Vivir en la Divina Voluntad
A continuación se presenta un pequeño catecismo sobre la Divina Voluntad, destinado a quienes desean conocer las enseñanzas de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”, para una formación fundamental en la fe y como guía para la vida.
1. Las primeras preguntas sobre el Don de Dios
- ¿Qué somos nosotros?
“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.” (1ª Jn 3,1-3)
- ¿Qué es lo que anunciaba San Juan diciendo eso?
Que todavía tenía que ser revelada la Divina Voluntad en cuanto vida interior de Jesús, o sea, el “vivir en la Divina Voluntad”, para que sea nuestra vida, siguiendo el ejemplo y la doctrina espiritual de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, mediante la cual en este tiempo histórico ha querido manifestarla.
- Entonces, ¿Qué es “Vivir en la Divina Voluntad”?
Es tener como vida propia la misma Voluntad de Dios, como se conoce mediante los Escritos de Luisa Piccarreta. Esa fue la vida interior de Nuestro Señor Jesucristo y de María Santísima, Madre suya y nuestra.
- ¿Quién es Luisa Piccarreta?
La Sierva de Dios, Luisa Piccarreta, “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”, es la criatura que el Señor ha escogido para dar comienzo en ella al cumplimiento de su ideal, de su Decreto eterno, y para hacer que se conozca en la Iglesia y en el mundo entero: que su Querer Divino sea en el hombre lo que es en Dios: su Vida, su Felicidad, la Fuente de la que brotan todas sus obras.
Luisa nació en Corato (Bari, Italia) el 23 de Abril de 1865; allí vivió siempre y allí murió el 4 de Marzo de 1947. La gente la recuerda todavía como “Luisa la Santa”. Su Causa de beatificación fue abierta en 1994. Muchos son sus testigos (entre ellos muchos sacerdotes y obispos, un cardenal e incluso un santo canonizado, San Aníbal Maria Di Francia, quien la visitó durante 17 años, siendo el censor eclesiástico de sus escritos). Siempre estuvo sometida a la autoridad de sus Confesores, santos sacerdotes encargados por la Iglesia. Pero el principal testigo de Luisa es ella misma, en sus escritos, en los que cuenta su vida y su misión.
- ¿Qué ha escrito Luisa? ¿Cuáles son sus escritos?
Luisa no era una persona instruida, había ido a la escuela sólo uno o tal vez dos años; pero por obediencia a sus Confesores tuvo que escribir todo lo que ella vivía de un modo extraordinario. Así escribió 36 gruesos cuadernos o Volúmenes en forma de diario, que Jesús ha escrito -dice Él- “con su dedo de luz en el fondo de su alma”, y luego Luisa ha escrito en el papel.
Esos escritos maravillosos han sido titulados por su Autor, que es el Señor: “El Reino de mi Divina Voluntad en la criatura -Libro de Cielo- El llamado a la criatura al orden, a su puesto y a la finalidad para la que fue creada por Dios”.
San Aníbal fue nombrado Censor de los escritos de Luisa, examinó esos Volúmenes (él conoció los primeros 19) y les dió el “Nihil Obstat”; y luego el Arzobispo les dió su “Imprimatur”.
Luisa escribió también “Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, “Los giros del alma en la Divina Voluntad” y “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”.
Además escribió un cuaderno de “Memorias de su infancia”, para completar el primer Volumen; ha escrito muchas oraciones y novenas, así como muchas cartas.
- En pocas palabras, ¿Cuál es el mensaje de Luisa?
Luisa puede decir las palabras del Señor: «Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiere hacer la voluntad de Dios conocerá si esta enseñanza es de Dios o si yo hablo por mi cuenta.» (Jn 7,16-17). Y también estas otras que Jesús dijo a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». (Juan 4,10).
¿Y cuál es el don de Dios? No es un don cualquiera, no es ni siquiera una cosa espiritual, sino su misma Voluntad Divina omnipotente, eterna, santísima. Cumplir los Mandamientos, hacer lo que Dios quiere, aceptar resignados y con paz lo que Dios permite o dispone, todo eso es necesario para salvarnos, pero es demasiado poco para su Amor.
Un canto popular dice: “Dios se hizo como nosotros – para hacernos como Él”. Dios quiere que seamos como Él, a Su semejanza. Dios quiere que vivamos con Él en perfecta comunión de vida, que podamos decir las mismas palabras de Jesús al Padre: «Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17,10). Dios quiere que amemos, que Lo amemos con su mismo Amor, para que no sea desproporcionada e injusta nuestra correspondencia de amor.
Por eso, sabiendo Dios que nuestro “corazón” (nuestra voluntad) por sí solo no es capaz de amar de un modo divino, digno de Dios, ahora nos ofrece el don de su mismo “Corazón”, de su adorable Voluntad, el “Corazón” de las Tres Divinas Personas, para que vivamos con Ellos su Vida, tomemos parte en sus obras, amemos como Ellos aman.
Ahora el Señor te está diciendo: “Es demasiado poco que seas mi Servidor, yo te destino a ser la luz de las naciones” (cf. Isaías, 49,6)
Ahora el Señor te está diciendo: “Hijo mío, dame tu corazón, porque Yo quiero darte el Mío”.
Ahora el Señor te está diciendo: “Quiero darte mi Voluntad, para que sea en tí lo que es en Mí”.
Ahora el Señor te está diciendo: “No podría darte nada más grande que mi Voluntad, que es mi Todo, la esencia misma de mi Ser Divino, la Fuente de todos mis Atributos, de mi Amor, de mi Vida, de mis obras, de todo bien y felicidad”.
Ahora el Señor te está diciendo: “Si tú me das tu voluntad, Yo te doy la Mía; para eso he creado la tuya, para que tú tuvieras una pequeña voluntad que poder ofrecerme, para poder dármela a cambio de la Mía”.
Ahora el Señor te está diciendo: “Si te he hecho saber este deseo mío, mi deseo más grande, no es para darte sólo una noticia, sino para hacerte un regalo, el Don de los dones. Si te lo he manifestado es para dártelo”.
Ahora el Señor te está diciendo: “Si tú me dices que sí, Yo te tomo en serio. Tu pequeña voluntad humana es para Mí preciosa, deseo unirla con la Mía, identificarla tanto con la Mía, que no se pueda distinguir una de la otra”.
Ahora el Señor te está diciendo: “Si tú ya no vuelves a dar vida a tu voluntad por tu cuenta, sino que en lugar de la tuya llamas siempre a la Mía, llegará el momento en que sentirás solamente la vida de mi Voluntad y así obrarás de un modo divino, como Dios, como ese verdadero hijo de Dios que eres. Tendrás a tu disposición mi Omnipotencia, mi Sabiduría, mi eterno Amor. Entonces miraré a mi Hijo Jesucristo y te veré a tí, te miraré a tí y veré a Jesús, y así como mirando desde la eternidad su adorable Humanidad te he visto a tí y a todas las criaturas (y en primer lugar he visto en Él a su Madre Santísima), así mirándote a tí podré ver en tí todo y a todos e incluso a Mí mismo”.
“Si tú me lo permites -le dice varias veces Jesús a Luisa-, Yo quiero ser en tí Actor y Espectador al mismo tiempo”.
• Eso es lo que el Papa Benedicto XVI ha dicho en su primera encíclica “Deus Caritas est” (n. 17): “El sí de nuestra voluntad a la Voluntad de Dios une inteligencia, voluntad y sentimiento en el acto total del amor. […] Querer la misma cosa y rechazar la misma cosa, es lo que los antiguos han reconocido como auténtico contenido del amor: es el hacerse uno semejante al otro, es lo que lleva a la comunión del querer y del pensar. La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en comunión de pensamiento y de sentimiento, y así, nuestro querer y la Voluntad de Dios coinciden cada vez más: la Voluntad de Dios ya no es para mí una voluntad extraña, que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi misma voluntad, según la experiencia que, de hecho, Dios es para mí más íntimo que yo mismo. Entonces crece el abandono en Dios y Dios se vuelve nuestra alegría”.
2. La espiritualidad de Luisa Piccarreta
1.- No son pocos los místicos conocidos por una particular “doctrina” que caracteriza su vida espiritual. Por ejemplo, de Santa Faustina Kowalska es “la Divina Misericordia”; de Santa Teresa de Lisieux es el camino de la pequeñez en el abandono confiado a Dios; de Santa Margarita o de Sor Josefa Menéndez es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; de la Sierva de Dios Concepción Cabrera es “la Encarnación Mística”; de la Madre Eugenia Ravasio es la revelación del Padre Celestial… etc. Y todas estas figuras (¡casi todas mujeres!) han ofrecido a la Iglesia sus propios tesoros de vida espiritual como fruto de “revelaciones” o experiencias místicas, examinadas y confirmadas por la Iglesia Católica. ¿Cuál es, en pocas palabras, la doctrina espiritual característica de Luisa Piccarreta?
Es “el vivir en la Divina Voluntad”. Es la Voluntad misma de Dios, dada por Él y recibida por su criatura, el hombre, como su heredad y su propia vida.
2.- ¿Tal vez se trata de “mensajes” de tipo carismático, como tantos (auténticos o falsos) que circulan hoy día? ¿Es tal vez una doctrina ascético-mística, puesto que habla de las diferentes virtudes o de ciertas experiencias extra-ordinarias? ¿Ha elaborado alguna visión teólogica? ¿O ha contado tan sólo su vida y sus pensamientos? ¿Nos presenta quizás una particular devoción…?
No son “mensajes”, en absoluto, pues eso jamás se le pasó a Luisa por la mente. A ella podemos verla como un alma mística que ha dejado escritos, como tantos otros autores antiguos y recientes en la Iglesia, de los que se conocen sus experiencias íntimas espirituales, al haber dejado el testimonio de su vida como rica doctrina ascético-mística. Pensemos en los grandes “clásicos”, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, o en tiempos más recientes Santa Teresa de Lisieux o Santa Faustina Kowalska, por citar algunos. A Luisa sólo en parte podemos considerarla así, porque sus escritos no sólo describen un itinerario de vida espiritual, sino que son la promulgación del eterno Proyecto o Decreto de Dios, que anuncia el cumplimiento de su Reino: el Reino de la Divina Voluntad.
3.- ¿Luisa Piccarreta ha escrito algo? ¿Es una escritora? ¿Por qué ha escrito? ¿A quién se dirige?
Luisa ha escrito mucho, no obstante haber asistido de niña solo al primer año de enseñanza primaria y teniendo, por lo tanto, una cultura humana sumamente pobre (lo que escribe está lleno de errores de ortografía y sintaxis, lo cual puede ser un magnífico medio de disuasión para desanimar a quien se acerque a sus escritos prevenido y sin recta intención). No es, por consiguiente, fácil literatura mística, como la de quien desea dar a conocer sus propias pretendidas visiones o revelaciones sobrenaturales; se trata por el contrario de un doloroso testimonio, de una vida crucificada por amor, durante muchos años de cama, que Luisa transcurrió en la oración y en el silencio, para todos oculta y en la obediencia. De hecho, es solo la obediencia la que logra, después de una gran lucha consigo misma, hacerla escribir. Escribió sólo para obedecer a sus diferentes Confesores, encargados de ella por sus Arzobispos, por lo tanto, para obedecer a la Iglesia; una obediencia que le costó a Luisa un verdadero martirio continuo. Lo que ha escrito no es fruto de la cultura o del arte de un escritor, de un deseo de dar a conocer sus propias visiones o revelaciones, no procede de un misticismo falso y peligroso, sino de la “Señora Obediencia”, como ella la llama. Solamente después de muchos años se rindió a la idea de que sus escritos fueran publicados por los Sacerdotes encargados, en primer lugar San Aníbal María Di Francia, que los aprobó como Censor eclesiástico.
4.- ¿Cuál es la esencia de su mensaje? ¿Luisa da algún anuncio en particular?
Respuesta de Jesús: “Gracia más grande no podría conceder en estos tiempos tan tormentosos y de carrera desenfrenada hacia el mal, que hacer saber que quiero conceder el gran Don del Reino del Fiat Supremo”. Exactamente se trata del cumplimiento de ese Reino que invocamos en el Padrenuestro: su Voluntad, a partir de Luisa, se ha de cumplir de un modo nuevo en la tierra, de la misma manera que se cumple en el Cielo, donde es la fuente de todos los bienes y felicidad, donde es la Vida de Dios y de sus hijos. Por tanto, el punto de partida del gran Mensaje, Nuestro Señor lo expresa diciendo: “Vengo a quedarme con vosotros para hacer vida juntos y vivir con una sola Voluntad, con un solo Amor”.
5.- Entonces, ¿cuál es precisamente la novedad en lo que escribe? ¿Hasta dónde llega lo que otros escritores espirituales han dicho sobre la Divina Voluntad y dónde empieza el don nuevo de Luisa?
Responde el Señor: Hija mía, no se quiere entender. El vivir en mi Voluntad es reinar, el hacer mi Voluntad es estar a mis órdenes; lo primero es poseer, lo segundo es recibir mis órdenes y cumplirlas. El vivir en mi Querer es hacer suya mi Voluntad como cosa propia, es disponer de Ella; el hacer mi Voluntad es tenerla en cuenta como Voluntad de Dios, no como cosa propia, ni poder disponer de Ella como se quiere. El vivir en mi Voluntad es vivir con una sola Voluntad, la cual es la de Dios […] El vivir en mi Voluntad es vivir como hijo, el hacer mi Voluntad es vivir como siervo. En el primer caso, lo que es del padre es del hijo […] Además, esto es un don que quiero hacer en estos tiempos tan tristes, que no sólo hagan mi Voluntad sino que la posean. ¿No soy acaso Señor y dueño de dar lo que quiero, cuando quiero y a quien quiero? […] No te asombres si ves que no comprenden, para entender deberían disponerse al más grande de los sacrificios, cual es el de no dar vida, aun en las cosas santas a la propia voluntad, sólo entonces sentirían la posesión de la mía y tocarían con la mano qué significa vivir en mi Querer” […] (18-09-1924)
6.- Luisa habla a menudo de “la Divina Voluntad”, “el Querer Divino”, etc. ¿Son lo mismo? ¿Es igual “el Divino Querer” que “lo que Dios quiere”? En todo ésto, ¿dónde se coloca el Amor?
La Divina Voluntad, que Jesús llama en el Evangelio “la Voluntad del Padre”, es la realidad más íntima, vital, esencial de Dios: “¡Ah! Todo está en mi Voluntad, y si el alma la toma, toma toda la sustancia de mi Ser y me encierra a todo Yo en ella” (2-3-1916).
Digámoslo de un modo más intuitivo: la Voluntad es un sustantivo (la palabra que expresa la sustancia), mientras que todos los atributos divinos, Amor, Bondad, Eternidad, Inmensidad, Inmutabilidad, Justicia, Misericordia, Omnipotencia, Omnividencia, Santidad, Sabiduría, etc. son sus adjetivos: “La Divina Voluntad es buena, santa, infinita, eterna, omnipotente, sapientísima, misericordiosa, inmutable…”
“El Divino Querer” es la Voluntad de Dios en acto, indica lo que hace y por eso es un verbo. Otra cosa es lo que Dios quiere.
La distinción entre “la voluntad” y “el querer” (aunque de hecho equivalen) es la misma que hay entre “el corazón” y “el palpitar”, o entre un motor y el movimiento de ese motor.
Otra cosa más es el efecto que produce el palpitar, o sea, la vida, o bien el funcionamiento del motor, como sería por ejemplo el viajar. En el caso del “querer”, el efecto que produce es “el amor”. De este modo, bien puede decir el Señor que “el Amor es el hijo de la Divina Voluntad”, es decir, su manifestación y comunicación.
La Divina Voluntad por lo tanto es algo que está más allá, por encima de todo lo que Ella misma hace, de las cosas que Dios quiere o no quiere o que permite. Es la fuente y la causa suprema de todo lo que Dios es, de la Vida inefable de la Santísima Trinidad y de sus Obras de Amor eterno. Es como “el motor” íntimo de Dios que da vida a todo lo que Él es y a todas sus obras. Es como “el Corazón” de las Divinas Personas.
7.- Luisa habla siempre de Jesús: ¡decir que está fascinada es poco! A veces nombra (mejor dicho, Jesús nombra) a la Persona divina del Padre, pero pocas veces habla del Espíritu Santo: ¿cómo se explica?
Desde luego que habla del Espíritu Santo, aunque sea sólo de vez en cuando. Por ejemplo en un largo y hermosísimo capítulo del vol. 18° (5-11-1925) habla de los gemidos del Espíritu Santo en los Sacramentos. Se puede explicar diciendo que, así como la Divina Voluntad representa la Persona del Padre, el Querer Divino representa la Persona del Espíritu Santo y de esta forma habla de Él continuamente. Además, siendo el Espíritu Santo la Persona que forma, por así decir, “la relación de amor recíproco y de unidad” entre el Padre y el Hijo, es también la misma relación entre el Esposo y la Esposa, y en nuestro caso, entre Jesús y Luisa.
Es decir, que de Él poco habla, precisamente porque el Espíritu Santo es el “diálogo” de amor, Él es quien lo forma, Él es el mismo hablar de Jesús.
8.- Llegamos al punto esencial: ¿Qué es “vivir en la Divina Voluntad”? ¿Acaso no es cumplir la Voluntad de Dios, que todos los Santos conocen y hacen?
Es evidente que nos hallamos ante algo nuevo. Jesús le dice, por ejemplo: “Los mismos santos se unen Conmigo y hacen fiesta, y esperan con ardor que una hermana suya sustituya sus mismos actos santos en el orden humano, pero no en el orden divino; me suplican que pronto haga entrar en este ambiente divino a la criatura” […] (13-2-1919)
En otro pasaje Luisa dice: “¿Será posible que (Jesús) haya dejado pasar tantos siglos sin hacer conocer estos prodigios del Divino Querer, y que no haya elegido entre tantos santos uno donde dar principio a esta Santidad toda divina? Estuvieron los apóstoles, tantos otros grandes santos que han asombrado a todo el mundo” […] (3-12-1921)
“Amor mío y Vida mía, yo aún no logro convencerme: ¿cómo es posible que ningún Santo haya hecho siempre tu Santísima Voluntad y haya vivido de la forma como ahora dices, en tu Querer?”
–”…Cierto que ha habido santos que han hecho siempre mi Querer, pero han tomado de mi Voluntad por cuanto han conocido de Ella. Ellos conocían que el hacer mi Voluntad era el acto más grande, el que más me honraba y que llevaba la santificación, y con esta intención la hacían y esto tomaban, porque no hay santidad sin mi Voluntad, y no puede salir ningún bien, ni santidad pequeña o grande sin Ella.” (6-11-1922).
Hija mía, en mi Voluntad Eterna encontrarás todos mis actos, así como también todos los de mi Mamá, que envolvían todos los actos de las criaturas, desde la primera hasta la última que deberá existir como dentro de un manto, y este manto como formado en dos partes, una se elevaba al Cielo para dar a mi Padre, con una Voluntad Divina, todo lo que las criaturas le debían: Amor, gloria, reparación y satisfacción; la otra parte quedaba para defensa y ayuda de las criaturas. Ningún otro ha entrado en mi Voluntad Divina para hacer todo lo que hizo mi Humanidad; mis santos han hecho mi Voluntad, pero no han entrado dentro para hacer todo lo que hace mi Voluntad y tomar como de un solo golpe todos los actos, del primero hasta el último hombre, y volverse actor, espectador y divinizador. Con hacer mi Voluntad no se llega a hacer todo lo que mi Eterno Querer contiene, sino que desciende en la criatura limitado, por cuanto la criatura puede contener, sólo quien entra dentro se ensancha, se difunde como luz solar en los eternos vuelos de mi Querer, y encontrando mis actos y los de mi Mamá, pone en ellos el suyo. Mira en mi Voluntad, ¿hay acaso otros actos de criatura multiplicados en los míos que lleguen hasta el último acto que debe cumplirse sobre esta tierra? Mira bien, no encontrarás ninguno, esto significa que ninguno ha entrado, estaba reservado el abrir las puertas de mi Eterno Querer a la pequeña hija mía, para unificar sus actos a los míos y a los de mi Mamá, y volver triples todos nuestros actos ante la Majestad Suprema y para bien de las criaturas. Ahora, habiendo abierto las puertas, pueden entrar otros, con tal que se dispongan a un bien tan grande”. (24-1-1923)
9.- Luisa habla a menudo del Reino de Dios que se ha de cumplir, que va a venir; Luisa pide que “el Querer Divino venga a reinar”: ¿qué quiere decir todo eso?
De todo lo que el Señor le dice a Luisa resulta de forma evidentísima:
1°, que el Reino de Dios es que su Voluntad se cumpla;
2°, que la Voluntad del Padre ha establecido su Reino en la Santísima Humanidad de Jesucristo, dándole todos sus atributos y derechos divinos;
3°, que todo lo que Jesús posee en su Adorable Humanidad quiere darlo a su Cuerpo Místico. Las palabras “en la tierra como en el Cielo”, en Jesús y María son perfecta realidad: “como es en el Padre así es en el Hijo”. Por eso, mientras que Jesús y María vivían en la tierra, el Reino de Dios estaba en la tierra. Pero en nosotros esas palabras tienen que ser un deseo ardiente, una invocación incesante, porque son una Promesa divina. San Agustín dice: “Hágase en la Iglesia como en Nuestro Señor Jesucristo; hágase en la Esposa, que es su prometida, como en el Esposo, que ha cumplido la Voluntad del Padre”.
4°, Esta Promesa divina del Reino todavía se tiene que cumplir en la tierra del modo como ya se cumple en el Cielo. Lo cual supone dos cosas:
- que no sólo hemos de ir al Reino de Dios después de la muerte, sino que el Reino de Dios todavía tiene que venir en el tiempo histórico, y no puede acabarse el mundo sin que antes tenga su pleno cumplimiento (Se trata del restablecimiento del orden de la Creación, como era antes del pecado),
- y que el Reino de Dios todavía no ha venido, porque no hay que confundirlo con la Redención o con la Iglesia.5°, Este Reino, que la Iglesia invoca incesantemente en el Padrenuestro (que su Voluntad se haga “en la tierra como en el Cielo”), respecto a la Redención y a la Iglesia es como el Fruto respecto al árbol: esencialmente ya está presente en el árbol desde el principio, desde que fue plantado. El árbol fue plantado, es cultivado y crece, se cubre de hojas y de flores, pero todo eso tiende como finalidad al tiempo de los frutos. Así la Redención, los Sacramentos, la Iglesia y toda la obra del Espíritu Santo en ella tiene como fin el Reino de la Divina Voluntad.
10.- Otra palabra característica de Luisa (¡incluso en latín!) es “Fiat”. Con esta palabra escrita en el pecho fue llevada triunfalmente al cementerio. ¿Pero qué significa para ella?
Luisa empieza cada escrito suyo con la palabra latina “Fiat”, y no es casual. Con esa palabra (“¡Hágase!”) Dios empezó todas sus obras: la Creación (“Fiat lux!”, “Hágase la luz”, Gén 1,3), la Encarnación del Verbo (“Fiat mihi secundum Verbum tuum”,”Hágase en mí según tu palabra”, Lc 1,38), la Redención (“…non mea voluntas, sed Tua fiat”, “No se haga mi voluntad, sino la Tuya”, Lc 22,42), la invocación de la venida de su Reino (“Fiat Voluntas tua, sicut in Coelo et in terra”, “Hágase tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo”, Mt 6,10).
Esta palabra resume todo lo que Luisa ha dicho y ha vivido, igual que expresa todo lo que Dios hace, es más, la Vida misma de Dios, su Acto eterno y absoluto, expresión de su Querer infinitamente Santo. Cuando Jesús le habla del “tercer Fiat”, le está hablando del cumplimiento del Padrenuestro.
11.- Luisa insiste mucho en que se ha de cumplir la petición del Padrenuestro: “Hágase tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo”. Ella la escribe en parte en latín, como una frase “técnica”: “se cumpla el Fiat Voluntas tua, en la tierra como en el Cielo”. ¿Qué quiere decir con eso?
Hacer la Divina Voluntad no es una novedad; la novedad es que Dios nos está invitando a vivir en su Querer, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en su Querer eterno.
La novedad es la Divina Voluntad operante en la criatura y la criatura operante de un modo divino en Ella. La novedad es esta Gracia de las gracias, este Don de los dones: que no sólo hagamos lo que Dios quiere que hagamos, sino que su Voluntad sea nuestra, vida de nuestra vida, para vivir y reinar con Ella y en Ella.
La novedad es un intercambio continuo de voluntad humana y Divina, porque el alma, temiendo de la suya, pide que sea sustituida para cada cosa y a cada momento por la Voluntad misma de Dios, la cual la va colmando de gozos, de amor y de bienes infinitos, devolviéndole la semejanza divina perdida con el pecado y el fin para el que el hombre fue creado por Dios, que era vivir como hijo de Dios, tomando parte en todos sus bienes.
La novedad es que Jesús, mediante el don de su Voluntad a la criatura, forma en ella una vida Suya y una forma de presencia Suya real, de tal modo que esta criatura Le sirve de Humanidad. Lo cual, desde luego, no es mediante una especie de “unión hipostática” (dos naturalezas y una sola persona), sino por unión de dos voluntades, la humana y la Divina, unidas en un solo Querer, que, lógicamente, no puede ser sino el Divino. Esta criatura forma el triunfo de Jesús, es “otro Jesús”, no por naturaleza, sino por gracia, según las palabras de San Juan: “…Para que, como es Él, así seamos también nosotros en este mundo” (1ᵃ Jn 4,17).
12.- Luisa vivió toda una vida en cama, en los más extraños y misteriosos sufrimientos (de los que ella da cuenta de forma minuciosa y conmovedora). Por eso parece bastante lógico que su pensamiento corra a menudo a la Pasión de su Amado, con una profundidad de comprensión y una intensidad de participación afectiva extraordinaria … Pero entonces, todo ese indecible sufrimiento de Jesús y suyo, ¿qué tiene que ver con su visión del “vivir en el Divino Querer”, del “Reino de la Divina Voluntad”?
Nos habríamos esperado, simplemente, una actitud de resignación, de “obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz”, un abandono ante la Voluntad de Dios, un “Fiat”… por así decir, de sumisión, de rendición incondicional, un “Fiat” pasivo ante Dios… Por el contrario, su espiritualidad, que surge como la aurora y eclipsa todo lo demás, la que en un cierto punto ella se convence que no es sólo para ella, sino que la tiene que ofrecer a todos, es ese “entrar” o “fundirse en la Voluntad de Dios”, es ese sustituir en cada cosa su voluntad con la Voluntad Divina y hacerla suya, y por consiguiente es un “Fiat” que ya no es el suyo ante Dios, sino el mismo “Fiat” Omnipotente y Eterno de Dios, que llega a ser suyo y que no es en modo alguno una respuesta pasiva, sino una participación activa y consciente, cada vez más consciente, en todo lo que hace el “Fiat” o Querer Divino, en todas sus Obras, en el Acto eterno de su Vida… Luisa es invitada a obrar como Jesús, en su Querer: “Ven en mi Voluntad, para hacer lo que hago Yo” (25-07-1917). “Ahora, queriéndote junto Conmigo en mi Querer, quiero tu acto continuo” (28-12-1917). Así todo lo que Luisa siente y hace es la Vida de Jesús, que Él repite en ella (25-12-1918).
Lo cual no es algo reservado sólo a Luisa. Jesús espera las criaturas que vengan a vivir en su Querer y que repitan en su Voluntad lo que Él ha hecho (29-01-1919).
13.- Parecería casi como si en Ella hubiera dos personas, como dos diferentes espiritualidades, como dos dimensiones, dos mundos, dos realidades tan grandes que se nos escapan…
Una, por decirlo así, parece más a nuestro alcance, al menos para hacernos una idea: la que habla de obediencia, de la cruz… Pero luego está la otra, la del “vivir en la Divina Voluntad”. Son las dos vocaciones o misiones de Luisa: la primera, como “Víctima” con Jesús en la Obra de la Redención, y la otra, que Jesús le presenta después, como la depositaria de las verdades sobre la Divina Voluntad, como quien está a la cabeza de la nueva generación suspirada por Jesús, que tendrá todo en común con Él, la Divina Voluntad como vida… Al final del Vol. 12°, el Señor le dice a Luisa que hasta entonces ella ha cumplido el oficio que su Santísima Humanidad tuvo en la tierra (como Víctima); que a partir de entonces desempeñará el mismo oficio de la Divina Voluntad en su Humanidad (una tarea activa) (17-03-1921).
Y así como su espiritualidad se explica solamente con su doctrina (la Divina Voluntad, Vida de Dios y Vida destinada a sus hijos), así se explica también con su doble oficio: el de víctima y el otro, de dar comienzo al “vivir en la Divina Voluntad” y ser la depositaria de sus verdades, que por medio de ella son manifestadas:
“Hasta ahora te he tenido junto Conmigo para aplacar mi justicia e impedir que castigos más duros llovieran sobre la tierra; ahora […] tú junto Conmigo, en mi Querer, quiero que te ocupes en preparar la era de mi Voluntad. Conforme te adentrarás en el camino de mi Querer se formará el arco iris de paz, el cual formará el anillo de conjunción entre la Voluntad Divina y la humana, por lo cual tendrá vida mi Voluntad en la tierra y tendrá principio el cumplimiento de mi oración y de toda la Iglesia: “Venga tu Reino, hágase tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo”.(02-03-1921)
14.- ¿Entonces quiere decir que esta espiritualidad de Luisa se sumerge (por así decir), por un lado en la obra de la Redención y por el otro en el cumplimiento del Reino de Dios, el Reino de la Divina Voluntad?
Efectivamente, hay dos escritos de Luisa, que representan estas dos Obras divinas y corresponden también a dos etapas de su vida: la primera, en que Jesús la ha formado como otra Humanidad para Él, y la segunda, para actuar como Jesús en la Voluntad del Padre. Son respectivamente “Las Horas de la Pasión” y “Los giros del alma en la Divina Voluntad”.
“Las Horas de la Pasión” no son una narración o una simple meditación de la Pasión de Jesús, como la han contado tantos autores espirituales. Son oración, como un gimnasio o una escuela de vida, en que nos unimos a Jesús para aprender a hacer con Él y como Él lo que Él hacía interiormente por nuestra Redención.
“Los giros del alma” es, como dice Luisa, el “modo práctico y eficacísimo de dar vueltas por la Santísima Voluntad de Dios, para pedir el Reino del FIAT Divino en la tierra”. Es la continua plegaria con que el alma se une a la Divina Voluntad en todas sus obras (la Creación, la Redención, la Santificación), para adorarla, bendecirla, darle las gracias y amarla, pidiendo en todo que venga su Reino.
15.- Pero Luisa, personalmente, ¿tiene un papel o una misión especial en todo ésto? La respuesta a esta pregunta no pretende ser la que la Santa Iglesia dará un día, sino tan sólo lo que resulta de la lectura de sus escritos.
Jesús mismo le explicó que, como otra Humanidad suya, ella tomaba parte en sus mismos oficios, de Redentor y de Rey: “Querida mía, hasta ahora has ocupado el oficio tomado de Mí, que tuvo mi Humanidad en la tierra, ahora quiero cambiarte el oficio, dándote otro más noble, más basto, quiero darte el oficio que tuvo mi Voluntad en mi Humanidad; fíjate cómo es más alto, más sublime: Mi Humanidad tuvo un principio, mi Voluntad es eterna; mi Humanidad es circunscrita y limitada, mi Voluntad no tiene confines ni límites, es inmensa; oficio más noble y distinto no podía darte” (17-03-1921). “Hija mía, no temas, ¿no recuerdas que ocupas doble oficio, uno de víctima, y el otro oficio más grande de vivir en mi Querer para darme de nuevo la gloria completa de toda la Creación?” (20-09-1922). Por eso Jesús le dijo: “Tu misión es grande, porque no se trata de la sola santidad personal, sino se trata de abrazar todo y a todos, y preparar el Reino de mi Voluntad a las generaciones humanas” (22-08-1926).
San Aníbal M. di Francia escribió de ella: “Nuestro Señor, que de siglo en siglo aumenta cada vez más las maravillas de su Amor, parece que de esta virgen, que Él llama la más pequeña que haya encontrado en la tierra, desprovista de toda instrucción, haya querido formar un instrumento idóneo para una misión tan sublime, que ninguna otra se le puede comparar, es decir el triunfo de la Divina Voluntad en el mundo entero, conforme a lo que decimos en el Padrenuestro: Fiat Voluntas tua, sicut in cœlo et in terra”.
16.- Quien se adentra en los escritos de Luisa, bien pronto se siente casi “perdido” como en un bosque sin confines. ¿Qué consejo, precaución o aviso se puede dar para orientar un poco?
Ante todo es necesario tomar conciencia de que en el caso de Luisa, no es posible separar su espiritualidad de su doctrina; que, además, ni una ni otra son suyas, sino de Jesús, y sólo después ella las ha hecho suyas. Ella ha escrito sólo lo que ha vivido. Su vida interior es exactamente la Vida de la Divina Voluntad. Por tanto, si nos detenemos en la consideración de las singulares y múltiples virtudes que resplandecen en ella, perdemos de vista que son como las hojas o las flores del árbol que es la Divina Voluntad, cuyo fruto es el Reino.
Lo que a nosotros más debería interesarnos es: ¿cómo ha sido sembrada esta “Planta” y cómo se cultiva? ¿Cómo se ha desarrollado en ella? Es importante para nosotros conocerlo para hacer que así sea en nosotros.
Leyendo sus escritos, sería un error considerar cada tema independientemente, separándolo de todo el conjunto y de su contexto. Hacer eso sería falsificarlo, más o menos. La armónica dependencia recíproca y la unidad del conjunto hacen de él un mensaje único. El mensaje que presentan estos escritos es el Tema más universal posible, no “un tema” entre tantos. La revelación y promulgación de la Divina Voluntad es “el Tema de los temas”, que en estos escritos alcanza el culmen de su manifestación y comunicación al hombre por parte de Dios. El triunfo del Reino de Dios consiste en esta manifestación y comunicación recibida por el hombre. El tema de la Divina Voluntad contiene todos los demás temas posibles. Como referencia en la lectura de sus escritos, el punto de partida es la revelación de lo que es la Divina Voluntad en las Tres Divinas Personas; el centro del Proyecto es el Verbo Encarnado; y el punto de llegada es el Reino de Dios mediante el don del Divino Querer. No existe otro..
17.- ¿Con qué actitud podemos acercarnos a los escritos de Luisa, o sea, a su espiritualidad?
Ante todo, si para una justa interpretación de lo que Luisa ha escrito como dicho por el Señor, hace falta conocer el contexto, la “determinada situación” en que ha sido escrito, etc., es así mismo indispensable “la buena vista” de quien lee: “La lámpara de tu cuerpo es el ojo…” (Mt 6,22-23). En el caso de los escritos de Luisa, una cuestión previa, fundamental, es: “¿con qué actitud nos acercamos a estos escritos?” ¿Con la del racionalista que cree poder explicar todo con la psicología? A mi parecer, tras un primer contacto con los escritos es necesario “escuchar con el corazón”: “Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón…” (Heb 3,15).
Deberíamos preguntarnos: “Estas cosas, ¿quién las dice: Luisa o Nuestro Señor? ¿Pueden venir de ella o de quién? ¿Hay algo que demuestre como imposible que proceda del Señor?” Para tener una llave de discernimiento segura, Jesús nos pasa a nosotros esta llave: “Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiere hacer la voluntad de Dios conocerá si esta enseñanza es de Dios o si yo hablo por mi cuenta.” (Jn 7,16-17).
Es decir, antes de adentrarnos en la lectura de sus escritos, para no impedirnos de antemano la recta comprensión de su contenido, debemos aclarar ésto: “La afirmación de Luisa, que es Jesús el que le habla (el que nos habla), ¿es algo subjetivo suyo, o es una realidad objetiva? ¿Admitimos como posible esta última? ¿Estamos dispuestos a reconocerla, con todas sus consecuencias?”
Jesús le dice: “Yo me comunico a los humildes y a los sencillos porque pronto creen en mis gracias y las tienen en gran estima, aunque sean ignorantes y pobres; pero con estos otros que tú ves Yo soy muy reacio, porque el primer paso que acerca el alma a Mí es el creer; entonces sucede que estos, con toda su ciencia, doctrina y hasta santidad, no prueban nunca un rayo de luz celestial, esto es, caminan por el camino natural y jamás llegan a tocar ni siquiera por un momento lo que es sobrenatural.” (19-05-1899).
18.- ¿Hay algún método o itinerario útil, aconsejable, para emprender la lectura de sus escritos?
Es como escalar una montaña: no se puede hacer saltando acá y allá. La base de partida indispensable es una suficiente familiaridad con el Evangelio y en general con la Sagrada Escritura. Hay que llevar un cierto orden: empezar por donde Luisa empezó a escribir, a partir del Volumen 1°, tomando para nosotros todas las enseñanzas y dejando para Luisa sus cosas personales (experiencias místicas, sufrimientos, vocación de “Víctima”…). Sin embargo sirve leer a la vez el Volumen 11°, capítulo por capítulo, porque da mucha luz y enciende el entusiasmo y el amor hacia la Divina Voluntad. Al mismo tiempo, emprender “Las Horas de la Pasión”, como escuela del amor y del conocimiento del Señor. Lo demás, “poco a poco”… para que el fuego, bien alimentado, prenda y no sea “un fuego de paja”..
“¿Has encontrado miel? Come lo indispensable, no sea que te hartes y la tengas que vomitar.” (Prov 25,16).
19.- Dejemos por ahora a Luisa: ¿Cómo podemos hacer nosotros nuestra su espiritualidad? Es evidente que su vocación como “víctima” es sólo de Luisa y de ciertas almas llamadas a serlo por el Señor, y es también evidente que su misión de dar comienzo al cumplimiento del Reino de la Divina Voluntad en la tierra es una misión única, irrepetible: pero nosotros, ¿cómo podemos poner en práctica lo que leemos?
Los primeros Apóstoles siguieron a Jesús, que volviéndose dijo: “¿Qué quieren?”.
Respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?”. Y Jesús: “Vengan y lo verán”.
En otras palabras: empecemos a leer, sabiendo que Jesús ha dicho: “Por tanto, escúchenme; y les ruego, hijos míos, que lean con atención estas palabras que les pongo delante, y sentirán la necesidad de vivir de mi Voluntad. Yo Me pondré al lado de ustedes cuando lean, y les tocaré la mente, el corazón, para que comprendan y decidan querer el Don de mi ‘Fiat’ Divino”.
El conocimiento es indispensable; se ama en la medida que se conoce. Cuando ese conocimiento empieza a impregnar no sólo la mente, sino también el corazón, se nota que se empieza a ver todo con una luz diferente, a tener otros gustos y deseos, a rezar de una forma… “distinta”, a tener otro tipo de relaciones con las Tres Divinas Personas, con la Madre Celestial… Te cambia la vida sin que tú pienses cómo cambiarla tú…, porque tu interés ahora es solamente Jesús y su interés…
20.- Es fácil decir “vivir en la Divina Voluntad”, pero luego se suele reducir, prácticamente, a vivir nosotros de acuerdo con la Voluntad de Dios. Sin embargo, ¿en qué consiste realmente?
Sólo en la medida que se convierte en una vida que se vive, se va comprendiendo su realidad y su alcance infinito, y se experimenta la distancia inmensa que hay entre el vivir en la Divina Voluntad y el solo hacer nosotros la Voluntad de Dios.
Dice Jesús: “Quiero tanto que mis criaturas tomen mi Voluntad, es la cosa que más me importa, que más me interesa; todas las otras cosas no me interesan, ni aun las cosas más santas, y cuando obtengo que el alma viva de mi Voluntad me siento triunfante, porque encierra el mayor bien que puede haber en el Cielo y en la tierra” (23-3-1910).
“Te quiero siempre en mi Querer […] Quiero sentir tu corazón palpitante en el mío, con mi mismo amor y dolor; quiero sentir tu querer en el mío, que multiplicándose en todos me dé con un solo acto las reparaciones de todos y el amor de todos; y mi Querer en el tuyo, que haciendo mía tu pobre humanidad, la eleva ante la Majestad del Padre como mi víctima continua” (4-7-1917).
“He aquí por qué a menudo te hablo del vivir en mi Querer, lo que hasta ahora no he manifestado a ninguno, a lo más han conocido la sombra de mi Voluntad, la gracia, la dulzura que contiene el hacerla, pero penetrar dentro de Ella, abrazar la inmensidad, multiplicarse Conmigo y penetrar dondequiera, aun estando en la tierra, en el Cielo y en los corazones, abandonar los modos humanos y obrar con modos divinos, esto no es conocido aún, tanto que a no pocos parecerá extraño, y quien no tiene abierta la mente a la luz de la Verdad no comprenderá nada” (29-1-1919).
“Quiero que la criatura entre en mi Voluntad y en modo divino venga a besar mis actos, sustituyéndose a todo como hice Yo; por eso ven, ven, lo suspiro, lo deseo tanto, que hago fiesta cuando veo que la criatura entra en este ambiente divino y multiplicándose junto Conmigo se multiplica en todos, y ama, repara, sustituye a todos y por cada uno en modo divino. Las cosas humanas no las reconozco más en ella, sino todas son cosas mías, mi amor surge y se multiplica, las reparaciones se multiplican al infinito, las sustituciones son divinas […]” (13-2-1919).
Luisa nos enseña cuál es la tarea propia del vivir en la Divina Voluntad:
“[…] Mientras rezaba intentaba entrar en el Querer Divino, y entonces, haciendo mío todo lo que existe en el Querer Divino, del cual nada escapa, pasado, presente y futuro, y yo haciéndome corona de todos, a nombre de todos llevaba mi homenaje ante la Divina Majestad, mi amor, la satisfacción, etc.” (5-1-1921).
“¿Te parece poco que mi Voluntad santa, inmensa, eterna, descienda en una criatura, y poniendo juntas mi Voluntad con la suya la pierdo en Mí y me hago vida de todo el obrar de la criatura, aun de las más pequeñas cosas? Así que su latido, la palabra, el pensamiento, el movimiento, el respiro, es del Dios viviente en la criatura; esconde en ella Cielo y tierra y aparentemente se ve una simple criatura. Gracia más grande, prodigio más portentoso, santidad más heroica no podría dar que mi Fiat” (6-6-1921).
“Es una voz que hace eco sobre todo y dice: ‘Amor, gloria, adoración a mi Creador’. Por eso quien vive en mi Voluntad es el eco de mi voz, la repetidora de mi Vida, la perfecta gloria de mi Creación” (28-3-1922).
Qué cosa sea el vivir en la Divina Voluntad, Jesús lo ha dicho en su oración al Padre en de su última Cena: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10).
En efecto, para vivir en la Divina Voluntad, Jesús tiene que tomar antes posesión efectiva de todo lo nuestro (de lo que somos, tenemos y hacemos), Él ha de ser, no sólo espectador, sino a la vez el Protagonista de todo en nosotros, de nuestra vida (“Ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente… etc.”), de manera que podamos decir: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,20); pero luego hace falta que la criatura tome a su vez realmente posesión de todo lo que es Jesús, de todo lo que Le pertenece y de su Vida, haciendo todo lo que Él hace, con Él y como Él. Si no, no se puede decir que sea “vivir en la Divina Voluntad”.
En conclusión, vivir en la Divina Voluntad es llegar a ser (por gracia) una sola cosa con Jesús, haciendo nuestro todo lo que es suyo para darlo a todas las criaturas, para sustituir lo que hace cada criatura con el obrar divino de Jesús y por lo tanto dar a Jesús, de un modo divino, la correspondencia por todo en nombre de cada criatura. O bien, con Jesús dar a las criaturas todo el Amor del Padre, y dar al Padre todos los homenajes que se Le deben de parte de todas las criaturas (adoración, gloria y alabanzas, acción de gracias, reparación y amor universal).
Y ahora, una pregunta a la cual cada uno responda en su propia conciencia: si alguien, encontrándose con los escritos de Luisa, no lee porque no quiere, ¿será porque teme que contengan errores o porque teme que no los haya?
3. Los ojos del alma: La Fe
- Necesidad de la Fe
“Sin la fe es imposible ser aceptados por Dios; pues quien se acerca a Él debe creer que Él existe y que recompensa a aquellos que lo buscan” (Heb 11,6).
La mayor parte de las cosas que sabemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, no las sabemos por haber llegado personalmente a descubrirlas, sino porque nos las han transmitido otros a los cuales hemos creído: nuestros padres, nuestros maestros, los libros, la televisión, un periódico… Y Dios, que habría podido instruirnos personalmente en las verdades que se refieren a Él y a nosotros, ha querido hacerlo mediante la Revelación que ha hecho a otros en la historia y que nos ha llegado garantizada por medio de la Iglesia: testigos humanos fieles, dignos de todo crédito, al alcance de toda honesta investigación racional.
“La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible.” (Heb 11,1-3).
- Contenido de la Fe
Si un niño no recibiera el testimonio digno de fe de otros (normalmente de sus padres), no sabría nada de sí mismo: cómo se llama, quién es su familia, cuál es su origen. Sin la Divina Revelación no podríamos saber lo que somos, a Quién debemos nuestro ser y nuestra vida, el verdadero origen nuestro y de todo lo que vemos, cual es nuestra Patria y nuestro destino, ni lo que debemos hacer… Ninguna de las preguntas más fundamentales del hombre tendría respuesta.
- “Auméntanos la Fe” (Lc 17,5)
Así le dijeron los Apóstoles al Señor. ¿Quién de nosotros se siente capaz de responder afirmativamente a la pregunta del Señor: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8). Que San Pedro pueda decirnos: “A ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra” (1ᵃ Pe 2,7-8). Queridos hermanos, “ha llegado el tiempo en que comenzará el juicio, empezando por la casa de Dios.” (1ᵃ Pe 4,17). Llega la hora de la prueba, de la tentación para todos: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la Fe” (1ᵃ Pe 5,8-9).
- ¿Qué es la Fe?
Seguramente las palabras “fe” y “creer” son de las más abundantes en la Sagrada Escritura. El Nuevo Testamento las nombra respectivamente 242 y 243 veces.
Para decirlo sencillamente, la verdadera Fe es como dejarse tomar de la mano por Dios, como un niño, y dejarse llevar por Él. Es estar seguros de Él, seguros de su Bondad, de su Omnipotencia, de su Sabiduría, de su Amor. Eso es dar honor a Dios, es adorarlo, es glorificarlo. Eso es ser y querer ser totalmente suyos y saber que es totalmente nuestro y así sentirlo. Eso es comunión con Él… De esa forma es tener acceso a su infinita Sabiduría, es tomar parte en su Omnipotencia, es experimentar su Amor... Es como dice San Pedro: “Ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria” (1ᵃ Pe 1,8). Por eso es lo primero, es indispensable para poder agradar a Dios y poder acercarnos a Él (Heb 11,6). Es la primera y la última bienaventuranza del Evangelio, que contiene en sí a todas las demás, las cuales se explican sólo con la Fe: “Feliz de ti por haber creído…“, dijo Isabel a María (Lc 1,45); “Felices los que creen sin haber visto”, dijo el Señor al Apóstol Tomás (Jn 20,29).
- Condición que requiere la Fe
¿Por qué decimos “la verdadera” Fe? Porque no hay nadie que no crea en algo, y cuando no se cree en Dios se cree en tonterías. La luz es un don de Dios, que nos da también los ojos, pero abrirlos o cerrarlos depende de nosotros: es decir, la Fe es dada como gracia, es iniciativa de su Amor, pero acogerla depende de la buena voluntad del hombre. Por eso, “con el corazón se cree para alcanzar la justicia (para ser justificados por Dios) y con la boca se confiesa para obtener la salvación” (Rom 10,10).
- Fe y confianza
La Fe nos inicia en el verdadero conocimiento de Dios y lo hace crecer en nosotros, volviéndose cada vez más experiencia viva. Por eso, además de ser declarada con la palabra (el Credo) se tiene que traducir en obras (en vida), obras de fe. Es como quien, entrando en un cuarto, enciende la luz apretando un botón o un pequeño interruptor: esta una acción habitual, sencilla, que hacemos de forma natural, sin dudas ni miedos. Así la verdadera Fe debe ser natural para nosotros; entonces desaparece toda duda, todo miedo, toda imposibilidad, todo límite… Estas palabras, que para Dios no existen, tampoco deben existir en el lenguaje de sus hijos.
Por eso, sólo la verdadera Fe viva, quitando toda duda, da la seguridad; quitando todo miedo da la verdadera paz; quitando toda imposibilidad nos hace obtener todo: “Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán” (Mt 21,22).
Pero hay que decir que, cuando la fe se hace menos infantil, crece y madura, no pide cualquier cosa, sino que cada vez más va sintonizando con el Querer de Dios, según lo que ha dicho el Señor: “Busquen primero el Reino y su justicia (o Santidad), y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33). Por lo tanto, al pedir algo a Dios, teniendo “fe” que nos lo dará, eso ya es fe, en cambio si estamos seguros de que nos dará no tanto lo que queremos nosotros, sino lo mejor según su Querer, eso es una fe mucho más grande y más bella. Ya que ser como un niño, dejándonos llevar con confianza de la mano de Dios, creyendo en su Sabiduría y en su Providencia misteriosa, es la verdadera madurez propia de quien es hijo.
- La Fe cuando es viva crece y nos transforma
En cuanto a la persona que cree, la fe (creer) es como abrir la puerta de nuestra mente a Dios para que su luz penetre en nosotros; y nuestra voluntad es como la mano que abre esa puerta desde adentro.
Y en cuanto al objeto creído, la Fe se nos da desde el Bautismo, como una semilla preciosa que ha de ser cultivada para que crezca hasta su plenitud y produzca su Fruto bendito. La Fe por tanto es «Dios poseído como Verdad».
Pero nuestro creer y el don de la Fe crecen mediante la serie de gracias que Dios nos concede y con nuestra correspondencia a esas gracias. Las cuales nos las da por medio de la oración, de las lecturas espirituales (en particular la Palabra de Dios), de los Sacramentos recibidos y también mediante tantas situaciones de cada día… A veces son -dispuestas misteriosamente por Dios- extraordinarias, incluso “extremas”, con el fin de que hagamos grandes progresos en la Fe.
Pongamos como ejemplo un acróbata que, en la Quinta Avenida de Nueva York, se pasea sobre un cable tendido entre dos rascacielos, a doscientos metros de altura… La calle se llena de gente; hay periodistas, reporteros de televisión, bomberos, una ambulancia, la policía… Grandes aplausos, entusiasmo, apuestas. En un cierto momento el equilibrista baja (suponiendo que no sea detenido antes por la policía), firma autógrafos, estrecha manos. Hay quien apuesta a que es capaz de hacerlo otra vez en bicicleta. Al más fervoroso de sus admiradores, el artista le dice: “¿Crees tú que soy capaz de cruzar allá arriba llevando una carretilla?” El otro responde: “¡Sí, sin duda, porque eres extraordinario!” –”¿Cuánto quieres apostar?” –”¡Mil dólares!” –”Está bien: ¡súbete en la carretilla!”
O bien imaginemos que nos pasara esto a nosotros: En la Misa de un domingo, 300 personas en una iglesia fueron sorprendidas al ver entrar algunos hombres encapuchados vestidos de negro, de pies a cabeza, armados con ametralladoras. Uno de ellos, que parecía el jefe, agarrando un micrófono dijo: "Quédense sentados en su lugar y no se muevan sólo quienes estén dispuestos a recibir ahora una bala por su Cristo; los demás, ¡váyanse inmediatamente!"
En un instante, los del coro escaparon, el diácono y los acólitos desaparecieron, y la mayor parte de los fieles se fueron, amontonándose en las puertas por la prisa de la fuga. De los 300 quedaron apenas una docena, temblando acurrucados acá y allá. El hombre que había hablado se quitó la capucha, miró al cura, que parecía más muerto que vivo, y dijo: “Está bien, me he liberado de todos esos hipócritas. Ahora ya puedes empezar la Misa. ¡Te deseo un buen día!”. Los hombres armados dieron la vuelta y se fueron…
Eso lo hizo con Pedro, invitándolo a caminar sobre el mar hacia Él; pero Pedro de pronto se llenó de terror y empezó a hundirse. Jesús lo salvó, pero lo regañó: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14,28-31). Eso lo hizo con Pablo, que dice: “Queremos, hermanos, que ustedes conozcan la tribulación que debimos sufrir en la provincia de Asia: la carga fue tan grande que no podíamos sobrellevarla, al extremo de pensar que estábamos a punto de perder la vida. Soportamos en nuestra propia carne una sentencia de muerte, y así aprendimos a no poner nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de ese peligro mortal. Sí, esperamos que también nos librará en el futuro…” (2ᵃ Cor 1,8-10). Eso lo hizo con las hermanas de Lázaro cuando mandaron a decirle que su hermano estaba enfermo, pidiéndole que lo sanara; pero premió su fe permitiendo que empeorara hasta morir. Aquí también, Marta, a pesar de haber declarado su fe intelectual (“Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que ha de venir al mundo”), estuvo a punto de vacilar y Jesús inmediatamente le dijo: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” (Jn 11,40)..
¿Pero por qué pide el Señor esa fe en Él? Como cuando Jesús fue con el jefe de la sinagoga, Jairo, a su casa para curar a su hijita, que estaba muriendo. Mientras iban, vinieron de la casa a decirle: “Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?”, pero Jesús le dijo: “No temas, basta que creas” (Mc 5,35-36). Era como decirle: “Si tú ahora dudas, si me niegas el apoyo de tu fe, me impides que intervenga!” Así, en vez de una sanación obtuvo una resurrección! Parece que al Señor le guste ese juego, “¿Abandonas o duplicas?” Si Él exige la fe simple y segura es para justificar su intervención divina. La gracia aún más grande que quiere dar, requiere por parte de la criatura, una fe más grande.
Pero para vivir de fe, considerando la fe como el mayor tesoro, Dios suele rodear nuestra vida de cosas muy normales y sin importancia (aunque que a sus ojos, la fe de las personas las hace extraordinarias y muy importantes); incluso deja al alma ciertas miserias, defectos involuntarios y a veces hasta algún pecado que, humillando al alma, en realidad la protegen de sí misma, del amor propio y la mueve a que haga más por el Señor. Por eso dijo el Señor a San Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2ᵃ Cor 12,9).
- Fe teologal y fe humana
La fe es apoyar nuestro consentimiento en el testimonio de Jesucristo, en la Palabra de Dios, quien no puede ser engañado ni engañarnos, y no en lo que percibimos con nuestros sentidos y pensamos con nuestra mente.
La fe es esa conexión viva con Dios, esa verdadera comunión con Dios, que, a partir de la noticia o del conocimiento, se convierte en la certeza de que es mío (la esperanza cierta) y en experiencia de amor (la posesión de la caridad).
Estamos hablando de la Fe teologal o sobrenatural, que nos da una comunión de vida con Dios; pero hay también otra fe, humana, como la que damos a los hombres y a sus noticias, y muchas veces somos invitados a poner nuestra fe en cosas que posiblemente tienen que ver con nuestra actitud religiosa y nuestra relación con Dios. Por ejemplo, la fe que podemos dar a las revelaciones privadas, “apariciones” marianas, etc. Es verdad que no forman parte del Credo, pero sirven -entre otras cosas- a poner a prueba la calidad de nuestra Fe sobrenatural, ya que “el amor… se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1ᵃ Cor 13,6-7). Por eso dice San Pablo: “No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno.” (1ᵃ Tes 5,19-21). Nos enseña a discernir.
- La Fe, según enseña el Señor en los Escritos de Luisa Piccarreta
«…Jesús me ha dicho estas precisas palabras: “La Fe es Dios”. Estas dos palabras contenían una luz inmensa, que es imposible explicarlas, pero como pueda lo diré: En la palabra “fe” comprendía que la fe es Dios mismo. Así como el alimento material da vida al cuerpo para que no muera, así la fe da la vida al alma; sin la fe el alma está muerta. La fe vivifica, la fe santifica, la fe espiritualiza al hombre y lo hace tener fijos los ojos en un Ser Supremo, de modo que nada aprende de las cosas de acá abajo, y si las aprende, las aprende en Dios.» (28-02-1899).
«Jesús, todo bondad se dirigió al confesor y le ha dicho: “Quiero que la fe te inunde por todas partes, como aquellas barcas que son inundadas por las aguas del mar, y como la fe soy Yo mismo, siendo inundado por Mí, que todo poseo, puedo y doy libremente a quien en Mí confía, sin que tú pienses en lo que vendrá, y al cuándo y el cómo y qué harás, Yo mismo, según tus necesidades me prestaré a socorrerte”.
Después ha agregado: “Si te ejercitas en esta fe, casi nadando en ella, en recompensa te infundiré en el corazón tres gozos espirituales: El primero, que penetrarás las cosas de Dios con claridad y al hacer cosas santas te sentirás inundado por una alegría, por un gozo tal, que te sentirás como empapado, y esto es la unción de mi gracia. El segundo es un fastidio de las cosas terrenas y sentirás en tu corazón alegría por las cosas celestiales. El tercero es un desapego total de todo, y en donde antes sentías inclinación, sentirás un fastidio, como desde hace tiempo lo estoy infundiendo en tu corazón, y tú ya lo estás experimentando. Y por esto tu corazón será inundado por la alegría que gozan las almas totalmente desapegadas, que tienen su corazón tan inundado de mi amor, que de las cosas que las rodean externamente no reciben ninguna impresión”» (25-06-1899)
“Hija mía, quien de la fe se nutre adquiere vida divina, y adquiriendo vida divina destruye la humana, esto es, destruye en sí los gérmenes que produjo la culpa original, readquiriendo la naturaleza perfecta como salió de mis manos, semejante a Mí, y con esto viene a superar en nobleza a la misma naturaleza angélica”. (02-03-1902)
“Hija mía, todas las cosas tienen origen en la fe. Quien es fuerte en la fe es fuerte en el sufrir, la fe hace encontrar a Dios en cada lugar, hace que se descubra en cada acción, lo toca en cada movimiento, y cada nueva ocasión que se presenta es una nueva revelación divina que recibe. Por eso sé fuerte en la fe, porque si estás fuerte en ella en todos los estados y vicisitudes, la fe te suministrará la fuerza y te hará estar siempre unida con Dios.” (20-03-1904)
“Hija, la fe hace conocer a Dios, pero la confianza lo hace encontrar, así que la fe sin la confianza es fe estéril. Y a pesar de que la fe posee inmensas riquezas para que el alma pueda enriquecerse, si falta la confianza queda siempre pobre y desprovista de todo”. (29-07-1904)
• La Fe es el camino seguro para unirnos a Dios, a su Voluntad, y apoyados en su Palabra acoger su Don para hacerlo nuestra vida. Esto es tan grande y precioso, que cualquier experiencia extraordinaria sensible o prodigiosa, para confirmar que se tiene y que es lo que dice ser, le haría más bien sombra en vez de luz y le quitaría credibilidad en vez de dársela. Escribe Luisa:
«Después de esto estaba pensando entre mí: “En esta Santa Voluntad no se ven milagros, cosas portentosas de las que las criaturas son tan ávidas e irían por medio mundo con tal de tener alguno, sino que todo pasa entre el alma y Dios, y si las criaturas reciben el bien, no saben de donde ha venido el bien. Verdaderamente son como el sol, que mientras da vida y calor a todo, nadie lo señala”. Ahora, mientras esto pensaba, mi Jesús regresando ha agregado, pero con aspecto imponente:
“¿Qué milagros, qué milagros? ¿No es tal vez el más grande milagro el hacer mi Voluntad? Mi Voluntad es eterna y es milagro eterno que jamás termina, es milagro de cada instante el que la voluntad humana tenga conexión continua con la Voluntad Divina. El resucitar muertos, dar vista a los ciegos y todo eso, no son cosas eternas, están sujetas a perecer, por eso se pueden llamar sombras de milagros, milagros fugaces comparados al milagro grande y permanente de vivir en mi Voluntad. Tú no pongas atención a estos milagros, Yo sé cuándo convienen y cuándo se necesitan”» (12-11-1921).
Por tanto, la Divina Voluntad se vive en la pura FE.
Se verá por los frutos, a distancia, que no ha sido una ilusión.
4. Entrega y Consagración
- Entrega
Quiere decir encomendar alguien o algo a una persona, poniendola en sus manos, para que disponga libremente y pueda hacer lo que quiera de ella. Equivale a “ofertorio”, pero añade el motivo de confianza. Es lo que expresaba el lema del Papa Juan Pablo II (y, antes que él, es también el lema de Jesucristo): “Totus tuus”, “Todo tuyo, oh María”. Es el testamento de amor que desde lo alto de la Cruz hizo Jesús agonizante, dándonos como hijos a su Madre.
- Consagración
Significa “hacer sagrada” una persona o cosa, perteneciente o dedicada a Dios, y por lo tanto no más destinada a uso profano o extraño a Dios. En este sentido, consagrar equivale a sacrificar y a santificar. La consagración significa también “transformación”. El ejemplo máximo de Consagración tiene lugar en la Misa: el pan y el vino ofrecidos primero a Dios, son consagrados por Él, o sea, transformados sustancialmente (“transustanciación”) en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Dejan de ser pan y vino, aunque conserven sus “accidentes” (o sea, lo accidental: forma, color, aspecto físico y químico), se convierten en Cristo, presente con la plenitud de su Ser y de su Vida entera, para darse a nosotros y transformarnos en Él, en la medida que se lo permitimos.
- ¿De qué?
De nosotros mismos: “Yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer” (Rom. 12,1). De todo lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos; sobre todo, de lo único que depende de nosotros y que podemos negárselo a Dios -lo cual sería nuestra mayor desgracia-, o sea, nuestra voluntad, lo que solemos llamar nuestro corazón. Jesús lo indica diciendo: “Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones” (Mc 7,21).
- ¿A quién?
Lógicamente a Dios. Como hizo el mismo Jesús, como María. Desde el primer momento de su vida, María se consagró por entero a la Voluntad de Dios, para obtener la venida del Mesías. Ella se consagró a Dios, dedicó totalmente su persona y su vida al Amor de Dios, al Proyecto de Dios; por eso, a su vez y a su debido tiempo, Dios “se consagró” a Ella. En efecto, Jesús se consagró a María desde su Encarnación, y al final de su vida renovó su consagración a la Voluntad del Padre. Pidiendo por sus discípulos dijo: “Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,17-19).
Por tanto, Dios ha querido venir a nosotros y entregarse a nosotros por medio de María; ha querido que su Encarnación y que la misma Redención pudieran realizarse mediante la libre respuesta y la colaboración amorosa de María, su Madre. Igualmente es su Voluntad que vayamos a Él y nos entreguemos a Él por medio de María, pues ella tiene la misión de unir a Dios y al hombre: hacer que Dios se hiciese Hombre y que cada hombre llegue a ser por gracia como su Hijo Jesús, como Dios. Por tanto se trata de consagrarnos a Dios como María, por medio de María, con María y en el Corazón Inmaculado de María.
- ¿Para qué?
Para ser presentados y ofrecidos por Ella y como Ella a Dios, a la Voluntad de Dios, para ser por Ella, con Ella y en su Corazón Inmaculado transformados, convertidos en otros Jesús, “a imagen y semejanza” de Jesús. De esa forma el Amor del Padre quedará plenamente satisfecho, perfectamente glorificado: eso será el cumplimiento de su Voluntad y así vendrá finalmente su Reino.
- ¿De qué manera?
¿Con muchas palabras y bellas frases? ¿Con una gran oración rica de contenido teológico? ¿Con pocas palabras sinceras?... Todo eso puede ser útil y precioso; pero lo importante es que sea con la mente (en la medida que se comprende) y con el corazón (en la medida que se desea y se quiere), “pues la cristiana oración jamás se remonta al Cielo si no le prestan el vuelo la mente y el corazón”.
¿Cuántas veces? ¿Una vez en la vida? ¿Una vez al año? (que no hace daño) ¿Cada mes? ¿Cada día? ¿Cada hora? ¿Cada segundo? ¡Sí!… ¿En cada respiro? ¿En cada latido? ¿En cada pensamiento, palabra, obra, mirada, circunstancia, etc.? ¡Sí, sí, sí! No es un simple gesto de devoción o una formalidad. Es una vida que se vive, una alianza con Dios por medio de María, una meta que alcanzar. La consagración quedará cumplida y del todo realizada solamente cuando lleguemos al Cielo. Es prácticamente la respuesta que debemos de dar, como Juan, al testamento de amor de Jesús Crucificado: “Aquí tienes a tu madre”. “Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”, es decir, en su vida (Jn 19,27).
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“Desde siempre ha estado claro que la catolicidad no puede existir sin una actitud mariana, que ser católicos quiere decir ser marianos, que eso significa el amor a la Madre, que en la Madre y por la Madre encontramos al Señor”.
(Benedicto XVI a una delegación del “Sodalicio Mariano” de Regensburg, 29 de Mayo 2011)
Oh María, Madre de Jesús y Madre mía, yo te entrego y te consagro mi vida como ha hecho tu Hijo Jesús. Me consagro a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la sabiduría y al amor del que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, te entrego a Tí mi ser, mi persona y mi vida, y especialmente mi voluntad, para que Tú la conserves en tu Corazón materno y la ofrezcas al Señor junto con el sacrificio que Tú hiciste de Tí misma y de tu voluntad. En cambio, enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella. Amén
Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, vengo a tus rodillas maternas, abandonándome como hijo tuyo querido en tus brazos, para pedirte con los suspiros más ardientes la gracia más grande: que me admitas a vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Madre Santa, Tú que eres la Reina de este Reino, admíteme como hijo tuyo a vivir en él, para que no esté más desierto, sino poblado por tus hijos. Por eso, Reina Soberana, me entrego a Tí, para que guíes mis pasos en el Reino del Querer Divino, y estrechado a tu mano materna guíes todo mi ser, para hacer vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Madre, y como a Madre mía te entrego mi voluntad, para que Tú me la cambies con la Divina Voluntad y así pueda estar seguro de no salir de su Reino. Por eso te ruego que me ilumines y me hagas comprender qué significa “Voluntad de Dios”.
(del libro “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”, de Luisa Piccarreta)
- La Consagración a la Divina Voluntad
Hay personas que piensan que “viven en la Divina Voluntad” porque “han hecho ya su consagración” a Ella, o sea, han leído o recitado una oración. ¿Es suficiente? Debemos aclarar eso. Todas las criaturas estamos en la Divina Voluntad, porque fuera de Ella nada puede existir ni puede ser pensado por Dios, pero lo que cuenta es querer estar en Ella para que Jesús viva en nosotros. Se trata de querer estar no sólo porque existimos, sino con la vida, por tanto llamándola siempre a que sea nuestra vida en todo lo que Ella nos presenta o nos pide que hagamos.
“Estaba haciendo mi acostumbrada adoración al crucificado bien mío, y estaba diciéndole: “Entro en tu Querer, es más, dame tu mano y ponme Tú mismo en la inmensidad de tu Voluntad, a fin de que nada haga que no sea efecto de tu Santísimo Querer”. Ahora, mientras esto decía pensaba entre mí: “¿Cómo, la Voluntad Divina está por todas partes, por lo tanto ya me encuentro en Ella, y yo digo entro en tu Querer?”
Pero mientras esto pensaba, mi dulce Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho: “Hija mía, sin embargo hay gran diferencia entre quien reza u obra porque mi Voluntad lo envuelve y por su naturaleza se encuentra en todas partes, y entre quien por su propia voluntad, teniendo en sí conocimiento de lo que hace, entra en el ambiente divino de mi Voluntad para obrar y rezar […]” (21-06-1923).
“La santidad del vivir en mi Querer no tiene camino, ni puertas, ni llaves, ni habitaciones, invade todo, es como el aire que se respira, que todos deben y pueden respirarlo, basta sólo con que lo quieran y que hagan a un lado el querer humano, el Querer Divino se hará respirar por el alma y le dará la vida, los efectos, el valor de la Vida de mi Querer, y si no es conocido, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo, que es la gloria más grande que puede darme la criatura?” (16-07-1922)
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In Voluntate Dei! Deo gratias!
Oh Voluntad Divina y adorable, héme aquí ante la inmensidad de tu luz, para que tu eterna bondad me abra las puertas y me haga entrar en ella para formar toda mi vida en tí, Voluntad Divina. Por eso, postrado ante tu luz, yo, el más pequeño entre todas las criaturas, vengo, oh adorable Voluntad, en el pequeño grupo de los hijos de tu Fiat Supremo.
Postrado en mi nada, suplico e imploro que tu luz quiera inundarme y eclipsar todo lo que no te pertenece, de modo que no haga más que mirar, comprender y vivir en tí, Voluntad Divina.
Ella será mi vida, el centro de mi inteligencia, me robará el corazón y todo mi ser. En este corazón no quiero que vuelva a tener vida el querer humano; lo echaré de él y formaré el nuevo paraíso de paz, de felicidad y de amor. Con ella seré siempre felíz; tendré una fuerza única y una santidad que todo santifica y todo lleva a Dios.
Aquí postrado invoco la ayuda de la Trinidad Sacrosanta, que me admita a vivir en el recinto de la Divina Voluntad, para que vuelva en mí el orden primordial de la creación, el orden en que fue creada la criatura.
Madre Celestial, Reina Soberana del Fiat Divino, tómame de la mano y sumérgeme en la luz del Querer Divino. Tú serás mi guía, mi tierna Madre, y me enseñarás a vivir y a mantenerme en el orden y en el recinto de la Divina Voluntad. Soberana Celestial, a tu Corazón entrego todo mi ser. Tú me darás lecciones de Voluntad Divina y yo estaré atento a escucharte. Extenderás tu manto sobre mí, para que la serpiente infernal no se atreva a penetrar en este sacro edén para seducirme y hacerme caer en el laberinto del querer humano.
Corazón de mi sumo Bien, Jesús, Tú me darás tus llamas para que me quemen, me consuman y me alimenten, para formar en mí la vida del Supremo Querer.
San José, tú serás mi protector, el custodio de mi corazón, y tendrás las llaves de mi querer en tus manos. Custodiarás celosamente mi corazón y no me lo darás nunca más, para estar seguro de no hacer ninguna salida de la Voluntad de Dios.
Angel mío de mi guarda, protéjeme, defiéndeme, ayúdame en todo, para que mi paraíso crezca florecido y sea el reclamo de todo el mundo a la Voluntad de Dios.
Corte Celestial, venid en mi ayuda y yo viviré siempre en la Divina Voluntad.
5. “¿Quién soy yo y Quién eres Tú?”
- ¿La verdad y la humildad son la misma cosa?
“Hija mía, sólo los pequeños se dejan manejar como se quiere, no aquellos que son pequeños de razón humana, sino aquellos que son pequeños pero llenos de razón divina.
Sólo Yo puedo decir que soy humilde, porque en el hombre lo que se dice humildad, más bien se debe decir conocimiento de sí mismo, y quien no se conoce a sí mismo camina ya en la falsedad. Mi Humanidad estuvo llena solamente de oprobios y humillaciones, tanto, de derramarse fuera, he aquí por qué ante mis virtudes tiembla el Cielo y la tierra, y las almas que me aman se sirven de mi Humanidad como escalera para subir a probar algunas gotitas de mis virtudes. (...)
Dime, ante mi humildad, ¿dónde está la tuya? Sólo Yo puedo gloriarme de poseer la verdadera humildad, mi Divinidad unida a mi Humanidad podía obrar prodigios en cada paso, palabra y obra, en cambio voluntariamente me restringía en el cerco de mi Humanidad y me mostraba como el más pobre, y llegaba a confundirme con los mismos pecadores. La obra de la Redención en poquísimo tiempo podía hacerla, aun con una sola palabra, pero quise durante el curso de tantos años, con tantos trabajos y sufrimientos, hacer mías las miserias del hombre, quise ejercitarme en tantas diversas acciones para hacer que el hombre fuese todo renovado, divinizado, aun en las mínimas obras, porque realizadas por Mí, que era Dios y Hombre, recibían nuevo esplendor y quedaban con la marca de obras divinas. Mi Divinidad escondida en mi Humanidad, con descender a tanta bajeza, sujetarse al curso de las acciones humanas mientras que con un solo acto de Voluntad habría podido crear infinitos mundos,con sentir las miserias, las debilidades de otros como si fuesen suyas, con verse cubierta de todos los pecados de los hombres ante la divina justicia, y que debía pagar con el precio de penas inauditas y con el desembolso de toda su sangre, ejercitaba continuos actos de profunda y heroica humildad.
He aquí oh hija mía, la diferencia grandísima de mi humildad con la humildad de las criaturas, que ante la mía, apenas es una sombra; aun la de todos mis santos, porque la criatura es siempre criatura y no conoce cuánto pesa la culpa como la conozco Yo, aunque sean almas heroicas que a mi ejemplo se han ofrecido a sufrir las penas de otros, pero éstas no son diferentes de aquellas, de las otras criaturas, no son cosas nuevas para ellas, porque están formadas del mismo barro. Además, el sólo pensar que esas penas son causa de nuevas adquisiciones y que glorifican a Dios, es un gran honor para ellas.
Además de esto, la criatura está restringida en el cerco donde Dios la ha puesto, y no puede salir de esos límites con los que Dios la rodeó. ¡Oh! si estuviese en su poder el hacer y el deshacer, cuántas otras cosas harían, cada uno llegaría a las estrellas. Pero mi Humanidad divinizada no tenía límites, sino que voluntariamente se restringía en Sí misma, y esto era un entretejer todas mis obras de heroica humildad. Había sido esta la causa de todos los males que inundan la tierra, esto es, la falta de humildad, y Yo con el ejercicio de esta virtud debía atraer de la divina justicia todos los bienes.” […] (12-01-1900).
- ¿Cuál es el punto de partida en el diálogo con Dios?
La Luz de la Verdad. Para relacionarse con Dios es necesario hablar su misma lengua: la verdad.
“Hija mía, todas las cosas tienen principio de la nada, esta misma máquina del universo que tú ves con tanto orden, si antes de crearla hubiera estado llena de otras cosas, no habría podido poner mi mano creadora para hacerla con tanta maestría y dejarla tan espléndida y adornada, a lo más habría podido deshacer todo lo que podía estar, y después rehacerla como a Mí me agradaba; pero estamos siempre ahí, en que todas mis obras tienen principio de la nada, y cuando hay mezcla de otras cosas, no es decoroso para mi Majestad descender y obrar en el alma, pero cuando el alma se reduce a la nada y sube a Mí, y toma su ser en el mío, entonces Yo obro como el Dios que soy, y el alma ahí encuentra el verdadero reposo. He aquí cómo todas las virtudes tienen principio en la humildad y en el aniquilamiento de sí mismo” (20-05-1900).
La base de la vida espiritual es el conocimiento de sí, de la propia nada, y el conocimiento de Dios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1ᵃ Cor 4,7)
Por eso el Señor le dice a Luisa: “El favor más grande que puedo hacer a un alma es el hacerse conocer a sí misma. El conocimiento de sí y el conocimiento de Dios van de la mano, por cuanto te conozcas a ti misma otro tanto conocerás a Dios. El alma que se ha conocido a sí, viendo que por sí misma no puede obrar nada de bien, esta sombra de su ser la transforma en Dios y de esto sucede que en Dios hace todas sus operaciones. Sucede que el alma está en Dios y camina junto a Él, sin mirar, sin investigar, sin hablar, en una palabra, como muerta, porque conociendo a fondo su nada no se atreve a hacer nada por sí misma, sino que ciegamente sigue las operaciones del Verbo” (02-06-1899).
Cuando Jesús se manifiesta a un alma, le da el conocimiento de lo que ella es, de su nada, y entonces Él la llena de Sí: “Cuando soy Yo quien se presenta al alma, todas las potencias interiores se aniquilan y conocen su nada, y Yo, viendo al alma humillada, hago sobreabundar mi amor, como tantos ríos, en modo de inundarla toda y fortificarla en el bien. Todo lo contrario sucede cuando es el demonio” (27-08-1899).
Y a Santa Catalina de Siena dijo: “Yo soy el que es, tú eres la que no es”. Por eso Él ha dicho: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).
Ese conocimiento y el desprecio de sí es admirable y positivo si va unido al conocimiento de Jesús y a la fe en Él, porque entonces se vuelve confianza y ánimo (26-05-1899, 05-02-1900): “Yo lo puedo todo en aquel que me conforta.” (Fil 4,13).
Pero como para ver nuestra cara necesitamos un espejo, así para conocer la verdad de nosotros mismos tenemos que mirarnos en el “espejo” que es Cristo:
“Hija mía, lo que quiero de ti es que no te reconozcas más en ti misma, sino que te reconozcas solamente en Mí; así que de ti no te recordarás más, ni tendrás más reconocimiento de ti, sino te recordarás de Mí, y desconociéndote a ti misma adquirirás sólo mi reconocimiento, y a medida que te olvides y te destruyas a ti misma, así avanzarás en mi conocimiento y te reconocerás solamente en Mí, cuando hayas hecho esto, no más pensarás con tu mente sino con la mía, no mirarás con tus ojos, no más hablarás con tu boca, ni palpitarás con tu corazón, ni obrarás con tus manos, ni caminarás con tus pies, sino todo con lo mío, porque para reconocerse solamente en Dios, el alma tiene necesidad de ir a su origen y regresar a su principio, Dios, esto es, de donde salió, y que se uniforme toda sí misma a su Creador; y que todo lo que retiene de sí misma y que no es conforme a su principio, lo debe deshacer y reducirse a la nada. Sólo en este modo, desnuda, deshecha, puede regresar a su origen y reconocerse sólo en Dios, y obrar según el fin para el cual ha sido creada. He aquí entonces que para uniformarse toda en Mí, el alma debe volverse indivisible Conmigo” (27-06-1900).
El pensamiento de sí es siempre un vicio; al pensamiento de sí mismo enseguida se ha de unir Jesús: “Cuanto más el alma se humilla y se conoce a sí misma, tanto más se acerca a la verdad, y encontrándose en la verdad busca dirigirse al camino de las virtudes, del cual se ve muy lejana, y si ve que se encuentra en este camino, pronto descubre lo mucho que le queda por hacer, porque las virtudes no tienen término, son infinitas como soy Yo. Entonces, el alma encontrándose en la verdad, busca siempre perfeccionarse, pero jamás llegará a verse perfecta, y esto le sirve y hará que el alma esté continuamente trabajando, esforzándose para mayormente perfeccionarse, sin perder el tiempo en ociosidades; y Yo, complaciéndome de este trabajo, poco a poco la voy retocando para pintar en ella mi semejanza” (01-01-1900).
“Hija mía, el apoyo de la verdadera santidad está en el conocimiento de sí mismo […] porque el conocimiento de sí mismo deshace a sí mismo y se apoya todo en el conocimiento que adquiere de Dios, de modo que su obrar es el mismo obrar divino, no quedando más nada del propio ser. Cuando el interior se embebe, se ocupa todo de Dios y de todo lo que a Él pertenece, Dios se comunica todo Sí mismo al alma; pero cuando el interior se ocupa, ahora de Dios, ahora de otras cosas, Dios se comunica en parte al alma” (23-03-1902).
Cuando en el corazón se tiene el conocimiento de sí, no afectan las alabanzas o los desprecios de los demás (23-04-1899) y viendo las cosas del mundo como las ve Dios, uno se guarda muy bien su alma para no permitirles entrar:
“Hija mía, el conocimiento de sí misma vacía al alma de sí misma y la llena de Dios. […] Ahora bien, conocerse a sí misma lleva consigo el conocimiento de las cosas del mundo, por eso, como todo es vanidad, fugacidad, bienes sólo disfrazados, engaños, inconstancia de criatura, entonces conociendo cuáles son las cosas en sí mismas, se cuida bien de hacerlas entrar en sí misma, y todo su espacio interior queda lleno de las virtudes de Dios” (12-10-1905).
- El conocimiento del Señor se vuelve conocimiento de su Amor
“Jesús ha venido en medio de una luz, y mirándome como si me penetrara por todos lados, tanto que me sentía aniquilada, me ha dicho: “¿Quién soy Yo y quién eres tú?”
Estas palabras me penetraban hasta la médula de los huesos y descubría la infinita distancia que hay entre el Infinito y el finito, entre el Todo y la nada; y no sólo eso, sino que descubría también la malicia de esta nada y el modo como se había enfangado, me parecía como un pez que nada en las aguas, así mi alma nadaba en la podredumbre, en los gusanos y en tantas otras cosas aptas solamente para dar horror a la vista. ¡Oh Dios, qué vista tan abominable! Mi alma quería huir de la vista de Dios tres veces Santo, pero con otras dos palabras me ató: “¿Cuál es mi Amor hacia ti? Y, ¿cuál es tu correspondencia hacia Mí?”
Ahora, mientras a la primera palabra habría querido huir espantada por su presencia, a la segunda palabra, ¿cuál es mi Amor hacia ti? Me he encontrado abismada, atada por todas partes por su amor, así que mi existencia era un producto de su amor, y si este amor cesaba, yo no existía más. Entonces, me parecía que los latidos del corazón, la inteligencia y hasta el respiro eran todos una reproducción de su Amor, yo nadaba en Él y aun el querer huir me parecía imposible, porque su amor me circundaba por todos lados” […] (28-10-1899).
6. ¿Cómo se recibe este Don?
Si queremos que la Voluntad Divina sea en nosotros la fuente de la vida,
1°, debemos saber suficientemente qué es lo que queremos, qué cosa es;
y 2°, debemos quitar el obstáculo, que es nuestro propio querer humano.
Es como dijo San Juan Bautista: “hace falta que Él crezca y yo disminuya”. Sólo a medida que “morimos” a nuestro querer humano, podemos llamar a cada momento a que “viva”, a que “resucite” en nosotros el Querer Divino.
Acoger este Don no es una fórmula mágica, una simple oración para ser recitada, sino que es necesario saber de qué se trata, es necesario quererlo y es necesario quitar el único obstáculo: que es el dar vida a nuestra voluntad (el hacer lo que queremos) cuando no va de acuerdo con la Voluntad de Dios.
Todo lo que Dios nos da es gratis (el aire, el sol, el respirar, la vista, etc.), pero lo único que tiene precio es el Don de su Voluntad: el precio es nuestra propia voluntad.
Si vivimos en Gracia de Dios y deseamos este Don supremo, que Dios desea que tengamos más de lo que deseamos nosotros -la señal segura, incluso antes de recibir la noticia-, es que es seguro Él nos lo dará...
Pero no basta que Dios nos lo dé, hace falta que nosotros lo recibamos.
• No es posible estar a la vez vivos y muertos: estar en pecado y estar unidos a la Voluntad de Dios. Los defectos y límites, nuestras miserias no son de por sí obstáculo: si Dios tuviera que esperar a vernos sin defectos para darnos este Don como vida, nunca nos lo daría. Otra cosa es el pecado, sobre todo si es grave; pero para pecar es necesario ser suficientemente conscientes y tener intención. No es lo mismo “sentir” que “consentir”: sentir no depende de nosotros, querer sí.
Y el Señor dice: “hijo mío, en el respeto de mi Ley (que tú ya conoces) puedes hacer cualquier cosa, pero llámame a que la haga contigo, porque si la haces tú, ¿cuánto vale? Pero si la hago Yo por medio tuyo, vale infinitamente”.
Cuando uno ha comprendido que el Don que el Señor nos ofrece es su Querer (digamos “el palpitar de su Corazón”) para que sea vida, y nosotros lo queremos y lo acogemos, entonces no hay acción o instante de vida que no esté vivificado por el Querer mismo de la Santísima Trinidad! En ese pequeño acto humano se hace presente y vivo el Acto eterno y divino de Dios.
Y al ser vida debe crecer: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48). Crece a medida que lo conocemos (por eso sin la lectura de los escritos de Luisa eso no es posible), que esas verdades sean sangre de nuestra sangre, vida de nuestra vida; y crece en la medida que lo queremos, o sea, que lo deseamos en cada cosa y a cada momento.
Todo eso supone como base indispensable la cada vez mayor convicción de Quién es Él y que cosa somos nosotros. Él es “el que És”, nosotros somos “cero” absoluto, una nada que ante Dios puede y debe tener sólo dos cosas: deseos y disponibilidad, un abandono total en manos del Señor, para que Él pueda hacer en nosotros todo.
Por eso Jesús le dice a Luisa tantas veces: “Si tú me lo permites, Yo quiero ser en tí Actor y Espectador al mismo tiempo”. Vivir en la Divina Voluntad significa: hacer que Jesús viva en nosotros su Vida interior, que su Vida sea nuestra vida.
• El Señor enseña en los escritos de Luisa que, para que el Querer Divino resulte fácil y gustoso y podamos amarlo cada vez más, hace falta conocerlo siempre más, entrando conscientemente en la Divina Voluntad y deteniéndonos a contemplar sus interminables encantos y atributos: “y en estas paradas que hagas adquirirás siempre más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer, y por eso quedarás tan atada y enamorada, que no saldrás nunca más de Él” (23-12-1900).
El alma debe mirar y estar tan fija en Jesús, hasta atraerlo todo a sí misma (06-02-1901), pero para encontrar a Jesús hay que ir a su Madre, y Ella enseña el secreto de la felicidad: “Hija mía, ven junto a Mí y encontrarás el camino a Jesús, es más, quiero enseñarte el secreto para poder estar siempre con Jesús y para vivir siempre contenta y feliz aun sobre esta tierra, y éste es, tener fijo en tu interior que sólo Jesús y tú están en el mundo, y nadie más, y sólo a Él debes agradar, complacer y amar, y sólo de Él debes esperar ser amada y contentada en todo. Estando en este modo tú y Jesús, no te hará más impresión si estarás circundada de desprecios o alabanzas, de parientes o extraños, de amigos o enemigos, sólo Jesús será todo tu contento y sólo Jesús te bastará por todos. Hija mía, hasta en tanto que todo lo que existe acá abajo no desaparezca del todo del alma, no se puede encontrar verdadero y perpetuo contento” (21-08-1901).
• Hace falta ánimo, fidelidad y suma atención para seguir lo que Dios obra en el alma (06-06-1904). Esa atención continua es un verdadero martirio, porque quien ha dado su voluntad al Señor debe darle siempre la libertad de que haga lo que quiera: “Hija mía, cuando un alma me ha dado su voluntad, no es dueña de hacer más lo que le place, de otra manera no sería verdadera donación. Mientras que la verdadera donación es tener sacrificada continuamente la propia voluntad a Aquél que le fue donada, y esto es un martirio de atención continua que el alma hace a Dios” (13-09-1904).
• Hay que hacer todo con la intención de tomar de Jesús la vida de esos actos y de hacerlos en su Humanidad, siendo para Él como un velo que Lo cubre:
“Hija amada mía, mira en qué estrecha unión estoy Yo contigo, así te quiero a ti, toda unida y estrechada Conmigo; y esto no creas que lo debes hacer sólo cuando sufres o rezas, sino siempre, siempre; si te mueves, si respiras, si trabajas, si comes, si duermes, todo, todo lo debes hacer como si lo hicieras en mi Humanidad y saliera de Mí tu obrar, de modo que no deberías ser tú otra cosa que la cáscara, y rota la cáscara de tu obra se debería encontrar el fruto de la obra divina, y esto debes hacerlo en favor de toda la humanidad, de modo que mi Humanidad se debe encontrar como viviente en medio de las criaturas, porque haciendo tú todo, aun las acciones más indiferentes con esta intención de recibir de Mí la vida, tu acción adquiere el mérito de mi Humanidad, porque siendo Yo Hombre y Dios, en mi respiro contenía los respiros de todos, los movimientos, las acciones, los pensamientos, todo contenía en Mí, así que los santificaba, los divinizaba, los reparaba. Por eso, haciendo todo con la intención de recibir de Mí tu obrar, también tú vendrás a abrazar y a contener a todas las criaturas en ti, y tu obrar se difundirá para bien de todos; así que aunque los demás no me den nada, Yo tomaré todo de ti” (28-11-1906).
• Para recibir el Don, uno debe darse todo a Jesús y hacer en todo y siempre su Querer (20-03-1912). En la Divina Voluntad el alma ha de morir a todo, como en una tumba, encerrada por el Amor, para resucitar a la Vida Divina: “Hija mía, ¿qué tienes? ¿Quieres perder el tiempo? ¿Quieres salir de tu nada? Ponte en tu puesto, en tu nada, a fin de que el Todo pueda tener su lugar en ti. Has de saber que toda tú debes morir en mi Voluntad, el sufrir, las virtudes, todo; mi Querer debe ser la tumba del alma y así como en la tumba la naturaleza se consume hasta en realidad desaparecer, y de esa misma consumación resurgirá a vida más bella y nueva, así el alma sepultada en mi Voluntad como dentro de una tumba, morirá al sufrir, a sus virtudes, a sus bienes espirituales y resurgirá en todo a la Vida Divina” (04-07-1912).
Y el Señor indica el modo práctico y real de morir a nosotros mismos y consumar nuestro ser humano en el Ser Divino: “Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en ti, no fantástica sino verdadera, pero en modo simple y factible. Supón que te viniera un pensamiento que no es para Mí, tú debes destruirlo y sustituirlo con el divino, y así habrás hecho la consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la vida del pensamiento divino; así también si el ojo quiere mirar alguna cosa que me disgusta o que no se refiere a Mí, y el alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha adquirido el ojo de la Vida Divina, y así el resto de tu ser. ¡Oh!, Cómo estas nuevas Vidas Divinas me las siento correr en Mí y toman parte en todo mi obrar” (21-05-1913).
Quien ama de verdad a Jesús y en todo da vida a su Querer forma con Él un solo palpitar: pero para eso se requiere un despojarse perfecto: “Debe ser más vida de Cielo que de tierra, más Divina que humana” (01-04-1916).
El despojarse del alma y la convicción de su nada hacen que Jesús obre en ella: “Hija mía, por cuanto más el alma se despoja de sí, tanto más la visto de Mí; por cuanto más cree que no puede hacer nada, tanto más obro Yo en ella y hago todo; siento que la criatura pone en acto todo mi amor, mis oraciones, mis reparaciones, etc., y para hacerme honor a Mí mismo, veo qué cosa quiere hacer: ¿Amar? Voy a ella y amo junto con ella. ¿Quiere rezar? Rezo junto con ella; en suma, su despojarse de sí y su amor, que es mío, me atan y me obligan a hacer junto con ella lo que quiere hacer, y Yo doy al alma el mérito de mi amor, de mis oraciones y reparaciones, y con sumo contento mío siento repetir mi Vida, y hago descender a bien de todos, los efectos de mi obrar, porque no es de la criatura que está escondida en Mí, sino mío” (14-06-1917).
• En resumen, para vivir en el Divino Querer, dice Jesús: “Quiero el ‘sí’ de la criatura, y que se preste como suave cera a todo lo que quiero hacer de ella” (06-03-1919).
“Pero pocos son los que se disponen a esto, porque las almas, en la misma santidad, quieren alguna cosa de bien propio; en cambio la santidad del vivir en mi Querer, nada, nada tiene de propio, sino todo de Dios, y para disponerse las almas a despojarse de los bienes propios, se necesita demasiado, por eso no serán muchos” (15-04-1919).
“Si leen estas verdades y no están dispuestos no entenderán nada, quedarán confundidos y deslumbrados por la luz de mis verdades […]” (23-10-1921)
Para entrar en el Divino Querer basta quitar el obstáculo -la voluntad humana-, basta quererlo: “Hija mía, para entrar en mi Querer no hay caminos, ni puertas, ni llaves, porque mi Querer se encuentra por todas partes, corre bajo los pies, a derecha, a izquierda y sobre la cabeza, por todas partes; para entrar, la criatura no debe hacer otra cosa que quitar la piedrecilla de su voluntad, pues si bien está en mi Querer, no toma parte ni goza de sus efectos, volviéndose como extraña en mi Querer, porque la piedrecilla de su voluntad impide a mi Querer correr en ella, igual que las aguas son impedidas por las piedras de las playas para correr por doquier. Pero si el alma quita la piedra de su voluntad, en ese mismísimo instante ella corre en Mí y Yo en ella, y encuentra todos mis bienes a su disposición, fuerza, luz, ayuda, lo que quiera. He aquí por qué no hay caminos, ni puertas, ni llaves, basta que quiera y todo está hecho, mi Querer toma el empeño de todo y de darle lo que le falta, y la hace extenderse en los confines interminables de mi Voluntad” (16-02-1921).
“Nuestra Voluntad tiene modos infinitos, con tal que encuentre un alma que se preste para hacer obrar a nuestro Querer, pronto viene a rehacerse del fallo de todas las otras voluntades humanas”. (27-12-1921)
Cuando recibe la noticia, el alma debe abrir las puertas y prepararse a conocer las verdades de la Divina Voluntad: “He aquí el por qué de todas mis premuras contigo, para hacer que entre Yo y tú los quereres corrieran juntos y estuvieran siempre en sumo acuerdo, porque para hacer que el alma pueda abrir las puertas y disponerse a conocer las verdades que mi Voluntad contiene, lo primero es querer vivir de mi Querer, lo segundo es querer conocerlo, lo tercero es apreciarlo”. (25-01-1922)
“¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria!” (Salmo 24).
• La verdad del Divino Querer es más luminosa que el Sol, pero el que no se vacía del todo de su querer humano no la comprende ni la aprecia. Y Luisa dice:
“Estaba pensando entre mí: “Jesús dice tantas cosas de su Santísimo Querer, pero parece que no es comprendido, y aun los mismos confesores parecen dudosos, y delante a una luz tan inmensa no quedan ni iluminados, ni movidos a amar a un Querer tan amable”. Ahora, mientras esto pensaba, mi siempre amable Jesús, poniéndome un brazo en el cuello me ha dicho: “Hija mía, no te asombres por esto, quien no está vacío del todo de su querer, no puede tener un cierto conocimiento del mío, porque el querer humano forma las nubes entre mi Querer y el suyo, e impide el conocimiento del valor y efectos que el mío contiene; pero a pesar de esto no pueden decir que no es luz” (23-06-1922).
“La santidad del vivir en mi Querer no tiene camino, ni puertas, ni llaves, ni habitaciones, invade todo, es como el aire que se respira, que todos deben y pueden respirarlo, basta sólo con que lo quieran y que hagan a un lado el querer humano, el Querer Divino se hará respirar por el alma y le dará la vida, los efectos, el valor de la Vida de mi Querer, y si no es conocido, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo?” (16-07-1922)
• Dios da el Don sin límites desde el primer momento, pero la criatura lo recibe poco a poco. Antes se ha de preparar, debe conocerlo suficientemente, amarlo y desearlo; debe dar suficientes pruebas de fidelidad, dispuesta a cualquier sacrificio para que la Divina Voluntad pueda vivir en ella. Sólo entonces se completará la donación:
“Quiero el sí de la criatura, que como una cera blanda se deje hacer lo que quiero de ella. Es más, debes saber que antes de llamarla del todo a vivir en mi Querer la llamo de vez en cuando, la despojo de todo, le hago pasar una especie de juicio […].¿Cuántas veces no lo he hecho contigo? Todo eso son disposiciones para preparar el alma a que viva en mi Querer”.
“He aquí por qué tantas gracias, tantas manifestaciones sobre mi Voluntad, es la santidad de mi Querer que lo exige, que antes que sea puesta en el alma sea conocida, amada y reverenciada, y que pueda desenvolver en ella toda su virtud y potencia, y sea cortejada por nuestras mismas gracias” (14-07-1922).
“he aquí entonces la necesidad de las disposiciones, del conocimiento del don y de la estima y aprecio, y del amar al mismo don. Por eso, como precursor del don de mi Voluntad que quiero hacer a la criatura es el conocimiento de Ella, el conocimiento prepara el camino, el conocimiento es como el contrato que quiero hacer del don que quiero dar, y por cuanto más conocimiento envío al alma, tanto más es estimulada a desear el don y a solicitar al Divino Escritor que ponga la última firma, que el don es suyo y lo posee. Entonces, la señal de que quiero hacer don de mi Querer en estos tiempos, es el conocimiento de Él” (25-12-1925).
7. La necesidad del conocimiento
- No se ama lo que no se conoce. Y a medida que se conoce se ama
“Es la Santidad de mi Querer que quiere ser conocida […] y si el Querer Divino no es conocido, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo?” (16-07-1922).
“El conocimiento es el ojo del alma, el alma que no conoce está como ciega a aquel bien, a aquellas verdades. En mi Voluntad -dice Jesús- no hay almas ciegas, es más, cada conocimiento les da un alcance mayor de vista” (02-04-1923).
¿Para qué sirve cada nuevo conocimiento de la Divina Voluntad?
“Cada vez que te hablo de mi Querer y tú adquieres nuevos conocimientos, tanto más valor tiene tu acto en mi Querer y más riquezas inmensas adquieres.
Sucede como con alguno que tiene una joya y sabe que ésta tiene un valor de un centavo; él es rico en un centavo. Ahora, sucede que hace ver su joya por un experto, y éste le dice que su joya tiene un valor de cinco mil liras; entonces ya no posee un centavo, sino que es rico en cinco mil liras. Después de algún tiempo tiene ocasión de hacer ver su joya por otro perito más experto, y él le asegura que su joya tiene un valor de cien mil liras y que está dispuesto a comprarla si es que la quiere vender; ahora es rico en cien mil liras. Según conoce el valor de su joya, así se hace más rico y siente mayor amor y estima por su joya; la tiene guardada con mayor cuidado sabiendo que es toda su fortuna, mientras que antes la tenía como una cosa de nada. No obstante la joya no ha cambiado, ha quedado tal como era, el cambio se ha realizado en él con saber el valor que la joya contiene.
Así sucede de mi Voluntad, como también de las virtudes, según el alma comprende su valor, adquiere mayor conocimiento sobre ella, así viene a adquirir nuevos valores y nuevas riquezas en sus actos. Así que por cuanto más conozcas de mi Voluntad, tanto más tu acto adquirirá su valor. ¡Oh, si supieras qué mares de gracias Yo abro entre tú y Yo cada vez que te hablo de los efectos de mi Querer, te morirías de felicidad y harías fiesta como si hubieses adquirido nuevos reinos para dominar!” (25-08-1921).
A medida que el Señor hace conocer al alma su Voluntad, aumenta su capacidad y la prepara a un mayor conocimiento (02-09-1921).
Hacer la Divina Voluntad, o sea, cumplir fielmente lo que Ella quiere o aceptar lo que permite, no es algo nuevo. Eso lo hacen todos los Santos, de todos los tiempos, porque sin Ella no puede haber virtud ni santidad. Pero cada uno toma de Ella y tiene una relación con Ella en la medida que le es concedido conocerla:
“…Cierto que ha habido santos que han hecho siempre mi Querer, pero han tomado de mi Voluntad por cuanto han conocido de Ella. Ellos conocían que el hacer mi Voluntad era el acto más grande, el que más me honraba y que llevaba la santificación, y con esta intención la hacían y esto tomaban, porque no hay santidad sin mi Voluntad, y no puede salir ningún bien, ni santidad pequeña o grande sin Ella” (06-11-1922)
- La Verdad es infinita, la Revelación es completa, pero no acabará jamás
“Todavía tengo muchas cosas que decirles -dijo el Señor en la última Cena-, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13).
La Revelación -la Iglesia nos enseña- es Una sola: el Padre es Revelado, el Hijo Jesucristo es la Revelación del Padre, el Espíritu Santo es el Divino Revelador.
La Revelación es por eso infinita y eterna, no ha terminado ni acabará jamás. Es cierto que “el Padre ha dicho su Palabra definitiva” cuando ha enviado el Hijo al mundo, pero el Hijo ha resucitado y nunca acabará de hacernos conocer al Padre.
La Revelación se nos da en la Sagrada Escritura (que es completa y perfecta) y en la Sagrada Tradición, que la explica e ilumina de forma creciente. Pues bien, si "el Libro" es completo y no se puede añadir ni siquiera una página, "la Luz" para poder leerlo aumenta siempre. Una cosa es leerlo a la luz "de las estrellas y de la luna", y otra cosa es leerlo a la luz "del Sol"... del Divino Querer. Eso es precisamente lo que dan los escritos de Luisa, "la pequeña Hija de la Divina Voluntad".
Por eso los Apóstoles miraban con vivo deseo el futuro:
San Pablo dice: “La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz.” (Rom 13,12).
San Pedro: “Manténganse con el espíritu alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se manifieste Jesucristo.” (1 Pe 1,13).
Y San Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.” (1 Jn 3,2), o "La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a él" (1 Jn 4,17).
Y a Luisa Jesús le dice: “…he reservado gracias más grandes a quienes han escrito de Mí, porque ellos son la continuación de mi Vida evangélica, los portavoces de mi palabra, y lo que no dije en mi Evangelio, me lo reservé para decirlo a quien habría escrito de Mí. Yo no terminé entonces de predicar, Yo debo predicar siempre, mientras existan las generaciones” (14-02-1922).
- Hacer conocer Sus verdades es iniciativa, un don, un derecho de Dios
Nuestro Señor, aunque en el Evangelio ha hecho elocuentes referencias a la Voluntad del Padre, haciendo comprender que es lo más importante, la explicación y el fin de todo en su Vida, entonces no podía extenderse en más explicaciones. “Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? “ (Jn 3,12). Si el hombre no conocía lo menos, ¿cómo habría podido conocer lo más? Si aún no sabía andar, ¿cómo habría podido aprender a volar?
Antes tenía que reeducarlo, redimirlo, darle la Gracia, hacerlo de nuevo hijo de Dios, asegurar su salvación, dejando para más adelante -al tiempo establecido por el Padre- descubrirle su Herencia, devolverle el don de su Adorable Voluntad y con él la semejanza divina perdida por Adán, hacerle ser una sola cosa con Él, darle no sólo la salvación, sino su misma Santidad Divina, enseñarle a vivir en la Divina Voluntad… Por eso Jesús, cuando vino a la tierra, apenas dijo algo de la Divina Voluntad; se reservó darla a conocer por medio de Luisa:
“Lo que debía hacer entonces, las enseñanzas que debía haber dado a todos sobre mi Voluntad, te las he dado a ti, así que con hacerlas conocer no es otra cosa que suplir a lo que debía hacer Yo estando en la tierra, como cumplimiento de mi venida”. (02-06-1921)
Así ha decidido Dios. Y Luisa dice: “Amor mío, Jesús, ¿es posible que después de tantos siglos de vida de la Iglesia que ha hecho salir tantos santos, y muchos de ellos han hecho asombrar Cielo y tierra por sus virtudes y maravillas que han obrado, no debían ellos obrar todo en el Divino Querer, en modo de formar este plan que Tú dices? ¿Estabas esperando propiamente a mí, la más inhábil, la más mala e ignorante para hacerlo? Me parece verdaderamente increíble” Y Jesús: –”Escucha hija mía, mi Sabiduría tiene medios y caminos que el hombre ignora y está obligado a inclinar la frente y a adorarla en mudo silencio, y no le toca a él dictarme leyes, decirme a quién debo escoger y el tiempo oportuno que mi bondad dispone” (06-10-1922).
- En los Escritos de Luisa el Señor hace conocer su Querer
Y dice: “que a ninguno hasta ahora he manifestado. Mira cuantos libros quieras y verás que en ninguno encontrarás lo que te he dicho a ti de mi Voluntad” (12-09-1913).
El vivir en el Querer Divino “es la santidad aún no conocida, que haré conocer, que pondrá el último adorno y el más bello y el más refulgente de todas las demás santidades” (08-04-1918).
“He aquí el por qué te hablo frecuentemente no sólo de mi Voluntad, sino del vivir en mi Querer, porque habiéndolo hecho tuyo, quiero que conozcas de Él sus cualidades y el modo de cómo vivir en mi Querer, para poder hacer junto Conmigo vida común e inseparable, y revelarte los secretos de mi Querer” (25-04-1918).
“…He aquí por qué a menudo te hablo del vivir en mi Querer, lo que hasta ahora no he manifestado a ninguno, a lo más han conocido la sombra de mi Voluntad, la gracia, la dulzura que contiene el hacerla, pero penetrar dentro de Ella, abrazar la inmensidad, multiplicarse Conmigo y penetrar dondequiera, aun estando en la tierra, en el Cielo y en los corazones, abandonar los modos humanos y obrar con modos divinos, esto no es conocido aún, tanto que a no pocos parecerá extraño, y quien no tiene abierta la mente a la luz de la verdad no comprenderá nada, pero Yo poco a poco me abriré camino manifestando ahora una verdad, ahora otra de este vivir en mi Querer, de tal manera que terminarán por comprenderlo…” –”Amor mío, si tanto bien hay en este vivir en el Querer Divino, ¿por qué no lo manifestaste antes?” (29-01-1919).
“¡Cuánto deberías agradecerme por haberte admitido en los secretos de mi Querer!” (29-09-1912) “…Ese hablarte siempre de mi Querer, ese hacerte comprender sus admirables efectos, lo que no he hecho con ninguno hasta ahora […]” (17-03-1921).
Jesús exhorta a Luisa a no omitir ninguna de sus verdades, aun la más pequeña, porque puede servir a un hermano suyo y ella debe abrir esos canales (23-10-1921).
- Esta revelación contiene en sí misma la prueba de su autenticidad
Como Jesús dice: “La doctrina sobre mi Voluntad es la más pura, la más bella, no sujeta a sombra de materia o de interés, tanto en el orden sobrenatural como en el orden natural, por eso será a manera de sol, la más penetrante, la más fecunda y la más bienvenida y acogida. Y como es Luz, por sí misma se hará entender y se abrirá camino; no estará sujeta a dudas, a sospechas de error, y si alguna palabra no se entenderá, será la demasiada luz que eclipsando la inteligencia humana no podrán comprender toda la plenitud de la verdad, pero no encontrarán una palabra que no sea verdad, a lo más, no podrán del todo comprenderla” (10-02-1924).
El único Hombre que pudo decir ante sus adversarios, sin temor a ser desmentido, “¿Quién de ustedes probará que tengo pecado?” (Jn 8,46), ha podido decir: en esta doctrina “no hallarán ni una palabra que no sea verdad”. Si no fuera así sería una presunción temeraria y ridícula, de “el alma más soberbia de este mundo”, como dice Luisa. Exactamente, en los antípodas de su persona y de su vida.
- Del conocimiento nace la estima, el amor y la posesión
“Mi Voluntad es el portento de los portentos, es el secreto para encontrar la luz, la santidad, las riquezas; es el secreto de todos los bienes, y no es conocido, y por lo tanto ni apreciado ni amado” (08-03-1914).
Jesús no puede no manifestar, aunque sea poco a poco, su Amor, las gracias y los bienes que va dando a quien hace su Voluntad. Él no exagera (21-03-1914).
“¡Ah! si todos comprendieran el gran bien del vivir en mi Querer, harían competencia, pero, ¡ay de Mí! cuán pocos lo comprenden, y viven más en sí mismos que en Mí” (04-05-1919).
“Así será del tercer Fiat, conforme se conozca y almas amantes y desinteresadas entren a hacer vida en mi Fiat” (02-03-1921).
Jesús exulta al dar a conocer su Voluntad: cada verdad manifestada es un nuevo vínculo de unión que forma con Luisa y con toda la humanidad. Él ha manifestado todo lo que hizo para constituir al hombre heredero de los bienes de su Humanidad; ahora quiere manifestar lo que su Divina Voluntad hizo en su Humanidad por hacer herederas de todos los bienes de su Querer a las nuevas generaciones (06-09-1921).
“Cuánta avaricia tienen Conmigo, cuántas restricciones, cuántas cosas no manifiestan de lo que les digo y comprenden de Mí […] Cada conocimiento de más que se tiene de Mí, es una gloria y un amor de más que recibo de las criaturas” (29-10-1921).
“La santidad en mi Querer no es conocida aún, es por esto por lo que se maravillan, porque cuando una cosa es conocida los asombros cesan […] ¡Qué gracia para ti el conocerla!” (12-11-1921). “Tengo tantas otras cosas qué decirte aún, tantas otras verdades que tú no conoces, y todas mis verdades llevan la felicidad que cada una posee, y por cuantas verdades el alma conoce, tantas diversas felicidades adquiere” (05-01-1922).
“Todo mi interés es que tu querer haga vida en el mío, y que comprendas bien qué significa vivir en Él, por cuanto a criatura es posible” (15-06-1922).
Cuanto más se conoce del Querer Divino, tanto más se recibe de él. “De los actos internos que hizo mi Humanidad en la Divina Voluntad por amor de todos, poco o nada se sabe de ellos […] El conocimiento lleva consigo el valor, los efectos, la vida de aquel bien. […] Cuando Yo hago conocer es porque quiero dar”. (19-10-1922)
“Ves ahora cómo es necesario que mi Querer sea conocido en todas sus relaciones, en los prodigios, en los efectos, en el valor, lo que hice Yo en este Querer para las criaturas, lo que deben hacer ellas; y esto será un potente imán para atraer a las criaturas para hacerlas recibir la herencia de mi Querer, y hacer salir en campo la generación de los hijos de la luz” (27-10-1922).
De la Divina Voluntad se posee en la medida que se conoce y Ella se manifiesta (06-11-1922). “[…] Es a mi Querer al que quiero que todos conozcan y todos lo señalen como nuevo Cielo y medio de nueva regeneración” (21-06-1923).
“Cuando Yo hablo de mi Voluntad para hacerla conocer a la criatura, Yo quiero infundirle mi Divinidad, por eso otro Yo mismo […] Mientras hablo de mi Querer, mi amor parece como si se saliera de sus confines para formar la sede de mi Voluntad en el corazón de la criatura” (16-02-1923).
“Cuando manifiesto una verdad mía no conocida, es una nueva creación que hago” (01-07-1923).
8. “Señor, enséñanos a orar”
(Escuela de oración en la Divina Voluntad)
La oración es para el alma lo que la respiración es para el cuerpo. Por eso el Señor ha dicho “oren incesantemente”. La verdadera oración es un encuentro de amor con Dios, es un encuentro de nuestra voluntad con la Voluntad Divina.
Tal encuentro, la oración, demuestra las actitudes y los sentimientos del hombre hacia Dios: el rechazo o la aversión a la oración es impiedad; la falta de oración es ateísmo práctico; la inconstancia en la oración es señal de un amor muy débil o superficial; las fáciles distracciones dicen que el alma está dominada por otros intereses o gustos o que, de todas formas, su pensamiento todavía da vueltas, demasiado, en torno a ella misma.
Una oración que sabe sólo decir oraciones aprendidas no toca el propio corazón ni la propia vida, y menos aún el Corazón y la Vida de Dios. Rezar con el sólo fin de obtener alguna gracia, hace ver que el alma no es creyente, sino “cliente” de Dios. Rezar para poder decir a la propia conciencia: “ya he dicho mis oraciones”, es como querer hablar con alguien por teléfono marcando el número de sí mismo; es una ocasión perdida...
La oración puede mostrar respecto a Dios una actitud de distancia, de temor, de vana formalidad (que no es el verdadero sentido de respeto), o bien indicar interés, arrepentimiento, necesidad de ayuda, o admiración, complacencia, júbilo, gratitud, compasión, deseo de reparar, intercesión por el prójimo, ¡amor! Y ésta es la verdadera unión de voluntades, con infinitos grados, y por tanto la adoración.
La oración, en una palabra, dice cuánto el hombre es extraño o familiar hacia Dios, cuánto es lejano o cercano, cuánto se siente siervo o hijo. Es un encuentro que se traduce en vida, que alimenta la vida y a su vez se alimenta de conocimiento del Señor, ya que la oración tiene necesidad de contenido.
La oración en la Divina Voluntad es necesario alimentarla con la lectura de los escritos sobre la Divina Voluntad:
“Busca en cuantas vidas de santos quieras, o en libros de doctrina, y en ninguno encontrarás los prodigios de mi Querer obrante en la criatura y la criatura obrante en el mío, a lo más encontrarás la resignación, la unión de los quereres, pero el Querer Divino obrante en la criatura y ella en el mío, en ninguno lo encontrarás, esto significa que no había llegado el tiempo en que mi bondad debía llamar a la criatura a vivir en este estado sublime. Aun el mismo modo como te hago rezar no se encuentra en ningún otro” (06-10-1922).
No se trata por tanto de decir o leer determinadas oraciones o expresiones de Luisa, conociéndolas tal vez de memoria, por más que sean para nosotros modelo en sus contenidos; y no es tampoco cuestión de métodos. Se trata de un espíritu nuevo (Ez 36,26-27), de una nueva actitud del alma que se reviste de los mismos modos de obrar y de los sentimientos divinos de Jesucristo.
Ahora, más que “hacer oración”, el Señor quiere que en Él “seamos oración”. Oración que sea amor que adora, amor que repara, amor que comparte todo con el Amado, que Le da honor y gloria, que intercede, que da las gracias, amor que Lo ama por todos y en todas Sus obras…
Es muy significativo este texto de Luisa: «Estaba diciendo a mi amado Jesús: “No desdeñes mis oraciones, son tus mismas palabras que repito, las mismas intenciones, quiero las almas como las quieres Tú, y con tu mismo Querer”.
Y el bendito Jesús me ha dicho: “Hija mía, cuando te oigo repetir mis palabras, mis oraciones, querer como quiero Yo, como por tantos imanes me siento atraer hacia ti, y conforme te oigo repetir mis palabras, tantas alegrías distintas siente mi corazón, y puedo decir que es una fiesta para Mí, y mientras gozo, me siento debilitado por el amor de tu alma y no tengo la fuerza de castigar a las criaturas; siento en ti las mismas cadenas que Yo ponía al Padre para reconciliar al género humano. ¡Ah! sí, repite lo que hice Yo, repítelo siempre si quieres que tu Jesús en tantas amarguras encuentre una alegría por parte de las criaturas”.» (04-06-1918)
Hay que decir que toda la vida de Luisa, destilada en sus escritos, es una continua oración, porque es un incesante anhelo de amor a Jesús. Parece que en nuestro tiempo algunos han descubierto el Espíritu Santo, la así llamada oración “espontánea”, la alabanza al Señor. Pues bien, todos los Santos la han practicado en su vida; pero, entre todos, de una forma muy singular y original, Luisa. Es suficiente ver ese palpitar de su alma en la continua meditación de “Las Horas de la Pasión” que continuamente hacía, a partir de la “Novena de Navidad” que hizo cuando tenía 17 años. Esas “horas” son precisamente su “escuela de oración”. Son su “escuela de vida”.
Para hablar de la oración en Luisa haría falta en realidad citar todos sus escritos. Dos de sus libros, en particular, tratándose de la oración, se deberían examinar: “Las Horas de la Pasión” y “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”.
Veamos algunas enseñanzas de Jesús:
1- La primera condición para orar es el silencio interior: “Este murmullo en tu mente es impedimento para dejarte oír más clara mi voz, para derramar mis gracias y para hacerte enamorar verdaderamente de Mí” (1° Volumen).
2.- La segunda es la paz, incluso cuando es difícil recogerse: “Has hecho mal al estarte tan turbada, ¿no sabes tú que Yo soy Espíritu de paz?, y la primera cosa que te recomiendo es no disturbar la paz del corazón; cuando en la oración no puedes recogerte, no quiero que pienses en esto o aquello, cómo es o cómo no es, haciendo así tú misma llamas a la distracción…” (1° Volumen)
3.- Es necesaria la constancia en la oración: “Por eso lo que te recomiendo es la oración, aunque debieras sufrir penas de muerte, jamás debes descuidar lo que acostumbras hacer, es más, cuanto más te veas en el precipicio, tanto más invocarás la ayuda de quien puede liberarte” (1° Volumen).
4.- Espíritu de continua oración: “Lo que te recomiendo es el espíritu de continua oración. Este buscar siempre el alma el conversar Conmigo, sea con el corazón, sea con la mente, sea con la boca y hasta con la simple intención, la hace tan bella a mi vista, que las notas de su corazón armonizan con las notas de mi corazón […] y no sólo esto, sino que es tanta la belleza que hace adquirir el espíritu de continua oración, que el demonio queda golpeado como por un rayo y queda frustrado en las insidias con las que intenta dañar a esta alma” (28-07-1902).
5.- Animo, fidelidad y atención al hacer o seguir lo que hace la Divina Voluntad:
“Continuando mi habitual estado, por poco tiempo se ha hecho ver desde dentro de mi interior, primero Él sólo y después las Tres Divinas Personas, pero todas en profundo silencio, y yo continuaba ante su presencia con mi acostumbrado trabajo interior, y parecía que el Hijo se unía conmigo, y yo no hacía otra cosa que seguirlo, pero todo era silencio, y no se hacía otra cosa en este silencio que fundirse con Dios, y todo el interior, afectos, latidos, deseos, respiros, se convertían en profundas adoraciones a la Majestad Suprema. Entonces, después de haber estado un poco de tiempo en este estado, parecía que las Tres hablaban, pero formaban una sola voz, y me han dicho:
“Hija querida nuestra, ánimo, fidelidad y atención suma al seguir lo que la Divinidad obra en ti, porque todo lo que haces no lo haces tú, sino que no haces otra cosa que dar tu alma por habitación a la Divinidad. Te sucede a ti como a una pobre que teniendo un pequeño cuartucho, el rey lo pide por habitación, y ella lo da y hace todo lo que quiere el rey; entonces, habitando el rey aquel pequeño cuartucho, contiene riquezas, nobleza, gloria y todos los bienes, ¿pero de quién son? Del rey” (06-06-1904).
6.- Nuestra oración ha de ser unidos a Jesús, más aún, “uniformándonos” a Él, con sus mismas intenciones, con su mismo Amor:
“Hija mía, esta mañana quiero uniformarte toda a Mí: Quiero que pienses con mi misma mente, que mires con mis mismos ojos, que escuches con mis mismos oídos, que hables con mi misma lengua, que obres con mis mismas manos, que camines con mis mismos pies, y que ames con mi mismo corazón”. Después de esto, Jesús unía sus sentidos mencionados arriba con los míos, y veía que me daba su misma forma; no sólo eso, sino me daba la gracia de usarlos como lo hizo Él mismo (12-08-1899).
7.- ¿Para qué sirve orar “fundiéndonos” en Jesús, “haciéndonos una sola cosa” con Él? Escribe Luisa:
«Mientras rezaba estaba uniendo mi mente a la de Jesús, mis ojos a los de Jesús, y así de todo lo demás, tratando de hacer lo que hacía Jesús con su mente, con sus ojos, con su boca, con su corazón, y así de todo de todo lo demás, y como parecía que la mente de Jesús, sus ojos, etc., se difundían para bien de todos, así parecía que yo uniéndome y ensimismándome con Jesús me difundía también para bien de todos. Entonces pensaba entre mí: “¿Qué meditación es ésta? ¿Qué oración? ¡Ah, no soy buena para nada, no sé ni siquiera meditar nada!”.
Pero mientras esto pensaba, mi siempre amable Jesús me ha dicho: “Hija mía, ¿cómo es que te afliges por esto? En vez de afligirte deberías alegrarte, porque cuando tú meditabas y tantas bellas reflexiones surgían en tu mente, tú no hacías otra cosa que tomar de Mí parte de mis cualidades y de mis virtudes; ahora, habiéndote quedado sólo el poder unirte y ensimismarte a Mí, tomas de Mí todo, y no siendo buena para nada, Conmigo eres buena para todo, porque Conmigo quieres el bien de todos, y sólo con el desear, el querer el bien, produce en el alma una fortaleza que la hace crecer y la fija en la Vida Divina. Además, con unirse y ensimismarse Conmigo, se une con mi mente, y así tantas vidas de pensamientos santos produce en las mentes de las criaturas; conforme se une con mis ojos, así produce en las criaturas tantas vidas de miradas santas; así si se une con mi boca dará vida a las palabras; si se une a mi corazón, a mis deseos, a mis manos, a mis pasos, así a cada latido dará una vida, vida a los deseos, a las acciones, a los pasos, pero vidas santas, porque conteniendo en Mí la potencia creadora, junto Conmigo el alma crea y hace lo que hago Yo”» (12-06-1913).
8.- Orar como ora Jesús, con oración universal, en su Voluntad:
“Hija mía, reza, pero reza como rezo Yo, es decir, vuélcate toda en mi Voluntad, y en Ella encontrarás a Dios y a todas las criaturas, y haciendo tuyas todas las cosas de las criaturas, las darás a Dios como si fuera una sola criatura, porque el Querer Divino es el dueño de todas, y pondrás a los pies de la Divinidad los actos buenos para darle honor, y los malos para repararlos con la santidad, potencia e inmensidad de la Divina Voluntad a la que nada escapa. Esta fue la Vida de mi Humanidad en la tierra. […] Ahora, ¿por qué no puedes hacerlo también tú? Para quien me ama todo es posible, unida Conmigo en mi Voluntad, toma y lleva ante la Majestad Divina en tus pensamientos, los pensamientos de todos; en tus ojos, las miradas de todos; en tus palabras, en los movimientos, en los afectos, en los deseos, todos los de tus hermanos para repararlos, para impetrar para ellos luz, gracia, amor. En mi Querer te encontrarás en Mí y en todos, harás mi Vida, rezarás como Yo, y el Padre Divino por esto quedará contento y todo el Cielo te dirá: “¿Quién nos llama en la tierra? ¿Quién es quien quiere encerrar este Santo Querer en sí, encerrando a todos nosotros juntos?” ¿Y cuánto bien no puede obtener la tierra haciendo descender el Cielo a la tierra?” (03-05-1916).
9.- La oración de quien vive en el Querer Divino es divina, inmensa, universal:
«[…] Habiendo recibido la comunión estaba diciendo a Jesús: “Te amo”. Y Él me ha dicho: “Hija mía, ¿quieres amarme en verdad? Di: “Jesús, te amo con tu Voluntad”. Y como mi Voluntad llena Cielo y tierra, tu amor me circundará por doquier, y tu te amo se repercutirá arriba en los Cielos y hasta en lo profundo de los abismos; así si quieres decir te adoro, te bendigo, te alabo, lo dirás unida con mi Voluntad, y llenarás Cielos y tierra de adoraciones, de bendiciones, de alabanzas, de agradecimientos. En mi Voluntad las cosas son simples, fáciles e inmensas”» (02-10-1913).
10.- Quien ora en la Divina Voluntad no necesita poner intenciones propias:
“Hija mía, quien está en mi Voluntad y hace sus cosas porque las quiero Yo, no es necesario que disponga ella sus intenciones, estando en mi Voluntad, conforme obra, reza, sufre, así Yo mismo las dispongo como más me place, ¿me place la reparación? Las tomo por reparación; ¿me place por amor? Lo tomo como amor. Siendo Yo el dueño hago con ellas lo que quiero; no así con quien no está en mi Voluntad, disponen ellos y Yo quedo a voluntad de ellos”. (29-09-1912)
11.- Efectos de la oración en el Divino Querer: «He pasado una mañana rezando junto con Jesús en su Querer, pero, ¡oh sorpresa! Mientras rezábamos, una era la palabra, pero el Querer Divino la difundía sobre todas las cosas creadas y en todas quedaba su marca; la llevaba al empíreo y todos los bienaventurados no sólo recibían la marca, sino les era causa de nueva bienaventuranza; descendía en lo bajo de la tierra y hasta al Purgatorio, y todos recibían los efectos, ¿pero quién puede decir cómo se rezaba con Jesús, y todos los efectos que producía?
Entonces, después de haber rezado juntos me ha dicho: “Hija mía, ¿has visto qué significa rezar en mi Querer? Cómo no hay punto en el cual mi Querer no exista, Él circula en todo y en todos, es vida, actor y espectador de todo; así los actos hechos en mi Querer se vuelven vida, actores y espectadores de todo, hasta de la misma alegría, bienaventuranza y felicidad de los santos, llevan por todas partes la luz, el aire balsámico y celestial que hace salir alegrías y felicidad, por esto no salgas jamás de mi Querer, Cielo y tierra te esperan para recibir nueva alegría y nuevo esplendor”*» (21-04-1922).
12.- Reparaciones completas, acción de gracias y amor en nombre de todos y en cada cosa, cuando se entra en el Divino Querer: “Hija, derrámate en mi Querer para hacerme reparaciones completas, mi Amor siente la irresistible necesidad, ante tantas ofensas de las criaturas, de que al menos haya una, que interponiéndose entre Yo y ellas me dé reparaciones completas, amor por todas, y arrebate de Mí gracias para todas, y esto lo puedes hacer sólo en mi Querer, donde me encontrarás a Mí y a todas las criaturas. ¡Oh! Con qué ansias estoy esperando que entres en mi Querer para poder encontrar en ti las complacencias y las reparaciones de todas, pues sólo en mi Querer encontrarás todas las cosas en acto, porque Yo soy motor, actor y espectador de todo”.
Y mientras esto decía me he fundido en su Querer, ¿pero quién puede decir lo que veía? Me encontraba en contacto con cada pensamiento de criatura, cuya vida de cada pensamiento venía de Dios, y yo en su Querer me multiplicaba en cada pensamiento, y con la santidad de su Querer reparaba todo, tenía un gracias por todos, un amor por todos, y así me multiplicaba en las miradas, en las palabras y en todo lo demás, ¿pero quién puede decir cómo sucedía todo esto? A mí me faltan las palabras, tal vez las mismas lenguas angélicas serían balbucientes, por eso pongo punto. Y así toda la noche me la pasé con Jesús en su Querer. (15-06-1916).
13.- En la Divina Voluntad el alma hace a Jesús lo que todos deberían hacer:
“Hija mía, quien en mi Voluntad reza, ama, repara, me besa, me adora, Yo siento en ella como si todos me rezaran, me amaran, etc., porque mi Voluntad envolviendo todo y a todos en mi Querer, el alma me da el beso, el amor y la adoración de todos, y Yo mirando a todos en ella, doy a ella tantos besos, tanto amor por cuanto debería dar a todos. El alma en mi Voluntad no está contenta si no me ve completado por el amor de todos, si no me ve besado, adorado, rogado por todos. En mi Voluntad no se pueden hacer cosas a la mitad sino completas, y Yo al alma que obra en mi Querer no le puedo dar cosas pequeñas, sino inmensas, que pueden ser suficientes para todos. Yo hago con el alma que obra en mi Querer, como una persona que necesitara un trabajo de diez personas, ahora de estas diez, sólo una se ofrece a hacer el trabajo, todas las demás lo rechazan. ¿No es justo que todo lo que debería dar a las diez, lo dé a una sola? De otra manera, ¿dónde estaría la diferencia entre quien obra en mi Querer, y entre quien obra en su voluntad?” (02-04-1921).
14.- ¿Para qué sirve orar así en la Divina Voluntad?
Escribe Luisa: «Estaba fundiéndome en el Santo Querer Divino para girar en cada inteligencia de criatura, para dar a mi Jesús la correspondencia de amor de cada pensamiento de criatura; pero mientras esto hacía, el pensamiento me ha dicho: “¿De qué sirve rezar en este modo? Más bien me parece que sean desatinos en vez de oraciones”.
Y mi siempre amable Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho: “Hija mía, ¿quieres saber de qué sirve y cuál es el efecto de ello? La criatura que viene a arrojar en el mar inmenso de mi Divinidad la piedrita de su voluntad, en cuanto la arroja, si su voluntad quiere amar, el mar infinito de las aguas de mi amor se encrespa, se agita, y Yo siento las olas de mi amor que exhalan su celestial perfume, y Yo siento el placer, las alegrías de mi amor agitadas por la piedrita de la voluntad de la criatura; si adora mi santidad, la piedrita de la voluntad humana agita el mar de mi santidad, y Yo me siento recrear por las auras purísimas de mi santidad; en suma, cualquier cosa que quiere hacer la voluntad humana en la mía, como piedrita se arroja en el mar de cada uno de mis atributos, y agitándolos y encrespándolos, Yo siento darme mis mismas cosas y los honores, la gloria, el amor que en modo divino puede darme la criatura. […] Esto es lo que significa entrar en mi Voluntad, agitar, remover mi Ser y decirme: ‘Mira cómo eres bueno, amable, amante, santo, inmenso, potente, eres el Todo, y yo quiero moverte todo para amarte y darte placer’. ¿Y a ti te parece poco?” (01-07-1923).
15.- La oración que busca sólo la Divina Voluntad:
“¡Hija mía, cómo me hiere el corazón la oración de quien busca sólo mi Querer! Siento el eco de mi oración que hice estando Yo sobre la tierra, todas mis oraciones se reducían a un punto solo, que la Voluntad de mi Padre, tanto sobre Mí como sobre todas las criaturas se cumpliera. Fue el más grande honor para Mí y para mi Padre Celestial, que en todo hice su Santísima Voluntad” (22-02-1925).
16.- Este modo de orar es un derecho de Dios y un deber de la criatura:
Luisa dice: «Mientras me estaba fundiendo en el Santo Querer Divino para corresponder en amor a Dios por todo lo que hizo en la Creación por amor de las criaturas, el pensamiento me decía que no era necesario hacerlo, ni era agradable a mi Jesús este modo de orar, me decía que todo era invención de mi cabeza.
Y mi siempre amable Jesús, moviéndose en mi interior me ha dicho: “Hija mía, tú debes saber que este modo de orar, esto es, corresponder a Dios en amor por todas las cosas creadas por Él, es un derecho divino y entra en el primer deber de la criatura. La Creación fue hecha por amor del hombre, es más, fue tanto nuestro amor, que si hubiera sido necesario hubiéramos creado tantos cielos, tantos soles, estrellas, mares, tierras, plantas, y todo lo demás, por cuantas criaturas debían venir a la luz de este mundo, a fin de que cada una tuviera una Creación para sí, un universo todo suyo, como en efecto cuando todo fue creado, sólo Adán fue el espectador de todo lo creado, él podía gozar todo el bien que quería. Y si no lo hicimos fue porque el hombre podía gozar igualmente todo como si fuera de él, a pesar de que los demás también lo gozan.
[…] Por tanto, siendo así, que en todas las cosas creadas Dios vinculaba su amor hacia cada criatura, en ella entraba el deber de corresponder a Dios con su pequeño amor, con su gratitud, con su gracias hacia quien tanto había hecho por ella. El no corresponder en amor a Dios por todo lo que ha hecho en la Creación para el hombre, es el primer fraude que hace la criatura a Dios, es un usurpar sus dones sin ni siquiera reconocer de donde vienen, ni a quien tanto la ha amado; por eso es el primer deber de la criatura, y es tan indispensable e importante este deber, que Aquélla que tomó a pecho toda nuestra gloria, nuestra defensa, nuestro interés, no hacía otra cosa que girar por doquier, desde la más pequeña hasta la más grande de las cosas creadas por Dios para imprimir su correspondencia de amor, de gloria, de agradecimiento por todos y a nombre de todas las generaciones humanas. ¡Ah, sí, fue propiamente mi Mamá Celestial que llenó Cielos y tierra de correspondencia por todo lo que Dios había hecho en la Creación! Después de Ella fue mi Humanidad la que cumplió este deber tan sacrosanto, al cual la criatura había faltado tanto, tanto, así que fueron mis oraciones y las de mi inseparable Mamá lo que hizo propicio a mi Padre Celestial hacia el hombre culpable. ¿No quieres tú entonces repetir mis mismas oraciones? Es más, por esto te he llamado en mi Querer, a fin de que te asocies con Nosotros y sigas y repitas nuestros actos”.
Entonces yo buscaba por cuanto podía, girar por todas las cosas creadas para dar a mi Dios la correspondencia del amor, de la gloria, del agradecimiento por todo lo que había hecho en la Creación[…] » (09-08-1925).
17.- Distintas formas de “fundirse” en la Divina Voluntad (la oración de Luisa):
«Muchas veces en mis escritos digo: “Me estaba fundiendo en el Santo Querer Divino”, pero no explico más…
Ahora, obligada por la obediencia digo lo que me sucede en este fundirme. Mientras me fundo en Él, frente a mi mente se hace presente un vacío inmenso, todo de luz, en el cual no se encuentra hasta dónde llega la altura, ni dónde llega la profundidad, ni los confines a la derecha ni a la izquierda, ni enfrente ni atrás. En medio de esta inmensidad, en un punto altísimo me parece ver a la Divinidad, o bien las Tres Divinas Personas que me esperan, pero esto siempre mentalmente, y yo, no sé cómo, pero una pequeña niña sale de mí, pero soy yo misma, tal vez es la pequeña alma mía, pero es conmovedor ver a esta pequeña niña ponerse en camino en este vacío inmenso, toda sola, que camina tímida, de puntitas, con los ojos siempre dirigidos adonde ve a las Tres Divinas Personas, porque teme que si baja la mirada a ese vacío inmenso no sabe a qué punto irá a terminar. Toda su fuerza está en la mirada fija en lo alto, que siendo correspondida con la mirada de la Alteza Suprema, toma fuerzas en el camino. Ahora, cuando llega frente a Ellas, se postra con la cara al vacío para adorar a la Majestad Divina, pero una mano de las Divinas Personas levanta a la pequeña niña y Ellas le dicen: “Nuestra hija, la pequeña hija de nuestra Voluntad, ven en nuestros brazos”…
Y ella al oír esto se pone en fiesta y pone en fiesta a las Tres Divinas Personas, que esperan el desempeño de su oficio que le han confiado, y ella con una gracia propia de niña dice: “Vengo a adoraros, a bendeciros, a agradeceros por todos, vengo a atar a vuestro trono todas las voluntades humanas de todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre, a fin de que todos reconozcan vuestra Voluntad Suprema, la adoren, la amen y le den vida en sus almas”.
Después añade: “Majestad Suprema, en este vacío inmenso están todas las criaturas, y yo quiero tomarlas todas para ponerlas en vuestro Santo Querer, a fin de que todas regresen al principio del cual salieron, es decir, a vuestra Voluntad, por eso he venido en vuestros brazos paternos para traeros a todos vuestros hijos, mis hermanos, y atarlos todos con vuestra Voluntad, y yo a nombre de todos y por todos, quiero repararos y daros el homenaje y la gloria, como si todos hubieran hecho vuestra Santísima Voluntad. Pero ¡ah! os ruego que ya no haya más separación entre Voluntad Divina y humana, es una pequeña niña la que esto os pide, y a los pequeños yo sé que Vosotros no sabéis negar nada”…
Pero quién puede decir todo, sería demasiado largo, además me faltan las palabras para expresar lo que digo frente a la Majestad Suprema, me parece que aquí en el bajo mundo no se usa el lenguaje de aquel vacío inmenso.
Otras veces, mientras me fundo en el Querer Divino y aquel vacío inmenso se hace presente a mi mente, giro por todas las cosas creadas e imprimo en ellas un te amo para la Majestad Suprema, como si yo quisiera llenar toda la atmósfera de tantos “Te amo” para corresponder al Amor Supremo por tanto amor hacia las criaturas, es más, giro por cada pensamiento de criatura e imprimo en ellos mi “Te amo“, por cada mirada y dejo en ellas mi “Te amo“, por cada boca, y en cada palabra sello en ella mi “Te amo“, por cada latido, obra y paso y los cubro con mi “Te amo” a mi Dios, desciendo hasta allá abajo, en el mar, en el fondo del océano, y en cada serpenteo de pez, en cada gota de agua, los quiero llenar de mi “Te amo“. Después de que por todas partes, como si sembrara mi “Te amo“, la pequeña niña va ante la Majestad Divina y como si quisiera darle una sorpresa dice: “Mi Creador y Padre mío, mi Jesús y mi eterno amor, mira, todas las cosas por parte de todas las criaturas os dicen que os aman, por todas partes está el *“Te amo” para Vosotros, Cielo y tierra están llenos; ¿y Vosotros no concederéis a la pequeña niña que vuestra Voluntad descienda en medio de las criaturas, que se haga conocer, que haga paz con la voluntad humana, y tomando su justo dominio, su lugar de honor, ninguna criatura haga más su voluntad, sino siempre la Vuestra?”*
Otras veces, mientras me fundo en el Divino Querer, quiero dolerme de todas las ofensas hechas a mi Dios, y retomando mi giro en aquel vacío inmenso para encontrar todo el dolor que mi Jesús tuvo por todos los pecados, lo hago mío y giro por todos lados, en los lugares más recónditos y secretos, en los lugares públicos, sobre todos los actos humanos malos para dolerme por todas las ofensas y por cada pecado, siento que quisiera gritar a cada movimiento de la criatura: “Dolor, perdón”.
Y para hacer que todos lo oigan lo imprimo en el rumor del trueno, a fin de que truene en todos los corazones: “Dolor por haber ofendido a mi Dios; perdón en el estallido del rayo; dolor en el silbido del viento; dolor, perdón en el tintineo de las campanas; dolor y perdón, en suma en todo”.
Luego llevo a mi Dios el dolor de todos e imploro perdón por todos y digo: “Gran Dios, haced descender vuestra Voluntad a la tierra, a fin de que el pecado no tenga más lugar. Es la voluntad humana la que produce tantas ofensas que parece que inunda toda la tierra de pecados; vuestra Voluntad será la que destruya todos los males, por eso os pido que contentéis a la pequeña hija de vuestra Voluntad, que no quiere otra cosa que vuestra Voluntad sea conocida y amada y reine en todos los corazones”»* (10-05-1925).
« […] Agrego que mientras se presenta a mi mente aquel vacío inmenso al fundirme en el Supremo Querer, la pequeña niña continúa su giro, y elevándose en alto quiere corresponder a su Dios por todo el amor que tuvo por todas las criaturas en la Creación, quiere honrarlo como Creador de todas las cosas, por eso gira por las estrellas y en cada centelleo de luz imprime mi “te amo y gloria a mi Creador“; en cada átomo de luz del sol que desciende a lo bajo, “te amo y gloria“; en toda la extensión de los cielos, entre la distancia de un paso al otro, mi “te amo y gloria“; en el trinar del pájaro, en el movimiento de sus alas, “amor y gloria a mi Creador“; en el hilo de hierba que despunta de la tierra, en la flor que se abre, en el perfume que se eleva, “amor y gloria“; en la altura de los montes y en la profundidad de los valles, “amor y gloria“. Giro por cada corazón de criatura, como si me quisiera encerrar dentro, y gritar dentro a cada corazón mi “te amo y gloria a mi Creador“; quisiera que uno fuese el grito, una la voluntad, una la armonía de todas las cosas: “Gloria y amor a mi Creador“; y después, como si hubiera reunido todo junto, de manera que todo diga correspondencia de amor y testimonio de gloria por todo lo que Dios ha hecho en la Creación, me transporto a su trono y le digo: “Majestad Suprema y Creador de todas las cosas, esta pequeña niña viene en vuestros brazos para deciros que toda la Creación, a nombre de todas las criaturas, os da no sólo la correspondencia del amor, sino la de la justa gloria por tantas cosas creadas por Vosotros por amor nuestro. En vuestra Voluntad, en este vacío inmenso, he girado por todas partes, a fin de que todas las cosas os glorifiquen, os amen y os bendigan, y ya que he puesto en relación el amor entre Creador y criatura, que la voluntad humana había roto, y la gloria que todos os debían, haced descender vuestra Voluntad a la tierra, a fin de que vincule, reafirme todas las relaciones entre Creador y criatura, y así todas las cosas retornarán al orden primero, establecido por Vosotros; por eso hacedlo pronto, no tardéis más, ¿no veis cómo está llena de males la tierra? Sólo vuestra Voluntad puede detener esta corriente, puede ponerla a salvo, pero vuestra Voluntad conocida y dominadora”
Después de esto siento que mi oficio no está completo, por eso desciendo a lo bajo de ese vacío para corresponder a mi Jesús por la obra de la Redención, y como si encontrase en acto todo lo que Él hizo, quiero darle mi correspondencia de todos los actos que deberían haber hecho todas las criaturas si lo hubieran esperado y recibido en la tierra, y después, como si me quisiera transformar toda en amor por Jesús, vuelvo a mi estribillo y digo:
“Te amo” en el acto de descender del Cielo e imprimo mi “Te amo” en el acto en que fuiste concebido, “Te amo” en la primera gota de sangre que se formó en tu Humanidad, “Te amo” en el primer latido de tu corazón, para sellar todos tus latidos con mi “Te amo”; “Te amo” en tu primer respiro, “Te amo” en tus primeras penas, “Te amo” en tus primeras lágrimas que derramaste en el seno materno; quiero corresponder tus oraciones, tus reparaciones, tus ofrecimientos con mi “Te amo”, cada instante de tu Vida lo quiero sellar con mi “Te amo”; “Te amo” en tu nacimiento, “Te amo” en el frío que sufriste, “Te amo” en cada gota de leche que chupaste de tu Mamá; intento llenar con mis “Te amo” los pañales con los que tu Mamá te envolvió; extiendo mi “Te amo” sobre de aquella tierra en la cual tu querida Mamá te recostó en el pesebre, y tus ternísimos miembros sintieron la dureza del heno, pero más que heno la dureza de los corazones; mi “Te amo” en cada gemido tuyo, en todas tus lágrimas y penas de tu infancia; hago correr mi “Te amo” en todas las relaciones, comunicaciones y amor que tuviste con tu Mamá; “Te amo” en todas las palabras que dijiste, en el alimento que tomaste, en los pasos que diste, en el agua que bebiste; “Te amo” en el trabajo que hiciste con tus manos; “Te amo” en todos los actos que hiciste en tu vida oculta; sello mi “Te amo” en cada acto interior tuyo y penas que sufriste; extiendo mi “Te amo” sobre aquellos caminos que recorriste, en el aire que respiraste, en todas las predicaciones que hiciste en tu Vida pública; mi “Te amo” corre en la potencia de los milagros que hiciste, en los Sacramentos que instituiste, en todo oh mi Jesús, aun en las fibras más íntimas de tu corazón imprimo mi “Te amo” por mí y por todos. Tu Querer me hace todo presente, y yo nada quiero dejarte en que no esté impreso mi “Te amo”; tu pequeña hija de tu Querer siente el deber, de que si otra cosa no sabe hacer, al menos tengas un pequeño “Te amo” mío por todo lo que has hecho por mí y por todos. Por eso mi “Te amo” te sigue en todas las penas de tu Pasión, en todos los escupitajos, desprecios e insultos que te hicieron; mi “Te amo” sella cada gota de tu sangre que derramaste, cada golpe que recibiste, en cada llaga que se formó en tu cuerpo, en cada espina que traspasó tu cabeza, en los dolores acerbos de la crucifixión, en las palabras que pronunciaste sobre la cruz, hasta en tu último respiro intento imprimir mi “Te amo”; quiero encerrar toda tu Vida, todos tus actos con mi “Te amo”; por todas partes quiero que Tú toques, que veas, que oigas mi continuo “Te amo”. Mi “Te amo” no te dejará jamás, tu mismo Querer es la vida de mi “Te amo”. ¿Pero sabes qué quiere esta pequeña niña? Que ese Querer Divino que tanto amaste e hiciste en toda tu Vida sobre la tierra, se haga conocer a todas las criaturas, a fin de que todas lo amen y cumplan tu Voluntad como en el Cielo así en la tierra; quiere vencerte en amor, a fin de que des tu Voluntad a todas las criaturas. ¡Ah! haz feliz a esta pobre pequeña que no quiere otra cosa que lo que quieres Tú, que tu Voluntad sea conocida y reine sobre la tierra.
[…] “Hija mía, a lo que has dicho sobre el fundirte en mi Querer se le necesita dar otro nombre, cual es el de fundirte en el orden de la gracia, en todo lo que ha hecho y hará el Santificador a los santificantes, el Cual es el Espíritu Santo. Mucho más, pues si la Creación se atribuye al Padre, mientras estamos siempre unidas las Tres Divinas Personas en el obrar, la Redención al Hijo, el “Fiat Voluntas Tua” se atribuirá al Espíritu Santo; y es propiamente en el “Fiat Voluntas Tua” que el Divino Espíritu hará desahogo de su obra. Tú lo haces cuando viniendo ante la Suprema Majestad dices: ‘Vengo a corresponder en amor a todo lo que hace el Santificador a los santificantes, vengo a entrar en el orden de la gracia para poderos dar la gloria y la correspondencia del amor como si todos se hubiesen hecho santos, y a repararos por todas las oposiciones, las incorrespondencias a la gracia’. Y por cuanto está en ti, buscas en nuestra Voluntad los actos de la gracia del Espíritu Santificador, para hacer tuyo su dolor, sus gemidos secretos, sus suspiros angustiosos en el fondo de los corazones al verse tan mal acogido; y como el primer acto que hace es llevar nuestra Voluntad como acto completo de su santificación, al verse rechazado gime con gemidos inenarrables, y tú en tu infantil sencillez le dices: ‘Espíritu Santificador, hazlo pronto, os suplico, os imploro, haced conocer a todos vuestra Voluntad, a fin de que conociéndola la amen y acojan vuestro primer acto de su santificación completa, el cual es la Santa Voluntad vuestra’.
Hija mía, las Tres Divinas Personas somos inseparables y distintas, así queremos manifestar a las generaciones humanas nuestras obras hacia ellas, que mientras estamos unidos entre Nosotros, cada uno de Nosotros quiere manifestar distintamente su amor y su obra hacia las criaturas”. (17-05-1925).
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En conclusión: hay personas que “alegremente” dicen que hacen “los giros” en la Divina Voluntad…, lo cual es algo muy hermoso si realmente viven (o se esfuerzan por vivir) en la Divina Voluntad. Es evidente que no es lo mismo “dar vueltas” a pie o en bicicleta, que darlas en avión…, es decir, hacer eso a la manera humana, “pedaleando” nosotros, y no en la manera divina, la cual nace espontáneamente cuando se vive en la Voluntad de Dios. Por lo tanto: esta forma de oración no es una “técnica” o una moda, sino una Vida que se vuelve nuestra vida poco a poco, a medida que muere nuestro querer humano para dejar todo el espacio al Querer Divino.
El orden de los Decretos
del Acto único y eterno del Querer Divino
Este es el orden (causa → consecuencia) de los Decretos divinos que forman el Acto único y eterno del Querer de Dios. En estos Decretos Dios nos espera para que paseemos con Él, como hacía con Adán, “en la brisa de la tarde” (Gén.3,8), para reconocer su maravillosa Voluntad en todas sus obras y adorarlo, para admirar su Sabiduría y su Belleza y alabarlo, para recibir todos los bienes de su Providencia y darle las gracias, para dejar que nos alcance su eterno Amor y amarlo, para responder en nombre de todos, excusándolos y reparando por ellos, y para pedir en nombre de todos el fruto supremo y la finalidad de todas las obras de Dios, que venga su Reino “en la tierra como en el Cielo”.
El alma es llamada a unirse a la Voluntad Divina en todas sus obras: Creación, Redención, Santificación, para adorarla, bendecirla, darle gracias y amarla, invocando su Reino en nombre de todos.
9. “¡Hágase la Luz!”
Es necesario tener ideas y conceptos claros en los contenidos de la Fe, sobre todo en este tiempo de confusión y de extravío espiritual. Con Dios digamos ahora “Hágase la luz”, por amor a la Verdad, porque en la oscuridad, en la ambigüedad, en la niebla está el engaño y la insidia del “padre de la mentira”.
1.- “Sepa que Dios es DIOS”. Hay un solo Dios. Y Dios es Tres Personas, no cuatro.
“Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás”, dijo Jesús al tentador.
Jesucristo es una Persona Divina, la Segunda en la Trinidad, es el Hijo “engendrado, no creado, de la misma Naturaleza del Padre” (o sea, “consustancial”, que comparte con Él la misma y única “Sustancia” o Ser Divino). Jesucristo es la Imagen Increada del Padre, “el Verbo”, “el Otro Sí mismo” del Padre.
Jesucristo, por su Encarnación, tiene dos Naturalezas: su Divinidad y su Humanidad. Él es verdadero Dios y verdadero hombre. Por su propia naturaleza divina, Él es increado, infinito y eterno, y por su naturaleza humana, es un verdadero hombre, y su humanidad creada es limitada y temporal.
Jesucristo es “co-creador” con el Padre y con el Espíritu Santo: en cuanto que las Tres Divinas Personas son inseparables en su Vida y en sus Obras, sin embargo a cada una de las Tres Divinas Personas se le atribuye una obra como titular o protagonista: el Padre es el Creador, el Hijo es el Redentor y el Espíritu Santo es el Santificador.
Jesucristo es “el Primogénito” entre todas las criaturas. Todas las demás criaturas han sido creadas por Él, por motivo de Él, en Él y para Él. (Jn 1,3; Col 1,15-17)
2.- La Virgen Maria es y puede ser llamada “la Segundogénita” del Padre, conocida, querida, decretada, amada y por tanto creada en Jesucristo, por motivo suyo (para ser su Madre) y junto con Él, “en un mismo Decreto eterno de predestinación”. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.
La Virgen María es sólo criatura, no es el Creador, no forma parte de la Trinidad, y sin embargo ha sido “concebida en el seno de la Divina Trinidad”.
Es una persona humana, su naturaleza es humana (perfecta e inmaculada), por lo tanto es (igual que la naturaleza humana de Jesucristo) limitada y temporal. No se debe a sí misma la razón de su existencia, como es por el contrario propio de Dios.
3.- “Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”; Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. (Gen 1,26-27).
Notemos que Dios habla en singular (es un solo Dios) y obra en plural (Tres Personas).
La doble “versión” del ser humano (el hombre y la mujer) refleja el haber sido creado “a imagen” de Dios.
Inicialmente Dios creó una sola persona, el hombre, varón (Adán), de quien formó en un segundo momento la mujer: de uno hizo dos (Adán y Eva, el hombre y la mujer), llamados en un tercer momento a ser de nuevo unidad (“una sola carne”, o sea, en cuanto viviente, en el vivir), unidad expresada en una tercera persona, el hijo.
Así la imagen de la Trinidad de Personas divinas se ve en el hombre, como individuo (en su alma espiritual tiene tres facultades: voluntad, inteligencia y memoria, dones respectivamente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) y en la familia, pluralidad de personas (el esposo o padre, la esposa o madre y el hijo): una pequeña trinidad creada, imagen de la Santísima Trinidad, de la que debe compartir el mismo Amor y la misma Vida, y destinada a poblar el Paraíso o Cielo después del tiempo de la prueba en la tierra.
4.- La “imagen y semejanza” no son lo mismo: la imagen divina está en la naturaleza humana, en su ser, creado por Dios teniendo como modelo Él mismo. La semejanza con Dios el hombre debía tenerla en su vivir: es decir, en el modo de amar, de obrar, de ser fecundo. El hombre debía ser como Dios en su modo de vivir, pensar como Dios piensa, ver todo como Dios lo ve, amar con el mismo Amor eterno e infinito de Dios, tener los mismos gustos, la misma felicidad, los mismos derechos divinos como hijo de Dios, compartir sus mismas obras, vivir su misma Vida con su misma adorable Voluntad, la fuente de sus obras, de su Vida, de todos los atributos divinos, de su Querer, de su gloria.
En la vida natural humana Dios ha puesto la imagen de su misma Vida; en la Vida sobrenatural, la Gracia, Dios hace el hombre partícipe de su Vida, lo hace semejante a Sí mismo, le da la semejanza de su Vida.
5.- El hombre, creado a imagen de Dios, al ser responsable de su propia vida y de su destino, dotado por eso de una voluntad libre (o sea el libre albedrío, que no es lo mismo que la libertad), fue puesto por Dios ante esta disyuntiva: Dios o el propio “yo”, decidir si adherir a la Voluntad de Dios o preferir la propia voluntad humana.
Esa era la prueba necesaria querida por Dios para confirmarlo como hijo. Pero a la prueba se une a menudo la tentación, puesta por el demonio para perderlo.
Esa decisión no era y no es propiamente hacer una “elección”: Dios no dijo al hombre que “escogiera” -¡no es correcto escoger entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre la verdad y la mentira, como no lo es escoger entre Cristo y Barrabás!- sino que se decidiera por el bien, por la verdad, por la vida, por Dios, por la Voluntad Divina, no por cualquier cosa! Se elige entre dos o más cosas que se consideran comparables, por tanto se elige cuando no se sabe el verdadero valor y la opción más conveniente, pero cuando se sabe no se duda en la decisión; elegir supone ignorancia. “Escoger entre el bien y el mal”, una vez que Dios nos ha manifestado lo que es bueno, es inaceptable y ofensivo; por eso, Dios pide al hombre no una elección, sino una decisión.
Esta decisión se manifiesta obedeciendo al mandato divino de no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Porque una cosa era el árbol del paraíso (lo que representaba), otra era el fruto del árbol y otra más era lo que comer de él habría causado.
Es más, los árboles indicados eran dos, el árbol “de la Vida” y el árbol “del conocimiento del bien y del mal”, del cual Dios dijo al hombre que no comiera, porque no le habría dado la vida sino la muerte.
Si el árbol de la Vida indicaba la Voluntad Divina, el árbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era imagen de la voluntad humana. Comer de él (que significa dar vida al propio querer humano, separado del Querer Divino) habría causado, no la vida, sino la muerte.
Esos dos árboles eran, por lo tanto, como una especie de “sacramentos”, ya que, instituidos por Dios Padre Creador, en su materialidad significan una realidad espiritual y al mismo tiempo la dan. Por lo tanto, tenían que tener una realidad material (no son sólo símbolos ni metáfora), para poder expresar un significado espiritual.
Los respectivos frutos, de uno y otro, debían ser por lo tanto verdaderos frutos materiales (en ningún sitio se dice que fuera una “manzana”), los cuales tenían sin embargo un preciso significado: “fruto divino” o por el contrario “fruto humano”, algo en relación con el fruto del vientre, de la procreación. Fruto bendito y divino, el de María; fruto sin bendición y sólo humano el de Eva, y notemos que su hijo mayor, Caín, “era del maligno”, como dice la Escritura (1ᵃ Jn 3,12).
6.- Al pecar, el hombre hirió y profanó la imagen divina que lleva dentro de sí mismo y perdió la semejanza divina que tenía. El hombre dejó de ser semejante a Dios porque quiso hacer su voluntad y no Voluntad de Dios. El hombre pecó y, al perder la Vida sobrenatural (Gracia), también perdió su vida natural. Su voluntad humana se separó de la Divina Voluntad; por eso el alma se separa del cuerpo.
El alma espiritual e inmortal muere (es decir, permanece desprovista de Vida Divina) y, por lo tanto, el cuerpo también muere (desprovisto del alma). Así, la muerte es doble: la del alma y la del cuerpo. La muerte del alma es el pecado; La muerte del cuerpo es su consecuencia. Por eso la Redención ha exigido que Nuestro Señor Jesucristo tomara nuestra doble muerte en su Vida y en su Pasión: la Pasión de su Alma y la de su Cuerpo.
El pecado es el rechazo de la Voluntad de Dios, y Jesús lo ha cancelado con su adhesión perfecta a la Voluntad del Padre; las consecuencias del pecado son la pérdida de todos los bienes sobrenaturales, preternaturales y naturales, culminando en la muerte, y Jesús la ha destruido en Él mediante su Pasión y su Muerte, en un crescendo desde que se encarnó.
Esa doble muerte corresponde a las dos dimensiones de la existencia humana: una es en el tiempo de la prueba, la otra es para siempre, más allá de esta vida. Son muerte temporal y muerte eterna, que no significa absolutamente “volver a la nada”, sino perder a Dios para siempre, con todas sus consecuencias.
De la primera muerte, que es universal (fruto del pecado original) “ningún hombre viviente puede escapar”, pero al final de la historia (el fin del mundo) será la resurrección universal de los cuerpos, porque cada uno irá -cuerpo y alma- al destino definitivo, elegido por él: “Se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio” (Jn 5,28-29).
De la segunda, que es separación de Dios, es posible liberarse mientras dura esta vida, mediante el verdadero arrepentimiento, la reconciliación con Dios y su perdón divino (dado por medio de la Iglesia). Pero si termina el tiempo de la prueba y el hombre muere sin la Gracia, sin pedir perdón y sin invocar la Divina Misericordia, el choque con la Justicia se traduce en muerte eterna, rechazo de Dios para siempre. Esa es la segunda muerte, que no tiene remedio (Apoc 20,14).
Y como hay una doble muerte, hay también una doble resurrección. La espiritual no sólo es recuperar la Gracia, sino aún más es el regreso del hombre “al orden primordial de la Creación”, tener como vida la Divina Voluntad. La segunda será la transformación gloriosa del cuerpo, al fin del mundo.
7.- De ser hijo de Dios por gracia, el hombre se hizo pecador, rebelde, y arrepentido pudo ser admitido sólo como siervo, en espera de la Redención.
Con la Redención, Jesucristo ha reparado y salvado la imagen divina en el hombre. Con abrir las puertas de su Reino, Jesucristo da de nuevo la semejanza divina al hombre que lo acoge. Y el Reino es que la misma Voluntad de Dios sea la vida del hombre (por el don de gracia).
Dos son las Venidas del Señor: La primera, como Redentor; la segunda, como Rey. En su primera venida como Redentor reparó la imagen divina, deformada y casi irreconocible en el hombre; en la segunda venida como Rey, le restituye la semejanza divina perdida, conduciendo al hombre que lo acoge al orden, al puesto que Dios le ha asignado y a la finalidad para la que lo ha creado.
La primera venida del Señor fue para salvar al hombre, abriendo de nuevo las puertas del Cielo, para que el que quiera entre. La segunda venida es para salvar el Decreto eterno de su Reino, haciendo bajar el Cielo y renovando la faz de la tierra.
El fruto de su primera venida es dar de nuevo la vida divina de la Gracia, haciendo que el hombre sea hijo de Dios (la primera resurrección); el fruto de su segunda venida es dar al hombre en Gracia la posesión de su Reino, la plenitud de los bienes de la Creación, de la Redención y de la Santificación.
La primera venida (o “Adviento”) del Señor fue en la “Plenitud de los tiempos“.
Su segunda venida (o “Parusía”) es al “fin de los tiempos“, fin de los tiempos de espera y llegada del Tiempo tan esperado, fin de los tiempos de angustia y llegada del tiempo del cumplimiento del Reino, como dijo San Pedro: “Hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. Él debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal”. (Hechos, 3,19-21).
Por eso hay que distinguir los tiempos de la historia: 1°, el comienzo de los tiempos o comienzo del mundo; 2°, “la plenitud de los tiempos”; 3°, “el fin de los tiempos”, y 4°, el fin del mundo (o de la historia).
Estre estos dos últimos hay un tiempo glorioso, muy largo, en que se ha de cumplir el Reino de Dios prometido en el Padrenuestro, el Reino de su Voluntad “en la tierra como en el Cielo”. Es lo que el Apocalipsis llama “el Milenio”. Imagen y profecía del mismo fueron los cuarenta días que Jesús Resucitado y glorioso quiso estar en la tierra antes de su Ascensión al Cielo.
8.- Dios nos ha creado para compartir con nosotros su Vida, su Amor, su Felicidad, su Gloria. Para desahogar su infinito Amor, para amarnos y ser amado por nosotros (porque eso es nuestra felicidad).
Pues bien, amar exige por justicia ser amado: ¿cómo podría la criatura competir en amor con Dios? ¿Cómo satisfacer el derecho de la Justicia amando con un amor “infinitesimal” Aquel que nos ama con un Amor infinito y eterno? ¿Cómo puede decir el espejito al Sol: “te amo”? ¿Podría bastarle a Dios “saber” que, como la criatura es pequeña y limitada, “no hay nada que hacer” y habría tenido que contentarse y, por lo tanto, por parte nuestra habría quedado una sustancial incorrespondencia a su Amor? “Nada es imposible para Dios”.
Así que Él mismo ha decretado la solución: ofrecer a su criatura su mismo Corazón para que ella pueda corresponderle con otro tanto amor. Dar al hombre la misma fuente de su Amor, el don de su Voluntad Divina.
Naturalmente, este don no forma parte de la naturaleza humana, es un don por pura gracia, un don totalmente inmerecido. La criatura no ha de hacer más que reconocerlo y aceptarlo. Este don supremo, esta corona real y divina es lo que constituía al hombre como heredero y rey, “Adán hijo de Dios”, un pequeño “dios” a semejanza de su Creador y Padre, “hijo en el Hijo”.
Con este don de la Voluntad Divina, el hombre podía y debía amar a Dios con su mismo Amor, como el Hijo ama al Padre con el Espíritu Santo, el Amor.
Lo que parte de la Unidad, distinguiéndose en tres Personas, vuelve a consumarse en la Unidad mediante el Amor. Sólo así, de la misma forma, el hombre, creado y salido de Dios, debe volver (libremente) a Dios.
¡Pobres palabras humanas! La Realidad de Dios transciende infinitamente los pobres conceptos que el hombre es capaz de expresar, que, por más que sean (obviamente) limitados e inadecuados, no son errores: sino que son como el hombre, limitados.
“A los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó” (Romanos 8,29-30).
Predestinados desde siempre, por tanto llamados (a la existencia = creados) desde siempre, por lo tanto justificados (o sea redimidos) desde siempre, por lo tanto glorificados desde siempre. Eso, por parte Suya; ahora nos toca a nosotros confirmar o ratificar esta vocación y esta gracia para que sea para siempre.
“Serán como Dios”, propuso el padre de la mentira a Eva, “ser como Dios” pero sin Dios, separándose de Dios. ¡Es como si un rayo de luz del sol pudiera existir por sí mismo y llegar a ser incluso un sol, separándose del sol!
Esa es nuestra eterna vocación, ser como Dios por pura gracia y bondad y generosidad suya: nosotros no “somos” como Dios, pero Dios nos llama a que “lleguemos a ser” como Él, no en nuestro ser creado o naturaleza humana, sino en el vivir y en el amar, en su mismo Querer y con su mismo Amor:
“Su poder divino, en efecto, nos ha concedido gratuitamente todo lo necesario para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó por la fuerza de su propia gloria. Gracias a ella, se nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina” (2ᵃ Pedro, 1,3-4).
“Por lo tanto, manténganse con el espíritu alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se manifieste Jesucristo” (1ᵃ Pedro, 1,13). “Hijos en el Hijo!”
“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes…” (Efesios, 1, 17-19)
Profesión de Fe
¡Oh Jesús, Señor mío y Dios mío! Te adoro, verdadero Dios y verdadero Hombre, que te das a nosotros en el Santísimo Sacramento con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con todo tu Ser y tu Vida, de donde procede la obra de la Creación, la obra de la Redención y la obra de la Santificación para el triunfo de tu Reino.
Toda la obra de la Creación es por motivo de tu ENCARNACIÓN, está finalizada a Ella y culmina en Ella. Toda la obra de la Redención se cumple en tu Vida entera, en tu Santísima Pasión y Muerte. Toda la obra de la Santificación -que es trasplantar en nosotros tu Vida- es fruto de tu Resurrección, ¡porque Tú eres el Verbo Encarnado, Muerto y Resucitado! Pero tu finalidad no sólo es crearnos, salvarnos y hacernos santos, sino darnos tu misma Divinidad, hacernos tener como vida tu misma Voluntad: ¡porque eso es tu Reino!
¡Jesús, Te amo! Ven, Divina Voluntad, y toma posesión
de mi ser, de mi persona, de mi vida; ¹
de todo lo que soy, de todo lo que tengo, de todo lo que hago;
de mi espíritu, de mi alma, de mi cuerpo;
de mis facultades, de mis sentidos, de mis miembros;
de mi voluntad, de mi inteligencia, de mi memoria;
de mi mente, de mi corazón, de mi respiro;
de mis pensamientos, de mis palabras, de mis obras;
de mis ojos, de mis oídos, de mi voz;
de mis movimientos, de mis acciones, de mis pasos;
de mi trabajo, de mi cansancio, de mi descanso;
de mis sentimientos, de mis penas, de mis alegrías;
de la Santa Misa, de los Sacramentos que recibo (o que doy), de mi oración;
de mi pasado, de mi presente, de mi futuro;
de mi vida, de mi muerte y de mi eternidad,
para convertir todo en alabanza perfecta y universal de tu Gloria, en vida de tu Vida, en triunfo de tu Querer.
Jesús, tu Divina Voluntad sea vida en mí y me revista de Tí.
Hoy haré todo por Tí, contigo y en Tí.
En cada instante de mi vida, viva en mí
tu Vida entera, tu Muerte y tu Resurrección.
Cúbreme con el manto de tu Vida, de tu Dolor y de tu Amor,
para que yo Te adore en tu Verdad,
Te abrace en tu Inmensidad,
Te posea en tu Omnipotencia.
Te glorifique con tu misma Gloria,
Te alabe con tu Sabiduría,
Te bendiga con la misma voz del Padre.
Te dé las gracias con tu Justicia,
Te repare con tus mismos méritos,
Te ame con tu eterno Amor.
En cada instante quiero llenar
toda la Creación con mi Amor que Te alaba y Te da las gracias,
toda tu vida de Redentor con mi Amor que Te adora y Te bendice,
toda la obra de la Santificación con mi Amor que Te ama
y que en nombre de todos Te pide el triunfo de tu Reino.
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¹ Cada frase, cada renglón, expresa la huella de la Santísima Trinidad, que ha creado al hombre a Su imagen y semejanza.
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Fuente
• Pequeño Catecismo sobre la Divina Voluntad. Padre Pablo Martín Sanguiao.
• Luisa Piccarreta. Colección de memorias sobre la Sierva de Dios. Padre Bernardino Giuseppe Bucci.
• El Libro Del Cielo. Sierva de Dios, Luisa Piccarreta.
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