Escuela de Oración en la Divina Voluntad
En esta sección se presenta un devocionario práctico de oración y una pequeña escuela de oración “en la Divina Voluntad”.
Aquí encontraremos cuatro clases de oraciones:
Oraciones escritas por Luisa para ayudar a otras personas;
Oraciones suyas que se encuentran en sus volúmenes;
Oraciones de Nuestro Señor Jesucristo, en los escritos de Luisa;
Y por último, alguna oración clásica de la Iglesia.
También se incluyen algunos textos de los escritos de Luisa, en los que Jesús la instruye especialmente en la oración, teniendo en cuenta que, más que “hacer oración”, el Señor quiere que “seamos oración” en Él. Oración que es amor que adora, amor que repara, amor que comparte todo con el Amado, amor que le da honor y gloria, amor que intercede, amor que da las gracias, amor que lo ama por todos y en todas las obras de Dios…
Al respecto, es muy significativo el texto del volumen 12º (04.06.1918) que se transcribe a continuación:
Continuando mi habitual estado, estaba diciéndole a mi amado Jesús: “No desprecies mis oraciones; son tus mismas palabras las que repito, tus mismas intenciones, las almas que quiero como las quieres Tú y con tu mismo Querer”.
Y Jesús bendito me ha dicho: “Hija mía, cuando te oigo que repites mis palabras, mis plegarias, querer como quiero Yo, me siento atraído hacia ti como por muchos imanes; y al oírte repetir mis palabras, tantos gozos distintos siente mi Corazón y puedo decir que para Mí es una fiesta. Y mientras gozo, me siento debilitado por el amor de tu alma y no tengo fuerza para llamar la atención a las criaturas. Siento en ti las mismas cadenas que Yo le ponía al Padre para reconciliar al género humano. Ah, sí, repite lo que Yo hice, repítelo siempre, si quieres que tu Jesús en tantas amarguras encuentre una alegría de parte de las criaturas”.
Hay que decir que toda la vida de Luisa, destilada gota a gota en sus escritos, es una continua oración, porque es un incesante anhelo de amor a Jesús. Parece como si en nuestro tiempo algunos hubieran descubierto al Espíritu Santo, la así llamada oración “espontánea”, la alabanza al Señor. Pues bien, todos los Santos han experimentado todo eso en su vida; pero, entre todos, de una forma muy singular y original, Luisa. Es suficiente ver ese palpitar de su alma en la continua meditación de las “Horas de la Pasión”, que hacía continuamente, a partir de la “Novena de la Navidad” que hizo cuando tenía 17 años. Esas “horas” son precisamente su “escuela de oración”. Son su “escuela de vida”.
La oración es un encuentro de amor con Dios, es el encuentro entre la Voluntad Divina y la voluntad humana. Y el Señor dice:
“Los mismos Sacramentos producen sus frutos según las almas están sujetas a mi Voluntad, y según la conexión que tienen con mi Querer así producen sus efectos, y si conexión con mi Querer no hay, me comulgarán pero quedarán en ayunas; se confesarán, pero quedarán siempre sucias; vendrán a mi presencia Sacramental, pero si nuestros quereres no se identifican estaré para ellas como muerto, porque sólo mi Voluntad en el alma que se hace sojuzgar por Ella produce todos los bienes y da vida a los mismos Sacramentos, y los que no comprenden esto, significa que son infantiles en la religión”. (Vol. 11º, 25.09.1913).
Tal encuentro, que es la oración, expresa las actitudes y los sentimientos del hombre respecto a Dios. La falta de oración es ateísmo práctico; el rechazo o la aversión a la oración es la impiedad; la inconstancia en la oración es señal de un amor muy débil o superficial; las fáciles distracciones indican que el alma está dominada por otros gustos o intereses o que, de todas formas, su pensamiento da vueltas, demasiado, en torno a sí misma. Una oración que solamente sabe decir oraciones aprendidas (lo cual es el exacto significado de “rezar” = recitar) no toca el propio corazón ni la propia vida y menos aún el Corazón y la Vida de Dios. Rezar por el único fin de obtener alguna “gracia”, da a entender que el alma no es creyente, sino “cliente” de Dios. Rezar para poder decirle a la propia conciencia: “Ya he dicho mis oraciones”, es como querer hablar por teléfono con una persona sin antes haber marcado el número; es una ocasión perdida…
La oración puede manifestar respecto a Dios una actitud de distancia, de temor, de vana formalidad (que no es el verdadero sentido del respeto), o bien indica interés, deseo de ayuda, arrepentimiento…, o también, gratitud, complacencia, júbilo, admiración, compasión, deseo de ofrecer reparación, intercesión por el prójimo, ¡amor! Aquí se ve la verdadera unión de voluntad, con infinitos grados, y por consiguiente la adoración.
En una palabra, la oración dice cuánto el hombre es extraño o familiar respecto a Dios, cuánto se sienta lejano o cercano, cuánto se sienta siervo o hijo. Es un encuentro que se traduce en vida, que alimenta la vida y que, a su vez, se nutre de conocimiento del Señor, porque la oración necesita de contenidos. Para aprender a orar en la Divina Voluntad es conveniente nutrirse con la lectura de los escritos de Luisa Piccarreta sobre la Divina Voluntad.
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FIAT
(“Llamado de Luisa” escrito por Luisa como prólogo a sus Volúmenes)
Mi dulce Jesús, aquí estoy, en tus brazos, para pedirte ayuda. ¡Ah, Tú conoces la amargura de mi alma, cómo me sangra el corazón, mi grande repugnancia de dejar que se haga público lo que Tú me has dicho sobre tu Santísimo Querer! ¡La obediencia se impone! Tú lo quieres, y yo, aunque quedara triturada, me siento obligada por una fuerza suprema a hacer este sacrificio. Pero acuérdate, oh Jesús mío, que Tú mismo me has llamado la pequeña recién nacida de tu Santísima Voluntad. La recién nacida apenas sabe balbucear, así que ¿qué haré? Balbuciré apenas tu Querer; Tú harás todo lo demás, ¿no es cierto, Jesús mío? Es más, haz que yo desaparezca del todo y que tu Querer sea el que con trazos Divinos e imborrables moje la pluma en ese Sol eterno y con letras de oro escriba los conceptos, los efectos, el valor, la potencia de la Voluntad Suprema, y cómo el alma que vive en Ella, viviendo como en su centro, se ennoblece, se diviniza, abandona sus despojos naturales, regresa a su principio y, triunfando sobre todas sus miserias, reconquista su estado original, bella, pura, toda ordenada a su Creador, como salió de sus manos creadoras.
Escribe Tú en estas páginas la larga historia de tu Voluntad, tu dolor al verte relegado por las criaturas a las regiones del Cielo. Tú, estando en lo alto como el sol, aunque seas rechazado, derramas tus rayos sobre todas las generaciones humanas, quieres bajar para venir a reinar en medio de ellas, y por eso envías los rayos de tus suspiros, de tus gemidos, de tus lágrimas, de tu intenso y eterno dolor al verte desterrado y como dividida tu Voluntad de la voluntad de las criaturas humanas. Por eso Tú esperas a que te llamen en medio de ellas, que te reciban como Rey triunfante y te hagan reinar en la tierra como en el Cielo.
¡Baja, oh Querer Supremo! Soy yo la primera que te llama; ¡ven a reinar en la tierra! Tú que creaste al hombre sólo para que hiciera tu Querer, que él, como un ingrato, despreció rebelándose a Ti, ¡ven a unir de nuevo esta voluntad humana a Ti, para que Cielo y tierra y todo quede reordenado en Ti! ¡Oh, cómo quisiera ofrecer mi vida, para que tu Querer sea conocido! Quisiera emprender el vuelo en sus interminables confines, para llevar a cada criatura su beso eterno, su conocimiento, sus bienes, su valor, tus gemidos inenarrables porque quieres venir a reinar en la tierra, para que, conociéndote, te reciban con amor y haciéndote fiesta te hagan reinar.
Oh Querer Santo, con tus rayos luminosos lanza las flechas de tu conocimiento; haz saber a todos que Tú vienes a nosotros para hacernos felices, mas no con una felicidad humana, sino divina, para darnos el dominio que perdimos de nosotros mismos, y esa luz que hace conocer el verdadero bien para poseerlo y el verdadero mal para huir de él, que nos da seguridad y fuerza, pero una fuerza y una estabilidad divina.
Abre la corriente entre la Voluntad Divina y la humana y pinta en nuestras almas, con el pincel de tu mano creadora, todos los rasgos Divinos que perdimos al separarnos de Ella. Tu Querer nos pintará con ese frescor que nunca envejece, con esa belleza que nunca se decolora, con esa luz que nunca se opaca, con esa gracia que siempre crece, con ese amor que siempre arde y nunca se apaga.
¡Oh Querer Santo, ábrete paso, forma Tú la vía para hacer que se te conozca! Manifiesta a todos Quién eres Tú y el gran bien que quieres hacerles a todos, para que atraídos, encantados por un bien tan grande, se dejen conquistar todos por tu Voluntad y así puedas reinar libremente, en la tierra como en el Cielo. Por eso te ruego que escribas Tú mismo todos los conocimientos que me has manifestado sobre Ella; y que cada palabra, cada concepto, cada efecto y conocimiento de Ella sean, para quienes lean, dardos, flechas, saetas, que hiriéndoles les hagan caer a tus pies para recibirte con los brazos abiertos y te hagan reinar en sus corazones. A tantos prodigios de tu Querer, añade este otro: que cuando te conozcan no te dejen pasar de largo, no, sino que te abran las puertas para recibirte y hacerte reinar. Eso es lo que te pide la pequeña recién nacida de tu Voluntad. Si de mí has querido el sacrificio, y con tanta insistencia, de manifestar los secretos que me has comunicado sobre tu Querer, yo quiero de Ti que, al conocerse, haga este prodigio, que triunfe y reine en los corazones que lo conozcan. Sólo ésto te pido, oh Jesús mío, no te pido nada más; sólo quiero el fruto de mi sacrificio, que tu Querer sea conocido y reine con su pleno dominio.
Tú sabes, Amor mío, cuán grande ha sido mi sacrificio, mis luchas interiores, hasta sentirme morir; pero por amor tuyo y para obedecer a tu representante en la tierra, a todo me he sometido. Por tanto, grande lo quiero el prodigio: que al conocer lo que Tú has dicho sobre tu Querer, las almas queden encantadas, encadenadas, atraídas más que por un potente imán, y hagan reinar ese Fiat Divino que Tú con tanto amor quieres que reine en la tierra. Y si te parece bien, Vida mía, antes de que estos escritos salgan a la luz del día y vayan a manos de nuestros hermanos y hermanas, ¡ah, llévate a la pequeña recién nacida de tu Voluntad a la Patria celestial! ¡Ah, no me des ese dolor, que tenga yo que ver que nuestros secretos sean conocidos por las otras criaturas! Si me has dado el primero, evítame el segundo, pero siempre non mea voluntas sed tua fiat (no se haga mi voluntad, sino la Tuya).
Y ahora una palabra a todos los que lean estos escritos: les ruego, les suplico que acepten con amor lo que Jesús quiere darles, o sea, Su Voluntad. Pero para darnos la suya, quiere la nuestra, si no, no podrá reinar. ¡Si supieran con cuánto amor mi Jesús quiere darles el don más grande que existe en el Cielo y en la tierra, que es Su Voluntad!
Oh, cuántas lágrimas amargas derrama, porque nos ve que, viviendo con nuestro querer nos arrastramos por el suelo, enfermizos, miserables. No somos siquiera capaces de mantener un buen propósito, ¿y saben por qué? Porque Su Querer no reina en nosotros.
¡Oh, cómo llora y suspira Jesús por nuestra situación, y con sollozos nos ruega que hagamos que reine Su Querer en nosotros! Quiere cambiar nuestra suerte: que de enfermos seamos sanos, de pobres ricos, de débiles fuertes, de volubles inmutables, de esclavos reyes. No son grandes penitencias lo que quiere, ni largas oraciones u otras cosas, sino que Su Querer reine y que nuestra voluntad no vuelva a tener vida. ¡Ah,sí, háganle caso! Yo estoy dispuesta a dar la vida por cada uno de ustedes, a sufrir cualquier pena, con tal de que abran las puertas de su alma para hacer que el Querer de mi Jesús reine y triunfe en las generaciones humanas.
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Y ahora les invito a todos: vengan conmigo al Edén, donde tuvo principio nuestra existencia, donde el Ser Supremo creó al hombre y, haciéndolo rey, le dió un reino en que reinar. Ese reino era todo el universo, pero su cetro, su corona, su autoridad salían del fondo de su alma, en que residía el Fiat Divino como Rey dominante, el cual formaba la verdadera realeza del hombre. Sus vestiduras eran regias, más refulgentes que el sol; sus actos eran nobles, su belleza arrebatadora. Dios lo amaba tanto, se entretenía con él, lo llamaba “mi pequeño rey e hijo”. Todo era felicidad, orden y armonía. Ese hombre, nuestro primer padre, se traicionó a sí mismo, traicionó su reino y, haciendo su propia voluntad, amargó a su Creador, que tanto lo había exaltado y amado, y perdió su reino, el reino de la Divina Voluntad, en la cual todo le había sido dado. Las puertas del reino se le cerraron y Dios retiró para Sí el reino que había dado al hombre.
Ahora he de decirles un secreto: Dios, al retirar para Sí el reino de la Divina Voluntad, no dijo: “No se lo volveré a dar al hombre”, sino que lo reservó esperando a las futuras generaciones para asaltarlas con gracias sorprendentes, con luz deslumbradora, para eclipsar al humano querer que nos hizo perder un reino tan santo, y con tal atractivo de asombrosos y prodigiosos conocimientos de la Divina Voluntad, que nos hiciera sentir la necesidad y el deseo de dejar a un lado nuestro querer que nos hace infelices y lanzarnos a la Divina Voluntad como nuestro reino permanente.
Así que el Reino es nuestro, ¡ánimo! El Fiat Supremo nos espera, nos llama, nos insiste a que tomemos posesión de él. ¿Quién será tan pérfido, quién tendrá el valor de no hacer caso de su llamada y no aceptar tanta felicidad? Solamente tenemos que dejar los miserables harapos de nuestra voluntad, el vestido de luto de nuestra esclavitud, a la que nos ha reducido, para vestirnos como reyes y adornarnos con ornamentos Divinos.
Por eso dirijo un llamado a todos; no creo que no quieran escucharme. ¿Saben? Soy una pobre pequeñita, la más pequeña de todas las criaturas; pero yo, bilocándome en el Divino Querer junto con Jesús, vendré como pequeña que soy al regazo de todos y con gemidos y lágrimas llamaré a la puerta de sus corazones para pedirles, como pequeña mendiga, sus harapos, el vestido de luto, su querer infelíz, para dárselo a Jesús, para que Él lo queme todo, les dé otra vez Su Querer y les devuelva su reino, su felicidad, el candor de sus vestiduras reales.
¡Si supieran qué significa Voluntad de Dios! Ella contiene Cielo y tierra. Si estamos con Ella todo es nuestro, todas las cosas dependen de nosotros; pero si no estamos con Ella todo está contra nosotros, y si algo tenemos somos los verdaderos ladrones de nuestro Creador y vivimos de fraude y de robo.
Por eso, si quieren conocerla, lean estas páginas: en ellas hallarán el bálsamo para las heridas que cruelmente nos ha hecho nuestro querer humano, el nuevo aire todo Divino, la nueva vida toda celestial; sentirán el Cielo en su alma, verán nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo encontrarán a Jesús con la cara mojada por sus lágrimas, porque quiere darnos Su Querer. Llora porque quiere vernos felices, pero al vernos infelices solloza, suspira, ruega por la felicidad de sus hijos, y mientras nos pide nuestro querer para quitanos la infelicidad, nos ofrece el Suyo para confirmar el don de su Reino.
Por eso me dirijo a todos, y hago este llamado junto con Jesús, con sus mismas lágrimas, con sus suspiros ardientes, con su Corazón que arde porque quiere dar su Fiat. Del Fiat hemos salido, él nos ha dado la vida; es justo, es nuestra obligación y deber que volvamos a Él, a nuestra querida e interminable heredad.
Y en primer lugar, mi llamado es al Sumo Jerarca, al Romano Pontífice, a Su Santidad el Papa, al representante de la Santa Iglesia, que por lo tanto representa el Reino de la Divina Voluntad. A sus santos pies esta pobre pequeñita depone este Reino, para que lo domine, lo haga conocer y con la autoridad de su voz paterna llame a sus hijos a que vivan en este Reino tan santo. Que el sol del Fiat Supremo lo inunde y forme el primer sol del Querer Divino en su representante en la tierra. Que formando su primera vida en aquel que es la cabeza de todos, derrame sus rayos interminables en todo el mundo, y eclipsando a todos con su luz forme un solo rebaño y un solo pastor.
El segundo llamado lo hago a todos los sacerdotes. Postrada a los pies de cada uno les ruego, les suplico que se interesen por conocer la Divina Voluntad. El primer movimiento, el primer acto, tómenlo de Ella, es más, métanse en el Fiat y sentirán cuán dulce y preciosa es su vida, tomen de Ella todo lo que hagan y sentirán en ustedes una fuerza divina, una voz que siempre habla, que les dirá cosas admirables que nunca han oído; sentirán una luz que les eclipsará todos los males y que, eclipsando a las gentes, les dará el dominio de ellas.
¡Cuántos esfuerzos hacen sin fruto, porque falta la vida de la Divina Voluntad! Han distribuido a la gente un pan sin la levadura del Fiat, y por eso, comiéndolo,lo han sentido duro, casi indigesto, y no sintiendo su vida en ellos, no se rinden a sus enseñanzas. Por tanto, ¡coman ustedes este pan del Fiat Divino! Tendrán así pan suficiente para darlo a la gente, así formarán con todos una sola vida y una sola voluntad.
El tercer llamadolo dirijo a todos, al mundo entero, pues todos son hermanos, hermanas e hijos míos. ¿Sabeis por qué les llamo a todos? Porque quiero dar a todos la vida de la Divina Voluntad. Ella es más que el aire que todos podemos respirar, es como el sol del que todos podemos recibir el bien de la luz, es como el palpitar del corazón que en todos quiere palpitar; y yo, como niñita que soy, quiero, suspiro que todos tomen la vida del Fiat. ¡Oh, si supieran cuántos bienes recibirán, darían la vida por hacerla reinar en todos!
Esta pobre pequeñita quiere decirles otro secreto que le ha confiado Jesús, y se lo digo para que me den su voluntad y en cambio reciban la Voluntad de Dios, que les hará felices en el alma y en el cuerpo. ¿Quieren saber por qué la tierra no produce? ¿Por qué en varias partes del mundo la tierra con los terremotos a menudo se abre y sepulta en su seno ciudades y personas? ¿Por qué el viento, el agua, forman tempestades que devastan todo, y tantos otros males que todos saben?… Porque las cosas creadas poseen una Voluntad Divina que las domina y por eso son potentes y dominantes, son más nobles que nosotros. Mientras que nosotros estamos dominados por una voluntad humana, degradados, y por eso somos débiles e impotentes. Si por suerte nuestra dejamos a un lado nuestra voluntad humana y tomamos la vida del Querer Divino, también nosotros seremos fuertes, dominantes, seremos hermanos de todas las cosas creadas, las cuales no sólo ya no nos molestarán, sino que se harán dominar, y seremos felices en el tiempo y en la eternidad. ¿No les gusta? Por tanto, dense prisa, háganle caso a esta pobre pequeñita que les quiere tanto; y yo estaré contenta, cuando pueda decir que todos mis hermanos y hermanas son reyes y reinas, porque todos poseen la vida de la Divina Voluntad. ¡Animo, pues, respondan todos a mi llamado!
Mucho más suspiro que todos en coro respondan a mi llamado, porque no soy yo sola la que les llama,la que les ruega, sino que junto conmigo les llama con voz tierna y conmovedora mi dulce Jesús, que muchas veces también llorando les dice: “Tomad como vida vuestra mi Voluntad; venid a su Reino”.
Es más, deben saber que el primero en pedirle al Padre Celestial que venga su Reino y que se haga Su Voluntad así en la tierra como en el Cielo, fue Nuestro Señor en el Padre Nuestro; y al enseñarnos su oración, nos estaba haciendo un llamado para que todos pidamos el Fiat Voluntas tua así en la tierra como en el Cielo. Y cada vez que dicen el Padre Nuestro, siendo tan grande el deseo de Jesús, que quiere darnos su reino, su Fiat, corre para decir con nosotros: “¡Padre mío, soy Yo el que Te lo pide para mis hijos, date prisa!” Así que el primero que lo pide es el mismo Jesús, y luego también nosotros lo pedimos en el Padre Nuestro. ¿No quieren un bien tan grande?
Ahora les digo la última cosa. Deben saber que, al ver esta niñita el afán, el deseo, las lágrimas de Jesús por querer darnos su Reino, su Fiat, son tan grandes sus ganas, Sus Suspiros, sus ansias por ver a todos en el Reino de la Divina Voluntad para que sean todos felices, para hacer sonreír a Jesús, que si no lo consigue con súplicas, con lágrimas, quiere conseguirlo haciendo caprichos, tanto con Jesús como con ustedes. Por tanto, ¡háganle todos caso a esta pobre pequeñita, ya no la hagan suspirar! Digan todos, por amor de Dios: “Así sea, así sea; todos queremos el Reino de la Divina Voluntad”.
Luisa, la pequeña hija de la Divina Voluntad Corato, año 1924
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Llamado del Rey Divino al Reino de Su Voluntad
Amados hijos míos,
vengo entre vosotros con el Corazón abrasado en las llamas de mi Amor. Vengo como Padre, en medio de mis hijos, que tanto amo. Tan grande es mi Amor, que vengo para quedarme con vosotros, para vivir juntos, con una sola Voluntad, con un mismo Amor… Vengo con el cortejo de mis obras, de mis penas, de mi Sangre y de mi misma Muerte.
Miradme: cada gota de mi Sangre, cada pena, cada una de mis obras y de mis pasos quieren daros a cual más mi Divina Voluntad. Incluso mi Muerte quiere daros la Resurrección de mi Vida en mi Voluntad. En Ella os he preparado todo y os he obtenido gracias, ayudas, luz y fuerza, para recibirla como el Don más grande. Por mi parte, ya he hecho todo; ahora espero que hagáis lo que depende de vosotros.
¿Quién será tan ingrato que no quiera recibirme, con el Regalo que le traigo? Sabed que mi Amor es tan grande, que no tendré en cuenta vuestra vida pasada, vuestras mismas culpas y todos vuestros males, sino que los sepultaré en el mar de mi Amor, para quemarlo todo; y empezaremos juntos una nueva vida, toda de Voluntad mía. ¿Qué corazón será tan duro que quiera rechazarme o echarme, sin aceptar mi visita, llena de Amor Paterno? Si Me aceptáis, Me quedaré con vosotros, como Padre entre mis hijos. Pero hemos de estar de acuerdo en todo y vivir con una sola Voluntad.
¡Oh, cómo suspiro que mis hijos queridos vuelvan a estar conmigo y vivan de mi misma Voluntad! Son ya casi seis mil años de profundos suspiros y de lágrimas amargas de mi Santa Humanidad, porque pretendo y quiero tener a mis hijos en torno a Mí, para hacerlos felices y santos, y sollozando repito: Hijos míos, hijos míos, ¿dónde estáis? ¿Por qué no regresáis a vuestro Padre? ¿Por qué estáis lejos de Mí, vagando perdidos, pobres, en toda clase de miserias? Vuestros males son heridas para mi Corazón. Ya estoy cansado de esperaros, y viendo que no volvéis, no pudiendo resistir el Amor que Me consume, Yo mismo vengo a buscaros y os traigo el regalo más grande: ¡mi Voluntad! Pero no sólo vengo como Padre, sino como MAESTRO, en medio de mis discípulos. Pero quiero ser escuchado. Os enseñaré cosas sorprendentes, lecciones de Cielo, que os darán una Luz inextinguible, un Amor que siempre arde… Mis enseñanzas os darán una fuerza divina, un valor intrépido, una santidad que continuamente crece; Os facilitarán a cada paso el camino y os conducirán a la Patria Celestial.
Vengo como REY, en medio de todos los pueblos, pero no para exigir impuestos y tributos, no. Vengo porque quiero vuestra voluntad, vuestras miserias, vuestras debilidades, todos vuestros males. Mi Soberanía consiste en esto. Quiero todo lo que os hace ser infelices, angustiados, atormentados, para esconder y quemar todo en mi Amor. Y como Rey benéfico, pacífico, magnánimo, que soy, quiero daros en cambio mi Voluntad, mi Amor más tierno, mis riquezas y felicidad, mi paz y mi alegría más pura.
Si Me dais vuestra voluntad, ya está hecho todo; Me haréis feliz y seréis felices. No deseo sino que mi Voluntad reine en medio de vosotros. El Cielo y la tierra OS sonreirán.
Mi Madre Celestial os hará de Madre y de Reina. Ya Ella sabiendo el bien inmenso que os dará de nuevo el Reino de mi Querer, para satisfacer mis deseos ardientes y poner fin a mis lágrimas, y amándoos como sus verdaderos hijos va visitando todos los pueblos y naciones, para prepararlos a que reciban el Reino de mi Voluntad. Ella fue la que Me preparó los pueblos, para hacerme bajar del Cielo a la tierra; y a Ella, a su amor materno encargo que Me prepare las almas y los pueblos, para recibir un Don tan grande.
Por tanto, escuchadme, hijos míos: os ruego que leáis con atención estas páginas y sentiréis la necesidad de vivir en mi Voluntad. Yo estaré a vuestro lado y os tocaré la mente y el corazón, para que comprendáis lo que os ofrezco y queráis el Don de mi Querer Divino”.
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Llamado materno de la Reina del Cielo
Hija queridísima, siento la irresistible necesidad de bajar del Cielo para hacerte mis visitas maternas. Si tú me aseguras tu amor filial, tu fidelidad, Yo estaré siempre contigo en tu alma, para hacerte de maestra, modelo, ejemplo y Madre tiernísima.
Vengo a invitarte a que entres en el Reino de tu Mamá, es decir, en el Reino de la Divina Voluntad, y llamo a la puerta de tu corazón para que me abras… ¿Sabes? Con mis propias manos te traigo el regalo de este libro (La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad); te lo ofrezco con cariño materno, para que tú, a tu vez, leyéndolo, aprendas a vivir de Cielo y no más de tierra.
Este libro es de oro, hija mía; este libro formará tu fortuna espiritual, tu felicidad también terrena. En él hallarás la fuente de todos los bienes: si eres débil recibirás la fuerza; si eres tentada alcanzarás la victoria; si has caído en la culpa encontrarás la mano piadosa y potente que te levantará; si te sientes afligida hallarás el consuelo; si te sientes fría tendrás el medio seguro para calentarte; si tienes hambre, gustarás el alimento exquisito de la Divina Voluntad. Con él no te faltará nada, ya no estarás sola, porque tu Mamá te hará dulce compañía y con todos sus cuidados maternos se encargará de hacerte feliz. Yo, la Emperadora Celestial, me ocuparé de todas tus necesidades, con tal de que tú consientas vivir unida a mí.
¡Si tú supieras mis ansias, mis suspiros ardientes y también las lágrimas que derramo por mis hijos! ¡Si tú supieras cómo ardo de deseo de que tú escuches mis lecciones, todas de Cielo, y aprendas a vivir de Voluntad Divina!
En este libro tú verás maravillas: encontrarás una Madre que te ama tanto, que ha sacrificado a su amado Hijo por ti, para poder hacerte que vivas de esa misma vida de la que ella misma vivió estando en la tierra.
¡Ah, no me des ese dolor, no me rechaces; acepta este regalo del Cielo que te traigo; acoge mi visita, mis lecciones…! Has de saber que Yo recorreré todo el mundo, iré a cada individuo, a todas las familias, a las comunidades religiosas, a cada nación, a todos los pueblos, y si hace falta seguiré yendo durante siglos enteros, hasta que no haya formado como Reina a mi pueblo y como Madre a mis hijos, para que conozcan y hagan reinar por todas partes la Divina Voluntad.
Aquí tienes explicada la finalidad de este libro. Los que lo acojan con amor serán los primeros afortunados hijos que pertenecerán al Reino del Fiat Divino, y Yo con letras de oro escribiré sus nombres en mi materno corazón.
¿Ves, hija mía? Ese mismo amor infinito de Dios que en la Redención se quiso servir de Mí para hacer bajar el Verbo Eternoa la tierra, me llama otra vez a que actúe y me encomienda la fatigosa tarea, el sublime mandato, de formar en la tierra los hijos del Reino de su Divina Voluntad. Maternalmente presurosa me pongo por tanto a la obra y te preparo el camino que deberá llevarte a este Reino feliz.
Con este fin te daré sublimes lecciones de Cielo y después te enseñaré especiales y nuevas oraciones, mediante las cuales comprometerás el cielo, el sol, la creación, mi misma vida y la vida de mi Hijo, todos los actos de los santos, para que en nombre tuyo pidan el Reino adorable del Querer Divino. Esas oraciones son las más potentes, porque comprometen el mismo acto Divino. Por medio de ellas Dios se sentirá desarmado y vencido por la criatura. Con la fuerza de este medio tú apresurarás la venida de su Reino felicísimo y conmigo obtendrás que la Divina Voluntad se haga en la tierra como en el Cielo, conforme al deseo del Maestro Divino.
Animo, hija mía; hazme contenta y Yo te bendeciré.
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PRIMERA PARTE
ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA ORACIÓN
I- ENSEÑANZAS ESPECÍFICAS EN LOS ESCRITOS DE LUISA PICCARRETA
Para hablar de la oración según Luisa, en realidad haría falta citar sus escritos por entero. Por tanto debemos contentarnos con hacer un breve recorrido por sus volúmenes, bien sabiendo que habría tantas otras cosas preciosas que indicar. Dos de sus libros, en particular, tratándose de la oración, se deberían examinar: “LAS HORAS DE LA PASIÓN” y “LA VIRGEN MARÍA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD”. Pero aquí nos limitamos a citar algunos textos, en los que habla directamente de la oración, dejando las innumerables relaciones que existen entre ésta y las virtudes, y que constituyen el tejido de la vida cristiana.
1. Condición para orar: el silencio interior.
“Ese murmullo continuo en tu mente impide que oigas más clara mi voz, que sientas en ti mis gracias, que te enamores del todo de Mí, que soy Esposo súmamente celoso. Prométeme querer ser toda mía y Yo pondré manos a la obra, para hacer de ti todo lo que quiero. Tú tienes razón cuando me dices que no puedes hacer nada tú sola, pero no temas, lo haré Yo todo por ti; dame tu voluntad y eso Me basta”. (Vol. 1º).
2. Condición para orar: la paz, a pesar de la dificultad del recogimiento.
“Has hecho mal en estar tan turbada. ¿No sabes tú que Yo soy Espíritu de paz y que lo primero que te he recomendado ha sido no ofuscarla nunca en tu corazón? Y por lo que se refiere a la oración, cuando no te sientes recogida, no tienes que pensar a por qué no has sabido hacerla, sino a permanecer tranquilamente en ella. Haciendo como tú dices, más tú misma te formas la distracción. Humíllate bien, reconociendo ser la merecedora de esa pena, y quédate tranquila; y como un corderito en manos del que lo sacrifica, que se las lame mientras muere, así tú, mientras te veas herida, abatida y sola, debes resignarte a lo que dispongo, darme las gracias de corazón, reconociéndote más bien digna de esas penas, y ofrecerme todas tus amarguras, tedios y angustias como sacrificio de alabanza, en satisfacción y reparación de las ofensas que se me hacen. Haciendo así, tu oración subirá como incienso perfumadísimo hasta mi Trono, herirá mi Corazón y atraerás a ti nuevas gracias y nuevos carismas…”. (Vol. 1º).
3. Constancia en la oración.
“Te recomiendo, por tanto, antes que nada, la oración continua, aunque sufras penas mortales, no dejando las oraciones que sueles hacer; más aún, cuanto más cerca te veas del precipicio, tanto más me invocarás en la oración confiada, con la plena certeza de que Yo te ayudaré”. (Vol. 1º).
4. El espíritu de continua oración.
“Lo que te recomiendo es el espíritu de continua oración. Esa búsqueda continua del alma de conversar conmigo, ya sea con el corazón, ya sea con la mente, ya sea con la boca e incluso con la simple intención, la hace tan bella en mi presencia, que las notas de su corazón armonizan con las notas del mío. Y Yo me siento tan atraído a conversar con esa alma, que no sólo le manifiesto las obras “ad extra” (exteriores) de mi Humanidad, sino que le voy manifestando algo de las obras “ad intra” (interiores), que la Divinidad hacía en mi Humanidad. Y no sólo eso, sino que es tanta la hermosura que hace adquirir el espíritu de oración continua, que el demonio queda herido como por un rayo y se queda frustrado en las insidias que trama para dañar a esa alma”. (Vol. 4º, 28.7.1902).
5. Animo, fidelidad y atención al hacer o seguir lo que hace la Divina Voluntad.
Continuando mi habitual estado, Jesús se dejaba ver dentro de mí, primero Él solo, y luego las tres Divinas Personas, pero todo eso en profundo silencio, y yo continuaba mi habitual trabajo interno en su presencia; y parecía que el Hijo se unía conmigo y yo no hacía más que seguirlo. Pero todo sucedía en silencio y en aquel silencio lo único que hacía era identificarme con Dios; y todo mi interior, afectos, pálpitos, deseos, respiros, se convertían en profunda adoración a la Suprema Majestad. Y así, después de haber pasado unos momentos en ese estado, parecía que los Tres hablaban, pero con una sola voz, y me han dicho:
“Hija nuestra querida, ánimo, fidelidad y suma atención en seguir lo que la Divinidad realiza en ti, porque todo lo que haces no eres tú la que lo haces. Tú no haces más que entregar tu alma como morada a la Divinidad. A ti te pasa como a una pobre a quien, teniendo una choza, el Rey le pide que se la ceda como morada, y ella se la da, haciendo todo lo que quiere el Rey. Por tanto, viviendo el Rey en esa pequeña choza, en ella hay riqueza, nobleza, gloria y todos los bienes; ¿pero de quién son? Del Rey. Y si el Rey se quiere ir, ¿qué le queda a la pobre? Le queda siempre su pobreza”. (Vol. 6º, 6.6.1904).
6. La oración vocal, la meditación interior.
Jesús ha venido y me ha dicho: “¿Sabes decirme qué es lo que mantiene la correspondencia entre el alma y Dios?”
Y yo, siempre con una luz que me venía de Él, he dicho: “La oración”.
Y Jesús, aprobando mi respuesta, ha añadido: “Pero ¿qué es lo que atrae a Dios a conversar familiarmente con el alma?”
Y no sabiendo yo contestar, enseguida la luz se ha movido en mi mente y he dicho: “La oración vocal sirve para mantener la correspondencia; sin duda, la meditación interna ha de servir de alimento (para) mantener la conversación entre Dios y el alma ”.
Él, contento de mi respuesta, ha replicado: “Pues bien, ¿sabes tú decirme qué es lo que rompe las dulces cadenas, qué es lo que quita los amorosos enfados que pueden surgir entre Dios y el alma?”
Y no sabiendo yo contestar, Él mismo ha dicho: “Hija mía, sólo la obediencia tiene esta misión, porque sólo ella decide en las cosas que tienen que ver entre el alma y Dios. Y cuando surgen desacuerdos, o bien algún enojo que mortifica, al intervenir la obediencia destruye los desacuerdos, quita los enojos y pone paz entre Dios y el alma”. (Vol. 3º, 1.9. 1900).
7. Orar con Jesús.
Esta mañana, encontrándome fuera de mí misma, me he visto con el Niño Jesús en brazos (…) Jesús bendito me ha dicho: “Querida hija mía, oh, que defraudado me siento de la gloria que las criaturas me deben y que con tanto descaro me niegan, incluso las personas que se dicen devotas”.
Al oír esto, he dicho: “Bello de mi corazón, digamos tres “Gloria Patri” (Gloria al Padre), poniendo la intención de dar a tu Divinidad toda la gloria que la criatura le debe; así recibirás por lo menos una reparación”.
Y Él: “Si, sí, vamos a decirlos”. Y los hemos dicho juntos. Después hemos dicho un Ave María, poniendo también la intención de dar a la Reina y Madre toda la gloria que le deben las criaturas. ¡Oh, qué bello era rezar con Jesús! Me sentía tan bien, que he añadido: “Amado mío, ¡cuánto quisiera hacer la profesión de la fe en tus manos, diciendo contigo el Credo”.
Y Él: “El Credo lo dirás tú sola, porque a ti te toca decirlo, no a Mí, y lo dirás en nombre de todas las criaturas para darme más gloria y honor”. Entonces yo, poniendo mis manos en las suyas, he dicho el Credo”. (Vol. 6º, 26.4.1904).
8. Orar “uniformándonos” a Jesús.
“Hija mía, esta mañana quiero uniformarte toda a Mí: quiero que pienses con mi mente, que mires con mis ojos, que escuches con mis oídos, que hables con mi lengua, que obres con mis manos, que andes con mis pies y que me ames con mi mismo Corazón”.
Después Jesús unía sus sentidos nombrados a los míos y veía que me daba su misma forma; no sólo, sino que me daba la gracia de usarlos como Él mismo los usó. (Vol. 2º, 12.8.1899).
9. Para qué sirve orar “haciéndonos una sola cosa” con Jesús.
Mientras rezaba estaba uniendo mi mente a la de Jesús, mis ojos a los de Jesús, y así de todo lo demás, con la intención de hacer lo que Jesús hacía con su mente, con sus ojos, con su boca, con su Corazón, y así lo demás. Y como parecía que la mente de Jesús, sus ojos, etc. se difundían para el bien de todos, igualmente parecía que también yo me difundía para el bien de todos, uniéndome y haciéndome una sola cosa con Jesús. Pero me ha venido un pensamiento: “¿Qué meditación es ésta? ¿Qué oración? ¡Ah, no sirvo para nada! ¡No sé siquiera reflexionar en nada!”.
Pero mientras lo pensaba, mi siempre amable Jesús me ha dicho: “Hija mía, ¿cómo, te afliges por eso? En vez de afligirte deberías alegrarte, porque cuando meditabas otras veces y en tu mente surgían tantas bellas reflexiones, tú no hacías más que tomar parte de Mí, de mis cualidades y de mis virtudes. Ahora, habiéndote quedado sólo poder unirte y hacerte una sola cosa conmigo, me tomas por entero y, no siendo tú sola capaz de nada, conmigo eres capaz de todo, porque desear, querer el bien, produce en el alma una fortaleza que la hace crecer y la afianza en la Vida Divina. Y luego, al unirse a Mí y hacerse una sola cosa conmigo, se une a mi mente y produce así tantas vidas de pensamientos santos en la mente de las criaturas; al unirse a mis ojos, produce así en las criaturas tantas vidas de miradas santas; igualmente, si se une a mi boca, dará vida a las palabras; si se une a mi Corazón, a mis deseos, a mis manos, a mis pasos, así dará una vida a cada latido, vida a los deseos, a las acciones, a los pasos… Pero vidas santas, porque teniendo Yo la Potencia Creadora, junto conmigo el alma crea y hace lo que hago Yo.
Ahora bien, esta unión conmigo, parte por parte, la mente con la mente, el corazón con el corazón, etc. produce en ti, en más alto grado, la Vida de mi Voluntad y de mi Amor. Y en esta Voluntad se forma el Padre, en el Amor el Espíritu Santo, y de lo que haces, de las palabras, de las obras, de los pensamientos y de todo lo demás que puede salir de esta Voluntad y de este Amor, es formado el Hijo, y así se forma la Trinidad en las almas… Así que, si tenemos que obrar, es lo mismo que obremos en la Trinidad en el Cielo o en la Trinidad de las almas en la tierra. Por ese motivo te voy quitando todo lo demás, aunque sean cosas buenas, santas, para poder darte lo más bueno y lo más santo, como soy Yo mismo, y poder hacer de ti otro Mí mismo, en la medida que es posible a la criatura. Creo que no te quejarás más, ¿verdad?”. (Vol. 11º, 12.6.1913)
10. Orar con las mismas intenciones, reparaciones y amor de Jesús.
Estaba pensando en las Horas de la Pasión escritas y como están sin indulgencia, por lo tanto quien las hace no la gana, mientras que hay tantas oraciones enriquecidas con tantas indulgencias. Mientras pensaba eso, mi siempre amable Jesús me ha dicho con toda bondad: “Hija mía, con las oraciones con indulgencia se gana algo, mientras que las Horas de la Pasión, que son mis mismas oraciones, mis reparaciones y sólo amor, han salido precisamente del fondo de mi Corazón. ¿Es que has olvidado cuántas veces me he unido a ti para hacerlas juntos y he cambiado los castigos en gracias para toda la tierra? Por tanto, es tal y tan grande mi complacencia, que en vez de la indulgencia doy un puñado de amor, que es de precio incalculable de infinito valor. Y además, cuando las cosas se hacen sólo por amor, mi Amor puede desahogarse, y no es indiferente que la criatura le dé alivio y desahogo al Amor del Creador”. (Vol. 11º, 6.9.1913).
11. Orar como Jesús, con oración universal, en Su Voluntad.
Mientras estaba rezando, mi dulce Jesús se ha puesto a mi lado y oía que Él también rezaba, y me he puesto a oírlo. Y Jesús me ha dicho: “Hija mía, reza, pero reza como Yo, es decir, derrámate enteramente en mi Voluntad y en Ella encontrarás a Dios y a todas las criaturas; se las darás a Dios como si fueran una sola, porque el Querer Divino es el dueño de todas, y pondrás a los pies de la Divinidad todos los actos buenos, para darle honor, y los actos malos para repararlos con la Santidad, la Potencia y la Inmensidad de la Divina Voluntad, a la que nada se le escapa. Esa fue la vida de mi Humanidad en la tierra. Por más que fuera santa, tuvo necesidad de este Divino Querer, para darle al Padre completa satisfacción y redimir a las generaciones humanas, porque sólo en este Querer Divino Yo encontraba todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, con todos sus pensamientos, palabras, obras, etc. como en acto. Y en este Santo Querer, sin que se me escapase nada, Yo tomaba todos los pensamientos en mi Mente y por cada uno en particular me presentaba ante la Majestad Suprema y los reparaba, y en esa misma Voluntad bajaba a la mente de cada criatura, dándoles el bien que había obtenido a sus inteligencias. En mis miradas tomaba los ojos de todas las criaturas, en mi voz sus palabras, en mis movimientos los suyos, en mis manos sus obras, en mis pies sus pasos, en mi Corazón los afectos y deseos y, haciéndolos como míos, en este Querer Divino mi Humanidad daba satisfacción al Padre y ponía a salvo a las pobres criaturas, y el Divino Padre quedaba satisfecho.
No podía rechazarme, siendo el Santo Querer Él mismo; ¿habría podido rechazarse Él mismo? No, sin duda, a mayor razón que en esos actos hallaba Santidad perfecta, Belleza sin fin y encantadora, sumo Amor, actos inmensos y eternos, Potencia irresistible… Esa fue toda la vida de mi Humanidad en la tierra, desde el primer instante de mi Encarnación hasta el último respiro, para continuarla en el Cielo y en el Santísimo Sacramento.
Pues bien, ¿por qué no puedes hacerlo tú también? Para el que me ama, todo es posible unido a Mí. En mi Voluntad reza y presenta los pensamientos de todos, en tus pensamientos, ante la Divina Majestad; en tus ojos las miradas de todos; en tus palabras, en los movimientos, en los afectos, en los deseos, los de tus hermanos, para repararlos, para obtenerles luz, gracia, amor. En mi Querer te hallarás en Mí y en todos, vivirás mi Vida, rezarás conmigo; y el Padre Divino quedará contento y todo el Cielo dirá: “¿Quién nos llama desde la tierra? ¿Quién quiere abrazar en sí este Santo Querer, que nos contiene a todos juntos?” ¡Y cuánto bien puede obtenerla tierra, haciendo que el Cielo baje a ella!”. (Vol. 11º, 3.5.1916)
12. Jesús ha hecho todo lo que la criaturas deben hacer para con Dios.
… Y no sé cómo, me he encontrado dentro de Jesús. ¿Quién puede decir cuántas cosas comprendía estando dentro de esa Humanidad Santísima? Sólo sé decir que la Divinidad dirigía en todo a su Humanidad; y como la Divinidad puede hacer en un solo instante todos los actos que quiera hacer en todo el curso de la vida, actuando la Divinidad en la Humanidad de Jesucristo, claramente comprendía que Jesús bendito durante toda su vida rehacía por todos en general y por cada uno en particular todo lo que cada uno tiene la obligación de hacer para con Dios; de manera que adoraba a Dios por cada uno en particular, daba las gracias, reparaba, glorificaba por cada uno, alababa, sufría, pedía por cada uno… Por tanto comprendía que todo lo que cada uno debe hacer ya antes ha sido hecho por el Corazón de Jesús. (Vol. 4º, 2.8.1902).
13. La oración divina de quien vive en el Querer Divino.
“Hija mía, la oración es música a mis oidos, especialmente cuando un alma se ha uniformado a mi Voluntad, de tal modo que en todo su interior no se ve más que un continuo acto de vida de Voluntad Divina. Esa alma es como si fuera otro Dios que saliera y que me tocara esa música. ¡Oh, qué agradable! Hallando quien me corresponde a la par, puede darme honores Divinos. Sólo quien vive en mi Querer puede llegar a tanto, porque todas las demás almas, aunque hicieran y rezaran mucho, harían siempre cosas y oraciones humanas, no divinas; por tanto, no tienen esa fuerza y ese atractivo a mi oído”. (Vol. 6º, 6.1.1906)
14. La oración en la Divina Voluntad.
… Habiendo recibido la Comunión, le estaba diciendo a Jesús: “Te amo”, y Él me ha dicho: “Hija mía, ¿quieres amarme de verdad? Dí: Jesús, te amo con tu Voluntad; y puesto que mi Voluntad llena Cielo y tierra, tu amor me rodeará por todas partes y tu “Te amo” resonará arriba, en los Cielos, y hasta en lo profundo de los abismos. Y lo mismo, si quieres decir “Te adoro, te bendigo, te alabo, te doy las gracias”, lo dirás unida a mi Voluntad y llenarás Cielos y tierra de adoraciones, de bendiciones, de alabanzas, de agradecimiento en mi Voluntad. Son cosas sencillas, fáciles e inmensas”. (Vol. 11º, 2.10.1913).
15. Eficacia de la oración.
Hallándome en mi habitual estado, por poco tiempo he visto el bendito Jesús y le pedía por mí y por otras personas; pero con cierta dificultad, fuera de mi costumbre, como si no hubiera podido obtener tanto como si hubiera pedido sólo por mí. Y el buen Jesús me ha dicho: “Hija mía, la oración es un punto solo y, siendo un punto, puede abrazar al mismo tiempo los demás puntos; así que tanto puede conseguir si pide sólo para sí, como si pide por los demás: una misma es su eficacia”. (Vol. 7º, 30.5.1907).
16. Quien ora en la Divina Voluntad no necesita poner intenciones propias.
Otra vez estaba pensando cuál sería la manera mejor de ofrecer nuestras acciones, oraciones, etc., si como reparaciones, o como adoración, etc. Y mi Jesús, bondadoso, me ha dicho: “Hija mia, el que está en mi Voluntad y hace sus cosas porque Yo lo quiero, no hace falta que disponga de sus intenciones. Estando en mi Voluntad, cuando obra, reza, sufre, Yo mismo dispongo todo eso como más me gusta… ¿Me gusta la reparación? Y lo pongo como reparación. ¿Me gusta que sea amor? Y lo tomo como amor. Siendo Yo el dueño, hago lo que quiero. No es así para quien no está en mi Voluntad: ellos son los que disponen y Yo dependo de lo que quieren”. (Vol. 11º, 29.9.1912)
17. Efectos de la oración en el Divino Querer.
…Por tanto he pasado una mañana haciendo oración con Jesús, en Su Querer; mas, ¡oh sorpresa! al rezar, una sola era la palabra, pero el Querer Divino la difundía en todas las cosas creadas y en ellas dejaba su huella; la llevaba al Cielo y todos los Bienaventurados no sólo recibían su huella, sino que era para ellos motivo de nueva felicidad; descendía a lo profundo de la tierra y hasta en el Purgatorio, y todos recibían sus efectos. ¿Pero quién podrá decir cómo se reza con Jesús y todos los efectos que produce? Así pues, tras haber hecho oración juntos, me ha dicho: “Hija mía, ¿has visto lo que significa hacer oración en mi Querer? Como no hay nada en que mi Querer no exista, circula en todo y en todos, es vida, actor y espectador de todo; así mismo, los actos hechos en mi Querer se hacen vida, actores y espectadores de todo, incluso del mismo gozo, dicha y felicidad de los Santos; a todas partes llevan la luz, el aire balsámico y celestial que produce alegría y felicidad. Por eso nunca te separes de mi Querer; Cielo y tierra te esperan para recibir nuevo gozo y nuevo esplendor”. (Vol. 14º 21.4.1922)
18. Reparaciones completas, acción de gracias y amor en nombre de todos y en cada cosa, cuando se entra en el Divino Querer.
Continuando mi habitual estado, mi siempre amable Jesús ha venido y me ha transformado toda en Él, y luego me ha dicho: “Hija mía, derrámate en mi Querer para darme reparaciones completas. Mi Amor siente una necesidad irresistible; ante tantas ofensas de las criaturas quiere al menos una que, interponiéndose entre ellas y Yo, me dé reparaciones completas y amor por todos, y que obtenga de Mí gracias para todos. Y eso lo puedes hacer sólo en mi Querer, en el cual me hallarás a Mí y a todas las criaturas. ¡Oh, con qué deseos estoy esperando que entres en mi Querer, para poder hallar en ti las complacencias y las reparaciones de todos! Sólo en mi Querer encontrarás todas las cosas en acto, porque Yo soy motor, actor y espectador de todo”.
Entonces, mientras decía eso, me he derramado en Su Querer, ¿pero quién puede decir lo que veía? Me hallaba en contacto con cada pensamiento de las criaturas, cuya vida venía de Dios; en contacto con cada pensamiento, y yo, en Su Querer, me multiplicaba en cada uno y con la Santidad de Su Querer reparaba todo, decía “gracias” por todos y daba amor por todos; y así me multiplicaba en las miradas, en las palabras y en todo lo demás… ¿Pero quién puede decir cómo sucedía? Me faltan las palabras, y tal vez balbucearían las mismas lenguas de los ángeles; por eso hago punto. Así que he pasado toda la noche con Jesús en Su Querer. Después he visto a mi lado a la Reina y Mamá, y me ha dicho: “Hija mía, reza”.
Y yo: “Mamá mía, recemos juntas, porque yo sola no sé rezar”.
Y Ella ha añadido: “Las oraciones más potentes ante el Corazón de mi Hijo y que más Lo enternecen son vestirse la criatura con todo lo que Él mismo hizo y sufrió, habiendo dado todo a la criatura. Por tanto, hija mía, ciñe tu cabeza con las espinas de Jesús, pon sus lágrimas en tus ojos, impregna tu lengua con su amargura, viste tu alma con su Sangre, adórnate con sus llagas, traspasa tus manos y tus pies con sus clavos y como otro Cristo preséntate ante su Divina Majestad. Ese espectáculo Lo conmoverá tanto que no sabrá negar nada al alma vestida con sus mismos distintivos. Pero, ¡oh, qué poco saben servirse las criaturas de los dones que mi Hijo les ha dado! Esas eran mis plegarias en la tierra y lo siguen siendo en el Cielo”.
Así pues, juntas nos hemos vestido con los distintivos de Jesús y juntas nos hemos presentado ante el Trono Divino, cosa que conmovía a todos; los Ángeles nos abrían camino y quedaban como sorprendidos… Yo le he dado las gracias a la Mamá y me he hallado en mí misma. (Vol. 11º, 15.6.1916).
(Nota: Luisa podía vestirse con las insignias de Jesús, que son todas las llagas de su Pasión, porque ella las tenía y vivía la Pasión continuamente. Nosotros podemos hacerlo con la intención, la sencillez y la confianza, para expresarle nuestro amor.)
19. En la Divina Voluntad el alma hace a Jesús lo que todos deberían hacer.
“Hija mía, en quien pide, ama, repara, me besa, me adora en mi Voluntad, Yo siento como si todos me pidieran, me amaran, etc., porque abrazando mi Voluntad todo y a todos, en mi Querer el alma Me da el beso, el amor, la adoración de todos, y Yo, viendo a todos en ella, le doy tantos besos, tanto amor como el que debería darles a todos. En mi Voluntad el alma no está contenta si no me ve recibir completo el amor de todos, si no ve que todos me besan, me adoran, me rezan. En mi Voluntad no se pueden hacer cosas a medias, sino completas, y Yo no puedo darle al alma que obra en mi Querer cosas pequeñas, sino inmensas, que pueden ser suficientes para todos. Con el alma que obra en mi Querer, Yo hago como haría una persona que quisiera que un trabajo fuera hecho por diez personas. Pues bien, si de esas diez una sola se ofrece a hacer el trabajo y las demás lo rehusan, ¿no es justo que todo lo que quisiera darles a las diez se lo dé a una sola? De lo contrario, ¿cuál sería la diferencia entre quien obra en mi Querer y quien obra en su voluntad?” (Vol. 12º, 2.4.1921).
20. Oración con Jesús en la Divina Voluntad.
“Hija mía, oremos juntos. Hay ciertos tiempos tristes en que mi Justicia, no pudiendo contenerse por los males de las criaturas, quisiera inundar la tierra con nuevos flagelos y por eso es necesaria la oración en mi Voluntad, que, extendiéndose sobre todos, se pone como defensa de las criaturas y con su potencia impide que mi Justicia se acerque a las criaturas para golpearlas”.
¡Qué hermoso y conmovedor era oír rezar a Jesús! Y como Lo estaba acompañando en el doloroso misterio de la Flagelación, se dejaba ver chorreando sangre, y oía que decía… (Vol. 17º, 1.7.1924).
21. ¿Para qué sirve orar así en la Divina Voluntad?
Estaba fundiéndome en el Santo Querer Divino, para recorrer la inteligencia de cada criatura y darle a mi Jesús la correspondencia de amor de cada pensamiento de las criaturas. Pero mientras estaba haciendo eso, un pensamiento me ha dicho: ¿Para qué sirve rezar así? ¡Me parece que sean más bien desatinos, en vez de oraciones! Y mi siempre amable Jesús, moviéndose en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, ¿quieres saber para qué sirve y cuál es su efecto? La criatura que arroja en el mar inmenso de mi Divinidad la piedrecita de su voluntad, tirándola, si su voluntad quiere amar, las aguas del mar infinito de mi Amor se encrespan, se agitan, y Yo siento que las oleadas de mi Amor exhalan su celestial perfume, y siento el gusto, las alegrías de mi Amor agitado por la piedrecilla de la voluntad de la criatura. Si adora mi Santidad, la piedrecita de la voluntad humana agita el mar de mi Santidad y Yo me siento recreado por las auras purísimas de ella. En una palabra, con cualquier cosa que la voluntad humana quiera hacer en la Mía, se arroja como piedrecilla en el mar de cada uno de mis atributos y, agitándolos y encrespándolos, me hace sentir que me da mis mismas cosas y los honores, la gloria, el amor que la criatura puede darme de un modo Divino. Es como si a una persona, que fuese muy rica y tuviera toda clase de bienes en su casa, fuentes fresquísimas, fuentes perfumadas, fuentes cálidas, otra persona que entrara en esa casa sin tener nada que darle, porque la otra ya lo tiene todo, pero quisiera darle gusto, quisiera amarla, ¿qué hace? Toma una piedrecilla y la arroja en la fuente fresca; las aguas agitadas exhalan un delicadísimo frescor y el Dueño de la casa goza el placer de la frescura de su fuente, goza de los mismos bienes que posee, ¿pero por qué? Porque la otra se ha preocupado de agitar esa fuente, porque las cosas agitadas exhalan más intensamente el perfume, el frescor o el calor que contienen. Eso significa entrar en mi Voluntad: es agitar, sacudir mi Ser y decirme: ¿Ves cuánto eres bueno, amable, amoroso, santo, inmenso, potente? Eres el todo y yo quiero sacudirte todo para amarte y darte gusto… ¿Y te parece poco?”. (Vol. 15º, 1.7.1923)
22. La oración que busca sólo la Divina Voluntad.
“Hija mía, ¡cómo me hiere el Corazón la oración de quien sólo busca mi Querer! Siento el eco de mi oración, que hacía Yo estando en la tierra. Todas mis oraciones se reducían a una sola cosa: que la Voluntad de mi Padre, tanto respecto a Mí como respecto a todas las criaturas, se cumpliera perfectamente. Fue el honor más grande para Mí y para el Padre Celestial: el haber hecho en todo su Santísima Voluntad…“. (Vol. 17º, 22.2.1925)
23. Este modo de orar es un derecho de Dios y un deber de la criatura.
Mientras me estaba fundiendo en el Santo Querer Divino, para corresponder en amor por todo lo que Dios había hecho en la Creación por amor a las criaturas, el pensamiento me decía que no era necesario hacer eso, que no le gustaba a Jesús esa forma de orar, que son cosas que mi cabeza se ha inventado. Y mi siempre amable Jesús, moviéndose en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, debes saber que este modo de orar, dando a Dios la correspondencia de amor por todas las cosas que Él ha creado, es un derecho Divino y forma parte del primer deber de la criatura. La Creación fue hecha por amor al hombre. Es más, nuestro Amor fue tan grande que, si hubiera hecho falta, habríamos creado tantos cielos, tantos soles, tantas estrellas, tantos mares, tierras, plantas y todo lo demás por cuantas criaturas habían de venir a la luz de este mundo, para que cada una tuviera una Creación para ella, un Universo sólo suyo; como de hecho, cuando todo fue creado, sólo Adán era el espectador de toda la Creación, podía gozar de todo el bien que quisiera. Y si no lo hicimos, fue porque el hombre podía gozar igualmente de todo, como si fuera suyo, aunque otros lo disfruten.
En efecto, ¿quién no puede decir “el Sol es mío”y gozar de la luz del Sol todo lo que quiera? ¿O “el agua es mía” y beber y servirse de ella todo lo que necesite? ¿O bien “la tierra, el fuego, el aire son míos”, y tantas otras cosas creadas por Mí? Y si parece que el hombre carece de algo o vive con estrecheces, es a causa del pecado, que cerrando el paso a mis beneficios, impide a las cosas que Yo he creado ser generosas con la criatura ingrata.
Por tanto, puesto que en todas las cosas creadas Dios ha vinculado su Amor a la criatura, ésta tenía el deber de corresponder con gratitud, diciendo “gracias” a Quien tanto ha hecho por ella. Esa falta de correspondencia de amor a Dios por todo lo que ha hecho en la creación del hombre es el primer fraude que la criatura hace a Dios, es usurpar sus dones, sin reconocer siquiera de donde vienen y quién la ha amado tanto. Por eso es el primer deber de la criatura, y es tan indispensable e importante, que Aquella que tomó a pecho toda nuestra Gloria, nuestra defensa, nuestro interés, no hacía más que dar vueltas por todas las esferas, de la más pequeña a la más grande de las cosas creadas por Dios, para marcarlas con su correspondencia de amor, de gloria, de agradecimiento por todos y en nombre de todas las humanas generaciones. Ah, sí, fue precisamente mi Madre Celestial la que llenó cielos y tierra de la correspondencia por todo lo que Dios había hecho en la creación. Después de Ella fue mi Humanidad la que cumplió ese deber tan sacrosanto, al que tanto había faltado la criatura, e hizo propicio a mi Padre Celestial hacia el hombre culpable. Así que fueron mis oraciones y las de mi inseparable Mamá (las que lo obtuvieron). ¿No quieres tú repetir, por tanto, mis mismas oraciones? Es más, te he llamado en mi Querer para eso, para que te asocies a Nosotros y sigas y repitas nuestros actos”.
Y entonces yo, en la medida de lo posible, trataba de dar vueltas por todas las cosas creadas para darle a mi Dios la correspondencia del amor, de la gloria y del agradecimiento por todo lo que había hecho en la creación… (Vol. 18º, 9.8.1925).
(Nota: Ver “Giros del alma en la Divina Voluntad”)
24. Distintas formas de fundirse en la Divina Voluntad.
Muchas veces digo en mis escritos: “Estaba fundiéndome en el Santo Querer Divino”, y no me explico más… Ahora, obligada por la obediencia, digo lo que me sucede en esta fusión en el Divino Querer. Mientras me fundo en él, ante mi mente se presenta un vacío inmenso, todo de luz, en el que no se ve ni hasta dónde llega la altura, ni adónde llega la profundidad, ni los confines a derecha ni a izquierda, ni delante, ni atrás… En medio a esa inmensidad, en un punto altísimo, me parece ver a la Divinidad, o bien a las Tres Divinas Personas que me esperan; pero eso siempre mentalmente. Y no sé cómo, una niña pequeña sale de mí, que soy yo misma; tal vez es mi pequeña alma…; pero es conmovedor ver cómo esa niñita se pone de camino en ese vacío inmenso, completamente sola, caminando tímida, de puntillitas, dirigiendo los ojos siempre hacia donde ve a las Tres Divinas Personas, porque teme que si baja la mirada en ese vacío inmenso, no sabe a dónde puede ir a parar. Toda su fuerza depende de esa mirada fija en lo alto, porque siendo correspondida con la mirada de la Alteza Suprema, toma fuerza para el camino… Pues bien, mientras la pequeñita llega ante Ellos, se postra con la cara en el vacío para adorar la Divina Majestad; pero una mano de las Divinas Personas levanta a la niñita y le dicen: “La hija nuestra, la pequeña Hija de nuestra Voluntad: ven a nuestros brazos”…
Ella, oyendo eso, se llena de alegría y llena de alegría a las Tres Divinas Personas, que complaciéndose de ella esperan que cumpla la tarea que le han asignado. Y ella, con una gracia de niña, dice: “Vengo a adoraros, a bendeciros, a daros las gracias por todos; vengo a vincular a vuestro Trono todas las voluntades humanas de todas las generaciones, desde el primer hombre hasta el último, para que todos reconozcan vuestra Voluntad Suprema, La adoren, La amen y Le den vida en sus almas”.
Después añade: “Oh Majestad Suprema, en este vacío inmenso están todas las criaturas, y yo quiero tomarlas todas para ponerlas en tu santo Querer, para que todas vuelvan al principio del han salido, es decir, a tu Voluntad. Por eso he venido a tus brazos paternos, para traerte todos tus hijos y hermanos míos y vincular todos a tu Voluntad; y yo, en nombre de todos y por todos, quiero darte reparación y el homenaje y la gloria como si todos hubieran hecho tu Santísima Voluntad. ¡Pero, ah, te ruego, que se acabe la separación entre la Voluntad Divina y la humana! Es una niñita la que te lo pide y a los pequeños sé que Tú no le sabes negar nada”…
¿Pero quién podrá decir todo lo que hace y dice? Me prolongaría demasiado, además de que me faltan las palabras que digo ante la Alteza Suprema. Me parece que aquí, en el bajo mundo, no se usa ese lenguaje de aquel vacío inmenso.
Otras veces, mientras me fundo en el Divino Querer y ese vacío inmenso se presenta ante mi mente, voy dando vueltas por todas las cosas creadas e imprimo un “Te amo” para esa Majestad Suprema, como si yo quisiera llenar toda la atmósfera con tantos “Te amo”, para darle al Amor Supremo la correspondencia de tanto amor hacia las criaturas; es decir, recorro cada pensamiento de las criatura e imprimo en él mi “Te amo”; cada mirada y pongo en ella mi “Te amo”; cada boca y sello cada palabra con mi “Te amo”; cada pálpito, obra y paso y los cubro con mi “Te amo”, que dirijo a mi Dios…; desciendo a lo más hondo del mar,al fondo del océano, al nadar de los peces, en cada gota de agua, y quiero llenarlos con mi “Te amo”.
Luego, después que ha obrado por todas partes, como si hubiera sembrado su “Te amo”, la niñita vuelve ante la Divina Majestad y, como si quisiera hacerle una grata sorpresa, Le dice: “Creador y Padre mío, Jesús mío y Eterno Amor mío: mirad todas las cosas e oíd cómo de parte de todas las criaturas os dicen que os aman. En todas partes está el “Te amo” a Vosotros; Cielo y tierra están llenos: por lo tanto, ¿es que no vais ahora a conceder a la pequeñita que vuestra Voluntad descienda en medio de las criaturas, que se dé a conocer, que haga las paces con la voluntad humana y que, tomando su justo dominio, su puesto de honor, ninguna criatura vuelva a hacer su propia voluntad, sino siempre la Vuestra?”
Otras veces, mientras me fundo en el Divino Querer, quiero dolerme de todas las ofensas hechas a mi Dios y emprendo de nuevo mi recorrido en ese vacío inmenso, para hallar todo el dolor que mi Jesús tuvo por todos los pecados; lo hago mío y doy vueltas por todas partes, en los sitios más recónditos y secretos, en los lugares públicos, en todos los actos humanos malos, para dolerme por todas las ofensas…; y por cada pecado siento que quisiera gritar en cada movimiento de todo lo creado, recogiendo en mí todo el dolor por todas las culpas: “Perdón, perdón”. No hay ofensa a Dios, hasta la más ligera, por la que yo no me duela y pida perdón.
Y para hacer que todos sientan esa súplica mía de perdón por todos los pecados, lo imprimo en el retumbar del trueno, para que truene en todos los corazones el dolor de haber ofendido a mi Dios; “¡perdón!”, en el estallido del rayo; doloroso arrepentimiento en el silbar del viento, que grite a todos “¡arrepentimiento y súplica de perdón!”; en el retoque de las campanas, “¡dolor y perdón!”; es decir, en todo.
Y luego le llevo a mi Dios el dolor por todos e imploro perdón por todos, diciendo: “¡Gran Dios, haz que tu Voluntad descienda a la tierra, para que se acabe el pecado! Sólo la voluntad humana produce tantas ofensas, que parece que inunda de pecados la tierra; tu Voluntad será la que destruya todos los males. Por eso, Te ruego, acontenta a la pequeña Hija de tu Voluntad, que no quiere sino que tu Voluntad sea conocida y amada y reine en todos los corazones”.
Recuerdo que un día estaba fundiéndome en el Santo Querer Divino y miraba el cielo, porque llovía a cántaros, y me daba gusto ver cómo caía el agua a la tierra; y mi dulce Jesús, moviéndose en mi interior, con amor y ternura indecible me decía: “Hija mía, en esas gotas de agua que ves caer del Cielo está mi Voluntad. Ella corre rápidamente junto con el agua; se pone de camino para apagar la sed de las criaturas, para bajar hasta las entrañas humanas y las venas, para refrescarlas y hacerse vida de las criaturas, dándoles mi beso, mi Amor. Se pone en marcha para regarla tierra, para fecundarla y preparar el alimento a mis criaturas; se pone de camino por tantas otras necesidades de las mismas… Mi Voluntad quiere tener vida en todas las cosas creadas, para dar Vida celestial y natural a todas las criaturas. Pero ella, mientras va como de fiesta, llena de Amor hacia todos, no recibe la adecuada correspondencia y se queda como en ayunas de parte de las criaturas. Hija mía, tu voluntad fundida en la Mía corre también en esa agua que cae del cielo, corre junto conmigo dondequiera que voy; no la dejes sola y dale la correspondencia de tu amor y de tu gratitud por todos”. (Vol. 17º, 10.5.1925).
…Ahora añado que, mientras se presenta ante mi mente ese vacío inmenso, al fundirme en el Supremo Querer, la niñita prosigue su camino y elevándose a lo alto quiere corresponder a su Dios por todo el amor que tuvo hacia todas las criaturas en la Creación. Quiero honrarlo como Creador de todas las cosas y por eso recorro las estrellas, y en cada destello de luz imprimo mi “Te amo” y “Gloria a mi Creador”; en cada átomo de luz del sol que desciende a lo bajo, mi “Te amo” y “Gloria”; en toda la extensión de los cielos, en la distancia que hay de un paso a otro, mi “Te amo ”y “Gloria”…; en el gorjeo del pajarillo, en el aleteo de sus alas, “Amor” y “Gloria a mi Creador”; en la hierbecilla que brota de la tierra, en la flor que se abre, en el perfume que difunde, “Amor” y “Gloria”; en las cumbres de los montes y en la profundidad de los valles, “Amor” y “Gloria”. Doy vueltas por todos los corazones de las criaturas, como si quisiera encerrarme en ellos y gritar desde dentro de cada corazón mi “Te amo” y “Gloria a mi Creador”…
Y después, como si hubiera reunido todo junto, de modo que todo dé correspondencia de amor y testimonio de gloria por cuanto Dios ha hecho en la Creación, me presento ante su Trono y le digo: “Majestad Suprema y Creador de todas las cosas, esta niñita viene a tus brazos para decirte que toda la Creación, en nombre de todas las criaturas, no sólo te da la correspondencia de amor, sino también la justa gloria por tantas cosas que has creado por amor nuestro. En tu Voluntad, en este vacío inmenso, he dado vueltas por todas partes, para que todas las cosas Te glorifiquen, Te amen y Te bendigan; y ya que he establecido las relaciones de amor entre el Creador y la criatura, que la voluntad humana había roto, y la gloria que todos te deben, haz que tu Voluntad descienda a la tierra, para que vincule y reafirme todas las relaciones entre el Creador y la criatura, y así todas las cosas vuelvan al orden inicial, establecido por Ti. Por tanto, hazlo pronto, no te demores: ¿no ves cómo está llena de males la tierra? Sólo tu Voluntad puede detener esa corriente, puede salvarla, o sea, tu Voluntad conocida y dominante…”
Después de eso siento que mi tarea no está completa. Por eso desciendo a lo bajo de ese vacío, para corresponder a mi Jesús por la Obra de la Redención y, como si encontrase en acto todo lo que Él hizo, quiero darle mi correspondencia por todos los actos que hubieran debido hacerle todas las criaturas al esperarlo y recibirlo en la tierra; y luego, como si quisiera convertirme toda en amor a Jesús, vuelvo a mi estribillo y le digo: “Te amo en el acto de bajar del Cielo a encarnarte e imprimo mi “Te amo” en el acto en que fuiste concebido en el seno purísimo de la Virgen María, Te amo en la primera gota de sangre que se formó en tu Humanidad; Te amo en el primer latido de tu Corazón, para signar todos tus latidos con mi Te amo”; Te amo en tu primer respiro, Te amo en tus primeras penas, Te amo en tus primeras lágrimas que derramaste en el seno materno. Quiero corresponderte por tus oraciones, por tus reparaciones, por las veces que te ofreciste, con mi Te amo”… Quiero sellar cada instante de tu vida con mi Te amo”: Te amo en tu nacimiento; Te amo en el frío que sufriste; Te amo en cada gota de leche que mamaste de tu Madre Santísima. Quiero llenar con mis “Te amo” los pañales con que tu Mamá te fajó; extiendo mi “Te amo” sobre ese suelo en el que tu Madre querida Te puso en el pesebre, y tus tiernísimos miembros sintieron la dureza de la paja, pero más que de la paja, la dureza de los corazones… Pongo mi “Te amo” en cada vagido tuyo, en todas las lágrimas y las penas de tu infancia. Hago correr mi “Te amo” en todas las relaciones y comunicaciones de amor que tuviste con tu Madre Inmaculada; Te amo en sus besos amorosos, en todas las palabras que dijiste, en el alimento que tomaste, en los pasos que diste, en el agua que bebiste. Te amo en el trabajo que hiciste con tus manos; Te amo en todos los actos que hiciste en toda tu vida oculta; sello con mi Te amo” cada acto interno tuyo y las penas que sufriste … Extiendo mi “Te amo” en los caminos que recorriste, en el aire que respiraste, en todas las enseñanzas que hiciste en tu Vida pública; mi “Te amo” corre en la potencia de los milagros que hiciste, en los Sacramentos que instituíste… En todo, oh Jesús mio, hasta en las fibras más íntimas de tu Corazón, imprimo mi “Te amo” por mí y por todos.
Tu Querer me ha hecho presente todo y yo no quiero dejar nada en que no esté impreso mi “Te amo”… Tu pequeña Hija de tu Querer siente el deber, si no sabe hacer otra cosa, de que por lo menos Tú recibas un pequeño “Te amo” por todo lo que has hecho por mí y por todos…
Por lo tanto, mi “Te amo” Te sigue en todas las penas de tu Pasión, en todos los salivazos, desprecios e insultos que te hicieron; mi “Te amo” sella cada gota de tu Sangre que derramaste, cada golpe que recibiste, en cada llaga que se formó en tu Cuerpo, en cada espina que traspasó tu cabeza, en los dolores crueles de la crucifixión, en las palabras que pronunciaste en la Cruz… Hasta en tu último respiro quiero imprimir mi “Te amo”; quiero encerrar toda tu Vida, todos tus actos, en mi “Te amo”.
Por todas partes quiero que Tú toques, que veas, que sientas mi continuo “Te amo”. Mi “Te amo” nunca te dejará: tu mismo Querer es la vida de mi “Te amo”. ¿Pero sabes qué es lo que quiere esta niñita? Que ese Divino Querer del Padre tuyo, que tanto amaste e hiciste en toda tu vida en la tierra, se haga conocer por todas las criaturas, para que todas lo amen y cumplan tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo. La niñita quisiera vencerte en amor, para que des tu Voluntad a todas las criaturas… Ah, haz feliz a esta pobre pequeñita que no quiere sino lo que Tú quieres: que tu Voluntad sea conocida y reine en toda la tierra”.
Ahora creo que la obediencia de alguna forma estará contenta… Es verdad que he tenido que saltar muchas cosas, que si no, nunca acabaría.
El fundirme en el Supremo Querer es para mí como una fuente que mana; y cada pequeña cosa que siento, que veo, una ofensa que se le hace a mi Jesús, me es ocasión de nuevos modos y nuevas fusiones en su Santísima Voluntad.
Sigo ahora diciendo que mi dulce Jesús me ha dicho: “Hija mía, a lo que has dicho sobre el fundirte en mi Querer hay que añadir otro recorrido, el de fundirse en el orden de la Gracia, en todo lo que el Santificador, el Espíritu Santo, ha hecho y hará en los que santifica; a mayor motivo que, si la Creación se atribuye al Padre — aunque siempre estamos unidas las tres Divinas Personas en el obrar— y la Redención al Hijo, el “Fiat Voluntas Tua” se atribuirá al Espiritu Santo; y precisamente en el “Fiat Voluntas Tua” es donde el Divino Espíritu hará alarde de su obra. Tú lo haces cuando viniendo ante la Majestad Suprema dices: Vengo a corresponder con amor por todo lo que hace el Santificador a los que santifica; vengo a entrar en el orden de la Gracia, para poder daros la gloria y la correspondencia del amor, como si todos se hubieran hecho santos, y a ofrecer reparación por todas las oposiciones, las faltas de correspondencia a la Gracia… Y por cuanto de ti depende, buscas en nuestra Voluntad los actos de la Gracia del Espíritu Santificador, para hacer tuyo su dolor, sus gemidos secretos, sus Suspiros angustiosos en el fondo de los corazones, al verse tan mal recibido; y como el primer acto que hace es llevar nuestra Voluntad como acto completo de su santificación, al verse rechazado gime con gemidos inenarrables… Y tú, en tu infantil sencillez, le dices: ¡Espíritu Santificador, date prisa, Te suplico, Te insisto; haz conocer a todos tu Voluntad, para que conociéndola La amen y acojan tu primer acto de su santificación completa, como es tu santa Voluntad! Hija mía, las Tres Divinas Personas somos inseparables y distintas: así queremos manifestar a las generaciones humanas las Obras que hemos hecho por ellas, pues mientras estamos unidos entre Nosotros, cada uno de Nosotros quiere manifestar distintamente su propio Amor y la Obra que ha hecho por las criaturas”. (Vol. 17º, 17.5.1925).
1II- ORACIONES DE LUISA QUE SE ENCUENTRAN EN SUS ESCRITOS
Se conocía un cierto número de oraciones escritas por Luisa, según parece, como ayuda y guía para otras personas; es probable que lo hiciera también siguiendo indicaciones de los Confesores, los cuales, de hecho, publicaron algunas en los libros de Luisa que hicieron (“Las Horas de la Pasión” y “La Reina del Cielo”). Otras han sido halladas, escritas por Luisa o copiadas por otros en estampitas. Aquí recojemos otra clase de oraciones, que estan en las páginas de sus volúmenes y que son su modo espontáneo de orar. Nos sirven como lección y modelo de oración en la Divina Voluntad y de relación con Jesús.
“Dulcisimo Amor mío, Te ofrezco estos movimientos de mi cuerpo que Tú mismo me has dado y todo lo demás que puedo hacer con la única finalidad de agradarte y glorificarte. ¡Ah, sí! Quisiera también que los movimientos de los párpados de mis ojos, de mis labios y de todo lo que soy los hiciera con el único fin de agradarte a Ti solo. Oh buen Jesús, haz que todos mis huesos, mis nervios, resuenen entre ellos y con voces claras Te declaren mi amor”. (Vol. 3º, 6.11.1899).
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“¿Quieres alguna reparación? Hagámosla juntos; así mis reparaciones unidas a las tuyas producirán sus efectos, pues sólo las mías creo que Te disgustarían aún más”. Así he tomado su mano ensangrentada, y besándola he dicho el “Laudate Dominum” con el “Gloria Patri”, Jesús una parte y yo la otra, para reparar tantas obras malas que se cometen, poniendo la intención de alabarlo tantas veces por cuantas ofensas recibe con las malas acciones. ¡Qué conmovedor era ver orar a Jesús! Luego he seguido haciendo lo mismo con la otra mano, con la intención de alabarlo tantas veces por cuantas ofensas recibe por los pecados que son causa de otros. Después los pies, con la intención de alabarlo tantas veces cuanto son los malos pasos y los malos senderos recorridos, aun bajo aspecto de piedad y santidad. Por último el corazón, con la intención de alabarlo tantas veces cuantas el corazón humano no palpita por Dios, no lo ama, no lo desea. Mi amado Jesús parecía confortado del todo con esas reparaciones hechas con Él. (Vol. 4º, 5.1.1901).
“Ah, Señor, por todas las gotas de sangre y las lágrimas que derramaste, por todas las espinas que sufriste, por cuantas heridas soportaste, tanta gloria quiero darte, por toda la gloria que todas las criaturas hubieran debido darte, si no existiera el pecado de soberbia, y tantas gracias quiero pedirte en favor de todas las criaturas, para hacer que ese pecado se destruya”… “Señor, toda la gloria que las criaturas deberían darte con la boca y no Te dan, yo quiero dártela con la mía y pido para ellas que hagan un uso de la boca bueno y santo, uniéndome siempre a tu misma boca, Jesús”. (Vol. 4º, 9/10.9.1901).
Habiendo recibido la Santa Comunión, estaba pensando a cómo ofrecer una cosa más especial a Jesús, a cómo mostrarle mi amor y darle mayor gusto; y le he dicho: “Queridísimo Jesús mío, Te ofrezco mi corazón para tu satisfacción y tu eterna alabanza, y Te ofrezco todo mi ser, hasta las mínimas partículas de mi cuerpo, como otros tantos muros que pongo delante de Ti, para impedir toda ofensa que Te hagan, aceptando todas sobre mí, si fuera posible y como a Ti te guste, hasta el día del Juício; y ya que quiero que mi ofrecimiento sea completo y Te satisfaga por todos, quiero que todas las penas que tenga que soportar, recibiendo yo las ofensas que Te hagan, Te compensen por toda la gloria que habrían debido darte los Santos que están en el Cielo cuando estaban en la tierra, la que Te debían dar las almas del Purgatorio y la gloria que Te deben todos los hombres pasados, presentes y futuros; Te las ofrezco por todos en general y por cada uno en particular”. (Vol. 4º, 3.10.1901).
.. Entonces yo, para aplacarlo, he hecho varios actos de contrición, pero parecía que a Jesús no le gustaba ninguno. Yo toda me preocupaba por hacerlos variados, para ver si acaso alguno le gustase; al final Le he dicho: “Señor, me arrepiento de las ofensas que Te he hecho yo y todas las criaturas de la tierra, y me arrepiento y lo siento por el solo motivo de haberte ofendido a Ti, Sumo Bien, que mientras mereces amor, nos hemos atrevido a hacerte ofensas”. (Vol. 4º, 4.4.1902).
“En todo momento, a todas las horas quiero siempre amarte con todo el corazón. En todos los respiros de mi vida, respirando Te amaré; en todos los latidos de mi corazón, amor, amor gritaré; en todos los movimientos de mi cuerpo, sólo al Amor abrazaré. Sólo de amor quiero hablar, sólo el amor quiero mirar, sólo al amor quiero escuchar, siempre en el amor quiero pensar. Sólo de amor quiero arder, sólo de amor me quiero consumir, sólo el amor quiero gustar, sólo el amor quiero satisfacer.
De solo amor quiero vivir y en el amor quiero morir; en todos los instantes, a todas las horas, todos al amor quiero llamar. Sola y siempre con Jesús y en Jesús siempre viviré, en su Corazón me hundiré y unida a Jesús, con su Corazón, Amor, Amor, Te amaré”. (Vol. 10º, 28.11.1910).
…No sé cómo, me he encontrado en la inmensidad del Querer Divino, en brazos de Jesús, y Él hablaba como en voz baja, y yo lo iba repitiendo con Él… Diré algo de lo que decía, porque decirlo todo me resulta imposible. Recuerdo que en el Querer de Jesús veía todos sus pensamientos, todo el bien que nos había hecho con su inteligencia y cómo de su Mente recibían vida todas las inteligencias humanas. Pero ¡oh Dios mío, qué abuso hacían de ella, cuántas ofensas!
Y yo decía: “Jesús, multiplico mis pensamientos en tu Querer, para dar a cada pensamiento tuyo el beso de un Pensamiento Divino, una adoración, una acción de gracias a Ti, una reparación, un amor de Pensamiento Divino, como si otro Jesús lo hiciera; y eso en nombre de todos y por todos los pensamientos humanos, pasados, presentes y futuros, con intención de suplir incluso la inteligencia de las almas perdidas. Quiero que la gloria de parte de todos sea completa y que ninguno falte a la llamada, y lo que no hacen ellos lo hago yo en tu Querer, para darte gloria divina y completa”.
Después Jesús, mirándome, esperaba, como si quisiera un acto de reparación a sus ojos; y he dicho: “Jesús, me multiplico en tus miradas tantas veces cuantas Tú has mirado la criatura con amor; me multiplico en tus lágrimas, para llorar yo también por todas las culpas de las criaturas, para poder darte, en nombre de todos, miradas de amor Divino y lágrimas divinas, para darte gloria y reparación completa por todas las miradas de todas las criaturas”.
Luego Jesús ha querido que a todo, a su boca, a su Corazón, a sus deseos, etc. siguiera haciéndole la reparación, multiplicando todo en Su Querer, y si dijera todo me prolongaría demasiado; por eso sigo adelante… (Vol. 12º, 7.4.1919).
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Ahora recuerdo que una noche estaba haciendo la adoración a mi Jesús Crucificado y Le decía: “Amor mío, en tu Querer encuentro todas las generaciones, y yo, en nombre de toda la familia humana, Te adoro, Te beso, Te ofrezco reparación por todos. Tus llagas, tu sangre se la doy a todos, para que todos encuentren su salvación. Y si las almas perdidas ya no pueden aprovechar tu preciosísima Sangre ni amarte, la tomo yo en su lugar, para hacer lo que deberían hacer ellas. No quiero que tu Amor quede defraudado en nada por parte de las criaturas; por todos quiero suplir, repararte, amarte, desde el primero hasta el último hombre…”
Mientras decía eso y otras cosas, mi dulce Jesús me echó los brazos al cuello y abrazándome me dijo: “Hija mía, eco de mi Vida, mientras tú rezabas, mi Misericordia se endulzaba y mi Justicia perdía su aspereza, y no sólo en el tiempo presente, sino también en el tiempo futuro, porque tu oración quedará en acto en mi Voluntad y, gracias a ella, mi Misericordia endulzada correrá más abundante y mi Justicia será menos rigurosa. Y no sólo eso, sino que sentiré la nota del amor de las almas perdidas y mi Corazón sentirá por ti un amor de especial ternura, al hallar en ti el amor que me debían esas almas, y derramaré en ti las gracias que tenía preparadas para ellas”. (Vol. 12º, 6.12.1919).
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Estaba rezando y con el pensamiento me fundía en el Querer Eterno, y presentándome ante la Suprema Majestad decía: “Eterna Majestad, vengo a tus pies en nombre de toda la familia humana, desde el primero hasta el último hombre de las generaciones futuras, presentes y pasadas, para adorarte profundamente. A tus pies quiero sellar las adoraciones de todos, vengo a reconocerte en nombre de todos como Creador y dominador de todo; vengo a amarte por todos y por cada uno; vengo a darte la respuesta de amor por todos y por cada cosa creada, en la que has puesto tanto amor, que jamás la criatura hallará amor suficiente para corresponderte; pero yo en tu Querer encuentro este amor, y queriendo que mi amor, como los demás actos, sea completo, pleno y por todos, he venido por tanto en tu Querer, en el que todo es inmenso y eterno, y encuentro amor para poder amarte por todos. Así pues, Te amo por cada estrella que has creado, Te amo por cuantos rayos de luz y por cuanta intensidad de calor has puesto en el sol…”
¿Pero quién podrá decir todo lo que mi pobre mente decía? Me prolongaría demasiado; por eso hago punto. (Vol. 12º, 9.1.1920).
“Jesús mío, quiero amarte y quiero tener tanto amor que sustituya el amor de todas las generaciones que han habido y que habrán. ¿Pero quién puede darme tanto amor que Te pueda amar por todos? Amor mío, en tu Querer está la fuerza creadora; por tanto, en tu Querer yo misma quiero crear tanto amor que supla y supere el amor de todos y por todo lo que las criaturas tienen la obligación de dar a Dios como nuestro Creador…” (Vol. 12º, 2.2.1921).
Me estaba fundiendo toda en el Santo Querer de mi dulce Jesús y le decía: “Amor mío, entro en tu Querer y aquí encuentro todos los pensamientos de tu mente y todos los de las criaturas, y formo una corona con mis pensamientos y con los de todos mis hermanos en torno a los tuyos, y después los uno todos juntos, haciéndolos uno solo, para darte el homenaje, la adoración, la gloria, el amor, la reparación de tu misma inteligencia”. Y mientras decía eso, mi Jesús se ha movido en mi interior y levantándose ha dicho: “Hija inseparable de mi Voluntad, qué contento estoy oyendo repetir lo que hacía mi Humanidad en mi Voluntad; y Yo beso tus pensamientos en los míos, tus palabras en las mías, tu palpitar en el mío”. (Vol. 13º, 6.9.1921).
“Vida mía, entro en tu Querer para poder extenderme en todos y en todo, desde el primero hasta el último pensamiento, desde la primera hasta la última palabra, desde la primera hasta la última acción y paso que se ha dado y que se dará. Quiero sellar todo con tu Querer, para que de parte de todo recibas la gloria de tu Santidad, de tu Amor, de tu Omnipotencia, y todo lo que es humano quede cubierto, escondido, marcado por tu Querer, para que nada, nada quede de humano en que Tú no recibas gloria divina”. (Vol. 13º, 8.11.1921).
Después estaba rezando, abandonándome del todo en el Querer de Jesús y, casi sin pensarlo he dicho: “Amor mío, todo en tu Querer: mis pequeñas penas, mis oraciones, mi palpitar, mi respirar, todo lo que soy y puedo, unido a todo lo que eres Tú, para dar el crecimiento debido a los miembros del Cuerpo Místico”. (VoL. 13º, 11.1.1922).
… Después de eso, he comprendido que quería que entrase en el mar inmenso de Su Voluntad, para que lo consolara del mar de las culpas de las criaturas; y yo, estrechándome más fuerte a Él, he dicho: “Amado Bien mío, junto contigo quiero seguir todos los actos que hizo tu Humanidad en la Voluntad Divina. Adonde Tú llegaste, quiero llegar yo también, para hacer que en todos tus actos encuentres también los míos; de manera que, como tu Inteligencia recorrió en la Voluntad Suprema todas las inteligencias de las criaturas, para dar al Padre Celestial la gloria, el honor, la reparación por cada pensamiento de criatura, en modo Divino, y sellar con la luz y con la gracia de tu Voluntad cada pensamiento de ellas, así también quiero yo recorrer cada pensamiento, desde el primero hasta el último que tendrá vida en las mentes humanas, para repetir lo que está hecho por Ti; es más, quiero unirlos a los de la Mamá celestial, que nunca se quedó atrás, sino que siempre corrió contigo, y a los pensamientos que han tenido tus santos”.
Al decir ésto último, Jesús me ha mirado y lleno de ternura me ha dicho: “Hija mía, en mi Voluntad eterna hallarás todos mis actos, como también los de mi Mamá, que encerraban en sí todos los actos de las criaturas, de la primera a la última que ha de existir, como dentro de un manto; y ese manto estaba como formado por dos partes, una de las cuales se elevaba al Cielo para devolver al Padre mío, con una Voluntad Divina, todo lo que las criaturas debían, amor, gloria, reparación y satisfacción; la otra se quedaba como en defensa y ayuda de las criaturas. Nadie más ha entrado en mi Voluntad Divina para hacer todo lo que hizo mi Humanidad.
Mis Santos han hecho mi Voluntad, pero no han entrado dentro para hacer todo lo que hace mi Voluntad y tomar como en una sola mirada todos los actos, desde el primer hombre hasta el último, y hacerse actores, espectadores y divinizadores. Con hacer mi Voluntad no se llega a hacer todo lo que mi eterno Querer contiene, sino que desciende a la criatura limitado, en la medida que la criatura puede contenerlo. Sólo quien entra en Él se extiende, se difunde como luz solar en los eternos vuelos de mi Querer y, encontrando mis actos y los de mi Mamá, añade el suyo.
Mira en mi Voluntad: ¿acaso hay otros actos de criatura multiplicados en los míos, que llegan hasta el último acto que se ha de cumplir en esta tierra? Fíjate bien: no encontrarás ninguno. Eso quiere decir que nadie ha entrado. Sólo estaba reservado abrir las puertas de mi Eterno Querer a la pequeña hija mía, para unificar sus actos a los míos y a los de mi Mamá y hacer todos nuestros actos triples ante la Suprema Majestad, en favor de las criaturas. Ahora, habiendo abierto las puertas, pueden entrar otros, con tal que se dispongan a un bien tan grande”. (Vol. 15º, 24.1.1923).
… Después le estaba diciendo a mi Jesús: “Házme rezar en tu Querer, para que mi palabra, multiplicándose en Él, tenga por cada palabra de cada criatura una palabra de plegaria, de alabanza, de bendición, de amor, de reparación. Quisiera que mi voz, elevándose entre el Cielo y la tierra, absorbiera en sí todas las voces humanas, para devolvértelas a Ti como homenaje y gloria, de la forma como Tú quisieras que la criatura se sirviera de la palabra”.
Y mientras eso decía, mi amable Jesús ha puesto su boca junto a la mía y con su Aliento, soplando, absorbía mi aliento, mi voz, mi respiración en la Suya, y poniéndola en circulación en Su Querer, recorría cada palabra humana y cambiaba las palabras, las voces, según yo había dicho; y recorriéndolas se elevaban en alto para cumplir el oficio ante Dios en nombre de todos y por todas las voces humanas… (Vol. 15º, 2.4.1923).
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Me sentía totalmente sumergída en el Divino Querer y le decía a Jesús: “¡Ah, Te ruego que no me dejes salir nunca más de tu Santísima Voluntad; haz que piense, que hable, que obre, que ame siempre esté tu amable Querer!” (Vol. 15?, 9.4.1923).
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Estaba haciendo mi habitual adoración a mi Bien Crucificado, diciéndole: “Entro en tu Querer, mejor dicho, dame la mano e introdúceme Tú mismo en la inmensidad de tu Voluntad, para que no haga nada que no sea efecto de tu Santísimo Querer”. Pero mientras decía eso, pensaba yo: “¿Cómo, la Voluntad Divina está en todas partes, ya estoy en Ella… y estoy diciendo: entro en tu Querer?”
Y mientras lo pensaba, mi dulce Jesús, moviéndose en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, y sin embargo es grande la diferencia entre quien reza o actúa porque mi Voluntad lo rodea y por su propia naturaleza se encuentra en todo, y quien por su voluntad, conociendo lo que hace, entra en el ambiente Divino de mi Voluntad para obrar y orar…” (Vol. 15º, 21.6.1923).
Después he recibido la Santa Comunión, y yo, según mi costumbre, estaba llamando y poniendo todas las cosas creadas en torno a Jesús, para que todas le hicieran corona y le dieran la correspondencia de amor y de homenajes debidos como a su Creador. Todas han acudido a mi llamada y claramente veía todo el amor de mi Jesús hacia mí en todas las cosas creadas; y Jesús esperaba con tanta ternura de amor en mi corazón la correspondencia de mi amor. Y yo, sobrevolando sobre todo y abrazando todo, iba a los pies de Jesús y le decía: “Amor mío, Jesús mío, has creado todo por mí y me lo has dado, de manera que todo es mío, y yo te lo doy a Ti para amarte. Por eso te digo en cada rayo de luz del sol Te amo; en el tremolar de las estrellas Te amo; en cada gota de agua Te amo. Tu Querer me hace ver hasta en el fondo del océano tu “Te amo” por mí, y yo imprimo mi “Te amo” a Ti en cada pez que nada en el mar; quiero imprimir mi “Te amo” en el vuelo de cada pájaro; Te amo en todas las cosas, Amor mío. Quiero imprimir mi “Te amo” en alas del viento, en el moverse de las hojas, en cada llama de fuego, Te amo por mi y por todos…”
Toda la creación estaba diciendo conmigo “Te amo”. Pero cuando quise abrazar todas las generaciones humanas en el Querer Eterno, para hacer que todas se postrasen ante Jesús y todas hicieran su deber de decir en cada pensamiento, palabra, acto, “Te amo” a Jesús, se me escapaban y yo me perdía y no sabía qué hacer.
Se lo he dicho a Jesús; y Él me ha dicho: “Hija mía, y sin embargo eso es precisamente el vivir en mi Querer, traer toda la Creación ante Mí y en nombre de todos darme la correspondencia de sus deberes. Ninguno se te debe escapar, de lo contrario mi Voluntad encontraría vacíos en la Creación y no se quedaría satisfecha. ¿Pero sabes por qué no encuentras a todos y muchos se te escapan? Es por la fuerza del libre albedrío. Sin embargo quiero enseñarte el secreto, donde los puedes encontrar a todos: entra en mi Humanidad y hallarás todos los actos de ellos como custodiados, por lo cual Yo me comprometí a satisfacer por ellos ante mi Padre Celestial, y tú vete siguiendo todos mis actos, que eran los actos de todos; así encontrarás todo y me darás la correspondencia de amor por todos y por todo. Todo está en Mí; habiéndolos hecho Yo por todos, en Mí se encuentra depositado todo y le doy al Divino Padre el amor que se le debe por todo, y quien quiere se sirve de ello como medio y camino para subir al Cielo”.
Yo he entrado en Jesús y con facilidad he encontrado todo y a todos, y siguiendo lo que Jesús hizo decía: “En cada pensamiento de criatura Te amo; en el vuelo de cada mirada Te amo; en cada sonido de palabra Te amo; en cada pálpito, respiro, afecto, Te amo; en cada gota de sangre, en cada obra y paso, Te amo…” ¿Pero quién puede decir todo lo que yo hacía y decía? Muchas cosas no se saben decir; incluso, lo que se dice, se dice muy mal, respecto a cómo se dice cuando se está junto con Jesús… Finalmente, diciendo “Te amo”, me he hallado en mí misma. (Vol. 16º, 29.12.1923).
Yo emprendía el vuelo y Jesús seguía con su mirada mi vuelo; ¿pero quién puede decir lo que yo hacía? En Su Querer encontraba todo el amor que Su Voluntad había de dar a las criaturas y, no siendo recibido, quedaba suspendido esperando a que lo aceptaran; y yo lo hacía mío y, abarcando todas las inteligencias creadas, por cada pensamiento hacía un acto de amor, de adoración y de todo lo que cada inteligencia debía dar a Dios; y abrazando todo en mí, como si pusiera a todos en mi regazo, me dirigía al Cielo para llevarlos al regazo del Padre Celestial y le decía:
“Padre Santo, vengo ante tu trono para traerte en mi regazo a todos tus hijos, tus amadas imágenes que Tú has creado, y volver a ponerlos en tu Seno Divino, para que esa Voluntad cuya unión rompieron entre Tú y ellos, Tú la vincules y la ates a ellos de nuevo. Es la pequeña Hija de tu Querer quien te lo pide; soy pequeña, es verdad, pero me comprometo a satisfacerte por todos. No me iré de tu trono si no me vinculas la voluntad humana con la Divina, de modo que llevándola a la tierra, el Reino de tu Querer baje a la tierra. A los pequeños nada se les niega, porque lo que piden no es más que el eco de tu mismo Querer y de lo que Tú quieres”.
A continuación iba donde Jesús, que me esperaba en mi cuartito, y Él me recibía en sus brazos, me colmaba de besos y caricias y me decía: “Pequeña mía, para hacer que el Querer del Cielo descienda a la tierra, es necesario que todos los actos humanos sean sellados y esmaltados de Voluntad Divina, de tal modo que el Supremo Querer, viendo que todos los actos de voluntad de las criaturas están recubiertos con la Suya, atraído por el potente imán de su mismo Querer, descienda a la tierra a reinar. A ti por tanto se te ha dado esta tarea, como Hija Primogénita de nuestro Querer” (Vol. 16º, 6.12.1923).
III- ALGUNAS ORACIONES DE JESÚS EN LOS ESCRITOS DE LUISA
.. Después de eso, Jesús me ha hecho oír que pedía a su Padre por mí, diciendo: “Padre Santo, Te pido por esta alma; haz que en todo cumpla perfectamente nuestra Santísima Voluntad. Oh Padre adorable, haz que sus acciones sean tan conformes a las mías, que no se puedan distinguir unas de otras y así poder realizar en ella lo que he establecido”. (Vol. 2º, 18.8.1899).
…Luego, retirándose Jesús a mi interior, he oído que oraba diciendo: “Siempre Santa e indivisible Trinidad, Os adoro profundamente, Os amo intensamente, Os doy las gracias perpetuamente por todos y en el corazón de todos”. (Vol. 4º, 14.1.1902).
Continuando mi habitual estado, sentía que en mi interior Jesús bendito oraba diciendo: “Padre Santo, glorifica tu nombre, confunde a los soberbios y escóndete a ellos y manifiéstate a los humildes, porque sólo el humilde Te reconoce como su Creador y se reconoce como tu criatura”. (Vol. 4º, 9.3.1903).
Continuando mi habitual estado, oía a mi adorable Jesús, que oraba en mi interior diciendo: “Padre Santo, Te pido que nuestra Voluntad sea una sola con la voluntad de esta nuestra pequeña Hija de nuestro Querer. Ella es fruto legítimo de nuestro Querer; por eso, haz que por el honor y el decoro de nuestra Voluntad Eterna nada salga de ella que no sea fruto de nuestro Querer y que no conozca nada más que sólo nuestra Voluntad; y para obtener eso Te ofrezco todos los actos de mi Humanidad, hechos en nuestra adorable Voluntad”. (Vol. 15º, 5.6.1923).
…¡Qué hermoso y conmovedor era oír rezar a Jesús! Y como Lo estaba acompañando en el doloroso misterio de la Flagelación, se mostraba diluviando sangre y oía que decía: “Padre mío, Te ofrezco esta Sangre mía; haz que cubra la mente de todas las criaturas y haga vanos todos sus malos pensamientos, apague el fuego de sus pasiones y haga resucitar inteligencias santas. Que esta Sangre cubra sus ojos y sea un velo a su vista, para que no entren ellas por los ojos el gusto de los placeres malos y no se manchen con el fango de la tierra. Que esta Sangre mía les cubra y les llene la boca, haciendo que sus labios estén muertos a las blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus malas palabras. Padre mío, que esta Sangre mía cubra sus manos e infunda al hombre terror de tantas acciones malvadas. Que esta Sangre circule en nuestra Voluntad Eterna para cubrir todos, para defender a todos y para ser arma de defensa en favor de las criaturas ante los derechos de nuestra Justicia…”. (Vol. 17º, 1.7.1924).
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SEGUNDA PARTE
ORACIONES
I. EN RESPUESTA A LA DIVINA VOLUNTAD
1. Consagración a la Divina Voluntad
(En esta oración y en la siguiente ha sido empleado el masculino, en vez del femenino (“este hijo tuyo” en vez de decir “tu hija”).
In Voluntate Dei! Deo gratias!
Oh Voluntad Divina y adorable, heme aquí ante la inmensidad de tu luz, para que tu eterna bondad me abra las puertas y me haga entrar en ella para formar toda mi vida en ti, Voluntad Divina. Por eso, postrado ante tu luz, yo, el más pequeño entre todas las criaturas, vengo, oh adorable Voluntad, en el pequeño grupo de los hijos de tu Fiat Supremo.
Postrado en mi nada, suplico e imploro que tu luz quiera inundarme y eclipsar todo lo que no te pertenece, de modo que no haga más que mirar, comprender y vivir en ti, Voluntad Divina. Ella será mi vida, el centro de mi inteligencia, la raptora de mi corazón y de todo mi ser. En este corazón no quiero que vuelva a tener vida el querer humano; lo expulsaré de él y formaré el nuevo paraíso de paz, de felicidad y de amor. Con ella seré siempre feliz; tendré una fuerza única y una santidad que todo santifica y todo lleva a Dios.
Aquí postrado invoco la ayuda de la Trinidad Sacrosanta, que me admita a vivir en el recinto de la Divina Voluntad, para que regrese en mí el orden primordial de la creación, el orden en que fue creada la criatura.
Madre Celestial, Reina Soberana del Fiat Divino, tómame de la mano y sumérgeme en la luz del Querer Divino. Tú serás mi guía, mi tierna Madre, y me enseñarás a vivir y a mantenerme en el orden y en el recinto de la Divina Voluntad. Soberana Celestial, a tu Corazón entrego todo mi ser. Tú me darás lecciones de Voluntad Divina y yo estaré atento a escucharte. Extenderás tu manto sobre mí, para que la serpiente infernal no se atreva a penetrar en este sacro edén para seducirme y hacerme caer en el laberinto del querer humano.
Corazón de mi sumo Bien, Jesús, Tú me darás tus llamas para que me quemen, me consuman y me alimenten, para formar en mí la vida del Supremo Querer.
San José, tú serás mi protector, el custodio de mi corazón, y tendrás las llaves de mi querer en tus manos. Custodiarás mi corazón celosamente y no me lo darás nunca más, para que yo esté seguro de no hacer ninguna salida de la Voluntad de Dios.
Ángel mío de la guarda, guárdame, defiéndeme, ayúdame en todo, para que mi paraíso crezca florecido y sea el reclamo de todo el mundo a la Voluntad de Dios. Corte Celestial, ven en mi ayuda y yo viviré siempre en la Divina Voluntad.
2. Consagración de la Voluntad Humana a la Reina del Cielo.
(De “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”).
Mamá dulcísima, heme aquí postrado a los pies de tu trono. Soy tu pequeño hijo, quiero darte todo mi amor filial y, como hijo tuyo, quiero reunir todos los sacrificios, las invocaciones, las promesas que tantas veces he hecho de no hacer nunca más mi voluntad, y formando con todo una corona, quiero ponerla en tu regazo como testimonio de amor y de gratitud a mi Mamá.
Pero no basta; quiero que la tomes en tus manos como señal de que aceptas mi entrega, y al contacto con tus dedos maternos la conviertas en tantos Soles, al menos por cuantas veces he intentado hacer la Voluntad Divina en mis pequeños actos.
Ah, sí, Madre Reina, este hijo tuyo quiere ofrecerte homenajes de luz y de soles refulgentísimos. Sé que Tú ya tienes tantos de esos soles, pero no son los soles de este hijo tuyo; mientras que yo quiero darte los míos para decirte que te amo y hacer que me ames. Madre Santa, Tú me sonríes y con toda bondad aceptas mi entrega, y yo te doy las gracias de corazón… Pero quiero decirte tantas cosas; quiero depositar en tu Corazón Materno mis penas, mis temores, mis debilidades y todo mi ser como en el lugar de mi refugio; quiero consagrarte mi voluntad. ¡Oh, Madre mía, acéptala, haz de ella un triunfo de la Gracia y un campo en el que la Divina Voluntad extienda su Reino! Esta voluntad mía, a Ti consagrada, nos hará inseparables y nos tendrá en continua relación; las puertas del Cielo no se cerrarán para mí, porque habiéndote consagrado mi voluntad, en cambio me darás la Tuya. De modo que, o la Madre vendrá a estar con este hijo suyo en la tierra, o el hijo irá con su Mamá al Cielo. ¡Oh, qué felíz seré! Oye, Mamá queridísima, para hacer más solemne la consagración de mi voluntad a Ti, invoco a la Trinidad Sacrosanta, a todos los Ángeles, a todos los Santos, y delante de todos declaro con juramento que hago solemne consagración de mi voluntad a mi Mamá Celestial. Y ahora, Reina Soberana, para darle cumplimiento te pido tu santa benedición para mí y para todos. Que tu bendición sea el celestial rocío que descienda sobre los pecadores y los convierta, sobre los afligidos y los consuele, descienda sobre el mundo entero y lo transforme en el bien; descienda sobre las almas del Purgatorio y apague el fuego que les quema. Que tu bendición materna sea prenda de salvación para todas las almas.
3. Oración a la Reina Celestial.
(De “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”).
Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, vengo a tus rodillas maternas, abandonándome, como hijo tuyo querido, en tus brazos, para pedirte con los suspiros más ardientes la gracia más grande: que me admitas a vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Madre Santa, Tú que eres la Reina de este Reino, admíteme como hijo tuyo a vivir en él, para que no esté más desierto, sino poblado por tus hijos. Por eso, Reina Soberana, a Ti me entrego, para que guíes mis pasos en el Reino del Querer Divino, y estrechado a tu mano materna guíes todo mi ser, para que yo haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Madre, y como a Madre mía te hago entrega de mi voluntad, para que Tú me la cambies con la Divina Voluntad y así pueda estar seguro de no salir de su Reino. Por eso te ruego que me ilumines, para hacerme comprender qué significa “Voluntad de Dios”.
4. Oración a la Madre y Reina.
Mamá Reina, ¡ah, hazme vivir y morir en el FIAT de la Divina Voluntad! Irrevocablemente renuncio a mí mismo, me consagro de nuevo a Ti, me entrego a Ti. Sumérgeme en tus mares de amor, de dolor y de virtudes que para nosotros has merecido. Renuévame, concíbeme y aliméntame. Haz de mí tu Jesús. Siempre infinitamente unido a Ti en el hilo del FIAT Divino, envuelvo e inundo todo lo creado y uniformo todos los actos de todas las criaturas que son, que han sido y que serán. Sumérgelos antes en tus mares y en los méritos y en la Sangre de Jesús, transformándolos así en actos de amor, de generación de la Divina Voluntad, por cuantas vidas divinas la Santísima Trinidad desea y merece. Y en el hilo de la Divina Voluntad, que me une a Ti con tu Jesús, uno también todos esos actos en un único indisoluble hilo Divino. Teje con tus manos maternas la túnica a Jesús, metiendo y sellando en ella a todas las almas, no excluída ninguna. ¡Cierra Tú misma las puertas del inferno! ¡Que la Justicia sea satisfecha! ¡Que la Misericordia triunfe! ¡Que venga, que venga tu triunfo, con el Reino de la Divina Voluntad y del Divino Amor! ¡Que el Espíritu Santo purifique, inflame y santifique todos los corazones! Jesús, María, dad valor a todas mis cosas y hacedlas vuestras. ¡Mamá Reina, méteme con el mundo entero en el FIAT de la Voluntad Divina!
5. Acto de reparación completo en el Divino Querer.
Dulce Jesús mío, entro en tu Querer y me postro a los pies de la Majestad Suprema, y en nombre de toda la humana familia pasada, presente y futura vengo, en la inmensidad de este Querer Divino en el que todas las generaciones están en acto como si fueran un punto solo, en nombre de todos vengo a adorarte, a presentar todos los homenajes que, como a nuestro Creador, todos debemos. Vengo a reconocerte, en nombre de todos, como el Creador de todas las cosas, y por todos y por cada cosa creada vengo a amarte, a alabarte a bendecirte, a darte las gracias. En la santidad de tu Querer vengo a sustituir por todos y por cada cosa creada y hasta por las mismas almas perdidas; por todos quiero reparar y por cada ofensa; quiero suplir por todos, amarte por todos y, multiplicándome en tu Santo Querer en cada criatura, quiero absorberlas todas en mí, para darte en nombre de todas, como si fueran una sola, no sólo amor, sino Amor Divino, gloria, reparación, acción de gracias de un modo Divino.
En tu Querer, Amor mío, quiero volar en cada pensamiento de criatura, en cada mirada, en cada palabra, obra y paso; y luego vengo a depositarlos a los pies de tu Trono, como si todos hubieran sido hechos por Ti; y si alguien me los niega, yo sustituiré por ellos. En el moverse de mis labios te doy el beso de todas las criaturas, y con mis brazos te doy el abrazo de todos: no hay acto que yo no quiera sustituir. Tú, parece que no estás contento si se me escapa algo de lo que la criatura está obligada a hacer; pero Tú, oh Jesús mío, dulce Vida mía, sella con tu bendición mi reparación y haz que en cada acto que yo haga se repita, se multiplique y esté en continuo acto de volar de la tierra al Cielo, para llevar a tu Trono, en nombre de todos, amor, gloria y reparación divina.
6. Acto de correspondencia perfecta de amor en el Divino Querer.
Oh eterna e inaccesible Voluntad Suprema de mi eterno Amor, postrado ante Ti, me pierdo en tu Querer, cuya inmensidad me envuelve, me hunde, me aniquila; pero mientras me hunde, me eleva hasta tu Trono Santísimo; mientras me aniquila, me da de nuevo la vida, pero vida nueva, vida inmutable y santa, la vida del mismo Querer de mi Jesús, en cuyo centro encuentro, como en un solo punto, pasado, presente y futuro. Ah, encuentro el Supremo Querer Creador, que en todas las cosas que crea me manda amor, océanos, inmensidad de amor. Pero espera la respuesta de amor de cada criatura; y yo, en nombre de toda la humana familia, desde la primera a la última criatura, tomo de este inescrutable Querer el amor de cada una de ellas y entro en cada acto creador, en el fulgor de cada estrella, en cada rayo de luz del sol, en cada soplo del viento, en cada gota de agua, en cada ser vegetal y animal, y luego entro en cada latido de todos los corazones, en cada pensamiento, palabra, obra, paso, mirada y, llenando todo de amor, vengo ante la Majestad Suprema para darle la correspondencia de amor de cada cosa creada, diciendo:
Oh Voluntad amable y potentísima, Voluntad ininvestigable, de la que todo sale y a la que nada escapa, vengo a traer a tus pies santísimos el amor de todos, vengo a sintonizar juntos el Amor Eterno con el amor creado. Ah, sí, por todos te correspondo con amor; mi voz pone en armonía todo y en todos y, con voz eterna que nunca tendrá fin, multiplicándose a cada instante e infinitamente te dirá: Te amo, Te amo, Te amo. Será el sello del amor creado, en que no habrá cosa ni acto que no sellaré con mi amor, el cual, uniéndose al sello de tu Amor Creante, formará uno solo…
Pero veo que mi eterno Amor Jesús me mira y me sonríe y quiere que en su mismo Querer entre en el segundo FIAT del Encarnación, y espera la correspondencia de los actos de la Redención. Y yo, por el mismo camino del Querer Eterno, entro en el primer instante de tu Concepción, en cada latido, pensamiento y respiro tuyo, en cada movimiento, plegaria y pena tuya que sufriste en el seno materno, en cada gemido, lágrima y padecimiento tuyo de tu infancia, en cada palabra, obra y paso de tu vida mortal.
En tu Voluntad Santísima entro en el mar inmenso de tu Pasión, en cada gota de tu Sangre, en cada llaga, insulto y desprecio, en cada espina, golpe y bofetada. Me uno a Ti en las penas que sufriste en la Cruz, en la sed ardiente, en la amargura de la hiel, en tus reparaciones y satisfacciones, hasta tu último respiro; y con todas las generaciones, en nombre de todos, en tu interminable Voluntad en la que todos están, de un modo Divino vengo a darte la correspondencia por todo lo que has hecho; a darte la respuesta de amor por amor, reparación por reparación. Me hundo en el abismo de tu Querer y adoro cada gota de tu Sangre, beso cada llaga, bendigo, alabo, te doy las gracias por cada acto tuyo… En tu Querer me has dado todo, y yo en tu Querer te correspondo por todo y por todos. Amor mío, unamos juntos en tu Querer el FIAT Creador, el FIAT Redentor y mi FIAT. Hagámoslos uno solo; que uno desaparezca en el otro, para que Tú recibas amor completo, gloria perpetua, adoraciones divinas, bendiciones y alabanzas eternas por la Creación, por la Redención y por el FIAT VOLUNTAS TUA, en la tierra como en el Cielo.
Reina Celeste, Madre Divina, Tú que tuviste el primado en el Divino Querer, extiende tu manto azul en la inmensidad del Querer eterno, envuelve todas las criaturas, sella con la marca del Divino Querer sus frentes, para que todas vivan de la Vida de la Divina Voluntad sobre la tierra, para poder pasar en tu regazo materno a vivir de la Divina Voluntad en el Cielo.
7. Consagración diaria a la Santísima Virgen.
Oh María, Madre de Jesús y Madre mía,
yo te entrego y te consagro mi vida
como hizo tu Hijo Jesús.
Me abandono a tu derecho de Madre
y a tu poder de Reina,
a la Sabiduría y al Amor
del que Dios te ha colmado,
renunciando totalmente al pecado
y a aquel que lo inspira,
y Te entrego mi ser, mi persona y mi vida,
especialmente mi voluntad,
para que Tú la tengas
en tu Corazón materno
y la ofrezcas continuamente al Señor
junto con el sacrificio que Tú hiciste
de Ti misma, de tu voluntad.
En cambio, enséñame a hacer
como Tú la Voluntad Divina
y a vivir en Ella.
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O Santa, piadosa, amable Voluntad Divina, Te adoro y a Ti unirme, en Ti vivir suspiro.
Tú eres la fuente inefable del Divino Amor y sólo Tú has de ser la ley de mi corazón.
Como se unen serenos dos arroyos en un río, dos gotas en una sola, dos llamas en una luz,
así, Jesús, concédeme de mí constante olvido, que en todo se identifique en tu Querer el mío.
Haz que sólo esté pendiente de un gesto tuyo, Señor, que anhele lo que deseas, que busque sólo tu Amor.
(De “Mi último canto a la Divina Voluntad”, de Don Benedetto Calvi, último Confesor de Luisa, 6.6.1965, traducción libre)
II. POR LA MAÑANA
8. Oración bíblica, como primer pensamiento al despertar.
“Heme aquí, oh Padre, que vengo para hacer tu Voluntad” (Hebreos, 10,7). Sí, Padre, Te pido la gracia de hacer todo lo que quieres Tú; sólo para eso existo y nada más quiero: lo que quieres Tú para mí y para todas tus criaturas, sólo porque lo quieres Tú. Pero yo no soy capaz y Te necesito a Ti; ven a hacerlo Tú conmigo… “Héme aquí, soy hijo de la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra, cúmplase en mí tu Voluntad” (cfr. Lc. 1,38). Sí, Padre, que tu Voluntad sea en mí, tu criatura, lo que es en Ti, que es tu Vida, que eso sea para mí. Que tu Voluntad pueda realizar y hacer en mí todo lo que Ella es, como ha hecho en mi Madre bendita. “Padre, ¡no se haga mi voluntad, sino la tuya!”(Lc. 22,42). Sí, Padre, que nunca más mi voluntad tenga vida, sino sólo la Tuya viva y reine en mí. Que tu Voluntad sea la vida de mi espíritu, alma y cuerpo; que sea la vida de todo mi ser, de mi persona, de mi misma vida; que sea vida de lo que soy, de todo lo que tengo, de todo lo que hago. Que tu Voluntad sea vida de mis facultades, de mis sentidos, de mis miembros… Que forme en mi mente los pensamientos de Jesús, expresión de tu Pensamiento eterno; ponga en mi boca sus palabras, fruto de vuestro eterno FIAT; forme en mis acciones sus obras, el acto eterno de vuestro Querer. En mi corazón tu palpitar eterno, tu infinito Amor; en mi respiro el Soplo del Espíritu Santo; en mis venas la Sangre de Jesús, que en mí circule la Divina Voluntad y forme en mí tu Vida…
9. Invocación al Espíritu Santo.
(Se añaden dos invocaciones entre las más conocidas en la Iglesia, ya que el Espíritu Santo es el alma de la oración.)
Veni Creator Spiritus.
VEN, ESPÍRITU CREADOR, a visitar nuestra mente, tu gracia divina llene los corazones que has creado.
Oh dulce Consolador, Don del altísimo Padre, Agua viva, Fuego, Amor y santa unción de las almas.
Tú, el Dedo de la mano de Dios, prometido por el Padre, derrama tus siete dones, suscítanos la Palabra.
Sé Tú luz de nuestra mente, en el corazón la llama y sana nuestras heridas con la fuerza de tu amor.
Defiéndenos del maligno, danos el don de la paz; que tu guía invencible nos libre de todo mal.
Luz de eterna Sabiduría, revélanos el misterio de Dios Padre y del Hijo, unidos en un solo Amor. Amen.
Secuencia al Espíritu Santo.
Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el Cielo, Padre amoroso del pobre, Don, en tus dones espléndido; Luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce Huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz, y enriquécenos; mira el vacío del hombre, si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
10. Invocación a la Santísima Virgen.
(Después de invocar al Espíritu Santo, el pensamiento y el corazón se dirigen a nuestra Madre, pues sólo por medio de ella podemos tener a Jesús, ahora es el momento de saludarla con el Angelus. El Señor le habla a Luisa y junto con nosotros saluda a su madre diciendo con nosotros las Avemarías).
“Sólo y único Tesoro mío, no me has hecho ver la fiesta de nuestra Reina Madre, ni oír los primeros cánticos que le cantaron los Ángeles y los Santos cuando entró en el Paraíso”. Y Jesús: “El primer cántico que le hicieron a mi Mamá fue el Ave María, pues en el Ave María se encuentran las alabanzas más bellas, los honores más grandes, y se le renueva el gozo que sintió al ser hecha Madre de Dios; por tanto, digámosla juntos para festejarla, y cuando tú vengas al Paraíso te la haré encontrar, como si la hubieras dicho con los Ángeles por primera vez en el Cielo”.
Así he dicho con Jesús la primera parte del Ave María. ¡Oh, qué tierno y conmovedor era saludar a nuestra Madre Santísima junto con su amado Hijo! Cada palabra que Él decía era una luz inmensa que hacía comprender muchas cosas sobre la Santísima Virgen; ¿pero quién podrá decir todo, mucho más que soy tan incapaz? Por eso las paso en silencio. (Vol. 2º, 15.08.1899).
“Amada mía, las palabras más deseables y que más consuelan a mi Madre, son el «Dominus Tecum», porque apenas las pronunció el Arcángel, sintió que se le comunicaba todo el Ser Divino y se sintió llena del Divino Poder, de forma que el suyo desvaneció ante el Poder Divino, y mi Madre quedó con el Poder Divino en sus manos”. (Vol. 4º, 10.01.1903).
11. Oración de la mañana a la Santísima Virgen.
Dulce Mamá, estoy despierto y corro a tus brazos maternos. Bien sé, oh Mamá, que en tu regazo tienes al gracioso Niñito Jesús: Precisamente por Él quiero ir a Ti; nos tendrás a los dos juntos. ¿No eres Tú también mi Mamá? Dáme la mano y aquí me tienes en tus brazos. Madre Santa, permíteme que le dé un beso a Jesús y luego a Ti. Oye, hoy no bajaré de estar en tus rodillas. Tú me harás de Madre: dirige todos mis pensamientos a Jesús; con tu mirada fija en Él guía la mía para que mire a Jesús; une mi lengua a la tuya, para que resuene nuestra voz junta para rezar, para hablar siempre de amor. Jesús estará contento al oír en mi voz la voz de su Mamá… Madre mía, perdóname si soy demasiado atrevido: haz palpitar mi corazón en el Tuyo y dirige mis afectos, mis deseos a Jesús. Que mi voluntad, concatenada con la Tuya, forme una dulce cadena de amor y de reparación a su Corazón Divino, para consolarlo por todas las penas y ofensas. Mamá mía, asísteme y guíame en todo, dirige mis manos a Jesús y no permitas que nunca yo haga acciones indignas con las que pueda ofenderlo… Oye, oh Mamá, mientras estaré en tu regazo, tu tarea sea la de hacerme en todo semejante a Jesús… Veo que Jesús sufre y yo no: ¡cuánto quisiera sufrir con Él! Ah, Madre Santa, di Tú una palabra, dile a Jesús que me haga sufrir con Él, que llore con Él y haga todo en común con Él. Todo espero de Ti: con tus manos me darás el alimento, el trabajo, me mandarás lo que tengo que hacer, y sobre tus rodillas hazme estar al lado de Jesús. Querida Mamá, bendíceme y tu benedición me asegure que en todo me harás de Madre. Amén.
A Jesús
12. Invocación a la Divina Voluntad en todas nuestras acciones.
“Por eso, hija mía, que tu primer acto sea encontrarte con mi Querer; que tu primer pensamiento, tu palpitar, sea encontrarte con el palpitar eterno de mi Querer, para que tú recibas todo mi Amor. Trata de hacer en todo continuos encuentros, para que quedes transformada en mi Querer y Yo en el tuyo, para poder prepararte a que tengas tu último encuentro con mi Voluntad en tu última hora; así no tendrás ningún encuentro doloroso después de tu muerte”. (Vol. 16º, 23.07.1923).
Al despertar:
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a circular en mi sangre.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a mirar en mis ojos.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a escuchar en mis oídos.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a hablar en mi voz.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a respirar en mi respiro.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a palpitar en mi corazón.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a moverte en mi movimiento.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a orar en mí y luego ofrece esta oración a Ti mismo como mía, para darte satisfacción por las oraciones de todos y darle al Padre la gloria que deberían darle todas las criaturas.
+ + +
Jesús, mírame, para que también yo, viéndote, pueda mirarte en tu Voluntad y Tú puedas recibir el gusto de ser mirado con una mirada divina. Oh Jesús, haz que tu mirada me inunde de tanta luz que transforme todo en Ti; y mientras mis ojos se abren, haz, oh Jesús, que en ellos brille la luz de tu Querer. Así, sumergiéndome en la inmensa Luz de tu Voluntad Divina, contigo seré luz para todos, para hacer que Te conozcan, luz para impedir la culpa, luz para hacerte amar y hacer que todos conozcan tu Santo Querer.
Mi primer pensamiento surge y corre a Ti, oh Jesús, y besando tus pensamientos, se funde en tu inteligencia y toma vida en tu Voluntad. Contigo quiero difundirme en la mente de todos, para reunir los pensamientos de todas las criaturas y darte el homenaje, la adoración, la sumisión de todos.
Quiero, oh Jesús mío, en mi primera palabra, tomar todas las armonías del Cielo y acercarlas a tu oído, para hacerlas resonar en Ti; y Tú, oh Jesús mío, une mi palabra a la tuya y tómala de mí como palabra tuya, para hacerte que oigas por medio mío el eco de una palabra divina y así satisfagas tu oído por todas las molestias de las voces no rectas de las criaturas. Y mientras mis labios se abren, oh Jesús mío, mi voz corra en tu Voluntad para hacerla mía, resuene en todos los corazones y los sacuda. Con tu Voluntad quiero encender en todos el Fuego, el Amor tuyo, y reuniendo las voluntades de todas las criaturas como si fueran una sola, quiero ofrecerlas y darte, en nombre de todos, amor Divino, gloria divina, reparación divina.
Oh Jesús mío, mi débil naturaleza se pone en marcha, pero es tanta mi incapacidad que no puedo hacer nada; por eso tomo vida y actividad en tu Voluntad; y como tu Querer es vida y movimiento de todas las criaturas, así yo quiero ponerme en actividad en tu Voluntad, para ser el pensamiento de todos y así todos te comprendan. Tomo la luz de sus ojos, para que miren sólo el Cielo, la voz de sus bocas para hacerles aborrecer la culpa y hacerte siempre alabar, las acciones de sus manos para que las hagan por Ti, el paso de sus pies para encadenarlo a Ti, de modo que no caiga ninguno en el infierno, el palpitar de sus corazones para hacer que Te amen a Ti sólo. Oh Jesús mío, tu Querer llene a todos y en tu Querer anhelo que las criaturas reciban de Ti todos los bienes posibles, como si todos hubieran hecho sus actos en tu Voluntad.
+ + +
Jesús, mi pensamiento piensa en tu Querer y en alas de mi pensamiento te mando los pensamientos de todas las criaturas.
En alas de mi mirada, hecha en tu Querer, te envío las miradas de todas las criaturas.
En alas de mi voz y de mi lengua, movida en tu Querer, te mando todas las voces de las criaturas.
En alas de mi oración, hecha en tu Voluntad, oh Jesús, quiero mandarte la oración de todos.
En alas de mi trabajo y de mis actos hechos en tu Querer, quiero mandarte los actos de las criaturas y todos sus trabajos.
En alas de mis pasos dados en tu Querer, quiero hacer volar a Ti todos los pasos de las criaturas.
Al lavarse y al vestirse:
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, en mi lavarme y lava mi alma de toda mancha.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, en mi vestirme y vísteme con tu luz.
+ + +
Oh Jesús mío, me visto en tu Voluntad y con esta Voluntad quiero cubrir todas las criaturas, para vestirlas a todas con tu Gracia, y luego tomo tu Querer y todas las bellezas que hay en él, y haciéndolas mías quiero vestir con ellas tu Santísima Humanidad, para defenderte de todas las frialdades y ofensas que Te hacen las criaturas. Jesús mío, tu Amor unido al mío quiere darte el amor de todos y la satisfacción por todos.
Al caminar:
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a caminar en mis pasos, para ir en busca de todas las criaturas y llamarlas a Ti.
+ + +
Camina en mí, oh Jesús, y hazme dar los pasos en tu Voluntad, para ir en busca de todas las criaturas y llamarlas a Ti.
Al trabajar:
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a obrar en mis manos.
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, en mi escribir y escribe tu Ley en mi alma.
Trabajo en tu Voluntad, y Tú, oh Jesús, haz que tus dedos se muevan en los míos, para que trabajando Tú en mí, te des la reparación por aquellos que no divinizan las obras materiales unidos contigo; y cada movimiento mío sea dulce cadena que forme el nudo para atar a Ti a todas las almas.
Al comer:
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, en mi comer y aliméntame con tu alimento.
Tomo este alimento en tu Voluntad, y Tú, oh Jesús, ven a tomarlo en mí, como si fuera mía tu Voluntad, y así darte prueba de mi amor.
Bebo, oh Jesús mío, en tu Voluntad, y bebe Tú también en mí, o sumo Bien mío, para apagar la gran sed que tienes de todas las almas; que Tú puedas hallar en mí abundante bebida, para que luego puedas derramar sobre todos el agua de tu Gracia salvadora.
Al sufrir:
-¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a sufrir en mi sufrir, y mi alma, unida a tu Voluntad, sea el crucifijo viviente inmolado por la gloria del Padre.
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Sufro en tu Voluntad y mi padecer bese el Tuyo; así quiero, oh Jesús mío, darte la satisfacción de tus mismas penas. Mi humanidad sea la cruz y mi alma unida a tu Voluntad sea el crucifijo viviente, que esté continuamente ante Ti, para darte la satisfacción que Tú mismo diste al Eterno Padre.
13. Los “Buenos días” a Jesús.
(Esta es una oración personal de Luisa, del Volumen 11º, que también nosotros podemos decir, teniendo en cuenta que ciertas expresiones son exclusivamente suyas, siendo ella, más que ninguna otra alma, “la esposa”, como Jesús mismo le dice el 24 de enero 1923)
¡Oh Jesús mío, dulce Prisionero de amor, aquí me tienes de nuevo! Te dejé diciéndote adiós; ahora vuelvo con decirte buenos días. Me quemaba el ansia de volver a verte en esta prisión de amor para darte mi anhelante saludo, mis latidos afectuosos, mis respiros fervientes, mis deseos ardientes y toda mí misma, para fundirme toda en Ti y dejarme en Ti, en perpetuo recuerdo y en prenda de mi amor constante a Ti. Oh, mi siempre Amor Sacramentado, ¿sabes? Mientras he venido para darte toda mí misma, también he venido para recibir de Ti todo Ti mismo. Yo no puedo estar sin una vida para vivir y por eso quiero la Tuya… A quien todo da, todo se le da; ¿no es cierto, Jesús? Así que hoy amaré con tu palpitar de amante apasionado, respiraré con tu respiración afanosa en busca de almas, desearé con tus deseos inconmensurables tu Gloria y el bien de las almas… En tu palpitar Divino están todos los latidos de las criaturas; las aferraremos todas y las salvaremos; no se nos escapará ninguna, a costa de cualquier sacrificio, aunque me costara toda la pena. Si Tú me rechazas, me arrojaré más adentro, gritaré más fuerte, para obtener contigo la salvación de tus hijos y hermanos míos. Oh Jesús mío, Vida mía y Todo mío, ¡cuántas cosas me dice tu voluntaria cautividad!
Mas el emblema con que te veo todo sellado es el emblema de las almas; y las cadenas que tan fuertemente te estrechan, son el amor. Le palabras “almas” y “amor” parece que te hacen sonreír, te debilitan y te obligan a ceder en todo, y yo, comprendiendo bien estos excesos amorosos, estaré siempre a tu lado y contigo con mis acostumbrados estribillos: almas y amor. Por eso hoy quiero tenerte a todo Ti mismo; siempre conmigo en la oración, en el trabajo, en los gustos y disgustos, en el comer, en el caminar, en el dormir, en todo; y estoy segura de que, no pudiendo obtener nada yo sola, contigo obtendré todo, y todo lo que haremos servirá para mitigarte cada dolor y endulzarte cada amargura, para repararte por cada ofensa y compensarte por todo e impetrar cualquier conversión, por más que fuera difícil y desesperada. Iremos pidiendo la limosna de un poco de amor a todos los corazones, para hacerte más contento y más feliz; ¿te parece bien, Jesús?
¡Oh amado Prisionero de Amor, átame con tus cadenas, séllame con tu Amor! ¡Ah, muéstrame tu Rostro bello! ¡Oh Jesús, qué hermoso eres! Tus rubios cabellos anudan y santifican todos mis pensamientos; tu frente serena, aun en medio a tantas ofensas, me da la paz y la perfecta calma, aun en medio de las más grandes tempestades, de tus mismas privaciones, de tus “caprichos” que me cuestan la vida… Ah, Tú lo sabes, pero paso por encima. Eso Te lo dice el corazón, que Te lo sabe decir mejor que yo… Oh Amor, tus hermosos ojos celestes, que brillan de luz divina, me arrebatan al Cielo y me hacen olvidar la tierra, pero, ¡ay, con mi sumo dolor mi destierro continúa todavía! ¡Pronto, pronto, Jesús! Sí, eres bello, oh Jesús… Me parece verte en ese sagrario de amor… La belleza y majestad de tu Rostro me enamora y me hace vivir en el Cielo; tu boca graciosa me da ardientes besos en cada instante; tu voz suave me llama e invita a amarte a cada momento; tus rodillas me sostienen, tus brazos me estrechan con lazos indisolubles y yo mil y mil besos ardientes daré a tu Rostro adorable.
Jesús, Jesús, que nuestro Querer sea uno, uno sea el amor, único nuestro contento. No me dejes nunca sola, que soy nada y la nada no puede estar sin el Todo… ¿Me lo prometes, Jesús? Parece que me dices que sí. Y ahora, bendíceme, bendice a todos, y en compañía de los Ángeles y de los Santos, de la dulce Mamá y de todas las criaturas, te digo: Buenos días, Jesús, buenos días…
14. Oración con Jesús a la Santísima Trinidad.
(Esta oración está en el Vol. 4, 14.01.1902, con una adaptación).
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde el abismo de mi nada os adoro profundamente, os doy las gracias eternamente, os amo infinitamente por todos y en el corazón de todos.
15. Al Ángel de la guarda.
(También ésta es una oración personal de Luisa, que manifiesta su condición de Víctima y la tensión de su deseo de poseer a Jesús para siempre).
Ángel mío, ya estamos al comienzo del día; el sol con su luz vivifica la tierra, y tú, Ángel santo, tráeme a mi sol Jesús, para que mi alma sea vivificada toda en Él. De Jesús espero recibir el pensamiento, el palpitar, el amor, todo el movimiento de mi vida, porque sin Él todo está muerto para mí. Por eso, Ángel mío, apresúralo a que venga enseguida; dile que espero la luz de su presencia para tomar su Vida, de lo contrario estaré sin hacer nada. Cúbreme bajos las alas de tu protección y echa a volar mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, mis miradas, mis pasos, mis movimientos, mi voz, en una palabra, todo listo en tus alas para volar a Jesús. Si Él no viene, llévame tú a buscarlo. Pronto, Mensajero celestial, el día es claro, no hay tiempo que perder y, tú lo sabes, que sin Jesús no puedo estar. Y cuando esté con Jesús, ténme tú bajo tus alas; haz que mi compañía Le sea dulce, recordando momento por momento lo que ha sufrido, para sufrirlo yo en su lugar. Ayudada así por ti, hoy no haré más que volar de la tierra al Cielo, para llevar en mí la vida de Jesús e impedir que la Justicia descargue sus justos rayos sobre las pobres criaturas. Del Cielo luego volaré a la tierra, para llevar a todos decretos de gracias, de perdón, de amor. Y tú, Ángel mío, sella con tu bendición la Voluntad de Jesús y toda su Vida en mí. Santos todos, habitantes del Cielo, que vuestras miradas me protejan; insistid a mi dulce Jesús que pronto me haga volver con vosotros al Cielo. Que mi destierro, mis gemidos os muevan a compasión, y todos los actos que haga en este día sean otros tantos escalones que me hagan llegar al Cielo y pongan fin a la lejanía de mi Sumo Bien. También de todos vosotros imploro vuestra santa bendición.
III. A JESÚS EN LA EUCARISTÍA
16. Al empezar la oración.
Jesús, Te amo. Ven, Divina Voluntad, a orar en mí y luego ofrece esta oración a Ti como mía, para satisfacer por las oraciones de todos y dar al Padre la gloria que deberían darle todas las criaturas.
17. Entrega de las propias penas y miserias a la Divina Voluntad.
Jesús mío, esta pobre criatura no puede estar sin ir continuamente a Ti, y mientras voy, parece que siento en mí miserias, frialdades, tinieblas y debilidades, pero te las llevo a Ti para presentártelas; y Tú, oh Jesús mío, en las penas que me causan estas miserias mira lo que yo puedo darte. Te presento las tinieblas del alma, para que me des en cambio la luz; las frialdades, para que las conviertas en amor; las debilidades, para que en su lugar pongas la fuerza. ¿No eres Tú acaso celoso, porque quiere todo para Ti? Pero sabes, Jesús, que no me basta hacer el cambio, sino que quiero derramar todas mis penas en tu Santísima Voluntad, para que se eleven al Cielo y te glorifiquen divinamente, y luego se derramen sobre todas las criaturas, y así todas mis pequeñas penas lleven luz, fortaleza y amor, oh Jesús, y formando dulce cadena de amor entre tu Corazón y el mío y el de todas las criaturas, éstas puedan quedar atadas y sujetas con la dulce cadena del amor. Jesús mío, ábreme el corazón y métete en él, de forma que sienta más tu Vida que la mía. Para Ti mi palpitar fundido en el tuyo, que siempre diga Te amo, Te amo. Jesús mío, para Ti mi corazón; ven, ábrelo y mete en él tu Corazón, para que reine, domine y mande en el mío.
18. Abandono en la Voluntad de Dios para poder reparar por todos.
Me abandono, oh Jesús, a tu Voluntad; todo lo que estás haciendo Tú quiero hacerlo yo, y como todo lo que Tú hiciste en la tierra fue un continuo acto de reparación, así con mi querer unido al Tuyo quiero reparar todas las ofensas que en este momento te están haciendo las criaturas, de manera que mi voz, haciendo eco en la tuya y en todas las ofensas de las criaturas, corra de un modo Divino en todas y, tocando el corazón de las criaturas con la potencia de tu Querer, quiero llevarlas todas a tus brazos.
19. Fusión del alma en la Voluntad de Dios.
Jesús, hagamos todo juntos, fundámonos mutuamente en la voluntad, en los deseos y en el amor, para poder fundirme en los deseos, en la voluntad, en el amor de todas las criaturas, para que todas queden renovadas en tu Querer; y luego fundo todas mis pequeñas partículas en las tuyas, para poder fundirme en todas las partículas de las criaturas y darte por todas ese amor, esa gloria y esa satisfacción que todos te niegan; y para confirmarlo te pido, Jesús, tu bendición para mí y para todos.
20. Adoración a Jesús Crucificado.
Amor mío, en tu Querer encuentro todas las generaciones, y yo, en nombre de toda la humana familia, te adoro, te beso, te reparo por todos. Tus llagas, tu Sangre, se los doy a todos, para que encuentren su salvación; y si las almas perdidas ya no pueden aprovechar tu Sangre divina ni amarte, la tomo yo para hacer lo que ellas habrían debido hacer. Tu Amor no quiero que quede defraudado en nada por parte de las criaturas; por todos quiero suplir, repararte, amarte, desde el primer hombre hasta el último.
21. Unión con la Voluntad de Dios en Jesús Sacramentado.
Jesús mío, Tú por amor mío Te empequeñeces en la Hostia, casi desapareciendo en todo, y yo en este acto, oh Jesús, quiero desaparecer en tu Voluntad, para contenerte por entero en mí, haciendo de mi ser otra hostia, en competición con tu Amor Sacramentado. Y Tú, oh Jesús, destruye todo mi pobre ser en lo que tiene de pecado, para que con tu Querer Te consagres en mí por entero, y yo pueda decirte: “aquí tienes, oh Jesús, mi Hostia”, como Tú lo dices a mí. En este acto, oh Jesús, me escondo en tu Voluntad, para que encuentres en mí tu Vida Sacramental, y yo pida, haga y tome parte en todo lo que haces Tú, y los velos sacramentales sean la sombra que nos esconde juntos y nos haga inseparables.
22. Peregrinación espiritual a Jesús Sacramentado.
Jesús dice a Luisa: “Por último, en cuanto a las visitas que me harás y a los actos de reparación, he de decirte que Yo, en el Sacramento de mi Amor que he instituido por ti, sigo haciendo y sufriendo todo lo que hice y sufrí en el curso de treinta y tres años de vida mortal. Deseo nacer en el corazón de todos los mortales y por eso obedezco desde el Cielo a quien me llama a inmolarme sobre el altar; me humillo esperando, llamando, instruyendo, iluminando, y el que quiere puede alimentarse de Mí Sacramentado; a uno le doy consuelo, a otro fortaleza, y pido por tanto al Padre que lo perdone; estoy para enriquecer a unos, para unir conmigo a otros, velo por todos; defiendo a quien quiere que Yo lo defienda; divinizo a quien quiere que Yo lo divinice; acompaño a quien quiere ser acompañado; lloro por los incautos y por los delincuentes; me hago adorante perpetuamente para reintegrar la armonía universal y cumplir el supremo decreto Divino, que es la glorificación absoluta del Padre, en el perfecto homenaje que Él pide, pero que no recibe de todas las criaturas, por lo cual me he sacramentado… Por eso quiero que tú, en respuesta a este infinito Amor mío hacia el género humano, me hagas cada día treinta y tres visitas, en honor de los años de mi Humanidad transcurridos por vosotros y entre todos vosotros, hijos míos, regenerados en mi preciosísima Sangre, y que, juntos, tú te unas conmigo en este Sacramento, con el fin de hacer siempre mis intenciones de expiación, de reparación, de inmolación y de adoración perpetua. Esas treinta y tres visitas las harás siempre, en todo tiempo, cada día y en cualquier lugar en que pudieras estar, ya que Yo las aceptaré como si las hicieras en mi Presencia sacramental… Tu primer pensamiento, por la mañana, debes hacerlo volar a Mí, Prisionero de amor, para darme tu primer saludo de amor por Mí y la primera visita confidencial en la que nos preguntaremos mútuamente cómo hemos pasado la noche y nos animaremos recíprocamente. Y así, tu último pensamiento y tu último afecto de la tarde será que tú vengas de nuevo a Mí, para que te dé la bendición y te haga descansar en Mí, conmigo y por Mí; y tú Me darás el último beso de amor, con la promesa de unirte conmigo Sacramentado. Las otras visitas Me las harás como mejor se te presente la ocasión favorable a concentrarte toda en mi Amor”. (1º Vol.)
(No sabemos si Luisa escribió treinta y tres visitas a Jesús como Él le había pedido; nosotros conocemos sólo las trece siguientes)
PRIMER VISITA
Oh Prisionero de amor, te amo, me arrepiento de mis faltas y te adoro en todas las iglesias del mundo, en que estás solo y despreciado. Ah, haz que mi corazón sea lámpara encendida, que arda siempre en tu presencia cada día, a cada hora, en todo instante y por toda la eternidad.
Eterno Padre, te doy las gracias por las gracias concedidas a María, por haberla hecho tu Hija Primogénita. Eterno Hijo, te doy las gracias por las gracias concedidas a María, por haberla hecho tu Madre siempre Virgen. Eterno Espíritu Santo, te doy las gracias por los abismos de gracia con que colmaste a María, por haberla hecho tu Inmaculada Esposa. Santísima Trinidad, tened piedad de mí.
Ángel mío de la guarda, protégeme. San José, asísteme. San Miguel Arcángel, defiéndeme. Arcángel San Rafael, acompáñame.
SEGUNDA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí cansado y oprimido por tantos sacrilegios que se cometen en la celebración del Sacrificio Divino, especialmente cuando se te obliga a descender a tantos corazones sacrílegos…
Oh Jesús, tantos actos de reparación quiero ofrecerte por tantas Misas profanadas, por cuantos pasos, por cuantos movimientos, palabras y obras Tú mismo hiciste en tu vida mortal. Virgen desolada, beso tus pies; dirige todas mis palabras y todos mis pasos.
TERCERA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí, y yo Te adoro y tantos actos de adoración quiero hacerte, cuantas son las estrellas que hay en el cielo, cuantos átomos existen, cuantos pájaros vuelan por el aire. Virgen Inmaculada, beso tus pies; líbrame de las insidias del demonio y endereza todos los pasos de las criaturas a Jesús.
CUARTA VISITA
(Se encuentra así en el Vol. 6º, 10.08.1904):
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí abandonado y solo, y yo he venido a hacerte compañía, y mientras te hago compañía quiero amarte por quien te ofende, alabarte por quien te desprecia, dartes las gracias por quien, concediéndole tus gracias, no te rinde el homenaje del agradecimiento, consolarte por quien te aflije, repararte por cualquier ofensa; en una palabra, quiero hacer todo lo que tienen obligación de hacerte las criaturas por haberte quedado en el Santísimo Sacramento. Y quiero repetirlo tantas veces cuantas son las gotas de agua, cuantos son los peces, los granos de arena que hay en el mar. Oh Virgen del Santo Rosario, te beso la mano; hazme obrar siempre para la mayor gloria de Dios y con tus manos maternas lleva todas las criaturas a Jesús Sacramentado.
QUINTA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí pobre y mortificado y los mundanos tienen abundantes riquezas y placeres, y a Ti, que tanto los has beneficiado, se atreven a negarte una gota de aceite, un poco de cera, y lo peor es que van a tu presencia con vanidad de ropas y adornos, como si ellos fueran los amos y Tú el siervo. Para reparar tanta pobreza te ofrezco las riquezas del Paraíso, y para repararte tanta mortificación te ofrezco el gusto que sientes en el corazón de los justos que corresponden a tu Gracia. Y tantas veces quiero repetir estos actos, por cuantas veces se mueven los ángeles, los hombres y los demonios. Reina de los redimidos, ofrezco a tu rostro todos los besos de Jesús: enamórame de tu belleza y enamora a todas las criaturas de la belleza de Jesús.
SEXTA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí ofendido y ultrajado, y yo tantos actos de reparación quiero hacerte cuantas son las especies de pecados que se cometen ante tu Presencia sacramental, y tantos actos de arrepentimiento por todos los pecados que cometen todas las criaturas, cuantos son los latidos de mi corazón. Oh Virgen del Santísimo Sacramento, beso tu pie izquierdo: endereza mis pasos desordenados. Beso tu pie derecho: guía mis pasos al bien. Beso tu mano izquierda: líbrame de la esclavitud del demonio. Beso tu mano derecha: admíteme en el número de tus verdaderos devotos. Beso tu purísimo Corazón: sepúltame en tu Corazón y en el de tu hijo Jesús.
SÉPTIMA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú no sólo estás aquí encarcelado, sino casi encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de las criaturas para bajar a ellos y liberarte, y con las cadenas que te sujetan atar sus almas a tu Amor. Pero con sumo dolor tuyo ves que las criaturas vienen ante Ti con suma indiferencia, sin ganas de recibirte, otras que no quieren recibirte y otras que, aunque te reciben, tienen su corazón atado a otros corazones y lleno de vicios. Para esas almas parece que Tú seas su desperdicio. Y Tú, Vida mía, te ves obligado a salir de esos corazones encadenado como has entrado, porque no te han dado la libertad de dejarse atar y así han cambiado tus deseos en lágrimas. Jesús mío, permíteme que te enjuague las lágrimas y te pida el llanto de amor; y en reparación te ofrezco las ganas, los suspiros, los deseos ardientes y los contentos que te han dado todos los Santos que ha habido y que habrá, los de tu Madre querida y el mismo Amor del Padre y del Espíritu Santo; y yo, haciendo mío todo ese amor, quiero ponerme a la puerta del sagrario para protegerte y alejar las almas que quisieran recibirte para hacerte llorar. Y tantas veces quiero repetir estos actos, por cuantos contentos has dado a todos los Santos del Paraíso.
Mamá, Reina coronada de todas las gracias por la Trinidad Sacrosanta, desciendan de tu Trono todas las gracias en favor de los pobres mortales, y sean esas gracias escala para hacer que todas las almas puedan subir al Cielo. Oh Madre querida, custodia Tú mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y pónlos como lámpara a la puerta del Sagrario para cortejar a Jesús.
OCTAVA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí afligido y desconsolado, y yo he venido a consolarte; ¿pero cómo puedo consolarte, estando yo lleno de miserias y de pecados?
Madre Dolorosa, vengo a ti, a que me des tu Corazón para consolar a tu Hijo. Aquí te traigo, oh Señor, el Corazón de tu Madre para consolarte, la sangre que han derramado los mártires, el Amor recíproco con que os amáis las Tres Divinas Personas.
Y a Ti, Madre Dolorosa, afligida todavía por nuestros tantos pecados, te ofrezco el Corazón de tu Hijo para consolarte, los homenajes de todos los Santos, el Amor con que te amó la Santísima Trinidad cuando te constituyó Reina del Cielo y de la tierra, y tantas veces deseo repetir estos actos como consuelo y alivio de ambos, cuantas son las matas de hierba, cuantas son las flores, cuantas son las plantas que brotan dela tierra.
NOVENA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí hambriento y sediento, y ciertas almas no hacen más que prepararte un alimento disgustoso, tibio, frío e incostante, aun siendo almas consagradas a Ti. Oh Jesús, tantos actos de reparación quiero hacerte, por cuantas llamas tiene el fuego, por cuantos rayos de luz tiene el sol. Mamá bella, mírame siempre y tenme continuamente cubierto bajo el manto de tu protección.
DÉCIMA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí humilde y resignado, continuamente ofrecido a la Voluntad del Padre, y yo tantas veces quiero ofrecerme víctima de tu Santa Voluntad, cuantas veces te ofreciste Tú estando en la tierra, y quiero ofrecerte tantos actos de reparación de todas las faltas de resignación, de los actos de ira, de impaciencia, de desobediencia que cometen los hombres, por cuantas veces respiro. Madre Corredentora, beso tu majestuosa frente, y Tú dirige todos mis pensamientos; y de la santidad de tu mente desciendan rayos de luz a las mentes de las criaturas, para que puedan conocer a Jesús.
DÉCIMO PRIMERA VISITA
Oh Prisionero de amor, ¡qué solitario estás aquí y abandonado! Ah, Tú tienes tanta hambre del amor de tus criaturas, y nosotros somos tan fríos y distraídos. Quiero, Amor mío, presentarte los corazones de todas las criaturas y sumergirlos en tu Divino Amor y en tu Divino Corazón, para que se inflamen y queden purificados en el fuego eterno de tu Caridad, para que Tú puedas ser plenamente reparado de toda humana ingratitud. Oh Inmaculada Madre mía, María, presenta Tú misma esta ofrenda y esta reparación a Jesús y conviértenos todos a su Amor.
DÉCIMO SEGUNDA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí colmado de la ingratitud, falta de correspondencia e infidelidad de tus mismos hijos, y yo quiero hacerte actos de gratitud, de correspondencia y de fidelidad, por habernos creado a tu imagen y semejanza, darte las gracias por toda clase de beneficios que nos has hecho. Quiero unirme a Ti y dolerme por todas las ofensas que recibiste durante la Pasión y que ahora recibes en el Santísimo Sacramento, y tantas veces quiero encomendarte todos los hijos de la Iglesia, todos los Sacerdotes, mis familiares, los pecadores, los herejes, los infieles, los agonizantes, para que todos correspondan a los designios de tu Sagrado Corazón. Por último Te pido por todas las almas del Purgatorio, para que todas puedan volar al Cielo y no falte ninguna, a costa de cualquier sacrificio. Y tantas veces quiero repetir estos actos, por cuantas veces se mueven las olas del mar y las ramas de los árboles. Dulce Mamá, Esperanza nuestra, refugio de los pecadores, escóndenos bajo tu manto e intercede por nosotros.
DÉCIMO TERCERA VISITA
Oh Prisionero de amor, Tú te sientes ahogar por el ansia de hacer que todos conozcan tu Voluntad. Ah, desde tus velos sacramentales irradia tus refulgentes rayos e inundando todos los corazones, comunica tu Voluntad a todos, para que jubilosa y triunfante reine y domine en todo el mundo.
Virgen Inmaculada, Reina del FIAT Divino, llama a todos los corazones y con tu poder de Reina pon en ellos la Vida de la Divina Voluntad, y nos conforte y alegre tu materna bendición.
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23. Al entrar en la iglesia.
Vengo a visitarte, oh Jesús, en tu Voluntad, para hacer que en mí encuentres tu morada, tu sagrario, tu custodia.
24. Antes de la Confesión.
Jesús mío, aquí me tienes postrado a tus pies: siento la extrema necesidad de venir a tus brazos paternos, como un hijo a su Padre. ¡Mírame y ten piedad de mí! Me siento cubierto de muchas culpas; llagas profundas desfiguran mi pobre alma.
Jesús, perdóname, yo me he atrevido a ofenderte y a rebelarme contra Ti en el mismo instante en que Tú me amabas. Señor, me arrepiento con todo el corazón de haberte ofendido, mas veo que mi dolor no es suficiente ni proporcionado a la gravedad de mis pecados. Por eso Te ruego, Te suplico que me concedas tu amargura, para que yo me duela con ese mismo dolor con el que Tú te doliste por mis pecados, dolor que fue tan grande e intenso que te hizo sudar viva sangre en el Huerto de los olivos.
Madre Celestial, ven Tú también en mi ayuda y míra de cuántas llagas está cubierta mi pobre alma. Tú que eres mi Madre, cúbrelas con tu manto, llévame Tú misma contrito y humillado a los pies del Sacerdote, para confesar todas mis culpas, y alcánzame de Jesús el suspirado y eficaz perdón.
25. Después de la Confesión.
Gracias te doy, Crucificado Bien mío, por el inmenso beneficio que me has hecho mediante esta santa Confesión. Siento que me repites una vez más: “Hijo, te perdono, pero ya no peques nunca más; no vuelvas a abrir mis llagas, no dejes que vuelva a entrar el enemigo en tu alma. ¡Oh, cuántas veces con el pecado Me has echado de tu corazón! Devuélveme ahora mi puesto, sé firme y constante y no me ofendas más”.
Jesús mío, yo propongo y prometo de la forma más enérgica y absoluta no pecar ya nunca más. Te aseguro que prefiero morir antes que ofenderte de nuevo.
Madre Celestial, ven Tú también a darle las gracias por mí a Jesús. Tú sabes cuánto es árido mi corazón y cuánto es incapaz mi lengua de hablar dignamente con mi Dios; suple Tú mi incapacidad: que tu Corazón palpite por Él en vez de mí y eleve por mí un himno de agradecimiento. Jesús me ha dado su perdón y Tú, Madre mía, confírmalo en mi alma con tu materna bendición.
26. Al asistir a la Misa.
¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a adorar en mí y, como tu Voluntad multiplica los actos infinitamente, así quiero darte la satisfacción como si todos hubieran asistido a la Santa Misa, dar a todos el fruto del Sacrificio y pedir para todos la salvación.
EN EL OFERTORIO
Virgen Inmaculada, unida al Sacrificio Eucarístico, ofrece Tú misma a Dios el sacrificio de mi voluntad y de todas las voluntades humanas, dándonos en cambio la Voluntad Divina.
ANTES DE LA CONSAGRACIÓN
Oh Jesús, quema el holocausto de mi mísera voluntad y de todas las voluntades humanas en el fuego de infinito calor de tu Divina Voluntad.
EN LA CONSAGRACIÓN
Oh dulce Redentor mío, Jesús, que en esta hora te transustanciaste a Ti mismo en el pan y en el vino, haz que en cada momento de mi vida se repita en mí la consagración de Ti mismo, para que yo sea tu pequeña Hostia viviente.
EN LA ELEVACIÓN DE LA HOSTIA
Oh Jesús mío, adoro en esta Hostia tu Sacratísimo Cuerpo, que fue crucificado a causa de nuestra voluntad humana en el Calvario.
EN LA ELEVACIÓN DEL CÁLIZ
Oh Jesús mío, adoro en este Cáliz tu Preciosísima Sangre: haz que descienda a purificar nuestras almas, a iluminar nuestras mentes, a inflamar nuestros corazones y a derribar nuestro querer humano, para que podamos resucitar y vivir sólo en tu Voluntad Divina.
Eterno Padre, en tu Divina Voluntad te ofrezco, por medio del Corazón Inmaculado de María, la Sangre preciosísima de Jesucristo, en reparación de todos los actos de voluntad humana hechos por las criaturas desde la creación del mundo y los que se repiten hasta la consumación de los siglos.
EN LA COMUNIÓN
¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, en esta Comunión mía contigo; ven, porque quiero darte no solamente a mi alma, sino a todas las almas que no te reciben, en reparación de nuestros pecados y para gloria del Padre.
27. Preparación a la Comunión con la Reina del Cielo.
Madre Celestial, vengo a tus rodillas maternas para pedirte ayuda y piedad. Oye, Mamá dulcísima, esta mañana quiero ir a recibir a Jesús en la Eucaristía, pero me veo tan indigna, tan llena de miserias y de frialdad, que me siento temblar. Mi pequeña alma está herida por tantas culpas; densas tinieblas me rodean; ¿cómo voy a poder ir a Jesús? ¡Oh, cuando venga a mí quedará horrorizado al ver mis tantos pecados! Y si su Amor, a pesar de todo, Lo obliga a tomar posesión de mi pobre corazón, Él no será felíz, ni hallará en mí sus gozos Divinos, porque no se sentirá recompensado de la larga espera de toda la noche, durante la cual ha suspirado el instante en que poder unirse con su mísera criatura. Madre amada, ¿quién podrá prepararme a hacer un acto tan santo, tan grande, como es recibir a Jesús, mi Amor? ¿A quién podré encomendarme, si no a Ti que tanto me amas y tanto deseas que mi Soberano Jesús no encuentre amarguras, sino delicias, descendiendo a mi corazón? Por eso me entrego a tu amor materno. Mírame, Madre mía, y ten compasión de mí. Prepárame Tú misma a recibir a Jesús: antes de que Él descienda a mí, visita a mi alma, tómala entre tus manos, sana las heridas de mis culpas al contacto con tus dedos maternos, extiende el Cielo del Querer Divino en mí y con tu mirada refulgente de luz pon en fuga las tinieblas. No me digas, Mamá, que pido demasiado; se trata de recibir a Jesús lo menos indignamente posible, que sea de su agrado, y sobretodo, que no se añadan otras amarguras a las que ya por desgracia sufre. Por tanto baja, te ruego, tus manos maternas hasta el fondo de mis miserias y de mi extrema frialdad, extirpa esos males y en su lugar imprime el orden de tus santas virtudes, de tu ardiente amor. Tú que eres la depositaria de la Vida de mi Sumo Bien Jesús, pon en mi corazón los méritos suyos y tuyos, sus penas y tus dolores, es decir, todo lo que os pertenece; así Él, cuando baje a mí, encontrando el cortejo de tus obras y las suyas, tendrá una alegría más grande. Sintiéndose feliz, se quedará para siempre en mí y yo nunca más me quedaré privada de Él. Mamá santa, apresúrate a prepararme y llévame en tus brazos. Yo no sé ir sin Ti; por eso, acompáñame enseguida, porque Jesús ya me espera y me llama… ¡Jesús, aquí me tienes, aquí estoy con la Mamá tuya y mía; ven, ven!
28. Preparación con Jesús a la Comunión. (1)
Corazón mío, Jesús, ven; mi pobre corazón no puede vivir sin Ti; mis latidos se aceleran, mis ansias se hacen más ardientes y te buscan con repetidos suspiros. ¡Ven, oh Jesús, a dar vida a este mi pobre corazón hambriento de Ti! ¡Oh, cómo suspiro el momento de recibirte, de estrecharte a mi pecho y de estarme contigo, corazón con corazón, abandonada en tus brazos en dulce reposo! Ah, sí, mi corazón junto al Tuyo se calmará de la sed que lo abrasa, se saciará del hambre que lo atormenta y, renacido a nueva vida, a torrentes gustará todos tus contentos. Y si Tú en esta Hostia de amor desciendes a mí, afligido y contristado por las ofensas de las criaturas, oh, entonces te daré mis brazos para darte descanso, y mi corazón, saciado de Ti, te consolará y te confortará por todas las ofensas… ¡Vida mía, Jesús, enseguida, ven, ah, no me hagas esperar más!
Pero mientras me preparo, veo la gran distancia que hay entre Tú y yo: la nada se dispone a abrazar al Todo; la miseria, la debilidad, la fealdad se prepara a abrazar la infinita Belleza que contiene inmensas riquezas, fortaleza, omnipotencia, perfección incomparable y arrebatadora, el Infinito, el Inmenso, el Eterno. Amor mío, yo tiemblo, pero no huyo; te deseo y no me espanto.
Tu Amor me hace atrevida y me empuja a Ti… ¿Sabes, oh Jesús? A cualquier precio quiero tenerte. Tú tienes que suplirme en todo, porque Tú lo puedes todo y yo no puedo nada, y quien puede ha de suplir a quien no puede. Y además, amable Jesús mío, ¿es que no te acuerdas que me diste todo lo que hiciste y sufriste, al recibirte a Ti mismo cuando instituiste este Sacramento de Amor? Precisamente por mí hiciste todo. Tu Santísima Humanidad me abrió las puertas, para poder recibir a un Dios. Esta adorable Humanidad tuya Tú me la diste y la hago mía, me transformo en Ella, me sumerjo en Ella con tu Santidad; hago mías tus penas, tus obras, tus pasos, todas tus reparaciones, tu Amor… ¿Qué quieres, oh Jesús? Por mí misma no soy capaz de venir. Tú me has de suplir en todo.
Pero aún no estoy satisfecha, me veo demasiado estrecha. Por eso me meto en tu Divinidad y, sumergiéndome en la inmensidad de tu Voluntad, me hago atrevida y te ruego que me vistas con tu belleza, para poderte arrebatar continuamente a mí; y Tú, enamorado de mí, harás tu feliz morada de este pobre corazón mío… Que tu santidad me cubra, que tu poder me inunde, que la inmensidad de tu Amor me sumerja, de forma que no vea nada que no seas Tú, que no obre más que en Ti.
Con tu poder seré potente sobre tu Corazón para pedirte por todos, y gritaré contigo continuamente “¡Tengo sed, almas, almas!” Y Tú no resistirás a tu potencia, y con tu poder conquistaré todos los corazones para llevarlos a Ti… Nadando en tu Querer, me arrojaré a los pies de tu Justicia, le quitaré los castigos preparados, apagaré el fuego que la enciende y la ataré a la Misericordia, para que se besen y, apaciguadas, besen a todas las criaturas. Jesús mío, en tu Querer encuentro todo, y yo quiero recibirte en Él para repetir tu Comunión y darte todo, reparación completa, amor inmenso, satisfacción infinita. Quiero, oh Jesús mío, darte todo el contento que te dio tu Santísima Humanidad, repetir tu Comunión y darte la satisfacción como si un Dios recibiera a otro Dios.
Mamá Reina, ven a asistirme en un acto tan grande, como es recibir a Jesús. Tómame en tus brazos. estréchame a tu Corazón materno, caliéntame con tu amor, purifícame con tus afectos, hazme humilde con tu humildad, cúbreme con el velo de tu pureza, préstame tus deseos ardientes y todo lo que hiciste al recibir a Jesús.
Ángeles, Santos, vestidme con vuestra luz, sed mi corona, acompañadme a Jesús. Jesús, Tú me llamas y yo voy a Ti… ¡Ven, oh Jesús mío, ven…!
29. Preparación con Jesús a la Comunión. (2)
Ven, oh Jesús, en mí, recíbete a Ti mismo en mí y luego ofrécete esta Comunión a Ti, per recibir la satisfacción y la compensación de tu misma Vida Sacramental, y acéptala como hecha por mí. Haz, oh Jesús, que en el pequeño espacio de los accidentes de la Hostia, en que Tú vienes a unirte a mí, yo meta los latidos de las criaturas con todas las reparaciones que hacen falta; y Tú, oh Jesús, sella esos corazones con el amor y con la reparación hecha por Ti y debida por ellas, y luego dámela a mí para tomarla Tú de mí como cosa tuya. Oh Jesús, pon en mí tu santidad, para poder Tú encontrar tu verdadero sagrario, y así hallarás en mí el verdadero reposo. Viste con tu belleza mi alma, para que llegues a enamorarte de mí. Extiende en mí tu inmensidad, tu profundidad, tu altura, para que hallando tu mismo Ser en mí, podamos juntos obrar divinamente y, extendiéndonos en todos, reunir todos los corazones en Ti. Oh Jesús, soy débil; por eso, antes de que Tú desciendas en mí, vísteme de tu poder, para que con tu potencia podamos juntos ser potentes sobre el corazón de todos, para arrebatar todos a Ti. Oh Jesús mío, si vienes a mí y no te pones a Ti mismo en mí, Te sentirás muy estrecho; por eso, pon en mí la inmensidad de tu Amor, de modo que Tú puedas repetir en mi corazón el trabajo que haces en la Eucaristía, o sea, herir todos los corazones, y luego pon tu Justicia y tu Misericordia, para que se besen juntas y, estando las dos abrazadas, la Misericordia aplaque la Justicia y sobre las criaturas corran beneficios y gracias. ¿No lo has dicho Tú mismo, oh Jesús, que viniendo a mí, yo soy tuyo y Tú eres mío? Por tanto, ¿cómo podrás obrar como el Dios que eres, si no pones todo en mí?
Nuestra dulce Madre María estará en nuestra compañía y hará la obra de coronar mi alma con todos tus atributos, y así, cuando desciendas en mí, oh Jesús, harás todo lo que Tú quieras.
30. Acción de gracias después de la Comunión. (1)
Ahora Jesús ha venido a mi pobre corazón. ¡Bienvenido seas, oh dulce Amor mío! Ves, con nosotros está nuestra Mamá, la cual, para hacerte feliz, me da su amor para amarte, sus tiernos besos para besarte, sus brazos maternos para abrazarte. Haciéndome una con nuestra Madre Celestial, haciendo mía su voz, con Ella te digo: “¡Oh Jesús, Te amo con su amor y con tu amor; quiero amarte tanto que forme inmensos mares de amor en torno a Ti, que con su murmullo te repitan continuamente: Te amo, Te amo, Te amo!”.
Quiero, querida Vida mía, besarte con los besos de tu Mamá y con los brazos suyos y míos quiero formar dulces cadenas, para atarte tan fuerte a mi pobre corazón, que te impida para siempre dejarme. Soberano mío Jesús, me postro a tus sacratísimos pies y, sumida en el abismo de mi nada, con nuestra Mamá y Reina Te adoro profundamente, Te doy las gracias incesantemente porque has venido a mí y Te bendigo perennemente por tanta bondad tuya… Pero oye, Jesús, ya que has venido a mí y estando nuestra dulce Mamá íntimamente unida para amarte y hacerte feliz en este corazón mío, yo te ruego que con Ella mires, con misericordia, mi pobre alma. Vuestras miradas pongan fin a mis defectos, derriben mis pasiones, quiten de en medio mis miserias, hagan de mí una conquista vuestra y victoriosas me aten para siempre a vuestro Amor… ¡Oh, cuántas veces, Amor mío, Te he hecho llorar a causa de mis inconstancias y de mis defectos! Veo que esas lágrimas aún corren por tu cara y que tu cabeza está ceñida de espinas por tantas inspiraciones tuyas sofocadas y falta de correspondencias a la Gracia.
¡Madre santa, enjuguemos juntas las lágrimas a Jesús, quitémosle todas las espinas! ¡Oh, mi corazón no resiste al ver su rostro mojado por el llanto!
Sí, oh Jesús, Te prometo y juro, aun a costa de mi vida, que prefiero más bien morir mil y mil veces antes que disgustarte de nuevo. Vénceme con tu ternura, para que en mí no vuelvan a haber pecados, sino que todo se convierta en amor.
Parece que Jesús, mirándome, quiera decirme en respuesta: “Hija mía queridísima, tu Jesús está dispuesto a perdonarte; sin embargo, si quieres hacer que cesen tus males y hacerme feliz a MÍ y a ti misma, conságrame tu voluntad, para que Yo en cambio te dé la Mía. ¡Oh, cómo será completa entonces nuestra unión y nuestra alegría! Con la Madre mía y tuya Yo me cuidaré de formar en ti el Reino de mi Voluntad Divina, seré tu apoyo y vigilaré todos tus pasos… Dime, hija, ¿quieres que ésto sea el fruto de mi venida a ti…?”.
Sí, dulcísimo Jesús mío, te doy para siempre y de todo corazón mi voluntad; y Tú prométeme que nunca, nunca más me dejarás. Y ahora, Amor mío, te ruego por el mundo entero: haz que todos se salven y que ninguno se pierda. Te ruego por todos los difuntos, para que tomen el vuelo hacia el Cielo. Por todos los sacerdotes, para que Tú les concedas la gracia de ser los repetidores de tu Vida en la tierra. Encomiendo además a tu Corazón y al de nuestra dulcísima Madre el Reino de tu Voluntad en la tierra. Dispón Tú las criaturas a recibir este Reino. Con tu potente ayuda vence todo con tu Amor y haz que la Voluntad del Cielo sea una con la de la tierra. Por último, oh Jesús, Te pido me concedas tu celestial bendición, como prenda segura de tu permanencia en mí: Tú estarás siempre conmigo y yo no me separaré nunca, nunca, nunca más de Ti.
Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre mí y conmigo permanezca para siempre. Amén.
31. Acción de gracias después de la Comunión. (2)
¡Corazón mío y Vida mía, Jesús, finalmente has venido! Ya te siento sobre mi lengua; siento el contacto de tu carne divina, la fragancia de tus perfumes celestiales, y no puedo contenerme de besarte y volver a besarte: pero no estoy contenta si no me das tus besos para confirmar y sellar la inseparable unión contigo. Siento que ansioso quieres descender a lo más íntimo de mi corazón; en él hallarás tu Divinidad unida a tu Querer, todas las cosas dignas de Ti… Ah, goza también tu paraíso en este corazón mío… Y mientras me estrechas a tu Corazón, con toda ternura, parece que me dices: “Hija querida mía, te amo con amor eterno, infinito, y habiendo hallado en ti mi Humanidad, mi Querer, mi Divinidad, te amo como me amo a Mí mismo y siento la satisfacción, la complacencia que sentí en Mí cuando me recibí a Mí mismo. En ti, estando mi Querer, encuentro todo, no hay alma se se me escape. Mi Amor encuentra su desahogo completo al sentir que me repites lo que hice Yo”… Y entre tanto me besas y me estrechas y en silencio esperas, queriendo la correspondencia.
Jesús mío, dulce Amor mío, ya que quieres que te imite, te estrecho en mis brazos y, sumergiéndome en tu Querer, te estrecho en los brazos de todos y en nombre de todos mi corazón nada en la inmensidad de tu Amor… Si bien temblando ante tu Majestad, yo también te repito: Te amo, Te amo, Te amo con amor inmenso, Te amo con amor eterno, infinito, interminable… En tu Querer están todas las almas, las presentes y las futuras, y yo quiero darte a todas, para darte la gloria, el contento, el amor, como si todas te hubieran recibido. En tu Querer quiero darte reparación completa por todos, y mientras haya un corazón en la la tierra que se atreva a ofenderte, quiero reparar tu Corazón inflamado y con tus llamas daré amor a todos, para darte amor por todos.
Amor mío, daré siempre vueltas en tu Querer, para llevar a tu Corazón los pensamientos de todos, las miradas, las palabras, las obras, los pasos, el corazón de todos, para hacer que Tú los conviertas todos en amor, y y haré de centinela para reparar todo.
Oye, Amor mío, yo he tomado tu Humanidad con todo lo que Tú eres, para poder recibirte como te recibiste Tú y repetir tu Comunión. Unido a tu Humanidad quiero reparar como reparaste Tú los sacrilegios, las faltas de respeto, las frialdades de todos los siglos pasados, presentes y futuros. Quiero reparar con tu mismo Corazón todo lo que Tú reparaste y ponerlo al seguro en tu mismo Corazón, para poder contener a todas las criaturas con todos sus defectos y poder quemarlos todos con tu Amor, y así estarás contento. Ahora te ruego que tomes mi humanidad, para que, al no poder Tú ya sufrir, porque eres glorioso, sufra yo en tu lugar. Ah, en esta Hostia de amor la Pasión es perenne: siento y veo las burlas, las blasfemias, los repetidos latigazos, los haces de espinas, los clavos, la lanza…, y Tú, derritiéndote de amor, miras quien quisiera sustituir a tu Humanidad. Jesús mío, soy yo: aquí me tienes dispuesta; ah, acéptame, tenme siempre contigo en tu Querer, para que ninguna pena se me escape, y por tanto, paso a paso quiero seguir tu Pasión.
En este Sacramento de amor vigílame Tú, asísteme y no permitas que jamás te ofenda. En tu Querer, oh Jesús, repito Te adoro. Quisiera pulverizar mi pequeño ser y difundirlo en la inmensidad de tu Voluntad, y reunir el Cielo y la tierra para postrar a todos ante Ti, en acto de adorarte con adoraciones diversas, para darte en nombre de todos una adoración completa… Vida mía dulcísima, quiero hacer precisamente lo que hiciste Tú al recibirte, todos actos completos; quiero ofrecer mi Comunión contigo y como la ofreciste Tú a gloria completa del Padre, en reparación y entera satisfacción por todas las ofensas, para impetrar que todos te pudieran recibir, obtener cada uno una Vida divina y dar al Padre la gloria como si todos hubieran comulgado.
Y ahora, amante Jesús, quiero decirte otra cosa. Siento en tu Querer los gemidos de las almas penantes del Purgatorio, sus afanes, sus ansias con que Te desean y sus repetidas muertes por verse privadas de Ti. ¡Ah, no te escondas más, muéstrales tu belleza arrebatadora y atráelas a Ti! Que tu sonrisa de amor las haga felices y convierta sus penas en alegría; extiende tus manos para sacarlas de esas llamas y a tu contacto las llamas quedarán apagadas, las almas purificadas, del llanto pasarán a la sonrisa eterna y se extasiarán de Ti.
Una mirada tuya de amor Te ruego que dirijas también a tu Iglesia militante: reúne a todos tus hijos entorno al Papa que es tu Vicario, el Romano Pontífice; llama a los separados, confunde a los enemigos y, poniendo a todos en tu Querer, haz que tengan una sola Voluntad y un solo corazón. Ah, apresúrate, da una orden y con un solo gesto tuyo las tempestades se aplacarán y la Iglesia resplandecerá más bella.
Y ahora bendíceme, oh Jesús, y conmigo bendice a todos: sella con tu Querer mi mente, mi labios, mi corazón, todo lo que yo soy, para que pueda yo también darte actos completos para satisfacer tus deseos ardientes. Termino diciéndote “gracias” en tu Voluntad, para así poder llenar toda la inmensidad del Cielo y de la tierra con mi “gracias”, oh Jesús, y estos “gracias” sean continuas cadenas que formen entre Tú y yo la unión de beneficios y la correspondencia continua.
Reina y Madre mía, di Tú por mí “gracias” a Jesús y ofrécele por mí la acción de gracias que le diste Tú al recibirlo.
Jesús mío, deja que de nuevo Te abrace y Te estreche fuerte a mi corazón, y Tú bésame y estréchame a Ti: Tú quédate en mí y yo en Ti. Así sea.
32. Acción de gracias después de la Comunión. (3)
Aquí estás, oh Jesús, en mí: dame tu beso y extiende tus Divinos brazos para estrecharme a Ti; y ya que Tú has hallado todo en mí, dime que me amas. Que mi amor, oh Jesús, y el tuyo formen olas continuas que Te conforten, y Tú corona siempre mi alma con nuevo amor. Oh Jesús mío, tu Voluntad es mía, y yo, para poder corresponder a todo lo que has hecho por mí, sobre todo que te has dignado descender a mi corazón, te digo muchas gracias en tu Voluntad, para sí poder llenar toda la inmensidad del Cielo y de la tierra con mi “gracias, oh Jesús”. Esta palabra, “gracias”, será continuas cadenas que formarán entre Tú y yo la unión de nuestros corazones, de nuestros afectos. Oh Jesús mío, también en tu Quererte digo: “Te adoro”, para poner entorno a Ti el Cielo y la tierra, a todos en acto de adoración.
Y ahora, oh Jesús, haz que corriendo tu Vida del todo en la mía, Tú puedas hallar en mí todas las complacencias y los contentos que tu Amor pide… Has venido, oh Jesús, a mí y no te irás más, te daré vida en mi mente, en mi mirada, en mi palabra, en todo mi ser; yo seré la vestidura que Te cubrirá. En este día, Jesús, haremos todo juntos y para bien de todos nos difundiremos, ocupándonos de formar continuas cadenas de amor en torno a los corazones, para que todos te amen y nadie más te ofenda. Sea éste, oh Jesús, nuestro pacto, trabajar en torno a los corazones, para que todos se salven. En tu Querer, Jesús, nada se escapa, y yo, habiéndote recibido en tu misma Voluntad, estaré en guardia, para que ningún alma se Te escape.
33. Acción de gracias después de la Comunión. (4)
Jesús, te doy tu Amor, para confortarte en tus amarguras.
Te doy tu Corazón, para confortarte por nuestras frialdades, falta de correspondencias, ingratitudes y poco amor de tus criaturas.
Te doy tus armonías, para consolar tus oídos de los gritos ensordecedores de las blasfemias.
Te doy tu belleza, para consolarte de las fealdades de nuestras almas cuando nos enfangamos en la culpa.
Te doy tu pureza, para consolarte de las faltas de recta intención y del fango y podredumbre que ves en tantas almas.
Te doy tu inmensidad, para consolarte de las voluntarias estrecheces en que se meten las almas.
Te doy tu ardor, para quemar todos los pecados y todos los corazones, para que todos te amen y ninguno vuelva a ofenderte.
Te doy todo lo que eres Tú, para darte satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.
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Respecto a la preparación a la Santa COMUNIÓN y a la ACCIÓN DE GRACIAS, he aquí algunos pasajes de los escritos de Luisa particularmente significativos:
Continúa viniendo; sin embargo he estado la mayor parte de la noche sin Jesús, entonces al venir me ha dicho: “Hija mía, ¿qué quieres, que con tanta ansia me estás esperando? ¿Tienes tal vez necesidad de algo?” Y yo, sabiendo que tenía que hacer la Santa Comunión, he dicho: “Señor, toda la noche he estado esperándote, a mayor razón que, debiendo hacer la Santa Comunión, temo que mi corazón no esté bien dispuesto para poder recibirte; por eso tengo necesidad de que mi alma sea examinada por Ti, para poder prepararme a unirme a Ti sacramentalmente.” (Vol. 4º, 09.09.1900).
Habiendo hecho la Comunión, estaba diciendo: “Señor, tenme siempre estrechada contigo, que soy demasiado pequeña, porque si no me tienes estrechada, siendo pequeña puedo extraviarme”.
Y Él: “Quiero enseñarte cómo tienes que estar conmigo: Primero: tienes que entrar dentro de Mí, transformarte en Mí y tomar lo que encuentres en MÍ. Segundo: cuando te hayas llenado toda de Mí, sal afuera y obra junto conmigo, como si tú y Yo fuéramos una sola cosa, de modo que si Me muevo Yo, te mueves tú; si pienso Yo, piensa tú la misma cosa que Yo he pensado; es decir, cualquier cosa que Yo haga la harás tú. Tercero: con esta obra que hemos hecho, aléjate por un instante de Mí y vete en medio de las criaturas, dando a todas y a cada una todo lo que hemos hecho juntos, o sea, dando a cada una mi Vida divina, regresando enseguida a Mí para darme en nombre de todos toda esa gloria que deberían darme, pidiendo, excusándolos, reparando, amando. ¡Ah, sí, ámame por todos, sáciame de amor! En Mí no hay pasiones, pero si pudiera haber una pasión, esta única y sola sería el amor. Pero el amor en Mí es más que pasión, es mi vida, y si las pasiones se pueden destruir, la vida no. ¿Ves en qué necesidad me encuentro, de ser amado? Por eso, ámame, ámame”. (Vol 8º, 09.02.1908).
“Escribo para obedecer, pero siento que se me rompe el corazón por el esfuerzo que hago; pero viva la obediencia, viva la Voluntad de Dios. Escribo, pero tiemblo, y no sé yo misma lo que digo; la obediencia quiere que escriba algo sobre como me preparo y como doy las gracias a Jesús bendito en la Santa Comunión. Yo no sé decir nada, porque mi dulce Jesús, viendo mi incapacidad y que no soy capaz de nada, lo hace Él todo: El prepara mi alma y Él mismo me suministra la acción de gracias, y yo lo sigo. Ahora, el modo de Jesús es siempre inmenso, y yo junto con Jesús me siento inmensa y como si supiera hacer algo; pero si Jesús se retira, yo me quedo siempre como la estúpida que soy, la pobre ignorante, la mala, y precisamente por eso Jesús me quiere, porque soy ¡ignorante y porque nada soy y nada puedo, sabiendo que cueste lo que cueste lo quiero recibir. Para que no sea para Él un deshonor el venir a mí, sino sumo honor, Él mismo prepara mi pobre alma, me da sus mismas cosas, sus méritos, sus vestiduras, sus obras, sus deseos, en una palabra, todo lo que Él es; si hace falta, también lo que han hecho los Santos, porque todo es suyo; y si es necesario, lo que ha hecho la Madre Santísima, y yo también les digo a todos: “Jesús, hazte un honor cuando vienes a mí; Mamá, Reina mía, Santos, Ángeles todos, yo soy pobre, pobre: todo lo que es vuestro ponedlo en mi corazón, no para mí, sino para honor de Jesús”…, y me siento que todo el Cielo concurre en prepararme. Y después Jesús desciende en mí… Me parece verlo todo complacido, viéndose honrado con sus mismas cosas, y a veces me dice: “¡Muy bien, muy bien, hija mía! ¡Qué contento estoy, cuánto me complace! Donde quiera que miro, en ti encuentro cosas dignas de Mí; todo lo que es mío es tuyo. ¡Cuántas cosas bellas Me has hecho encontrar!”
Yo, sabiendo que soy tan pobre, que nada he hecho y nada es mío, me alegro de que Jesús esté contento y digo: menos mal que Jesús piensa de esa forma; es suficiente que haya venido y eso me basta. No importa que me he servido de sus mismas cosas; los pobres deben recibir de los ricos.
Ahora, es verdad que en mí queda alguna idea por acá, otra por allá, del modo como Jesús actúa en la Comunión, pero estas pequeñas ideas no sé reunirlas y hacer una preparación y una acción de gracias… Me falta la capacidad; me parece que me preparo en el mismo Jesús y Le doy las gracias con el mismo Jesús”. (Vol. 9º, 10.04.1910).
“Habiendo hecho la Comunión, me tenía estrechado al corazón a mi dulce Jesús y decía: “Vida mía, cómo quisiera hacer lo que hiciste Tú al recibirte a Ti mismo Sacramentado, para que Tú puedas hallar en mí tus mismos contentos, tus mismas plegarias, tus mismas reparaciones”.
Y mi siempre amable Jesús me ha dicho: “Hija mía, en este breve espacio de la Hostia Yo meto todo y, por eso, quise recibirme a Mí mismo, para hacer actos completos que glorificaran al Padre dignamente, por recibir las criaturas a un Dios, y daba a las criaturas el fruto completo de mi Vida Sacramental; de lo contrario la Eucaristía habría quedado incompleta, para la gloria del Padre y para el bien de las criaturas. Por eso en cada Hostia están mis oraciones, mis acciones de gracias y todo lo demás que hacía falta para glorificar al Padre y que la criatura debía hacerme. De manera que, si la criatura falta, Yo en cada Hostia continúo mi trabajo, como si por cada alma me recibiera otra vez a Mí mismo. Por tanto el alma debe transformarse en Mí y formar una sola cosa conmigo, haciendo suya mi Vida, mis oraciones, mis gemidos de amor, mis penas, mis latidos de fuego, que quisiera quemar y no encuentro quien se haga presa de mis llamas. Y Yo en esta Hostia renazco, vivo y muero; me consumo y no hallo quien se consume por Mí, y si el alma repite lo que hago Yo, me siento repetir lo que hago Yo, como si otra vez me hubiera recibido a Mí mismo, y encuentro gloria completa, contentos Divinos, desahogos de amor que me corresponden, y le doy al alma la gracia de consumarse con mi misma consumación”. (Vol. 11º, 24.02.1917).
IV. POR LA NOCHE
34. Comunión espiritual.
¡Oh Jesús, ven a mí; me arrojo en tus brazos! Méteme en tu Corazón, ata mis pensamientos, mis afectos, mis latidos, mis deseos, mi voluntad, de modo que esté siempre unido a Ti y en continua adoración a Ti y en Ti.
35. Las “buenas noches” a Jesús.
(Esta oración de Luisa, como “los Buenos días a Jesús”, está en el Volumen 11)
Oh Jesús mío, Prisionero Celestial, ya el sol se ha puesto y las tinieblas invaden la tierra, y Tú te quedas solo en el tabernáculo de amor… Me parece verte con una sombra de melancolía por la soledad de la noche, no teniendo en torno a Ti la corona de tus hijos y de tus tiernas esposas, que al menos te hagan compañía en tu voluntaria cautividad. Oh mi Divino Prisionero, también yo me siento oprimido el corazón al tenerme que alejar de Ti y por fuerza he de decirte adiós… ¿Pero qué digo, oh Jesús? ¡Nunca más adiós! No tengo el valor de dejarte solo. Adiós con los labios digo, mas no con el corazón; al contrario, mi corazón lo dejo contigo en el sagrario. Contaré tus latidos y te corresponderé con mi palpitar de amor; contaré tus afanosos suspiros y para confortarte te haré descansar en mis brazos. Te haré de vigilante centinela; estaré atenta mirando si alguna cosa te aflige y te causa dolor, no sólo para no dejarte nunca solo, sino para tomar parte a todas tus penas. ¡Oh Corazón de mi corazón! ¡Oh Amor de mi amor! Deja ese aspecto de melancolía, consuélate; no soporto verte afligido. Mientras con los labios te digo adiós, te dejo mis respiros, mis afectos, mis pensamientos, mis deseos, mis movimientos, que trenzando entre ellos continuos actos de amor unidos al tuyo, te formarán una corona y te amarán por todos. ¿Te parece bien, Jesús? Parece que me dices que sí, ¿no es cierto?
Adiós, oh amante Prisionero. Pero aún no he terminado. Ántes de irme quiero dejarte también mi cuerpo ante Ti. Quiero hacer de mis carnes y de mis huesos tantos pedazos pequeñísimos, para formar tantas lámparas por cuantos sagrarios existen en el mundo,y de mi sangre tantas llamitas, para encender esas lámparas; y en cada sagrario quiero poner mi lámpara, que, uniéndose a la lámpara del sagrario que te alumbra en la noche, te dirá: «Te amo, te adoro, te bendigo, te reparo y te doy las gracias por mí y por todos».
Adiós, oh Jesús… Pero oye otra cosa todavía: hagamos un pacto, y el pacto sea que nos amaremos más. Me darás más amor, me meterás en tu amor, me harás vivir de amor y me sepultarás en tu amor. Estrechemos más fuerte el vínculo del amor. Estaré contenta sólo si me das tu amor, para poder amarte de veras… ¡Adiós, oh Jesús! ¡Bendíceme, bendice a todos; estréchame a tu Corazón, aprisióname en tu Amor con darte un beso en el Corazón… ¡Adiós, adiós!
En el Volumen 11º Luisa escribe:
Después de haber escrito las oraciones que he escrito con el influjo de Jesús, por la noche, al venir, Jesús me hacía ver que el Adiós y el Buenos días los tenía en su Corazón conservados, y me ha dicho: “Hija mía, han salido precisamente de mi Corazón. Quien las diga con la intención de estar conmigo, como está dicho en estas oraciones, Yo lo tendré conmigo y en Mí haciendo lo que hago Yo; y no sólo lo calentaré con mi amor, sino que cada vez aumentará mi amor al alma, admitiéndola a la unión de la Vida Divina y de mis mismos deseos de salvar a todas las almas”.
36. Oración al final del día.
¡Santísima Trinidad, en tu omnipotencia, sabiduría y bondad, apresura el Reino de tu Divina Voluntad y de tu Amor sobre la tierra!
¡BAJA, OH QUERER SUPREMO, Y VEN A REINAR EN LA TIERRA!
Oh Dios Todopoderoso, que creaste al hombre sólo para que hiciera ese Querer que él, ingrato, violó al rebelarse a Ti, ven a reanudar el vínculo de esta voluntad humana, para que Cielo y tierra queden reordenados en Ti. Reina del Divino Querer, pon la Divina Voluntad en nuestra alma.
37. Por los difuntos.
(Con mucha probabilidad, esta oración no es de Luisa, aunque se ha encontrado con otras oraciones suyas)
Oh Dios mío, que de todas las criaturas del universo tenéis misericordia, porque de todas sois Padre y Padre tiernísimo, ah, dirigid una mirada de compasión a las almas que Os aman, cuyo más crudo dolor es estar separadas de Vos. Recordad, oh mi Señor, que son obra de vuestras manos y el precio de las fatigas, de los dolores, de la muerte y de los méritos infinitos de vuestro Divino Hijo Jesús. Ah, ¿podríais, a este nombre, no dejaros suplicar en su favor y privarlas aún por mucho de la felicidad que esperan? Yo Os ofrezco, en sufragio de ellas, la Sangre divina que por ellas fue derramada, el sacrificio de la Víctima por excelencia, la mediación potente de María y de los Santos, las humildes súplicas de vuestra Iglesia, las oraciones y las obras meritorias de sus hijos. Apoyado en eso, yo espero tanto de vuestra Misericordia, oh Dios mío, por aquellas almas que Os fueron tan queridas y a las cuales Os hacéis un deber amarlas y socorrerlas todavía. ¡Ah, que vuestra Paterna ternura desarme por fin vuestra Justicia! Abridles vuestro seno y vuestros tesoros; manifestadles vuestra Gloria, mostradles lo que sois y derramad en su corazón este torrente de gracias inefables, de las que sois para vuestros elegidos la fuente sobreabundante y eterna.
38. Al desnudarse.
Me desvisto en tu Voluntad, y Tú, oh Señor mío, depón en mí todas las amarguras y todas las ofensas que te llegan de las criaturas, para despojarlas del vestido de la culpa. Oh Jesús, da a todos la vestidura de la Gracia, para que te eleven un continuo cántico de amor.
39. Al acostarse.
Quiero dormir, oh Jesús, en tu Voluntad, y Tú ven a dormir en mí; haz que en mí encuentres tu lecho y tu descanso, para reanimarte por todas las ofensas que recibes de las criaturas. Haz, oh Jesús, que cuando mi mente te dé el pequeño resplandor de mi último pensamiento, lo dé en tu Voluntad, para poner en Ti todos los pensamientos de las criaturas y selle en sus mentes la luz de la Gracia, y así, despertándose, todas resurjan del pecado. Oh Jesús mío, antes de dormirme quiero poner todos mis pensamientos en tu Voluntad, para que besen los tuyos y sigan pensando y obrando con tu misma Inteligencia, para hacer que tus pensamientos corran para bien de todas las criaturas. Que mis pensamientos tengan vida en tu Mente y queden en continuo acto con los tuyos, dándote continuos besos y reparando como reparas Tú mismo. Que mis deseos, oh Jesús, besen los tuyos, y los dejo en tu Voluntad a desear con los mismos deseos tuyos el bien de todos y tu gloria. Que mi Voluntad bese la Tuya y se quede en Ti queriendo lo que quieres Tú; y como tu Querer corre para el bien de todos, así el mío corra en Ti con la intención de abrazar a todos y de meter a todas las criaturas en tu Querer, para que ninguna vuelva a salir de Ti. Que mi amor bese el tuyo en tu Voluntad y permanezca en Ti amando como amas Tú mismo; y así, amando en Ti, seré el amor de todos a tu Corazón. Que mi corazón bese tu Corazón, y todos sus latidos sean besos continuos que te endulcen las amarguras que recibes de las criaturas. ¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, a descansar en mi descanso.
40. Ofrecimiento de la propia vida a la Divina Voluntad en el momento de la muerte.
Dulce Jesús mío, quiero morir en tu Voluntad. Uno mi agonía a la tuya y que tu agonía sea mi fuerza, mi defensa, mi luz y la dulce sonrisa de tu perdón. Mi último aliento lo pongo en el último respiro que diste por mí en la Cruz, para poder presentarme ante Ti con los méritos de tu misma muerte. Ah, Jesús mío, ábreme el Cielo y ven a mi encuentro a recibirme con aquel Amor con que te recibió el Padre, cuando Tú diste en la Cruz tu último respiro. Después introdúceme en tus brazos y yo te besaré y me saciaré de Ti eternamente. Mamá mía, Ángeles y Santos, venid a asistirme como asististeis a la muerte de Jesús. Ayudadme, defendedme y llevadme al Cielo. Así sea.
41. Bendición en la Divina Voluntad.
(De los escritos de Luisa, Vol. 14º, 06.07.1922, y Vol. 12º, 28.11.1920, adaptados).
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
(Nombre)…, te bendigo con la misma bendición con que Jesús bendijo a su Madre antes de empezar su Pasión. Por tanto, por mediación e intercesión de la Santísima siempre Virgen María, Madre y Reina de la Divina Voluntad, te bendigo para imprimir en ti el triple sello de las Tres Divinas Personas, para que resurjas de tu decaimiento y vivas en el Divino Querer. Esta bendición, en el nombre del Padre ✝ comunique e imprima en tu voluntad su Potencia, haciéndola de nuevo soberana de todo; en el nombre del Hijo Jesucristo ✝ comunique e imprima en tu inteligencia su Sabiduría; y en el nombre del Espíritu Santo ✝ comunique e imprima en tu memoria su Amor.
Que las fuerzas del alma y del cuerpo vuelvan a ti. Que seas sanado de toda enfermedad espiritual y corporal, y tu alma reciba la riqueza y la belleza de todo bien y virtud. Y para rodearte de defensa contra el demonio, el mundo y la carne, con Jesús bendigo todas las cosas que Él ha creado, para que tú las recibas bendecidas todas por Él. Te bendigo la luz ✝, el aire, el agua, el fuego, el alimento, todo, para que quedes como sumergido y cubierto con estas bendiciones…
Junto con Jesús te bendigo el corazón ✝, la mente, los ojos, los oídos, la nariz, la boca, las manos, los pies, el cuerpo, las entrañas, el respiro, el movimiento, todo.
Te bendigo ¡para ayudarte, te bendigo para defenderte, te bendigo para perdonarte, te bendigo para liberarte de todo mal, te bendigo para consolarte, te bendigo para que seas santo.
Te bendigo, por tanto, en el nombre del Padre ✝ y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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TERCERA PARTE
LA ORACIÓN DE LUISA
o sea, la oración en la Divina Voluntad (“EL RECORRIDO DEL ALMA EN LA DIVINA VOLUNTAD”)
“Examina todas las vidas de Santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer obrando en la criatura y la criatura obrando en el Mío. Todo lo más encontrarás la resignación, la unión de los quereres, pero el Querer Divino obrando en ella y ella en el Mío, en ninguno lo hallarás. Eso significa que aún no había llegado el tiempo en que mi bondad iba a llamar a la criatura a que viviera en este estado sublime. Igualmente, el mismo modo como te hago orar no se encuentra en ningún otro”.
Así le dice el Señor a Luisa (Vol. 14, 06-10-1922).
¿Qué oraciónes ésta? ¿Cuál es este modo?
¿De qué manera puede ser una realidad y no una ilusión, o bien reducirse a un simple ejercicio de piedad? ¿En qué realidad espiritual se apoya? ¿Cómo puede ser auténtica?
¿Cuál es su origen y cuál es su finalidad?
¿Qué precedentes puede tener en la historia sagrada, o sea, en la Divina Revelación y en la experiencia espiritual de la Iglesia?
¿QUÉ ORACIÓN ES ÉSTA? ¿CUÁL ES ESTE MODO?
Hay que decir, ante todo, que el testimonio de Luisa en sus escritos y las enseñanzas que le da el Señor no sólo son para ella, sino para nosotros, para todos. Leyendo con orden sus escritos nos damos cuenta de que se va pasando gradualmente de ese modo común de hacer oración a un modo nuevo de orar. Ese nuevo modo de orar corresponde en realidad a un espíritu nuevo, a una experiencia nueva de Dios, a una nueva relación con Dios: ya no es la de los siervos con su Señor, sino la de los hijos, mejor dicho, la del mismo Hijo Jesucristo con el Padre.
Desde luego tenemos que orar, sí, pero no se trata tanto de rezar o decir oraciones, como que nuestro ser y nuestra vida se convierta en oración, relación viva de amor con las Tres Divinas Personas.
La primera relación que tenemos que descubrir o experimentar es con Jesús, con su adorable Humanidad, que nos resulta más accesible. Después, la relación con el Padre Celestial podremos vivirla solamente si vivimos en la persona de Jesucristo, por medio de Él…
Algunos se extrañan de que aparentemente el Espíritu Santo sea poco mencionado en los escritos de Luisa; alguien lo explica diciendo que bajo la palabra “Divino Querer” en realidad está la tercera Persona Divina, y es probable, pero la verdadera explicación creo que sea porque el Espíritu Santo constituye la relación de Amor y de Vida entre el Padre y el Hijo, y por lo tanto entre el Padre y nosotros y el Hijo y nosotros.
Recorramos el itinerario de Luisa. Ya desde sus primeros escritos Jesús le dice que quiere “uniformarla” por completo a Él:
“Hija mía, esta mañana quiero UNIFORMARTE POR COMPLETO A MÍ. Quiero que pienses con mi misma mente, que mires con mis propios ojos, que escuches con mis propios oídos, que hables con mi misma lengua, que obres con mis mismas manos, que camines con mis mismos pies y que Me ames con mi mismo Corazón” (Vol. 2º, 12.08.1899).
Es la primera vez que dice en sus escritos que Jesús quiere “UNIFORMARLA” a Sí mismo: ella más adelante lo llama “FUNDIRSE en Jesús”, en su Santísima Humanidad. Es lo que expresa la oración de “la llamada a la Divina Voluntad en todas nuestras acciones” (“Jesús, Te amo: ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente… ” etc.). De esa forma Luisa ha llegado a ser oración, la oración se ha vuelto su misma naturaleza. Veremos como la oración, de ser una tarea que cumplir, se convierte en una vida que vivir. ¿Qué vida? ¡La misma Vida interior de Jesucristo! Al principio es orar (dejemos ya la palabra “rezar”) con Jesús, por ejemplo haciendo con Él diferentes actos de reparación o de alabanzas, contemplando cómo Él ora. (Así, el 05.01.1901).
Podríamos citar tantos ejemplos, en los que Luisa sigue un esquema habitual: recorre las facultades, los sentidos y los miembros del hombre. A este esquema se añade otro: el de la intención de adorar, alabar, dar las gracias, ofrecer reparación, amar, etc. al Señor… Más adelante se añade un tercer esquema: el de recorrer toda clase de ofensas que recibe el Señor, de deudas de parte de las criaturas, para ofrecerle los actos contrarios y satisfacer así a la Justicia.
Es significativo lo que dice el 2 de Agosto de 1902 (Vol. 4º):
“… La Divinidad dirigía en todo a la Humanidad de Jesús y, pudiendo hacer en un solo instante todos los actos que quiere hacer a lo largo de toda la vida, y puesto que en la Humanidad de Jesucristo actuaba su Divinidad, claramente comprendía que Jesús bendito durante toda su vida rehacía, por todos en general y por cada uno en particular, todo lo que cada uno tiene que hacer respecto a Dios. De manera que adoraba a Dios por cada uno en particular, daba las gracias, ofrecía reparación, daba gloria por cada uno, alababa, sufría, pedía por cada uno; por lo tanto comprendía que todo lo que cada uno debe hacer ha sido hecho ya antes por el Corazón de Jesús”.
Donde mejor se ve ésto es en “LAS HORAS DE LA PASIÓN”. Esta continua oración contemplativa de la Pasión del Señor, Luisa la hacía habitualmente, o sea, continuamente, como su vida, desde hacía mucho tiempo, tal vez desde los 17 años (después de la “Novena de la Santa Navidad”, según un cuaderno que existe —no original suyo— que reproduce con otro estilo diferente su Primer Volumen). Treinta y tres años más tarde, San Aníbal María di Francia le pidió a Luisa que la pusiera por escrito.
No se trata de una narración de la Pasión, sino de una contemplación amorosa, a través de los ojos de Luisa, la Esposa, para unirnos y tomar parte como ella a lo que ve que Jesús hacía interiormente. Se trata de una palestra para entrenarse a hacer lo mismo que Jesús. Es copiar, mejor dicho, es reproducir en nosotros, renovar en nosotros la Vida interior de Jesús, a partir de la participación en sus diferentes actos interiores hechos en la inmensidad de la Voluntad del Padre (que es también suya por naturaleza).
Nos hallamos ante un anuncio fundamental. El Señor habla de una novedad hasta en la oración. Si hay una novedad quiere decir que hay también una diferencia.
¿Qué diferencia hay entre hablar sin micrófono y hablar con el micrófono? Jesús habló a grandes multitudes, a 5.000 hombres, a parte mujeres y niños, sin micrófono, y todos Le oían muy bien cada vez. ¿Cómo se explica este milagro? Porque en realidad Jesús hablaba siempre con el “micrófono” de su inmensa Voluntad Divina…
La diferencia está entre hablar, orar, hacer las cosas con nuestra pequeña voluntad humana o hacer todo mediante la Voluntad Divina, donde todo se hace Divino, infinito, eterno.
El Señor nos está ofreciendo ahora “el micrófono” de su Adorable Voluntad, para que al encenderlo con nuestra intención todas las veces que queramos, nuestra débil voz adquiera características divinas, se vuelva infinita, eterna, omnipotente y resuene en el Cielo y en la tierra, en todo el Universo, en todos los tiempos, en todas las criaturas, en cada pensamiento y latido, en cada soplo de vida, en cada acto de existencia, en cada palabra y en cada paso. “Los altavoces” se encuentran por todas partes, en la tierra, pero también en el Purgatorio, también en el Cielo. ¡Hasta en el mismo Corazón de la Santísima Trinidad! “La instalación” ya existe, es el conjunto de todas las obras de Dios: la inmensa obra maravillosa del Padre, la Creación; la incalculable obra de Jesucristo, la Redención; la misteriosísima obra que el Espíritu Santificador lleva a cabo en las almas para formar en ellas la Vida misma de Jesús, preparando así el Reino de Dios. La infinita potencia del Querer Divino, superior a la luz y a la electricidad, que son su imagen, lleva nuestro pequeñísimo acto de amor, de adoración, de gratitud, etc. por todas partes, ¡amplificado hasta el infinito con la Voz misma de Dios!
Oigamos cómo lo dice Él mismo:
“Hija mía, la oración es música para mi oído, especialmente cuando un alma se ha uniformado del todo a mi Voluntad, de manera que en todo su interior no se nota más que un continuo acto de vida de Voluntad Divina. Esta alma es como si fuera otro Dios que Me tocara esa música. Oh, qué agradable es hallar quien Me corresponde a la par, que puede rendirme honores Divinos. Sólo quien vive en mi Querer puede llegar a tanto, pues todas las demás almas, aunque hagan y recen mucho, serán siempre cosas y oraciones humanas, no divinas; por lo tanto no tendrán ese poder y ese atractivo a mi oído” (Vol. 6º, 06.01.1906).
Jesús llega incluso a ponerse a orar en voz alta, dentro de Luisa, diciendo todo lo que ella debía decir (Vol. 9º, 24.07.1909). Es decir, que el Señor quiere que ore con Él, como Él, en Su Querer, con sus mismas intenciones, reparaciones y amor (Vol. 11º, 06.09.1913): “Hija mía, ¿quieres amarme de veras? Di: «Jesús, Te amo con tu Voluntad»; y como mi Voluntad llena el Cielo y la tierra, tu amor Me rodeará por todas partes y tu plegaria «TE AMO» resonará en lo alto de los Cielos y en lo profundo de los abismos. Igualmente, si quieres decirme «TE ADORO, TE BENDIGO, TE ALABO, TE DOY LAS GRACIAS», lo dirás unida a mi Voluntad y llenarás Cielos y tierra de adoraciones, de bendiciones, de alabanzas, de acción de gracias, en mi Voluntad. Estas cosas son sencillas, fáciles e inmensas”. (Vol. 11º,02.10.1913),
La oración hecha con Jesús y con Su Voluntad se extiende a todos (25.09.1914), y nos invita a orar con oración universal, en Su Voluntad, como Él, como otra Humanidad suya.
¿Qué quiere decir “oración universal”?
“Hija mía, ora, pero hazlo como lo hago Yo, es decir, arrójate toda en mi Voluntad y en Ella encontrarás a Dios y a todas las criaturas; las darás a Dios como si fueran una sola criatura, pues el Querer Divino es el Dueño de todos, poniendo a los pies de la Divinidad todos los actos buenos, para darle honor, y los malos para repararlos con la santidad, potencia e inmensidad de la Divina Voluntad, de la cual nada puede salirse. Esa fue la vida de mi Humanidad en la tierra. Por más que fuera santa, tuve necesidad de este Querer Divino para dar completa satisfacción al Padre y redimir a todas las generaciones humanas, ya que sólo en este Querer Divino Yo hallaba todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, y todos sus pensamientos, palabras, obras, etc. como en acto. Y en este Santo Querer, sin que nada se Me escapara, Yo tomaba todos los pensamientos en mi Mente y por cada uno en particular Yo Me presentaba ante la Suprema Majestad y los reparaba, y en esa misma Voluntad bajaba a la mente de cada criatura, dándoles el bien que había obtenido para sus inteligencias. En mis miradas tomaba los ojos de todas las criaturas, en mi voz sus palabras (…) Esa fue toda la vida de mi Humanidad sobre la tierra, desde el primer instante de mi Encarnación hasta mi último respiro, para continuarla en el Cielo y en el Santísimo Sacramento. Ahora, ¿por qué no puedes hacerlo también tú? Para el que Me ama todo es posible, unido a Mí. Orando en mi Voluntad, lleva ante la Divina Majestad los pensamientos de todos en tus pensamientos; lleva en tus ojos las miradas de todos, en tus palabras, en tus movimientos, en tus afectos, en tus deseos lleva los de tus hermanos, para repararlos, para obtener para ellos luz, gracia, amor. En mi Querer te encontrarás en Mí y en todos, vivirás mi Vida, orarás conmigo; y el Divino Padre estará contento y todo el Cielo dirá: «¿Pero quién nos llama desde la tierra? ¿Quién es, que quiere abrazar en sí este Santo Querer, abrazándonos a la vez a todos nosotros?» ¡Y cuánto bien puede obtener la tierra, haciendo que el Cielo baje a la tierra!” (03.05.1916).
Sólo entrando en el Querer Divino, revestidos de Jesús, podemos ofrecer por todos y en cada cosa reparaciones completas, acción de gracias y amor:
“Hija mía, derrámate en mi Querer para ofrecerme reparaciones completas. Mi Amor siente una irresistible necesidad; ante tantas ofensas de las criaturas quiere por lo menos una que, poniéndose entre ellas y Yo, Me dé reparaciones completas y amor por todos y que de Mí obtenga gracias para todos. Y eso lo puedes hacer sólo en mi Querer, en donde Me encontrarás a Mí y a todas las criaturas. Oh, ¡con qué ansia estoy esperando que entres en mi Querer, para poder hallar en ti las complacencias y las reparaciones de todos! Sólo en mi Querer hallarás todas las cosas en acto, porque Yo soy el motor, actor y espectador de todo”.
Mientras así decía, me he derramado en Su Querer, ¿pero quién podrá decir lo que yo veía? Me hallaba en contacto con cada pensamiento de las criaturas, cuya vida venía de Dios; en contacto con cada pensamiento y yo, en Su Querer, me multiplicaba en cada uno y con la Santidad de Su Querer reparaba todo, decía «gracias» por todos y daba amor por todos; así me multiplicaba en las miradas, en las palabras y en todo lo demás… ¿Pero quién puede decir cómo ocurría? Me faltan las palabras y, tal vez, balbucearían las mismas lenguas de los ángeles…” (Vol. 11º, 15.06.1916)
“¿Pero quién puede decir cómo ocurría?”
Está claro que a este milagro no se llega con la razón, sino sólo con la fe. Que se llega cuando se quitan los obstáculos que produce la propia voluntad. Y que se llega sólo con la sencillez, sólo por amor, mediante la intención.
Está claro además que estas cosas, o se aceptan con la fe, con todas sus consecuencias, o se rechazan, con todas las consecuencias… Por lo tanto, si por gracia de Dios reconocemos que es Jesucristo quien habla, ya no hay nada que discutir, sino que Él espera nuestra respuesta personal.
“Ven a mi Voluntad para hacer lo que hago Yo y en mi Querer podrás correr en favor de todas las criaturas”.
Luisa, a estas alturas, es invitada a hacer lo que hacía Jesús en Su Querer (Vol. 12º, 25.07.1917). ¿Y qué hacía? Su Humanidad no descansó y hasta durmiendo obraba sin cesar e intensamente, teniendo que dar la vida a todos y a todo y que rehacer todo en Sí mismo.
“Ahora, queriendo que estés conmigo en mi Querer, quiero tu acto continuo” (28.12.1917).
“Hija mía, ¡qué dulce es para Mí ver y oír al alma en mi Querer! Sin que ella se dé cuenta se halla en las alturas de mis actos, de mis plegarias, del modo como Yo obraba estando en la tierra; se pone casi a mi nivel. En mis pequeños actos Yo encerraba a todas las criaturas pasadas, presentes y futuras, para ofrecer al Padre actos completos en nombre de todas. (…) Por eso en la inmensidad de mi Querer, de mi Amor y de mi Poder lo hice todo y por todos. Por lo tanto, ¿cómo podrían gustarme las demás cosas, por más que sean bellas, fuera de mi Querer? Son siempre actos bajos, humanos y determinados, mientras que los actos en mi Querer son nobles, Divinos, sin límites, infinitos, como lo es mi Querer; son semejantes a los míos y Yo les doy el mismo valor, amor y poder de mis mismos actos, los multiplico en todos, los extiendo a todas las generaciones, a todos los tiempos. ¿Qué Me importa que sean pequeños? Se trata siempre de mis actos repetidos y basta”. (Vol. 12º, 06.12.1917).
“Sin que ella se dé cuenta”: Desde luego, yo no entiendo, por ejemplo, de electricidad ni de instalaciones; tampoco tengo idea de cómo funciona la red “Internet”, y menos aún la he creado yo, pero lo que sé es que, teniendo una “computadora” y encendiéndola simplemente con un dedo, puedo comunicarme a la central y por tanto a todas las “computadoras” del Universo…
Esta es otra moderna imagen de lo que el Señor ha manifestado a Luisa:
La “computadora” central, de potencia infinita, es la Divina Voluntad;
mi “computadora personal” es mi voluntad;
la energía que puede conectarlas, como electricidad, para que todas las pequeñas “computadoras” funcionen con unanimidad y tengan acceso a todas las incalculables riquezas de la Central, equivale al Divino Querer…, mientras que mi querer humano es tan débil que no me permite conectarme; es sólo como mi dedo, con el que puedo apretar la tecla y conectarla: es mi intención.
Luisa dice a Jesús: “Jesús, Te amo, pero mi amor es pequeño; por eso Te amo en tu Amor, para que sea grande. Quiero adorarte con tus adoraciones, orar en tus plegarias, darte las gracias en tu agradecimiento”.
Y Él le contesta: “Hija mía, con poner tu amor en el Mío para amarme, el tuyo ha quedado fijado en el Mío, se ha alargado y ensanchado en el Mío y Me he sentido amado como Yo quisiera que la criatura Me amase. Y en el acto en que adorabas en mis adoraciones, que pedías, que dabas las gracias, así quedaba todo fijado en Mí y sentía que Me adorabas, Me pedías, Me dabas las gracias con mis adoraciones, plegarias y acción de gracias. Ah, hija mía, hace falta un gran abandono en Mí, y cuando el alma se abandona en Mí, así Yo Me abandono en ella y, llenándola de Mí, Yo mismo hago lo que ella debe hacer por Mí”. (Vol. 12º, 04.07.1918).
“Hace falta un gran abandono”: Confiar en el Señor con la sencillez y la confianza de un niño y no poner el propio “saber hacer”: ya es hora de que el alma (como la Iglesia) no sea como una barca que avanza a fuerza de remos, sino como un velero, que despliega la vela para que el viento del Espíritu la llene y lo lleve a donde quiera…:
“Hija querida, fruto de mi Vida, ven en mi Voluntad, ven a ver cuánto hay que sustituir con tantos actos míos, suspendidos todavía, no sustituidos por parte de las criaturas. Mi Voluntad tiene que ser en ti como la primera rueda del reloj: si se mueve, todas las otras ruedecitas funcionan y el reloj marca las horas y los minutos, de manera que el ir todo de acuerdo está en el movimiento de la primera rueda, pero si ella no se mueve, todo se detiene. Así, la primera rueda en ti ha de ser mi Voluntad, que debe dar movimiento a tus pensamientos, a tu corazón, a tus deseos, a todo. Y al ser mi Voluntad la rueda central de mi Ser, de la Creación y de todo, tu movimiento, saliendo de este centro, sustituirá a tantos actos de las criaturas y, multiplicándose en todo lo que hacen como movimiento central, vendrá a poner ante mi Trono de parte de las criaturas sus actos, sustituyéndolos a todos. Por eso, pon atención; tu misión es grande y toda divina”. (Vol. 12º, 04.02.1919).
Es la primera vez que Jesús concluye diciendo a Luisa: “Por éso pon atención”, porque en el desarrollo de esta Vida Divina ha llegado el tiempo de empezar a hacer en el Querer Divino los actos por todos, como los hace Él mismo. Eso quiere decir que, si para FUNDIRSE en Jesús o en Su Voluntad, es necesaria la intención (y la intención no es perezosa ni pasiva), para OBRAR con Él y como Él en la Divina Voluntad hace también falta la atención. “Levántate y anda”: para lo primero hace falta la intención, para lo segundo la atención.
Jesús mismo sugiere las palabras que conviene decir y los actos que hay que hacer en nombre de todos en la Divina Voluntad. Si la oración es auténtica, probablemente repite los mismos esquemas, pero a la vez será siempre nueva, recorrerá nuevos senderos, con nuevos actos y nuevos impulsos de amor: una fuente viva que mana sin cesar. Estar atentos, por lo tanto, ¿a qué? A todo lo que el Señor sugiere a nuestro espíritu para hacerlo:
“Por eso estoy preparando la Era del vivir en mi Querer, y lo que no han hecho ni harán las generaciones pasadas, en esta Era de mi Voluntad los buenos completarán el amor, la gloria, el honor de toda la Creación, dándoles gracias sorprendentes e inauditas. Por eso te llamo a ti en mi Querer y te sugiero al oído: “Jesús, pongo a tus pies la adoración, la sumisión de toda la familia humana; pongo en tu Corazón el beso de todos; pongo en tus labios mi beso para sellar el beso de todas las generaciones; Te estrecho en mis brazos, para abrazarte con los brazos de todos y darte la gloria de todos y las obras de todas las criaturas”… ¿Y cómo no habría de darte a ti el amor, los besos, las gracias que debería dar a los demás?” (Vol. 12º, 22.05.1919).
“Yo no sé cómo, me he encontrado en la inmensidad del Querer Divino, en brazos de Jesús, y Él, como en voz baja, decía, y yo lo iba repitiendo con Él (…) Recuerdo que en el Querer de Jesús veía todos sus pensamientos, todo el bien que nos había hecho con su Inteligencia y cómo de su Mente recibían vida todas las inteligencias humanas. Pero, oh Dios, ¡qué abusos cometían, cuántas ofensas! Y yo decía: —“Jesús, en tu Querer multiplico mis pensamientos, para dar a cada pensamiento tuyo el beso de un pensamiento Divino, una adoración, una gratitud hacia Ti, una reparación, un amor del pensamiento Divino, como si lo hiciera otro Jesús; y eso en nombre de todos y por todos los pensamientos humanos pasados, presentes y futuros, con la intención de suplir incluso la inteligencia de las mismas almas perdidas. Quiero que la gloria de parte de todas las criaturas sea completa y que ninguna falte a la llamada, y lo que no hacen ellas lo hago yo en tu Querer, para darte gloria divina y completa”…etc. (Vol. 12º, 07.04.1919).
Innumerables y siempre nuevas son las oraciones en los escritos de Luisa: vemos como la oración ha llegado a ser su propia naturaleza.
Así ha de ser en nosotros:
“Hija mía, a medida que el alma hace sus actos en mi Voluntad, así van quedando confirmados. Es decir, que si ora en mi Voluntad, quedando su oración confirmada en Ella, recibe la vida de la oración, de manera que ya no necesitará esforzarse en orar, sino que se sentirá espontáneamente dispuesta a la oración, porque al quedar confirmada en la oración sentirá que tiene la fuente de la vida de la oración, lo mismo que sus ojos no hacen ningún esfuerzo para ver, sino que naturalmente mira las cosas, se complace y goza de ello, porque tiene la vida de la luz en los ojos; pero un ojo enfermo, ¡cuántos esfuerzos, cuánta fatiga para ver!” (Vol. 12º, 21.09.1920).
Un error monumental sería hacer como un pobre campesino que nunca había visto un coche y un día le regalaron uno. Él, todo contento, lo tenía limpio y le sacaba brillo, y viendo que tenía ruedas se le ocurrió pasearlo por el pueblo, empujándolo muy ufano… Sí, es verdad que lo hacía pasear y que daba sus vueltas, ¿pero de qué servían, sino para cansarse y al final para abandonar su cochecito como inútil, al no haber entendido nada? Sería como el error de alguien que, queriendo pilotar un avión, se esforzara en pilotarlo como cuando se pedalea en bicicleta. No es por nada que Jesús ha dicho que “el Vino nuevo hay que ponerlo en cueros nuevos, pues al fermentar los viejos se revientan y el Vino se pierde”.
¿Pero podría funcionar el motor de ese coche o de ese avión y hacer sus giros o sus viajes antes de estar listo, de haber sido construido del todo, y de haberle puesto todo lo que le hace falta (agua, aceite, gasolina…)?
Por eso, en el itinerario espiritual de Luisa, siguiendo por orden sus escritos, se notan varias etapas. No hay ni un solo capítulo inútil o de más. Todo resulta armonioso, integrado en un único Proyecto. Primero el Señor ha formado “el motor”, poco a poco ha completado todos los preparativos necesarios para hacerlo funcionar y al final lo ha puesto en marcha, “haciéndolo girar”.
Haría falta otra conferencia para tratar de darnos una pequeña idea de lo que es la pedagogía divina en Luisa y el desarrollo del don del Divino Querer.
Basta considerar que al principio Jesús habla de “UNIFORMAR” Luisa a Él. Luego se pasa de “POSEERSE” a “REFLEJARSE” el uno en el otro. Después aclara aún más: quiere hacer de ella el perfecto ejemplo de “UNIFORMIDAD CON SU QUERER” (cfr. vol. 4”, 21.05.1900). Sigue luego explicándole que lo que ha hecho con ella —meter el corazón de Luisa en el Suyo— es para hacerla pasar del estado de “UNIÓN” al estado de “CONSUMACIÓN EN LA UNIDAD”, con todo lo que eso supone. Esa consumación de la voluntad humana en la Divina es para vivir en Ella, y en eso, el primer paso es la resignación.
Con todo ello, lo que Jesús quiere es hacer de la criatura “OTRA HUMANIDAD SUYA”. Por tanto, empieza a hablar de “FUNDIRSE en Jesús” y con Jesús “FUNDIRSE EN LA DIVINA VOLUNTAD”…
Llegamos así al Vol. 12º, cuando, por ejemplo, el 25 de Julio de 1917 Jesús le dice: “Ven a mi Voluntad para hacer lo que hago Yo”. Desde ese momento Luisa es invitada a “OBRAR O ACTUAR” como Jesús en Su Querer.
Luego, repitiendo los actos en el Querer Divino, Jesús quiere que el acto del alma sea continuo, de tal forma que ya no sean “actos”, sino “vida”.
El Señor sabe que le está proponiendo actuar de un modo sobrehumano, mejor dicho, Divino, y le dice: “Lo sé Yo también que no puedes hacer perfectamente lo que te digo, pero donde tú no llegas Yo te suplo; pero es necesario que te entrenes y que comprendas lo que tienes que hacer, para que, si no haces todo, hagas lo que puedas” (Vol. 12º, 22.02.1921).
El fin y el proyecto de Dios al crear al hombre —que en todo hiciera Su Voluntad— se lleva a cabo a lo largo de diferentes etapas para hacer que crezca: mediante los actos repetidos en la Divina Voluntad el Señor habría completado su Vida en el hombre y entonces, encontrándolo del todo semejante a Él, el Sol de la Divina Voluntad lo habría absorbido en Dios, como dos Soles que se vuelven uno, y lo habría llevado al Cielo. (03.04.1920).
Hacia el final del Vol. 12º, el 17 de Marzo de 1921, Jesús dice que hasta aquí Luisa ha tenido el oficio que tuvo la misma Humanidad de Jesús en la tierra, y que de ahora en adelante tendrá el de la Divina Voluntad en su Santísima Humanidad.
El 5 de Diciembre de 1921 (Vol. 13º) Jesús declara:
“El trabajo ya está hecho; ya no queda más que hacerlo conocer, para que no sólo tú, sino también los demás puedan tomar parte en estos grandes bienes”.
Eso significa que el don del Querer Divino se ha desarrollado en Luisa, formándola durante 32 años como otra Humanidad para Jesús, y que a estas alturas ella puede actuar como la Humanidad de Jesús.
Y poco más adelante, el 11 de Enero de 1922: “De ahora en adelante Yo daré a todos tus actos, hechos en mi Querer, el poder ser circulación de vida para todo el Cuerpo Místico de la Iglesia. Como la sangre que circula en el cuerpo humano, tus actos, extendiéndose en la inmensidad de mi Querer, se extenderán sobre todos y como piel cubrirán a esos miembros, dándoles el debido crecimiento”.
El 20 de Enero de 1922 Jesús empieza a decirle a Luisa cómo tiene que hacer que todos sus actos, pensamientos, palabras, obras, etc., SE PASEEN en Su Querer: “Tu camino es larguísimo, has de recorrer toda la Eternidad”.
Y de nuevo el 2 de Febrero de 1922. La Humanidad de Jesús está formada perfectamente en Luisa y, pasado ese período, va a empezar otro nuevo; ha llegado la hora de actuar: “Por ahora la grabación (o incisión) la he hecho, el sello lo he puesto; después veré cómo desarrollar lo que he hecho”.
¿Y cuál es el fin de todo ese largo itinerario espiritual, de toda esa actividad divina del alma?
“Hija mía, elévate, elévate aún más, pero tanto, que has de llegar hasta el seno de la Divinidad; entre las Divinas Personas ha de estar tu vida. Ves, para hacer que llegaras a eso he formado mi Vida en ti, he metido mi Querer eterno en lo que haces y corre de un modo maravilloso y sorprendente. Mi Quereres el que obra en ti en un continuo acto inmediato. Ahora, tras haber formado mi Vida en ti, con mi Querer que obra en ti, en tus actos, tu querer ha quedado empapado, transvasado en el Mío, de manera que mi Querer tiene una Vida en la tierra. Ahora es necesario que te eleves y lleves contigo mi Vida, mi Querer…, para que después bajes otra vez a la tierra llevando la potencia y los prodigios de mi Querer… ESO SERÁ EL COMIENZO DE LA VENIDA DE MI REINO EN LA TIERRA y de que mi Querer tenga su último cumplimiento” (Vol. 14º, 10.07.1922)
“Toda mi intención sobre ti no era la santidad humana, aunque era necesario que antes hiciera las cosas pequeñas en ti, y por eso tanto me complacía. Ahora, habiéndote hecho pasar adelante y teniendo que hacer que vivas en mi Querer, viendo que tu pequeñez, tu átomo, abraza la Inmensidad para darme por todos y por cada uno amor y gloria, para devolverme todos los derechos de toda la Creación, es algo que Me gusta tanto, que todo lo demás ya no Me interesa” (Vol. 14º, 06.06.1922)
“Es la única voluntad Nuestra que Nos queda respecto a la Creación, que Nuestra Voluntad actúe en la criatura como actúa en Nosotros. Nuestro Amor quiere sacar de nuestro seno nuestra Voluntad, para depositarla en la criatura, pero va buscando alguien que esté dispuesto, que La conozca y aprecie y que engendre en sí lo que engendra en Nosotros. Es el por qué de tantas gracias, de tantas manifestaciones sobre mi Voluntad; es la santidad de mi Querer que lo exige, que antes de ser puesta en el alma, ha de ser conocida, amada y respetada, que pueda desarrollar en ella toda su capacidad y potencia y sea acompañada por nuestras mismas gracias”. (Vol. 14º, 14.07.1922)
Jesús empieza a hablar de “hacer girar” los actos hechos en Su Querer o “dar vueltas” en la rueda interminable de la Eternidad, para que sean vida, luz y calor de todos, y le dice:
“No has dicho cuántas vueltas la ruedecita de tu voluntad da en la gran rueda de la Eternidad”.
Y yo: “¿Cómo voy a poder decirlo, si no lo sé?” Y Él: “Con entrar el alma en mi Voluntad, aun con una simple adhesión, con un acto de abandono, Yo le doy la cuerda para hacer que gire. ¿Y sabes cuántas vueltas gira? Gira por todas las inteligencias que piensan, por todas las miradas de las criaturas, por cuantas palabras dicen, por cuantas acciones y pasos hacen. Giran en cada acto Divino, en cada impulso, en cada gracia que baja del Cielo… En una palabra, en todo lo que se hace en el Cielo y en la tierra, forman su recorrido. Los giros de estas ruedecillas son veloces, rápidos, de manera que ni ellas mismas pueden calcularlos, pero Yo los cuento todos; lo primero, para recibir la gloria, el amor eterno que Me dan, y luego para derramar todo el bien eterno, para darles la capacidad de rebasar todo, para que puedan abrazar a todos y se hagan corona de todo”. (Ultimo capítulo del Vol. 13º, del 4 de Febrero de 1922).
Resumiendo: en la relación entre el alma y Dios, primero se habla de “llamar a la Divina Voluntad en todas nuestras acciones”, de “fundirse en Jesús”; después se pasa a “entrar en el Divino Querer”, a “obrar en Él”, a “vivir en Él”; por último es el “girar” en la gran rueda de la Eternidad, para tomar parte en todas las Obras Divinas y en la misma Vida de Dios, para acompañarlo, dándole todos los homenajes y el amor que Le son debidos de parte de todas las criaturas.
A partir del Vol. 14º (en 1922, ¡cuando Luisa ya tenía unos 57 años!) su oración toma cada vez más este modo, con giros cada vez más amplios y veloces. Esto se nota sobre todo en los volúmenes 16º y 17º, en que escribe incluso dos largos capítulos (el 10 y el 17 de Mayo de 1925), en los que explica por orden del Confesor algo de lo que le pasa cuando ella “se funde” en el Divino Querer, qué es lo que hace para reconciliar y reunir la Voluntad Divina y la voluntad humana: por todos adora, bendice, da gracias a Dios y Le ofrece reparación y gloria; cómo da a Dios en todo y en todas las cosas un acto de amor; cómo por todos los pecados del mundo y en todo lo creado se duele y grita: “¡Perdón!”, y cómo acompaña a la Divina Voluntad para llevar su Vida y su Amor a todos… En una palabra, cómo da correspondencia de amor y gloria a las Tres Divinas Personas por ese Amor y Gloria que han manifestado en sus obras (Creación, Redención y Santificación).
En la Divina Voluntad, el alma debe recorrer el largo camino de los siglos y todas las generaciones para llegar con ellas a su principio, a Dios, a aquel punto de la Eternidad en que creó al hombre; así debe dar a Dios todo lo que los demás Le deben, y recibir de Dios todo lo que Él quería dar a todos. (Vol. 15º, 08.05.1923)
De ese período es un escrito de Luisa, en que hace referencia a esos capítulos del Volumen 17º. Se trata del “MODO PRÁCTICO Y EFICACÍSIMO PARA HACER LOS GIROS DE LA SANTÍSIMA VOLUNTAD DE DIOS, PARA PEDIR EL REINO DEL FIAT DIVINO SOBRE LA TIERRA”. Se le conoce como “Los Giros” o “El Paseo del alma en la Divina Voluntad”. Fue publicado por primera vez por el Confesor de Luisa, Don Benedetto Calvi, como apéndice de la tercera edición de “La Reina del Cielo”, en 1937.
Ahora ya podemos responder brevemente a nuestras preguntas iniciales:
¿Qué oración es ésta? Es la misma oración de Jesús, continuada y vivida por el alma.
¿Cuál es este modo? El modo Divino, infinito, eterno y universal, propio del Querer de Dios.
¿De qué forma puede ser una realidad y no una ilusión, o bien reducirse a un simple ejercicio de piedad? ¿Cuál es la realidad espiritual en que se apoya? ¿Cómo puede ser auténtica? Será auténtica, efectiva, en la medida que el alma se despoja de su propia voluntad y, por medio de la intención y de la atención, la Divina Voluntad llega a ser su vida y ella “vive en la Divina Voluntad”, según la enseñanza de Nuestro Señor a Luisa. Se posee algo en la medida que se conoce.
¿Qué precedentes puede tener este modo de orar en la historia sagrada, es decir, en la Divina Revelación y en la experiencia espiritual de la Iglesia? Sin duda un precedente profético es “el Cántico de los Tres Jóvenes”, los compañeros de Daniel, en el horno ardiente, haciendo que todas las criaturas bendigan al Señor, así como lo son muchos salmos de alabanza a Dios y “el Cántico de las criaturas” de San Francisco. Como también es un singular precedente profético la conquista de Jericó por parte de Josué: durante seis días el pueblo de Dios dio una vuelta (“el giro”) en torno a la ciudad, precedido por “el Arca de la Alianza”, y el séptimo día realizó siete “vueltas” antes de lanzar el grito de guerra y de victoria.
¿Cuáles su origen y su finalidad? Su origen está en el maravilloso Proyecto eterno de Dios, según el cual el hombre fue creado para ser hijo de Dios, sacerdote y rey de todo lo creado. La finalidad es que el hombre, en Cristo, mediante la adoración, la gloria, el agradecimiento y el amor, haga que regrese a Dios todo lo que Dios hizo que saliera de Él por amor al hombre: sólo entonces podrá declararse completada y acabada la Obra de Dios. Sólo entonces podrá venir el fin de la Historia, y el Mundo habrá cumplido su tiempo y su finalidad, su fin.
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Fuente
• Señor, enséñanos a Orar. Padre Pablo Martín Sanguiao.
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