurrección de tu Hijo, hazme resurgir en la Voluntad de Dios.
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30° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
La hora del triunfo. Apariciones de Jesús. Los fugitivos se apiñan en
torno a la Virgen como arca de salvación y de perdón. Jesús parte para
el Cielo. Maestra de los apóstoles, sede y centro de la Iglesia
naciente. Descendimiento del Espíritu Santo.
El alma a su Madre Reina:
Madre admirable, heme aquí de nuevo contigo, sobre tus rodillas maternas, para unirme contigo en la fiesta y triunfo de la Resurrección de nuestro querido Jesús. Cómo es bello hoy tu aspecto, toda amable, toda dulzura, toda alegría; me parece verte resucitada junto con Jesús. ¡Ah! Mamá santa, en tanta alegría y triunfo no te olvides de tu hija, encierra en mi alma el germen de la Resurrección de Jesús, para que en virtud de Ella resurja plenamente en la Divina Voluntad, y viviré siempre unida contigo y con mi dulce Jesús.
¡Ah! Mamá santa, haz que descienda en mí el Espíritu Santo, a fin de que queme en mí lo que no pertenece a la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija bendita de mi materno corazón, grande fue mi alegría y mi triunfo en la Resurrección de mi Hijo; Yo me sentí renacida y resucitada en Él, todos mis dolores se cambiaron en alegrías y en mares de gracias, de luz, de amor, de perdón para las criaturas, y extendían mi maternidad sobre todos mis hijos, dados a Mí por Jesús con el sello de mis dolores.
Ahora escúchame hija querida, tú debes saber que después de la muerte de mi Hijo, me retiré al cenáculo junto con el amado Juan y Magdalena. Pero mi corazón quedaba traspasado porque sólo Juan estaba a mi lado, y en mi dolor decía: “Y los otros apóstoles, ¿dónde están?” Pero en cuanto éstos oyeron que Jesús había muerto, tocados por gracias especiales, todos conmovidos y llorando, uno a uno los fugitivos se pusieron en torno a Mí, haciéndome corona, y con lágrimas y suspiros me pedían perdón de que tan vilmente lo habían abandonado y huido de su Maestro. Yo los acogí maternalmente en el arca de refugio y de salvación de mi corazón, y les aseguré a todos el perdón de mi Hijo, los alenté a no temer, les dije que su suerte estaba en mis manos, porque a todos me los había dado por hijos, y Yo como a tales los reconocía.
Hija bendita, tú sabes que Yo estuve presente en la Resurrección de mi Hijo, pero no hice mención a ninguno, esperando que Jesús mismo manifestara que había resucitado glorioso y triunfante. La primera que lo vio resucitado fue la afortunada Magdalena, después las piadosas mujeres, y todos venían a Mí diciéndome que habían visto a Jesús resucitado, que el sepulcro estaba vacío, y yo escuchaba a todos y con aire de triunfo confirmaba a todos en la fe de la Resurrección. Para la noche ya casi todos los apóstoles lo habían visto, y todos se sentían como triunfantes por haber sido apóstoles de Jesús. Qué cambio de escena, hija querida, símbolo de quien se ha hecho dominar primero por la voluntad humana, que representa a los apóstoles que huyen, que abandonan a su Maestro, y es tanto el temor y el pavor que se esconden, y Pedro llega hasta a negarlo. ¡Oh! si estuvieran dominados por la Divina Voluntad jamás habrían huido de su Maestro, sino que valerosos y como triunfadores no se habrían separado jamás de su lado, y se sentirían honrados de dar la vida por defenderlo.
Ahora hija querida, mi amado Hijo Jesús se quedó resucitado sobre la tierra cuarenta días. Rápidamente se aparecía a los apóstoles y discípulos para confirmarlos en la fe y certeza de su Resurrección, y cuando no estaba con los apóstoles se estaba junto con su Mamá en el cenáculo, circundado de las almas salidas del limbo. Pero en cuanto terminó el periodo de los cuarenta días, el amado Jesús enseñó a los apóstoles y dejando a su Mamá como guía y Maestra, nos prometió la venida del Espíritu Santo, y bendiciéndonos a todos partió emprendiendo el vuelo al Cielo junto con aquella gran turba de gente salida del limbo. Tu Mamá lo siguió al Cielo y asistió a la gran fiesta de la Ascensión, mucho más que para Mí no era extraña la Patria celestial, y además sin Mí no habría sido completa la fiesta de mi Hijo ascendido al Cielo.
Ahora escúchame hija mía, nuestro sumo Bien Jesús ha partido al Cielo, y está ante su Padre celestial para abogar por sus hijos y hermanos dejados sobre la tierra. Él, desde la patria celestial ve a todos, no se le escapa ninguno, y es tanto su amor que deja a su Mamá todavía sobre la tierra para consuelo, ayuda, enseñanza y compañía de sus hijos y míos.
Tú debes saber que en cuanto mi Hijo partió para al Cielo, Yo continué estando junto con los apóstoles en el cenáculo, esperando al Espíritu Santo. Todos estrechados a Mí rogábamos juntos, no hacían nada sin mi consejo, y cuando Yo tomaba la palabra para instruirlos, o decir alguna anécdota de mi Hijo que ellos no conocían, como por ejemplo, los detalles de su nacimiento, sus lágrimas infantiles, sus gestos amorosos, los incidentes sucedidos en Egipto, las tantas maravillas de su Vida oculta en Nazaret, ¡oh! cómo estaban atentos a escucharme, quedaban raptados al escuchar las tantas sorpresas, las tantas enseñanzas que me daba, y que debían servir para ellos, porque mi Hijo poco o nada habló de Sí mismo con los apóstoles, reservándome a Mí el trabajo de hacerles conocer cuánto los había amado y las particularidades que sólo su Mamá conocía. Así que Yo estaba en medio a mis apóstoles más que el sol del día, y fui el áncora, el timón, la barca donde encontraron el refugio para estar seguros y defendidos de todo peligro. Por eso puedo decir que di a luz la Iglesia naciente sobre mis rodillas maternas, y mis brazos fueron la barca que la guió a puerto seguro, y la guío hasta ahora.
Entonces llegó el tiempo en que descendió el Espíritu Santo, prometido por mi Hijo, en el cenáculo. Qué transformación hija mía, en cuanto fueron investidos adquirieron nueva ciencia, fuerza invencible, amor ardiente, una nueva vida corría en ellos que los hacía intrépidos y valerosos, de modo que se esparcieron en todo el mundo para hacer conocer la Redención, y dar la vida por su Maestro, y Yo quedé con el amado Juan y fui obligada a salir de Jerusalén, porque comenzó la tempestad de la persecución.
Hija mía queridísima, tú debes saber que Yo continúo todavía mi magisterio en la Iglesia, no hay cosa que de Mí no descienda, puedo decir que doy mi vida por amor de mis hijos y los nutro con mi leche materna. Ahora, en estos tiempos quiero mostrar un amor más especial, haciendo conocer cómo toda mi vida fue formada en el reino de la Divina Voluntad, por eso te llamo sobre mis rodillas, entre mis brazos maternos, para que sirviéndote de barca puedas estar segura de vivir en el mar de la Divina Voluntad. Gracia más grande no podría hacerte. ¡Ah! te ruego, contenta a tu Mamá, ven a vivir en este reino tan santo y cuando veas que tu voluntad quiera tener algún acto de vida, ven a refugiarte en la segura barca de mis brazos, diciéndome: “Mamá mía, mi voluntad me quiere traicionar y yo te la entrego a ti, a fin de que pongas en su lugar a la Divina Voluntad.” ¡Oh! cómo sería feliz si puedo decir: “Mi hija es toda mía porque vive de Voluntad Divina.” Y Yo haré descender al Espíritu Santo en tu alma, a fin de que consuma lo que es humano, y con su soplo refrescante impere sobre ti y te confirme en la Divina Voluntad.
Ahora una palabrita para ti hija queridísima. Todo lo que has escuchado y admirado no ha sido otra cosa que el poder del Querer Divino obrante en Mí y en mi Hijo, por eso amo tanto encerrar en ti la Vida de la Divina Voluntad y vida obrante, porque todos la tienen, pero la mayor parte la tienen sofocada y para hacerse servir, y mientras que podría obrar prodigios de santidad, de gracia, y obras dignas de su potencia, está obligada por las criaturas a estarse con las manos cruzadas sin poder desarrollar su poder. Por eso sé atenta, y haz que el Cielo de la Divina Voluntad se extienda en ti y obre con su poder lo que quiera y como quiera.
El alma:
Mamá Santísima, tus bellas lecciones me raptan, y ¡oh! cómo quisiera y suspiro la Vida obrante de la Divina Voluntad en mi alma. Quiero ser también yo inseparable de mi Jesús y de ti, Mamá mía; pero para estar segura de esto, Tú debes tomar el empeño de tener mi voluntad encerrada en tu materno corazón, y a pesar de que veas que me cuesta mucho, no me la debes dar jamás. Sólo así podré estar segura, de otra manera serán siempre palabras, pero los hechos no los haré jamás. Por eso tu hija se encomienda a ti y de ti todo espera, fortalece mi debilidad, pon en fuga mis temores, y yo, abandonándome en tus brazos estaré segura de vivir toda de Divina Voluntad.
Florecita: Hoy para honrarme harás tres genuflexiones en el acto que mi Hijo ascendió al Cielo, y le rogarás que te haga ascender en la Divina Voluntad, y recitarás siete Gloria en honor del Espíritu Santo, rogándome que se renueven sus prodigios sobre toda la santa Iglesia.
Jaculatoria: Mamá mía, con tu poder triunfa en mi alma, y hazme renacer en la Voluntad de Dios, para que me consuma y queme todo lo que no es Voluntad de Dios.
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31° día
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Paso de la tierra al Cielo. Entrada feliz. Cielo y tierra festejan a la nueva recién llegada.
El alma a su gloriosa Reina:
Mi querida Mamá celestial, estoy de regreso entre tus brazos maternos, y al mirarte veo que una dulce sonrisa aflora sobre tus labios purísimos. Tu actitud hoy es toda de fiesta, me parece que quieres narrarme y confiar a tu hija alguna cosa que más me sorprenda. Mamá santa, ¡ah! te ruego, toca mi mente con tus manos maternas, vacía mi corazón a fin de que pueda comprender tus santas enseñanzas y ponerlas en práctica.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, hoy tu Mamá está de fiesta porque quiero hablarte de mi partida de la tierra al Cielo, día en el cual terminé de cumplir la Divina Voluntad sobre la tierra, porque no hubo en Mí ni un respiro, ni un latido, ni un paso en el cual el Fiat Divino no tuviera su acto completo, y esto me embellecía, me enriquecía, me santificaba tanto, que los mismos ángeles quedaban raptados.
Ahora, tú debes saber que antes de partir para la patria celestial, Yo con mi amado Juan regresamos de nuevo a Jerusalén, era la última vez que en carne mortal estaba sobre la tierra, toda la Creación, como si lo hubiera intuido, se postraba a mi alrededor, desde los peces del mar que Yo navegaba, hasta el más pequeño pajarito querían ser bendecidos por su Reina, y Yo bendecía a todos y les daba el último adiós. Ahora, habiendo llegado a Jerusalén y retirándome dentro de un departamento donde me llevó Juan, me encerré para no salir más.
Ahora hija bendita, tú debes saber que comencé a sentir en Mí un martirio tal de amor, unido con ansias ardientes de alcanzar a mi Hijo en el Cielo, que me sentía consumir, hasta a sentirme enferma de amor, y tenía fuertes delirios y desfallecimientos todos de amor. Yo no conocí jamás enfermedad ni cualquier indisposición ligera, a mi naturaleza concebida sin pecado y vivida toda de Voluntad Divina le faltaba el germen de los males naturales, si las penas me cortejaron tanto, fueron todas en orden sobrenatural, y estas penas fueron para tu Mamá celestial triunfos y honores, y me daban el campo para hacer que mi maternidad no fuera estéril, sino conquistadora de muchos hijos. Mira entonces hija querida qué significa vivir de Voluntad Divina, perder el germen de los males naturales que producen no honores y triunfos, sino debilidades, miserias y derrotas. Por eso hija queridísima, escucha la última palabra de tu Mamá que está por partir al Cielo, no partiría contenta si no dejara a mi hija al seguro, antes de partir quiero hacerte mi testamento, dejándote por dote aquella misma Voluntad Divina que posee tu Mamá y que tanto me ha agraciado, hasta volverme Madre del Verbo, Señora y Reina del corazón de Jesús y Madre y Reina de todos. Escucha hija querida, es el último día del mes a Mí consagrado, Yo te he hablado con tanto amor de lo que obró la Divina Voluntad en Mí, del gran bien que Ella sabe hacer y qué significa hacerse dominar por Ella, te hablado también de los graves males del humano querer, pero ¿crees tú haya sido una simple narración? No, no, tu Mamá cuando habla quiere dar, Yo, en el ímpetu de mi amor en cada palabra que te decía ataba tu alma al Fiat Divino y te preparaba la dote en la cual tú pudieses vivir rica, feliz, dotada de fuerza divina. Ahora que estoy por partir acepta mi testamento, tu alma sea el papel donde Yo escriba con la pluma de oro del Querer Divino, y con la tinta de mi ardiente amor que me consume, la testificación de la dote que te hago. Hija bendita, asegúrame que no harás jamás tu voluntad, pon tu mano sobre mi corazón materno y júrame que encerrarás tu voluntad en mi corazón, así, no sintiéndola, no tendrás ocasión de hacerla, y Yo me la llevaré al Cielo como un triunfo y victoria de mi hija. ¡Ah! hija querida, escucha la última palabra de tu Mamá que muere de puro amor, recibe mi última bendición como sello de la Vida de la Divina Voluntad que dejo en ti, que formará tu cielo, tu sol, tu mar de amor y de gracia.
En estos últimos momentos, tu Mamá celestial quiere ahogarte de amor, desahogarse en ti, para que obtenga el intento de escuchar tu última palabra, que preferirías morir, que harías cualquier sacrificio antes que dar un acto de vida a tu voluntad, dímela hija mía, dímela.
El alma:
Mamá santa, en el arrebato de mi dolor te lo digo llorando, que si Tú ves que yo esté por hacer un solo acto de mi voluntad, hazme morir, ven Tú misma a tomar mi alma en tus brazos y llévame allá arriba; y yo de corazón lo prometo, lo juro, no hacer jamás, jamás mi voluntad.
La Reina de amor:
Hija bendita, cómo estoy contenta, no me podía decidir a narrarte mi partida al Cielo si no permaneciera asegurada mi hija sobre la tierra dotada de Voluntad Divina, pero ten la seguridad que desde el Cielo no te dejaré huérfana, te guiaré en todo, y en la más pequeña necesidad tuya, hasta en la más grande, llámame, y Yo vendré rápido a hacerte de Mamá.
Ahora hija querida escúchame, Yo estaba ya enferma de amor, el Fiat Divino para consolar a los apóstoles y a Mí también, permitió casi en modo prodigioso que todos los apóstoles, excepto uno, me hicieran corona en el momento en que estaba por partir al Cielo, todos sentían el dolor del corazón y lloraban amargamente, Yo consolé a todos recomendando en modo especial a la santa Iglesia naciente e impartí a todos la materna bendición, dejando en sus corazones, en virtud de ella, la paternidad de amor hacia las almas. Mi querido Hijo no hacía otra cosa que ir y venir del Cielo, no podía estar más sin su Mamá, y dando el último suspiro de puro amor en la interminabilidad del Querer Divino, mi Hijo me recibió entre sus brazos y me condujo al Cielo en medio a las legiones angélicas que alababan a su Reina. Puedo decir que el Cielo se vació para venir a mi encuentro, todos me festejaban, y al mirarme quedaban raptados y en coro decían: “¿Quién es Ésta que viene del exilio toda apoyada en su Señor? Toda bella, toda santa, con el cetro de reina, y es tanta su grandeza que los Cielos se ha abajado para recibirla, ninguna otra criatura ha entrado en estas regiones celestiales tan adornada y hermosa, tan poderosa, que tiene la supremacía sobre todo.”
Ahora hija mía, ¿quieres tú saber quién es Ésa que todo el Cielo alaba y por quien quedan raptados? Yo soy Aquella que no hice jamás mi voluntad, y el Querer Divino me abundó tanto, que extendió cielos más bellos, soles más fúlgidos, mares de belleza, de amor, de santidad, que podía dar luz a todos, amor, santidad a todos, y encerrar dentro de mi cielo todo y todos, era el obrar de la Divina Voluntad obrante en Mí lo que había obrado prodigio tan grande, era la única criatura que entraba en el Cielo porque había hecho la Divina Voluntad sobre la tierra como se hace en el Cielo, y que había formado su reino en mi alma. Ahora, toda la corte celestial al verme quedaba maravillada, porque mirándome me encontraban cielo, y volviéndome a ver me encontraban sol, y no pudiendo separar su mirada, mirándome más a fondo me veían mares y encontraban también en Mí la tierra tersísima de mi humanidad con las más bellas flores, y raptados exclamaban: “Cómo es bella, todo ha concentrado en Ella, nada le falta, de todas las obras de su Creador es la única completa de toda la Creación.”
Ahora hija bendita, tú debes saber que fue la primera fiesta que se hizo en el Cielo a la Divina Voluntad que tantos prodigios había obrado en su criatura. Así que mi entrada en el Cielo fue festejada por toda la corte celestial como aquello que puede obrar de bello, de grande en la criatura el Fiat Divino. Desde entonces no se han repetido más estas fiestas, y por eso tu Mamá ama tanto que la Divina Voluntad reine en modo absoluto en las almas, para darle campo para hacerla repetir sus grandes prodigios y sus fiestas maravillosas.
El alma:
Mamá de amor, Emperatriz Soberana, ¡ah! desde el Cielo donde gloriosamente reinas, voltea tu mirada piadosa sobre la tierra y ten piedad de mí, ¡oh! cómo siento la necesidad de mi querida Mamá, siento que me falta la vida sin ti, todo se me tambalea sin mi Mamá, por eso no me dejes a medio camino, sino continúa a guiarme hasta que todas las cosas para mí se conviertan en Voluntad de Dios, a fin de que forme en mí su Vida y su reino.
Florecita: Hoy para honrarme recitarás tres gloria a la Santísima Trinidad para agradecerle, a nombre mío, por la grande gloria que me dio cuando fui asunta al Cielo y me rogarás que venga a asistirte en el punto de tu muerte.
Jaculatoria: Mamá celestial, encierra mi voluntad en tu corazón y déjame el Sol de la Divina Voluntad en mi alma.
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Ofrecimiento de la voluntad humana a la Reina celestial.
Mamá dulcísima, heme aquí ante los pies de vuestro trono postrada, soy tu pequeña hija que quiero darte todo mi amor filial, y como hija tuya quiero entrelazar todas las florecitas, todas las jaculatorias, mis promesas que tantas veces he hecho en este mes de gracias, de no hacer jamás mi voluntad, y formando corona quiero ponerla en tu seno como testimonio de amor, de agradecimiento a mi Mamá. Pero eso no basta, quiero que la tomes entre tus manos como señal de que aceptas mi don, y el toque de tus dedos maternos me la convierta en tantos soles, al menos por cuantas veces he tratado de hacer la Voluntad Divina en mis pequeños actos. ¡Ah! sí Madre Reina, tu hija quiere darte los homenajes de luz y de soles fulgidísimos, sé que Tú tienes muchos de estos soles, pero no son los soles de tu hija, en cambio yo quiero darte los míos, para decirte que te amo y para comprometerte a amarme. Mamá Santa, Tú me sonríes y con toda bondad aceptas mi regalo, y yo te agradezco de corazón, pero quiero decirte tantas cosas, quiero encerrar en tu corazón materno mis penas, mis temores, mis debilidades, todo mi ser como lugar de refugio, quiero consagrarte mi voluntad. ¡Ah! Mamá mía, acéptala, haz un triunfo de la gracia y un campo donde la Divina Voluntad extienda su reino. Esta mi voluntad a ti consagrada nos volverá inseparables y nos tendrá en continua relación, las puertas del Cielo no se cerrarán para mí, porque habiéndote consagrado mi voluntad, a cambio me darás la tuya, así que, o la Mamá vendrá a estarse con su hija en la tierra, o la hija irá a vivir con su Mamá en el Cielo, ¡oh! cómo seré feliz.
Escucha Mamá queridísima, para hacer más solemne la consagración de mi voluntad a ti, llamo a la Trinidad Sacrosanta, a todos los ángeles, a todos los santos, y ante todos protesto, y con juramento, el hacer solemne consagración de mi voluntad a mi Mamá celestial.
Y ahora Soberana Reina, para concluir te pido tu santa bendición para mí y para todos, tu bendición sea celestial rocío que descienda sobre los pecadores y los convierta, sobre los afligidos y los consuele, descienda sobre el mundo entero y lo cambie al bien, descienda sobre las almas del purgatorio y apague el fuego que las quema, tu bendición materna sea prenda de salvación a todas las almas.
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Fuente
• La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Sierva de Dios, Luisa Piccarreta.
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